El juego
ZONA LITERARIA | EL TEXTO DE LA SEMANA
La violencia engendra violencia.
Anthony Burgess
Una ciudad cualquiera a pleno día. Un descampado. En el interior de un coche abandonado, un niño y una niña. Él tiene ocho años. Ella nueve. Él se llama Alfredo. Ella Isabel. Estudian juntos. Son amigos. Viven cerca y toman en la misma parada el autobús. Están en el recreo. Él ha ido a buscarla. Ella ha sonreído. Han bajado al patio. Han salido del colegio. Han dado un paseo. Han descubierto un coche abandonado. Él ha entrado primero. Se ha sentado al volante. Le ha dicho a ella que suba. Han cerrado las puertas. Él simula que conduce. Ella le mira.
El cielo empieza a estar nublado.
—Bruuuuum, brum brum, bruuuuummm —grita él sobre el volante—. ¡Agárrate! Vamos por la autopista a cien por hora, bruuum, a ciento treinta, bruuuummm, nos persigue un policía, acabamos de robar un banco… Nos va a alcanzar…
—¿Acabamos de robar un banco? —pregunta ella—. No es bueno robar, Alfredo, mamá que dice que no es bueno, que es pecado.
—Bahhh, tonterías —dice él—. Los padres son siempre aburridos. Solo saben trabajar, reñir, mandar… Olvídate ahora de ellos ¿vale? Nos persigue un policía… Cada vez está más cerca… brum bruuuuuuuuum… Hay que escapar…
—Tenemos que volver, Alfredo, se está acabando el recreo, ya vendremos otro día…
—¡No pasará nada! —grita él agitando el volante—. Todos los chicos llegan tarde a veces… Y este coche es estupendo… Bruuumm, brum brum, bruummmm…
—Yo quiero marcharme ahora —protesta ella—. Estamos lejos y además se está nublando…está a punto de llover… Mira esas nubes, nos vamos a empapar…
—Bah, las mujeres… siempre estáis igual, siempre llorando…
—Eso no es verdad.
—Pues deja de llorar ya de una vez. ¡Y agárrate!
—No estoy llorando —protesta ella—. ¿Me has visto llorar alguna vez? Di la verdad: ¿me has visto llorar?
—Claro que te he visto llorar… Cuando te rompiste la pierna al saltar la presa el otro invierno, por ejemplo…
—No eres justo, Alfredo, aquello fue distinto… Me refería a llorar a lo tonto, sin motivo… Aquel día me hice daño de verdad, ya lo sabes, me tuvieron que escayolar luego la pierna…
—Bueno, da lo mismo —dice él—. Yo me quedo un rato. Tú vete si quieres… Bruuum, brum brum, bruuuuuummmm…
Ella sale del coche y mira al cielo. Está por momentos más oscuro. Encapotado de enormes nubes grises. Él sigue al volante. Acaba de robar un banco. Le persigue un policía. Cada vez está más cerca. El piso del coche está lleno de jeringuillas y latas de cerveza. En el asiento trasero hay una chaqueta. Ella mira al suelo. Su vista se detiene en una mancha oscura. Se agacha. Es un trozo de jamón lleno de hormigas. Corren sobre él en todas las direcciones. No hay ninguna quieta. Él mira por el retrovisor del coche y descubre la chaqueta en el sillón. Se olvida del policía. Se da la vuelta y la coge. Hurga en los bolsillos. Ella siente una gota de agua en la cabeza. Se levanta y mira al cielo. Otra gota. En la cara. Está lloviendo. Pisotea el trozo de jamón lleno de hormigas. Vuelve a entrar al coche.
—¿Lo ves? Ya te lo dije: se ha puesto a llover. Nos vamos a empapar…
—No tenemos por qué ir corriendo a clase —dice él—. Todos nuestros compañeros llegan tarde alguna vez y no pasa nada…
—¿Pero qué hacemos aquí? —pregunta ella—. Este coche da asco, míralo, está lleno de porquería… latas vacías, jeringuillas… Seguro que vive dentro algún enfermo… Será mejor que volvamos aunque llueva.
—Mira lo que encontré en esta chaqueta, Isabel —dice él sonriendo malignamente—: una navaja… Estaba en un bolsillo… Así que no me lleves la contraria…
—Guarda eso y vámonos, Alfredo. Tenemos que volver a clase.
—Te he dicho que no me lleves la contraria… Puedo matarte… No es difícil, lo he visto en la tele… Un pinchazo en la tripa y se acabó…
—Deja de hacer el tonto y vámonos… No me gusta que me mires así, no me gusta este juego…
—No es un juego, Isabel… Voy a matarte… Estamos solos… Te dejaré aquí y jamás encontrarán tu cuerpo… A menos que seas buena…
—Yo me voy – dice ella -, vuelvo al colegio. Tú haz lo que quieras.
Ella se dispone a abrir la puerta. Él la agarra del brazo y le pone la navaja en el cuello. La mira furioso. Sigue lloviendo. Ella comienza a tener miedo. Afuera, un montón de hormigas pisoteadas flotan sobre un charco.
—No te muevas, Isabel, no quiero enfadarme. ¿Quieres morir? ¿Que te clave la navaja?
Ella le mira cada vez más asustada y llora.
—¿Qué te pasa? —le pregunta—. ¿Por qué haces esto? Me das miedo…
—¡Quiero que te quites la ropa! ¡Vamos!
—¿Para qué? ¿Qué pretendes hacer?
—Desnúdate ahora mismo o no sales de aquí, Isabel… Y deja de llorar ya de una vez… Te las dabas de valiente hace un momento ¿no? Decías que tú nunca llorabas…
—Se lo voy a decir a mis padres, Alfredo, se lo pienso decir, ya lo verás…
—¡No vas a decir nada! —grita él—. Si lo haces te arrepentirás. Te mataré otro día… Así que venga ¡desnúdate!
—Por favor…
—¡Desnúdate!
Ella llora y tiembla. Se quita el jersey. La camiseta. Tiene frío. Se baja la falda. Se agacha. Va a quitarse las botas. Ve una jeringuilla en el suelo. La coge sin que él se dé cuenta. Se incorpora. Se la clava en un ojo. Él suelta la navaja y grita. Se le nubla la vista. Se retuerce en el sillón del coche de dolor.
—Solo era un juego, Isabel, un juego…
Pero ella no escucha. Recoge la navaja y se la clava frenética en el pecho, en el cuello, en las piernas, en la espalda. Él deja de gritar. Cae sobre el volante. Está lleno de sangre. Ella también. Baja del coche. Llueve. Está medio desnuda. Tiene frío. Tira la navaja al suelo. La hierba está mojada. Dos cigüeñas pasan volando sobre su cabeza. Las nubes cada vez están más bajas.
(De: Mi vida en la penumbra, 2018)