El avance libertario, ¿una nueva «alegoría de la caverna»?

Un circo freak que va de discusiones de consorcio en Twitter a eventos sin militantes

El movimiento y sus referentes son amplificados por un sector de los medios y las redes, pero no muestran sustento concreto.

Por Juan Ignacio Provéndola*

Imagen: Con más manipulación que sustancia, el ala libertaria de la derecha local encontró amplificación en Twitter y en las distracciones. Imagen: Juan Pablo Cambariere.

Entre todos sus quilombos, Argentina asiste además a uno que nadie pidió pero igual se consume con interés: el extraño vía crucis que experimenta la estridente extrema derecha doméstica, en particular su ala «libertaria». Un desangre violento en Twitter, ese micromundo del tamaño de una pelea de consorcio pero con la resonancia de una guerra mundial.

Los autoproclamados «libertarios» vinieron a «despertar leones», pero bastó un tuit de uno acusando a la hermana de otro para encender un polvorín de proporciones inimaginables. La escalada es vertiginosa y cada día agrega una nueva sangría en este vale todo de todos contra todos. Como en El Club de la Pelea, la regla la establece la próxima piña. Ningún rugiente se banca que le mojen la oreja.

La política es impredecible y nadie firmaría hoy lo que sucederá con esta gente de acá a 2023, aunque esta saga de secuencias precipitan la pregunta sobre cuánta legitimidad popular es capaz de desplegar una expresión de esta naturaleza acá.

► Un circo mediático y lunático

Hijos de la viralización digital, una pandemia y el descrédito hacia «el orden establecido», los «libertarios» criollos creen estar construyendo un nuevo sentido de época de la mano de liderazgos lunáticos. No manejan municipios, ni siquiera un centro de estudiantes: jamás tuvieron experiencia en gestionar algo parecido a lo que procuran modificar. Fue muy gracioso el reciente caso de un denominado «centro cultural» platense de derecha que funcionó en un garaje, jamás realizó un evento y fue clausurado por lo único que pudo ofrecer: café de pava eléctrica en una mesa sobre la vereda, sin autorización municipal.

Javier Milei aparece como cabeza de playa de un desembarco mucho más débil de lo que se vende: con toda la bola mediática que empujó su excentricismo en los dos años de pandemia, la fuerza que lidera apenas pudo colocar cinco diputados entre los 127 que se renovaron en 2021, cuando al espacio le llegó su primer turno electoral. Como si fuera poco, además ese microbloque se dividió en dos.

De momento, sus conquistas están en otra arena: la digital. El lugar donde protagonizaron sus faenas más memorables. Y donde ahora muerden el pasto entre discursos intolerables y el cringe de su vodevil en Twitter. Tipos de 50 y 60 años en peleas de medianera ante una millonada de followers que no la terminan de acreditar e influencers que se van bajando del convoy.

Fue entre las llagas de un humor social doliente que estas expresiones lograron expandirse de manera desordenada -aunque eficaz- en la socialmedia. Desde centenas de trolls taladrando Twitter para imponer tendencias artificiales hasta YouTubers muy hábiles en la edición de recortes. Y, sobre todo, de títulos: ya son un clásico verbos tales como «aniquila», «humilla» o «fulmina» para titular presuntos debates con posiciones antagónicas. Todo un contenido dirigido a una audiencia específica, la sub30, aquella capaz de acelerar las otras dos poleas del algoritmo: consumir y compartir.

En ese magma, los «libertarios» pudieron desplegar mejor su fórmula: una mezcla de slogans impactantes («hay que exterminar la casta política»), la promesa transgresora de romper algo («vamos a quemar el Banco Central») y personajes que son una invitación a la lisergia. Por eso garpan tanto en contenidos audiovisuales. El acto de Milei en el estadio de El Porvenir de Gerli para unas centenas de personas ante un frío patagónico y con el Dipy como añadido musical es más analizable desde lo artístico que desde lo político: calificarlo como performance es lo más generoso que se le puede conceder.

El estridente Milei, perfo central del freak show libertario | Diseño: Juan Pablo Cambariere

► Libres… libres de armado territorial

Un joven militante de la izquierda norteña, allá donde ocurren cosas que no ocupan la agenda periodística nacional, se pregunta cómo harían Milei y sus acólitos para conquistar este territorio el día que deban patear el país, si es que realmente quieren competir a ese nivel. Cómo convencer de que el mercado es el mejor ordenador de una realidad que nada tiene que ver con la suya a un pibe de 15 años que trabaja de sol a sombra en un tabacal.

Como todo fenómeno metropolitano, el libertarismo encuentra su techo muy cerca de su piso, ahí donde la mirada urbanocentrista se nubla cruzando la primera autopista. Esa valoración sesgada de la libertad como una gesta individualista típica del emprendedurismo piramidal se parece más a la venta de artículos de Amway que a una revolución social y política. ¿A quién nos comeremos cuando todos seamos aquellos leones que nos alientan a convertirnos?

El descrédito sobre los relatos preexistentes no es cosa nueva: desde la caída del Muro de Berlín nos vienen hablando de la muerte de las ideologías. La novedad, en todo caso, fue una pandemia que dio vuelta todo, y con eso también aquello que se percibía como establecido. El agobio de un escenario distópico sedujo a muchos pibes a buscar salida a la desesperación en estos movimientos que, como la adolescencia misma, son venales, irracionales, caóticamente disruptivos y avanzan sin hacer demasiado control de daños.

Ese fue el contexto propicio para que las derechas de siempre se disfrazaran de sorpresa, aunque lo único sorpresivo del asunto no sean más que sus instrumentos. Celulares y computadores sirven como dispositivos para motorizar ideas que en Argentina, por cierto, no son para nada nuevas: desde la época de tus bisabuelos que estas sensibilidades buscan meter las patas en la fuente.

La realidad socialmediatizada permitió abrir ventanas digitales en tiempos de puertas cerradas, generando nodos de vinculación interpersonal que estaban vedados en la vida pública. Todo condujo invariablemente al inframundo de los trending topics que arriman videos y lecturas alienantes, muchos maridados con teorías conspiranoicas y banderas negacionistas.

A grandes rasgos, se pueden encontrar algunos hilos entre un malestar social propio del momento (con los jóvenes como protagonistas de las estadísticas más excluyentes) y ciertos núcleos marginales que trabajaron sus discursividades para atraer pibes: los detractores de las políticas de género, el aborto legal y los organismos de Derechos Humanos, los militantes de las fuerzas represivas y la libre portación de armas, los antivacunas, los que ven el «peligro comunista» en la pelada de Larreta y hasta los terraplanistas. Lo que el historiador Pablo Stefanoni planteó como pregunta en su ensayo: ¿La rebeldía se volvió de derecha?.

► Pelucas que se vuelan

Hasta que, de repente, aquello que se ofertaba como rebeldía y contracultura entra en eclosión por una discusión de Twitter entre quienes antes de ayer se proclamaban líderes del nuevo tiempo. Un conventillo entre cincuentones que sirve, también, para dejar en evidencia donde se clava el verdadero eje generacional de estas discusiones con olor a naftalina. En simultáneo, la platea sub30 observa el petardeo sin saber bien qué hacer.

Como en todo movimiento, su líder debe estar un paso más allá de sus acólitos para exhibir conducción y merecerse la autoridad. En ese frenesí, a Milei se le ocurrió que era buena idea defender el libre comercio de órganos humanos. «Es un mercado más», justificó. Por primera vez recibió cuestionamientos de su gente; especialmente de los jóvenes, nervio fundamental de la fuerza que lo sostiene.

Fue por esos días que uno de sus principales socios políticos acusó a su hermana por Twitter y todo se desmadró. En cuestión de días, sus contrincantes empezaron a empequeñecerse. Ahora hasta Sacachispas se le anima al León: «Con esa peluca se nota que nunca pisaste Soldati», tiró el club por donde más le duele, justamente Twitter, después de que Milei lo usara como metáfora de la baja estofa. El Lila, que bautizó su estadio con el nombre de Beto Larrosa, histórico puntero radical de Pompeya, había atendido semanas atrás a Gabriel Solano, del PO, como respuesta a un chiste similar. Dos golazos del CM de Saca en el soretero tuitero, donde muchos políticos se creen cancheros pero terminan manchados.

Con todo, nunca conviene tomarse estas expresiones a la ligera. Subestimarlas es un error imperdonable, pecados de progresismo moralizante. Según una encuesta difundida recientemente, en 1983, tras la vuelta de la Democracia, solo un 6,4 de la población se identificaba «de derecha», mientras que en 2017 la cifra subió al casi 30 por ciento. Un número que en 2022 podemos imaginar mayor.

No es nuevo que la derecha interpele a un trazo de la juventud argenta. Son ciclos históricos que se producen de manera pendular y con distintas intensidades. Aparecen, pretenden instalarse y, durante ese tramo, imponen o intentan imponer algunas de sus discusiones en la lucha por el sentido. Después queda a cuenta de cada tiempo generar los actores contemporáneos para esos fenómenos.

*Periodista (Universidad del Salvador). Escribe sobre rock y cultura joven en Página/12.

25/06/22 P/12