Ficciones

Por Eduardo Fabregat

María Eugenia Vidal habla con una vecina de City Bell (y pronuncia «City» casi como una estrella de Hollywood). Se la ve bien peinada y maquillada pero preocupada, un minuto de calma en el fárrago de actividades para «ir al llano» –por teléfono, pero algo es algo– a ver qué pasa con eso de la inseguridad, qué puede hacer, aseverar que está para ayudar. Gesto preocupado otra vez. Gesto comprensivo, la mirada que se posa más allá en la búsqueda de entender. Todo estaría bien si no fuera por esa maldita taza que tiene la mala idea de cambiar de color en el medio de la espontánea conversación.

Es una buena vara para medir la debacle de Cambiemos: aquello que fue un pilar para su llegada a la Casa Rosada, la comunicación, muestra señales de un agotamiento que ya no es solo conceptual –eso también– sino de formas. Como cuando alguien va a dejar una casa y ya no se preocupa por la canilla que gotea, la mancha de humedad o la baldosa floja. Todo el que vio el videíto de la gobernadora advirtió de inmediato el detalle de la taza; nadie de su generoso grupo de asesores y formadores de imagen lo vio. Eso, o un topo kirchnerista ríe disimuladamente entre las cortinas de La Plata.

 

https://youtu.be/-bxCkudtyr8

 

Hubo otro videíto poco favorecedor, ese en el que el presidente Macri anunció un acuerdo que estaba muy lejos de concretarse: la inmediata disparada del dólar fue una contundente respuesta, pero el mandatario, mal acostumbrado a que toda pieza comunicacional de su gobierno, aun la más delirante, contará con el apoyo del sistema mediático que blinda sus dislates desde hace tiempo, volvió a la carga.

El discurso del lunes por la mañana, mal anunciado y peor concretado, fue otra señal de que las ficciones amarillas han derivado a un sepia sucio. Todo remitía a las peores expresiones del cine argentino más acartonado y sobreactuado. El tono compungido. Las apelaciones al corazón y el mohín de hombre que sufre por las decisiones que debe tomar, contrarias a su benigna voluntad. Cuando parece que no se puede dar una imagen más endeble, el suspiro ridículo. Mauricio Macri nunca se distinguió por su oratoria y ya es tarde para que sus asesores consigan que no tropiece cada dos frases o pueda pronunciar bien. Pero el mensaje grabado (¿cuántas tomas se realizaron para llegar a eso?) fue más allá de sus deficiencias con la palabra hablada. Si en su origen Cambiemos supo sincronizar lo que decía con los reclamos de una sociedad que no soportaba ciertas actitudes y medidas de Cristina Fernández de Kirchner, y con eso llegó donde llegó, ahora muestra un desfasaje con la realidad que lo ubica en el mismo escritorio de Fernando De La Rúa: el hombre que aseguraba que el Blindaje nos iba a proteger de todo, el que daba una palmada en la mesa para fingir firmeza, el que dijo «Qué lindo es dar buenas noticias» poco tiempo antes de huir en helicóptero con 39 muertos en su conciencia.

Curioso rulo de sus propias acciones: Cambiemos, que a través de su soldado Hernán Lombardi se encargó de paralizar las producciones de la industria audiovisual, es hoy un generador de puras fantasías animadas. Como un mal teleteatro en el que durante 170 capítulos sucederán toda clase de calamidades, para arribar al futuro venturoso en los últimos cinco.

Pero un pueblo hambreado no resiste tantos capítulos esperando la bonanza. Y se puede volver de muchas cosas, pero el ridículo finalmente pone en evidencia hasta a aquellos que parecían protegidos contra todo. ¿Aguante la ficción? En este caso, no.

03/09/18 P/12