La cumbre y la soberanía

Por José Blanco

Como en un trip on LSD, Estados Unidos se embarcó en una eufórica ensoñación: a partir de los años 1990, con la caída de la URSS, el reino de la tierra sería enteramente suyo; su poder sería incontestable y viajaría inmerso en la eternidad. Habría, desde los años de fin de siglo, percances fastidiosos como Irak, Kuwait, Somalia, Bosnia, Sudán, Afganistán, Yugoslavia, Yemen, Irán, Libia y más, pero por eso tiene sus soldados bien nutridos que ponen orden matando a los alborotadores in situ.

EU se aplicó a fondo a la creación en firme de su reino, al finalizar la Segunda Guerra, comenzando con Europa. Los ingredientes son conocidos: el american way of life penetró con filo en todos los ámbitos de las culturas del viejo continente: cerca de 9 mil establecimientos de McDonald’s; el volumen del cine de EU duplica al de la Unión Europea (UE) en el mercado europeo; la industria musical gringa, predomina a sus anchas. Además, la sujeta de formas más profundas: EU creó en la hoy UE, hasta la fecha, 452 instalaciones militares; 219 del Ejército, 55 de la Marina, y 180 de la Fuerza Aérea. No obstante, persistieron algunos alegatos libertarios provenientes de Francia y, más profundos, aunque menos mediáticos, de Alemania, que se acercó a Rusia a través de sus cancilleres, quienes construyeron la dependencia de Alemania respecto del carbón, el gas y el petróleo rusos, especialmente Gerhard Schröder y Angela Merkel. Ahora entran al redil, alegremente, Suecia y Finlandia.

La guerra en Ucrania confirmó quién tiene el mando en la UE: la OTAN-EU. A la alemana antirrusa Ursula von der Leyen le salieron mal las cuentas. Dijo que las sanciones a Rusia serían las más duras de la historia y que «poco a poco, acabarían con la base industrial de Rusia». No resultó: a la Comisión Europea, que preside, le fue imposible dar órdenes a sus estados miembros sobre qué no comprar o vender; ignoró a Alemania e Italia que insistían en que se tuvieran en cuenta los empleos y la prosperidad nacionales. Los errores de cálculo abundaron: contra el deseo de EU, el rublo subió 30 por ciento, entre el 6 y el 30 de abril.

Los funcionarios de la UE parecen saber poco sobre los objetivos de guerra que EU estaría buscando: no sólo la defensa de Ucrania, sino el debilitamiento definitivo del ejército ruso. EU ha tomado directamente el control. Lo muestra al desnudo el viaje de los secretarios de Estado y de Defensa estadunidenses a Kiev y el hecho de que, de regreso, se detuvieran en la base área de EU en Ramstein, Alemania, donde reunieron a los ministros de Defensa de 40 países, a los que se les había ordenado presentarse para prometer apoyo para Ucrania y lealtad nítida a EU. De forma notoria, la reunión no se convocó en la sede de la OTAN en Bruselas, sino en una instalación militar de EU. La UE está diligentemente atenta a la orden civil o militar de EU, cargando con gran parte del costo de la guerra, sirviendo para contener a Rusia (y a China para más adelante), y fortificar así el reino capitalista de Occidente para EU y en segundo plano para la UE.

Parece claro que EU también quiere contener a Rusia (y China) en América Latina (AL). Estos dos países han ido demasiado lejos en la construcción de sus relaciones con el subcontinente, según EU. Crear esa contención puede ser el propósito hasta ahora no declarado de Biden para la novena Cumbre de las Américas. Pero, mientras la UE se muestra diligente, hay voces en AL que expresan proyectos y caminos propios, nacidos de su circunstancia histórica, que muestran posturas inesperadas para el mandamás. No son voces contra EU, sino a favor de unos proyectos cercanos a los pueblos del subcontinente. AL requiere un mayor espacio para actuar internacionalmente y mayor fuerza para hacerlo. Debe, por tanto, actuar de consuno y sin exclusiones.

Hay barruntos de un nuevo latinoamericanismo que busca aprender de la marea rosa del pasado reciente. AMLO ha empeñado su prestigio en este propósito, y lo ha hecho Lucho Arce empeñando el prestigio del gobierno boliviano. Lula da Silva ya está en esa ruta. Y puede haber un nuevo socio con Petro Urrego en Colombia. Desde su pequeño y digno cargo se ha sumado Gaston Browne, de Antigua y Barbuda, y Xiomara Castro, desde Honduras. Chile y Argentina parecen no estar en la condición interna de tomar esa decisión. No son claras las posturas de sus gobernantes. Perú no sale de su embrollo interno.

La Cumbre de las Américas es lo que es: una reunión de todos los países de América. No una con un anfitrión que decide a quién invita. La primera condición de la soberanía es que sea creída por el país que la reclame. ¿Ve EU una relación entre los excluidos –Cuba, Venezuela y Nicaragua–, y su causa mayor de hoy día, que es la contención de Rusia y China? Tal vez sí, pero su argumento sobre la democracia es futilidad y nada más. Su decisión de excluir es un acto de poder. Es, por tanto, un impulso a la formación de un latinoamericanismo cada vez más soberano.

La Jornada