Las noticias y el problema de a quién uno escucha

Por Diego Pietrafesa

¿Leíste en los grandes medios que los gendarmes gritaron “Tenemos a uno” el primero de agosto? Un solo “no” basta para entender que la libertad de prensa no es solo un problema de –algunos- periodistas.

Un día nos habrán convencido de que la mierda es jugo de arándanos y allí estaremos todos, en la boca de la cloaca desde la madrugada, haciendo la fila con un vaso. Mientras tanto, intentemos repetir como plegaria aquél mantra de Bartleby, el escribiente: “preferiría no hacerlo”. No acostumbrarse es el primer acto de rebeldía.

Breve test, respondamos “sí” o “no” a las siguientes preguntas:

¿Leíste en los grandes medios que los gendarmes gritaron “Tenemos a uno” el primero de agosto?

¿Leíste en los grandes medios que Prefectura hizo pericias en el “territorio sagrado”, supuestamente inexpugnable?

¿Leíste en los grande medios que aquella madrugada en Pu Lof los gendarmes prendieron fuego todas las pertenencias de los mapuches?

¿Leíste que volvieron a prender fuego los campamentos de las comunidades que denunciaron al juez Otranto en Esquel?
Y podríamos seguir…

Un solo “no” basta para entender que la libertad de prensa no es solo un problema de –algunos- periodistas. Una voz que callan (despedidos, precarizados o silenciados, suman más de 4.000 en los últimos dos años) es una herida transversal a ideologías. Y los riesgos son enormes.

Porque escuchamos que “mataron a Nisman para que no vaya al Congreso” es que nos parece posible la teoría del crimen. Haya o no haya sido suicidio, la premisa ya condiciona el razonamiento público. Ocurre que el acto legislativo del fiscal carecía de toda relevancia judicial. La fortísima acusación ya estaba en Tribunales, con todas las pruebas que Nisman consideraba pertinentes. Si la idea era impedir que se acusara a la Presidenta, los sicarios llegaron tarde. Pensemos como frente a Netflix: el Gobierno se entera de que le van a caer con delitos gravísimos, entonces manda a dos expertos a matar al denunciante… después.

Porque escuchamos que Santiago no estaba, que estaba pero al servicio de una guerrilla financiada desde Londres, que también cobraba un plan “descansar” de 40.000 pesos mensuales, que pertenecía a un grupo que trafica cocaína a través de la Cordillera, que era sobrino de Vaca Narvaja y montonero, es que toleramos la hipótesis del “sacrificio” (está escondido por amor a la causa) y la desaparición programada como estrategia kirchnerista para sacar rédito político. Un gendarme admite ahora que “tiraron corchazos”, a otro se lo vio en un video gritar “tiren al negro”, otro declaró que “disparé a una sombra” pero resulta que los que mienten son los testigos.

Se admite en la prensa oficial que en los despachos de la Casa Rosada no cunde el pánico: el Gobierno asegura que lo ocurrido en el sur tiene (sic) costo cero. Pera mejor (o peor), la noticia está “amesetada”, agrega la tribuna de doctrina. De costos y curvas de incidencia saben, sí. Analizan una desaparición forzada como una variable financiera. Y lo hacen impunemente porque tienen cómo apabullar.

Perdonen que insista: el problema es a quién uno escucha. Se prohíbe la resignación, la pereza y el desánimo. Se insta a buscar. Busquen, porque hay. Y cuando encuentren, apoyen, sostengan, aporten. Mañana será tarde. Que al menos podamos decir que lo intentamos.

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