Enfermos de lucro

Por Sebastián Fernández

La indignación moralista que desde hace una década ocupa la mayor parte de los programas políticos no sólo elude cualquier necesidad de prueba. Los kirchneristas, como antes lo fueron los peronistas de forma genérica, son descriptos como criminales, seres amorales o enfermos. No son decisiones políticas las que llevan adelante esos políticos tan detestados, sólo pulsiones psiquiátricas.

Hace un par de años, cuando Cambiemos recién iniciaba su gobierno y todo parecía posible, Margarita Stolbizer, pasionaria de la hotelería austral, mantuvo un asombroso diálogo con Alejandro Fantino, el conductor de Animales Sueltos:

-Margarita, ¿para qué CFK quería robar tanto?

-Era una enfermedad.

La respuesta generó por supuesto la inmediata empatía del resto de los presentes.

Lo más notable de la indignación moralista que desde hace una década ocupa la mayor parte de los programas políticos o de entretenimiento es que no sólo elude cualquier necesidad de prueba, ya que alcanza con repetir muchas veces que CFK se robó un PBI o incluso dos para que esa letanía tenga fuerza de ley, sino que, con similar pasión, prescinde de lo verosímil. Es por eso que los políticos, hoy los kirchneristas como antes lo fueron los peronistas de forma genérica, son descriptos como criminales, seres amorales o enfermos. La enfermedad imaginaria justifica cualquier hecho que la creatividad de nuestros medios serios asigne a esos políticos que tienen como tarea demoler. Incluso acciones contrarias al sentido común o a su propio interés.

Según lo que escribió Eduardo van der Kooy en Clarín pocos días después de la muerte del fiscal Nisman, “En ámbitos de inteligencia, policiales y diplomáticos otra especulación parece tomar cuerpo. ¿Cuál sería? La de que un comando venezolano-iraní (con adiestramiento cubano) podría haberse cobrado la vida del fiscal”. El delirio cinematográfico de un grupo comando binacional formado por venezolanos e iraníes y capacitados en la Habana para asesinar a un fiscal en Puerto Madero (¿Sus integrantes hablarían en farsi con acento caribeño?), no le generó duda alguna a uno de los periodistas de mayor renombre del país ya que de lo que se trata es de consolidar el mito de la locura y la criminalidad. No son decisiones políticas las que llevan adelante esos políticos tan detestados, sólo pulsiones psiquiátricas. Acordada esa premisa, todo es posible.

La indignación moral focalizada en el líder cuyo apoyo popular se pretende esmerilar elude la discusión sobre factores de poder, conflictos de interés o modelos políticos, ya que eso suele generar confrontación y de lo que se trata es de unir a los ciudadanos probos frente al mal absoluto de la corrupción y la patología. Permite también no tener que opinar sobre políticas específicas y dedicarse a denunciar intenciones satánicas o calamidades tan inminentes como esquivas.

No es un truco nuevo: hace casi 90 años, los conservadores también calificaban a sus opositores de «enfermos de lucro», salvo que en aquella época los chorros y populistas eran los radicales.

Sánchez Sorondo, ministro del Interior del golpista Uriburu, denunció luego de derrocar al presidente electo Hipólito Yrigoyen: “El robo descarado (…) de la época yrigoyenista que ha pasado, ya vomitada por el pueblo, al ghetto de la historia”.

Aunque debemos reconocer que en algo tienen razón tanto Stolbizer como el resto de los políticos que eligen el moralismo selectivo antes que el análisis político: si analizaran las iniciativas llevadas a cabo por Cambiemos en lugar de indignarse con los males imaginarios de CFK, hace rato que hubieran sido excluidos de los medios de comunicación.

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