¿Puede considerarse a Lope de Aguirre como el gestor del primer grito de la independencia americana? ¿Un simple delirante? ¿Un abominable asesino? Después de 400 años los interrogantes siguen en pie. Llevada al cine por Werner Herzog, la vida de este extraño personaje del siglo XVI despierta rechazo y admiración por partes iguales, tanto de historiadores y cronistas, como de aquellos que se acercan a la historia de la invasión europea del continente americano sin otro interés que conocer las raíces.

NOTAS EN ESTA SECCION:
Lope de Aguirre, el Príncipe de la libertad, Iakob Zvanev  La onírica e increíble expedición de Lope de Aguirre, Horacio Sacco
Lope de Aguirre, el traidor, Ignacio Arellano  |  La aventura amazónica del tirano Aguirre, Alberto Miramón
Lope de Agirre, el precoz soñador de Oñate, Josemari Vélez de Mendizabal
Sobre la muerte del tirano Aguirre, Fray Pedro Simón (1626)
 |  Lope de Aguirre, la ira de Dios, Pastoloco.com

LECTURA RECOMENDADA
La carta de Lope de Aguirre a Felipe II  | 
Hernán Neira - Lope de Aguirre: elementos para una teoría de la conquista
Relación de todo lo que sucedió en la Jornada de Omagua y Dorado hecha por el gobernador Pedro de Orsúa (1881)

Lope de Aguirre, el Príncipe de la libertad

Por Iakob Zvanev

"Fue hombre de casi cincuenta años, muy pequeño y poca persona; mal agestado, la cara pequeña y chupada; los ojos que si miraban de hito le estaban bullendo en el casco, en especial cuando estaba enojado… Fue gran sufridor de trabajos, especialmente del sueño, que en todo el tiempo de su tiranía pocas veces le vieron dormir, sino era algún rato del día, que siempre le hallaban velando. Caminaba mucho a pie y cargado con mucho peso; sufría continuamente muchas armas a cuestas; muchas veces andaba con dos cotas bien pesadas, y espada y daga y celada de acero, y su arcabuz o lanza en la mano; otras veces un peto" (Vázquez describe a Lope de Aguirre).

Lope de Aguirre nació en Oñate (Guipúzcoa) entre los años 1511 y 1515, siendo hijo segundón de una familia hidalga acomodada pero no rica. Destinada la herencia a su hermano mayor, las opciones que se le presentan son el sacerdocio o buscar fortuna en la ciudad o en América. Vive un tiempo en la pujante Sevilla del XVI, donde aprende el oficio de domador de caballos, y escucha las múltiples historias que corren acerca del Nuevo Mundo: de Sevilla parten cada primavera la Carrera de Nueva España (rumbo a Veracruz y otros puertos de América Central y las Antillas) y la Carrera de Tierra Firme (hacia Cartagena de Indias y Porto Bello). Lope de Aguirre embarca hacia América en 1534 y durante unos años poco se sabe de él: varios Lope de Aguirre aparecen en distintos documentos (al servicio del gobernador Pedro Heredia; en un naufragio cerca de La Habana; y reembarcado hacia América en 1539) pero su identidad no está confirmada. En América interviene sofocando rebeliones como la que él protagonizaría años más tarde: en la batalla de Las Salinas; la expedición de Diego de Rojas; en la batalla de Chupas a favor de Vaca de Castro contra Diego de Almagro; en las Guerras Civiles de Perú (en el bando realista); con Núñez de Vela contra Gonzalo Pizarro; con Melchor Verdugo; en la batalla de Jaquijaguana; y con Baltasar de Castilla.

Se cuenta que en Potosí es prendido y azotado por orden del juez Esquivel acusado de infringir las leyes que protegían a los indios. Dice su leyenda que Aguirre caminó descalzo tres años y cuatro meses hasta que, finalizado el mandato del juez, se venga apuñalándolo mientras duerme. A continuación huye disfrazado de negro y se refugia en Guamanga y posteriormente en Tucumán. Participa en 1552 en la sublevación de Cuzco contra el virrey Antonio de Mendoza, durante la cual asesina al gobernador Pedro de Hinojosa, lo que le vale una condena a muerte. En 1553 participa en la sublevación de Sebastián Castilla en La Plata. Ordenado el exterminio de los sublevados, huye de nuevo y pasa un año escondido en una cueva malviviendo a base de pan y raíces. Recibe la ayuda de algunos amigos hasta que, en 1554, Alvarado lo amnistía a cambio de que colabore en el sofocamiento de una nueva sublevación, la de Francisco Hernández Girón. En esta turbulenta época empieza a ser llamado "Aguirre el loco".

Reintegrado al bando realista es herido de gravedad en la batalla de Chuquinga, perdiendo el uso del pie derecho y recibiendo graves quemaduras de arcabuz en ambas manos. Así, tras casi veinticinco años de luchar por la Corona, se ve a si mismo como un viejo de cincuenta años (edad avanzada para el s. XVI), sin fortuna ni gloria, tullido y deformado por las continuas batallas. Su única familia es una hija, Elvira, mestiza y de madre desconocida.


El río Amazonas que vio Lope de Aguirre, cuya dimensión le hizo exclamar, con asombro europeo: "aunque vinyeren cien mill hombres ninguno escape, porque no hay en el río otra cosa sino desesperar".

En estas circunstancias se enrola en 1559 en la expedición que el virrey del Perú, bajo el mando del navarro Pedro de Ursúa, envía en busca del país de Omagua, el mítico El Dorado. La expedición, formada por 300 soldados, tres bergantines y varios cientos de indios, parte finalmente del puerto de Santa Cruz de Saposoa el 26 de septiembre de 1560. A Aguirre lo acompaña su hija Elvira, custodiada por dos dueñas. La expedición desciende los ríos Huallaga, Marañón y Amazonas. La búsqueda resulta infructuosa; se pierden embarcaciones y hombres, escasean las provisiones. El descontento de la tropa va en aumento y muchos piden volver a Perú. Ursúa hace caso omiso y se empecina en continuar el viaje, desoyendo a sus hombres; llega a encadenar a un noble español y a hacerlo remar con los esclavos negros. Ursúa tenía como principal ocupación acostarse con su amante, Inés de Atienza; al hechizo de su belleza mestiza achacan los supersticiosos soldados la enfermedad de Ursúa, descrita como melancolía o humor negro, términos que servían en la época para englobar un elevado número de trastornos mentales, y que probablemente fuese una depresión. Todos estos factores desembocan en una conjura, en la que interviene Aguirre, que desemboca en el asesinato de Ursúa.

Los conjurados deciden escribir una carta a Felipe II exponiendo sus motivos y, a la hora de firmarla, Aguirre lo hace "Lope de Aguirre, traidor", explicando que ahora son todos traidores al rey y como tales, están en su contra; los demás se escandalizan y le toman por loco. Aguirre asume el cargo de Maese de Campo y nombra gobernador a Fernando de Guzmán. Más tarde, cuando rompe definitivamente con la Corona y reniega de Felipe II (23-5-1561) nombra a Guzmán "Príncipe de Tierra Firme, Perú y Chile" Pero el campamento de los rebeldes se había convertido en un hervidero de odios, pasiones, miedos y envidias, a lo que contribuía la competencia entre los capitanes por los favores de Inés de Atienza. Aguirre teje una red de confidentes, espías y hombres de confianza por todo el campamento, gracias a los cuales descubre una conjura en su contra, a lo que responde sin vacilar y drásticamente asesinado a todos sus rivales e incluso a los dudosos: incluidos el cura Henao (al que consideraba sospechoso), a Inés de Atienza (a la que despreciaba) y, por último, al propio Guzmán. Una vez se hace con el mando, abandona la fantasiosa idea de El Dorado y planea ir a Panamá y desde allí conquistar Perú. Desciende el Amazonas con sus hombres, a los que llama "marañones" y llega a la desembocadura, donde se apodera de la isla Margarita (julio de 1561) Desde allí, Aguirre envía a Felipe II una carta, llena de amargura, decepción e insatisfacción, donde llama a Felipe "menor de edad" y le dice "No puedes llevar con título de rey justo ningún interés en estas partes, donde no aventuraste nada, sin primero gratificar a los que trabajaron…"; lo acusa de tener las manos limpias mientras otros se las manchan con sangre propia y ajena en su beneficio. Siglos más tarde, Simón Bolívar consideraría esta carta como "la primera declaración de independencia del Nuevo Mundo". Aguirre firma como "Lope de Aguirre el Peregrino". A continuación, se proclama "Príncipe de la Libertad de los Reinos de Tierra Firme y las Provincias de Chile" y declara la guerra a España ("Ea, marañones, limpiad vuestros arcabuces que ya tenéis licencia para ir con vuestras armas").

Posteriormente trata de llegar a Perú por tierra. Llega a Venezuela, donde toma la ciudad de Valencia y siembra el terror en la región. Pero su mandato se tambalea y los roces con los marañones son cada vez más frecuentes. Las autoridades españolas ofrecen el perdón a los que le abandonen; y así, el 27 de octubre de 1561, en Barquisimeto, sólo y acorralado, apuñala a su hija Elvira para que no se convirtiese en "puta y ramera de todos". Dos de los marañones lo matan de dos arcabuzazos. Póstumamente, es juzgado y condenado por rebelde y traidor. Su cabeza cortada es expuesta en una jaula de hierro en Tocuyo para que la gente viese la cabeza de la que brotaban "tan perversas maquinaciones". Su mano derecha fue enviada a Mérida y la izquierda, a Valencia (Barquisimeto, Tocuyo, Mérida y Valencia son actualmente ciudades venezolanas) El resto del cuerpo fue echado de comer a los perros. Las cuatro banderas que usó (dos negras, una de mayor tamaño; una amarilla y otra azul, todas con dos espadas cruzadas y la leyenda "Sigo") fueron tomadas como botín de guerra; una de las negras fue expuesta en Tocuyo junto a la cabeza de Aguirre; la otra negra se guardó en Barquisimeto; y la azul y la amarilla fueron colocadas sobre la tumba del padre de Aguirre en la iglesia de Santa María, donde permanecieron hasta la Guerra de Independencia.

Aún hoy en día perdura el recuerdo de Aguirre: los fuegos fatuos que se aparecen en Venezuela son su fantasma y el de sus hombres; la bahía de la isla Margarita donde desembarcó se llama todavía del Traidor; en Tocuyo se celebra su muerte con una procesión el 27 de octubre; los campesinos de Barquisimeto cuentan que su espíritu aún se aparece a medianoche cerca de donde murió; y en plena selva peruana está el Salto de Aguirre, donde estando en peligro grabó sobre una piedra unos misteriosos símbolos ante los que es necesario persignarse y rezar.

Las cartas de Aguirre muestran a un hombre bien educado y de buena caligrafía. Pero también fue intrigante, grosero, torpe, desagradable, ambicioso, temperamental, exaltado, astuto, hábil, rebelde, temerario y, a la vez, temible, peligroso, fanático, vengativo y libertario. Para muchos, Lope de Aguirre es la sublimación extrema del carácter español, capaz de lo mejor y de lo peor, de las más gloriosas gestas y las más abyectas infamias, concediendo un valor absoluto al Honor: no perdona ni olvida ninguna ofensa y el no vengarse es para él una ofensa en sí; mata a su hija para salvaguardar su honor. Es fuertemente paranoico, lindando con la psicopatía; mata con facilidad a sus enemigos e incluso a sus seguidores poco entusiastas. Se le atribuyen, directamente o por orden suya, 72 asesinatos: 64 españoles, tres sacerdotes, cuatro mujeres y un indio, lo que indica su falta de miramientos por sexo o condición. Duerme vestido y armado, rodeado de sus fieles, desconfía de todos. Respeta a las mujeres decentes pero desprecia a las que no lo son. Pero también fue un hombre que combatió a todo un Imperio cara a cara. Que realizó una prodigiosa singladura a través de Sudamérica. Que, a su manera, pedía justicia. Cuya carta de rebeldía es más una carta de un súbdito desencantado que la arrogante misiva de un tirano. Y que además concedió la igualdad de derechos a negros e indios (recordemos, era el s. XVI). Dijo una vez Aguirre "Aquí el que dice la verdad es tratado de loco". Aguirre dijo lo que creía y actuó en consecuencia. Ese fue Lope de Aguirre, el loco Aguirre, el tirano Aguirre, la ira de Dios, el Príncipe de la Libertad.



 Aguirre, la ira de dios, de Werner Herzog, película completa, doblada al español de España.
 


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La onírica e increíble expedición de Lope de Aguirre por el río Amazonas


Por Horacio Sacco [Relato histórico]

Imagen: Alberto Breccia, ilustración para El Dorado, el delirio de Lope de Aguirre.

"No en el río hay otra cosa sino desesperar" Lope de Aguirre

-Mal tiro -dijo, cuando el primer disparo de arcabuz le abrió un surco en el pecho, sin herirlo de muerte. Pero un segundo después exclamaría:
-Pero este sí que es bueno.

-¿Este es Lope Daguirre, este es el que todos auian miedo del? -dijo un tal Ledesma, cuando los atacantes descerrajaron la puerta de la pequeña y derruida fortaleza y hallaron al traidor -lúcido aún- tendido sobre el charco de su propia sangre mezclada con la de su hija adolescente, apuñalada por él mismo un rato antes.

-¡A diez soldados y a veinte como vos diera yo veinte zapatazos! ¡Andad de ay ombrecillo! -respondería Lope desde su arrogante agonía. Serían sus últimas palabras. Fue degollado con su propia espada, su cuerpo "hecho quartos", y su cabeza clavada en una pica. Era el mediodía del 27 de octubre del año del Señor de 1561, vísperas de San Simón y San Judas, en la desolada aldehuela de Barquisemeto, territorio de la actual República de Venezuela.

Este sería el fin de quien se había juramentado firmemente "No dexar en esta tierra cosa que viua (viva) sea"; de quien se había mofado de su majestad, Felipe II de España, llamándolo "menor de edad" y a quien había recriminado furiosamente: "...Por cierto tengo que van muy pocos reyes al infierno porque son pocos, que si muchos fuerades ninguno pudiera ir al cielo, porque aún allá seriades peores que Lucifer, según teneis ambición y hambre de hartaros de sangre humana..."

Había atravesado el continente sudamericano desde el norte del Perú hasta el Océano Atlántico por el cauce del río Amazonas, desde allí se había encaminado hasta la isla Margarita y el golfo de Maracaibo por las costas deshabitadas del Brasil, persiguiendo la quimera de El Dorado y la fundación un reino americano independiente de España.


Escenas de  Aguirre, la ira de Dios, de Werner Herzog (1972)

Dos años atrás, el virrey del Perú, Don Andrés Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete, anoticiado del rumor de unos maravillosos reinos escondidos en las tierras aún desconocidas del corazón del continente, había convocado solemnemente a la conquista de Omagua y El Dorado, mágicos territorios que poblaban la fantasía de los pioneros, bizarros y ambiciosos conquistadores. La organización y el mando de la expedición le fue confiada a Don Pedro de Urzúa, veterano gentilhombre de 35 años, "grande hombre de a caballo de entrambas sillas, lindo rostro, barba tebeña y bien puesta", quien había dado muestras de poseer dotes militares y políticas en Cartagena de Indias, Santa fe y Panamá, fundando las provincias de Chitareros y Pamplona -actual Colombia- y ejerciendo el cargo de gobernador de Santa Marta. Don Pedro de Urzúa daría a conocer la disposición virreinal a través de un bando que circulará en todas las comarcas del Perú, convocatoria a la que respondieron unos 300 hombres, a quienes la historia conocerá como "los marañones": "hombres turbulentos, corazones menguados, almas depravadas acostumbradas al crimen y absorvidas por el crimen".

El bando arribaría a la lejanísima ciudad imperial de Cuzco, y desde esos ardientes y polvorientos páramos llegará a la bulliciosa Lima el vasco rengo Lope de Aguirre, a quien apodaban, sencillamente, "el loco", acompañado de su joven hija mestiza Elvira. Lope de Aguirre contaba par esa fecha alrededor de 45 años y había cumplido tareas militares en Panamá, al parecer eficientemente, ya que había sido recompensado con el mando de un regimiento en el Perú. De "temperamento inquieto y amigo de revueltas" había tomado parte en el enfrentamiento entre Pizarro y Almagro, participó en la fundación de varias ciudades y en las expediciones a Tarija y Los Chuchos. Peleó a favor de Vaca de Castro y acompañó a Melchor Verdugo en sus andanzas por las selvas de Nicaragua. Participó en la revolución de Sebastián de Castilla y en la muerte de Hinojosa, por lo cual fue sentenciado a muerte, obteniendo el perdón a cambio de alistarse para combatir al rebelde Girón. Fue gravemente herido en la pierna derecha en la batalla de Chuquinga, lo que será causa de la renguera que lo acompañará hasta el fin de sus días.

"...Flaco de carnes, gran hablador, bullicioso y charlatán, de ánimo siempre inquieto, amigo de sediciones y alborotos, pequeño de cuerpo y muy mal hecho, feo de rostro y los ojos muy sumidos, cojeaba de la pierna derecha, lujurioso, glotón y borracho, agudo y vivo de ingenio por ser hombre sin letras..." lo describen maliciosamente algunos cronistas y biógrafos.

La expedición de Urzúa parte del Perú en 1560, arrastrando, en su paso por Trujillo, Chachapoyas y Moyobamba, a numerosos guerreros, tan belicosos como ociosos, frailes especuladores, eternos soñadores e infaltables aventureros. "...Bien aderezados, con numerosos caballos y algunos negros, cien arcabuces y cuarenta ballestas, mucha munición de pólvora y plomo, salitre y azufre." En Trujillo Don Pedro sumará a la expedición a la joven y bella viuda Doña Inés de Atienza, con quien, dicen las malas lenguas, había tenido "dares y tomares". En Huallanga, bajo una lluvia torrencial e inagotable, ordena construir precipitadamente siete bergantines y cuatro chatas para internarse en las aguas turbias y tumultuosas de la selva, pero las embarcaciones no resisten y se despedazan con sus cascos hecho jirones, a causa de la precipitada construcción y de la sofocante humedad. Entonces abandonan a la buena de Dios a la mayoría del ganado y los caballos que traían, y parten de Topesana el 26 de septiembre de 1560 en inmensas, pesadas y lentísimas balsas, buscando el soñado Dorado en el mismo corazón de la Amazonia. La expedición atraviesa poblaciones de indios cautelosos y hostiles, se alimentan de pájaros "... como palomas, gordos y sabrosos...", de lagartos de agua, tortugas, gallináceos, guacamayos, frutas desconocidas y papagayos; arriban a una playa con más de veinte mil huevos de tortuga y ven "...en la placa carnicería de yndios y se comían unos a otros". Y aún azorado algún viajero escribirá que aquel río "es tan grande y poderoso, que no se puede comparar con ninguno de los que hasta agora hay descubiertos".

A poco de iniciada la expedición comienzan a surgir las primeras controversias entre los marañones y Urzúa, quien se granjea la enemistad y descontento con medidas impopulares y castigos absurdos: "Se había vuelto algo grave y desabrido, enemigo de la conversación, y comía solo." Otros decían que estaba "completamente loco por Doña Inés y que no gobernaba más que con ella, adormitado por los hechizos de su belleza." En Mechifaro, en la desembocadura del Putumayo, plena Amazonia, verán indios desvergonzados y ufanos: "Sus vergüenzas llevan atados con cintas dando muchas vueltas"; avistarán las tribus de los legendarios antropófagos; se asombrarán con tétricas hileras de cabezas momificadas; verán árboles gigantescos; helechos apretados en inmensos haces; animales de leyenda; lluvias interminables. El calor se torna insoportable y los mosquitos inclementes, las aguas de esos ríos de pesadilla parecen no llevar a ninguna parte más que a las umbrías gargantas de un sopor inagotable. Pero El Dorado sigue habitando un más allá siempre distante, las provisiones van menguando y el descontento y el rencor señala con el dedo un único culpable. Con la excusa de su tiranía un grupo liderado por Aguirre decide acabar de una vez por todas con Urzúa y con la bella Inés. Aún ensangrentados designan a un escribano que de fe y testimonio de lo sucedido y se le indica que redacte un documento, sincerando y justificando el motín, documento que Lope firmará y agregará ostentosamente "El Traidor."

Ya es el jefe visible de esa travesía onírica bajo la enloquecedora fiebre de los trópicos.

Crónicas de El Dorado

Selección y prólogo: Horacio Jorge Becco
Edición Biblioteca Ayacucho, Gobierno de Venezuela
ISBN: 980-276-361-6

De todos los espacios imaginarios de América y del mundo, ninguno fue más importante para la historia y para la historia de la imaginación como el mito o leyenda de El Dorado. Un territorio en el que había oro abundante y fácil, o los dominios de un rey que se bañaba en arenas doradas y tenía cuatrocientas esposas. Todavía en el siglo XVIII salían expediciones en su busca y por lo visto no hemos terminado de encontrarlo ni los pobladores ni los gobernantes. Es un mito que merece un lugar al lado de los mitos griegos, pensaba Humboldt. Esta selección de diecisiete trabajos esenciales de rigurosa procedencia, da cuenta de la avaricia, locura y fantasía que han rodeado siempre al tema. Sin embargo, en algunos documentos tempranos se advierte sobre los peligros de la invención o se afirma que si ese sitio no existe o está lejos, sí hay mucha riqueza visible. Pero todos estos documentos son además magníficas y hasta entretenidas piezas para acercarse a las vivencias de los hombres latinoamericanos.

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A partir de entonces comienza a desencadenarse una serie de hechos crueles y extraviados. Es nombrado "Príncipe y Rey del Perú" Fernando de Guzmán, un joven sevillano de 25 años, personaje hasta ese momento irrelevante de la expedición. Durante su breve reinado se construyen dos bergantines de 360 toneladas, el "Santiago" y el "Victoria", y se suscribe el "Acta de la Independencia Americana", inspirado y planificado detalladamente por Lope de Aguirre.

Asumido el pomposo cargo Guzmán se transformará en grave, distante y solemne, y distribuirá cargos oficiales y con sueldos altísimos, pero pagaderos a futuro por las reales cajas del tesoro, cuando retornaran triunfantes al Perú, Pero todavía estaban en la selva, y en Mechifaro pasarían aún tres meses de calamidades, comiendo carne de caballo y lo poco que hallaban en las aguas barrosas del río. El viaje lo harían de día, deteniéndose al atardecer, cuando los hombres "asaltaban a la tierra a pescar o marisquear y guisar y comer y dormir lo que querían".

El ya estrafalario rey Guzmán llevaría al poco tiempo el mismo fin de Urzúa. Lope, ahora sí, se convertiría en jefe visible, indiscutible y absoluto. Trocada la ilusión de El Dorado en sombría desesperanza, la expedición prosigue su marcha aguas abajo por el inconmensurable, Amazonas con el propósito de retornar y conquistar el Perú por otra vía. La noticia de la rebelión atravesó el océano como un rayo hasta la mismísima corte de Felipe II, quien al enterarse -dicen los historiadores- se mordió los labios hasta sangrarlos, por la osadía de ese desconocido vasco excéntrico, que en los confines de su reino universal y absoluto, y al cobijo de la sombra de una selva lejana y misteriosa, apenas señalada con un blanco de incógnito en los mapas imperiales, se atrevía a vociferar "...Me desnaturo de los reynos despaña y niego al rrey don Felipe, pesándome mucho lo que le he servido y aún de lo que le sirvieron mis pasados".
Lope se nombraría a sí mismo Capitán General de los Marañones y luego Fuerte Caudillo. ¿Quién era ese arrogante guerrero que hasta al mismo Dios se atrevía a desconocer? "...no creo en la ley de Dios ni en las sectas de Mahoma, ni Luthero, ni gentilidad y creo y tengo que no hay más que nacer y morir." Su ley es incuestionable y su justicia inflexible, mandará ajusticiar a uno "Por amotinadorcillo", y a un tal Pérez, que se fingió enfermo, "Por inútil y desaprovechado".

El julio de 1561 arribarán a la isla Margarita, en la desembocadura del Orinoco, desembarcando en una ensenada que poco tiempo después y para el resto de la historia se conocerá como "Puerto del Traidor". Allí mandará a quemar los bergantines, para que la tripulación atribulada no se tentara en desertar, ya que Lope pensaba retornar al Perú por vía terrestre. En Margarita matarían a 50 personas, incluídos el gobernador, frailes y mujeres, a los que colgaría para que sus cuerpos sirviesen de blanco a los arcabuceros. Luego caería preso de una manía persecutoria, conservando una permanente actitud vigilante. Hasta llegó a prohibir a sus hombres murmurar y hablar en secreto, mandará a ahorcar a uno "Por abladorcillo", y a otros dos "Porque se hablaban de oído".

Anoticiada la Audiencia de Santo Domingo del arribo de la violenta y alucinada tropa, reúnen una improvisada armada con embarcaciones y hombres de Puerto Rico, Cartagena y Nueva Granada al mando del fraile Montesino. Ante la inminencia de su llegada, Lope le sale al cruce y envía a un hombre de su confianza, el capitán Munguía, junto a 18 soldados, para parlamentar con el fraile, a quien Lope trata de seducir, transmitiéndole la promesa de "hacerlo Papa" cuando regresara y conquistara el Perú. Pero Murguía y sus soldados desertan y se pasan en bloque al bando realista. Aún así el fraile se asusta de los pequeños cañones que Lope hace distribuir en las playas de la isla, y sin desembarcar pega la vuelta. Pero desde tierra también se reúnen tropas al mando del capitán Gutiérrez de la Peña, que parte de Tocuyo y comienzan a perseguir al rebelde.

Desde Margarita la atormentada expedición de Lope saltará a Burburata, Nueva Valencia y Barquisemeto, atravesando páramos desolados y tristes selvas de pesadumbre. Desaforado, y ya en la plenitud de una violencia delirante, "Quemó tres pueblos e vino atalando la tierra y apregonó guerra contra su Magestad a fuego y sangre..." Sus mismos hombres de confianza lo irían abandonando uno a uno, el bachiller Vázquez, Gonzalo, Carbajal. En Barquisemeto la diezmada expedición encontrará las casas deshabitadas y una descarada cédula con el perdón real dejada en lugar visible por el temeroso gobernador en su desesperada y precipitada huida. "¿Piensa Dios que porque llueva no tengo que ir a Perú y destruir al mundo?", clamará encolerizado. "...aborrezco tal perdón y aún su Magestad me es odioso...somos gente que deseamos poco vivir". En Barquisemeto Lope sería sorprendido en el interior de una pequeña fortaleza con su hija de 15 años, su doncella María de Arriala y la Torralba, al parecer una manceba de Aguirre de antigua data. Allí, Lope tomaría la fatal determinación de acabar con Elvira, quien no pocas veces había intercedido ante su padre por la vida de otros. La mataría, con pesar, para que "no quedare por colchón de ruin gente ni fuera puta de ellos".

De los 300 hombres con que partió Urzúa de las tierras del Perú sobrevivirían a Barquisemeto 174, sucumbiendo anteriormente 66 por garrote, arcabuz, cuchillo, soga y árbol, y otros 60 por enfermedades y, literalmente, de hambre. Muchos por propia mano de Lope de Aguirre, el "rebelde hasta la muerte por tu yngratitud", como le enrostraría a Felipe II.

Aguirre loco, Aguirre traidor, Aguirre peregrino. Peregrino de ese río "como ninguno de los hasta agora descubiertos", ése río mágico donde todo es posible: animales abominables, distancias siderales, vegetación de pesadilla, remolinos turbulentos, indios vidriosos que disparan dardos venenosos, arañas fosforescentes, fiebres que retuercen de dolor y de espanto, sopores y vahos de un calor insoportable, nubes arremolinadas de inclementes mosquitos, extrañas enfermedades (uno de los soldados había "comido una raíz blanca y perdió el juicio"). Ese río sin par al cual le descubrirían seis mil islas y una boca de ochenta leguas de anchura de cálidas aguas dulces. Ese río que logró despertar el temor y el respeto que no obtuvo ni el Virrey del Perú, ni Felipe II, ni hasta el mismísimo Dios por parte de Lope de Aguirre.

Ese río, de tan mal fortuna para los hombres venidos desde la otra orilla del mundo, que le hará gritar al traidor y primer adelantado de la independencia americana: "aunque vinyeren cien mill hombres ninguno escape, porque no hay en el río otra cosa sino desesperar".
 



Lope de Aguirre, el traidor

Por Ignacio Arellano, catedrático de Literatura, premio Rivadeneyra

En las ciudades venezolanas de Barquisimeto y la Borburata existe la creencia de que el alma atormentada del tirano Lope de Aguirre, que no encuentra reposo, vaga errante por los campos en la noches lúgubres, y en el río Huallaga (cabecera del Amazonas) hay una angostura que se llama el salto de Aguirre, donde según la tradición se perciben las huellas que dejó el tirano. ¿Quién era este hidalgo, natural de Oñate, siempre cubierto de su armadura, domador de potros y caudillo de los marañones? Para su coetáneo fray Reginaldo de Lizárraga fue «la bestia y tirano más cruel que ha habido en nuestros tiempos ni en pasados; mató a muchos; si se reían los mataba, si estaban tristes los mataba; no ha visto ni leído semejante ánimo de demonio». Simón Bolívar quiso verlo como precursor de la independencia hispanoamericana y Miguel Otero Silva lo califica en su novela de «príncipe de la libertad»; el cineasta Herzog lo retrata como instrumento de la cólera divina... Un espíritu indomable, rebelde y rencoroso, cuya ansia de fama y de dominio lo conducen a una aventura trágica que empezó el año del Señor de 1559. Cuenta Francisco Vázquez (uno de los marañones que consiguió sobrevivir), que el Marqués de Cañete, virrey del Perú, tuvo noticia de «ciertas provincias que llaman Omagua y Dorado y con deseo de servir a Dios y a su rey, encomendó y dio poderes muy bastantes a un caballero amigo suyo llamado Pedro de Ursúa para que fuese a descubrir dichas provincias». El mito del Dorado lo habían perseguido conquistadores como Jiménez de Quesada y Benalcázar... «Toda la ciudad es de oro. Las paredes, los techos, las calles. Tienen ídolos todos de oro macizo. Y es grande como Sevilla. El Dorado, que es el rey, anda cubierto de polvo de oro y reluce como un onza nueva. De noche dicen que relumbra como las brasas de un brasero» (Uslar Pietri). El baztanés Ursúa encabezará la más desgraciada de las expediciones. Había fundado las ciudades de Pamplona y Tudela en las provincias de los indios chitareros y musos (Colombia) y había reprimido el levantamiento de los negros cimarrones de Panamá, apresando a su cabecilla, el rey Bayamo.

Su curriculum parecía el adecuado, pero todo se complica desde el comienzo. Contra el parecer de prudentes consejeros, lleva a su amante, «una doña Inés, moza y muy hermosa» y acepta en sus tropas individuos levantiscos. Los barcos se pudren antes de botarlos y el cura Portillo que iba a financiar la empresa, se arrepiente y han de sacarle con violencias los dineros. Ursúa, despreocupado del gobierno, se entrega a sus amoríos, y crecen las indisciplinas. Lope de Aguirre mueve sus peones: el primero de enero de 1561 un grupo de amotinados sorprende en su cama al gobernador y lo matan a estocadas. Nombran general a don Fernando de Guzmán, un noble andaluz de pocas luces y menos energías, que será proclamado por Aguirre, ante el asombro de muchos de los expedicionarios, rey del Perú, negando la obediencia a Felipe II. Las intenciones del tirano se van perfilando: quiere abandonar la búsqueda del Dorado y regresar para hacer la guerra al virrey y declarar un reino independiente, fuera del dominio de Felipe II. La efímera gloria don Fernando de Guzmán acaba una aciaga noche en la que es asesinado a estocadas y arcabuzazos, feneciendo así «la locura y vanidad de su principado, y pereció allí la gravedad que había tomado y todas sus cuentas salieron vanas» (Vázquez). Aguirre, por obra de su voluntad y del terror, es ahora el único caudillo de las tropas que bautiza como «los fuertes marañones» por el nombre del río que navegan (el Marañón o Amazonas), a los que dirige de vuelta al Perú. Es un viaje alucinante y macabro, entre los rumores de la selva amazónica, la picadura de los mosquitos y el curare de los indios, en las noches de sapos silbadores y cocodrilos en celo, sembrado de muertes y violencias: «Fuerzas desconocidas los atan, los arrastran, los llevan suspendidos en la zarabanda de aquella jornada sangrienta que no concluye. Cada alto está marcado con la sangre de los asesinados. Es como si sobre todos aquellos hombres hubiese caído el imperio de un maleficio. Se despertaban con sobresalto en las noches creyendo oír gritos de agonía, ahogados clamores pidiendo confesión. Ya no pueden hablar sino en voz alta, porque Aguirre ha dado bando prohibiendo que se hagan corrillos y que se digan secretos» (Uslar Pietri).

Según la cuenta del cronista Vázquez, mató Aguirre en el río veinticinco hombres, entre ellos a Ursúa y su amante Inés de Atienza, al teniente de gobernador Vargas, al clérigo Henao y al comendador Guevara, a don Fernando de Guzmán, capitanes, almirantes, alféreces y sargentos... En la isla Margarita mató a otros catorce marañones y once vecinos, con frailes y mujeres, indios y negros... Cualquier gesto, palabra o actitud cuesta la vida. Dejando asolada la isla sale para la Borburata, población a la que llega el 7 de septiembre de 1561 y en la que escribe su famosa carta al rey Felipe II que más que soberbia parece desesperación: «has sido cruel e ingrato a tan buenos servicios como has recibido de nosotros... hemos salido de tu obediencia, desnaturalizándonos de nuestras tierras, que es España, y te haremos en estas partes las más crueles guerras que nuestras fuerzas pudieren sustentar...rebelde hasta la muerte por tu ingratitud». Mucho era oponerse a don Felipe. Cercado por las tropas leales al rey, abandonado de sus marañones sobrevivientes, que desertan en masa, la aventura de Lope de Aguirre el traidor, el peregrino, llega a su fin. Antes de morir de un balazo el 27 de octubre de 1561, mata a puñaladas a su hija Elvira para impedir que sea «colchón de bellacos». Despedazado, su cuerpo fue repartido por varios lugares alrededor de Barquisimeto, y su cabeza colgada en una jaula de hierro en la plaza de Tocuyo.

Lope de Aguirre, guerrero heroico en sus infamias, capaz de imponerse por el terror a endurecidos soldados, obsesionado por la fama y el propio valer que nacía de la guerra como principio universal, prefería ir al infierno «porque allá estaba Julio César y Alejandro Magno y otros valientes capitanes y en el cielo estaban pescadores y carpinteros y gente de poco brío». Esto dice Vázquez, que apostilla «y se fue al infierno a hacerles compañía, y quedará de él la memoria eterna que quedó del maldito Judas, para que blasfemen y escupan del más perverso hombre que ha nacido en el mundo». Felipe II ordenó echarlo en el olvido, prohibiendo que su nombre fuera mencionado, pero la figura de Lope de Aguirre sigue viva en la leyenda y su alma en pena vaga todavía en las tierras que lo vieron morir: pues a un fuego fatuo, que arde misterioso algunas noches en la sabana, los campesinos recelosos lo llaman el alma en pena del tirano Aguirre...

El Jardín de los clásicos. Diario de Navarra, edición digital Arvo Net, 29.09.2002


La aventura amazónica del tirano Aguirre

Biografía de Sarda y cronicón del Nuevo Mundo - Alberto Miramón

Muchas veces se ha descrito la aventura de los explotadores del siglo XVI a través de la tupida maraña americana, vadeando ríos caudalosos, escalando agrestes cumbres hasta sentar sus reales, después de penalidades sin cuento, en ricas y vírgenes comarcas; jamás, sin embargo, nos cansaremos de leer cuanto se escriba al respecto, porque no en vano la magnitud sobrehumana de la empresa hará siempre que se tenga por incompleta toda pintura o se la crea en bosquejo débil de lo que en realidad de verdad representó ese periplo de un puñado de hombres por espesuras desconocidas, abriéndose paso por entre selvas, en lucha sin tregua con insectos, reptiles y fieras, o teniendo que andar apercibidos a toda hora contra las tribus bravas que intentaban cercarlos.
Si la suma de las resistencias vencidas da generalmente la exacta medida de la proeza del hombre que la realiza, justo es reconocer que fue titánica la que efectuaron los descubridores y exploradores de los grandes ríos del mundo de Colón, por más que en aquella era de hierro, tal parecían todas las empresas, cual si sólo existieran obras para ser cumplidas por cíclopes.

El vasto territorio amazónico, esa hoya selvática y rica, inspiradora cual el sagrado Nilo, ha sido escenario natural
—aunque tan lleno de peligros y misterios que más parece paraje y reino de lo fabuloso— a hazañas y proezas extraordinarias. Por él han discurrido héroes singularísimos, hombres de extraña psicología que van desde las sublimes claridades del espíritu hasta las tinieblas sobrecogedoras del alma; y allí se han cumplido, en fin, hechos dramáticos, ejemplares o de grandes consecuencias históricas.

En el siglo de hierro de su descubrimiento, la trama de la historia amazónica fue entretejida por los hijos más disímiles: Orellana, Pedro de Ursúa, los primeros evangelizadores, cifran y compendian la pasión explotadora, el ímpetu de conquista y la aurora de la civilización cristiana. Cual rojo cometa ilumina también la noche milenaria de la selvática hoya, el nombre de Lope de Aguirre, que es, además de peregrino de aquellas regiones, un gran interrogante en la historia colonial de América.

Recordar la vida del gran aventurero del Amazonas que fue este hombre inquietador, es —a más de abandonarse en piélago oscuro y dominado por situaciones muy encontradas: de admiración, algunas veces, de horror otras, de piedad, finalmente algunas— acometer obra que rebasa los límites del ensayo histórico para exigir la amplitud del libro.

¿Fue en verdad sólo un tirano cruel y sanguinario —tirano llamaban entonces los españoles a los rebeldes contra la autoridad real— o, más bien, un precursor remoto de la independencia del Continente? He aquí el asunto que es necesario esclarecer, haciendo el balance de los principales actos y las ideas de aquel hombre, de lo que pensaba y de lo que realizó.

Bien ceñida, lo mismo que la espada, llevó siempre la vida este español. Si Dios le dio fornido brazo, la adversidad, como fragua de espadero toledano, endurecióle muy presto los aceros del alma. "Vi a este Lope de Aguirre —dice un contemporáneo—sentado en una tienda de un sastre vizcaíno, que en comenzando a hablar, hundía toda la calle a voces". ¿Puede darse imagen más jacarandosa y exacta del cabecilla en cierne?...
Era Aguirre natural de Oñate, en la Provincia de Guipúzcoa, de noble origen e hijo de buenos padres. No hemos podido precisar la época en que arribó a tierra del Nuevo Mundo; empero, llevaba ya muchos años en el Perú, alternando entre el oficio de desbravador de potros y el manejo de las armas, cuando se alistó en las huestes de don Pedro de Ursúa. Era el año de 1559 y la gente se enganchaba para la gran jornada del Marañón, para esa hazaña exploradora que espera aún, después de tantos siglos, el cantor verdaderamente inspirado que la celebre.

Los hombres que se habían sumado a la empresa de don Pedro de Ursúa eran del más negro pelambre que es dado imaginar: asesinos, prófugos, condenados a muerte que por ese medio salvaban el pellejo, trapaceros y, en fin, la más surtida representación de la peor estofa. "Antes de proseguir la jornada no le faltaron amigos a Ursúa que le hicieron ver la conveniencia de desprenderse de una docena de hombres de quienes no se debía fiar, por su fama de promovedores y más culpados cómplices en las pasadas alteraciones del Perú, y como tales, no cabiendo allá, iban en busca de otra nueva donde pudieran hacer de las suyas. Particularmente le señalaban algunos a Lope de Aguirre"... Pero el Gobernador estaba ciego y sordo. El espejismo de El Dorado le hacía olvidar la realidad que sus contados amigos le mostraban y desprevenido dio la orden de marcha, de esa marcha extrahumana que se inició a través de las tierras vírgenes y hostiles, sin que el jefe parara mientes en que eran más agrestes y hostiles los corazones manchados y las almas busconas de la mesnada que iba en pos de su bandera.
Componíase la expedición que debía seguir las aguas del Amazonas, de varios bergantines con una tripulación de cuatrocientos infantes y sesenta caballos. Todo listo, zarpó a fines de septiembre de 1559; favorable fue el tiempo y alentado parecía el ánimo de los navegantes... una escuadra de frágiles bergantines; hombres que nunca habían navegado por el río: semejante hazaña bien puede reputarse por sí sola cual uno de los mayores prodigios de aquella época de aventuras.
A los pocos días de marcha empezaron a formarse bandos contrarios al Gobernador, los cuales pronto quedaron centralizados en la obediencia al maestre de campo Lope de Aguirre, "hombre curtido en chirinolas y picardías".

No anduvo lerdo éste en ganarse a su favor al Alférez General don Fernando de Guzmán, mancebo inexperto aunque sí muy codicioso de mando. Así las cosas, llegóse el año nuevo y con él la fecha escogida para acabar con Ursúa.
Ciro Bayo ha descrito admirablemente la escena criminal:

"En punto de las dos de la madrugada sería cuando llegaron al alojamiento de Ursúa. Como la noche era calurosa, estaba Ursúa tomando el fresco, hablando de hamaca a hamaca con su íntimo el Capitán Pedrarias y Almesto; como vio que entraba gente, volvió el rostro hacia ellos y díjoles risueño:
"—Sean vuesas mercedes muy bienvenidos, que cierto estaba con cuidado cómo les ha ido".
"—Ahora lo veréis", respondió Juan Alonso de la Bandera, desenvainando el acero y dándole un golpe, que secundaron los demás a estocadas y puñaladas.
"—¿Qué es esto, caballeros? —gritó Pedrarias, saltando de la hamaca—; ¿qué traición y crueldad es esta?"
"Pero viendo que Ursúa estaba muerto y todo era de más, escapó como pudo, escabulléndose entre la sombra.
"Muerto el Gobernador, Lope de Aguirre se adueña de todas las voluntades, volviéndose al mismo tiempo tan suspicaz que los soldados no sabían a qué carta quedarse.

Don Fernando de Guzmán había sido declarado por el mismo Aguirre, príncipe de la libertad y señor de las tierras del Nuevo Mundo; creía el Maestre de Campo por ese modo poner una magnífica pantalla para encubrir sus apetitos de mando y dar rienda suelta sin peligro a sus pasiones. Pero tántas fueron las tropelías de Aguirre, que llegó el momento en que don Fernando hubo de quitarle el cargo de Maestre de Campo, dejándole solamente el de Capitán a Caballo; mas temeroso de enemistarse con Lope, le prometió casar una hija mestiza que Aguirre llevaba en su compañía, y a la que quería entrañablemente, con su hermano don Martín de Guzmán, residente en el Perú. "Con este presupuesto empezó a tratar a la moza de doña y de cuñada e hízole grandes caricias y regalos, entre estos ciertas joyas de oro y una ropa de seda que se encontraron en el cofre de Ursúa. Aguirre, como astuto, disimuló por entonces"

Astuto, sagaz y avisado cual ninguno, Lope se hizo a una guardia escogida de cuarenta bravos, a los que armó con las mejores armas y previno de su designio de matar al Príncipe don Fernando. La ocasión se le presentó el 22 de mayo de 1561, y de más está decirlo, que supo aprovecharla.
Desaparecido don Fernando, Lope de Aguirre se quita fríamente la careta; dueño y señor del campo, se muestra ahora en toda su criminal desnudez y toma por propia voluntad el nombre de Príncipe, con estos extraños títulos: Lope de Aguirre, la ira de Dios, Príncipe de la Libertad y del Reino de Tierra Firme.
La jornada criminal y legendaria continuó a través del gran río con todas las penalidades naturales y sin que flaqueara el ánimo de aquellos hombres. No podemos relatarla punto por punto, porque ello fuera dilatarnos mucho. Basta decir que con voluntad tenaz y osada siguió Aguirre el curso de ese mar interior de América, y recorrido el Amazonas, deja por fin ese Mediterráneo de aguas dulces; en medio de una tempestad que hace zozobrar sus esquifes, salen al mar los Marañones, ganan la isla Margarita y tornan a tierra firme por el puerto de La Borburata en Venezuela; sin tomar aliento siguieron su derrotero sangriento hasta la ciudad de Valencia, en donde se detuvieron algún tiempo, y en donde escribió Aguirre una famosísima carta al Rey de España, que no podemos menos que recordar cual uno de los documentos más curiosos con que cuenta nuestra historia americana, y que bien puede considerarse como el Acta primera de la independencia de las Indias Occidentales.

La carta a Felipe II es extensa, pero, como ha dicho un historiador, no tiene desperdicio:

Rey Felipe, natural español, hijo de Carlos invencible:
Lope de Aguirre tu mínimo vasallo, cristiano viejo, de medianos padres, hijodalgo, natural vascongado, en el Reino de España, en la villa de Oñate vecino. En mi mocedad pasé el mar Océano a las partes del Pirú, por valer más con la lanza en la mano y por cumplir con la deuda que debe todo hombre de bien; y así, en veinticuatro años te he hecho muchos servicios en el Pirú en conquistas de indios y en poblar pueblos en tu servicio, especialmente en batallas y reencuentros que ha habido en tu nombre, siempre conforme a mis fuerzas y posibilidad, sin importunar a tus oficiales por paga, como parescerá por tus reales libros.

Bien creo, excelentísimo Rey y señor, aunque para mí y mis compañeros no has sido tal, sino cruel e ingrato a tan buenos servicios como has recibido de nosotros; aunque también creo que te deben de engañar los que te escriben desta tierra, como están lejos. Avísote, Rey español, a donde cumple haya toda justicia y rectitud para tan buenos vasallos como en esta tierra tienes, aunque yo, por no poder sufrir más las crueldades que usan estos tus Oidores, Visorrey y Gobernadores, he salido de hecho con mis compañeros, cuyos nombres después diré, de tu obediencia, y desnaturándonos de nuestras tierras, que es España, y hacerte en estas partes la más cruda guerra que nuestras fuerzas pudieren sustentar y sufrir; y esto, Rey y señor, nos ha hecho el no poder sufrir los grandes pechos, premios y castigos injustos que nos dan estos tus ministros que, por remediar a sus hijos y criados, nos han usurpado y robado nuestra fama, vida y honra, que es lástima, ¡oh Rey! y el mal tratamiento que se nos ha hecho. Y ansi, yo, manco de mi pierna derecha de dos arcabuzazos que me dieron en el valle de Chuquinga, con el Mariscal Alonso de Alvarado, siguiendo tu voz y apellidándola contra Francisco Hernández Girón, rebelde a tu servicio, como yo y mis compañeros al presente somos y seremos hasta la muerte, porque ya de hecho hemos alcanzado en este Reino, cuán cruel eres y quebrantador de fe y palabra; y así tenemos en esta tierra tus perdones por de menos crédito que los libros de Martín Lutero. Pues tu Virrey, Marqués de Cañete, malo, lujurioso, ambicioso tirano, ahorcó a Martín de Robles, hombre señalado en tu servicio, y al bravoso Tomás Vázquez Conquistador del Pirú y al triste de Alonso Díaz que trabajó más en el descubrimiento deste Reino que los exploradores de Moisén en el desierto; y a Piedrahita, que rompió muchas batallas en tu servicio, y aun en Pucara, ellos te dieron la victoria, porque si no se pasaran, hoy fuera Francisco Hernández rey del Pirú. Y no tengas en mucho el servicio que tus Oidores te escriben haberte hecho, porque es muy gran fábula si llaman servicio haberte gastado ochocientos mil pesos de tu real caja para sus vicios y maldades. Castígalos como a malos, que de cierto lo son.

Mira, mira, Rey español, que no seas cruel a tus vasallos; ni ingrato, pues estando tu padre y tú en los Reinos de Castilla sin ninguna zozobra, te han dado tus vasallos a costa de su sangre y hacienda, tantos reinos y señoríos como en estas partes tienes. Y mira, Rey y señor, que no puedes llevar con título de Rey justo ningún interés destas partes donde no aventuraste nada, sin que primero los que en ello han trabajado sean gratificados.

Por cierto lo tengo que van pocos reyes al infierno, porque sois pocos; que si muchos fuésedes, ninguno podría ir al cielo, porque creo allá seríades peores que Lucifer, según tenéis sed y hambre y ambición de hartaros de sangre humana; mas no me maravillo ni hago caso de vosotros, pues os llamais siempre menores de edad, y todo hombre inocente es loco, y vuestro gobierno es aire. Y cierto, a Dios hago solemnemente voto, yo y mis doscientos arcabuceros marañones, conquistadores, hijosdalgo, de no te dejar ministro tuyo a vida, porque yo sé hasta dónde alcanza tu clemencia; y el día de hoy nos hallamos los más bien aventurados de nascidos, por estar como estamos en estas partes de Indias, teniendo la fe y mandamientos de Dios enteros y sin corrupción, como cristianos, manteniendo todo lo que manda la Sancta Madre Iglesia de Roma; y pretendemos, recibir martirio por los mandamientos de Dios.
A la salida que hicimos del río de las Amazonas que se llama el Marañón, vi en una isla poblada de cristianos, que tiene por nombre la Margarita, unas relaciones que venían de España, de la gran cisma de luteranos que hay en ella, que nos pusieron temor y espanto, pues aquí en nuestra compañía hubo un alemán, por su nombre Monteverde, y lo hice hacer pedazos. Los hados darán la paga a los cuerpos, pero donde nosotros estuviéremos, cree, excelente Príncipe, que cumple que todos vivan muy perfectamente en la fée de Cristo.

Especialmente es tan grande la disolución de los frailes en estas partes, que, cierto, conviene que venga sobre ellos tu ira y castigo, porque ya no hay ninguno que presuma de menos que de gobernador. Mira, mira Rey, no les creas lo que te dijeren, pues las lágrimas que allá echan delante de tu Real persona, es para venir acá a mandar. Si quieres saber la vida que por acá tienen, es entender en mercaderías, procurar y adquirir bienes temporales, vender los Sacramentos de la Iglesia por prescio; enemigos de pobres, incaritativos, ambiciosos, glotones y soberbios; de manera que por mínimo que sea un fraile, pretende mandar y gobernar todas estas tierras. Pon remedio, Rey y señor, porque destas cosas y malos ejemplos no está imprimida ni fijada la fée en los naturales; y, más te digo, que si esta disolución destos frailes no se quita de aquí, no faltarán escándalos.

Aunque yo y mis compañeros, por la gran razón que tenemos, nos hayamos determinado de morir, desto y otras cosas pasadas, singular Rey, tú has sido la causa, por no te doler del trabajo destos vasallos y no mirar lo mucho que les debes; que si tú no miras por ellos y te descuidas con estos tus Oidores, nunca se acertará en el gobierno. Por cierto, no hay para qué presentar testigos, más de avisarte cómo estos tus Oidores tienen cada año cuatro mil pesos de salario y ocho mil de costa, y al cabo de tres años tienen cada uno sesenta mil pesos ahorrados y heredamientos y posesiones; y con todo esto, si se contentasen con servirlos como a hombres, medio mal y trabajo sería el nuestro; mas, por nuestros pecados, quieren que doquiera que los topemos, nos hinquemos de rodillas y los adoremos como a Nabucodonosor; cosa, cierto, insufrible. Y yo, como hombre que estoy lastimado y manco de mis miembros en tu servicio, y mis compañeros viejos y cansados en lo mismo, nunca te he de dejar de avisar que no fies en estos letrados tu Real conciencia, que no cumple a tu Real servicio descuidarte con éstos, que se les va todo el tiempo en casar hijos e hijas, y muy común, es: "A tuerto y a derecho, nuestra casa hasta el techo".

Pues los frailes, a ningún indio pobre quieren absolver ni predicar; y están aposentados en los mejores repartimientos del Pirú, y la vida que tienen es áspera y peligrosa, porque cada uno dellos tiene por penitencia en sus cocinas una docena de mozas, y no muy viejas y otros tantos muchachos que les vayan a pescar pues a matar perdices y a traer fruta, todo el repartimiento tiene que hacer con ellos: que en fe de cristianos, te juro, Rey y señor, que si no pones remedio en las maldades desta tierra, que te ha de venir azote del cielo; y esto dígolo por avisarte de la verdad, aunque yo y mis compañeros no queremos ni esperamos de ti misericordia.
Ay, ay, qué lástima tan grande que César y Emperador, tu padre, conquistase con la fuerza de España la superbia Germania, y gastase tánta moneda llevada destas Indias descubiertas por nosotros, que no te duelas de nuestra vejez y cansancio siquiera para matarnos la hambre un día! Sabes que vemos en estas partes, excelente Rey y señor, que conquistaste a Alemania con armas, y Alemania ha conquistado a España con vicios, de que, cierto, nos hallamos acá más contentos con maíz y agua, sólo por estar apartados de tan mala ironía, que los que en ella han caído pueden estar con sus regalos. Anden las guerras por donde anduvieron pues para los hombres se hicieron; mas en ningún tiempo, ni por adversidad que nos venga, no dejaremos de ser sujetos y obedientes a los preceptos de la Sancta Madre Iglesia Romana.

No podemos creer, excelente Rey y señor, que tú seas cruel para tan buenos vasallos como en estas partes tienes, sino que estos tus malos Oidores y ministros lo deben de hacer sin tu consentimiento. Dígolo, excelente Rey y señor, porque en la ciudad de los reyes, dos leguas della, junto a la mar, se descubrió una laguna donde se cría algún pescado, que Dios lo permitió que fuese así; y estos tus malos Oidores y oficiales de tu real patrimonio, por aprovecharse del pescado, como lo hacen, para sus regalos y vicios, la arriendan en tu nombre, dándonos a entender como si fuésemos inhábiles, que es por tu voluntad. Si ello es así, déjanos, señor, pescar algún pescado siquiera, pues que trabajamos en descubrirlo; porque el Rey de Castilla no tiene necesidad de cuatrocientos pesos, que es la cantidad porque se arrienda. Y pues, esclarecido Rey, no pedimos mercedes en Córdoba, ni en Valladolid, ni en toda España, que es tu patrimonio, duélete, señor, de alimentar los pobres cansados en los frutos y réditos desta tierra, y mira, Rey y señor, que hay Dios para todos, igual justicia, premio, paraíso e infierno.

En el año de cincuenta y nueve dio el Marqués de Cañete la jornada del río de las Amazonas a Pedro de Ursúa, navarro y por decir verdad francés, y tardó en hacer navíos hasta el año de sesenta, en la Provincia de los Motilones, que es término del Pirú; y porque los indios andan rapados a navaja, se llaman motilones, aunque estos navíos, por ser la tierra donde se hicieron lluviosas, al tiempo de echarlos al agua se nos quebraron los más dellos, y hicimos balsas, y dejamos los caballos y haciendas, y nos echamos el río abajo, con harto riesgo de nuestras personas; y luégo topamos los más poderosísimos ríos del Pirú; de manera que nos vimos en el Golfo Dulce; caminamos de prima faz trescientas leguas, desde el embarcadero donde nos embarcamos la primera vez.

Fue este Gobernador tan perverso, ambicioso y miserable, que no lo pudimos sufrir; y así, por ser imposible relatar sus maldades, y por tenerme por parte en mi caso, como ternas, excelente Rey y señor, no diré cosa más de que lo matamos; muerte, cierto bien breve. Y luégo a un mancebo, caballero de Sevilla, que se llamaba don Fernando de Guzmán, lo alzamos por nuestro rey y lo juramos por tal, como tu real persona verá por las firmas de todos los que en ello nos hallamos, que quedan en la isla Margarita en estas Indias, y a mí me nombraron por su Maese de Campo; y porque no consentí en sus insultos y maldades me quisieron matar, y yo maté al nuevo rey y Capitán de su guardia, y teniente general, y a cuatro capitanes y a su mayordomo, y a un su capellán, clérigo de misa, y a una mujer, de la liga contra mí, y a un comendador de Rodas, y a un almirante y dos alférez, y a otros cinco o seis aliados suyos, y con intención de llevar la guerra adelante y morir en ella, por las muchas crueldades que tus ministros usan con nosotros; y nombré de nuevo capitanes y sargento mayor, y me quisieron matar, y yo los ahorqué a todos. Y caminando nuestra derrota, pasando todas estas muertes y malas venturas en este río Marañón, tardamos hasta la boca dél y hasta la mar más de diez meses y medio: caminamos cien jornadas justas, y anduvimos mil y quinientas leguas. Es río grande y temeroso. Tiene de boca ochenta leguas de agua dulce, y no como dicen, por muchos brazos; tiene grandes bajos, y ochocientas leguas de desierto, sin género de poblado, como tu Majestad lo verá por una relación que hemos hecho bien verdadera. En la derrota que corrimos tiene seis mil islas. Sabe Dios cómo nos escapamos deste lago tan temeroso! Avísote, Rey y señor, no proveas ni consientas que se haga alguna armada para este río tan mal afortunado, porque en fe de cristiano te juro, Rey y señor, que si vinieren cien mil hombres, ninguno escape, porque la relación es falsa y no hay en el río otra cosa que desesperar, especialmente por los chapetones de España.

Los capitanes y oficiales que al presente llevo, y prometen de morir en esta demanda, como hombres lastimados, son: Juan Jerónimo de Espínola, ginovés, Capitán de infantería; los dos andaluces; Capitán de a caballo, Diego Tirado, andaluz, que tus Oidores, Rey y señor, le quitaron con grande agravio indios que había ganado con su lanza; Capitán de mi guardia, Roberto de Coca, y su Alférez Nuflo Hernández, valenciano; Juan López de Ayala, de Cuenca, nuestro Pagador; Alférez General, Blas Gutiérrez, Conquistador de veintisiete años, natural de Sevilla; Custodio Hernández, Alférez, portugués; Diego de Torres, Alférez, navarro; Sargento Pedro Rodríguez Viso; Diego de Figueroa, Cristóbal de Rivas, Conquistador; Pedro de Rojas, andaluz; Juan de Salcedo, Alférez de a caballo; Bartolomé Sánchez Paniagua, nuestro barrachel; Diego Sánchez Bilbao, nuestro Pagador.

Y otros muchos hijosdalgos desta liga ruegan a Dios, Nuestro Señor, te aumente siempre en bien y ensalce en prosperidad contra el turco y franceses, y todos los demás que en estas partes te quisieren hacer la guerra; y en estas nos dé Dios gracias que podamos alcanzar con nuestras armas el precio que se nos debe, pues nos han negado lo que de derecho se nos debía. Hijo de fieles vasallos en tierra vascongada, y rebelde hasta la muerte por tu ingratitud, Lope de Aguirre, El Peregrino.

En lo transcrito, por primera vez en América se duda de la potestad divina de los Monarcas de Castilla, y un hombre es osado a hablar sin compostura al muy poderoso Rey de España. Por ese aspecto sí puede considerarse al cruelísimo tirano Aguirre como un precursor, como el antecesor indigno, pero al fin y a la postre antecesor, de aquellos criollos que siglos después clamarían por sus derechos en inmortales memoriales de agravios. Toda aquella larga epístola es el bufido de un desalmado con fortuna, ciertamente; pero entre líneas se vislumbran problemas y esbozan conflictos vitales de la vida colonial, que con el tiempo crearon en las gentes de América la conciencia de la independencia política.

Claro y obvio que no son las palabras de Aguirre la expresión adecuada de los ideales emancipadores que se manifestaron en Miranda, Nariño, Pedro Fermín de Vargas y otros precursores, amparados por la ilustración filosófica y la información política en las postrimerías atormentadas del siglo XVIII; pero nadie puede negar que en boca de este feroz Capitán de alzados, aparecen acentos clamantes que se repetirán después en los labios de los comuneros y luégo, con mayor firmeza y ventura, en la de los precursores y próceres de la libertad del Nuevo Mundo(1).

Salió Lope de Aguirre de la ciudad de Valencia a sentar sus reales en Barquisimeto. Allí iba a declinar su estrella. La gente estaba descontenta con sus crueldades, y la máquina militar de España en América se había puesto toda en movimiento para liquidarlo.

Cercado por las tropas leales a Castilla, desesperado por el hambre, Lope de Aguirre comprendió que todo estaba para él perdido. Al verse solo, desamparado, a merced del enemigo, cruzó por su mente una idea siniestra. Se fue a la habitación donde estaba su hija, joven mestiza muy hermosa a quien él adoraba, y desenvainando un puñal que traía al cinto, le dijo:

"Hija mía muy amada, bien pensé casarte y verte gran señora; pero no lo han querido mis pecados. Y ves cómo todos se pasaron y me han dejado solo. Confiésate con Dios que no es justo que quedes en el mundo para que ningún bellaco goce tu beldad, ni te baldone llamándote hija del tirano Aguirre...".
La triste doncella se hincó de rodillas; el padre cerró los ojos y con mano firme cubrióle de puñaladas el pecho virginal.

Lope de Aguirre murió como bravo; si por su vida airada fue más que todo un asesino con fortuna, por su fin mereció ser en verdad un legítimo príncipe de Tierra Adentro. A diferencia de la generalidad de los malhechores que son cobardes y pusilánimes en la hora postrera, se mostró altivo y valiente. En el último momento tuvo coraje suficiente para burlarse de la muerte y mofarse de la mala puntería de sus matadores.

Su fin se verificó el 28 de octubre de 1561, día de los Apóstoles San Simón y San Judas Tadeo, según apuntan nuestros cronistas, y, si bien no fue cristiano ni edificante, cumplióse lo que él había dicho: "Mi alma se irá a los infiernos, pero allí están Julio César, Alejandro Magno y otros capitanes, mientras que al cielo sólo van gentes de poco fuste y bríos... Y a lo menos mi fama quedará en la memoria de los hombres para siempre".
En esto último dijo bien, pues siempre será héroe de leyenda esta segunda encarnación de Atila, este hombre sin temor a nada ni a nadie, ora silencioso como vulgar asesino que premedita su crimen, ora declamador y dicharachero, siempre inquietador e intrigante.
Más de tres siglos —escribe el historiador venezolano Aristides Rojas— han pasado, y todavía el recuerdo de sus crímenes no se ha extinguido.


Lope de Agirre, el precoz soñador de Oñate

[Traducción al español del original en euskera]

Por Josemari Vélez de Mendizabal

A saber qué hay de cierto en lo que se dice sobre la figura de Lope de Aguirre. Los rumores, cuentos y leyendas generados en torno al de Oñate durante la sangrienta aventura de América son cual arenosas columnas surgidas de la juguetona imaginación humana, salvo algunas excepciones. La historia americana precisaba aventureros como Lope de Aguirre para ocultar un sinfín de inconfesables pasajes negros. Las crónicas redactadas por los vencedores han de tener alguien a quien imputar todos los abusos cometidos, para poder consevar bien limpio el símbolo de la integridad. Así ha ocurrido siempre en todas las batallas y disputas; mirad si no las guerras y contiendas actuales, que por hallar algún ejemplo entre los sacrificados encierra los enfados y maldiciones de los de un bando y del otro, para subsanar el error de la mayor parte de los dos bandos.

La aventura de las Américas se desarrolló de mano de los aventureros, y nadie podía esperar que allí, a miles de kilómetros del poder político y financiero, las pasiones humanas fueran a medirse desde los parámetros de la moral y la teoría católicas. ¿Cómo han de interpretarse las "heroicidades" de Hernán Cortés, Francisco Pizarro y demás aventureros? Quizás se le pueda imputar un solo error (¿o virtud?) al de Oñate: el haber expresado sus sentimientos abiertamente y sin tapujos al poderoso Felipe II, rey de España, reprochándole la mentira de todas aquellas aventuras. Es entonces cuando Lope de Aguirre demostró su coherencia, si bien hay que admitir que para ello se valió de una errónea e ilegal actitud. Pero, insisto, la faz de la Tierra no ha cambiado absolutamente nada en los últimos quinientos años; el mundo lo construímos nosotros, los seres humanos, y, como recientemente comentaba un antropólogo, habría que reflexionar sobre la poca diferencia existente entre el hombre de las cavernas y nuestra inteligencia.

En cuanto a la pasión, el Imperio tenía necesidades de todo tipo, herramientas de trabajo, máquinas, animales... así como hombres y mujeres. Se les exigía calidad, es decir, la satisfacción de las mínimas condiciones técnicas y estratégicas para cumplir con su obligación. A los animales racionales que llegaban con destino a los barcos no se les preguntaba ni por su procedencia ni por su identidad. Todo era válido, puesto que el objetivo principal consistía en evangelizar a los habitantes de este otro continente, y la victoria sobre los indios no creyentes estaba asegurada gracias a las espadas. Por lo tanto, a los subordinados del Imperio les bastaba con la fuerza de las armas, utilizadas en nombre de la cruz, eso sí. Las lecciones éticas proclamadas desde las cátedras de Salamanca bajo el cegador brillo del catolicismo, absolvían casi en su totalidad la oscura historia de la conquista emprendida por orden de Felipe II. Pero, respetando las reglas de oro, el omnidestructor espíritu de los vencedores debía escoger sus víctimas de entre sus semejantes, para escenificar el falso pretexto de la repugnante victoria en un sacrificio público.

Lope de Aguirre fue un traidor, pero no porque lo digamos nosotros; así fue como él mismo firmó la carta dirigida a Felipe II. A buen seguro el de Oñate se destaca a sí mismo de entre los demás aventureros mediante aquel escrito acusador y lleno de contradicciones que jamás llegaría a manos del rey español, ofreciendo, al parecer involuntariamente, una sincera dimensión. Al hacerse responsable de su crueldad, demostró sin complejo alguno la trasparencia propia de los dementes. Posteriormente, la dignidad atribuída a los "libertadores" Bolívar o San Martín, se convierte en locura en el caso de Lope de Aguirre. Sin embargo, yo no aprecio diferencia alguna ente aquellos dos y el de Oñate; los tres fueron víctimas de su sentimiento aventurero. Dos tuvieron más suerte y, valiéndose de métodos semejantes a los del vasco, consiguieron alcanzar su objetivo. Lope de Aguirre emprendió demasiado pronto su sueño. Y falló en los cálculos.


Sobre la muerte del tirano Aguirre, por fray Pedro Simón (1626)

«Viendo el Maesse de campo la victoria que ya tenía entre las manos, despachó luego un mensagero de acavallo, que por la posta diese aviso de lo que passava al Governador, y a los demás; que sabido por todos, partieron de tropel la buelta del fuerte. Viéndose Aguirre ya desamparado de todos, y que sólo le hazía lado el Llamoso, Capitán de su munición, le dixo; que por qué no se yva con los demás, a gozar de los perdones del Rey; pero respondióle otra vez lo que hemos visto arriba, que lo quería acompañar hasta la muerte; y no replicándole a esto nada el Aguirre, se entró en el aposento, ya sin ánimo, y todo cortado donde estava su hija (que era ya mujer) en compañía de otra, que se llamava la Torralva, natural de Molina de Aragón, en Castilla, que avía baxajo del Pirú, siguiendo la jornada, y no deviera de ser de mucha edad, pues el año de mil seyscientos y doze la vi yo viva (aunque ya muy vieja) en la misma Ciudad de Baraquicimeto; y poniéndole el demonio en el pensamiento, que matara a la hija, para que se acabara de llenar el vaso de sus maldades, se determinó a ello, y le dixo: Encomiéndate, hija, a Dios, porque te quiero matar; y diciéndole ella: ¿Por qué, señor? respondió: porque no te veas vituperada, ni en poder de quien te diga hija de un traydor. Procuró reparar esta muerte la Torralva, quitándole el arcabuz al Aguirre, con que la quería matar: pero no por essa se excusó el dársela, pues metiendo mano el traydor a una daga que traya, le dio de puñaladas, y quitó la vida. Y aviendo hecho esto, se salió a la puerta del aposento, y vido que ya entrava toda la gente del Rey, para quien no tuvo manos, siquiera para disparar un arcabuz y vender bien su vida (que todo lo pudiera hacer): ántes desmazalado soltando las armas, se arrimó como un triste a una barbacoa, o cama que estava allí en una pieza, ántes del aposento, a donde avia entrado de los primeros (antes que el maesse de Campo) un Ledesma espadero, vezino de Tucuyo: el qual quando vido entrar al García de Parédes, pretendiendo ganar gracias, le dixo: Aquí tengo, señor, rendido a Aguirre; a quien respondió: No me rindo yo a tan grandes vellacos como a vos; y reconociendo al Parédes, le dixo: Señor Maesse de Campo, suplico a v. m. que pues es cavallero, me guarde mis términos, y oyga, porque tengo negocios que tratar de importancia al servicio del Rey.

«Respondióle el García de Parédes, que haría lo que era obligado, y temiéndose algunos de los mismos soldados de Aguirre, que de quedar él con vida, podían correr riesgo las suyas, pues podía ser cantase contra ellos lo que había passado en la jornada, persuadiendo al Maesse de Campo, diziendo ,no convenía otra cosa a su honra que le cortase la cabeza antes que llegase el Governador: y no pareciéndole mal al Maesse de Campo el consejo, le dixo al Aguirre, que se desarmase, y a dos arcabuceros de los mismos Marañones, que le disparasen los arcabuces, como lo hicieron, con que quedó muerto: si bien ay quien diga, que al primer arcabuzazo que le dieron, por ayer sido al soslayo, dixo: Este no es bueno; y al segundo que le dio la bala por los pechos, dixo: Este sí; y luego cayó muerto. Saltó luego sobre él un soldado, llamado Custodio Hernández, que era uno de los menos prendados del tyrano, y por mandado del Maesse de Campo, le cortó la cabeza, y sacándola de los cabellos, que los tenía largos, se fue con ella a recebir al Governador, pretendiendo ganar gracias con él».


Lope de Aguirre, la ira de Dios

En Coro a doce de diciembre de 1561.
"Muy alto y muy poderoso señor. Besa los pies a Vuestra Majestad su menor Capellán. El Electo Obispo de Venezuela, fray Pedro de Agreda - (firmado y rubricado).
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Hombre legendario, Lope "el loco" ha dejado tras de sí una estela de leyenda y misterio que perdura aún en las tierras que atravesó con su tropa. Los fuegos fatuos que en Venezuela se aparecen con su fantasma, así como en Barquisimeto y Burburata; la bahía de Isla Margarita llamada del Traidor por haber desembarcado él allí; la procesión que en El Tocuyo celebra su muerte cada 27 de octubre; el llamado salto de Aguirre, en plena selva peruana, donde estando en grave peligro escribió en una piedra algunos signos misteriosos ante los que es necesario persignarse y orar.

"Según los psicólogos modernos, la personalidad de Aguirre era muy rica, es decir, era un hombre temperamental y exaltado, se ha dicho incluso que rozaba la psicopatía, cosa que es poco probable. Era hombre respetuoso con las mujeres decentes, pero a las que no lo eran las trataba mal (a fulanas,putas..). Tenía un caracter levantisco y rebelde, era un temerario, un hombre que sabía hacerse temer. Era astuto y hábil. Ante todo, tenía las ideas muy claras. Premeditaba todos sus actos. Cuando invistió a Guzmán como "Príncipe" sabía que tarde o temprano le iba a dar muerte para ocupar finalmente, el mando de la expedición. Mataba a sus enemigos con cierta facilidad, sin temer a nada ni a nadie, es como un barco sin rumbo. No se conforma con cualquier cosa. Está dispuesto a dar combate todo el día. Duerme vestido y armado, finge dormir, solo dormía en un rincón del monte rodeado de sus mas fieles. Era tremendamente vengativo, consideraba un deshonor el no vengarse. Nunca olvidaba una ofensa. Tampoco perdonaba la falta de entusiasmo. Llegó a matar al que no demostrase entusiasmo. Así pues una personalidad especial. Un hombre raro, muy inteligente(sus cartas y actos lo demuestran perfectamente), peligroso, fanático, paranoico, vengativo, libertario. Así era Lope de Aguirre, Príncipe de la Libertad, la Ira de Dios.

Lope de Aguirre nació en Oñate en algún momento entre los años 1511 y 1515. Fue el segundo hijo en una familia acomodada pero sin fortuna. Destinada la herencia a su hermano mayor, sus opciones eran el sacerdocio, la gran ciudad, o buscar fortuna en América. Vivió primero un tiempo en Andalucía, donde aprendió el oficio de domador de caballos, y tuvo ocasión de escuchar y aprender cosas del Nuevo mundo. De Sevilla partía cada primavera la Carrera de Nueva España, con rumbo a Veracruz desde donde se sigue a México y América Central, y la Carrera de Tierra Firme, hacia Cartagena de Indias y Porto Bello o Nombre de Dios. Hacia los veinte años, se menciona la fecha de 1534, embarcó hacia la historia. Se le atribuye una autoría directa o por orden suya en 72 asesinatos: 64 españoles, entre militares y civiles, tres sacerdotes, cuatro mujeres y un indio. Poco se sabe de él durante unos años en que los historiadores no se ponen de acuerdo acerca de la identidad de varios Lope de Aguirre que aparecen en diferentes documentos durante estos años: al servicio del gobernador Pedro Heredia, en un naufragio cerca de La Habana y reembarcarón de nuevo hacía America en 1539. Según lo acostumbrado en los vascongados de los siglos XVI y XVII, que solían ocupar puestos de notarios y secretarios en la corte, las cartas de Aguirre muestran a un hombre bien educado y con buena caligrafía. Pero también es grosero e intrigante, torpe y de aspecto desagradable. En 1553 participó en la sublevación de Sebastian de Castilla en La Plata. A partir de ese momento ya empezaría a ser conocido como "Aguirre el loco". En 1559, se enroló en una expedición, encomendada por el virrey del Perú a Pedro de Ursua, natural de Bozate (Valle del Baztan en Navarra, Euskal Herria) para ir en busca de El Dorado. Aquí en esta expedición es donde Aguirre se hizo famoso por sus crímenes, ideales y por su rebeldía. La expedición salió de Santa Cruz de Saposoa y se dedicaron a descender los ríos Huallaga-Marañón-Amazonas para buscar "El País donde todo es de oro", el famoso "Dorado".

La exploración por el río Amazonas resultó infructuosa y, además, se perdieron varias embarcaciones; todo ello, unido al creciente descontento de los expedicionarios, muchos de los cuales querían volver a Perú cansados de tantas penalidades, desembocó en un amotinamiento. Pedro de Ursua se dedicaba a acostarse con su amante, Ines de Atienza, hacía caso omiso a los que le decían que el Dorado no existía. Ursua, incluso llegó a encadenar a un noble español y hacerlo remar junto a los negros. Esto dio lugar a una conjura en la que participó Aguirre para matar a Ursua. Una vez muerto Ursua sus asesinos, entre ellos Aguirre, decidieron escribir un documento al rey explicando las razones por las que habían dado muerto a Ursua. Llegó el momento de firmar y firmaron todos los conjurados uno por uno. Al llegarle el turno a Aguirre, éste firmó poniendo "Lope de Aguirre,traidor". Todos los demás se escandalizaron y preguntaron a Aguirre porque había puesto esto. Aguirre dijo que desde ese momento eran traídores al rey y que por lo tanto debían de estar en su contra. Todos lo consideraron loco por decir esto. El sustituto de Ursua fue Fernando de Guzmán. Con Guzmán llegaron las envidias y odios. Inés Atienza, la amante de Ursua, andaba pendoneándo con los enemígos de Aguirre. En la expedición reinaba el caos, las conjuras y el miedo al asesinato. Aguirre se enteró mediante sus espías que planeaban darle muerte, pero el se adelantó a todos los demás matando uno por uno a todos sus enemigos hasta acabar con la vida del propio Guzmán. Entre estos muertos Aguirre no vaciló en matar al cura Henao a quien consideraba sospechoso y lo mató sin ningún escrúpulo. Tampoco vaciló en hacer matar a Inés a la que consideraba una puta. Una vez en el mando, Aguirre dejo de un lado la absurda idea del Dorado y la expedición cambió totalmente. Se propuso como objetivo el ir a Panamá para luego lanzarse a la conquista del Perú. Durante su "mandato" se proclamó independiente con respecto a Felipe II, rey de España, a quien le escribió una carta, en la que entre otras cosas le llamaba "menor de edad". Le advirtió de que no tenía derecho a poseer esas tierras en la que el nada había aventurado. Nadie nunca se había atrevido a alzar la voz de esta manera al rey de Castilla-España. Pues Aguirre lo hizó y le plantó cara. Esta carta, siglos más tarde fue considerada por Simón Bolivar como la "primera declaración de independencia del Nuevo Mundo". Acompañado ya por un reducido grupo de hombres, los «marañones», se dirigió a la conquista del reino del Perú. Tras haberse apoderado de la isla Margarita, al llegar a Tierras Continentales Venezolanas fue abandonado por los «marañones», cansados de las múltiples violencias experimentadas durante la travesía y de sus excesos. Finalmente en Barquisimeto (27-X-1561), ya prácticamente solo y decidido a entregarse a las autoridades españolas, mató a su hija para que no se convirtiese en "puta y ramera de todos". Le pegaron dos arcabuzazos de los que el segundo tiro le mató.

Después de muerto le cortaron la cabeza y descuatizaron su cuerpo. Su cabeza fue puesta en una jaula de hierro en el Tocuyo para que la gente viese la cabeza de la que brotaban tan "perversas maquinaciones". Su mano derecha fue enviada a la ciudad de Mérida y la izquierda a la Valencia. (Barquisimeto, Tocuyo, Mérida y Valencia son actualmente ciudades venezolanas) El resto del cuerpo fue echado como comida a los perros.Pues bien, aquí termina la biografía de Lope de Aguirre, un poco "acortada". Has de saber de la mala fama que fue objeto Aguirre. En realidad es verdad que fue paranoico. Tenía la obsesión de que lo iban a matar y por eso tenía ojos y espías en todas partes. En la expedición no sobrevivió ninguno de los enemigos de Aguirre, ninguno. Su ira paranoica los hizo eliminar a todos. Los asesinó sin piedad alguna y sin miramientos. Igual daba ser noble de buena cuna, ser sacerdote o ser mujer. "Elimina al enemigo antes de que el enemigo te elimine a ti". Parece que Aguirre seguía esto. Pero lo que no podemos negar es que si Aguirre no hubiese matado a sus enemigos, el hubiese muerto. Por lo tanto defendía su vida. Más tarde al eliminar a todos los enemigos Aguirre se volvió más paranoico. Ante la menor sospecha de deserción Aguirre mató a bastantes soldados suyos. Pero hizo una cosa que aparte de su ya "famosa carta de rebeldía al rey" que le caracteriza. Cuando se hizo cargo de la expedición trató a LOS NEGROS E INDIOS de la misma forma que a los españoles y vascos. Es decir, instauró una igualdad, cosa que no había hecho nadie. Era algo loco, de acuerdo, algo paranoico, de acuerdo, pero desafió a un rey estando en inferioridad numérica.........................y era respetuoso con indios y negros...........Por eso no es igual a los demás conquistadores, que se dedicaban a robar oro, matar y ser los ojito derecho de los reyes de Castilla. Han hecho mucha "leyenda negra" sobre Aguirre. Fijate que hoy en día, los campesinos venezolanos en Barquisimeto dicen que a eso de medianoche entre las ogscuridades suele aparecer el espectro o fantasma de Aguirre para aterrorizar a las gentes. O sea, casi casi como a Drácula. ¿Te crees que hay derecho a esto? Todo es culpa de los españoles, que infundieron esas tonterias que están hoy en día tan arraigadas mientras que Cortés y Pizarro tienen estatuas. Ironias de la vida. "Aquí el que dice la verdad es tratado de loco".Palabras de Aguirre.Y que razón tenía...........

1561

"Sacra Catholica Real Majestad. Por otra he dado relación a vuestra Majestad de las muertes y daños que los naturales de este Reino (sic) reciben por mano del Gobernador Collado y sus Capitanes y porque tengo creído que vuestra Majestad habrá mandado proveer quien ampare los pobres naturales que quedan, por ser la cosa que más conviene en Indias para seguridad de la real conciencia de Vuestra Majestad, solamente en esta diré la muerte del tirano Lope de Aguirre de que por otras tengo dada relación que llegó a esta provincia con determinación de ir por ella a los reinos del Perú a hacer los daños que pudiese.

"Después de haber quemado y robado los pueblos de Borburata (Borboroata) y la Valencia, como tengo escrito, se partió para los pueblos de la tierra adentro y llegó al pueblo de Barquisimeto sin ninguna resistencia, a veinte y uno de octubre pasado y luego quemó la iglesia y pueblo, los cuales daños no se hubieran hecho si el gobernador hubiera querido venir a la costa con la gente que traía haciendo guerra a los indios, porque veinticinco días antes que el tirano llegase a esta gobernación se tuvo noticia que estaba aderezándose en la Margarita, y se supo la voluntad que traía su gente para se le huir, si hallara quien los recogiera y como se hizo después, pero ciertos días antes que el tirano llegase a Barquisimeto, había llegado un capitán suyo llamado. Pero Alonso que se había huído con deseo de servir a vuestra majestad, y llegado dijo al gobernador como el tirano traía la gente forzada y que sembrando cédulas de perdón y viendo gente y bandera real, todos se pasarían como se hizo, pero como supo el gobernador que llegaba cerca de Barquisimeto, luego desamparó el pueblo del Tocuyo donde residía y determinó de irse a esconder, quince leguas de allí, donde tenía sus mercadurias, y sabido por este Capitán y algunos vecinos lo que hacía, fueron tras de él y alcanzáronle dos leguas del pueblo del Tocuyo y le dijeron cómo no convenía al servicio de vuestra Majestad que se ausentase, porque las Indias se perderían, y así por lo que éste le dijo como porque topó veinte soldados que venían de socorro de la gobernación del Reino, dio la vuelta y llegó un día después que el tirano entrado en Barquisimeto y el día que entró andaba corriendo la tierra con seis de a caballo el maese de campo Diego García de Paredes, tan valiente y servidor de vuestra majestad como su padre, y con los que llevaba dio en la retaguardia del tirano y la tomó y mató algunos caballos y le tomó mucha pólvora y munición y algunos indios de quien se supo los secretos de su campo y diéronse tan buena maña los servidores de vuestra majestad que en siete días que hubo escaramuzas, no hubo ninguno muerto ni herido, porque los tiranos los arcabuces tiraban por alto con intento de venir a servir a vuestra Majestad, como lo hicieron que pocos a pocos se le pasaron así todos, que no le quedarían sino treinta y como se vio perdido retrájose a un fuerte que tenía, donde mató a puñaladas una hija de quince años que tenía, diciendo que no la habían de llamar hija del traidor, y en esta coyuntura arremetió al fuerte Diego García de Paredes con ciertos soldados y dijo al tirano que les rindiese las armas y él se las rindió pidiendo que no le matasen hasta que le tomasen su dicho, y dos capitanes o soldados del tirano, arcabuceros, que se hallaron allí en servicio de vuestra Majestad dijeron que no convenía que se le tomase su dicho, porque condenarían a muchos que estaban sin culpa, y diciendo estas palabras, sin que el Maese deCampo lo pudiera remediar, le dieron dos arcabuzazos de los cuales cayó, y entonces el Maese de campo le hizo cortar la cabeza y con las banderas las llevó donde el gobernador estaba bien seguro y apartado, las cuales banderas le tomó sin darle gracias por lo que había hecho, de manera que el tirano murió a veinte y siete de octubre pasado. "Esto me han escrito personas de toda creencia y que no ha habido más muertos, aunque el gobernador tiene presos algunos culpados; dícenme que al tiempo que se pregonó la guerra contra el tirano, el gobernador dio campo franco de lo que se tomase y por ahora como el gobernador les quita hasta las lanzas y arcabuces, que andan todos muy descontentos porque creen según su codicia, que gozará de la mayor parte del despojo, como se dice que le han dado algunos tiranos ricas joyas y preseas.

"Cuando vino la nueva del tirano, Diego García de Paredes estaba en tierras del Reino, que el Gobernador sin haber cometido ningunos delitos, con malos tratamientos le había echado de la tierra, y como supo la nueva del tirano, recogió los soldados que pudo y vino a morir en servicio de vuestra Majestad y porque convino le hizo el gobernador Maese de Campo; suplico a vuestra Majestad que, pues se ha mostrado tan leal servidor, le haga merced de la Capitanía General de esta gobernación con el salario que vuestra Majestad fuere servido, pues los servicios de padre e hijo lo merecen, y porque me han escrito que anda negociando el gobernador de enviar por procuradores a vuestra Majestad algunos de sus paniaguados para pedir las mercedes que otros han merecido en el desbarate de este tirano y se cree que hará algunas informaciones de las que él publica, porque dice que si quiere tomar testigos que no es hereje u otras cosas que hallará testigos que se le conviden a ello, suplico a vuestra Majestad que a las tales ínformaciones se les de el crédito que el mismo gobernador publica, mandando a los que fueren que procuren el bien de la tierra, y que informen con verdad lo que conviene al servicio de vuestra Majestad.

"Una real cédula me envió vuestra majestad en un pliego del gobernador para que con gran cuidado entendiese en las cosas del Santo Oficio (Nota al margen: "Que se le dé duplicada"). y esta cédula del Gobernador ha hecho perdediza y no aparece porque dice que la dio a un soldado y la perdió, y conviene tanto al servicio de Dios y de vuestra majestad entender en esto, según las cosas han pasado y pasan, que no lo puedo encarecer y aunque la cédula no me quiera dar el gobernador, estoy determinado de entender en lo remediar hasta tanto que me torne vuestra Majestad a enviar la cédula, y entre otros los que más escándalo han puesto en la tierra es el gobernador y un teniente estudiante que tiene, porque en público a mí se me han desvergonzado a decir que los cantos de la iglesia y ofrendas de ella tienen por vanidad y en público les pesa y muestran mala voluntad a las reprensiones que predico contra los luteranos, y otras palabras y cosas escandalosas y muchos han dado crédito a lo que otros dicen.

"Muchos días ha que lo hubiera remediado, pues no han querido por amonestaciones, pero como es gobernador y tiene consigo otros de su opinión, en haberme tomado la cédula de vuestra Majestad, no me he atrevido a poner la mano en ella. Y si estos dos que gobiernan duran mucho, sus predicaciones y malas palabras será gran daño para la tierra y quedará arraigada esta mala secta; suplico a vuestra Majestad por un solo Dios lo mande remediar, enviando juez católico con la cédula real que me dé favor y ayuda que es bien menester.

"Yo resido en este pueblo de Coro donde está la iglesia Catedral y en ella hay solos dos clérigos enfermos y viejos que ha más de 30 años que en ella sirven pobremente, en los demás pueblos que son seis, no hay sino solos cuatro clérigos porque por la pobreza todos huyen de la tierra. Suplico a vuestra Majestad que en esta iglesia Catedral mande que residan otros cuatro clérigos por canónigos o como vuestra Majestad fuere servido con salario cada uno de 150 pesos (Nota al margen: "Proveído".) pagados en la granjería de las perlas, como a los demás se pagan y que en cada uno de los demás pueblos haya dos clérigos con el mismo salarios pues todos somos capellanes de vuestra majestad y conviene para la buena doctrina de los naturales.

"Las Iglesias de estos pueblos están rnuy Pobres especialmente ahora porque este tirano algunas robó y otras quemó, suplico a vuestra Majestad les haga merced y limosna de cada tresientos pesos para ornamentos y cálices o lo que fuere más vuestra Majestad servido,pagados en la granjería de las perlas pues aquí no lo hay.
"Yo traje a esta gobernación a una mi hermana casada con Pedro González de Santacruz y sus hijos con deseos de perrnanecer en la tierra y servir en ella a vuestra majestad y ahora ha fallecido Diego Góniez de Alvarado, Contador de Vuestra Majestad, de esta gobernación. Suplico a vuestra Majestad de proveer de la Contaduría a este mí cuñado porque en ella servirá a vuestra Majestad como hijodalgo muy lealmente y para él y para mí será muy señalada merced.

"Después de muerto el muy cruel tirano Lope de Aguirre en Barquisimeto, que es en esta gobernación, se determinó de ir con la nueva Gonzalo de los Ríos, uno de los honrados y antiguos y servidor grande de vuestra Majestad, va procurador de esta tierra: hombre es en quien sobre mi alma cabe cualquier merced que vuestra Majestad le hiciese. A Nuestro Señor quedo suplicando por la muy alta y poderosa persona y real estado de vuestra Majestad.
 

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