Angélica Gorodischer: la imaginación al poder
ZONA LITERARIA | EL TEXTO DE LA SEMANA
Por Adrián Ferrero*
Angélica Gorodischer (1928), nacida en Buenos Aires, como suele decir «por casualidad» radicada en Rosario desde muy temprana edad, ha sido una de las voces que de modo más renovador abrazó con tanta paciencia como persistencia su vocación por zonas poco exploradas por la ficción en nuestro país.
Desde aquella extravagante mujer que hacia los ’60 comenzó escribiendo la mejor ciencia ficción y fantasía de Argentina, pasando por el policial, el cuento extraño, la novela erótica, la novela histórica, la novela de amor, la ficción fuertemente empapada de la categoría de género, un libro autobiográfico que rompe con toda convención, la exploración del universo infantil (pero no del la literatura infantil), el género de horror, el gótico, entre otras muchas vertientes, se ha mostrado inmensamente versátil y plástica para proponerse encarar y lograr nuevos desafíos pero, por sobre todo, jamás instalarse en lugares confortables que hicieran de su literatura un territorio previsible. Tampoco en repetirse.
Una imaginación narrativa, diría por excelencia prodigiosa, salvo esas dos fugaces compilaciones de ensayos y conferencias que, bien miradas, también tienen mucho de imaginativas. Esa misma imaginación que en todo su portento se pone al servicio de romper con estereotipos y clichés en todos los sentidos que estas palabras pueden aplicarse a la poética. Un humor y un desparpajo indeclinables que se manifiesta en sus intervenciones públicas tanto como en su ficción y que, no obstante, hace contrapunto en ocasiones con los contrastes más drásticos en ciertas novelas o cuentos, donde se puede apreciar la humanidad en su rostro más dramático.
El abordaje de todos estos géneros conmueve porque se sale de las convenciones más estereotípicas y también de lo que yo llamaría «la convención de autor». Devenido tic, suele indicar que una autora debería en su abordaje de la literatura consagrarse en profundidad sólo a uno de ellos o, a lo sumo, explorarlo en todas las posibilidades que el lenguaje propone desde diversos ángulos. Se esperaría, por ejemplo, que los cuentos o novelas policiales (estas últimas sobre todo de intriga) fueran trabajados desde su variante negra o de enigma (como de hecho pudo suceder en cierto comienzo). No obstante, les imprime más misterio y suspenso, componentes también de humor que situaciones por resolver a partir de la reconstrucción de pistas. El policial en Gorodischer no es un la resolución de un acertijo. Es más bien un género en el que se despliegan una serie de acciones que se articulan desde una trama en la que, a través de lo vertiginoso, se corren riesgos. Y puede haber violencia. Suma a todo ello el ya mencionado humor cuando no una modificación en los roles que no respeta, por ejemplo, la figura del detective (aunque bien puede haber policías) sino, por el contrario, puede hacerlo en la de una protagonista femenina que, mediante una serie de sucesos, se ve envuelta en un «caso» o más de uno en los que se involucra. En otros casos, Gorodischer se focaliza en referir un argumento que, efectivamente mantiene el conflicto criminal pero que puede permanecer en el ámbito de lo siniestro sin acudir a soluciones ni facilistas ni, por el contrario, alambicadas o, incluso, permanecer abiertas, de modo extremadamente sugestivo. Por último, puede trazar con unas pocas pinceladas los mundos más marginales como los prostibularios o, desde otro punto de vista, los carcelarios de mujeres. En otro marco, la corrupción en los más variados círculos es referida de modo frontal, las mafias o lo la violencia ejercida contra la mujer. Sin llegar al denuncialismo de lo político/social como Rodolfo Walsh y siempre desde el plano de la representación en la ficción se introduce la variante que no admite lo inescrupuloso sobre todo si perjudica a personas inermes. También si es ejercida por los poderosos o los gobernantes que deberían velar por el bienestar y la seguridad de las personas.
«Prodigios», una de sus novelas mayores, narra la historia menuda de un grupo de mujeres que poblaron la antigua casona del reconocido poeta alemán Novalis, devenida casa de huéspedes. Entre ese ascendente canónico occidental que ejerce el potencial literario de una figura mayor tan tutelar como legendaria, estas historias de destinos que aparentemente transcurren en la economía doméstica y en la banalidad más cotidiana cobran un protagonismo que les restituye el valor de ser objeto de representación, por un lado. La complejidad de matices, por el otro. Y su condición de sujetos en tanto que género por lo general subestimados por la cultura patriarcal. A todo eso habría que sumar una prosa que se despliega con una riqueza fascinante. Es más, muy probablemente el gran protagonista de esta novela sea el lenguaje en su manifestación menos instrumental. Esa proliferación de significantes hace que la narrativa de Gorodischer gane en sugestión, en resonancias fónicas, en rupturas y juegos gramaticales que desconciertan. Y en la posibilidad menos de narrar acciones en su forma tradicional que en la búsqueda de una nueva lengua literaria.
Su novela de fantasía épica en episodios «Kalpa imperial» conoce la traducción al inglés de Ursula K. Le Guin, quien le atribuye un valor «ferozmente imaginativo» y «un talante visionario excepcional». En un imperio que nace, se derrumba, se reconstruye de sus cenizas varias veces y alcanza sus posibilidades de máximo esplendor (y de máximo bienestar para sus súbditos), Gorodischer en cada episodio refiere momentos en los cuales traiciones, conspiraciones, decadencias y derrocamientos son el cabo de un hilo que reenvía inmediatamente al momento exacto al calor del que fuera concebido: la dictadura militar argentina de 1976. Ese «golpe», produjo en ella otro pero de carácter creativo: una reacción producto del impacto de la esfera pública que afectó una de las dimensiones más privadas de una persona. Me refiero a su escritura, esto, su capacidad de simbolizar.
Transgresora, viajera, burlando las solemnidades y la fatuidad, Gorodischer no teme mostrarse como es ni menos condescender a los gestos impostados, si bien una lectura apresurada podría juzgar esa conducta una pose. En verdad me da toda la impresión de que hay en Gorodicher una posición frente a la vida en la cual la solemnidad la irrita. Es quien es en donde esté y eso la vuelve, en un punto coherente con una visión del mundo en épocas en que los comportamientos se han tornado fuertemente normativos y pendientes de apariencias tanto como de etiquetas y protocolos innecesarios. Apartándose de ellos, su obra se torna congruente con un modo tan expresivo como espontáneo de actuar que luego, no obstante, no se traduce en su escritura más que engañosamente. Su posición ante el mundo se transpone a su obra sin desvirtuarla. Jamás denota frivolidad su ficción. Esa devoción por el humor, intransigente con una aparente seriedad es reivindicada para vivir tanto como para escribir (al menos en buena parte de sus textos, en particular desde la irreverencia) resulta tan corrosiva como invulnerable.
Entre otras curiosidades podría mencionar que compiló un libro inusitado: «Noruega cuenta». Una antología, justamente, de la literatura de ese país, así como otras tantas antologías de narradoras latinoamericanas y argentinas.
Obtuvo importantes becas o premios, como el «Emecé», el «Esteban Echeverría», el «Más Allá» y, como ya lo mencioné, el «World Fantasy Award», otorgado a su trayectoria en EE.UU. La Beca Fullbright. Ha sido traducida al alemán, inglés, francés, italiano, ruso, checo y portugués.
Con la convicción de un gran sentido de la justicia (pero sin caer en juegos simplistas ni maniqueos) Gorodischer también ha sabido afrontar otros riesgos. Porque mención aparte (como dice ella) merece el otorgamiento del «Premio Dignidad» otorgado por la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) por su defensa en Pro de los Derechos de las Mujeres. Esa convicción no sólo se ha multiplicado en varias proezas desde congresos internacionales, libros y eventos sino que ha, sugestivamente, ingresado al mundo de la ficción poniendo en cuestión, como adelanté, las políticas de la representación.
A diferencia de la experiencia vivida (tan nítida, por ejemplo, en escritores como Simone de Beauvoir), diría que en su caso sería más oportuno hablar de la experiencia imaginada. En esa combustión en la que el mundo arde y se carga de extrañamiento y el lenguaje de un alto voltaje, la ficción propone mundos alternativos, disimulados u ocultos a la mirada más empírica. Una mirada que, en plena ebullición, nos conduce más a intuiciones que a vivencias concretas. A las que estamos en condiciones más de presentir que de comprobar en la existencia constatable. O, en todo caso, de padecer en pesadillas o celebrar en sueños. Que pueden hacerse en cualquier momento tangibles.
Gorodischer demarca «su zona». Una zona en la que la experiencia vivida es atravesada por la más experiencia imaginada que por la memoria y es esta la que lleva la delantera en su producción literaria. Al mismo tiempo, sienta las bases de un linaje rico en mundos tanto fantásticos como especulativos, tanto policiales como misteriosos (de Borges a Silvina Ocampo, de Bioy Casares a Ana María Shua, de Wilcock a Liliana Bodoc). Linaje al que se suma pero del que toma distancia desde varios ángulos pero también traza alianzas. Gorodischer cuestiona, subvierte e invierte roles sociales. Reconoce deudas con Victoria Ocampo, Juana Manso y Juana Manuela Gorriti. Y viene a sacudir esa modorra peligrosa, enemiga del dinamismo, imprescindibles para toda sociedad, al tiempo que prosigue, con un proyecto desafiante, zonas necesitadas de ser revisitadas y revisadas de modo insurgente.
* Adrián Ferrero nació en La Plata en 1970. Es escritor, crítico literario, periodista cultural y Dr. en Letras por la Universidad Nacional de La Plata. Publicó libros de narrativa, poesía, entrevistas e investigación.
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