Manuel Puig: acerca de malentendidos argentinos
ZONA LITERARIA | EL TEXTO DE LA SEMANA
Por Adrián Ferrero*
Me propongo en el presente artículo ensayar un abordaje de la poética de Manuel Puig con pinceladas biográficas, en especial procurando deslindar qué circunstancias pueden haber resultado más sensibles y más irritativas para la sociedad de su tiempo histórico para que fuera o bien postergado del canon de la literatura nacional, o bien prohibido y censurado o bien sufrido amenazas en virtud de la publicación de algunas de sus obras. Estas zonas suelen resultarme las más interesantes (si bien son las más dolorosas para sus creadores, lamentablemente) tanto como las más inquietantes para comprender las poéticas (tampoco las únicas). Suelen decir mucho acerca de los contextos en los que esos proyectos creadores nacen y se despliegan como de las poéticas y los productores culturales que las realizaron. También de la actualidad en la que nos toca vivir. Con el corpus de Manuel Puig, ahora ya cerrado. Con varios años de acaecida su muerte (1990), este conjunto de circunstancias nos permite trazar un balance más o menos imparcial acerca de su trayectoria tan accidentada como plagada innecesarios agravios. Por otra parte, considero tarea primordial de la crítica, si es honesta, precisamente poner el acento en estas zonas de la cultura literaria y de la biografía de sus creadores. No solo las más felices ni las exitosas. Y también concentrarse en autores que no fueron precisamente bienvenidos por sus contemporáneos y destratados. Esto habla también de la ética profesional de un crítico.
La biografía y la obra de Manuel Puig (1932-1990) han estado rodeadas, en efecto, de evitables hostilidades, escándalos y agresiones de las que fue objeto por motivos que procuraré esclarecer en la medida de mis posibilidades. Ninguna de todas estas actitudes hacia Puig es justificable.
Puig pasó su infancia y su primera adolescencia que literalmente (según lo declaró) recuerda como un infierno en General Villegas, un pueblo de la Provincia de Buenos Aires. Supo declarar de ese lugar: «El pueblo era como un western. Una película que yo había ido a ver por error, y de la que no podía salir». Este sufrimiento se debió a su condición de homosexual, condición que por otra parte asumió tempranamente. Su madre era una mujer de avanzada para la época. Diplomada en Química, trabajaba en el Hospital Regional de la zona. Fue la que inició a Puig en el amor por el cine hollywoodense.
Más tarde Puig se traslada a Buenos Aires a realizar su escuela secundaria. Luego de iniciar sucesivos estudios superiores llega a la conclusión (provisoria al menos) de que su destino estaba en la formación cinematográfica. Por esa misma razón se viaja a Italia. En los estudios Cinecitá estudiará guión y filmación. Pero su destino era indudablemente la literatura. O, en todo caso, en un cruce en el cual, de modo inteligente y originalísimo, una poética se serviría de recursos de otros códigos, precisamente del cine sobre todo (pero también de otros) con el objeto de la consolidación de un proyecto creador que articulará, tal como lo han señalado estudiosos como Ricardo Piglia, neovanguardia con folletín o, agrego yo, concretamente el melodrama. De hecho muchos de los subtítulos de sus novelas estarán encabezadas por esas o similares mismas palabras.
Puig llevó una vida migrante. Residió en Roma, París, Londres, Estocolmo, México, Nueva York, Río de Janeiro y Cuernavaca, donde una peritonitis aguda que se agravó lo condujo al un infarto mortal. La migrancia, la puesta en diálogo con tantos idiomas (fue traductor, por ejemplo, de subtitulados) y culturas también literarias, cinematográficas y sociedades vuelven incuestionablemente a la poética de Puig un exponente de recursos rodeado de matices cosmopolitas. Esta circunstancia marcaría un contrapunto evidente con su origen en un pueblo, lo que metaforizaría como un espacio de parálisis también de ideologías, aunque más tarde Bs. As. de seguro ampliara esas fronteras.
Manuel Puig fue candidato al Premio Nobel, por la radical originalidad y la excelencia estética de su producción. Ello se pone de manifiesto de muchas maneras. Entre otras, en la gran cantidad de adaptaciones al cine de sus novelas tanto en Argentina como en el extranjero (pienso en «Boquitas pintadas», de 1974 y en «Pubis angelical», de 1979, solo en nuestro país). También en otras iniciativas en torno de su producción literaria nacional y también el mundo. Hubo comedias musicales y obras de teatro. Porque no todo el mundo sabe que Manuel Puig además de efectivamente haber escrito guiones de cine, tiene un teatro espléndido, integrado, entre otras obras, por «Bajo un manto de estrellas», «Misterio de rosas», «Triste golosina macho» y «Un espía en mi corazón», además de una versión de «El beso de la mujer araña». Motivo por el cual ya nos encontramos en este caso con tres géneros literarios bajo la misma diégesis: la novela, el guión teatral y el cinematográfico, por más que el guión de cine no corriera por su cuenta. Si bien resulta evidente que la índole misma de la novela abre la posibilidad a muchas manifestaciones bajo los mismos contenidos, no obstante que se hayan realizado confirman esta circunstancia. Hubo otras obras de teatro que no cito pero que también fueron escritas por Puig y puestas. Este autor también adaptó al cine, el cuento «El impostor» de Silvina Ocampo. De modo que también, entre este completísimo repertorio de prácticas, también podemos incluir la de adaptador.
Entre esa infancia confinada en un pueblo tan asfixiante como difícil y la otra vida plagada de apertura al mundo (aunque fuera solitaria y sin lugar a dudas con momentos de desamparo o extrañamiento, además de estar distante de los afectos), con viajes y estancias en espacios tan remotos, esta circunstancia, sumada a su veneración por el cine de las divas de Hollywood se articulan para dar por resultado una poética singular. En efecto, Puig supo afirmar que lo que lo había salvado de ese espacio malicioso, chismoso y pérfido de su pueblo habían sido las visitas al cine. Allí llegó a asistir al mejor cine de Hollywood con flexión en la industria cinematográfica de la figura de la mujer bajo dos manifestaciones que ya han sido leídas del siguiente modo: o esa mujer es la figura independiente, autónoma, capaz de dominar al varón, doblegarlo por un poder de determinación que la hace destacar por encima de cualquier variantes que aspire a someterla. O bien es la muñeca rubia sin demasiadas luces, cuyo ascendente reside, en todo caso, en el brillo por su encanto y la seducción que provoca. Aún así se trata de destellos que la hacen ejercer un ascendente. Porque quien seduce es capaz de dominar en este caso puntual al macho y de superar al resto de las mujeres, en muchos casos sumisas y, quizás, poco atractivas. Incapaces de atraer de fascinar del mismo modo. Esta pasión de Puig se pondrá de manifiesto en algunas de sus obras (no en todas) pero sí tendrá una buena cinemateca en sus casas provista de films de este género. Por otro lado, evidentemente para incorporar a la ficción ciertas películas resulta imprescindible conocerlas en profundidad. Motivo por el cual es necesario un acceso frecuente a sus diégesis. Diera la impresión, tal como ha sido señalado por expertos, que en Puig la biblioteca ha sido suplantada por la cinemateca. Lo que no es sinónimo de que Puig no gozara de conocimientos de cultura literaria. Por otra parte, el acceso a guiones de cine y la traducción de subtítulos, tarea a la cual él se abocó durante una etapa, a lo que naturalmente sumamos su experiencia como espectador, da la pauta de alguien que pese a no ser bibliófilo sí gozó de acceso a la ficción, lo que estimo constituye el punto capital.
Manuel Puig ha referido la anécdota sobre cómo se produjo su ingreso al universo letrado de la alta literatura que supusiera el abandono por el otro, el del cine. Cierto día comenzó a «escuchar» la voz de una de sus tías. Eso lo llevó a tomar una lapicera, sentarse a «escribir» esa «voz» evocada (aunque no contara con todo el argumento de la historia) y a partir de ese momento nada detuvo su trabajo porque había comprendido su verdadera vocación. Ya había descartado la otra. En efecto sabía y podía narrar en otros términos. Que en la narrativa literaria se cifraba su destino. Su ingreso en la literatura, estrictamente hablando, fue tardío. Tenía 32 años. Y, al mismo tiempo, conocer corrientes del cine neorrealista italiano que tanto lo habían desencantado al llegar a Cinecitá (el hegemónico durante su etapa de estadía en los estudios), hacía contrapunto con el que lo había atraído (y en el cual tenía una formación como aficionado) desde su adolescencia. Ambas corrientes cinematográficas no guardaban puntos de contacto en lo absoluto: uno de denuncia, que asistía con malos ojos a la que consideraba una industria cultural alienante y clase B. No obstante, Puig supo demostrar que podía hacerse con ese cine otra cosa. Y otra cosa de carácter novedoso y hasta vanguardista. No solo no alienante sino precisamente todo lo contrario: que mediante una nueva ideología de la forma abriera los ojos a nuevas perspectivas creativas también desde el plano de la ideología.
Me concentraré ahora en las dos novelas de Puig que resultaron no necesariamente más complejas desde el punto de vista constructivo y de su elaboración pero sí problemáticas en su recepción, concretamente en Argentina. Al punto de que fueran censuradas. Más tarde se editaron y vendieron con sumo éxito, hubo musicales, teatro, films. Este aplauso indudablemente habla de que, tal como lo ha estudiado Teoría de la recepción en los estudios literarios, las condiciones sociales y el tiempo histórico han que las repercusiones sobre los lectorados se vayan modificando. Porque las ideologías sociales cambian. Sin embargo, ambas evidentemente tocaron raíces profundas que se consideraban inamovibles y que Puig vino a sacudir. Si en toda sociedad asistimos a procesos de resistencia a los cambios y a otros de dinamismo social en todos los planos (y no me estoy refiriendo al de género sino a todos los de dimensión social) este de Puig se enmarca en otros de una índole que lo contienen. El de un statu quo que aspira a mantener la vida de protagonistas y figuras satelitales siempre en el mismo espacio sin mutaciones. Por el mismo motivo, que no existan modificaciones de ninguna clase asociadas a la socialización.
Ya en 1973 Puig había recibido amenazas telefónicas por parte de la Triple A con motivo de la publicación de su novela «The Buenos Aires Affaire». Habría otros casos de persecución, discriminación o repudio. Lo cierto es que la ideología política y literaria de Puig serían siempre polémicas. Ello quedó demostrado a lo largo de toda su trayectoria. Se proyectó durante largos años, incluso después de su muerte, pero no en el extranjero, donde sus libros eran best sellers.
Cuando él escribe abiertamente sobre la homosexualidad, en la novela «El beso de la mujer araña», tan luego publicada en 1976, prohibida automáticamente por la dictadura militar argentina (que a mi juicio estéticamente no se trata de la mejor de sus novelas), es indudablemente valiente y temerario. En lo personal me parecen superiores, por ejemplo, «Pubis angelical» o «Maldición eterna a quien lea estas páginas». No obstante, este se trata de un juicio crítico que desde mi espacios subjetivo asocio a una poética singular en esas novelas. Pero para muchos sí lo fue por motivos precisamente extraliterarios. Fue una de sus novelas más revulsivas y causó un impactó sin precedentes. Esto es: la frontalidad con la que la homosexualidad fue puesta sobre el tapete, indudablemente, también a partir de técnicas novedosas. No se trata de un denuncialismo ramplón del machismo o el patriarcado. Puig lo hace desde procedimientos y técnicas como siempre innovadores. En esa novela un preso homosexual comparte la celda con un militante político perseguido por la dictadura. Dado que el militante político está siendo maltratado y se le hace ingerir veneno sin advertirlo, lo cierto es que el preso homosexual le da alimentos y le brinda cuidados. Le narrará también, al estilo de «Las mil y una noches» argumentos de films de Hollywood, motivo por el cual nuevamente asistimos a este cruce entre cine y cultura literaria y cultura letrada y cultura de masas. Entre cine y narratología. O, en todo caso, a formas narrativas cinematográficas y su transposición a las literarias. La novela alcanzará varias zonas significativas. Una de ellas será un encuentro sexual entre ambos. A decir verdad no veo nada indigno en que un hombre ame a otro pero, dadas las condiciones de recepción y el tiempo histórico puntualmente en Argentina al menos, el escándalo fue mayúsculo. Otro punto singular será la inmolación del homosexual quien, al salir de la cárcel, será asesinado procurando colaborar con el militante. En fin, una novela en la que se articulan códigos, se desestabiliza el género en su doble acepción, se ponen en diálogo y correlación lenguajes, se hacen estallar figuras estables del poder que codifican prácticas y roles no solo de género en categorías fosilizadas, se reflexiona acerca del encierro tanto metafórica como literalmente. Pues Puig en esta novela viene a hacer estallar el sentido común y su estereotipia, que también es motivo de cautividad ideológicamente hablando en relación con los roles de género.
La diva de Hollywood para el macho puede ser, dado el caso, lo temido, lo deseado, lo amenazante o lo competitivo. En estos términos plantearías las relaciones, entre otras variantes posibles, las que puedo vislumbrar entre el varón y la mujer en esos contextos bastante según una estereotipia. Puig sin embargo politiza estos roles en sus novelas. Los politiza porque rompe mediante representaciones literarias las tensiones que no se resuelven jamás de modo previsible y, por otro lado, las formas narrativas también están politizadas. Irracionaliza marcos de referencia según los cuales esas formas de narrar, por un lado, están estructuradas en sí mismas. Y esas formas de narrar atravesadas por la dimensión del género, estaban codificadas.
¿Qué puede haber cautivado a Puig en su atención hacia estas figuras de las vamps? Me lo pregunto ahora y se me ocurren varias lecturas. Una de ellas es que viera en esos modelos de mujer figuras que sometieran a un varón que evidentemente no lo había sino estigmatizado y destratado. En tal sentido, esa figura femenina, quizás a sus ojos se plantaba frente a poder patriarcal de modo terminante y hasta temido al punto de la domesticación cuando no la declarada derrota del varón. Sin embargo, ninguno de ambos salía, naturalmente, del esquema binario del dominador/dominado. Simplemente esa lógicamente cambiaba de signo. Circunstancia que para Puig evidentemente ha de haber resultado en su adolescencia y hasta probablemente mucho más tarde, una figuración notablemente influyente. También su madre fue una mujer independiente y autónoma, quizás ese referente familiar puede que haya funcionado como un anclaje cultural.
Puig se erigió en una figura irritativa para el poder en todas las dimensiones que éste puede adoptar. Por su condición de homosexual, lo que rompía con el modelo heteronormativo. Por sus novelas, en las cuales la mujer ocupa un espacio de enunciación potente y de espacialidad en el seno discursivo hegemónico, si bien existe la presencia del Don Juan. También la presencia del homosexual ya citada. Otra dirección que con su poética irritó fueron los sistemas totalitarios, con cuyos discursos unívocos y monológicos, que tendían a particularizar y homogeneizar, por un lado, y a segregar, y silenciar tanto grupos políticos como sexuales disfuncionales a ese sistema, tan parecidos al patriarcal (por algo digitados prácticamente de modo exclusivo por varones) sus novelas se volvían blanco fácil de la censura y él de listas negras.
Además de las novelas, obras teatro y guiones a los que ya hice referencia, escribió cuentos, crónicas y se dieron a conocer póstumamente sus cartas. Estos epistolarios, conmovedores por cierto, dan cuenta de la relación con una familia con la que no en todos los casos mantenía la misma relación de armonía y reciprocidad (como sucede a menudo en todas), pero en las que brillan esos destellos de Manuel Puig en los que han insistido todos quienes lo conocieron. Sus principios, su solidaridad, su integridad, su respeto por el semejante, su ideología libertaria.
Su poética es frondosa y variada y propone permanentemente nuevos procedimientos, recursos, formas: afronta desafíos de modo incesante. Y es incómoda incluso para el sistema literario y la crítica que aspira a interpretar en una biblioteca confortable lecturas en un sentido determinado. Puig desconcierta. Como si Puig no pudiera quedarse en el mismo espacio de enunciación jamás. Si bien el cine, el montaje, los narradores múltiples, los discursos extraliterarios, están presentes en buena parte su poética, también ella va en una progresión y es de una diversidad que la vuelve un material inagotable e ingobernable. Entre su novelística destaco «La traición de Rita Hayworth» (1968, actriz a la que le envió una carta pidiéndole permiso para utilizar su nombre en la novela), «Boquitas pintadas» (1969), «Pubis angelical» (1979), «Cae la noche tropical» (1988) y «Maldición eterna a quien lea estas páginas» (1980), entre otras. Sus cuentos fueron compilados en el volumen «La traición de Greta Garbo» (2012), Las cartas póstumas fueron reunidas en dos volúmenes «Querida familia. Cartas europeas, 1956-1962)» (2005) y «Querida familia. Cartas americanas, 1963-1983» (2006), ambas al cuidado de la Dra. Graciela Goldchluk, experta en su obra. Los dos tomos cuentan con importante información cinematográfica para seguir su itinerario en orden a reconocer los materiales estéticos a icónicos a los que iba teniendo acceso en su historia de receptor, no en este caso como lector (o no como lector convencional sino de receptor, si así se prefiere). Esas cartas revisten un carácter primordial porque asistimos en ellas al laboratorio creativo de la producción literaria de Puig, así como a su formación. Sus desacuerdos y sus formas de vincularse con la cultura letrada. Bajo la dirección y cuidado de la mencionada Dra. Goldchluk se viene realizando un trabajo sostenido con sus manuscritos. La crítica genética reconoce antecedentes en Argentina con la Dra. Ana María Barrenechea y el manuscrito de «Rayuela» de Cortázar. Un referente insoslayable en la actualidad es la Dra. Élida Lois. El Dr. José Amícola, también lo es, consolidando un espacio para la crítica génetica, una especialidad de los estudios literarios académicos en nuestro país con ya con una considerable tradición.
Se ha insistido en la captación de la oralidad de la clase media (sobre todo) en la poética de Puig. De hecho, como podrá imaginarse el lector, si mencioné la circunstancia de que su inicio había estado signado por la escucha interior de una voz, resulta evidente que Puig era particularmente permeable a esa dimensión de la comunicación. No obstante, las cosas no son tan simplistas. Hubo casos en los que Manuel Puig trabajó a partir de grabaciones que tomó de conversaciones directas con personas con las cuales pagó para realizarlas con el objetivo de traducirlas luego en objeto estético. Y, por otro lado, en su poética están presentes las variables de la comunicación oral, en especial la femenina: el chisme, el comadreo, la confesión, el secreto, el diálogo íntimos entre amantes o parejas, etcétera. Si bien sabemos que no son patrimonio precisamente solo femenino. Y el radioteatro. Este rasgo de la producción de Puig es problemático. Puig no transcribe el discurso oral. Trabaja el modo como la dimensión oral de la comunicación es cifrada en términos del código escrito. De manera que el trabajo es delicado. De escalpelo. Requiere de buena escucha en conjunción con buena pluma, y consiste en una operación de transposición. No de reproducción. Puig «construye» un sociolecto que es el referente escrito de la oralidad. No la copia por escrito. No es un copista ni un transcriptor. Porque además la interviene con el objeto de producir un determinado efecto estético que de otro modo no tendría lugar.
Hubo reconocimientos hacia la poética de Manuel Puig. De modo lamentable, fueron tardíos en su país. Ya era tarde para que Puig los disfrutara. Un temprano y brillante artículo de la crítica argentina Josefina Ludmer, hacia los ’70, destaca sin embargo de modo sobresaliente y precursor. Más acá, la lectura de Alan Pauls. Las conmovedoras palabras que consagrara con elocuencia por escrito Tununa Mercado hacia el amigo, de carácter inolvidable. Ricardo Piglia, quien, en un seminario que había dictado en la Universidad, titulado «Las tres vanguardias», lo situó junto a Saer y Rodolfo Walsh entre las figuras más de más renovadora avanzada en la narrativa argentina. Los académicos Graciela Speranza y Alberto Giordano, luego de sendas tesis doctorales, las publicaron bajo la forma de libro, ambas muy calificadas. Citaría para finalizar el caso de la Dra. Julia Romero, de larga y dilatada trayectoria en los estudios sobre Puig y a la Dra. Roxana Páez, esta última autora del libro «Manuel Puig. Del pop a la extrañeza». El Dr. Amícola, experto y traductor de Puig, formó en su momento un equipo de investigación sobre este autor, en particular obre sus manuscritos, en la Universidad Nacional de La Plata. En la actualidad, naturalmente, las líneas de investigación se han ampliado y consolidado, están más generalizadas así como ha habido un consenso de carácter mundial acerca de la excelencia y los aportes de Manuel Puig al sistema literario de todos los tiempos. En fin, algunas lecturas argentinas, las que mencioné, que vinieron parcialmente a realizar una reparación después de decenios de indiferencia o discriminación, mediante líneas de investigación dispares, por cierto, y situar, junto con films documentales, políticas de edición y de traducción a Manuel Puig en el lugar del que jamás debió haber estado ausente. Y por el que jamás debió haber sido agraviado.
* Adrián Ferrero nació en La Plata en 1970. Es escritor, crítico literario, periodista cultural y Dr. en Letras por la Universidad Nacional de La Plata. Publicó libros de narrativa, poesía, entrevistas e investigación.
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