La justicia poética hizo que cerca de Potosí , y de su Cerro Rico que
empobrecieron los reyes midas de la conquista, naciera una hija de la
Pachamama, símbolo de la emancipación continental: Juana Azurduy
Asuntos fundamentales de nuestra Indoamérica son femeninos: Mama Pacha,
telesiada, chicha, vidala, zamba, chacarera, cueca, tonada, baguala,
milonga, Kacharpaya, copla, piedra, montonera, mazamorra, siembra, cosecha,
cordillera, vasija, querencia, salamanca, pampa, América. De hecho, uno de
los nombres de la revolución de nuestra tierra tiene nombre de mujer: Juana
Azurduy
La Azurduy nació un 8 de marzo, día de la mujer (otra metáfora poética de la
Historia) aunque esa fecha se eligiera conmemorando a las mártires obreras
de Nueva York, los latinoamericanos debemos resignificarla, y celebrar el
día de la mujer por el nacimiento de la gran Juana. ¿Cuantas alabanzas y
cantos de independencia han pasado de comarca a comarca a través de las
Juanas? ¿Cuantos oficios y sabores se han transmitido a través de sus manos,
cuántos de sus fervores han corregido la resignación de los hombres, cuántos
brazos de Juanas han contenido a los huérfanos de la rebelión de Tupac
Amaru, cuántas Juanas han interpretado la llamada ancestral de la América
descalza, y han entregado sus hijos a la pasión continental? Juana Azurduy
fue la primera ama de casa del continente, si es que entendemos por casa a
la Patria Grande. ¿Qué mujer antes que la Azurduy hubo amado a esta tierra
de esa manera? Pariente de los vientos aborígenes y del balbuceo de siglos
de los andes, el cóndor la trajo del primer cielo, aquel que no tenía a la
cruz del sur sino la huella del guanaco sideral. Si bien Juana era hija de
don Matías Azurduy, un hombre acomodado, llevaba en su sangre los ríos
ancestrales de su madre, doña Eulalia Bermúdez, una chola de Chuquisaca.
¿Cuántos ecos de ceremonias indias, cuántos idiomas originarios, cuántos
dioses de maíz y cerro retumbaban en el corazón de la Azurduy? ¿Habrá sido
el corazón de la Juana un legüero de siglos, una caja en busca de la copla
latente, el cántaro que combate a la sed que no quitan los ríos ,un fusil de
los otros disparos: los que no matan, los que todo lo nacen? Oriunda del
cósmico romance entre Pachamama e Inti, Juana Azurduy se ha convertido en
madre de la estirpe de mujeres de la Indoamérica que amamantaron las
rebeliones de los postergados “Las mujeres tenían prohibido meterse en los
masculinos asuntos de la guerra, pero los oficiales machos no tenían más
remedio que admirar el viril coraje de esta mujer” (Eduardo Galeano).
Del mismo modo que la Madre Tierra y el sol nativo la engendraran, el amor
de Juana Azurduy y Manuel Asencio Padilla fecundó hijos de la resistencia,
criaturas de la liberación americana, tal es así que perdieron a cinco de
sus seis hijos en la guerra de la Independencia. De todas formas, Juana y
Manuel tuvieron miles de hijos culturales, hijos del gran canto americano,
como el poeta cubano José Martí: “Cree el aldeano vanidoso que el mundo
entero es su aldea, y con tal que él quede de alcalde, o le mortifique al
rival que le quitó la novia, o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da
por bueno el orden universal, sin saber de los gigantes que llevan siete
leguas en las botas y le pueden poner la bota encima, ni de la pelea de los
cometas en el cielo, que van por el aire dormido engullendo mundos. Lo que
quede de aldea en América ha de despertar”
Cristina
y Evo homenajearon a Juana Azurduy
26 de marzo 2010. - En el acto, realizado en la Casa de la Libertad de
Sucre, Cristina evocó la figura de Manuel Belgrano, "quien peleó junto a Juana,
un político que se hizo militar para liberar a la patria". También recordó "el
sacrificio de Juana y el pueblo jujeño" durante el Exodo, cuando "Belgrano
ordenó quemar todo, viviendas, hacienda y propiedades, para que al llegar el
invasor encontrara tierra arrasada".
"Fue acompañado por el pueblo
jujeño, lo que marca el heroísmo y el valor con los que se peleó por la
independencia", afirmó y consideró un "gran honor" estar ante los restos de
Juana Azurduy para entregar al presidente boliviano la espada de generala del
Ejército argentino. Destacó que la figura de Azurduy comparte con otras mujeres
de la historia argentina un lugar en el Salón Mujeres del Bicentenario de la
Casa Rosada "donde conviven viejas heroínas junto a modernas heroínas".
Cristina dijo que "el punto de unidad" lo hacen las "heroínas homenajeadas este
miércoles 24 de marzo, quienes perdieron a su familia en la lucha contra la
opresión y la falta de libertades".
"La falta de libertad en nuestro
continente tuvo hace doscientos años origen colonial pero en el siglo XX el
origen es de los propios humanos", recalcó Cristina, quien hizo alusión a "dos
clases de libertades: la libertad del yugo colonial y la libertad de que cada
pueblo y cada sociedad de esta América del Sur pueda elegir en elecciones
libres, populares, y universales a sus legítimos representantes".
Cristina le entregó a Evo la réplica del sable corvo
de San Martín. Por su parte, Morales le obsequió el Collar con la "Moneda del
Sol", acuñada en 1813 en la Casa de la Moneda de Potosí para el Ejército de las
Provincias Unidas del Río de la Plata, y la condecoró con la máxima distinción
que otorga Bolivia a través del Cóndor de los Andes. La Presidenta dijo que
Juana Azurduy "representa a los miles y miles de hombres y mujeres anónimos, sin
los cuales sería imposible pensar las batallas por la libertad contra el yugo
colonial".
"La falta de libertad en nuestro continente tuvo hace 200 años
origen colonial, pero en el siglo XX el origen es de los propios humanos",
aseguró la presidenta, Cristina Fernández de Kirchner, en el homenaje a Juana
Azurduy en la Casa de la Libertad de Sucre. Luego de la renovación del acuerdo
entre ambos países para la provisión de gas, Evo afirmó que apoyará la
candidatura de Néstor Kirchner a la UNASUR. "Estoy convencido que la integración
de la Unasur está acelerada, y quiero expresar mi apoyo para que el ex
presidente argentino sea su secretario general”, sostuvo Morales.
Juana Azurduy y Manuel Padilla combatieron el
avance español en la región de Chuquisaca y las selvas de Santa Cruz de la
Sierra. Parece que las selvas de esta parte del mundo tienen como destino
cobijar a los hombres y mujeres de corazones libres. ¿Serán las selvas
latinoamericanas santuarios revolucionarios, serán las selvas de aquí,
templos donde el corazón humano busca el eco de la canción más libre, donde
el pájaro del alma libertadora hace nido? Como a todos los que luchan por la
libertad, a Juana y Manuel intentaron humillarlos, les arrebataron lo que
los verdugos creyeron era todo: tierras, posesiones, sin embargo nunca
pudieron quitarles ese sueño loco, esa riqueza que nadie puede robarle al
humano cuando descubre el sentido de su vida, su manera de dignificar la
existencia, no pudieron despojarlos del pan revolucionario. Tal es así que
intentaron corromper Manuel , a lo que la gran Juana respondiera: “La
propuesta de dinero y otros intereses sólo debería hacerse a los infames que
pelean por su esclavitud, mas no a los que defendían su dulce libertad, como
él lo haría a sangre y fuego” La lucha y dignidad de Manuel y Juana fue un
ejemplo fundamental para nuestros libertadores, Simón Bolívar, manifestó:
“Este país no debería llamarse Bolivia en mi homenaje, sino Padilla o
Azurduy, porque son ellos los que lo hicieron libre”
Juana Azurduy , protagonista de la guerra de la independencia, comandó a los
guerrilleros que liberaron al flagelado Potosí de la angurria de oro de los
conquistadores españoles, por su coraje y su heroísmo el gobierno de Buenos
Aires le otorgó, en 1816, el grado de teniente coronel,que hizo efectivo el
revolucionario Belgrano al entregarle el sable correspondiente. Sable que la
valiente Juana utilizara en la Batalla de Villar, donde fue herida y tomada
“cautiva” por los españoles. Su Manuel consiguió liberarla, aunque él no
pudo escapar de la muerte. A Manuel le tocó morir en plena primavera
americana, no obstante Padilla fue una semilla lanzada en el viento de Abya
Yala. Wikipedia indica que Manuel murió el 14 de septiembre de 1816, sin
embargo los corazones rebeldes de este continente: los corazones que cantan
justicia en Chiapas, que resisten en Honduras, que sueñan en Venezuela y
Ecuador, que levantan las banderas de los de abajo en este sur del sur,
anuncian que don Manuel permanece vivito y revolucionando.
Como San Martín, Belgrano y todos los que pelearon por la emancipación
continental, Juana Azurduy terminó en la más absoluta la pobreza: "A las muy
honorables juntas Provinciales: Doña Juana Azurduy, coronada con el grado de
Teniente Coronel por el Supremo Poder Ejecutivo Nacional, emigrada de las
provincias de Charcas, me presento y digo: Que para concitar la compasión de
V. H. y llamar vuestra atención sobre mi deplorable y lastimera suerte,
juzgo inútil recorrer mi historia en el curso de la Revolución. (...) Sólo
el sagrado amor a la patria me ha hecho soportable la pérdida de un marido
sobre cuya tumba había jurado vengar su muerte y seguir su ejemplo; mas el
cielo que señala ya el término de los tiranos, mediante la invencible espada
de V.E. quiso regresase a mi casa donde he encontrado disipados mis
intereses y agotados todos los medios que pudieran proporcionar mi
subsistencia; en fin rodeada de una numerosa familia y de una tierna hija
que no tiene más patrimonio que mis lágrimas; ellas son las que ahora me
revisten de una gran confianza para presentar a V.E. la funesta lámina de
mis desgracias, para que teniéndolas en consideración se digne ordenar el
goce de la viudedad de mi finado marido el sueldo que por mi propia
graduación puede corresponderme".
Sabemos de los sendos cantos de cuna indios y campesinos entonados por
madres que hacen dormir a sus hijos, la vida de Juana Azurduy es un canto de
cuna, que nos ayuda a despertar a la Historia, que nos ayuda a florecer al
amanecer americano, al destino que no es un decreto de los dioses sino una
construcción de los hijos de la Pachamama y sus revoluciones.
¿Quién dijo que la Historia no escribe Poesía? Juana Azurduy nació el 8 de
marzo (día de la mujer) y murió un 25 de mayo (día en que los argentinos
conmemoramos nuestra revolución) El poema de la Historia es clarísimo: Juana
Azurduy es la mujer revolución.
Francisco de Miranda murió en las mazmorras de Fernando VII en Cádiz.
Mariano Moreno fue envenenado por el capitán de un barco británico y su cadáver
arrojado al mar, anticipando un destino recurrente para los revolucionarios
argentinos. Manuel Belgrano murió en la pobreza en 1820, cuando aún la América
necesitaba de sus inigualables servicios. Todavía no se habían cumplido ocho
años de que hubiera salvado a la Revolución continental en Tucumán. Bolívar
murió solo, perseguido por facciones oligárquicas que combatían su proyecto de
unidad continental, expresando con amargura "he sembrado en el viento y arado en
el mar." Bernardo O’Higginns fue desterrado y perseguido luego de luchar toda su
vida por la libertad americana. Monteagudo fue apuñalado en una oscura calle de
Lima. Dorrego fue fusilado sin juicio alguno -por instigación de Rivadavia- por
su antiguo compañero de mil batallas, "el sable sin cabeza", el genocida Juan
Galo de Lavalle. Juan J. Castelli el "orador supremo de la Revolución", quien
destruyera los argumentos realistas en mayo de 1810, el jefe del ejército
libertador americano que más cerca estuvo de llegar a Lima y destruir de un
golpe el poder imperial español, antes de la llegada de San Martín, murió con su
lengua cortada, preso y perseguido. Apenas dos días antes San Martín, Alvear y
su discípulo Monteagudo acababan de desalojar al gobierno contrarrevolucionario
de Rivadavia y el Primer Triunvirato, retomando la senda de Moreno y la
Revolución. En este marco de ingratitud caída sobre nuestros revolucionarios,
aquellos que nos dieron la libertad y produjeron la más grande de las
revoluciones del mundo occidental del siglo XIX, no es de extrañar que Juana
Azurduy, la mayor guerrera de América, ‘Juana de América’ -en un continente que
hizo de la resistencia su identidad-, terminara sus días como una mendiga
miserable en la calles de Chuquisaca habitando un rancho de paja.
Juana Azurduy y su esposo el prócer
americano Manuel Ascencio Padilla, son los máximos héroes de la libertad del
Alto Perú y por ende de nuestra libertad como americanos y como provincia
argentina de la gran nación americana. Sólo la ignominia que aún campea sobre
nuestra historia y sobre sus mejores hijos, hace que la República de Bolivia
-escindida de la gran nación rioplatense, por el elitismo sin par de los
ejércitos porteños que desfilaron, saquearon, defeccionaron y abandonaron el
Alto Perú, a excepción del general Belgrano y por las apetencias oligárquicas-
no considere a Juana y a su esposo el Coronel Padilla, como sus máximos héroes,
y sí rinda honores al mariscal Santa Cruz uno de los generales realistas que
reprimió la Revolución de La Paz de 1809, y que se pasó a las filas patriotas al
final de la guerra de la Independencia. Fue el propio Bolívar quien al visitar a
Doña Juana -ya destruida por las muertes de los suyos, el olvido de sus
conciudadanos y el saqueo de sus bienes- le expresara ante la sorpresa de sus
compatriotas, que Bolivia no debía llevar su nombre sino el de Padilla, su mayor
jefe revolucionario. Pero los adulones destruyen las revoluciones.
El
Alto Perú tierra india Juana Azurduy -junto a su esposo- simbolizan lo mejor de
la revolución americana, lo popular y lo indio de nuestra gesta emancipadora.
Combatieron por la libertad del Alto Perú -por entonces parte del Virreinato del
Río de la Plata primero y de las Provincias Unidas después- desde la revolución
de Chuquisaca y la Paz en 1809 -que fueran ahogadas en sangre desde Lima y
Buenos Aires. Y en particular guerrrearon sin descanso y sin cuartel desde el
grito de libertad del 25 de mayo de 1810. Ellos y los 105 caudillos indios y
gauchos como Vicente Camargo, el Cacique Buscay, el Coronel Warnes, el padre
Muñecas, Francisco Uriondo, Angulo, Zelaya, el Marqués de Tojo, el Marqués de
Yavi, José Miguel Lanza, Esquivel, Méndez, Jacinto Cueto, el indio Lira,
Mendieta, Fuente Zerna, Mateo Ramírez y Avilés entre muchos otros, junto a
Güemes en Salta, fueron quienes impidieron que luego de las sucesivas derrotas
de los ejércitos porteños al Norte, los realistas pudieran avanzar sobre Buenos
Aires y destruyeran la revolución. Juana y Padilla eran oriundos de Chuquisaca
-también llamada La Plata o Charcas- sede de la universidad. Allí estudiaron -y
conspiraron- Mariano Moreno, Juan José Castelli y Bernardo de Monteagudo.
Castelli, ya jefe del ejército del Norte, se hospedó en la casa de Padilla en su
marcha hacia La Paz. Moreno era abogado defensor de indios pobres y perseguidos
en el estudio del doctor Gascón en Chuquisaca. Allí contactó con el movimiento
revolucionario. Juana nació en 1780, el año en que Túpac Amaru lanzó su
revolución indígena que casi liquida al poder español. Sería el mismo favorito
-de la reina- Godoy, quien señalara que la rebelión de Túpac estuvo a punto de
quitarle a España los virreinatos del Perú y del Plata. Esa rebelión ahogada en
la sangre de los cien mil indios ajusticiados por la represión genocida española
y en los gritos del suplicio del gran Túpac, su esposa Micaela Bastidas Puyucawa
y sus hijos, abrió el camino de la libertad pese a su derrota. El ejemplo del
Inca Condorcanqui no podía sino conmover hasta los tuétanos el corazón de la
América del Sur, del cual el Alto Perú y el Perú eran su núcleo principal de
población original, con culturas profundas y altivas. Nada sería igual después
de la rebelión de Túpac: ni el dominio español ni la resistencia americana. La
generación posterior a su derrota, sabría vengar su suplicio y expulsaría a los
criminales españoles por mucho tiempo -por lo menos hasta la llegada del Traidor
Carlos Saúl I, ya al final del siglo XX. Es así que el sol de nuestra bandera es
el glorioso sol de los incas y de Túpac Amaru.
La historia oficial argentina
prefirió olvidar a los gloriosos revolucionarios del Alto Perú, por dos razones.
Primero porque debido a las infamias cometidas por los ejércitos porteños,
lograda su independencia en 1825 -y tal cual dejó entrever Ascencio Padilla en
la carta que envió al fugitivo Rondeau- el Alto Perú decidió independizarse no
sólo de España, sino también de Buenos Aires. Pasaría a llamarse Bolívar primero
y Bolivia después, pese a la oposición del Libertador que comprendía que así
ambas naciones perdían, pero el Alto Perú perdía más. La medida a su vez
profundizaba la balcanización de la América unida que Gran Bretaña piloteaba a
toda máquina apoyada en los Rivadavia y García de cada ciudad-puerto del
continente. La segunda razón del olvido altoperuano en la historia argentina,
obedece a razones más abyectas. La guerra del alto Perú es esencialmente una
guerra de indios, de caudillos, de gauchos, de los patriotas de a caballo, del
pueblo puro de América. Ese mismo pueblo que las tropas porteñas destruirían una
y otra vez en la Banda Oriental, en el litoral o en el interior y finalmente en
el Paraguay. Además eran guerrilleros, caudillos militares y habían ganado su
grados -Manuel Ascencio Padilla fue designado Coronel del ejército del Norte
cuando su cabeza estaba ya clavada en una pica. Juana Azurduy fue nombrada
Teniente Coronel del ejército argentino a pedido de Manuel Belgrano- en el
combate. Reivindicar su memoria para la historia oficial es nombrar lo
innombrable. Lo gaucho. La "barbarie" de Sarmiento, la lucha de los pobres.
Reconocer que los indios, los gauchos, los negros, los esclavos, los mestizos no
eran inferiores sino que por el contrario, lucharon con mayor tenacidad y
desprendimiento que la clase culta porteña por la libertad. Reconocerlo es negar
el papel rector de Buenos Aires en el destino americano que inventó el partido
unitario -y luego mitrista- y tanto daño hizo a la causa americana. Mejor es
olvidar. "No sólo son bolivianos -‘bolitas’- además son indios, negros, matacos
–monos".
Caras y Caretas TV, Mujeres
argentinas - Juana Azurduy
Era verdad como demostraría San Martín que por el Alto Perú no se podía llegar a
Lima, pero Buenos Aires con la historia oficial oculta algo más grave que
explica el suplicio de la población altoperuana, jujeña y salteña entregada a la
represión genocida española. Buenos Aires pudo haber liberado un gran ejército
que tuvo combatiendo largo tiempo en la Banda Oriental para auxilio de los
pueblos del Norte. Sólo debía reconocer -tal cual lo planteó Moreno en su Plan
Revolucionario- que Artigas debía comandar la guerra por la liberación de la
Banda Oriental, con sus gauchos y su pueblo, del cual era el jefe natural. Pero
eso era inadmisible para la elitista y exclusionista clase mercantil porteña. En
lugar de eso prefirieron entregar la Banda Oriental, primero a Portugal -se lo
propusieron en secreto Alvear, Alvárez Thomas y Pueyrredón- y luego aceptaron su
"independencia" colonial británica, que lograba así crear otro Estado en la boca
del Plata, impidiendo que la Argentina tuviera el exclusivo control de los ríos
de la Cuenca. Esa y no otra fue la causa de todas las guerras contra Rosas,
Caseros incluida. Cualquier cosa antes de aceptar que los gauchos se manden a sí
mismos o peor aún que "nos manden". Con sólo enviar esas tropas al Alto Perú y
estacionarlas en Potosí -como señalaron Belgrano y San Martín- mientras se
preparaba el cruce de los Andes, el pueblo boliviano habría sido salvado de
sufrir lo indecible.
Juana Azurduy es la Revolución, es el pueblo en armas, son las mujeres del
pueblo en armas, que pelean junto a los hombres, igual o mejor que ellos, que
los mandan. Mujeres y hombres que destruyen ejércitos completos, superiores en
número y armamento. Armados con hondas, macanas, lanzas, boleadoras, a fuerza de
coraje y fiereza. Coraje y fiereza que dan la decisión de luchar hasta el fin
por la libertad, por la justicia contra la opresión y el sometimiento de los
semejantes. Luego del asesinato de su esposo y de varios de los principales
jefes guerrilleros, Juana bajó a Salta y combatió junto a Güemes, quien la
protegió y le dio el lugar correspondiente. Luego del asesinato de Güemes en
1821, Juana entró en una profunda depresión. En 1825 solicitó auxilio económico
al gobierno argentino para retornar a Chuiquisaca. La respuesta del gobierno
salteño resultó indignante, apenas le otorgó ‘50 pesos y cuatro mulas’ para
llegar a la ‘nueva nación de Bolivia’. Doña Juana murió a los 82 años en la
mayor pobreza. "Juana avanzaba casi en línea recta, rodeada por sus feroces
amazonas descargando su sable a diestra y siniestra, matando e hiriendo. Cuando
llegó a donde quería llegar, junto al abanderado de las fuerzas enemigas,
sudorosa y sangrante, lo atravesó con un vigoroso envión de su sable, lo derribó
de su caballo y estirándose hacia el suelo aferrada del pomo de su montura
conquistó la enseña del reino de España que llevaba los lauros de los triunfos
realistas en Puno, Cuzco, Arequipa y La Paz."
(1) Por esta acción en la
batalla del Villar, en 1816, Juana Azurduy fue ascendida por Belgrano al grado
de Teniente Coronel del Ejército de las Provincias Unidas. (1) O’Donnell
Pacho. Juana Azurduy. Planeta. 1998
* Artículo publicado por la Revista Lilith de marzo de 2005. Buenos Aires.
Inauguración en Buenos Aires del monumento a la generala
Juana Azurduy. 15/07/15
Por Pablo Adrián Vázquez
Miembro de Número del Instituto Nacional Manuel Dorrego
sociedad@miradasalsur.com
¿Quien fue Juana Azurduy? Nacida en las cercanías de la Chuquisaca
universitaria, la antigua La Plata y actual Sucre, un 12 de julio de 1780. Año
donde La Paz fue sitiada por Túpac Catari y Bartolina Sisa, en apoyo a Túpac
Amaru.
Fue esposa del caudillo altoperuano Manuel Asencio Padilla, con el que combatió
en la guerra de guerrillas contra los realistas. Obtuvo, por recomendación de
Manuel Belgrano, el grado de teniente coronela y, después del asesinato de su
esposo, continuó al frente de sus tropas hasta el fin de la lucha. Se marchó a
Salta a luchar con Martín Miguel de Güemes pero, a la muerte del general, volvió
a su tierra. Si bien se entrevistó con el mariscal Antonio José de Sucre y el
libertador Simón Bolívar, quien le otorgó una pensión, murió en la extrema
pobreza.
¿Por qué se la invisibilizó por tanto tiempo en la historia oficial argentina?
Quizás su presencia como mujer y revolucionaria del Norte, su ascendencia chola
y criolla, y el apoyo al proyecto independentista de Manuel Belgrano les hizo
fruncir el ceño a varios estudiosos que defendían a los próceres porteños y
unitarios, más pendientes de la ciudad puerto y su acercamiento a Inglaterra que
a sostener una guerra de recursos contra los realistas.
En Bolivia pasó otro tanto, donde, más allá de menciones en trabajos sobre el
período colonial y los guerrilleros de la independencia, los trabajos
biográficos sobre Juana de Joaquín Gantier, de 1973, y de Zoraida Gianello de
Guyer, de 1980, se destacaron.
Illapu - Juana Azurduy
Hay menciones sobre ella en Argentina en las obras sobre Belgrano y San Martín
de Bartolomé Mitre, así como José María Rosa, Abelardo Ramos, Eduardo Astesano y
A. J. Pérez Amuchástegui, pero también pocos textos biografiándola. Se la
referencia en varias obras de Lily Sosa de Newton, como así en el trabajo de
Estela Bringuer, de 1976.
Será con la obra de Pacho O' Donnell de 1994 donde se pondrá en valor
historiográfico la trayectoria de Juana y su conexión con el proyecto
independentista de Belgrano, Monteagudo, Güemes y los caudillos altoperuanos.
Así la describió con ribetes místicos: “Doña Juana,
enfervorizada, recorre las tierras de Tarabuco convocando voluntarios para
unirse a la lucha por la independencia y por la libertad. Su presencia en los
ayllus era tan imponente, encabritada sobre su potro entero y apenas domado,
haciendo entrechocar su sable contra la montura de plata potosina, enfundada en
una chaqueta militar que lucía con un garbo varonil que la embellecía como
mujer, tan absolutamente convencida de aquello que también convencía a Manuel
Ascencio, que llegó a reunir a 10.000 soldados.
–Es la Pachamama –susurraban los indios, ilusionados de que si la seguían les
sucederían cosas buenas”.
Juana Azurduy, en la voz
de Eduardo Galeano. Producción: ALER (Ecuador). Serie Memorias del
fuego - Mujeres. Fuente: Radioteca.net
Autores como Araceli Bellotta, Felipe Pigna, Hugo Chumbita y
Hernán Brienza continúan la senda trazada por la investigación de O’Donnelll,
potenciando el rol revolucionario de dicho personaje.
Más de 100 años después, en Argentina, se la homenajeó con una cuenca de Félix
Luna y Ariel Ramírez, se imprimió en 1967 un sello postal, y apareció su figura,
interpretada por Mercedes Sosa, en la película Güemes: la tierra en armas, de
Leopoldo Torre Nilson.
En el Chaco hay una “Ruta Juana Azurduy” que nace de la ruta Nº 95, pasa por el
“impenetrable” y llega a Salta. También hay un programa “Juana Azurduy” de
Fortalecimientos de Derechos y Participación de las mujeres del ministerio d e
Desarrollo Social de la Nación.
Se nominó al Regimiento de Infantería de Monte nº 28 de Tratagal, Salta, con su
nombre. La presidenta Cristina Fernández de Kirchner la elevó al grado de
generala del ejército argentino e integra la galería del “Salón Mujeres
Argentinas”.
Cristina entregó el sable y las insignias de generala ante sus
restos que se hallan en la Casa de la Libertad en Sucre. Junto al presidente
boliviano Evo Morales firmaron un acuerdo instituyendo el “Día de la
Confraternidad Argentina-Boliviana” en homenaje al nacimiento de Juana.
En Bolivia, la provincia Azurduy de Padilla lleva su nombre, así como el
aeropuerto de Sucre. También existe un bono Juana Azurduy de Padilla de ayuda
económica para mujeres embarazadas, niños y niñas menores de 2 años. Fue
ascendida a Mariscal de la República, declarándola “Libertadora de Bolivia”,
luego reafirmándose ese primer rango militar con el de “Mariscala del Estado
Plurinacional de Bolivia”.
Por último su imagen se incorporó al nuevo diseño del billete de 10 pesos,
acompañando a Belgrano, se emplazará su estatua en los jardines de la Casa
Rosada y es guía de quienes con su trabajo cotidiano reafirman nuestra
independencia día a día.
Por Liliana Rojas
Miembro de Número del Instituto Nacional Manuel Dorrego
sociedad@miradasalsur.com
Año 1780 en el Alto Perú, territorio del Virreinato del Río de la Plata. El 12
de julio, en el cantón de Toroca, próximo a Chuquisaca, en el seno de la familia
conformada por el español Matías Azurduy y la chola Eulalia Bermudes, nació
Juana Azurduy.
Chuquisaca era una bella ciudad, conocida como Charcas, la
provincia/intendencia, Chuquisaca, la ciudad o La Plata, la Arquidiócesis Ciudad
de clérigos, de abogados, de funcionarios y de estudiantes de la Universidad de
San Francisco Javier. Fundada para ser capital, tuvo que conformarse con ser la
tercera, después de Lima y de Buenos Aires.
La mayoría de los pobladores eran indígenas, mestizos o cholos, también negros,
criollos en menor número y españoles, sector minoritario que ostentaba el poder
político-económico.
El 4 de noviembre comenzó en Cuzco, Virreinato del Perú, la rebelión de Túpac
Amaru II. Las vejaciones y malos tratos sufridos por los indígenas durante
siglos, la suba de impuestos y el nuevo orden administrativo, fueron las causas;
el olvidado y sojuzgado pueblo por fin reclamaba. Curacas, algunos criollos,
negros libertos, mestizos y una masa indígena se sumaron a la lucha, que no era
contra el rey español sino contra el “mal gobierno”. Túpac Amaru se proponía
abolir el reparto, la alcabala, la aduana y la mita. Aunque derrotado, torturado
y ejecutado, la lucha continuó un tiempo más. En el interrogatorio, le dijo al
representante de la autoridad española José A. de Areche: “Solamente tú y yo
somos culpables, tú por oprimir a mi pueblo, y yo por tratar de libertarlo de
semejante tiranía. Ambos merecemos la muerte”.
La
presidenta Cristina Fernández de Kirchner ascendió post mortem a general del
Ejército a Juana Azurduy
(Telam, 14/07/09) Fue durante un encuentro que mantuvo la mandataria con la
ministra de Defensa, Nilda Garré, y el jefe Estado Mayor del Ejército, Luis
Pozzi. De este modo, la revolucionaria que participó de la guerra de la
independencia en la zona del Alto Perú, fue ascendida de teniente coronel -rango
ganado luego del combate de Villar- a general del Ejército Argentino. En el
encuentro en el despacho presidencial, participaron además de la presidenta, la
ministra de Defensa, Nilda Garré; el secretario de Legal y Técnica, Carlos
Zannini; el secretario de Cultura, Jorge Coscia y el jefe Estado Mayor del
Ejército, teniente general Luis Pozzi.
En su niñez, Juana aprendió a cabalgar y a reconocer las tareas rurales junto a
su padre, que le permitió ponerse al tanto de las necesidades y sentimientos de
su gente. También conoció a sus vecinos los Padilla, a Manuel, que sería su
esposo y al que acompañaría en la luchas de resistencia a los españoles.
Huérfana de madre –de quien mamó las lenguas quechua y aymará– a los siete años,
y de su padre siendo adolescente, quedó a cargo de unos tíos, con quienes la
convivencia no fue fácil; internada en un convento, halló en la lectura sobre la
vida de santos guerreros un modelo a imitar.
Aún se escuchaban los ecos de la rebelión de Túpac Amaru, cuando se producen los
levantamientos de Chuquisaca el 25 de mayo de 1809 –del cual participó Manuel
Padilla– y de La Paz en el mes de julio; todas esas luchas la marcarán
fuertemente. La guerra por la independencia la encontró luchando en las filas
patriotas como un hombre más. Manuel Belgrano, por su valentía y coraje, le
entregó su espada, y recomendó al director supremo Pueyrredón que se la nombrara
teniente coronela de las Milicias Partidarias de los Decididos del Perú.
Derrotados los patriotas, los Padilla, como otros, se dedicaron afanosamente a
defender su comarca contra las tropas realistas; esta etapa es conocida como de
las republiquetas o montoneras del Alto Perú, entendiéndose que cada cerro,
sierra o valle se declaraba autónomo y era foco de resistencia. Cada
republiqueta se constituía mayoritariamente de población indígena o mestiza y
reconocía a un jefe. Manuel Padilla, como también el Padre Ildefonso Muñecas,
Antonio Álvarez de Arenales, Ignacio Warnes, Vicente Camargo, y muchos más, fue
uno de ellos.
Manuel y Juana combatieron con los suyos en la zona del norte de Chuquisaca
hasta las selvas de Santa Cruz, y en la provincia de Cinti. Cuando Manuel fue
asesinado, como muchos de los líderes altoperuanos, Juana ocupó su lugar. Ya
había perdido a cuatro de sus hijos; sólo le quedaría una beba, Luisa.
Derrotadas las montoneras, Juana fue a Salta, a pelear con Güemes; muerto el
salteño, volvió a su patria, sin honores ni dinero. Allí la visitó Bolívar,
quien ordenó se le concediera una pensión que, años después, fue suspendida.
Murió en la pobreza, solo acompañada de un niño, un 25 de mayo de 1862, en su
ciudad (hoy Sucre).
Los reconocimientos a la revolucionaria altoperuana que bregó por la Patria
Grande se suman en este bicentenario. La presidenta Cristina F. de Kirchner la
elevó al grado de generala del Ejército Argentino y el presidente Evo Morales
hizo lo propio como mariscala del Estado Plurinacional de Bolivia. Un acuerdo
entre los dos países instituyó al 12 de julio como “Día de la Confraternidad
Argentina-Boliviana”, en su honor. Recientemente se incluyó su imagen en el
billete de $10 argentino.
A través de la cueca de Luna y Ramírez la recordamos así: Juana Azurduy, flor
del Alto Perú/No hay otro capitán más valiente que tú//. Truena el cañón
préstame tu fusil/ Que la revolución viene oliendo a jazmín.
Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel
Dorrego
www.institutonacionalmanueldorrego.com - Dirección: Rodríguez Peña 356. CP:
1220 CABA Argentina - Teléfono: 54 11 4371 6226
Por Colectivo de Base de la Central de
Trabajadores de la Argentina, en el Día Internacional de la Mujer.
Ilustración: El Tomi.
Cuando
Clara Zetkin, propuso, uniendo el repudio al magnicidio, de las compañeras
obreras textiles, de Nueva York (había sucedido en febrero) y el paro de las
obreras textiles rusas, hacia el final de mismo mes de 1917, 8 de marzo para
nuestro calendario, que encendieron la chispa de la Revolución Rusa, con
seguridad no sabía, que ese mismo día pero de 1781, nacía la compañera
guerrillera, que alcanzando el grado de Coronel, del Ejército Libertador, luchó
contra el ejército genocida del imperio español, perdiendo, en el campo de
batalla, a su compañero y cuatro de sus 5 hijos, nos referimos a JUANA AZURDUY.
De haberlo advertido, hubiera reconocido el homenaje, en virtud, de lo que
sostenía su entrañable amiga y compañera Rosa Luxemburgo, la necesaria unidad
entre el proletariado europeo y los originarios de América Latina. Clara
entonces, hubiera hecho un extraordinario panegírico, ya que la ética del pasado
es siempre la estética del presente. En homenaje, al coraje de nuestras
compañeras, que hunden su impronta, en esta bellísima mujer, relataremos algunos
hechos que la colocan en la cúspide de nuestro heroísmo patrio, ése, el
necesario, para la construcción de la gran NACIÓN SUR AMERICANA.
Siempre vestía en combate, una
túnica escarlata con franjas y alamares de oro y, un ligero birrete con adornos
de plata y plumas blancas, afirmando su condición de mestiza y sembrando el
terror entre la soldadesca española, ya que fue capaz de ir a combate, con sable
en mano (el que le diera el General Belgrano, con el grado de teniente coronel)
y, su hija, recién nacida en el otro brazo. Pero antes, un 25 de mayo de 1809,
subleva al pueblo de Chuquisaca, revolucionando el Virreinato del Río de la
Plata desde el Alto Perú.
Cuando después del Vilcapugio y Ayohuma, el
General Goyeneche, osa ofrecerle todo tipo de garantías y de honores, un cargo
bien remunerado y también una importante suma de dinero para que abandone la
lucha.
Doña Juana no vacila un segundo, dirá:
"Qué chapetones éstos, me ofrecen mejor empleo ahora que me porto mal que
antes cuando me portaba bien" y, le contestará por escrito: "Con mis armas haré
que dejen el intento, convirtiéndolos en cenizas, y que sobre la propuesta de
dinero y otros intereses, sólo deben hacerse a los infames que pelean por su
esclavitud, no a los que defienden su dulce libertad como yo lo hago a sangre y
fuego" Juan Hualparrimachi, su lugarteniente, mestizo como ella, de gran valor y
eximio poeta, eternamente enamorado de su coronela, que moriría en desigual
combate, contra las siempre bien pertrechadas tropas enemigas, poniendo el pecho
a la descarga de fusilería, dirigida a acabar con JUANA, premonitoriamente
escribiría el siguiente poema en quechua:
Carta del Prefecto
de Chuquisaca Andrés Santa Cruz para el Mariscal de Ayacucho Antonio
José de Sucre, 1825. Clic para ampliar
¿Es verdad, amada mía que
dijiste,
me voy muy lejos para no volver? Enséñame ese camino, que adelantándome,
Lo regaré con mi llanto. Cuando me digas del calor del sol, mi
llanto, en nube convertido te hará sombra.
¡Hijo de la piedra! ¡Hijo de la roca! ¿Cómo me has dejado?
En 1816 Juana y su esposo, quienes
tenían bajo sus órdenes 6000 indios, sitiaron por segunda vez la ciudad de
Chuquisaca. Los realistas lograron poner fin al cerco, y en Tinteros, Manuel
Ascencio Padilla encontró la muerte. La cabeza de Padilla fue exhibida en la
plaza pública durante meses, ésta se convirtió en un símbolo de la resistencia.
El 15 de mayo de 1817, Juana al frente de cientos de cholos, recuperó la cabeza
de su compañero.
Juana Azurduy intentó reorganizar la tropa sin recursos,
acosada por el enemigo, perdió toda colaboración de los porteños. Decidió
dirigirse a Salta a combatir junto a las tropas de Güemes, con quien estuvo tres
años hasta ser sorprendida por la muerte de éste, en 1821. Regresa junto a su
hija de 6 años, pero recién en 1825 logró que el gobierno le dé cuatro mulas y
cinco pesos. En 1825 se declaró la independencia de Bolivia, el mariscal Sucre
fue nombrado presidente vitalicio. Éste, le otorgó a Juana una pensión, que le
fue quitada en 1857 bajo el gobierno de José María Linares. Doña Juana terminó
sus días olvidada y en la pobreza, el día 25 de mayo de 1862, cuando había
cumplido 81 años. Sus restos fueron exhumados 100 años después, para ser
guardados en un mausoleo que se construyó en su homenaje.
Esta carta fue
escrita ocho años más tarde de la muerte de Güemes, cuando vagaba pobre y
deprimida por las selvas del Chaco argentino:
"A las muy honorables
juntas Provinciales: Doña Juana Azurduy, coronada con el grado de Teniente
Coronel por el Supremo Poder Ejecutivo Nacional, emigrada de las provincias de
Charcas, me presento y digo: Que para concitar la compasión de V. H. y llamar
vuestra atención sobre mi deplorable y lastimera suerte, juzgo inútil recorrer
mi historia en el curso de la Revolución". Aunque animada de noble orgullo
también Uno de los pocos momentos de felicidad fue aquel en que sorpresivamente
Simón Bolívar, acompañado de Sucre, el caudillo Lanza y otros, se presentó en su
humilde vivienda para expresarle su reconocimiento y homenaje a tan gran
luchadora. El general venezolano la colmó de elogios en presencia de los demás,
y dícese que le manifestó que la nueva república no debería llevar su propio
apellido sino el de Padilla, y le concedió una pensión mensual de 60 pesos que
luego Sucre aumentó a cien, respondiendo a la solicitud de la caudilla:
"Sólo el sagrado amor a la patria me
ha hecho soportable la pérdida de un marido sobre cuya tumba había jurado vengar
su muerte y seguir su ejemplo; más el cielo que señala ya el término de los
tiranos, mediante la invencible espada de V.E. quiso regresase a mi casa donde
he encontrado disipados mis intereses y agotados todos los medios que pudieran
proporcionar mi subsistencia; en fin rodeada de una numerosa familia y de una
tierna hija que no tiene más patrimonio que mis lágrimas; ellas son las que
ahora me revisten de una gran confianza para presentar a V.E. la funesta lámina
de mis desgracias, para que teniéndolas en consideración se digne ordenar el
goce de la viudedad de mi finado marido, el sueldo que por mi propia graduación
puede corresponderme". Para terminar, en este día, como glorioso homenaje a
nuestras compañeras, las de la Clase Obrera y el Campo Popular en su conjunto,
reproducimos las cartas que se cruzaran, las dos gigantes de Sur América:
MANUELA SÁENZ Y JUANA AZURDUY,
CORONELAS DE LA REVOLUCIÓN
Se conocieron estas mujeres extraordinarias, en Charcas, diciembre de 1825.
Manuelita, ascendida en el campo de Ayacucho, por el propio Sucre; Doña Juana,
por el Libertador. Dos mujeres sublimes. Salud a ellas! Charcas, 8 de diciembre
de 1825
Señora Cnel. Juana Azurdui de Padilla Presente.-
Señora Doña Juana:
El Libertador Bolívar me ha comentado la honda emoción que vivió al
compartir con el General Sucre, Lanza y el Estado Mayor del Ejército Colombiano,
la visita que realizaron para reconocerle sus sacrificios por la libertad y la
independencia.
El sentimiento que recogí del Libertador, y el ascenso a
Coronel que le ha conferido, el primero que firma en la patria de su nombre, se
vieron acompañados de comentarios del valor y la abnegación que identificaron a
su persona durante los años más difíciles de la lucha por la independencia. No
estuvo ausente la memoria de su esposo, el Coronel Manuel Asencio Padilla, y de
los recuerdos que la gente tiene del Caudillo y la Amazona.
Una vida como
la suya me produce el mayor de los respetos y mueven mi sentimiento para pedirle
pueda recibirme cuando usted disponga, para conversar y expresarle la admiración
que me nace por su conducta; debe sentirse orgullosa de ver convertida en
realidad la razón de sus sacrificios y recibir los honores que ellos le han
ganado.
Téngame, por favor, como su amiga leal. Manuela Saenz.
Cullcu, 15 de diciembre de 1825
Señora Manuela Saenz.
El 7 de noviembre, el Libertador y
sus generales, convalidaron el rango de Teniente Coronel que me otorgó el
General Puyrredón y el General Belgrano en 1816, y al ascenderme a Coronel, dijo
que la patria tenía el honor de contar con el segundo militar de sexo femenino
en ese rango. Fue muy efusivo, y no ocultó su entusiasmo cuando se refirió a
usted.
Llegar a esta edad con las
privaciones que me siguen como sombra, no ha sido fácil; y no puedo ocultarle mi
tristeza cuando compruebo como los chapetones contra los que guerreamos en la
revolución, hoy forman parte de la compañía de nuestro padre Bolívar. López de
Quiroga, a quien mi Asencio le sacó un ojo en combate; Sánchez de Velasco, que
fue nuestro prisionero en Tomina; Tardío contra quién yo misma, lanza en mano,
combatí en Mesa Verde y la Recoleta, cuando tomamos la ciudad junto al General
ciudadano Juan Antonio Alvarez de Arenales. Y por ahí estaban Velasco y Blanco,
patriotas de última hora. Le mentiría si no le dijera que me siento triste
cuando pregunto y no los veo, por Camargo, Polanco, Guallparrimachi, Serna,
Cumbay, Cueto, Zárate y todas las mujeres que a caballo, hacíamos respetar
nuestra conciencia de libertad.
No me anima ninguna revancha ni
resentimiento, solo la tristeza de no ver a mi gente para compartir este
momento, la alegría de conocer a Sucre y Bolívar, y tener el honor de leer lo
que me escribe.
La próxima semana estaré por Charcas y me dará usted el
gusto de compartir nuestros quereres.
25 de mayo. Aun cuando más de una biografía
intente reparar de alguna manera el olvido al que se condenó la participación de
las mujeres en las históricas luchas revolucionarias, ellas estuvieron allí no
sólo como excepción, sino como motores de una línea de acción incluso más
radical que la de sus compañeros.
”Dar la vida por la patria/ es hazaña
de más fama/ que llevado del amor/ dar la vida por su dama”, rezaban los versos
anónimos que circulaban por las calles de la Buenos Aires colonial los días
previos a la Revolución de Mayo –que desembocaría en la formación del primer
gobierno, independiente de la metrópoli española, del país que luego sería
Argentina–.
Los varones, por supuesto, eran los abanderados indiscutibles
de la gesta independentista. Las chicas, en todo caso, participaban sin nombre
propio, cosiendo banderas o arrojando aceite caliente desde las azoteas cuando
las tropas reales se abalanzaban contra la insurgencia criolla.
Sin embargo, aunque pocos lo vieran por ese
entonces, el levantamiento del 25 de mayo de 1810 tuvo su inspiración más
directa en la asonada chuquisaqueña que justo un año antes había comenzado a
resquebrajar el poder virreinal en la región del Alto Perú (que correspondió
aproximadamente al territorio de la actual República de Bolivia). En esa
insurrección primigenia de 1809 –precedida por decenas de levantamientos
indígenas cruentamente reprimidos– tuvo su bautismo de fuego una de las más
aguerridas luchadoras por la independencia latinoamericana: Juana Azurduy, una
heroína que supo estar al frente de un ejército de indias, mestizas y criollas
–apodadas las Amazonas– dispuestas a dar la vida por la liberación de sus
pueblos del yugo español.
En su libro Juana Azurduy y las mujeres en la
revolución Altoperuana, la historiadora Berta Wexler –del Centro de Estudios
Interdisciplinarios sobre las Mujeres de la Universidad de Rosario– demuestra
que las mujeres condujeron y participaron en acciones de guerra, discutieron
estrategias y asumieron consecuencias como la tortura y la muerte.
De acuerdo con la tesis que abona
Wexler, hasta no hace tanto, el rescate de estas guerreras se realizó mediante
dos operaciones: o se les atribuía cualidades, destrezas y sentimientos
masculinos; o se las relacionaba forzadamente con la maternidad, de manera que
se resaltaban sus capacidades reproductivas y se ocultaba solapadamente el rol
político que estas mujeres jugaron. Por ejemplo, en Bolivia se festeja el Día de
la Madre el 27 de mayo, fecha en que las Mujeres de Cochabamba, en 1812,
participaron de un asalto al cuartel general en la ciudad ante un ataque de
tropas reales en el cerro de la Coronilla. Eran treinta mujeres del sector
popular –mestizas e indias– a las que el militar español José Manuel de
Goyeneche dio la orden de matar como represalia.
“Este colectivo de
mujeres se desempeñó en los contextos público y privado de una manera que
resultó novedosa para sus contemporáneos. En las luchas por la independencia se
rompió con los cánones de la organización social de género de la época”, destaca
la investigadora.
“La historiografía, como muchas disciplinas, ha estado
construida bajo categorías analíticas androcéntricas. Es el hombre el centro y
el eje sobre el cual giran, avanzan y se explican los sucesos históricos. Es el
hombre quien protagoniza y le da importancia al desarrollo de la humanidad”,
reconoce Martha Noya Laguna –directora del Centro Juana Azurduy, en Sucre,
Bolivia– en el prólogo a la edición boliviana del libro de Wexler. “Los
historiadores han logrado que el imaginario social asocie los hechos históricos
importantes con el ‘hombre’, no sólo en un sentido biológico, sino enmarcado
dentro de un concepto cultural y de género.” Es habitual leer en documentos que
contienen información sobre las luchas emancipatorias de América del Sur que las
mujeres luchaban con “virtudes sensibles”, mientras que los caballeros eran los
que tenían “profesionalismo militar”.
Mariquita Sanchez (De Thompson) revolucionaria
con astucia para disfrazar de vida de sociedad las estrategias políticas. Además
de para estrenar el himno, su salón sirvió como espacio ideal de encuentros,
acuerdos, debates.
Los bronces de las plazas argentas y
los libros de texto que todavía se utilizan en clase son un claro ejemplo de esa
historia oficial, contada en masculino y jalonada sólo por las acciones heroicas
de algunos varones. “Parecería que siempre estuviéramos embarazadas, pariendo o
cocinando”, sintetiza la historiadora Fernanda Gil Lozano, integrante del
Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género de la Facultad de Filosofía y
Letras de la UBA y coautora de Historia de las mujeres en Argentina (Alfaguara).
Para conformar una renovada historia social argentina, Gil Lozano considera
imprescindible resituar a las mujeres, deslizarlas desde el lugar marginal al
que fueron confinadas en los relatos tradicionales hacia el centro de la escena.
Esta operación tiende no sólo a hacer visibles a las mujeres sino también a
elevarlas a la categoría de sujetos dignos de la Historia, “entendida como un
relato global que, aunque heterogéneo y complejo, pueda dar cuenta de los
diferentes sectores que formaron en el pasado a la sociedad argentina, sin
connotaciones androcéntricas ni prejuicios sexistas”.
La participación de
las mujeres en situaciones de guerra o enfrentamientos bélicos en muchos casos
estuvo vinculada con el apoyo a familiares, garantizando la logística militar y
haciendo conexiones como emisarias o espías. Estas modalidades, determinantes en
un momento dado, no sólo no fueron valoradas, sino que no fueron recogidas,
analizadas e incorporadas a la historia.
“Nuestra línea museológica es
crítica de la historiografía oficial que registra sólo a mujeres excepcionales”,
asume Graciela Tejero Coni, una de las integrantes del Museo de la Mujer de
Argentina. “Con esta actitud encubren, por un lado el papel subordinado y de
discriminación del conjunto de las mujeres en la sociedad, y por otro que en los
momentos clave no fueron una ni dos mujeres sino un colectivo de ellas las que
participaron e hicieron posible los históricos cambios sociales.” Claro que
Tejero Coni no niega que hay, hubo y habrá “mujeres excepcionales”, entre las
que destaca a Martina Céspedes, una de las grandes luchadoras en el proceso
independentista, cuando ocurrieron las invasiones inglesas en 1806 y 1807. “Una
historia menos conocida fue la de Manuela Pedraza, tucumana que le quita el
fusil al invasor inglés y por tal motivo va a ser nombrada subteniente de
infantería –agrega Gil Lozano–. También otra mujer pensante y sabia fue María
Magdalena Güemes, operadora política de su hermano Martín.”
En la misma
línea que Tejero Coni, Cecilia Merchán, del Programa de Fortalecimiento de
Derechos y Participación de las Mujeres del Consejo Nacional de Políticas
Sociales, destaca: “La colaboración de mujeres campesinas e indígenas con los
guerreros patriotas, proporcionando albergue e información sobre los movimientos
de las tropas realistas y trabajo para mantener las cosechas durante la guerra
constituyeron elementos sustanciales en favor de la causa de la independencia,
muchas veces olvidados por la historiografía oficial”.
Merchán es la
encargada de coordinar en 15 provincias argentinas la cátedra libre Juana
Azurduy –que se desarrolla en la Universidad de las Madres y en universidades
nacionales–. “Elegimos el nombre de Juana Azurduy para este programa porque
creemos que sacar del anonimato a las mujeres que marcaron nuestra historia es
fundamental para poder avanzar en el reconocimiento actual de la participación
de las mujeres en la vida social y política argentina. Y porque ella fue parte
de una lucha que aún hoy libramos: la de la independencia latinoamericana”,
interpela.
Maria Magdalena Macacha Güemes, auxilió heridos en el campo de
batalla, llevó adelante misiones de espionaje, participó activa y públicamente
de la vida política salteña. Martín Güemes fue su hermano.
La historiadora Lucía Gálvez observa
en Las mujeres y la patria (Ed. Punto de Lectura) que para la época en que el
fervor revolucionario se contagiaba aceleradamente por el sur de América, las
mujeres tuvieron mucha más libertad de movimiento y opinión que hacia fines del
siglo XIX, cuando las posiciones más conservadoras ganaban terreno en los
gobiernos de la región.
Las damas de mejor posición económica donaron dinero y joyas para comprar
armas, y también prestaban sus viviendas para reuniones de las que participaban
a viva voz. “Los más célebres salones de la época fueron las casas de Ana
Riglos, Melchora Sarratea y Mariquita Sánchez de Thompson –cuenta Gil Lozano–.
Otro living importante, donde se cocinó la revolución, fue el de Casilda
Igarzábal de Rodríguez Peña, que entre 1804 y 1810 reunió una de las primeras
sociedades secretas de la emancipación americana, el llamado Partido de la
Independencia, que integraron Juan José Castelli, Nicolás y Saturnino Rodríguez
Peña, Manuel Belgrano, Juan José Paso y Martín Rodríguez entre otros.”
Fueron muchas y variadas las acciones en las que participaron mujeres de
orígenes diversos durante el proceso independentista que siguió a los
levantamientos de Mayo, tanto en el Río de la Plata como en el Alto Perú. “En
líneas generales veo a las mujeres más radicalizadas que a los varones –evalúa
Gil Lozano–. Pero pienso que el tema tiene otras complejidades, donde la etnia y
la clase no son un detalle menor.”
Juana Azurduy y su marido Manuel
Ascencio Padilla –uno de los partícipes destacados en la lucha por la
emancipación latinoamericana– practicaron guerra de guerrillas, como forma de
insurgencia indígena y no de ejércitos regulares, para derrotar a la Corona y
defender sus tierras. “Esta alianza de criollos, mestizos e indígenas no fue lo
que predominó, salvo en las acciones de Castelli o Belgrano”, acota Tejero Coni.
Otro ejemplo de alianzas inusitadas fue esa gran emigración de 1812 conocida
como el Exodo Jujeño, cuando la población de Jujuy y también de Salta y Tarija
abandonó sus hogares y arrasó con todo lo que dejaba atrás con el objetivo de
que las fuerzas realistas no pudiesen aprovechar ninguno de sus bienes y no
encontraran víveres para aprovisionarse. “En el Ejército del Norte al lado de
Belgrano pelearon, entre otras, mujeres del pueblo que se unían a la lucha a
cada paso y para desempeñar diferentes roles. Algunas de las más conocidas
fueron Martina Silva Gurruchaga que ya había obtenido grado militar, María Elena
Alurralde de Garmendia, esposa de un español, María Remedios del Valle, más
conocida como la Capitana, y Pascuala Balvás. Muchas de ellas terminaron sus
días sin reconocimiento oficial y en la más absoluta pobreza”, señala Berta
Wexler.
Las mujeres argentinas, principalmente las del interior,
participaron activamente en las guerras civiles. Al igual que Juana Azurduy,
junto a Martín Miguel de Güemes combatió Cesárea de la Corte de Romero González.
Vestida de hombre luchó contra los españoles y luego contra la hegemonía
porteña. También María Magdalena Dámasa Güemes, “Macacha”, hermana del caudillo
salteño, se destacará por su defensa de la emancipación: auxilió heridos en el
campo de batalla, llevó a cabo arriesgadas misiones de espionaje y participó
activamente en la vida política de la provincia.
En 1862, Eulalia Ares de
Vildoza fue jefa de una insurrección de mujeres en Catamarca que depuso al
gobernador de esa provincia, que se negaba a entregar el mando al nuevo
funcionario electo.
Otro ejemplo de bravura es el de
Victoria Romero, esposa y compañera de Angel Vicente Peñaloza, general de la
Nación y caudillo de la provincia de La Rioja enfrentado en la década de 1860 al
gobierno de Bartolomé Mitre. Lo acompañó en todas sus campañas militares, por lo
que su figura se había hecho legendaria en los llanos riojanos.
Las
mujeres jugaron roles cruciales en cada uno de los procesos socio-políticos de
nuestra historia. Muchas veces forzaron los límites de los cánones de su época
que veía sus valientes acciones en el frente de batalla como “poco comunes para
las de su sexo”. “La misma sociedad machista no las dejaba ocupar lugares. Por
eso aparecen tan pocas. La historia del Alto Perú está cimentada sobre héroes y
heroínas anónimas. Algunas, reconocidas por la historia como Juana Azurduy y las
de la Coronilla. Estamos en la tarea de descubrir otras más”, cuenta Wexler.
Los mecanismos para invisibilizar la presencia femenina son de larga data, “no
enseñarnos a escribir, mandar a varones a describir los hechos y manejarse con
la biologización de la experiencia de las mujeres”, ejemplifica Gil Lozano.
“Quienes escribieron la historia se encargaron de que no apareciera la lucha
del pueblo y, dentro de esa lucha, mucho menos la de las mujeres. Nada sabemos
de la participación de las mujeres en la lucha independentista como conjunto de
masas. Esto no es casual sino que es una búsqueda deliberada de sacar a las
mujeres del centro de las decisiones sociales, políticas y militares de cada
época”, dispara Cecilia Merchán.
Más allá del furor de la última década
por la novela histórica, que muchas veces recupera nombres de heroínas sin
recomponer la densidad que les quitó el olvido –todas suelen ser víctimas de su
propio desequilibrio y su mérito es ostentar mayor valor que el de su hombre–,
de las historias que van saliendo a la luz se nutre una historiografía capaz de
promover una nueva mirada sobre el pasado. Pero todavía faltan relatos que
provoquen, primero, la posibilidad de imaginar las mujeres que nos precedieron.
Juana
Azurduy nació, en el cantón de Toroca en las cercanías de Chuquisaca, el 12 de
julio de 1780. Ese año la ciudad de La Paz fue sitiada por Tupac Catari y
Bartolina Sisa, alzados en armas en apoyo a Túpac Amaru. Durante su infancia su
familia tiene un buen pasar. Ella aprenderá el quechua y el aymará. Trabajará en
el campo, en las tareas de la casa, y se relacionará con los campesinos e
indios. A la muerte de su madre primero y luego de su padre, su crianza quedará
a cargo de sus tíos junto a su hermana Rosalía. Su adolescencia será
conflictiva, ya que chocará con el conservadurismo de su tía, por lo que será
enclaustrada en el Convento de Santa Teresa. Se rebelará contra la rígida
disciplina, promoviendo reuniones clandestina, donde conocerá la vida de Túpac
Amaru y Micaela. Leerá la vida de Sor Juana Inés de la Cruz entre otros, lo que
le llevará a la expulsión a los 8 meses de internada. De regreso a su región
natal, conoce a Melchor Padilla, padre de su futuro marido, amigo de los indios
y obediente de las leyes realistas, quien muere lejos de su casa, en una cárcel
porteña, acusado de colaborar con otra rebelión indígena, en el año 1784.
Ligados a la historia de la resistencia alto peruana, estos hitos biográficos de
Padilla ejercerán una enorme influencia sobre la formación de Juana Azurduy.
Manuel Padilla, hijo, establece una relación de profunda amistad con Juana.
Éste frecuentó las universidades de Chuquisaca y compartió con Juana, su
conocimiento por la revolución Francesa, las ideas republicanas, la lucha por la
libertad, la igualdad, la fraternidad. Conoció los nombres de: Castells, Moreno,
Monteagudo. El 8 de marzo de 1805 contrajeron matrimonio, y tuvieron tres hijos:
Marino, Juliana y Mercedes.
Gozaron de una buena posición económica, pero Don
Manuel como era criollo no pudo participar de cargos en el cabildo. Con la caída
de Fernando VII bajo la ocupación de Napoleón, el 25 de mayo de 1809 se produjo
la revolución de Potosí.
Manuel Padilla se sumó a la resistencia y encabezó a los indios Chayanta y
triunfó. Juró servir a la causa americana y vengó a los patriotas fusilados en
el levantamiento de La Paz. Un años después el general Vicento Nieto asumió la
Real Audiencia, y condenó a la cárcel y a las mazmorras a todos aquellos que
participaron de los levantamientos, entre ellos Padilla. Juana defendió con
rebenque en mano su propiedad ante los realistas. Al año siguiente de la
Revolución de Mayo, Manuel Padilla se unió a Martín Miguel de Güemes, fueron la
pesadilla del ejército realista. Doña Juana quizo acompañarlos pero estaba
prohibida la presencia de mujeres en el ejército.
Juana Azurduy
(Letra: Félix Luna - Música: Ariel Ramírez)
Juana Azurduy, flor
del Alto Perú: no hay otro capitán más valiente que tú.
Oigo tu voz más allá de Jujuy y tu galope audaz, Doña Juana
Azurduy.
Me enamora la patria en agraz, desvelada, recorro su faz; el español
no pasará con mujeres tendrá que pelear.
Juana Azurduy, flor del Alto Perú, no hay otro capitán más valiente
que tú.
Estribillo Truena el cañón, préstame tu fusil que la revolución
viene oliendo a jazmín.
Tierra del sol en el Alto Perú, el eco nombra aún a Tupac Amaru.
Tierra en armas que se hace mujer, amazona de la libertad. Quiero
formar en tu escuadrón y al clarín de tu voz atacar.
Su casa fue confiscada y debió ocultarse en la
casa de una amiga. Manuel Padilla se enfrentó con las tropas realistas
utilizando el método de guerrillas, venció en varias oportunidades y su nombre
comenzó a convertirse en leyenda. Hacia 1813 los revolucionarios ocuparon Potosí
y Padilla fue el encargado de organizar el ejercito, tarea a la cual se sumó
ahora sí Juana. Su ejemplo hizo que muchas mujeres se sumaran a la gesta. "En
poco tiempo, el prestigio de Juana Azurduy se incrementó a límites casi míticos:
los soldados de Padilla veían en ella la conjunción de una madre y esposa
ejemplar con la valerosa luchadora; los indígenas prácticamente la convirtieron
en objeto de culto, como una presencia vívida de la propia Pachamama".
Luego de la derrota de Vilcapugio y Ayohuma, la lucha se desplazó al nordeste de
Bolivia, se le llamó la "Guerra de las Republiquetas". Durante este tiempo el
cacique Juan Huallparrimachi, músico, poeta y descendiente de los incas, se unió
a Juana Azurduy, fue su fiel lugarteniente. En el mes de marzo de 1814. Padilla
y Azurduy vencieron a los realistas en Tarvita y Pomabamba. Pezuela, el jefe del
ejército español, puso todo su batallón a perseguir a la pareja de caudillos.
Las tropas revolucionarias debieron dividirse: Padilla se encaminó hacia La
Laguna y Juana Azurduy se internó en una zona de pantanos con sus cuatro hijos
pequeños. Allí se enfermaron cada uno de sus cuatro hijos, donde murieron Manuel
y Mariano, antes de que Padilla y Juan Huallparrimachi, llegaran en auxilio. De
vueltas en el refugio del valle de Segura murieron Juliana y Mercedes, las dos
hijas, de fiebre palúdica y disentería. "Dicen los biógrafos que comienza aquí
la guerra brutal contra los realistas:
"Padilla es cruel, es sanguinario
(...) La guerra se ha desatado bárbaramente; ya no es la ley del Talión la que
prima, sino una ley más inhumana, por un muerto se exigen dos, por dos, cuatro",
afirma Gantier". "Juana Azurduy está nuevamente embarazada cuando combate el 2
de agosto de 1814 con Padilla y su tropa, en el cerro de Carretas. Y Juana
Azurduy sufre ya los dolores de parto cuando escucha las pisadas de la
caballería realista entrando en Pitantora. Luisa Padilla, la última hija de los
amantes guerreros, nace junto al Río Grande y experimenta ahora en brazos de su
madre los ardores de la vida revolucionaria".
Un grupo de suboficiales
quisieron arrebatarle la caja con el tesoro de sesenta mil duros, el botín de
guerra con el que contaban para su supervivencia las tropas revolucionarias, y
que Juana Azurduy custodiaba con celoso fervor. Juana se alzó frente a ellos con
su hija en brazos y la espada obsequiada por el General Belgrano.
Feroz y
decidida, montó a caballo con la pequeña Luisa y, juntas, se zambullieron en el
río. Lograron llegar con vida a la otra orilla. La hija recién nacida quedó a
cargo de Anastasia Mamani, una india que la cuidó durante el resto de los años
en que su madre continuó luchando por la independencia americana. En 1816 Juana
y su esposo, quienes tenían bajo sus ordenes 6000 indios, sitiaron por segunda
vez la ciudad de Chuquisaca. Los realistas lograron poner fin al cerco, y en
Tinteros, Manuel Ascencio Padilla encontró la muerte. Manuel Belgrano, en un
hecho inédito, envió una carta donde la nombraba teniente coronel. La cabeza de
Padilla fue exhibida en la plaza pública durante meses, ésta se convirtió en un
símbolo de la resistencia. El 15 de mayo de 1817 Juana al frente de cientos de
cholos la recuperó.
Juana Azurduy intentó reorganizar la tropa sin
recursos, acosada por el enemigo, perdió toda colaboración de los porteños.
Juana decidió dirigirse a Salta a combatir junto a las tropas de Güemes, con
quien estuvo tres años hasta ser sorprendida por la muerte de éste, en 1821.
Decidió regresar junto a su hija de 6 años, pero recién en 1825 logró que el
gobierno le dé cuatro mulas y cinco pesos para poder regresar. En 1825 se
declaró la independencia de Bolivia, el mariscal Sucre fue nombrado presidente
vitalicio. Este le otorgó a Juana una pensión, que le fue quitada en 1857 bajo
el gobierno de José María Linares. Doña Juana terminó sus días olvidada y en la
pobreza, el día 25 de mayo de 1862 cuando estaba por cumplir 82 años. Su restos
fueron exhumados 100 años después, para ser guardados en un mausoleo que se
construyó en su homenaje.
Esta carta fue escrita ocho años más tarde de
la muerte de Guemes, cuando vagaba pobre y deprimida por las selvas del Chaco
argentino:
“A las muy honorables juntas Provinciales: Doña Juana
Azurduy, coronada con el grado de Teniente Coronel por el Supremo Poder
Ejecutivo Nacional, emigrada de las provincias de Charcas, me presento y digo:
Que para concitar la compasión de V. H. y llamar vuestra atención sobre mi
deplorable y lastimera suerte, juzgo inútil recorrer mi historia en el curso de
la Revolución.(...) Sólo el sagrado amor a la patria me ha hecho soportable la
pérdida de un marido sobre cuya tumba había jurado vengar su muerte y seguir su
ejemplo; mas el cielo que señala ya el término de los tiranos, mediante la
invencible espada de V. E. quiso regresase a mi casa donde he encontrado
disipados mis intereses y agotados todos los medios que pudieran proporcionar mi
subsistencia; en fin rodeada de una numerosa familia y de una tierna hija que no
tiene más patrimonio que mis lágrimas; ellas son las que ahora me revisten de
una gran confianza para presentar a V. E. la funesta lámina de mis desgracias,
para que teniéndolas en consideración se digne ordenar el goce de la viudedad de
mi finado marido el sueldo que por mi propia graduación puede corresponderme".
La historia cuenta que murió indigente el 25 de mayo de 1862 cuando estaba por
cumplir 82 años y fue enterrada en una fosa común.
Fuentes: Mónica
Deleis, Ricardo de Titto, Diego L. Arguindeguy, "Mujeres de la Política
Argentina", Editorial Aguilar, Buenos Aires, Argentina, 2001. Graciela
Batticuore, Juana Azurduy en "Mujeres Argentinas, El lado femenino de nuestra
historia", Maria Esther de Miguel, Editorial Extra Alfaguara, Buenos Aires,
Argentina, 1998. Pancho O´Donnell, "Juana Azurduy, La Teniente Coronela",
Editorial Planeta. RIMA - Red Informativa de Mujeres de Argentina, Rosario,
Santa Fe, Argentina