Abusos

Por Luis Bruschtein

En un país ya de por sí aterrorizado por la peor política económica que recuerde, se levantan tapas desde las que se abalanzan viejos monstruos, como esas cajas con resorte de las que salta un payaso de susto. El escándalo de la Libertadores por la violencia en el fútbol derivó en que –¡salta el payaso!– la final de una copa con ese nombre se definiera entre dos equipos argentinos en el país del que fuimos liberados por los Libertadores. La denuncia por la violación de una menor por parte de un adulto en el ámbito del espectáculo estalló en los medios como una granada que se multiplicó en miles de esquirlas y relatos de mujeres que contaron por primera vez que fueron abusadas o violadas de niñas. Y –¡salta el payaso!– el presidente Mauricio Macri, quien dijo que no les cree a las mujeres cuando dicen que no les gusta, “que les digan qué lindo culo tenés”, anunció que enviará al Congreso una ley de equidad de género.

El que fue presidente de un club que tiene una de las barras más agresivas está incapacitado moralmente para hablar de violencia en el fútbol porque no hizo nada cuando pudo hacerlo. El hombre que juega con esa idea de que “aunque digan que no, es sí” y que piensa que es agradable para las mujeres que todo el tiempo los hombres hablen de sus culos, no puede decir que entiende o, siquiera, que trata de entender la violencia de género.

El presidente que encabezó una de las principales constructoras contratistas del Estado y cuyas empresas se multiplicaron durante la dictadura, no tiene autoridad para hablar de corrupción en la obra pública, porque su fortuna proviene de ese ámbito y nunca dijo nada. Y como su hermano Gianfranco, que acaba de declarar esta semana ante la justicia que “nunca pagó sobornos, no sé mi padre”, parece que en la familia presidencial se escudan en la discapacidad mental de Franco, il capo di famiglia.

Es el mismo Macri que prometió “pobreza cero” en la campaña y se acaba de demostrar que su gobierno ha sido el que con más rapidez aumentó los niveles de pobreza en el país, aún más que las dictaduras y que cualquier gobierno civil. La mayoría de los argentinos votó a un presidente que encarna a sus peores congojas. Cada payaso monstruoso que brinca de las cajitas del horror argentino tiene un reflejo de la clase y el grupo social al que pertenece Macri.

Son temas entrelazados que aparentan desconexión y muchas veces son manipulados o introducidos por el gobierno para promover divisiones en el campo popular. El gobierno cree que están desconectados porque los asume naturalizados. La violencia en el fútbol y la violencia de género están asumidos como parte del negocio y como parte del sexo, aunque no sean ellos los que las protagonicen. Es manifiesta la incapacidad del gobierno de visualizar el entrelazado y los múltiples puntos de contacto entre patriarcado y el machismo que se juega en esas violencias, entre sociedades represivas y con grandes injusticias y la violencia que engendran.

El gobierno supone que si la sociedad discute esos temas se crean divisiones y tiene razón si se los discute mal. Esos problemas existen y son graves, no son inventados para dividir. Dividen si se los discute como quiere el gobierno. Depende de la madurez de la sociedad y de sus principales referentes para que esos debates enriquezcan y no dividan porque la reflexión inmediata alrededor de estos temas es que si bien ninguna corriente política puede garantizar la erradicación inmediata de esos problemas, lo que es seguro es que la sociedad que propone el oficialismo los engendra y profundiza.

Se habló también que estos temas surgen para tapar temas de fondo, como el de la pobreza. En la misma semana se produjo la conmoción por la denuncia de Thelma Fardin y el anuncio sobre el crecimiento de la pobreza que alcanzó el 33,6 por ciento según la UCA, cuyas mediciones fueron muy usadas en contra de los gobiernos kirchneristas.

El aumento de la pobreza no se puede ocultar con ninguna operación mediática porque es palpable y visible. Como tampoco se puede dar cuenta del empobrecimiento de un país después de años con inflación superior al 40 por ciento, con deterioro de los salarios y jubilaciones de más del 20 por ciento, con el aumento del desempleo y el salto monumental en los precios de alimentos y servicios, mostrando un aumento de 5 ó 6 puntos en la cantidad de pobres. Es evidente que esa cifra para medir pobreza no sirve ahora ni sirvió antes.

Porque el empobrecimiento no es la cantidad de pobres que se miden según el valor de una canasta que cada quien fija según su criterio. Decir que una cantidad de ciudadanos pasó a ser pobre, no habla de los millones que ya lo son y se han empobrecido aún más, ni de los millones que no lo son pero se han empobrecido y están a punto de pasar a serlo. No es seria una medición que en el 2015 decía que la Argentina tenía más pobres que México y Brasil o que algunos países centroamericanos. Al mismo tiempo el Banco Mundial, con su propia técnica, no con la del Indec del kirchnerismo que había perdido credibilidad, decía que Argentina era uno de los tres países latinoamericanos con menos pobres.

Esta vez todas las mediciones coinciden. El empobrecimiento ha sido en picada y fulminante, en poco tiempo. Nadie puede ocultar el drama de las miles de personas y familias en situación de calle que deambulan en las ciudades ni el cierre de miles de pequeñas y medianas industrias y comercios que dejan a decenas de miles de trabajadores en la calle.

La denuncia de violación no tapó nada. Por el contrario, comenzaron a circular en las redes cientos de relatos de mujeres que se atrevían a hacer públicas sus propias historias de abuso o violación cuando eran niñas de 9, 10 u 11 años. Una denuncia sola, aislada, no hubiera causado tanta conmoción, porque hubiera sido la excepción que confirma la regla, el delito que se siente lejano.

Pero cuando tantas mujeres se suman a esas denuncias y son respondidas a su vez por otras tantas mujeres a las que les pasó lo mismo, ya no se trata del delito excepcional, sino de una práctica encubierta. Es algo que se condena en público, pero se practica en un limbo subterráneo de naturaleza inconfesable. Se practica así una especie de iniciación sexual de la mujer que debe someterse y aceptar en silencio desde niña la imposición de la fuerza y la hegemonía de la otra parte. Es la representación misma del patriarcado incluso cuando esos abusos se cometen contra chicos varones.

La sociedad es portadora de algo que niega, por eso es posible que cuando lo debata, lo haga con los mismos valores que lo engendraron. Es muy lúcida la reflexión de Rita Segato al desarrollar esta problemática cuya complejidad reside en su naturalización-negación y al puntualizar los peligros del “punitivismo”. Cambiemos acaba de presentar un Código Contravencional de Convivencia en la Legislatura porteña, apoyándose en argumentos de equidad de género porque incluye la posibilidad de las denuncias anónimas. Pero el paquete completo endurece penas contra cuidacoches y franelas.

La violación y el abuso constituyen algo peor que un delito, son una práctica social consentida y negada por la sociedad. Hay que penalizar esas prácticas, pero la solución no está en la penalización, sino en la transformación de la construcción social y cultural que consciente esas aberraciones.

Es un debate que, además, cuando se produce en la adolescencia se puede impregnar y confundir con muchas situaciones que crean los miedos, las inseguridades y los falsos mandatos y sobre todo el desconocimiento. El debate no puede estimular esos miedos e inseguridades que puedan separar a los chicos que están empezando a explorar su sexualidad, sino que los tiene que acercar. Si tres chicos abusan de una piba, es claro el atropello. Pero cuando se encuentran dos chicos las situaciones son diferentes. Por eso es tan importante la educación sexual integral en las escuelas a la que tanto se oponen los sectores conservadores.

Tampoco son convincentes los repentinos rasgamientos de vestidura y algunos hasta parecen sobreactuaciones. El mismo Juan Darthés denunciado por Thelma Fardin había participado en 2016 en una campaña publicitaria del oficialismo contra la violencia de género. Entre tantos pliegues y entrecijos, con luces rojas y muchos obstáculos, se va produciendo un proceso donde cada paso que se avanza es tomado como derecho adquirido por la generación siguiente de mujeres.

La violencia de género, los abusos y violaciones constituyen una práctica extendida en la sociedad. No son invento de la posmodernidad ni de progres liberales. Son sociedades que rechazaban la presencia de mujeres en las universidades, que no les reconocían el derecho al voto y que eran reacias a la participación femenina en el trabajo o la política. Muchos de esos temas se siguen discutiendo aún hoy y cuando se plantearon por primera vez fueron descartados como imposibles o subestimados por alguna causa de sentido común altamente hegemónico. Parecían estupideces, como les siguen pareciendo a muchos todavía.

15/12/18 P/12