Intervenciones

Por David Brooks

El encargado del hemisferio occidental de la Casa Blanca declaró en un foro en Cartagena la semana pasada que hace 40 años Estados Unidos habría hecho todo lo posible para evitar la elección de Gustavo Petro, y una vez ante alguien como él en el poder, hubiera hecho casi todo lo posible para sabotear su gobierno.

Pero eran políticas de la Guerra Fría, argumentó, y hoy día para el gobierno estadunidense, ya no importa la ideología… sino sólo si un gobierno es elegido y gobierna democráticamente.

Algunos resaltaron la honestidad de la declaración de Juan Gonzalez y dieron la bienvenida al mensaje de que Washington ya no buscará intervenir en otros países por diferencias ideológicas. Pero para otros, sólo confirmó que Washington continúa proclamando que es juez y jurado sobre quién es democrático o no, y detrás de eso, mantiene su derecho implícito a intervenir.

Y en los hechos, Estados Unidos no sólo sigue interviniendo en todo el mundo sino que, si hablamos sólo de intervenciones militares, lo está haciendo más frecuentemente que nunca en la era de la pos-Guerra Fría, o sea, en los últimos 40 años.

Estados Unidos ha realizado casi 400 intervenciones militares –definidas como aquellas que incluyen tanto despliegues como amenazas de uso de fuerza, operaciones encubiertas y otras de bajo perfil– desde 1776 hasta la fecha. La mitad de esas intervenciones ocurrieron entre 1950 y 2019, y más de un cuarto del total ocurrieron desde el fin de la Guerra Fría según una nueva investigación del Military Intervention Project (MIP) de la Universidad Tufts resumida en Responsible Statecraft.

Del total de intervenciones militares, 34 por ciento fueron contra países de América Latina y el Caribe, según MIP. Los directores de ese proyecto señalan que “con el fin de la era de la Guerra Fría se esperaba que Estados Unidos hubiera reducido sus intervenciones militares en el extranjero… pero estos patrones revelan lo opuesto. Estados Unidos ha incrementado su involucramiento militar en el extranjero”. (https://sites.tufts.edu/css/mip-research/)

Todo esto no incluye otras formas tradicionales de intervención en otros países como las operaciones de inteligencia, y proyectos de apoyo a fuerzas opositoras dentro de otros países que, bajo diversas justificaciones y disfraces, usan fondos de Washington no sólo para influir la política interna de sus países, sino en los casos plenamente documentados de Cuba y Venezuela, entre otros, con el fin de promover cambio de régimen hasta hoy día.

¿Washington aceptaría programas impulsados por otros gobiernos para influir en su política interna, incluyendo fomentar disidencia política y hasta acciones directas con el propósito de promover un cambio de régimen? ¿Aceptaría que otros países invirtieran millones de dólares en nuevos centros y ONG dentro de su territorio dedicados a juzgar y promover cambios en su Constitución, en su sistema de justicia, en asuntos de derechos civiles y humanos? Tal vez debería de ofrecerse asistencia directa a Estados Unidos para la defensa de su democracia que ahora está bajo amenaza existencial.

Tal vez es hora que los opositores del intervencionismo alrededor del mundo se rencuentren con las figuras y fuerzas antimperiales dentro de Estados Unidos a lo largo de su historia, entre ellos el gran abolicionista afroestadunidense Frederick Douglass, quien se proclamó contra la guerra contra México a mediados del siglo XIX; Mark Twain, quien ayudó a fundar la Liga Antimperialista a fines de ese siglo, seguidos por Emma Goldman, Helen Keller y el líder socialista Eugene Debs en contra del juego imperial de la Primera Guerra Mundial, y décadas más tarde con el antimperialista Martin Luther King durante Vietnam, y más recientemente los incontables opositores a las intervenciones estadunidenses en Sur y Centroamérica, Medio Oriente y África durante los últimos 40 años, y con ello poder proclamar juntos que los jueces de la democracia deben ser los pueblos, y no los que tienen más dólares y armas.

La Jornada