Escribir desde un continente subalterno

ZONA LITERARIA| EL TEXTO DE LA SEMANA

Por Adrián Ferrero*

Me he consagrado (literalmente) a lo que mucha gente considera un pasatiempo, algo accesorio, simpático o inútil. Otros, una pérdida de tiempo a la que solo se dedican los vagos. Esto, como podrá apreciarse, sin embargo no me ha desalentado un ápice porque lo sigo haciendo y lo vengo haciendo desde que tengo registro de haberlo elegido. Tampoco no dejaré de hacerlo mientras me sea posible. Publicar tampoco es lo más importante, en mi caso.

Parcialmente hubo una herencia familiar de orden muy intenso, una estimulación (dato fundamental para el caso) y eso consolidó una vocación. Pero luego se convirtió en un oficio y luego para mí ya fue una profesión. Y cuando a circunstancias autobiográficas lo hago porque me parece que ser acompañado y haber tenido facilidades además del respaldo de una familia respecto de la escritura no es lo mismo que no haberlo tenido. Lo que no es sinónimo que de hogares hostiles a la escritura o indiferentes a la cultura literaria no hayan nacido grandes genios.

Escribir supone una serie de operaciones complejas, atención, concentración, en mi caso perfeccionismo y además una cierta dosis de exigencia que suele ser alta. También es para mí fundamental la formación, la información y la preparación. El aprendizaje con maestros de escritura, suele ser sumamente importante por todo lo que brindan a quienes son sus discípulos o alumnos, además de las puertas que algunos de ellos pueden llegar a abrir si son generosos. Y no solo escritores pueden ser grandes maestros. En mi caso particular también grandes académicos que abrieron puertas a un trabajo que de otro modo siempre hubiera permanecido arrumbado o bien en un disco rígido, o sin ser jamás escrito o no haber encontrado un estímulo para ser realizado y difundido mediante la publicación. También reconocido. Otro punto crucial en la vida de un escritor He conocido académicos sobresalientes del mundo que suelen acompañar y hasta fomentar el trabajo de los escritores y escritoras, esperando de ellas libros para ser reseñados, cuentos para ser publicados o bien estudiados. Motivo por el cual valoro esa profesión también inmensamente y jamás se me ocurriría descalificarla. Por añadidura, varios de ellos escriben también literatura. Motivos todos por los cuales no considero que un escritor deba ser reticente u hostil con un universitario ni con alguien que ha dedicado su vida a la investigación. Muchos de ellos dan un espacio notable a los creadores también en sus aulas. De modo que lo que muchos experimentan como un conflicto o cono un desprecio hacia una institución que por añadidura en nuestro país tenemos el inmenso privilegio de que sea pública, en verdad debería ser pensado en términos de una alianza. A lo que sumo además un respeto y una necesidad de responder a esa generosidad que a la que resulta como mínimo elemental por modales estar agradecido. Por otra parte, que un escritor lea libros académicos suele aportarle un notable capital simbólico, además de herramientas e instrumentos de análisis y perfeccionamiento de su pensamiento abstracto y sus competencia de tipo excepcional en ciertos casos. Hay académicos brillantes que pueden realizar aportes sustantivos a alguien que se está formando para ser escritor.

Escritura y docencia tampoco son prácticas sociales incompatibles por muchos motivos. Muchos escritores hemos sido o somos docentes. Y hemos dictado o dictamos a nuestra vez talleres de escritura, lo que es distinto pero guarda un cierto aire de familia. En tal sentido, el diálogo con quienes son los eventuales asistentes a nuestros talleres se vuelve primordial. Se trata de poder lograr la repercusión intensa que tiene la escritura en nosotros en otras personas que a su vez la multiplicarán. Esa sensación cuya gravitación ha tenido tanta injerencia en nuestras vidas puede ser transmisible mediante distintas estrategias que impacten en las personas. De ese modo, la escritura multiplica la escritura y la coordinación de un taller multiplica la escritura y enciende vocaciones.

Pienso que el amor a la vocación el fundamental. También cierta sensación de estima (pero no de egocentrismo o soberbia) porque de otro modo dejaríamos de escribir por oposición o desprecio hacia nuestro trabajo. Lo que no estamos dispuestos a tolerar los escritores o escritoras profesionales porque sencillamente no lo hacemos a nuestra vez con ninguna otra profesión cuando es realizada seria, honrada y dignamente.

Hay personas a quienes se les han abierto más puertas que otras. Que escriben mejor. Que han nacido en ciudades o países en los que la escritura suele ser menos descalificada o incluso hasta enormemente valorada. Que son más talentosos. Pero mucha gente piensa que escribir consiste en hacer libros para leer en la playa y que se trata de una tarea muy sencilla. Suele ser gente sumamente ignorante porque no sabe lo extremadamente difícil que es escribir una novela, un cuento o un poema si uno lo hace profesionalmnente y con sentido de la responsabilidad, además de respondiendo a ciertas premisas éticas e ideológicas. También las ideas no siempre llegan de modo que hay que buscar ciertas estrategias (que no siempre resultan por otra parte) para que la escritura sea propicia en el medio de un tembladeral de momentos en los que literalmente vivimos con el papel en blanco o sin ver en nuestras pantallas ninguna clase de producción escrita. Eso sí nos puede desalentar pero solo transitoriamente. Jamás pensaría por eso que debo abandonar la escritura sino que la escritura se ha tomado unas vacaciones saludables y regresará como se regresa uno de un viaje o simplemente de un plácido descanso que puede dilatarse durante un tiempo más o menos extenso, más o menos razonable.

A todo ello sumo que escribir supone tomar decisiones de orden ideológico, motivo por el cual eso nos enfrenta a otras personas o grupos de personas de distinta índole según el tema sobre el que escribamos. Porque sencillamente nos enfrentamos a ideologías que no comulgan con nuestros puntos de vista manifestados y plasmados en una forma que puede ser leída, reflexionada y elaborada mediante el pensamiento abstracto por otros a los que les resulta convincente. Suelo ser indoblegable con el mal y los corruptos, además de con la gente que explota al prójimo o es violenta. Hay muchas formas de ejercer la violencia. Una de ellas es la indiferencia hacia las personas. Gesto hacia el que muchos gobiernos o conjunto de bloques de países alineados suelen ser afectos en situaciones de conmoción social o bien de indigencia por parte de ciudadanos. Sintetizando: escribir nos puede meter en problemas. Y graves.

América Latina sabemos que está sometida desde tiempos inmemoriales a naciones cuyo poder ha crecido y el nuestro en cambio cada vez se vez más ha decrecido. Desde dependencia económica hasta apropiación colonial mediante la fuerza o mediante medios financieros con un poder aplastador la tarea suele ser persistente. Esta circunstancia hace de nuestro continente y de nuestro país en particular un espacio en el que escribir sea particularmente complejo para analizar si uno es sincero y no se maneja por conveniencia ni connivencia con el poder. Hasta la literatura está colonizada porque los grandes grupos editoriales suelen ser dos o tres que han comprado al resto de las medianas o pequeñas. Hay una hegemonía editorial. Suelen publicar a unos pocos autores y autoras que no cuestionan el demasiado el sistema porque si lo hacen estarían difundiendo una cierta clase de ideología hostil y disfuncional a sus propios intereses. Por otra parte, hay creadores coherentes que se niegan a publicar en ciertos medios o editoriales por principios y por razones ideológicas, no sólo de eventual exclusión. No obstante, resisten iniciativas independientes que aún apuestan a la buena literatura y al pensamiento crítico. Y existe el periodismo crítico que resiste que le da espacio a la literatura o más ampliamente al arte. Y resiste cierto sistema de circulación mediante redes sociales o bien la Internet que da la posibilidad de que ser leído no constituya un imposible, pese a no integrar el catálogo de las editoriales hegemónicas o los grupos intelectuales de los centros urbanos de la metrópoli, que suelen estar integrados por ghettos y ser sumamente despectivos cuando no peyorativos con creadores de otras zonas del país.

Hay escritores del así llamado “interior” (palabra que no sólo me resulta inapropiada sino imprecisa en su uso además de objetable por donde se la mire) que trabajan muy seriamente y han ganado premios internacionales o becas que les han permitido viajar al extranjero. Otros simplemente, como dice María Elena Walsh, “viajan en libro” y aprenden su fisonomía a través de su patrimonio estético. También a través de láminas, filmaciones o fotografías en estos tiempos en que el universo virtual aparentemente (y solo aparentemente) ha acercado tantos bienes o representaciones de bienes. También uno pude apoderarse del idioma del opresor. Eso también es una forma de evitar que el colonizar se apropie del capital simbólico por completo porque supone, de alguna manera, poner su lengua y su poder simbólicos al servicio de quienes escriben desde un espacio de supuesta debilidad financiera, de desarrollo o geopolítica. Hablar el idioma del opresor, traducirlo y traducir a ciertos creadores en particular puede ser una actividad sumamente transgresora además de cuestionadora del opresor.

También escribir sobre él en nuestras palabras sobre sus creadores que han sido disidentes dentro de esas naciones puede resultar sumamente irritante además de eficaz a la hora de difundir y afianzar a nuestros países porque tomamos de ellos solo lo que nos conviene, lo que es funcional a nuestra cultura y nos apoderamos de ese capital que puede llegar a tener una potencia arrasadora y letal. Ha habido grandes creadores que no han estado dispuestos a aceptar las normas que se aspiraba a imponerles y resistieron también desde la escritura haciéndolo en la lengua del opresor, esto es, con palabras aparentemente importantes, obras que impugnaron la cultural oficial de los países de los cuales eran ciudadanos. A ellos hemos apostado cuando han sido disidentes. Y realizar lecturas de sus obras desde una mirada específicamente argentina o latinoamericana resulta una forma singularmente clave para lograr conquistar bienes simbólicos que sean no digamos infalibles pero sí lo suficientemente combativos como para colaborar en orden a fundamentar argumentos o hipótesis cuando se realizan análisis en torno de la violencia simbólica o física, pero también cultural. En estos términos concibo la crítica literaria o la crítica cultural y en estos términos muchos creadores consideran que escribir crítica literaria o escribir literatura a partir de la literatura de otros países constituye un modo de resistencia o bien abiertamente combativo desde el orden de lo simbólico.

No menos relevante resulta realizar lecturas sobre autores de nuestro país y nuestro continente. Es una forma de hacer circular desde lo colaborativo puntos de vista que son alternativos a los más retrógrados de las naciones centrales o los que pretender ser impuestos como únicos, esto es, desde la univocidad. Esta fortaleza puede aportar a un país soberanía y patrimonio cultural o un a continente que conocen su cultura literaria y, al mismo tiempo, la estiman y la valoran. Ello les hace tomar consciencia de la fortaleza de su identidad. De su poder como espacio de producción de conocimientos, ideas o arte. Y constituye la plataforma a partir de la cual un conjunto de personas que pueden experimentar la orfandad cultural si son escritores o lectores si aspiran a estudiar, aprender o instruirse también experimenten su capital nacional o continental. Un capital cultural que les permita reconocerse como ciudadanos de un país o de un continente con una cultural literaria o intelectual que existe, que los sostiene y los expresa bajo la forma de representaciones sociales no sólo literarias sino de intelectuales. Y mediante una determinada clase de lengua literaria.

En estos términos definiría el oficio de escritor, de crítico y el resto de las prácticas sociales a las cuales hice referencia más arriba. Y que no son ni un dilema, ni una disyuntiva ni siquiera una forma de la distancia crítica sino simplemente formas de que una cultura, en este caso literaria, pero que puede expresar otros contenidos y a otros grupos o de artistas, o de políticos, o de cualquier naturaleza, se sientan menos solos. La escritura es también eso. Compañía, solidaridad e identidad colectiva.

* Adrián Ferrero nació en La Plata en 1970. Es escritor, crítico literario, periodista cultural y Dr. en Letras por la Universidad Nacional de La Plata. Publicó libros de narrativa, poesía, entrevistas e investigación.

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