El buzón
Por Ramiro Ross
Crónicas carcelarias
Es difícil describir en palabras la sensación que se siente estando encerrado en esa cueva. La celda de castigo o ‘buzón’, es un rectángulo de 2 metros por uno y que solo tiene una cama de cemento como único mobiliario, como única distracción, podemos mencionar las paredes, donde se pueden leer algunos de los nombres de los que estuvieron en él antes que nosotros, donde se pueden leer algunos pensamientos que pretenden profundidad intelectual con algo que tenga punta para rasgar las paredes. La luz, cuando la encienden, es una única bombita de muy poca luminosidad, aunque la verdad no serviría de mucho ya que allí dentro nos privan hasta de la lectura, un pozo a modo de inodoro y ninguna ventilación.
Allí se siente por primera vez la extraña impresión de encontrarse frente a una puerta sin picaporte, y aunque parezca un hecho menor, el hecho de saber que solo se abre desde el exterior nos pone muy nerviosos, uno pasa horas viendo la puerta sin picaporte y preguntándose que pasaría si por alguna circunstancia deben desalojar la prisión a raíz de alguna catástrofe o algún hecho inesperado y la respuesta que imaginamos no es nada tranquilizadora, ya que no hay que ser un vidente para saber que lo último que a ellos les preocuparía es la vida del detenido.
Los que tuvimos que pasar por esa forma de tortura que no deja marcas externas en el cuerpo, si no contamos el color amarillento en la piel que queda luego del encierro y que para perderlo y volver a su color natural se necesitan varias semanas, pero claro, los médicos que tienen que revisar a los detenidos ante una denuncia por torturas, no ven las marcas que quedan por dentro.
Febrero 2019
Blog del autor: http://lamuralladeramiroross.blogspot.com