LOS ASESINATOS DEL EJERCITO EN CAMPO DE MAYO

PARTE II



Fernando Almirón

Este libro revela por primera vez el exterminio que llevo a cabo el Ejército en el interior de Campo de Mayo, entre 1976 y 1980.

A través del testimonio del ex sargento Víctor Ibañez se corre el velo que durante años ocultó la represión ilegal de la principal fuerza armada del país, y que tuvo entre otros responsables directos a los generales Antonio Domingo Bussi, Cristino Nicolaides y Reinaldo Bignone, entre otros altos jefes militares, muchos de ellos aún en actividad. En estas páginas se dan sus nombres.

A lo largo del libro también se señala la responsabilidad que le cabe a la iglesia, a la justicia y a los partidos políticos por el asesinato de más de cuatro mil personas en el centro de detención clandestino denominado “El Campito”. Entre ellas Mario Roberto Santucho y Domingo Menna, de la cúpula del PRT-ERP.

[Se reproduce la obra en casi su totalidad y dividida en dos partes. Idéntico contenido puede encontrarse en www.nuncamas.org]


Campo Santo

Testimonios del ex sargento Víctor Ibáñez

Por Fernando Almirón

INDICE PARTE II
Capítulo XIV. Floreal Avellaneda.
Capítulo XV. La Patria es un botín absurdo.
Capítulo XVI. Santucho en Campo de Mayo.
Capítulo XVII. Tres iglesias.
Capítulo XVIII. Los inocentes.
Capítulo XIX. Fuera de control.
Capítulo XX. El poder real de la guerrilla.
Capítulo XXI. La Patria exterminada.
Capítulo XXII. Locura, convicción y pecados.
Capítulo XXIII. No pasa nada.
Capítulo XXIV. Nido de ratas.
Capítulo XXV. Bussi y los asesinos.
Capítulo XXVI. Solitario y triste final.
Epílogo. Celebración en el Campo Santo.
Anexo N° 1. Autoridades del proceso de Reorganización Nacional.
Anexo N° 2. Estructura de la represión.
Anexo N° 3. Los represeros de "El Campito".
Anexo N° 4. Personas vistas en "El Campito"
Acerca del autor


PUBLICIDAD

Capítulo XIV. Floreal Avellaneda.

(Del testimonio de Iris Avellaneda)

Ultimos días en familia

"El 24 de marzo de 1976, a las 9 de la noche, mi marido atendió el llamado telefónico de un compañero. Nos avisaba que los milicos habían copado el poder y que tanto él como mi cuñado, también activista del Partido Comunista, no se quedaran esa noche en la casa. A mi esposo ya lo había amenazado la Triple A.

"Ese día me acuerdo que me dijo: 'Iris, ¿adónde quieren que me vaya? Primero: no cometimos ningún delito; segundo: ¿adónde podemos ir?' Todo parecía tan loco. Después nos empezamos a asustar. Había movimientos raros en el barrio. Autos que pasaban de noche despacito, gente extraña caminando por la calle y tratando de mirar hacia adentro de la casa.

"Floreal, mi marido, estaba preocupado porque en ese momento trabajaba como remisero, y tenía miedo de que le robaran el auto, un Peugeot 504 más o menos nuevito. Pero nunca vimos nada en particular. Sólo sombras.

"Vivíamos con mis cuñados en una casa enorme, en Sargento Cabral 2385, en Munro. Nosotros teníamos la casa en el fondo y las hermanas de mi marido vivían con sus familias una al lado y la otra enfrente de nuestra casa. Era un lugar grande pero monótono, toda la estructura de la edificación era igual. Quiero decir que todos los espacios de la casa eran arquitectónicamente iguales. Esto es importante para entender cómo fue que se escapó mi marido.

"Teníamos los dormitorios en la planta superior; el baño, la cocina y el comedor estaban abajo. Las tres viviendas eran iguales y se apoyaban en las mismas paredes. Una de esas paredes se estaba revocando, por lo que quedaba un agujero que daba al aire libre, del que salían esos fierros que después sirven para unir una pared con otra. Gracias a esos fierros, Floreal, mi esposo, se pudo escapar.

La noche de los Avellaneda

"Fue en vísperas de Semana Santa, me acuerdo clarísimo. Estábamos durmiendo porque al día siguiente salíamos temprano de paseo para Rosario, donde teníamos muchos amigos.

A las 2.30 de la madrugada escuchamos frenadas de autos alrededor de toda la manzana, coches por todos lados, milicos por todos lados. Dios mío. No sé si todos los secuestros habrán sido igual, pero el nuestro fue espectacular.

"Destrozaron la cerradura de la puerta principal ametrallándola con un FAL. Después, a las patadas, tiraron la puerta abajo. Entraron por la casa de mi cuñada, la que vivía adelante. Le rompieron todo, hicieron un estrago esos hijos de puta. Mi otra cuñada, apenas los vio, empezó a los gritos: '¡Floreal, Floreal, las Tres A, son las Tres A!' El se levantó como un torpedo. Era una noche helada, estaba en camiseta y llegó a ponerse únicamente los pantalones.

" 'El Negrito' vino corriendo desde su cuarto y llegó a ver cómo se escapaba su padre. 'Me quiero ir con vos', le pidió. Desde el techo, su padre le dijo: 'No, quedate con tu madre. Le vas a hacer falta'. Mi hijo entonces buscó a las disparadas una camisa que alcanzó a tirarle a mi marido que en uno de esos saltos por las azoteas perdió los documentos. " '¡Viejo, los documentos!', le gritó 'el Negrito', que se quedó siguiendo con la vista a Floreal grande que se escapaba.

"Fueron las últimas palabras que mi marido escuchó de él. Por suerte ningún vecino dijo 'acá está' o algo parecido. Enseguida los milicos, que se habían demorado buscándolo en las casas de mis cuñadas -lo que le dio tiempo para escapar- tiraron la puerta abajo y se desparramaron como moscas por todos los rincones. Un grupo fue a la cocina, otro al comedor, otros a las habitaciones y el restante al auto.

"Eran un malón de disfrazados. Usaban pelucas, antifaces, medias de mujer en la cabeza. Nos juntaron a todos en el comedor de mi casa. Escuchábamos como destrozaban todo lo que encontraban mientras se gritaban entre ellos: '¡Se escapó el hijo de puta!', decían. 'Pelotudo, ¿por qué no fuiste más rápido?', le reprochaban a otro. Estaban furiosos y todo el tiempo se acusaban unos a otros por la fuga de mi esposo.

"Era tanta la bronca que tenían que nos llevaron al patio y nos hicieron pasar por el primero de los tres simulacros de fusilamiento al que nos sometieron en un lapso de 15 minutos. '¡Y esto es por hijos de puta!', nos gritaban. Después se reían. Eramos doce personas contra la pared en esa noche tan fría: mi cuñada, el marido, sus dos hijas y el novio de una de ellas; mi otra cuñada, su esposo y sus dos hijos; y yo que estaba con Estela y 'el Negrito'.

"Después nos separaron a mí y al 'Negrito' del resto del grupo. Mi hija estela empezó a los gritos cuando vio cómo nos empezaron a llevar a los empujones, a mí no me dejaban ni tocarla. Mientras un grupo nos sacaba de la casa, los otros les reclamaban a mis parientes que les entregaran toda la plata que había en la casa. Se llevaron los sueldo, los ahorros, todo lo de valor, hasta fotos. También una escopeta que mi marido tenía declarada porque le gustaba salir de caza de vez en cuando. Con esa escopeta me tuvieron loca y fue uno de los motivos por el cual más me torturaron. '¿Así que nos estabas esperando armada atrás de la puerta? Nos querías matar', me decían.

Por algo será...

"En la vereda nos ataron y encapucharon. Dejé de escuchar los gritos de Estela y el llanto de mis cuñadas y sobrinas cuando me metieron violentamente adentro de un auto. "Tanteaba el asiento para ver si 'el Negrito' estaba conmigo. Como no lo encontré les empecé a preguntar a los gritos qué habían hecho con él. 'Pará che. No te desesperés que ya te lo traen. Pará de gritar, hija de puta', me dijo uno de los secuestradores, el que se mostró más nervioso durante todo el operativo.

"Y así fue, me lo sentaron al lado. El tenía las manos atadas a la espalda y giraba para tratar de agarrarme las mías. 'Mami, quedate tranquila. Todo va a salir bien', me dijo, y justo pudo llegar a apretarme fuerte las manos. No me soltó hasta que nos separaron. Pero antes pasó un buen rato. Llevaron el auto hasta un lugar donde lo dejaron parado como dos horas con nosotros adentro, solos. Después nos llevaron a la comisaría de Villa Martelli.

"Apenas llegamos me bajaron de los pelos y me ataron a una columna de hormigón que estaba junto a una piletita para lavarse las manos. Se escuchaban gritos espeluznantes, de gente a la que estaban torturando. Me preguntaba para qué me querrían a mí, cuando en ese preciso momento me llevaron frente a un muchacho que decía haber trabajado en Tensa con mi marido. " 'Dígale que yo estuve en su casa y que Floreal era compañero de trabajo', me dice este muchacho. Yo pensé que si decía que sí iban a pensar que sabía más cosas y me iban a reventar a palos para que confesara lo que en realidad no sabía. Yo estaba encapuchada y respondí: 'A esa voz no la conozco'. 'Dele, Iris, dele. Dígales que me conoce', volvió a insistir la voz. Yo pensaba que era una trampa, que me querían hacer pisar el palito. Me mantuve en la negativa y enseguida fui a la 'parrilla'.

"Después de atarme a un elástico de cama metálico me tiraron unos baldazos de agua. Uno, que creo que le decían 'el 220', me dijo: 'De esta no te olvidás más, te lo juro'. Me picaneó sin piedad. Me preguntaba dónde nos reuníamos, cuándo... Todo para que yo 'cantara' nombres. Y mientras me torturaban a mí, también torturaban al 'Negrito'. Me volvía loca, gritaba. 'Ni a vos ni a tu pibe les van a quedar ganas de joder más', me decía el hijo de puta masticando las palabras con bronca. Escuchaba a mi hijo Floreal, al que estaban torturando. Me desesperaba ante cada uno de sus gritos, me retorcía de dolor e impotencia. Cada vez que él gritaba, me aplicaban la 'máquina' con más ganas.

"No sé cuánto tiempo pasó. Cuando terminó la sesión me llevaron hasta la columna en la que me habían atado antes. El 'Negrito' ya estaba ahí. 'Mamá, deciles que papá se escapó por los techos, por favor', me dijo. Fue la última vez que escuché su voz. Después se lo llevaron. Me separaron definitivamente de él. Tenía 13 años.

Viaje hacia ningún lugar: el 'chupadero'

"En la comisaría me ajustaron las vendas de los ojos y me metieron en el baúl de un auto que después de andar un rato largo se metió en un camino de tierra. Cuando llegamos a ese lugar me volvieron a bajar de los pelos y me tiraron en una sala llena de mujeres. Estaba completamente en silencio. Se escuchaban voces de hombres a unos seis o siete metros, de muchos hombres.

"Me acomodaron medio retirada del resto de las prisioneras. No sé si sería porque era comunista, yo jamás negué que era comunista. Un hombre me estaqueó contra unas maderas sin pronunciar palabra. Así pasé muchas horas. Cada vez que trataba de dormir venía alguien y me tiraba un baldazo de agua helada. Más tarde apareció un correntino que me dijo: 'Esta es la última vez que vas a escuchar una voz humana', y me llevó hasta una pared donde una y otra vez jugaron simulacros de fusilamiento.

"El último que gatilló su pistola vacía en mi sien, al que todos le decían 'señor', después de eso me levantó violentamente tomándome del cuello y me dijo: 'Sos una comunista hija de puta. A los comunistas nunca les podemos sacar nada. Por eso, la vas a parir'. Me llevó hasta la sala donde estaban las demás detenidas y me tiró sobre un colchón. Me dejó ahí y nunca más me molestó.

"En el campo le asignaban un número a cada persona. Al principio tuve el 527, después el 3570. Me parece que nos reconocían porque los números estaban pintados en la capucha. Los torturadores te pasaban a buscar por la sala y te llamaban por tu número y te llevaban por un sendero hasta las oficinas de tortura.

"Al llegar te recibía un tipo que te empujaba hacia el elástico donde te estaqueaban y mojaban. Después encendían una radio. Tango y folklore. Los torturadores iban cambiando, eran varios, pero las preguntas eran siempre las mismas: '¿Quién es tu jefe? Danos nombres, basura'. También se repetían las amenazas: 'Acá te morís hoy'. Y picana, y otra vez picana. Claro, yo no podía decir nada porque no sabía nada. Eso los enojaba. Encima se acordaban de la escopeta que habían encontrado en mi casa: '¿Así que nos estabas esperando con una escopeta?'

"Me aplicaban la picana en los senos, el ano, la vagina, los dientes. Era espantoso, días y días así. Encima yo tenía el brazo salido de lugar porque unos días antes del secuestro me había caído en las escaleras de casa. Entonces vino un tipo que me llevó hasta una oficina o algo parecido donde me atendió un médico (1). Me dijo que levantara el brazo y me pidió que no lo mirara. Me cambió las vendas que estaban muy sucias.

En un papelito blanco me envolvió seis o siete pastillas blancas. Cuando miré de reojo por debajo de la capucha, vi que llevaba delantal blanco. Entonces vino otro y le dijo: 'Casserotto, ¿me la puedo llevar?'. El le dijo que todavía no. Me preguntó qué era lo que me había pasado y yo, inocentemente, le dijo que me habían estado torturando. 'Hijos de puta, hijos de puta', dijo cagándose de risa. Me empujó hasta otro hombre que me llevó directamente a la sala de torturas. Cuando terminó la sesión pedí ir al baño y tiré todas esas pastillas a la mierda.

"También me acuerdo de 'Escorpio', 'Padre Francisco', 'Correntino' y 'Chupete'. El 'Padre Francisco' era el que nos pedía que rezáramos porque Dios era bueno y nos iba a ayudar a salir de ahí. Nos salvaríamos de todos nuestros pecados si hablábamos y contábamos todo lo que sabíamos. Era un milico, se notaba a la legua. 'Escorpio' era un borrachín, te digo que cuando te hablaba le sentías el olor a vino que tenía. Era bien guacho. Decían que violaba mujeres.

'Chupete' se paseaba por todo lados. Tenía la costumbre de pisar las manos de los detenidos y andar siempre con perros. Y yo le tenía un miedo terrible, porque los perros te olían, te lengüeteaban, te gruñían. " 'Chupete' y uno que tenía voz de correntino -me di cuenta de eso porque estaba medio picado y se mandaba de vez en cuando algunos sapucai-, una vez me llevaron al baño. 'Yo te llevo al baño si gritás Viva Hitler', dijo 'Chupete'. '¿Por qué tengo que gritar Viva Hitler?', pregunté. 'Entonces cagate encima', aseguró. 'Cuando grites Viva Hitler, te llevo'. Y yo no grité. Entonces, cuando a 'Chupete' se le ocurrió, nos hizo parar a todos y nos llevó al baño. Era una buena mierda. Nos hacía contar chistes y, si no le gustaban, nos cagaba a patadas. ¡Qué sorete! Encima un día vino medio en pedo y preguntó quiénes tenían teléfono para así llamar a sus casas y avisar que estábamos bien. Nos vivía tomando el pelo. "No sé si 'Chupete' estaba siempre borracho, pero el que estaba siempre picado era el 'Correntino'. Era el que más estaba en la sala.

"Una noche -creo que era de noche-, escuché tiros y a la mañana el 'Correntino' le preguntó a 'Chupete' si se había enterado de lo que le había pasado al gremialista de Swift. Con lujo de detalles, contó cómo lo habían fusilado. Y después contó lo de un perro que se había comido a una persona. Creo que hablaban del 'Negrito' (llora).

(Sigue, secándose las lágrimas) Personalmente, me cagué hasta las patas. Y las demás mujeres también. Tal es así que cuando una pedía ir al baño, pedían todas. Nadie quería quedarse sola por miedo a que pasara algo. Ir al baño, para ellos, era muy divertido. Se reían cuando alguien se caía. Nos llevaban en hilera, como si fuera un jardín de infantes. 'Levanten los pies. Doblen'.

"Se escuchaban ruidos de aviones y helicópteros. Más de aviones. De noche siempre había ruido de autos, camiones y tiros. Mientras estuve en cautiverio, traían mujeres a rolete y las tiraban una tras otra. Parece que cuando llegaba una más o menos linda, la violaban. Una noche, alguien vino y manoseó a una chica. No sé quién fue. ¡El escándalo que se armó al otro día! Nos pegaron por buchonas.

"Mientras estuve encapuchada me carearon una vez con un tal 'Rubencito'. Después conocí a Estela Ingenieros, la nieta de José, el escritor. Una sola vez nos sacaron de la sala para limpiar. Nos pusieron a todos en hilera y yo quedé de espaldas con una persona, que no sé si era mujer o varón. Le hice una pregunta y no me contestó.

La sala no era muy grande. Era como de 15 metros de largo por 10 de ancho. Yo estaba en una esquina, sola. Me dí cuenta de esto porque tanteaba alrededor. Pero mucho no tocaba porque los tipos andaban con perros, que te olfateaban y si vos te movías, sonabas. En el piso había varios colchones roñosos.

"A todo el mundo lo llevaron a bañarse más de una vez. A mí ni siquiera me vinieron a buscar. ¡¡Gracias a Dios!! ¡Quién sabe el futuro que me esperaría!

"Durante esos quince días no tomé ni una sola gota de agua. Te decían que si tomabas agua después de una sesión de tortura, reventabas como un sapo. Lo único que comí fue una manzanita que me acercó alguien. Fue un milico. Me dijo: 'Comé todo, hasta el carozo. No dejés nada que me pueda incriminar'.

"Esa fue la única comida. Me fui de casa con 58 kilos y entré a Olmos con 42.

El último día en 'El Campito' vino alguien y me arrastró de los pelos. Me hizo formar una fila -estaba con siete u ocho- y nos llevaron a un baño o a un lugar donde corría agua. Nos hicieron separarnos unos de otros y con un látigo nos pegaron durante dos horas. 'Espero que hayan aprendido, hijas mías. Esto es por olvidarse de Dios', decía el 'Padre Franciso' mientras nos castigaban.

"Cuando llegué a Olmos, el lonjazo más chico que tenía era como el dedo gordo de mi mano. Fue terrible. Además, como únicamente estaba con el camisón finito de mangas largas y un pulover que daba risa, no sabés cómo me quedaron las nalgas...

Olmos, Devoto y libertad

"Llegué a Olmos el 30 de abril de 1976. Recuerdo que con una mugre que no me podía ni mirar. El olor que tenía encima era asqueroso. Estuve hacinada como un perro durante 15 días. Me acompañaba Estela Ingenieros, una chica macanudísima. Nos trasladaron en un celular. El viaje duró bastante.

"Cuando llegamos nos llevaron frente el director del Penal. Me sacaron la capucha, la venda... No podía ver nada. (Se toca la cabeza) Tenía una conjuntivitis del carajo... Una enfermera me limpió los ojos y ¡qué alivio fue! Mientras sucedía esto, el director me dijo: 'Iris Avellaneda, usted está acusada por el Poder Ejecutivo Nacional de ser una militante del Partido Comunista combatiente'. Y después agregó: 'Su salida de esta Unidad dependerá de su comportamiento'.

"Lo primero que hice fue bañarme. Me metieron en agua fría con la otra chica, Estela Ingenieros. Con ella trabé una amistad. Me dijo que trabajaba en un juzgado de San Fernando. Me comentó que a varios abogados los habían chupado la misma noche que a ella. También me contó que había escuchado voces conocidas en 'Los Tordos'.

"En la cárcel me enteré de que había estado en Campo de Mayo. Nos comentaron las otras presas que nosotras éramos 'una carga de Campo de Mayo'.

"De mi hijo no sabía nada. Algunos diarios pasaban por Olmos. En un diario salió que en el Uruguay habían aparecido 30 cadáveres. Cuando la celadora nos trajo ese diario, nosotros lo leímos y dijimos: '¿Cómo puede ser? ¿Qué está pasando afuera?'

"Había algunas otra personas del PC en Olmos. Todas habían pasado por lo mismo. Pero las únicas que veníamos de Campo de Mayo éramos nosotras.

"Mientras estuve secuestrada, mi abogado, el doctor Biaggio, había presentado un hábeas corpus, pero no le dieron importancia. Lo extraño fue que llegó a mi casa una cédula del Poder Ejecutivo Nacional que explicaba que yo estaba a disposición del presidente. Nada más.

"Estuve en Olmos hasta el 21 de agosto de 1976. Luego llegó una orden del PEN para concentrar a todas las mujeres en Devoto y a los hombres en Olmos. Estuve en Devoto desde esa fecha hasta el 13 de julio de 1978, cuando salí en libertad. Estuve 27 meses presa.

"Costaba mucho que mi familia me visitara, pero mi cuñada lo logró. No saqué nada positivo de todo esto. Me mataron a un hijo, me torturaron... Encima Menem los indultó. Pero me queda un consuelo. En Devoto yo tenía el número 203. ¿Sabés que jamás gané con ese número en la quiniela?

"Al 'Negrito' nunca supe adónde lo llevaron. Hicimos averiguaciones por todos lados durante años, y nadie había oído hablar de él. Recién cuando Ibañez contó que estuvo en 'El Campito', lo que se confirma por la mordedura del perro, me di cuenta de que estuvimos en el mismo lugar, adentro del mismo pabellón, a metros uno del otro."

La muerte de Floreal chico

En su edición del 16 de mayo de 1976, bajo el título "Cadáveres en el Uruguay", el desaparecido diario "Ultima hora" informó que ocho cadáveres habían aparecido flotando en las costas uruguayas. Según la crónica, " en un comunicado oficial de la Prefectura Nacional Naval del Uruguay, se informó que el último de los cadáveres encontrados era de sexo masculino, cutis trigueño, cabello castaño oscuro, de un metro sesenta de estatura. Como seña particular se encontró un tatuaje en forma de corazón con las iniciales F y A'.

El cuerpo de Floreal Avellaneda apareció flotando en aguas del Río de la Plata, cerca de la costa uruguaya, el 15 de mayo de 1976, un mes después de que fuera secuestrado junto a su madre. Estaba atado de pies y manos con alambre. Tenía una profunda herida sin cerrar en una de sus piernas. Luego se comprobaría que había muerto a causa del 'empalamiento' (2) al que fue sometido por los torturadores en 'El Campito'.


(1) Por los datos aportados por Iris Avellaneda, este médico sería el entonces teniente coronel Julio César Casserotto.
(2) El 'empalamiento' es una forma de tortura de origen medieval, que consistía en sentar a la víctima sobre un palo de punta aguzada que se ensanchaba progresivamente, y se introducía a las víctimas por el recto.


Capítulo XV. La Patria es un botín absurdo.

(Diálogo con el ex sargento Víctor Ibañez)

-¿Era frecuente que los Grupos de Tareas saquearan las casas de los detenidos?
-Desde el principio. Por ejemplo, con parte de los que se "secuestró", vamos a decir las alacenas, las heladeras, la vajilla y las cacerolas, se hizo un comedor en el campo. Una gran cocina, una gran sala de estar en el quincho y en el edificio grande donde yo estaba.

-¿Se llevaban hasta las pequeñas cosas domésticas?
-Todo lo que estaba a mano, cualquier cosa.

-¿Quiénes estaban en condiciones de saquear y adónde iban a para las cosas robadas o, como usted dice, "secuestradas"?
-Todo se lo quedaban lo interrogadores, o los de la patota. Cuando se repartía el botín, no eran como los indios, porque dicen que los indios eran justos para el reparto. Acá no. Ellos se apropiaban de las armas, la plata. Se agarraban esto, se agarraban lo otro y aquello. Un día nos llamó un oficial del arma de ingenieros, no llegaba a mayor, un capitán. "Eh, muchachos, vengan". Traía una bolsita y nos dijo: "Esto es para nosotros, lo recuperé yo. No puede ser que siempre se agarren todo ellos". Entonces nos juntamos alrededor de él. Pensábamos que sería plata, oro. En una bolsa tan chiquita, ¿qué otra cosa podía ser? La dio vuelta, y dejó caer todos los relojes que le había sacado a la gente, relojes viejos. Sacudió la bolsita y los tiró al pie de un árbol. "Miren, miren. Tomá vos, tomá vos; hay uno para cada uno". Eso era lo que nos daban a nosotros. ¡Qué lástima que no guardé ninguno! Tendría que haberme guardado alguno.

-¿Usted nunca participó de un saqueo?
-Nunca. A mí sí me llevaban cuando, por ejemplo, había que "hacer" (1) un auto. Los del Grupo de Tareas te decían que hacían falta tantos autos para un operativo. Además, había que elegirlos a su gusto. Te decían: "Yo quiero un Peugeot 504 -que en esa época estaban de onda-, de tal color". Así que había que ir a un garage, charlar con el sereno, chamuyarlo. Hacerle un verso para que nos mostrara los autos: "... que es de un cliente", "...que lo tiene en venta". "¿Cómo, no le avisó?" "¿Y este otro? ¿El dueño no lo querrá vender?" "¿Usted lo conoce? ¿Qué tal está, valdrá la pena?" Cualquier cosa, y salíamos con los autos. Todos eran para ellos y para nosotros nada. Después, Pantera (2) se afanó uno por su cuenta y lo chocó. Estuvo como dos meses internado. Pobre Pantera, ahora está medio loco.

-¿Se robaban autos así nomás, sin apoyo operativo?
-No siempre. Se pedía la zona libre a la policía, ya sea para un secuestro como para robar un auto en la calle o de un garage. Se hacía por cuestiones técnicas, porque como se operaba disfrazado, de civil, muchas veces se terminaban enfrentando entre las mismas fuerzas, fuerza contra fuerza. Entonces se avisaba que tal día, a tal hora, tal lugar era zona de operaciones y no debía circular por ahí ningún móvil policial.

-Y si alguien llamaba a la policía, ¿qué pasaba?
-No iba, no se daban por enterados. La ciudadanía estaba totalmente desprotegida.

-Absoluta impunidad...
-Yo me creía que era todopoderoso, porque con las cosas que uno hacía... Ir a una comisaría y pedir zona libre para robar un auto y que te la dieran. Eso te hacía sentir poderoso. La policía no podía hacer nada.

-¿Eran habituales los robos de autos?
-No. Los fabricantes entregaban gratuitamente autos al Ejército: Peugeot 504, Dodge 1500 y Falcon. Los famosos Falcon eran regalos de la Ford.

-Pero se supone que eran para uso legal.
-Claro. Los inscribían, le ponían patente, como corresponde. Todo bien asentado. Después le sacaban la patente o la cambiaban por la de un auto robado y los usaban para los operativos. Se podía hacer cualquier cosa. Más de una vez vi autos oficiales en enfrentamientos.

-¿Por qué había que robar autos si tenían los propios?
-No sé, sería para abaratar costos.

-¿Qué pasaba después con esos autos?
-Iban a parar a los grandes desarmaderos que tenían los gitanos en la ruta 8, como iban ahí también los coches que se traían como botín de los operativos. Había tantos autos. Ponían desarmaderos, venta de autos, hasta venta de armas. Una sola vez me regalaron una pistola; era una 22, que después vendí porque necesitaba guita. Fue cuando se hizo el allanamiento al ministerio de Bienestar Social, yo estuve.

-¿Buscaban las armas de la Triple A?
-Y las encontramos. De los sótanos del ministerio sacamos más o menos 1500 pistolas 9mm, las que había comprado López Rega (3), nuevas. También cargamos, entre otras cosas, las famosas ametralladoras Ingran, un fierrito hermoso, con silenciador. El general Santiago Riveros se quedó con una de ellas, y la llevaba permanentemente en el bolsillo. Era un déspota, un sinvergüenza.

-Ibañez, usted mencionó que ciertas operaciones se hacían para obtener dinero. ¿Recuerda alguna de ellas?
-Recuerdo a un empresario importante de la zona de Tigre. Se ve que tenía una distribuidora grande, sería de frutas, madera, no sé. Era un gran distribuidor, con mucha plata. Todo esto que te cuento es "oreja radar", por lo que se escuchaba que estos tipos hablaban. A mí no me decían nada, yo para ellos era una especie de sirviente. Bueno, se ve que a este hombre le inventaron alguna cosa, o lo habrán amenazado, porque había chequeras de él y de varios más que los de Inteligencia se pasaban entre ellos.

-¿Se pasó del secuestro político al extorsivo?
-Cuando se terminó con la subversión ya no importaba más si el secuestrado era cura, montonero, del ERP, empresario o militar. Se trataba de afanar, prenderse a los botines. ¡Cuánta gente salió parada de ahí, cuántos se hicieron millonarios!

-Me preguntaron por una pareja de gente mayor, de unos 55 años, que pasó por el campo.
-No eran tan viejitos; había gente de más edad, hasta de 70 años calculo yo, aunque eran los menos.

-¿Tenían alguna vinculación con la guerrilla?
-Seguramente tendrían alguna vinculación. -Este matrimonio era de Caballito. Una patota fue a buscar a su hija y como no la encontraron se los llevaron a ellos.

-¿Se los llevaron a los dos y no aparecieron más?
-No aparecieron más.

-¿Ellos sabían en qué andaba su hija?
-No lo sé. -Mucha gente se perdió así, sin tener nada que ver. -Esta familia tenía una tintorería. A los dos días del secuestro llegaron unas personas que cargaron todas las instalaciones del negocio en un camión y se las llevaron.

-Se llevaron toda la tintorería... ¿era un camión verde?
-No sé, pero los secuestradores vestían uniforme verde, del Ejército. -No recuerdo ese episodio. -También se hicieron firmar autorizaciones de extracción bancaria y se llevaron todo el dinero que tenían en el banco. -Les intervinieron la cuenta del banco. -Después se llevaron los dos autos de la familia y todo lo que tenían adentro de su casa.

-¿Qué autos eran?
-Un Dodge 1500 y otro cuya marca desconozco. Al hombre también lo obligaron a firmar unos cheques. -Es lo que yo te contaba. Había oficiales que obligaban a los prisioneros que tenían auto a firmar el formulario de transferencia para quedarse legalmente con esos coches. Yo conocí a un tipo, al que después le dieron de baja, que en ese tiempo era teniente primero de ingenieros. Se hizo firmar la transferencia del auto de un detenido para quedárselo él. Creo que era un Renault 12 break de color verde metalizado. Eso lo sé. Con respecto a la tintorería, yo no me acuerdo... Pero hubiera habido ropa para todos. El botín menor era repartido. -Se llevaron las máquinas. -Seguramente. Esos tipos eran una verdadera banda de piratas. Era un descontrol total. Nadie podía para todo eso. Ni el presidente, hasta al mismo Videla se le escapó de las manos.

-¿Se llevaba algún control del dinero secuestrado a las organizaciones guerrilleras?
-Cuando cayó detenida la "Negra" (4), yo estaba de turno y la vi entrar. Estaba vestida con un jean y una camisa arremangada. Tenía el físico de un hombre; yo pensé que era un hombre. Y en el jean, que se usaba con una botamanga gruesa, tenía escondidos cuatro millones de pesos de esa época. ¿Te acordás? Esos billetes grandes, colorados como un tomate. De esos tenía cualquier cantidad. Creo que eran como cuarenta mil dólares, ¿puede ser? De esa plata nunca más se supo. Se la quedaron los interrogadores, como todo lo demás. La plata grande la manejaban Riveros y Verplaetsen. -Al final, lo importante era la plata. -Entre los Grupos de Tareas se robaban los blancos, para llegar antes que los otros al botín.

(1) "Hacer" significaba robar.
(2) Pantera era el apodo de un suboficial del Ejército que integró la dotación de personal militar asignado al centro de detención clandestino de Campo de Mayo.
(3) José López Rega, ex secretario privado de Juan Domingo Perón, asumió en 1973 como ministro de Bienestar Social. Fue uno de los fundadores e ideólogos de la organización ultraderechista conocida como Triple A, que tenía su base de operaciones en el subsuelo del ministerio que estaba a su cargo.
(4) Se trata de una prisionera. Ver capítulo 7: "Impunidad operativa".


Capítulo XVI. Santucho en Campo de Mayo.

(Del testimonio del ex sargento Víctor Ibañez)

"Te digo la verdad, yo creo que no sabían que era Santucho (1).

"Te cuento lo que yo escuché por boca de los mismos que participaron en ese operativo. Parece que la cosa empezó cuando una vecina se encontró con que cerca de su casa, en el cruce de las avenidas Constituyentes y General Paz, gente de la Escuela de Mecánica de la Armada estaba haciendo un control de vehículos. Esta señora, una chusma de barrio, tipo la 'Tota', se acercó cargando la bolsa de las compras hasta dónde estaban los efectivos y les dijo que en su edificio, en Villa Martelli, todos los días se reunía gente rara.

"Como estaba fuera de su zona, los marinos le pasaron el dato al Ejército, y Leonetti (2), que estaba de guardia, recibió el dato y se mandó para allá con su patota, integrada por gente del Colegio Militar. Llegó hasta el grupo de edificios en un Ford Falcón sin patente, al frente de un grupo de tres hombres vestidos de civil que portaban fusiles 'Para', que son como los FAL (3) pero con la culata rebatible. Lo de 'Para' viene porque eran los que usaban en ese tiempo los paracaidistas. Buscaron al portero, que los guió hasta la entrada del departamento (4). Y tocaron el timbre sin saber quiénes estaban del otro lado (5).

"Liliana Delfino, que era la mujer de Santucho, abrió confiada la puerta como si estuviera esperando la llegada de algún conocido. Apenas vio a los de la patota se dio cuenta de cómo venía la mano y se puso a gritar: '¡Los milicos!, ¡Son los milicos!' Le pegó un empujón a la puerta como para volver a cerrarla. Pero Leonetti ya había puesto un pie adentro, y la hoja rebotó en el borceguí que tenía apoyado en el marco de la entrada. El portero se escabulló buscando refugio en el codo de la escalera, en el interior del departamento las mujeres gritaban que había que llevar a los niños a la bañadera, mientras que los hombres no atinaron a tomar sus armas. La patota aprovechó el factor sorpresa para ingresar en la casa y reducirlos a todos.

"Según comentaron en 'El Campito' los que estaban en los grupos de tareas, a Santucho no le gustaba llevar armas. Era un especialista del pensamiento, de la concentración; por eso se había entrenado en las artes marciales.

"Ese día en el departamento de Villa Martelli parece que no lo reconocieron; él se había cambiado el aspecto. Lo acomodaron junto a los demás, con las manos apoyadas en la pared y abiertos de piernas, para palparlos de armas. Leonetti se puso la pistola en la cintura para revisar a los guerrilleros. Santucho esperó a que llegara hasta él y cuando Leonetti estaba a punto de revisarlo se dio vuelta, con una toma rápida lo agarró del cuello, le sacó la pistola y le disparó al cuerpo. Los de la patota, apenas escucharon el primer tiro, empezaron a ametrallarlos a todos. Algunos se tiraron al piso, otro se tiró por la ventana y cayó en una especie de terraza que había en el segundo piso; lo agarraron con las piernas quebradas.

Duro de matar

"Ese día yo estaba de guardia en la radio. Llegaron los autos y vi como de uno de ellos bajaban a tres prisioneros. Después me pidieron ayuda para cargar al que venía en otro de los autos, que estaba herido. Lo llevamos hasta el comedor de la tropa, donde comíamos nosotros. Lo acostamos en una de esas mesas largas de fórmica blanca. Un brazo le quedó colgando, lo tenía como quebrado por una bala. Todavía respiraba.

"Por la radio le pidieron al Hospital de Campo de Mayo que enviaran con urgencia a un médico. Mientras tanto el Gordo Dos, que era el jefe de los interrogadores, con esa pronunciación que cortaba las palabras, como si fuera un intelectual, con tono de locutor, le recitaba a Santucho -sin saber que era él- lo mismo lo que le decía a cada prisionero que llegaba al campo: "Acá perdiste, con que me digas el cien por cien de lo que sabés no me voy a conformar, quiero el ciento diez por ciento de lo que tenés para decir..." Y seguía con el verso del hambre, la tortura, el terror que tenía por delante mientras estuviera prisionero en ese lugar; lo que era verdad.

"Después llegó el médico. Era un tipo grandote, de bigotes y que fumaba en pipa. Ya tenía sus buenos años, creo que era teniente coronel. El Gordo Dos y los otros del grupo de inteligencia que se habían juntado en el comedor le dijeron que necesitaban salvar al herido para poder interrogarlo, que hiciera algo para que no se muriera. Pero él parecía mantenerse ajeno a todo. Chupaba la pipa junto a la ventana mientras miraba como bajaban a los que llegaron muertos del operativo. Chupaba la pipa como si estuviera ido, como si quisiera mantenerse ajeno a todo lo que estaba pasando en ese momento. 'Doctor -le dijo el Gordo Uno-necesitamos que se presente ante el herido'. El tipo giró apenas la cabeza y lo miró a Santucho, que tenía los ojos como dados vuela y apenas respiraba. 'Hay que llevarlo a cirugía', es todo lo que dijo.

"A mí me mandaron a buscar la ambulancia. Cuando llegué al hospital de Campo de Mayo la única que estaba disponible era una Ford nuevita, cero kilómetro. Una donación al Ejército que había hecho no sé quién, y que estrenó Santucho. La llevé a los pedos hasta El Campito donde lo cargamos en una camilla flamante; y volví a los pedos hasta el hospital. "Cuando llegamos me llamó la atención el movimiento de coches y la cantidad de custodios de oficiales que se iban juntando en la puerta del hospital, que no había notado cuando fui a buscar la ambulancia. Se ve que en el ínterin, por los papeles que encontraron en el departamento de Villa Martelli, o por lo que pudieron deducir al identificar a los detenidos en ese operativo, cayeron en la cuenta de que el hombre que yo llevé en la ambulancia y que murió apenas ingresó en el hospital era Santucho, nada menos.

"Yo me quedé al volante de la ambulancia unos quince minutos, esperando a que me dijeran que debía hacer. Mientras tanto el desfile de coroneles que llegaban para comprobar la muerte del jefe del ERP era incesante. 'Parece que es Santucho nomás', decían. 'Lo necesitábamos vivo, ¡qué cagada que esté muerto!', se lamentaban al salir del hospital.

"Cuando el 'pelotón mudanza', que se ocupaba de los botines saqueando las casas de los secuestrados, trajo todo lo que había en el departamento de Villa Martelli, yo me quedé con una copa que había sido de Santucho. Tenía un agujerito que no se podía ver a simple vista, y cuando tomabas algo el líquido pasaba por ese agujerito y te caía todo encima Se ve que al hombre le gustaban los chascos, hacerle bromas a los amigos; medio Don Fulgencio. A esa copa la conservé hasta hace poco, después la tiré.

El museo de la derrota

"En ese operativo, además de Santucho, también murió otro importante jefe del ERP, Benito Urteaga. Y se detuvo a Domingo Menna; a la mujer de Santucho que se llamaba Liliana Delfino, pero que era conocida como 'la alemana'; y a varios más de la cúpula guerrillera.

"A Menna lo torturaron durante meses, y nunca dijo nada. Cómo se la bancó ese hombre yo no lo sé. Lo dejaban con la picana automática mientras los interrogadores se iban a comer, y no una vez, días y días. Al final los del GT terminaron por tenerle respeto. Igual con tiempo lo 'trasladaron' como a todos los demás.

"Cuando Bussi se hizo cargo del Comando ordenó construir en un sector de Campo de Mayo un museo de la subversión. A Bussi le gustaban los museos. Ya había organizado uno en el Primer Cuerpo de Ejército, y otro en Tucumán. Ahí metía libros, panfletos, objetos y armas incautadas a los guerrilleros. También armaba como escenas que mostraban la actividad guerrillera personificadas con maniquíes, vestidos según cada caso.

"Pero en el museo de Campo de Mayo, en vez de un maniquí de Santucho, Bussi puso su verdadero cuerpo en exposición. No sé cómo habrán hecho para conservarlo durante dos años, ni dónde lo mantuvieron escondido todo ese tiempo. Pero lo cierto es que a Santucho lo usaron como maniquí de Santucho. Y Bussi estaba satisfecho, a él le gustaba hacer como que todo lo que hacía era perfecto. Armaron el museo en un lugar chiquito, aprovechando lo que antes había sido la casa del intendente de la guarnición de Campo de Mayo. Y todos los días había un desfile militar que terminaba en la puerta del museo en el que estaba el cuerpo de Santucho, justo donde Bussi había ordenado construir un terraplén en el que él se instalaba para que cada mañana los efectivos le rindan honores.

"Dentro del museo, en un subsuelo, Bussi hizo reproducir una cárcel del pueblo, como las que tenía la guerrilla. El día de la inauguración, Bussi se ocupó personalmente de acomodar en el sótano que estaba oculto por una losa, que se abría mediante un sistema mecánico, todos los objetos que se encontraron en el departamento en le que vivió Santucho. Ropa, cartas, documentación trucha, pelucas y bigotes postizos; y los pasajes de avión que se encontraron en su poder, con los que pensaba salir del país al día siguiente al de su captura. También bajó una silla y sobre ella acomodó el cuerpo de Santucho, vestido con la misma ropa que tenía puesta el día en que lo hirieron de muerte, manchada de sangre; tal como llegó al El Campito.

"En la inauguración del museo no faltó ningún coronel, ningún obsecuente de los jefes del Comando. Todos querían desfilar ante el cadáver de Santucho. Me contaron que algunos oficiales llegaron a cuadrarse frente a él y gritaron: ¡Viva la Patria!

"No sé que hicieron después con los restos de Santucho. Habría que preguntarle al jefe del Estado Mayor. Martín Balza fue quien se ocupó de demoler las instalaciones que con tanto orgullo había construido el general Bussi. Así que él debe saber cuál fue el destino final de su cuerpo."

(1) Mario Roberto Santucho, jefe de PRT-ERP.
(2) Capitán de Ingenieros Juan Carlos Leonetti, integrante de la Zona IV de seguridad y jefe del grupo de tareas que tenía asignado capturar a Mario Roberto Santucho.
(3) FAL: Fusíl de Asalto Liviano, calibre 7,65 mm.
(4) En la calle Venezuela 3149, 4° piso 'B', Villa Martelli. En Seoane, María: Todo o Nada, Ed. Planeta, Buenos Aires, 1992.
(5) Diversas versiones coinciden en una misma conclusión: el capitán Leonetti no sabía que en esa casa se ocultaba Santucho, y que ese día - el 19 de julio de 1976, a las 14.30- estaría reunido con otro de los más importantes dirigentes nacionales del ERP, Benito Urteaga. De otra manera no se entiende por qué llegó acompañado por una dotación de sólo tres hombres para llevar a cabo el operativo, ni la imprudencia con la que se manejó el jefe del grupo quien ingenuamente golpeó la puerta del departamento en el que estaba alojado el jefe guerrillero. Sin lugar a dudas, de haberse sabido de antemano la importancia del objetivo, la cúpula militar no habría dejado en manos de un oficial subalterno la gloria que para ellos representaba estar entre los protagonistas de la captura del mítico comandante del ERP.


Capítulo XVII. Tres iglesias.

(Informe de situación)

Durante los primeros años del Proceso de Reorganización Nacional convivieron bajo un mismo Cristo tres iglesias bien diferentes; cada una, a su vez, dispuesta a expresar su interpretación de los deseos de Dios.

El siguiente es un registro de hechos y declaraciones de la Iglesia Católica y relacionados con su actuación, que refleja las intensas diferencias que existieron entre sus pastores entre 1976 y 1978.

1976

La Iglesia oficial. "En un momento tan difícil, creemos que nuestra misión es pedir a cada uno el cumplimiento estricto de su deber y a cada uno, también, la máxima comprensión y tolerancia hacia los errores involuntarios del otro.

Hay hechos que son más que un error: son pecado y los condenamos sin matices, sea quien fuere su autor: el arrinconar a otros contra el hambre, para ganar descontroladamente, y el asesinar -con previo secuestro o sin él-, cualquiera sea el bando del asesinado".
Carta Pastoral colectiva. Conferencia Episcopal Argentina. 15 de mayo de 1976.

La Iglesia militar. "...recuerdo que durante mi presencia en la Penitenciaría (Penal de Villa Gorriti, en Jujuy), el obispo de Jujuy, moseñor Medina, ofreció una misa y en el sermón nos dijo que conocía lo que estaba pasando, pero que todo era por el bien de la Patria, que los militares estaban actuando bien y que debíamos comunicar todo lo que sabíamos, para los cual él se ofrecía a recibir confesiones". Testimonio de Ernesto Reynaldo Saman a la Conadep.

La Iglesia oficial. "Parecería que personas constituídas en autoridad civil o militar han perdido la serenidad de discernimiento ecuánime, o de distinguir los matices. De allí proviene una actitud de sospecha frente a la Iglesia y a sus instituciones y hombres, que a veces lleva a discriminaciones en juicio acerca de obispos o sacerdotes, o a la intención proclamada de querer 'purificar' la Iglesia, ayudarla a 'restaurar la disciplina'. Pareciera que se quiere medir la vida de la Iglesia con un criterio castrense, con la consiguiente distorsión.

Hay una sensación de falta de libertad para la acción de la Iglesia: se han estado grabando las predicaciones; se controlan reuniones habituales de instituciones o movimientos de la Iglesia; pareciera haberse vuelto sospechoso hablar de su Doctrina Social; el trabajo en medios pobres es visto con malos ojos por algunos, constituídos en autoridad." Reunión de la Comisión Ejecutiva de la Conferencia Episcopal Argentina con la Junta Militar. 15 de septiembre de 1976.

La Iglesia del Tercer Mundo. En la noche del 4 de julio de 1976, cinco religiosos de la comunidad palotina de San Patricio fueron asesinados. Un grupo operativo de cuatro o cinco hombres, presumiblemente a cargo del teniente Pernía, los ametralló en el interior de la Parroquia de San Patricio, en el barrio porteño de Belgrano. Los cuerpos de los sacerdotes Alfredo Leaden, de 57 años, delegado provincial de la Orden; Pedro Duffau, de 65 años y Alfredo Kelly, de 40; y de los seminaristas Salvador Barbeito, de 29 y Emilio Barletti, de 25, quedaron tirados sobre la alfombra. Estaban en pijama.

Los asesinos expusieron sus razones en las paredes de la casa parroquial: "Por corromper las mentes vírgenes de la juventud" y con tiza en una de las puertas: "Por nuestros compañeros muertos en Seguridad Federal", en alusión a una bomba que Montoneros había hecho estallar en ese edificio.

La Conferencia Episcopal elevó una nota a la Junta Militar.

La Iglesia militar. "El Ejército valora al hombre como tal porque el Ejército es cristiano." Coronel Juan Bautista Sasiaiñ, jefe de la Policía Federal. 1976.

La Iglesia oficial. "El encuentro con monseñor Pío Laghi se realizó en unos galpones próximos al helipuerto. Estaban presentes, además, el general Domingo Bussi, el teniente coronel Arrechea, otros altos oficiales del Ejército (...) y varios prelados. Fue posiblemente a principios de diciembre de 1976.

(...) Yo desconocía quién era Laghi. Su presencia era imponente: alto, fornido, vestido con sotana y cubierta la cabeza con un sombrero de ala ancha y copa semicilíndrica, no facilitaba precisamente la comunicación...

(...) Laghi me preguntó si estaba bien, si me cuidaban. Se adelantó al grupo, no lo suficiente, me preguntó mi nombre y si mis padres sabían de mi detención y lugar de arresto. (...) Por toda respuesta, monseñor Laghi me abrazó, me regaló un ejemplar de la Biblia y me exhortó a tener 'fe y esperanza'. Y ambos partimos de inmediato: él, con Bussi y su comitiva hacia el helicóptero; yo, con los guardias, para reingresar al recinto de exclusión". Testimonio del ex detenido Juan Martín ante las Naciones Unidas, sobre la visita del Nuncio Apostólico monseñor Pío Laghi al centro clandestino de detención Nueva Baviera, en Tucumán.

La Iglesia del Tercer Mundo. El 18 de julio de 1976, un grupo de hombres armados, que se identificó como de la Policía Federal, secuestró, torturó y asesinó a los sacerdotes de El Chamical, provincia de La Rioja, Gabriel Longueville, de nacionalidad francesa, y Juan de Dios Murias, ambos integrantes de la pastoral de monseñor Enrique Angelleli, obispo de esa provincia. En el funeral de los sacerdotes, tras destacar el compromiso cristiano y sacerdotal de ambos, Angelleli acusó a los asesinos de intentar "silenciar la voz de la Iglesia, la voz de aquellos que no tienen voz".

La Iglesia militar. "Sólo Dios quita y da la vida. Pero Dios está ocupado en algún sitio, y aquí, en la Argentina, somos nosotros quienes nos ocupamos de esa tarea."
Escuchado por Jacobo Timerman de boca del 'capitán Beto', uno de sus interrogadores.(1)

La Iglesia del Tercer Mundo. Monseñor Angelleli era bien conocido por su compromiso con los sectores marginados de su diócesis y la acción pastoral que venía realizando desde su designación en 1968. El 4 de agosto de 1976, Angelleli y el sacerdote Arturo Pino partieron en un vehículo desde El Chamical hasta la capital provincial. Nunca llegaron. En el camino, un accidente provocó la muerte del obispo y la desaparición de una carpeta con información sobre la muerte de los sacerdotes Longueville y Murias, que Angelleli se disponía a presentar ante el Episcopado.

1977

La Iglesia oficial. "Existe una especie de convicción, subyacente en amplios estratos de la población, de que el ejercicio del poder es arbitrario, de que carece de adecuada posibilidad de defensa, de que el ciudadano se encuentra sin recursos frente a una autoridad de tipo omnipotente. No es nuestra intención indicar que tal modo de ejercicio de la autoridad sea imputable a todos y cada uno de los funcionarios del poder político o represivo del Estado; por otra parte, comprendemos muy claramente que las excepcionales circunstancias por las que ha atravesado el país exigían una autoridad firme y un ejercicio severo. Pero todo eso, para ser cristiano, tiene que ir indisolublemente ligado con la virtud de la justicia...

El secuestro de una persona y su detención anónima no es admisible. Por lo mismo, las autoridades deberían dar cuanto antes aviso a los familiares respectivos (...), aún cuando, por razones de seguridad que a veces pueden ser válidas, no se pueda indicar dónde se hallan detenidos". Pro-memoria a la Junta Militar de la Conferencia Episcopal Argentina. 26 de noviembre de 1977.

La Iglesia militar. "En 1977 revistaba como agente de la Policía de la Provincia de Buenos Aires. A fines de ese año o principios de 1978, se me llama al despacho del Comisario General, en presencia del padre Christian Von Wernich, y se me pregunta si con un golpe de yudo yo era capaz de dormir a una persona en el pequeño espacio de la parte trasera de un vehículo. En otra ocasión, se nos explica que se iba a retirar de la brigada de La Plata a tres subversivos 'quebrados'.

En la brigada nos esperaba el padre Von Wernich, quien había bendecido a los subversivos (...) Después del operativo (de asesinato), el padre me dice que lo que habíamos hecho era necesario, que era un acto patriótico y que Dios sabía que era para el bien del país." Testimonio de Julio Alberto Emmed ante la Conadep.

La Iglesia del Tercer Mundo. El 11 de julio de 1977, el obispo de San Nicolás de los Arroyos, monseñor Carlos Ponce de León, falleció como consecuencia de un supuesto accidente automovilístico. El obispo, que venía recibiendo amenazas desde tiempo atrás por sus denuncias frente a la represión, se dirigía a la Capital Federal para presentar ante la Nunciatura Apostólica documentación relativa a la represión ilegal en su diócesis y en Villa Constitución (Santa Fe). Según la Conadep, "esa documentación involucraba al entonces general Guillermo Suárez Mason, al coronel Félix Camblor y más directamente al teniente coronel Manuel Saint Aman, jefe del regimiento con asiento en San Nicolás".

La Iglesia oficial. "Bien sabemos que ha habido desde hace años en nuestro país un accionar de las fuerzas del mal, que se tradujo en todo tipo de atentados contra la vida y la fama de las personas -de los cuales fueron víctima no pocas veces los militares-así como contra la propiedad, todo lo cual hemos condenado particular y colectivamente más de una vez.

"(...) Hoy como siempre y como en toda circunstancia conserva su valor el principio de que el fin no justifica los medios". Carta de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Argentina a la Junta Militar. 17 de marzo de 1977.

La Iglesia militar. "Nosotros, cuando actuamos como poder político, seguimos siendo católicos. Los sacerdotes católicos, cuando actúan como poder espiritual, siguen siendo ciudadanos. Sería pecado de soberbia pretender que unos y otros son infalibles en sus juicios y decisiones. Sin embargo, como todos obramos a partir del amor, que es el sustento de nuestra religión, no tenemos problemas y las relaciones son óptimas, tal como corresponde a cristianos." Almirante Emilio Eduardo Massera. 1977.

La Iglesia del Tercer Mundo. Sor Alice Domon, de 42 años, fue secuestrada en la Iglesia de la Santa Cruz, en la Capital Federal, el 8 de diciembre de 1977. A sor Léonie Renée Duquet, de 62 años, se la llevaron dos días después de una casa en la localidad bonaerense de Ramos Mejía. Ambas religiosas, de origen francés, pertenecían a la congregación Misiones extranjeras de París, con sede en la ciudad francesa de Toulouse. Las religiosas prestaban asistencia a familiares de desaparecidos en distintas parroquias de la provincia de Buenos Aires.

Las monjas fueron torturadas y asesinadas en la Escuela de Mecánica de la Armada, y sus cuerpos arrojados en las aguas del Delta, según revelan testimonios de sobrevivientes que compartieron el cautiverio con ellas. El oficial de la Armada Alfredo Astiz, señalado como responsable del secuestro, tuvo durante un tiempo la misión de infiltrarse bajo falsa identidad en las organizaciones de derechos humanos y familiares de desaparecidos.

La Iglesia militar. "...monseñor Grasselli nos dice que los jóvenes están en un operativo de rehabilitación en 'casas' que se han armado a tal efecto, que son bien tratados. (...) Manifiesta que Videla ha sido el alma caritativa que urdió este plan para no perder las inteligencias... Dice que se trabaja con los jóvenes con psicólogos y sociólogos, que hay cuerpos médicos para la salud y que a los irrecuperables es posible que 'alguien piadoso' le dé una inyección y se duerma para siempre". Denuncia presentada por la desaparición de Carlos Oscar Lorenzo ante la Conadep

La Iglesia del Tercer Mundo. En septiembre de 1977, monseñor Miguel Hesayne, obispo de Viedma, mantuvo una polémica sobre la tortura con el entonces ministro del Interior, general Albano Harguindeguy. Según el prelado, "Harguindeguy admitió la licitud y la legalidad de la tortura, frente a lo cual decliné compartir una cena con él. Cuando discutimos (...) me puso el siguiente ejemplo: 'Suponga que hay un edificio con 200 personas en el que se ha colocado una bomba, del que se ve salir a una. Usted tiene pocos minutos para que ese sujeto le diga dónde la colocó'. Repliqué que el fin no justifica los medios, pero no se lo pude hacer entender, por lo que le dije: 'Si tengo que calificarlo, le pondría un diez en táctica a emplear con robots o tanques, pero lo aplazaría en humanidad y moral cristiana.' Fue entonces cuando el ministro me contestó: 'Entonces nos iremos al infierno para que luego ustedes, libremente, puedan practicar el Evangelio'." Diario Clarín. 3 de agosto de 1985.

La Iglesia militar. "Para Navidad de 1977 (...), alrededor de quince prisioneros fuimos llevados a una misa oficiada en el Casino de Oficiales de la ESMA. (...) Todos estábamos engrillados, esposados con las manos detrás de la espalda y encapuchados. Nos sacaron las capuchas y el capitán Acosta nos dijo que para celebrar la fiesta de la Navidad cristiana habían decidido que pudiéramos oír misa, confesarnos, comulgar los que éramos creyentes; los que no, para que tuviesen tranquilidad espiritual y pensaran que la vida y la paz eran posibles (...) Entretanto, se oían los gritos de los que eran torturados." Testimonio del sobreviviente Lisandro Raúl Cubas.

La Iglesia del Tercer Mundo. Para la misma época, monseñor Miguel Hesayne dirigió un mensaje de Navidad a su diócesis de Río Negro: "Violencia es acrecentar el capital de algunos con el vaciamiento de la canasta familiar o tomar el camino de una economía que nos lleva de un país rico a un pueblo empobrecido y no pocas familias hambrientas y sin techo (...) Es intentar combatir una crisis económica con el criterio de que el mayor sacrificio y peso de la recuperación tengan que sobrellevarlo los más pobres."

1978

La Iglesia oficial. "...sentimos la necesidad, para la tranquilidad del pueblo, de que sea aclarada, lo antes posible, la situación de tantas personas de las que no se tienen noticias.

(...) Por lo demás, no nos encontramos solos en este pedido. Hermanos en la fe, de todo el mundo, nos hacen llegar cada día su dolorosa preocupación por la falta de justicia en todos los procedimientos, y finalmente el Santo Padre, por la autoridad de su misión de pastor universal, nos urge solicitar a Vuestra Excelencia, con el respeto que le debemos (...) una decidida acción para que cada familia argentina que se encuentre en la aludida situación sepa -y ello no sería necesario públicamente, pero sí concretamente- que ha sido de su integrante desaparecido, con claridad y justicia." Carta de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Argentina al general Videla. 14 de marzo de 1978.

La Iglesia militar. "Antes de permitirnos acostar en el suelo, el personal de guardia nos obligaba a rezar en voz alta un Padre Nuestro y un Ave María, a la vez que nos exhortaba a 'dar gracias a Dios porque han vivido un día más' y pedir 'que ese día no fuera el último". Testimonio del sobreviviente Juan Martín.

La Iglesia oficial. "No todos los que se quejan por los derechos humanos tienen razón. Hay muchos que hablan de gusto, o sin tanto fundamento. Que hay casos que haya que contemplar o situaciones que reparar, eso pasa siempre, y pasará mientras caminemos por este mundo".
Monseñor Antonio Plaza, obispo de La Plata. Diario Clarín. 24 de noviembre de 1978.

La Iglesia militar. "Hay una razón teológica que justifica la coincidencia de la Plutocracia y del Comunismo, y es que coinciden en el ateísmo, en la negación de Cristo y su divina Redención".
General Manuel Bayón, 1978 (2)

La Iglesia oficial. "Se señaló que a la Jerarquía de la Iglesia le hubiera sido mucho más fácil tomar una actitud de pública condena constante del gobierno de las Fuerzas Armadas, y que sin embargo no lo ha hecho, no por apoyar al gobierno, sino por el bien de la comunidad, tratando de impedir la entrada en juego de un elemento más de confusión." Reunión de representantes de la Conferencia Episcopal Argentina con representantes de la Junta Militar. 18 de noviembre de 1979.

(1) "Diario 16", Madrid, 20 de diciembre de 1981.
(2) Citado en García, Prudencio: Op. Cit.


Capítulo XVIII. Los inocentes.

(Diálogo con el ex sargento Víctor Ibañez)

-Usted suele mencionar a ciertos prisioneros como "los inocentes". ¿A quiénes se refiere?
-Presencié interrogatorios a personas a las que no les pudieron sacar el menor dato. Yo he visto morir a un hombre en la "parrilla" sin decir nada, y te aseguro que no hay manera de aguantar el dolor físico de la tortura. Si no dijeron nada es porque nada sabían. Esto pasaba todo el tiempo; se mataba sin necesidad y fue el motivo por el que muchos de nosotros terminamos con problemas psiquiátricos.

-¿Recuerda a alguno de ellos en especial?
-Cada dos días, mientras esperaba en la guardia al jeep que me llevaba hasta el campo, veía a los familiares de los desaparecidos discutiendo con el jefe de servicio. Me acuerdo de una señora que preguntaba por un tal Rey, ese era el apellido del muchacho. Pedía por favor, que era su hijo, que no había hecho nada. "Dígame si lo mataron", gritaba la mujer. Antes de que llegara el jeep escuché cómo esa señora se quebraba: "Si lo mataron le hago una misa, pero, por favor, dígame qué hicieron con él".

Cuando llegué al campo ese día lo encontré ahí a ese chico Rey.
"¿Cuándo lo tomaron?", le pregunté al jefe de guardia. "Hace dos noches. Lo sacaron del trabajo o de la casa, no me acuerdo". Yo lo pregunté después de tomar servicio, cuando vi a ese tal Rey en la lista de los detenidos que habían ingresado durante las dos noches que yo había estado franco. Si mal no recuerdo era maestro primario. No sé si lo sacaron de la calle o de la escuela, dónde lo levantaron no sé. Me acuerdo que era un muchachito delgadito, muy delgadito. Una mañana, cuando le daba de comer a los detenidos, me paré al lado de él y le pregunté cómo se llamaba. Me dijo: "Rey". "¿Por qué estás acá?". "Por averigüación de antecedentes", me dijo el pobrecito. Eso fue a fines del 76 o principios del 77.

-¿Llegó a conocerlo bien?
-Fugazmente. Al principio trataba de ser distante con los prisioneros, hasta el día que trajeron una guitarra en una de esas confiscaciones que te mencioné. Las guitarras eran mi debilidad. Cuando estaba solo en la guardia del pabellón, les aflojaba esa soga que se les ponía en las manos y desataba al guitarrero. Siempre había uno que sabía tocar la viola. Me exponía a un castigo jodido, era un inconsciente. Pero en esas noches cantaban, contaban cuentos, se reían; era una especie de recreación.

-Durante esas noches, ¿los detenidos le preguntaban sobre su situación, qué ocurriría con ellos?
-Me preguntaban si sus parientes habían sido avisados de dónde estaban ellos. Yo les contestaba que eso no lo sabía. Que no tenía acceso a cierta información, que no podía hacer más de lo que hacía. Yo era un ser impotente, muy impotente. Yo era consciente de que lo que estaba haciendo no era bueno ante los ojos de Dios.

-¿Cuánto tiempo permaneció Rey en el campo?
-No me acuerdo. Parece que el tipo no tenía nada que ver con nada. No sé por qué lo llevaron; le habría prestado el auto a alguno que estaba en la joda. No te olvides de que en los interrogatorios, con tal de que pararan la tortura, muchos decían cualquier cosa. A lo mejor a él lo mencionó un amigo, uno que nunca le dijo en qué actividades andaba. Era terrible. Decían cualquier cosa. Muchas veces daban el nombre de cualquiera para que sus compañeros tuvieran tiempo de fugarse. Pensaban que como el que nombraban era inocente no le iba a pasar nada.

-¿Y era así?
-Condenaban a muerte a otros, aunque posiblemente sin saberlo. Así es como se fueron muchos inocentes. Pero aunque hayan sido culpables, tampoco era la forma de eliminarlos. Hay una cosa que dice José Hernández en el Martín Fierro: "Esa no es forma de proceder con un culpable, ni con un inocente. Y si es culpable, menos".

-De esta manera se formaban cadenas de personas sin vínculo alguno con la guerrilla.
-Sí, como en el caso del matrimonio Kennedy. Al hombre lo deben haber agarrado en su oficina, porque llegó de traje y corbata y con maletín. No sé por qué los trajeron, como yo no era interrogador no me enteraba de esas cosas. Pero se trataba de un matrimonio muy cristiano, del culto católico. Traté de que estuvieran lo mejor posible.

-¿Alguna vez se comunicó con los familiares de los prisioneros para ponerlos al tanto de su situación?
-No, nunca.

-Iris Avellaneda (1) dice que sí.
-¿Que me dio el número de teléfono de un familiar?

-No, que algunos de los celadores llamaban a los familiares de los prisioneros para decirles que estaban bien y que hicieran algo para sacarlos.
-Yo nunca lo hice, pero sé de otros que sí lo hacían. De hecho debe ser así porque hay un señor de apellido Erlich que me llama desde Los Angeles, cada diez días. A él lo llamaron y le dijeron: "Su hermana está en Campo de Mayo. Haga algo rápido".

-¿Usted nunca hizo un llamado?
-No. Me deben confundir con otro. No te olvides que los prisioneros estaban tabicados.

Los Barciocco

-¿A quién más recuerda?
-A la familia Barciocco. Los trajeron de El Palomar. Parece que el hijo menor del matrimonio militaba en una formación de perejiles de izquierda. Trajeron al matrimonio y a los dos hijos. Con ellos se siguieron los métodos de rigor: tabicarlos, es decir, encapucharlos, y dividirlos por pabellones, donde eran encadenados.

-¿Habló con ellos?
-Yo conversaba mucho con la señora Barciocco. Siempre hablaba con ella y con el señor. Los tenían en pabellones distintos. Cuando no me veían, yo llevaba al hombre a ver a su señora. Ella tenía dificultad para hablar. Reemplazaba la erre por la jota. Era una mujer muy preparada, sabía muchas cosas. Estaba preocupada porque en la casa había quedado el gato y un Renault 4L flamante estacionado en la vereda. Estaba encapuchada, atada, tirada en una colchoneta roñosa y lo único que le importaba era su casa y saber cómo estaban el marido y los hijos.

-¿Usted les corría la capucha?
-Una vez les saqué la capucha. Fue en un Día del Padre, cuando junté a toda la familia. Me jugué por completo: traje a los chicos y salimos afuera, como quien va al baño. (Llora). Cuando se encontraron se abrazaron todos juntos, se besaban y acariciaban. ¡El hombre me besó los pies! Te lo juro. "¡No, señor, no haga eso, no me humille ante Dios! Yo no soy nadie, soy una pobre basura que no puede hacer más que esto". (Llora). Yo hablaba mucho con la señora, iba y hablaba con ella. Era muy familiar, me contaba del chico que iba a la facultad, del que estaba haciendo la preparatoria. Yo antes volaba alto, cosa de pendejo, mi sueño también era algún día entrar a la facultad. Entonces le preguntaba cómo había que hacer y ella me explicaba todos los pasos del ingreso. Me trataba de vos, como si yo fuera un chico más. Hasta último momento estuvo preocupada por su casa. "Allá quedó un gatito", me decía.

-¿Qué pasó con ellos?
-...Volaron

-¿Estuvo presente el día que se llevaron a la señora de Barciocco?
-Sí. Fue una mañana en la que se "cargaron" a un montón de gente.

-¿Pudo hablar con ella antes de que se la llevaran?
-...

-¿Por qué fue secuestrada la familia Barciocco?
-Ellos eran totalmente inocentes. Ella, el esposo y el hijo también. Un chico que andaba en la Juventud Guevarista, creo.

-¿Por eso los mataron a todos?
-Sorprendieron a la familia reunida para la cena y se los trajeron a todos por las dudas; así llegaron al campo.

-¿Los embarcaron en el mismo vuelo?
-Los llevaron a todos juntos. Yo estaba presente cuando se fueron.

-¿Usted se encargó de trasladarlos a la pista desde los pabellones?
-No. En ese entonces yo ya no estaba a cargo de los prisioneros; me ocupaba de la radio. Había un soldado conductor que también cuidaba los perros.

-¿Vio cuando se los llevaban?
-Me quedé con la radio, los vi subir al camión y vi cómo se alejaban rumbo a la base, por el costadito del campo. Reconocí a cada uno de ellos pese a la capucha.

-¿Se despidió de ellos?
-No me despedí.

-¿Por qué?
-Me despedí interiormente. No, no se puede. ¿Cómo me voy a despedir?

-¿No cree que debió advertirles sobre su destino, para que pudieran prepararse? Usted se dice cristiano.
-Yo hablaba de eso. Tocaba los temas de Dios. Los domingos, cuando me tocaba franco, iba a misa en San Miguel, pero no entraba en la iglesia. Me quedaba sentado en uno de los bancos de la plaza de enfrente. Me quedaba sentado llorando. (Llora).

(1) Ver Capítulo 14: Floreal Avellaneda


Capítulo XIX. Fuera de control.

(Del testimonio del ex sargento Víctor Ibañez)

Interrogadores furtivos

"Por las noches, mientras cubría mi turno, cerca de la madrugada, se aparecían grupos de interrogadores furtivos que, sin mostrar ningún permiso escrito, llegaban hasta el interior del campo y disponían lo que se debía hacer a su antojo. Al día siguiente, cuando los Grupos de Tareas de Inteligencia se enteraban de la incursión se ponían furiosos y armaban unos quilombos bárbaros, porque sabían que venían a robarles información.

"Esa gente llegaba a la medianoche, cuando los interrogadores ya no estaban. Se presentaban en la guardia como personal en operaciones del Ejército y entraban al campo con la autorización del oficial de servicio, al que presionaban a los gritos, de otra manera no podían llegar hasta la puerta de los pabellones. Pedían tres o cuatro prisioneros, por su nombre y organización. Se los dábamos y ellos los interrogaban ahí mismo, en el patio. Una vez que obtenían los datos que buscaban desaparecían como habían llegado.

"Al otro día se armaban unos despelotes tremendos. Cagaban a pedos a todo el mundo porque el acceso de interrogadores de afuera estaba absolutamente prohibido, salvo que tuvieran la autorización del coronel Verplaetsen o del general Riveros. Los tipos venían a juntar datos para ellos. Llegaba un coronel, lo apuraba al teniente de turno y le decía: "Quiero a este detenido". Al pobre oficialito no le quedaba más remedio que cuadrarse y hacer lo que le ordenaban.

"Los furtivos buscaban información que podían llegar a tener ciertos detenidos del campo sobre determinado tema, para anticiparse a los otros interrogadores y ganarles de mano en 'hacer' los blancos. Había mucho celo entre ellos, mucha competencia. Al principio se trataba de información sobre los jefes y bases de la guerrilla, después lo único que les interesaba era la plata, donde estaba la guita de los subversivos.

"Nunca se trabajó en conjunto, ni entre las distintas armas ni aún dentro de la propia fuerza. 'Hacer' un blanco antes que los otros significaba sumar mérito ante los jefes y llevarse el botín. Los que llegaban durante las madrugadas al campo Comando de Institutos podía ser gente del Primer Cuerpo de Ejército, de Rosario, de Córdoba. Esto pasaba vuelta a vuelta.

"A veces los interrogadores de 'El Campito' detectaban un blanco y cuando llegaban se encontraban con que ya estaba 'hecho', que ya lo habían levantado estos interrogadores furtivos. Entre ellos se tenían mucha bronca. No vayas a invadir una zona ajena. A mí una vez me metieron preso los de la Escuela de Mecánica de la Armada porque creyeron que estaba operando en su territorio.

"Resulta que yo iba por la General Paz y llegué hasta un control de rutas a cargo de la Marina, porque esa era su jurisdicción. Les digo que yo era de Inteligencia en Campo de Mayo. Los tipos pensaron que estaba haciendo espionaje, que los estaba controlando y tratando de sacar datos para levantar un blanco de ellos. Me desarmaron, me esposaron y me devolvieron así al Comando, detenido.

"En otra oportunidad, una delegación de un Liceo Militar andaba paseando por Campo de Mayo. Todos armados. En esa época, hasta el cadete de 15 años andaba armado, nunca se sabía de dónde podía venir el bombazo. Me acuerdo que llegaron en un micro. La policía militar los tomó detenidos, los desarmó y los incomunicó a todos: cadetes, suboficiales, oficiales. Estaba prohibidísimo circular por la zona cercana al campo; era terrible. Los devolvieron a su destino, desarmados.

"Por eso te digo: ¿qué cosas habría en juego? Eran de la misma fuerza, estaban todos en la misma, el criterio era el mismo. No sé por qué se sufría tanto, por qué tanto celo. Nadie confiaba en nadie. Ya no se sabía si se buscaba el mérito o el botín; yo pienso que era por el botín. Acá se ha delinquido mucho.

"Era un ambiente muy sucio, lo más sucio que podía haber. Ahora, ¿cómo se enteraban de que en el campo estaban ciertos detenidos que podían tener la información que ellos buscaban? No lo sé. Un soplón siempre hay.

Destino de sobremesa

"Había muchas cosas que se definían en una sobremesa prolongada, con abundante alcohol, truco y vino. El alcohol hacía estragos en los Grupos de Tareas, que en ese estado decidían algunos operativos. "Vamos, lo reventamos, dale. Ahora". Y salían en banda. Impulsados por el alcohol, sin razonar. Tenían impunidad total. Así se jugaba con la vida de la gente. Eran operativos que hacían por su cuenta, sin organización, sin nada.

"Las víctimas a veces eran sus propios camaradas. Yo conozco el caso de un suboficial principal. Dijeron que le vendía municiones al enemigo. Pero andá a saber si era cierto. En una de esas lo liquidaron porque alguno se la tenía jurada. Capaz que era un vecino al que alguien de la patota o de los interrogadores le tenía bronca. Ya no eran guerrilleros, no eran comunistas, no eran los Panteras negras. Terribles las cosas que hace el diablo. Por eso yo digo que la situación se les escapó de las manos a los jefes. Perdieron el control.

"Una tarde, ya casi de noche, cuando ya no estaba en los pabellones y me habían asignado la atención de la radio, el teléfono, hacer el parte diario y conducir los vehículos, recibí un extraño llamado telefónico. Del otro lado me dijeron que hablaban desde la Quinta Presidencial de Olivos. Me pasaron con otro que se presentó como el asistente del teniente general Jorge Rafael Videla, que me preguntó por un detenido, un diputado con un apellido muy cortito que, según creo, estuvo en el campo.

"La orden era: 'No, no y no. No sabe, no tiene conocimiento. Desconoce'. Esa era la consigna para responder a cualquiera que no fuera del campo. Por más que fuera del Comandante en Jefe. En el Ejército se responde a la orden del superior inmediato; los demás son de palo. Y como la orden era desconocer todo, yo la cumplí. Se ve que Videla, que además de Comandante en Jefe era el presidente de la Nación, había perdido por completo el control de la cosa.

Impunidad esquiva para un cabo

"La impunidad era tal que una vez intenté operar por mi cuenta. Quería tener un auto, y caí en cana.

"Todos andaban en auto, menos nosotros; entonces, con Pantera, un compañero, decidimos ir a buscarnos uno. Pantera, flor de pibe. Ahora está enfermo, más enfermo que yo. No sabía manejar el Pantera: '¿Para qué querés un auto si no sabés manejar?', le preguntaba yo. 'Y bueno, si lo tengo aprendo', me decía él. Cuando lo tuvo se estrelló.

Nos jugamos a repetir lo mismo que hacíamos con los de la patota, lo mismo que yo hacía cuando me lo pedían. Claro que ellos tenían la ventaja de trabajar en zona libre, con permiso de las jurisdicciones militares y la policía de cada lugar, y eso les facilitaba el trabajo.

"La cosa es que salimos por la nuestra. Nos dijimos: 'Vamos y nos hacemos de un auto'. Y ahí salimos. Buscamos un garage por la zona de Flores, que conocíamos bien. Como de pendejo trabajé en playas de estacionamiento, donde me robaron más de un auto, ya conocía el procedimiento, la picardía de los chorros. Entonces esperé a que el sereno se fuera para el fondo para mandarme a un auto que ya tenía elegido. Las llaves estaban puestas; te das cuenta porque son los autos que llegan últimos y todavía los están moviendo. Corren uno, otro, y así se va haciendo el lugar.

"Cuando el sereno enfiló hacia adentro para acomodar otro auto, dije: 'Vamos que es ahora, Pantera'. Elegimos ese garage porque tenía muchos autos, autos lindos, y un solo sereno. 'Hicimos' el coche sin ningún problema y apenas dimos la vuelta a la esquina, ¿podés creer?, había como cincuenta patrulleros que nos estaban esperando. ¡Uy, Dio!

Nos llevaron presos. Se ve que alguien llamó en forma anónima, algún vecino que nos vio rondar. La cosa es que cuando salimos con el auto afanado del garage, un grupo de la policía ya nos había cerrado el camino por adelante y otro salió atrás nuestro para cortarnos la retirada. Cuando nos encontraron las armas, porque nosotros llevábamos pistolas, casi nos matan.

"Seguramente hicimos mucha bandera. Dábamos vueltas y vueltas esperando el momento oportuno. Ya eran como las dos de la mañana y no nos decidíamos. Recién cuando ví que el sereno se fue para el fondo, me dije: 'Papita para el loro'.

"Pasamos la noche en la comisaría hasta que aclaramos todo. A los canas les dijimos que éramos de Inteligencia del Ejército, del Comando de Institutos. El poli que estaba a cargo llamó y por suerte justo esa noche en el puesto de radio había un amigo nuestro, uno que sabía que habíamos salido de 'travesura'. 'Si llegan a llamar, deciles que sí', le habíamos avisado nosotros el día anterior. Menos mal que atendió él y no un jefe de servicio. Capaz que el jefe les decía 'Háganlos boleta, por pelotudos'. Pero no: 'Sí, afirmativo. Son de acá, personal de Inteligencia en operaciones', les dijo nuestro compañero.

"Después de la confirmación nos estábamos yendo de la comisaría. Estrechamos las manos, nos devolvieron las pistolas. 'Pero el auto no se lo llevan, cualquier cosa nosotros decimos que ustedes se dieron a la fuga y listo', propuso como arreglo el oficial de guardia. Claro, se armó mucho quilombo en el barrio y todos se enteraron de que nos habían agarrado.

"Justo que nos íbamos, en ese mismo momento, entró en la seccional una patrulla del Ejército que en esa época hacía operativos conjuntos con la policía en el control de calles y avenidas. El cabo de la Federal que estaba de guardia en la puerta, para hacerse el simpático, le comentó lo que había pasado al teniente que estaba a cargo. 'A ver, que me presenten a esos dos', ordenó el tipo. Y otra vez adentro. Los tendría que haber matado a esos canas buchones.

"Nos mandó detenidos a la policía militar, en Palermo. Cada uno en un calabozo. El comandante de entoncer era el general Suarez Mason, uno muy bravo. 'A ustedes los mandamos a Bahía Blanca; ya está todo arreglado. El avión los está esperando', nos dijeron. Nosotros imaginábamos lo peor. Yo era cabo y no sabía mucho. El negro era cabo primero y, pobre, estaba más asustado que yo.

"Siempre fui muy sangre fría; de chico siempre me animé a las cosas, hasta me extralimité de chico. Y de grande pasé la rayita de lo posible si no había más remedio. Ahora de viejo no, ya no, me cuido. 'No te calentés, Pantera', le decía al negro. 'Cuando se enteren en el campo que estamos detenidos en Palermo nos vienen a buscar'.

"Pero en el campo ni se enteraron. Como no aparecíamos, habían empezado a trasladarlo, con detenidos y todo. Pensaron que nos había secuestrado la guerrilla, que íbamos a hablar y contarles todo, que iban a atacar el lugar. Se armó un gran quilombo.

"Después, Verplaetsen nos hizo ir a su despacho y nos recagó a pedos. Zafamos porque en esos momentos los jefes estaban medio metidos en quilombos más importantes y jodidos, que sino andá a saber.

"Igual, ¿qué me podían decir, si cuando ellos precisaban un auto para un operativo era yo el que salía a 'hacerlo'? De la misma manera, sin fierros. Si quería lo hacía con fierro, pero por mi propia experiencia, al haber trabajado en los estacionamientos, sabía en qué momento se descuidaba el sereno y cuándo llevarme un coche sin hacer tanto batifondo.

"Justo me agarraron cuando el auto era para mí. Hay que tener mala leche, ¿no? Pero se lo agradezco a Dios, siempre digo que Dios me protegió. Si Dios me hubiera abandonado, yo no estoy más; de esta insignificante vida ya no se hablaría.


Capítulo XX. El poder real de la guerrilla.

(Informe de situación)

Las permanentes sospechas de corrupción de las que fue objeto, la ausencia de un plan económico concreto por parte del Ejecutivo, y la evidente impotencia política que caracterizó el gobierno de Isabel Martínez -convertida en presidente con la muerte de Juan Domingo Perón en julio de 1974- formó parte de los argumentos indiscutibles en los que se apoyó la Junta de Comandantes para lograr consenso entre la población a la hora de justificar el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976.

Sin embargo los jefes castrenses sólo aprovecharon el oportuno desquicio en el que se había convertido la gestión de la presidente que gobernaba bajo el alias de Isabel, para poner en marcha los verdaderos objetivos que impulsaron la cruenta intervención militar: aniquilar a lo que denominaron "amenaza subversiva". Anular de raíz todas las actividades de la militancia revolucionaria que, según las repetidas advertencias del entonces teniente general Jorge Rafael Videla, había puesto a la Nación "al borde de su disolución".

Ante semejante pronóstico, agitado decenas de veces con apenas pequeñas variantes por la mayoría de los jefes militares, tanto en los meses previos al golpe de Estado como después, durante la dictadura militar, resulta necesario analizar la verdadera magnitud de las fuerzas guerrilleras en ese momento. Determinar si, efectivamente, las organizaciones revolucionarias habían alcanzado el grado de desarrollo militar necesario como para apoderarse del control del país; tal como lo habían advertido las Fuerzas Armadas. Cuál era la composición de sus filas, el porcentaje de combatientes con los que contaban y su real poder de fuego.

El engendro del misterio

La investigación dispuesta sobre este tema reveló, en principio, la ausencia de datos oficiales certeros sobre las dotaciones armadas con las que contaban las organizaciones guerrilleras. Esto dio lugar a que fueran muchas y muy diversas las cifras extraoficiales que se recabaron respecto a la cantidad de combatientes armados con los que contaban el ERP y los Montoneros, las dos organizaciones político-guerrilleras de mayor envergadura en la década del 70.

Una de las dificultades para llegar a determinar el número aproximado de combatientes con los que contaba la guerrilla se debe, en principio, al carácter clandestino de estas organizaciones, y el secreto con el que manejaban su estructura interna. De este modo no resulta sencillo diferenciar cuántos de sus integrantes eran combatientes sobre el conjunto de sus militantes políticos, colaboradores y simpatizantes. Ocurre que tanto en el ERP como en Montoneros existían diversos grados de compromiso con las organizaciones, que iban desde los simples adherentes hasta militantes de tiempo completo, pasando por las ramas militares de las organizaciones.

Por otra parte, según el especialista español en temas militares, Prudencio García (1), también se debe distinguir entre "dos cifras muy diferentes: el número total de hombres y mujeres que llegaron a empuñar las armas en una organización a lo largo de varios años (en este caso una década entera: 1970-1980) y el número máximo de tales elementos existentes en un momento dado, incluso en su momento de máxima potencia, cifra que incluso puede llegar a ser menos de la mitad que la anterior".

Esta variable está relacionada con los cambios que sufre un contingente armado a lo largo del tiempo, como consecuencia de su especial condición. "En efecto -dice Prudencio García-, cierto número de sus miembros son capturados; otros resultan muertos; otros son relevados de la lucha armada; otros incluso abandonan la militancia y desertan. De esta forma, una organización que llegó a contar en su mejor momento, por ejemplo, con 500 miembros armados, a través de los años puede ir acumulando mediante sucesivas bajas e incorporaciones, 600, 700, 800 y, al cabo de una década, tal vez incluso 1000 o 1200 miembros que, en uno u otro momento llegaron a empuñar las armas. Y ello sin haber superado nunca esos 500 combatientes como cifra máxima en su momento de mayor capacidad".

Peter Waldmann, en su ensayo "Anomia y violencia" (2), asegura que, según fuentes militares argentinas, "...en 1975, el ERP contaba con 3000 combatientes armados; los Montoneros, en cambio, sólo contaban con 1000". Waldmann estimó, en el mismo trabajo, que cada una de las organizaciones llegó a tener entre 3000 y 4000 integrantes en su momento de máximo desarrollo. Aunque luego advierte que "la estimación no es para nada ajustada". En algo tiene razón.

El autor incurrió en un par de errores. Por un lado, no hace falta acceder a los archivos de los servicios de Inteligencia militares ni a los documentos secretos de la propia guerrilla para saber que los Montoneros siempre superaron al ERP en cuanto a cantidad de integrantes. Es posible que Waldmann se haya manejado con datos iniciales, de la época en que Montoneros era primordialmente político, mientras que el ERP siempre fue netamente militar-.

Por el otro, Waldmann evita en su trabajo diferenciar claramente qué porcentaje del número total estimado de militantes formaba parte de las secciones militares guerrilleras, justo lo que falta revelar. De todos modos, la mención de este estudio resulta útil -pese a sus errores- para conocer las estadísticas que manejaban las Fuerzas Armadas argentinas. Así, según ellos, entre simpatizantes, colaboradores, militantes y combatientes, la guerrilla sumaba un total de 7000 u 8000 efectivos.

En otras palabras, la importancia del dato se debe, en principio, a su ausencia. Los jefes militares eludieron en todo momento cuantificar las fuerzas del "enemigo subversivo". No se trataba de una información menor, incluso su difusión -de ser cierta la magnitud que le asignaban- hubiera resultado de mucha utilidad en su permanente campaña dirigida a incrementar el temor en la opinión pública.

Sin embargo son contadas las declaraciones en ese sentido que se pudieron encontrar en los archivos periodísticos. La pregunta es: ¿a qué se debe la ausencia de datos sobre la real envergadura de las organizaciones guerrilleras? ¿Por qué todas las declaraciones de los jerarcas militares no superan las repetidas metáforas? Seguramente no se les escapaba que con sólo mencionar la cantidad de jóvenes volcados a la guerrilla, si la cifra era acorde a la peligrosidad que ellos le atribuían, hubiera sido suficiente para ponerle la piel de gallina a los sectores de la sociedad que buscaban impresionar. Pero aparentemente la realidad era otra.

Detrás de esta búsqueda, Daniel Frontalini y María Cristina Caiati (3) llevaron a cabo una de las más completas y serias investigaciones sobre el tema. Está basada en una recopilación de material de inteligencia elaborado por las Fuerzas Armadas, datos procedentes de organizaciones guerrilleras, y otros documentos incautados a sus militantes que fueron a parar a manos militares. Este material fue difundido en 1977 durante una conferencia de prensa convocada por el entonces Jefe del Estado Mayor del Ejército, Roberto E. Viola. Entre los expositores se encontraban los jefes de Inteligencia y de Operaciones del Estado Mayor, generales de brigada Carlos Martínez y Luciano Jáuregui. (4)

La investigación también recoge las declaraciones de los generales Juan Bautista Sassain ("La Opinión" del 10 de septiembre de 1977 y "Clarín" del 11 de septiembre del mismo año) y de Ramón Camps ("La Prensa" del 4 de enero de 1981), entre otros datos.

El estudio sitúa la cuantificación de la guerrilla en su momento de mayor apogeo, y diferencia a los combatientes (rama militar) del resto de los integrantes de las organizaciones. Así, a partir del análisis de los documentos, los autores llegaron a la siguiente conclusión: "En el momento de su mayor apogeo (1975), el total de militantes que integraban Montoneros y el ERP, no llegó a sumar más de 2000 personas, de los cuales sólo el 20% (unos 400) estaban armados".

Sin embargo, para Prudencio García los números son otros. Según su propia indagación y análisis, llegó a estimar que en el período de máximo desarrollo de la guerrilla argentina, durante la primera mitad de 1975, "...el ERP contaba entre 400 y 500 hombres armados, y entre 600 y 800 los Montoneros, totalizando en su conjunto una cifra máxima situada entre 1000 y 1300 miembros armados permanentes."

Si se toma en cuenta esta cifra, se entiende por qué las Fuerzas Armadas conservaban el secreto. El poder de fuego de todas las organizaciones guerrilleras sumaba cuanto mucho, en 1975, 1200 hombres armados en todo el país.

Relación de fuerzas

La aparición de la guerrilla rural en el monte tucumano fue motivo de alarma nacional. En 1974, el propio jefe del ERP, Mario Roberto Santucho, se ocupó personalmente de entrenar a quienes luego formarían parte de la Compañía de Monte "Ramón Rosa Jiménez", al mando de Hugo Irurzun, un histórico de la organización.

El grupo inicial estaba integrado por cuarenta hombres (5) y, según documentos internos de la organización, el ERP jamás llegó a tener en el monte a más de noventa efectivos, de los cuales diez eran mujeres.(6)

El 9 de febrero de 1975, el Ejército argentino inició el "Operativo Independencia", al que se destinaron "...un total aproximado de 5000 hombres, con una fuerza de tareas nucleada en torno a la V Brigada de Infantería de Monte. Estaba integrada por los regimientos 19 de Infantería (Tucumán); 28 de Infantería de Monte (Tartagal, Salta); 20 de Infantería de Montaña (Jujuy); el Grupo de Artillería de Montaña 5; las compañías de Comando de Ingenieros, de Comunicaciones, de Sanidad, pertenecientes a la V Brigada; tres escuadrones de Gendarmería; tres compañías de la Policía Federal y fuerzas militares provinciales" (7). Cinco mil efectivos en total.

El enemigo no llegaba al centenar. Todos los datos coinciden en señalar que la cifra máxima de guerrilleros concentrados en Tucumán llegó a sumar 117 combatientes armados. Fue a raiz de dos operativos de envergadura que se llevaron a cabo en las localidades de Famaillá y Los Sosa.

Una vez que los refuerzos regresaron a su destino original, en el monte tucumano quedó una dotación guerrillera permanente compuesta por unos 50 efectivos, que recién a fines de 1975 comenzó a reducirse debido al accionar represivo de las fuerzas militares enviadas a esa provincia por el gobierno constitucional de la presidente María Estela Martínez de Perón. Los efectivos legales tardaron un año en terminar con el foco guerrillero en Tucumán.

Se calcula que los cinco mil efectivos a cargo de eliminar a 100 guerrilleros mataron a unas dos mil personas en esa provincia por sus supuestos vínculos con los insurgentes.

La caída

En el segundo semestre de 1975, las organizaciones Montoneros y ERP ya habían sido declaradas ilegales por el gobierno de Isabel Martínez. Una exultante pasión militarista se había apoderado de los comandantes guerrilleros que festejaron como un triunfo el pase a la clandestinidad. Ese año, tan sólo los Montoneros, consumaron más de quinientas acciones militares en todo el país, algunas de importancia. Pero también en ese año comenzaría el tiempo de la derrota.

El 5 de octubre de 1975 Montoneros atacó el Regimiento de Infantería 29, en la provincia de Formosa. En la operación participaron más de cincuenta guerrilleros, en su mayoría vestidos con el uniforme de combate azul que había diseñado la organización. Para llevar a cabo la ofensiva, se robaron más de 20 vehículos y secuestraron un Boeing 739 de Aerolíneas Argentinas en pleno vuelo. Durante el asalto se produjo un intenso enfrentamiento, con un saldo de 13 muertos y 19 heridos en las filas del Ejército y un número similar o mayor de bajas, nunca confirmado, en el grupo guerrillero.

La destrucción del aparato militar del ERP, mientras tanto, se produjo a raíz del frustrado copamiento del Batallón de Arsenales 601, en la localidad bonaerense de Monte Chingolo. El operativo ya había sido advertido por los servicios de Inteligencia, y el Ejército se preparó para recibir el ataque. El 23 de diciembre de 1975, minutos antes de las 20, se inició la mayor operación guerrillera urbana contra un objetivo militar, aunque en realidad se trató de la mayor operación militar urbana contra las fuerzas insurgentes, que sufrieron más de 50 bajas en un solo día.

A la deserción de centenares de militantes de base y políticos que desarrollaban actividades sindicales y que no compartían la determinación de los comandantes insurgentes de combatir contra las Fuerzas Armadas "de ejército a ejército", se sumaron las numerosas detenciones de sus miembros, a las que se sumaban las bajas producidas en diversos enfrentamientos. A fines de 1975, las organizaciones guerrilleras ya no eran las mismas que habían comenzado el año.

Cuando se produjo el golpe de marzo de 1976, tanto el ERP como los Montoneros se habían retirado de los barrios y fábricas, e interrumpido buena parte de su comunicación con las bases, lo que les significó perder una vital infraestructura para llevar adelante su funcionamiento clandestino. Dependían del aparato propio, y del dinero necesario para financiarlo.

A esto se sumaron las numerosas bajas entre sus cuadros militares, lo que redujo notablemente su capacidad ofensiva. La guerra contra las Fuerzas Armadas que se proponían ganar estaba a punto de culminar con su derrota aun antes de comenzar.

La conducción de Montoneros, ante la gravedad de la situación, elaboró un Código Penal de Justicia Revolucionario que castigaba la deserción de su filas con la pena de muerte. Un intento desesperado para frenar la constante fuga de militantes en sus filas. También lanzó lo denominaron "La Tercera Campaña Militar Nacional Montonera", cuyo objetivo principal consistía en eliminar físicamente a cualquier miembro de las fuerzas de seguridad que fuera detectado, donde fuera detectado. Necesitaban triunfos fáciles, militarizar a todos sus cuadros mediante el asesinato. Pobre guerra revolucionaria.

En marzo de 1976, el ERP y Montoneros tenían su estructura militar prácticamente reducida a la mitad de lo que habían logrado consolidar un año atrás. En otras palabras, en el territorio argentino no había más de 600 guerrilleros armados; el resto pertenecía a las ramas política, logística y otras igualmente ajenas a las operaciones de combate.

Ya en enero de 1976, el propio general Videla, en ese entonces Comandante en Jefe del Ejército, elaboró un informe referido a las organizaciones insurgentes en general, el que se originó tras el frustrado copamiento del Batallón de Monte Chingolo por parte del ERP. En ese documento, después de afirmar que las organizaciones guerrilleras se encontraban ante una "impotencia absoluta" en cuanto a su "presunto poder militar", señalaba que se había demostrado repetidamente "la incapacidad de los grupos subversivos para trascender en el plano militar". (8)

Sin embargo, en los últimos meses del gobierno militar, en abril de 1983, bajo la presidencia del general Reynaldo Bignone, la junta de Comandantes elaboró un "Documento final", con el que pretendía dar por cerrada toda revisión del pasado y que, entre otras cosas, afirmaba que los subversivos habían contado con 25.000 militantes, de los cuales 15.000 habían sido combatientes.

Una exageración absurda que contradecía los datos aportados por los propios militares, pero políticamente oportuna.

(1) García, Prudencio: "El drama de la autonomía militar", Alianza Editorial, Madrid, 1995.
(2) Trabajo incluido en el libro "Argentina hoy", compilación a cargo de Alain Rouquié, Siglo XXI Editores, México, 1982. Pág. 210.
(3) Frontalini, Daniel y María Cristina Caiati: "El mito de la guerra sucia", Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), Buenos Aires, 1984. Pág. 72
(4) El diario "La Opinión", en ese entonces intervenido por el gobierno de facto, la reproduce textualmente en su edición del 21 de abril de 1977.
(5) Mattini, Luis: "PRT-ERP", Ediciones De la Campana, Buenos Aires. Pág. 289.
(6) Seoane, María: "Todo o nada", Editorial Planeta, Buenos Aires, 1992. Pág. 264.
(7) "El terrorismo en la Argentina", editado por el Poder Ejecutivo Nacional, Buenos Aires, noviembre de 1979. Págs, 117 y 118.
(8) Diario "Clarín", Buenos Aires, 31 de enero de 1976.


Capítulo XXI. La Patria exterminada.

(Del testimonio del ex sargento Víctor Ibañez)

La noche de la pileta

"Fue al poco tiempo de mi llegada al campo. Hasta esa noche, se podría decir que todavía era un 'tiernito'. Después ya no.

"En el campo había una pileta de natación cuadrada; más bien rectangular, con el agua que llegaba hasta el borde, un poco más arriba del ras del suelo porque sobresalían unas parecitas de cemento. Ahí los fueron ahogando. Nunca me voy a olvidar de ese cuadro: hombres y mujeres arrodillados contra el borde de la pileta, con las manos atadas a la espalda y la cabezas sumergidas en el agua. Quedaron uno al lado del otro, muertos. Doce personas fueron. Doce en una noche. Nunca ví asesinar a tanta gente junta. Fue una cosa horrible. ¿Soy yo un psicópata?

"Nadie me lo cree. Un tipo normal no me lo puede creer. Fue después de Lucas, a los quince días de estar en el campo.

Enfrentamientos simulados

"Como vos sos periodista, te quiero contar un episodio donde algunos periodistas se prestaron al gran circo con el que se ocultaba lo que pasaba; como escuché decir alguna vez, una 'orgía de sangre'.

"Muchos de los enfrentamientos que salían publicados en los diarios eran simulados. Yo fui testigo de uno de ellos. Creo que fue por Bella Vista, cerca de Campo de Mayo. La cosa fue así: como mi especialidad era la de talabartero, un día de dieron cinco pistoleras de cuero para arreglar. Eran pistoleras viejas. Me las trajeron para que les hiciera algunas costuras, para que las lustrara un poco.

"Después me mandaron al pabellón a buscar a un grupito de colaboradores Montoneros. Yo todavía no unía una cosa con la otra. Me dijeron: 'Petete, que se den un baño antes de venirse para acá', al edificio principal. Yo, contento. 'Se van en libertad, por lo menos les dan un premio', pensé. Entre ellos estaba 'la Gorda'.

" 'La Gorda' era una detenida enfermera de profesión que, como ya te conté, atendió al chico Avellaneda cuando lo mordió el perro. "Escondía su propia ración de comida para dársela a él. También atendía a los detenidos junto con la médica. No me acuerdo el nombre de la enfermera; era más bien gordita, pálida, de pelo negro.

"Entonces fui y busqué al grupo y a los otros dos flacos que me indicaron. Se bañaron, se afeitaron, se pusieron ropa limpia, nueva. 'Libertad, libertad', se imaginaban ellos. Que se iban, creían. Pero estábamos en el año 1976.

"Al otro día leí en los diarios que llegaban al campo la noticia del enfrentamiento. Cuando me puse a mirar la foto, vi que junto a los guerrilleros muertos, a los que no se les veían las caras, estaban las pistoleras que yo había arreglado el día anterior. Del campo se los llevaron vivos, después fraguaron el enfrentamiento y los mataron en el lugar de los hechos. Les habrán tirado las pistoleras con un par de armas, si es que no se las pusieron encima antes de simular el combate. Nadie iba a sospechar nada. Si ellos eran guerrilleros o no, yo no lo sé. Pero así salió en los diarios.

"A los supuestos subversivos se los veía limpitos, afeitados, no tenían aspecto de haber estado prisioneros o secuestrados. Después me enteré, por comentarios, que los periodistas ya estaban avisados. Andaban cerca del lugar donde dijeron que había sido el enfrentamiento porque les habían prometido que iban a tener la primicia del 'combate contra la subversión'. Lo tenían todo arreglado. Por eso, a partir de ese momento, ya no creí tanto como antes en lo que decía la prensa.

"No fue el único caso. Se hizo lo mismo con mucha gente que estaba detenida en el campo y que mataban en esos supuestos enfrentamientos. Enfrentamientos que armaban para la opinión pública, para que se creyera que los subversivos todavía existían, y que no querían dejar vivir a la gente en paz.

"Entonces convocaban a los medios de prensa, pero no eran periodistas que no sabían cómo eran las cosas; sí sabían. Lamentablemente no me acuerdo de quiénes eran los periodistas, porque seguro que todavía alguno de ellos debe seguir trabajando por ahí.

Otras muertes

"Fueron muchas las formas de eliminación que se utilizaron en el campo. Ser testigo de todo eso fue lo que me martirizó.

"En una oportunidad trajeron un medicamento de uso veterinario, como el que se da a los perros para sacrificarlos. Ahora no me acuerdo el nombre. Lo disolvieron en agua y se lo dieron a tomar a un grupo de detenidos; un vaso para cada dos personas. Los habían llevado al fondo del campo. Yo miraba de lejos. Al principio parecía que no había efecto, pero cuando los tocaban en alguna parte del cuerpo la gente se retorcía de dolor. No era cianuro, era estricnina (1) o algo así. Es duro lo que te cuento, pero yo no veía visiones.

Por eso no me explico como ellos -los del Ejército- dicen que soy un psicópata como excusa para darme de baja, cuando ellos son los responsables de mi enfermedad.

Los verdugos

"Nunca se sabía -por lo menos yo no sabía- cuándo llegarían los verdugos. Había que estar preparados, se aparecían en cualquier momento.

"Cada vez que veía entrar a la caravana de autos por ese camino profundo que iba directo al polígono de tiro con las luces haciendo guiños, levantando polvareda, cargados de tipos, era como ver a una gigantesca carroza de la muerte. Era la muerte.

"Los vi llegar por primera vez a los pocos días de estar en el campo. Mis compañeros me dijeron, de sotamanga, 'Ahí viene la Parca, hoy sale un vuelo'. Hasta ese momento, cuando mencionaban los traslados, yo creía que llevaban a los prisioneros a otro campo o a la cárcel, no conocía el destino final de esa gente; después lo supe.

"Por lo general, se trataba de un pelotón de cinco tipos. Había uno que venía siempre, los demás rotaban. Dos de ellos se paraban en un punto del campo, con unas listas en las manos y empezaban a llamar y a llamar detenidos. Nunca sabíamos a qué prisionero le iría a tocar 'volar' ese día. No teníamos un cronograma en el que figurara que hoy le tocaba a fulano, mañana a mengano.

"No entiendo cómo había compañeros míos que se podían prestar a eso. Había tipos que se ofrecían para ir a buscar a los detenidos, querían quedar bien delante de los jefes y los traían desde los pabellones, para presentarlos. Está bien que los condenados no tenían escapatoria. Sólo un milagro de Dios podía salvarlos. Pero los traían ellos, los vendaban y los sostenían para que los inyectaran.

"Una de las cosas más horrorosas que vi, fue la forma en que eliminaban a esos chicos, inyectándolos. Esa imagen no se puede borrar nunca. Yo le pido a Dios... (llora).

"Había uno que venía siempre, se ve que le gustaba. El estaba al frente de este grupo, que no se ocupaba de interrogar a nadie, de salir en operaciones ni de ninguna de esas otras cosas. Llegaban cada quince días, dos veces por semana, tres veces, no tenían una rutina. Ellos no pertenecían a nada, estaban afuera de todo. Eran la muerte.

Pacto con la muerte

"Yo tenía mi jeep y mi camión Unimog para traer el racionamiento desde la cocina del Comando de Institutos hasta el campo y después distribuirlo entre los celadores, que en ese momento ya eran de Gendarmería. Ellos se ocupaban de alimentar a los detenidos. Ese era mi trabajo. Ahora escucho el motor de un jeep y se me pone la piel de gallina.

"Cada tanto llegaba hasta el campo gente extraña, de otros lugares, no sé de dónde. Curiosos; civiles, militares. Tipos que se prestaban a ciertas cosas, por ellos pasaba lo que pasaba. Aparecían cada vez que se producía una de esas 'soluciones finales'. Como los verdugos, llegaban de repente, sin aviso previo. Entraban en la base en una fila de cuatro o cinco autos, acompañados por uno de los jefes del campo. Nunca bajaban de diez, a veces eran quince o más. Como ese día, que llegaron por lo menos unos veinte.

"Se ve que ya tenían todo organizado en secreto. Sin pérdida de tiempo sacaron una lista de detenidos y les pidieron a los celadores que les trajeran a Fulano, Fulano y Fulano. A mí me mandaron a buscar el jeep, uno de esos famosos Willis de la Segunda Guerra Mundial. 'Antes, sáquele el caño de escape', me indicaron. Yo no sabía por qué: sin caño de escape ese jeep hacía un ruido infernal.

"Una vez que juntaron a todos los prisioneros los llevaron formados de a dos en fondo hasta la entrada del galpón que había sido la vieja carpintería. Cuando estacioné el jeep en ese mismo lugar, tal como me lo habían ordenado, vi a los presos sin capucha y me imaginé lo peor; no me equivoqué.

"Acomodaron al grupo de prisioneros a varios metros del galpón. Los llamaban de a uno, antes de hacerlos entrar les vendaban los ojos. 'Sentate acá que ahora te van a venir a buscar', les decían una vez adentro, y los acomodaban en un cajón de madera que habían puesto en el centro del galpón que estaba casi vacío, desierto. Les convidaban un cigarrillo y antes de que el detenido pudiera llegar a darle dos o tres pitadas, se aparecía uno del grupo que le pegaba un tiro en la cabeza.

"Ahí entendí el asunto de sacarle el escape al jeep. Con el barullo del motor querían tapar el ruido de las balas, y yo pensé que iban a organizar una carrera a campo traviesa. Me dijeron que tenía que acelerar a fondo cada vez que se iba a producir un disparo, pero como no confiaron en mí, terminaron ellos poniendo en marcha el jeep y metiendo ruido con el motor cada vez que sonaba un tiro.

"De a dos tipos, siempre eran dos lo que entraban con cada prisionero al galpón. Ellos mismos les vendaban los ojos al prisionero, apenas pasaba la puerta, y lo conducían hasta el cajón donde lo hacían sentar. El resto del grupo se amontonaba en las ventanas para mirar de afuera cada ejecución. Yo ni me asomé. Los detenidos esperaban su turno en un lugar apenas retirado, a no más de cincuenta metros. No sé si sabrían lo que les esperaba.

"No recuerdo cuántas personas fueron eliminadas esa tarde en la antigua carpintería. Pero me acuerdo que cada uno de los que vino en ese grupo disparó sobre alguno de los detenidos, fueran hombres o mujeres. Apuntaban al centro de la cabeza e inclinaban el cañón de tal modo que la bala atravesara de arriba hacia abajo. Un solo tiro, todos iguales. Lo sé porque a la mañana siguiente pude ver los cadáveres cuando los llevamos al aeropuerto en un camión que volvió todo ensangrentado, y que después yo tuve que lavar.

"Esas matanzas se transformaron en un rito, todo muy controlado. Sin gritos para darse coraje, ni muestras de arrepentimiento por haber asesinado a sangre fría a una persona indefensa. Al pasar escuché algunos de los comentarios que se hacían entre ellos. 'Yo lo hice por solidaridad', dijo uno. 'Yo también, por solidaridad con vos', le respondió el otro como sacándose la culpa, porque si uno lo hacía lo tenían que hacer todos. Lo que habían hecho había sido por solidaridad hacia el otro, decían. La cosa era que todos tuvieran las manos ensangrentadas por igual.

"Yo lo presencié, y no lo puedo olvidar. Nunca, como la pileta, el tacho, como las mordeduras de perros de guerra (Emocionado). Yo te digo que la realidad supera a la ficción.

"Cuando los grupos que llegaban al campo eran grandes, las eliminaciones eran grandes. Yo he visto subir hasta ochenta ejecutados en el camión que llevaba sus cuerpos hasta la pista de aterrizaje donde eran cargados, como ya te conté, en aviones que enfilaban mar adentro.

Muerto al llegar

"La vida no valía nada. Una noche, estaba de turno en la radio, durmiendo, cuando me despertó un llamado en el que se me avisaba que iba a llegar un auto llevando a una 'mariposa' -un detenido-, por el camino verde, uno de los accesos a 'El Campito'. Había dos, tres y hasta cuatro caminos de acceso si querías venir cortando campo. Después de escuchar la radio, me quedé dormido de nuevo.

"La patota descargó al prisionero que estaba herido de bala en el piso, en la puerta de la sala de radio. 'Encárguense ustedes', le dijeron al oficial de turno, un gendarme, que no me despertó. Me tendría que haber llamado para que yo le tomara los datos, le asignara un lugar de alojamiento y en todo caso, lo hiciera atender por un médico. Pero él no me avisó. Me dejó durmiendo hasta que un disparo me despertó.

Salí rajando con la pistola amartillada y me encontré con que el oficial de servicio había ejecutado al hombre, porque, según dijo, sufría mucho.

"Lo mató en la puerta de la sala de radio y me lo dejó ahí para que yo me hiciera cargo de él. Ni lo toqué. Le dije al oficial de Gendarmería: 'Déjelo ahí, no lo toque, yo me encargo de él'. Después me arrimé al tipo, vi que el tiro había sido en la cabeza. Estaba agonizando; hacía esos sonidos guturales de los que están por morir. 'Lleválo, Petete', me insistió el oficial. Quería que lo sacara de ahí, que lo llevara al fondo. 'No, dejálo acá', le dije. Yo quería que los jefes vieran cómo habían sido las cosas; ya no se podía hacer nada. Esa persona había llegado malherida y de todas maneras no iba a salir vivo de ese lugar. 'Yo no puedo tocar nada sin orden', le dije como para que no me molestara más.

"El oficial ya sabía que para él la mañana iba a arrancar con problemas. No podía hacer lo que había hecho. ¿Cómo le iba a quitar ese festín a otros? La vida y la muerte eran una jurisdicción a la que él no tenía acceso. Yo me fui a dormir, bah, dormir no podía; me quedé encerrado en la sala de radio, no informé nada, no dí la novedad, nada. Dejé todo como estaba para que los demás tuvieran una idea de lo que estaba pasando. Nadie tenía las pilas puestas, nadie se daba cuenta en dónde habíamos caído.

"Según dijo después el oficial, le pegó el tipo en la cabeza porque el hombre estaba herido de muerte y sintió que debía sacrificarlo para terminar con su sufrimiento. Tal vez lo hizo con esa intención, tal vez. Cosas como esas eran de todos los días."

(1) Alcaloide que se extrae de la nuez vómica, es uno de los venenos más violentos y mortales.


Capítulo XXII. Locura, convicción y pecados.

(Diálogo con el ex sargento Víctor Ibañez)

Primera creencia

-Por lo que hemos conversado, está claro que usted compartió tanto los argumentos como los objetivos de la denominada guerra antisubversiva.
-Llegué a creer que la subversión era mi verdadero enemigo, que se merecían el castigo que estaban recibiendo. Sí, desgraciadamente llegué a creer eso, lo confieso.

-Por lo tanto usted consideraba que eran necesarios los procedimientos utilizados en 'El Campito'.
-Se me rompía el alma, pero era tanta la manija que me daban que llegué a creer que estaba bien, que ese era el destino que merecían tener. Pensaba, y estaba seguro, que yo formaba parte del lado de la verdad; que todo lo demás no servía para nada. Que el destino de la Nación dependía de nosotros. Como nunca me ilustré, ignoraba que existía una justicia humana. Tribunales, jueces, leyes. Eran muchas las cosas que ignoraba. Ahora me doy cuenta de que nuestros jefes se nutrían de cuadros ignorantes como yo, así como de otros personajes, digamos irregulares, para hacer el trabajo sucio.

-¿Usted se consideraba un combatiente antisubversivo?
-Si hubo una guerra, se combatió solamente en Tucumán (1). Yo no quiero mancillar con mis palabras a las víctimas de la subversión. Hubo camaradas míos que murieron como héroes. Pero no quiero mezclar. Alguna vez podré contar historias particulares, de compañeros muertos heroicamente en combate contra la subversión. Pero no es el momento de nombrarlos, hablaremos después, porque ellos merecen otras páginas, de gloria y honor, y no es eso justamente de lo que estamos conversando ahora. Ellos también fueron traicionados, su sangre fue negociada. En Tucumán había que ser soldado de verdad, fue el único lugar en que se combatió. Era muy jodido caminar por el monte, donde apenas entraba la luz del sol y en cualquier momento podías caer en una emboscada preparada por estos tipos.

-Pero el objetivo era el mismo: el aniquilamiento total.
-La diferencia es que ahí, en el monte, podías llegar a ver la cara del enemigo, sabías que te podía matar. Sin embargo acá, en Buenos Aires, pese a que los jefes militares nos exigían mantener una actitud de lucha permanente, te encontrabas con que tu enemigo ya estaba vencido, humillado, atado, encapuchado. Así me lo presentaron. Pero como militar nunca pude comprobarlo en la batalla. ¿Cuál es la diferencia? Que me encontré con un enemigo ya derrotado, contra el cual nunca había luchado. Se trataba de seres indefensos, de menores, mujeres, ancianos. Yo, que quería agarrarme a los tiros, me terminé preguntando si ese era mi enemigo. ¿Un argentino como yo, gente como cualquiera, familias enteras? ¿Dónde estaban las fuerzas del mal, los terroríficos guerrilleros? Yo me había imaginado otra cosa, enfrentarme con subversivos de verdad.

La realidad no cree en lágrimas

-Cuando le anunciaba a un prisionero que iba a ser 'trasladado', ¿solía preguntarle sobre su destino?
-En esos momentos no hablaba con ellos. Cuando empezaban a llamar a los que estaban en la lista yo me encerraba en algún lugar. Nunca estaba con ellos. Me escondía.

-¿No cree que debería haberles advertido que iban a ser asesinados?
-No podía hacer nada, por eso me escondía. No podía consolarlos y mucho menos decirles la verdad, porque los verdugos me observaban. Todos teníamos miedo.

-¿Ni siquiera le avisó al Charro? (2)
-Yo lo sentí mucho. Lloré por el Charro. Lloraba mucho, no solamente por él. Lloraba en silencio. Nunca pude saber cuál fue su culpa, qué hizo, qué dejó de hacer, nunca nada. No sé si lo llevaron al campo por el capricho de alguien, si era casado, soltero. Supe que era un tipo muy de la vida, bohemio, un caminador; un tipo de mundo. Se las sabía todas. Fue mi amigo.

-¿Cómo era su vida fuera del campo?
-Yo vivía con mi vieja en un departamento sobre la calle San José, en San Miguel. A ella no le contaba nada de lo que pasaba en Campo de Mayo, aunque con el tiempo le fui explicando algunas cosas, más o menos. Porque ella se dio cuenta de que algo me pasaba. Claro, yo estuve a punto de volverme loco. Nosotros vivíamos en un primer piso y me paseaba desnudo por los pasillos del edificio, bajaba las escaleras con una cruz en la mano. Dice mi vieja que andaba como sonámbulo, que no sabía lo que hacía. Eso me pasó al poco tiempo de estar en 'El Campito'. Abajo de mi casa vivía un matrimonio que se terminó yendo, entonces yo alquilé ese departamento. Ahí abajo me pasó de todo: veía demonios, se me presentaban los espíritus, salía con la cruz, lo llamaba a mi hermano, que estaba arriba, y le pedía que viniera a dormir conmigo. Después me llegaron las crisis depresivas, mis tremendos traumas. Algo me pasaba y no me daba cuenta. Mucho tiempo después, en el 84, sufrí mi primera crisis, cuando tomé conciencia de las causas.

Los días y las noches de Ibañez en el campo

-¿Alguna vez le asignaron interrogar a un prisionero?
-No, nunca.

-¿Fue testigo de interrogatorios, sesiones de tortura?
-Generalmente me refugiaba en la cocina, que estaba a la vuelta de la oficina de los interrogadores. Desde ahí escuchaba los gritos de la gente; todo el tiempo.

-¿Presenció interrogatorios con aplicación de tortura?
-Presencié interrogatorios así, pero sólo al entrar y salir de la oficina llevando cosas. Veía a un tipo tirado en la parrilla, mientras le alcanzaba al interrogador el café que me había pedido. Pero nunca me quedé a presenciar un interrogatorio.

-¿Nunca sintió curiosidad?
-No, porque en ese aspecto yo era flojo. A mí el sufrimiento no me gusta. Entraba a la oficina fugazmente para llevar café, agua y otras cosas. Yo me quedaba dos, tres minutos y miraba lo que estaba pasando, pero enseguida me iba. Después pusieron un portero eléctrico, un sistema para evitar que entrara alguien sin autorización. Tenían un parlantito por donde hablaban: "Sí, comprame puchos, traeme esto, aquello".

-¿Quiénes determinaban el destino de los secuestrados?
-Los que disponían de las vidas de los detenidos eran los interrogadores.

-Entre ellos, ¿quién era el más destacado?
-El Alemán (3). Me parece que era de la Prefectura.

-¿Cuál era su comportamiento?
-Era el que les hablaba a los detenidos antes de cada vuelo. Les decía: "Ahora les vamos a dar una vacuna para evitar enfermedades antes de pasarlos a disposición del Poder Ejecutivo". Una vez una señora le dijo: "No mienta; no mienta porque morir ahora o morir después es lo mismo. Diga la verdad: esa vacuna es para asesinarnos". "Por favor, me hacen callar a esa señora. ¿No ven que pone nerviosos a los demás?", respondió a los gritos el Alemán. Esa mujer estaba en lo cierto. "No mienta, no mienta. Máteme acá si quiere, qué vacuna ni vacuna", le decía desde adentro de la capucha que tenía puesta. Una señora realmente valiente. (Ibañez llora). El Alemán tomaba la iniciativa, yo no sé si tenía órdenes de arengar a los prisioneros o lo hacía de puro comedido.

-¿El Alemán era uno de los jefes del grupo de interrogadores?
-El no era importante, era un pinche.

-¿Quién era el importante?
-Nadie era importante.

-En una estructura militar siempre hay jerarquías.
-Sí, pero en ese lugar no las había.

-¿Acaso se trataba de un grupo anárquico? Es difícil de creer entre militares.
-Sí, era una especie de anarquía. Porque yo respetaba a mi superior, como cabo que era. Respetaba al cabo primero porque tiene mayor jerarquía. Así debía ser. Pero por arriba nuestro había militares, policías y civiles.

-Pero usted debe saber quiénes eran las voces cantantes.
-No te digo que cada cual atendía a un grupo distinto de interrogadores. Los jefes eran Verplaetsen (4) y Schettini (5).

Dios de lejos

-Usted menciona reiteradamente a Dios. ¿Es su refugio o su defensa?
-Como te conté, los domingos, cuando tenía franco en el campo, me iba a escuchar misa a San Miguel, pero no entraba. Me quedaba sentado en la plaza. Era invierno y pese al frío no podía moverme del banco. Ahí me quedaba llorando. (Llora)

-¿Por qué no entraba a la iglesia?
-Porque sentía que era como reírme de Dios. Yo era indigno de Dios. (Llora). No podés estar con Dios y con el diablo. Estás con uno o con el otro. Pero me encontré con muchos que también pasaron por "El Campito" y entraban a la iglesia sin ningún pudor. Terrible. Nadie me podía comprender. ¿Con quién podías hablar? Con nadie, con nadie. ¿A qué médico podías ir? Te sacaban rajando. ¿A qué sacerdote? No le pido a Dios que me perdone, lo único que le pido es que me comprenda: yo caí en el infierno con toda inocencia.

-¿Cuándo se decidió a contar lo que pasó en "El Campito"?
-Es injusto lo que hicieron, cómo arruinaron la vida de tantas personas. Todavía no estoy repuesto del todo, pero me siento mejor. Se lo debo a mi fe en Dios, a mi arrepentimiento. Trato de llevar una vida social normal, voy al club con los chicos, voy a misa, voy a la iglesia evangélica, también voy al cabaret. A veces necesito un tirito al aire, como la otra noche que después de hablar con vos me fui a un piringundín del Once.

-¿Y ahora?
-Vendí todas mis armas, hasta mi sable largo. No quiero tener armas, nunca más. Quiero mi Biblia, mis recuerdos de cuando era chico, esas cosas. Cuando se me cruza alguien que está bajoneado, compañeros de trabajo que vieron muchas cosas sucias, lo único que se me ocurre es ofrecerles la Palabra de Dios.

(1) Se refiere al Operativo Independencia, dispuesto en febrero de 1975 por la entonces presidente María Estela Martínez de Perón, con el objetivo de combatir a la Compañía de Monte, perteneciente al ERP, instalada en la provincia de Tucumán.
(2) Ver capítulo 11, "Dos en la memoria".
(3) El Alemán es el seudónimo de un torturador, también citado como perteneciente a la Policía Federal. (Ver Capítulo 9: "En el nombre de Dios" ).
(4) El coronel Fernando Ezequiel Verplaetsen fue jefe de Inteligencia del Comando de Institutos Militares y tuvo a su cargo las tareas de logística y construcción del campo de concentración en Campo de Mayo.
(5) Ver Capítulo 5: "La guerra menos semejante".


Capítulo XXIII. No pasa nada.

(Informe de situación)

Fuerzas Armadas y Derechos Humanos

Fuera de los límites de los campos de detención, el mundo exterior disfrutaba de una convenientes irrealidad. Mientras bajo su mando se llevaba a cabo el mayor y más cruel genocidio de compatriotas del que se tenga memoria, los jerarcas del Proceso de Reorganización Nacional declaraban lo siguiente:

"Hay minorías que atentan conta nuestro sentir y contra nuestro estilo de vida. Contra esas personas que atentan contra los intereses de la mayoría, la totalidad del pueblo argentino, el gobierno tiene la firmeza de manifestar la plena vigencia de los derechos humanos que esas minorías niegan a través del atentado, el secuestro, la extorsión y la intimidación pública".
Teniente general Jorge Rafael Videla, 13 de agosto de 1977

"Nosotros también demandamos protección para nuestro pueblo de los elementos subversivos que destruirían sus derechos humanos con acciones contra el Estado y el pueblo".
Teniente general Jorge Rafael Videla, 1° de febrero de 1978 (1)

"...en el país no hubo ni puede haber violación alguna de los derechos humanos. Ha habido una guerra, una guerra absurda, desatada por la barbarie alevosa y criminal, guerra que a pesar de estar dirigida no sólo contra el pueblo, sino contra un sistema de vida que es sostenido por un gran número de naciones en el mundo, debió ser enfrentada y resuelta sólo por los argentinos".
Teniente general Leopoldo Fortunato Galtieri, durante el acto conmemorativo del quinto aniversario del Operativo Independencia (2)

"Las Fuerzas Armadas están luchando para reivindicar los derechos humanos contra la subversión atea que pretende negarlos".
Almirante Emilio Massera, en declaraciones a la revista "Familia Cristiana" (3)

"El respeto por los derechos humanos es una ininterrumpida tradición argentina, institucionalizada en nuestra Constitución y respetada inequívocamente desde siempre y para siempre, actitud ésta que el Ejército hace suya permanentemente como parte integrante del cuerpo social de la Nación (...) El Ejército argentino ha condenado y condena toda violación a los derechos humanos, cualquiera sea el sector ideológico que los viole".
Comunicado en forma de editorial difundido por el Ejército en Radio Belgrano el 7 de marzo de 1977

"Cuando la lucha entablada contra quienes agredieron a nuestra Patria, a sus instituciones y a nuestros compatriotas comenzaba a transitar por la etapa que permitía visualizar la victoria, afirmamos que la paz no es ausencia de conflicto, sino la capacidad de asumirlo y tornarlo manejable dentro de la ley; sostuvimos también que para lograrlo debía superarse el hábito de violencia que engendra la guerra y desarmar los espíritus, reemplazando el odio por el amor y la tolerancia.

El Ejército reconoce el dolor que significa tener en la familia, o entre las amistades, alguien que enfermó de soberbia y creyéndose poseedor de la verdad, toma a la agresión irracional como su modo de vida. La institución lo comprende, pero no lo puede justificar, porque su servicio a la Nación la obliga a asumir la defensa del derecho de todos".
Editorial del Ejército difundido por radio (4)

"Es lamentable qué poco se dice en los Estados Unidos del desprecio de los terroristas por el más fundamental de los derechos humanos: la vida misma. Pienso que la Argentina ha encarado constructivamente muchas de las críticas sobre derechos humanos que fueron lanzadas contra el gobierno en los últimos meses. Como ser humano tengo esperanzas de que este esfuerzo continúe".
Declaraciones del jefe de la Subcomisión de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, Gus Yatron, de visita en nuestro país, luego de una prolongada entrevista con el teniente general Videla. 19 de agosto de 1977.

"La subversión que soportamos, como modo de acción del terrorismo internacional, ha quedado al descubierto, y hoy, los mismos que inconscientemente se preocuparon de los derechos humanos de nuestro país, enarbolan la bandera esgrimida por nuestro sentir, de defender esos sagrados derechos del ser, ante la irracionalidad criminal de quienes en la muerte y el terror sustentan sus propias y enclaustradas vidas".
Jefe del Estado Mayor de la Armada, vicealmirante Armando Lambruschini. 24 de noviembre de 1977.

"Bajo el mando del almirante Emilio Massera, la Armada Argentina se está convirtiendo en la rama militar argentina más receptiva ante la política de derechos humanos de la administración del presidente Carter".
Comunicado del Consejo de Asuntos Hemisféricos de Washington. 19 de diciembre de 1977.

En ocasiones, los jefes militares, presionados por las preguntas de los periodistas de medios extranjeros, llegaron a reconocer parte del ocultamiento:

"Esta guerra que libramos contra los delincuentes subversivos ha producido suciedades (...) En una acción represiva dispersa como la que las Fuerzas Armadas argentinas desarrollan contra los grupos guerrilleros, es difícil el control total desde los estratos más altos".
Teniente general Jorge Rafael Videla en Washington. 8 de septiembre de 1977. *

"Debemos aceptar como una realidad que en la Argentina hay personas desaparecidas. El problema no está en asegurar o negar esa realidad, sino en saber las razones por las cuales estas personas han desaparecido. Hay varias razones esenciales: han desaparecido por pasar a la clandestinidad y sumarse a la subversión; han desaparecido porque la subversión las eliminó por considerarlas traidoras a su causa; han desaparecido porque en un enfrentamiento, donde ha habido incendios y explosiones, el cadáver fue mutilado hasta resultar irreconocible. Y acepto que puede haber desaparecidos por excesos cometidos durante la represión. Esta es nuestra responsabilidad; las otras alternativas no las gobernamos nosotros. Y es de esta última de la que nos hacemos responsables: el gobierno ha puesto su mayor empeño para evitar que esos casos puedan repetirse".
Teniente general Jorge Rafael Videla en la televisión norteamericana. 14 de septiembre de 1977.

"En toda guerra hay personas que sobreviven, otras que quedan incapacitadas, otras que mueren y otras que desaparecen. La Argentina está finalizando esta guerra y, consiguientemente, debe estar preparada para afrontar sus consecuencias. La desaparición de algunas personas es una consecuencia no deseada de esta guerra".
Teniente general Jorge Rafael Videla a un grupo de periodistas japoneses. 12 de diciembre de 1977.

"Durante la lucha antisubversiva, se produjeron numerosos hechos de indisciplina y delitos de diferentes características. Nosotros, desde el Consejo Supremo, juzgamos a alrededor de 300 oficiales y suboficiales acusados por delitos que iban desde los saqueos a los homicidios y violaciones, especialmente esto último (...) Desde el Consejo Supremo insistimos en reiteradas ocasiones para que se dieran a publicidad, pero la respuesta que siempre recibíamos era que no se podía dar la imagen de un Ejército de violadores y ladrones".
General Tomás Sánchez de Bustamante, director del Instituto Sanmartiniano y miembro del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas hasta 1984.

Mientras los comandantes aceptaban públicamente que se habían cometido ciertos errores, a los que llamaron "excesos", para descomprimir los reclamos que llegaban desde el exterior, la segunda línea de la cúpula militar, que estaba directamente comprometida con la represión ilegal, se negó frontalmente a desplazar hacia el campo del error lo que consideraban una acertada estrategia victoriosa.

Los generales involucrados temían que los comandantes descargaran sobre sus espaldas la responsabilidad de las violaciones a los derechos humanos. El general Santiago Riveros no perdió el tiempo, y el 12 de febrero de 1980, en su discurso ante la Junta Interamericana de Defensa que sesionó en Washington, aclaró: "Hicimos la guerra con la doctrina en la mano, con las órdenes escritas de los comandos superiores; nunca necesitamos, como se nos acusa, de organismos paramilitares. Esta guerra la condujeron los generales, los almirantes y los brigadieres... La guerra fue conducida por la Junta Militar de mi país a través de sus Estados Mayores". (5)

Noticias de ayer

El mismo 24 de marzo de 1976, la Junta de Comandantes advirtió mediante su comunicado n° 19, que sería "reprimido con reclusión de hasta 10 años el que por cualquier medio difundiere, divulgara o propagara noticias, comunicados o imágenes con le propósito de perturbar, perjudicar o desprestigiar la actividad de las fuerzas armadas, de seguridad o policiales".

En su edición de abril de 1976, la revista "Cuestionario" publica, bajo el título "Los diarios en cadena", la siguiente crónica:

"El 25 y 26 de marzo se produjo, en la Argentina, un hecho inédito: los diarios entraron en cadena. Todos publicaban exactamente lo mismo: comunicados oficiales, sin el menor agregado ni la más tenue opinión. El 27 se levantó la cadena, pero los diarios siguieron -salvo en lo formal- indiferenciados. Fue una repentina toma de conciencia, a través de la cual comprendieron lo disgregadora que puede ser la prensa. Para muchos, era previsible: los diarios argentinos, en general, suelen ensañarse con los gobiernos débiles y volverse exageradamente dóciles ante los gobiernos fuertes. En 1966 eso quedó bien claro: de la osadía, el inconformismo y la impiedad exhibidas para con Illia, pasaron al recato, el colaboracionismo y la sumisión para Onganía. No sería la última transición de la heroicidad a la disciplina. Sólo unos pocos diarios -como el impopular La Prensa- han mantenido siempre un tono constante. La mayoría se dedica, por épocas a rasgarse las vestiduras, y por épocas a hacer buena letra."

Censura y castigo

Lo cierto es que una férrea censura se desplegó sobre los medios de comunicación. En ocasiones resultó curiosa. El flamante secretario de Prensa y Difusión del gobierno militar, capitán de navío Luis Jorge Arigotti, despachó a todas las redacciones un texto que contenía los "Principios y procedimientos a que deberán ceñirse los medios de comunicación masiva", tal su título.

En él se mencionaba como "principios": "Inducir a la restitución de los valores fundamentales que hacen a la integridad de la sociedad, por ejemplo, orden, laboriosidad, jerarquía, responsabilidad, idoneidad, dentro del contexto de la moral cristiana".

El cuarto "principio" indicaba que los medios deberían "ofrecer y promover para la juventud modelos sociales que respondan a los valores mencionados en 1, para reemplazar y erradicar los actuales". Más adelante, el sexto punto ordenaba: "Propender a la atenuación y progresiva erradicación de los estímulos fundados en el sexualismo".

En cuanto a los procedimientos, figuraban, entre otras, estas normas: "No incursionar en terrenos que no son de debate público por su incidencia en audiencias no preparadas (no educadas) o ajenas a su edad física o mental"; "Eliminar toda propagación masiva de la opinión de personas no calificadas o sin autoridad específica para expresarse sobre cuestiones de interés público. Esto incluye reportajes y/o encuestas en la vía pública".

Si bien es cierto que estas y otras normas de censura jamás hubieran podido lograr lo que hicieron ciertos editores compenetrados en su mismo sentido, las recomendaciones fueron efectivas sobre la prensa en general y los diarios en particular.

De todos modos, pese a la poca información que llegaba a las redacciones, ya que la censura comenzaba por las propias agencias de noticias, fueron los diarios quienes más desarrollaron su creatividad para publicar cierta información sin que se notara que se estaba haciendo. Los avances, sin embargo, fueron lentos.

Lograr el control de los medios masivos resultó una tarea relativamente sencilla para el gobierno de facto. Desde la asunción del gobierno justicialista, en 1973, la mayoría de los medios electrónicos de comunicación habían pasado a manos del Estado. Los cuatro canales de televisión y la mayoría de las emisoras radiales estaban a cargo de interventores de la administración justicialista, y a los militares les bastó con reemplazarlos por sus propios funcionarios para acceder a su manejo directo. De ahí en más, a través de la radio y la televisión, se instaló en la población la obligatoriedad de percibir y difundir un solo mundo, el que los altos mandos castrenses determinaron que debía existir.

A esta ventaja se puede agregar que entre los medios gráficos no eran pocos los que apoyaban la intervención militar, al menos en sus inicios, pese a conservar hasta donde les era posible su propia identidad editorial. Fue en los medios independientes -los que no integraban un grupo editorial- donde el periodismo pagó la mayor parte de su tributo.

Durante los primeros meses del régimen militar, fueron secuestrados 45 periodistas, a los que se sumaron otros 39 desde 1977 hasta 1979. Nunca más se supo de ellos. En total fueron 84 los periodistas desaparecidos, un centenar con mejor suerte fueron encarcelados sin causa judicial alguna, mientras que otros abandonaron el país rumbo al exilio.

De todos modos es inevitable dar por cierta una presunción generalizada: no es posible desinformar a toda una población durante tanto tiempo, tres años al menos, sin la participación necesaria de aquellos cuyo deber era el de informar.

Políticos en su tinta

Todo indica que los dirigentes políticos optaron por autodesaparecerse transitoriamente apenas se produjo el golpe militar que derrocó a la presidente María Estela Martínez de Perón.

Líderes partidarios, gremialistas, legisladores y funcionarios se mostraron convencidos con sus declaraciones y actos de que la intervención militar era "inevitable". Fueron víctimas de su propio pronóstico y un contagioso escepticismo paralizante se apoderó de todos ellos. Salvo durante este día frente a la tesorería del Congreso, cuarenta y ocho horas antes del golpe de Estado, cuando un nutrido grupo de legisladores con cuyo número se alcanzaría el quorum, pujaban por obtener un anticipo de sus dietas, argumentando los más diversos motivos personales.

Desde ese episodio hasta mediados de 1978 no se registran señales de ellos en los archivos periodísticos.

Recién el 20 de agosto de 1978, luego de demandas aisladas presentadas ante la Junta de Comandantes por parte del radicalismo, una agrupación justicialista encabezada por Angel Federico Robledo y el ex presidente Arturo Frondizi, finalmente logró reunir a un grupo de representantes de la política argentina, quienes elaboraron un pronunciamiento dirigido "Al gobierno de las Fuerzas Armadas y al pueblo argentino", en ese orden.

El documento fue suscripto a título personal, debido a la prohibición que regía para las actividades partidarias, por 29 dirigentes entre los que se encontraban los titulares de los partidos: Deolindo Felipe Bittel, del Justicialista; Arturo Frondizi, del Movimiento de Integración y Desarrollo (MID); Vicente Solano Lima, del Conservador Popular, y Simón Lázara, del Socialista Unificado.

El pronunciamiento consideraba urgente y necesario "...que el gobierno y el país convaliden la democracia con las actitudes consiguientes".

Las demandas ante la Junta por parte de los políticos fueron en aumento a medida que se desgastaba el gobierno militar. El pronunciamiento más completo fue el suscripto por Deolindo Felipe Bittel, Vicente Solano Lima, Simón Lázara, Miguel Monserrat, José Antonio Allende, Enrique de Vedia, Fernando Nadra y Francisco Cerro, entre otros, y difundido el 18 de noviembre de 1978.

El documento reclamaba "restablecer de inmediato el estado de derecho" ya que, a su entender, "es el único modo de que la vida y la libertad de nuestros conciudadanos se encuentre garantizada contra el terrorismo, cualquiera sea su signo..." Los autores dedicaron un párrafo a la violencia, sin más detalles, la que consideraron derrotada, ya que "los intereses antiargentinos o las diversas incidencias del poder mundial no han podido desviar esa vocación nacional por el pacifismo".

Inmediatamente después, aseguraban: "Concluida la guerra contra la subversión", debía derogarse el estado de sitio y todas las restricciones sobre los partidos políticos y organizaciones sindicales; y que debía "darse respuesta a los familiares de los desaparecidos y secuestrados y poner término a los arbitrarios procesos existentes".

Más adelante se aseguraba: "La política no es ajena a ningún sector. Afirmar la asepsia política de las Fuerzas Armadas (...) es pensar en un país irreal, por lo tanto debe pensarse en un proceso sin exclusiones..."

En el primer aniversario del golpe, el 24 de marzo de 1977, el diario "La Opinión" publicó una serie de entrevistas a dirigentes de varios partidos políticos, bajo el título "El silencio de los políticos". Allí aparecían opiniones como estas:

Angel Federico Robledo (PJ): "El justicialismo como entidad debe expresar su preocupación por la libertad de presos que han sido detenidos por motivos políticos o en ejercicio de cargos políticos, deslindando su apartamiento de toda acción vinculada a la violencia, cualquiera sea la ideología de sus protagonistas (...) El primer paso de toda apertura política deberá ser la concreción de un programa de unidad libremente acordado entre los sectores políticos y no políticos del quehacer nacional y las Fuerzas Armadas".

Raúl Alfonsín (UCR): "Es impostergable viabilizar la participación porque no podrá encontrarse nunca mejor instrumento para combatir la violencia. Los partidos políticos son indispensables para resolver el problema de la participación en el marco de la democracia representativa (...) Digamos desde este ángulo que la guerrilla no es otra cosa que la desobediencia definitiva e irreductible, por lo que la lucha contra ella está estrechamente ligada a la necesidad de obtener la obediencia respetuosa de la dignidad humana de la enorme mayoría".

Juan Carlos Pugliese (UCR): "Las Fuerzas Armadas tienen que producir cuanto antes la convocatoria para ver si hace falta una ley de partidos políticos o de asociaciones profesionales, para que los sindicatos se ocupen de lo que les corresponde y no de política partidista (...) Aspiramos a sentarnos en una mesa y a poner en borrador qué es lo que en realidad queremos (...) Lo importante es si se reconoce o no la existencia necesaria de los partidos. Si como para Pinochet los paridos son vehículos de la subversión, es mejor decirlo cuanto antes. Si no se entiende así, también hay que decirlo, para comprendernos mejor y, de ese modo, derrotar a la subversión en el campo de la paz. (...) Es necesario comprender que la voluntad mayoritaria el pueblo acompaña a sus Fuerzas Armadas en la medida en que éstas entiendan la necesidad de reprimir a sus interesados colaboradores y poner en práctica procedimientos que aseguren la paz y no sobremilitaricen la represión".

Fernando Nadra (PC): "Han madurado las condiciones en el país para una apertura política, pero no se trata, naturalmente, de hablar ya de elecciones, como rumorean algunos sectores, sino de comenzar entre el pueblo y los sectores aperturistas del gobierno un trabajo en común para hallar formas de participación ciudadana (...) La violación de los derechos humanos por parte de la ultraizquierda con política falsa y aventurera es efectiva, pero lo que el país no ve, todavía, son medidas concretas para terminar con los grupos de ultraderecha".

¡¿..........?!

En noviembre de 1978, los directivos del Círculo de Ex Legisladores, encabezados por el ex diputado nacional Vicente Mastolorenzo, se acercaron hasta la Casa de Gobierno para entregarle en mano al entonces presidente Jorge Rafael Videla la invitación oficial a presidir la cena anual del Círculo.

Videla quedó en hacer todo lo posible por concurrir, pero argumentó que debía consultar sus compromisos contraídos para ese día. Sin embargo, el general necesitaba tiempo para consultar con su entorno de confianza qué debía hacer; ni siquiera el muy circunspecto jefe militar pudo eludir el natural desconcierto. El hombre que había cerrado el Parlamento era el invitado de honor de aquellos que por haber ocupado una banca en su recinto eran los depositarios de su memoria.

El 2 de agosto de 1978 un centenar de ex legisladores, entre los que se encontraban algunos ex ministros, recibieron con un aplauso el ingreso del presidente de facto a los salones de la confitería "El Molino".

El episodio no es una anécdota más. En la mesa de honor, a la derecha de Videla se ubicó Vicente Mastolorenzo, quien había ocupado una banca en representación de la Unión Cívica Radical en el Congreso disuelto por la Junta de Comandantes. A la izquierda del presidente de facto estaba sentado Mauricio Scatamacchia, quien había sido diputado por el justicialismo. Distribuidos en las mesas había representantes de todos los partidos políticos. Justo enfrente de Videla se ubicó la nutrida representación de ex legisladores radicales, encabezada por el presidente del partido, Ricardo Balbín.

(1) Despacho de la agencia de noticias EFE, procedente de Nueva York.
(2) Diario "La Opinión", 10 de febrero de 1980.
(3) Diario "Clarín", 13 de marzo de 1977.
(4) Diario "Clarín", 17 de abril de 1978.
(5) Diario "La Prensa", Buenos Aires, 28 de febrero de 1980.


Capítulo XXIV. Nido de ratas.

(Diálogo con el ex sargento Víctor Ibañez)

-Usted sugirió que uno de sus compañeros de logística, conocido como "Angel" (1), era una mala persona.
-Es que parecía que gozaba con lo que hacía. Era un sádico. Golpeaba frecuentemente a esa pobre gente, les pegaba sin motivo. Cuando se calentaba mezclaba el guaraní con el castellano; yo no le entendía nada. Mala persona.

-¿Era su jefe?
-Era un compañero más. Cabo del Ejército y celador, como lo era yo. Tendría un poco más de antigüedad, no más que eso.

-¿Usted y él estaban a cargo del mismo pabellón?
-El no estaba en mi pabellón, yo nunca lo dejaba entrar. Tenía a su cargo un pabellón chico, más distante, en la parte del frente, cerca de la entrada. Ahí tenían encerrados a los de máxima peligrosidad. No te olvides que los detenidos estaban clasificados. Yo digo de mayor peligrosidad aunque no sé qué grado de peligrosidad tendrían, si estaban totalmente indefensos. "Angel" tenía un grupo más pesado que el mío. Los golpeaba mucho y sin motivo, para divertirse, a pesar de que ninguno de nosotros podía tocarle un pelo a los detenidos. Lo teníamos prohibido.

-¿Alguna de las detenidas fue violada?
-No, no.

-Un testimonio afirma que varias mujeres fueron violadas durante su cautiverio, incluso algunas de ellas estaban embarazadas.
-Nunca vi algo así. Hay cosas que no puedo contar porque no las vi. Al principio trabajaba 24 horas corridas y con 48 horas de franco. No sé qué pasaba en esas 48 horas.

-Con toda seguridad, "Angel" no fue el único sádico del equipo de logística que usted integraba.
-Supe de un personaje, un sargento joven que no era de mi grupo, al que le decían "Viborita". El inventó un sistema para arrojar los cuerpos desde el avión. Como era paracaidista, se le ocurrió un sistema de correas similares al que usan los paracaidistas. Ese tipo era muy sanguinario. Hoy me encuentro con camaradas y me preguntan por "Viborita".

-¿Por qué le preguntan por él?
-"Viborita" o el "padre Francisco", como se hacía llamar. No sé por qué me preguntan por él. Debe ser porque se hacía notar por su maldad. Y eso que era difícil destacarse. En "El Campito" había mucha gente maligna.

-¿Cómo quiénes?
-Los había de Ejército y también entre los gendarmes, aunque fueron los menos. Un muchacho que fue celador y ahora le está haciendo juicio a su fuerza, me contó las cosas que un gordo, oficial de Inteligencia que ahora debe tener el grado de comandante mayor en Gendarmería, le hacía pasar a su propia gente. Parece que cuando este oficial, cuyo apellido empieza con "Ch", acompañado por otro con un apellido que empieza con "C", cuando estaban de servicio en el campo, antes de entregar la guardia al relevo, hacían desnudar a todo el personal. Y mientras uno les revisaba la ropa y todas sus pertenencias, el otro los obligaba a agacharse abriendo los cachetes del culo para ver si llevaban mensajes ocultos de detenidos para entregar a sus familiares. Esas humillaciones eran comunes. Muchos quedaron psíquicamente tocados y hoy se tienen que hacer atender. Eso hacía el gordo ese. Yo lo vi al tipo, muy prepotente.

-¿Cuál es el nombre de ese oficial?
-Chavez es el apellido, ponelo en el libro. El hizo barbaridades con su propia gente. Yo creo que sus hombres le tenían miedo, porque el gendarme viene del interior, es un hombre duro, pero también de corazón blando. Gente del interior que podía llegar a sentir piedad por los prisioneros. Entonces los controlaba.

-¿Alguna vez vio al ex teniente coronel Seineldín recorriendo el campo?
-No recuerdo haberlo visto.

-Usted mencionó que pasaron muchos militares, algunos como observadores. Y Seineldín prestó servicios en ese Comando.
-Para algunos, ese era un lugar de diversión, como visitar un museo. Iban de curiosos, para informarse, para ver cómo era. Lo tomaban como una materia más, seguramente, dentro de su instrucción militar.

-¿Llegó a ver a Roberto Quieto (2) en el campo?
-No recuerdo.

-Sin embargo, "Falcón" (3), su compañero, dice haberlo visto.
-El que fue mi compañero era otro Falcón, enfermero. Ese que mencionás era carpintero. Nunca tuve un compañero de mi curso en el campo, era el único de mi promoción en el lugar. Ahora, lo que dijo ese otro Falcón es cosa de él. Yo no lo recuerdo.

-¿Cuál era la actitud de los oficiales dentro del campo?
-Eran más fanáticos que los suboficiales, pero con doble juego. Yo presencié interrogatorios a los que eran sometidos los detenidos ya destinados a salir en libertad. Gente que permanecía en el campo uno o dos días, de la que se sabía que eran inocentes totales pero, antes de largarlos, igual eran pasados por la máquina. En esas sesiones escuché a los oficiales que se decían entre ellos: "Dele usted, que sabe hacer doler, mi principal"; "Ahora métale máquina usted, cabo".

-¿Por qué hacían eso?
-Se hacían pasar por suboficiales para que el odio de la gente fuera hacia nosotros, para que los subversivos no diferenciaran el grado en sus atentados, que las balas fueran para todos por igual. Así los detenidos creían y les decían a los demás que eran los cabos y los sargentos quienes se ocupaban de torturar. No era verdad, al contrario. Aunque hubo muchos oficiales que también salieron llorando de esa oficina. Quizás yo soy la voz de muchos que no pueden decir lo que pasó (llora), porque no tienen el valor suficiente o porque están enfermos. Yo quiero ser la voz de aquellos que nunca se animaron a hablar y que hoy son víctimas de enfermedades psiquiátricas a causa de todo esto.

-¿Alguna vez un oficial se opuso a los métodos utilizados en el campo?
-A veces llegaba un doctor para ayudar a una médica detenida que pusieron a cargo del dispensario montado en "El Campito". Era un teniente coronel del Comando de Institutos que después ya no quiso venir más. Incluso se peleó con los jefes porque él decía que debía curar a los prisioneros para que después fueran torturados y eliminados; entonces se enojó con todos y no vino más. Muy buen hombre. Creo que era el jefe de la División Sanidad del Comando de Institutos en el año 1976. El es el que me dio los primeros días de licencia por agotamiento psíquico cuando salí del campo. Estaba tomándome esos días cuando se armó el despelote a causa de "Napoleón", y el coronel Ortiz me obligó a firmar la baja.

-¿Cuál era la actitud de los oficiales jóvenes?
-Muchos estaban de acuerdo, otros no. Creo que ya te hablé del capitán que se enamoró de una detenida que era totalmente inocente. Cuando a ella le tocó el "traslado", el capitán se mandó un cambiazo con otra detenida que iba a salir en libertad, las hizo pasar a una por la otra y así la salvó. Pero después los jefes se avivaron. El me decía: "¡A vos te parece que por prestarle el auto a un amigo al que descubrieron con bibliografía marxista la traigan a ella? No tiene nada que ver, cabo. Acá adentro hay mucha gente que no tiene nada que ver". Esa noche lo relevaron, una noche de frío helado, en pleno invierno. A la mañana siguiente, cuando fui a buscar el mate cocido, me lo encontré en el patio del Comando, adentro del auto con la pistola en la mano. Los vidrios y la carrocería del choche estaban congelados, blancos. El capot, levantado para que le diera el sol. Por tanto frío, el motor no arrancaba. Se quería ir porque estaba seguro de que lo iban a matar.

-¿Cuál era la actitud de los suboficiales en general?
-No sé cuál sería. Cada cual cumplía su misión. Te recuerdo que pactamos que, salvo algunos en particular, yo no iba a hablar de los que en ese momento eran mis compañeros.

-Sólo le pido que me narre algunos comentarios que hacían sobre la situación que se vivía dentro del campo.
-Conversé con muchos, todos más antiguos que yo (4). No te olvidés de que yo era un cabito moderno, tierno, mientras que algunos de ellos ya eran suboficiales principales a punto de terminar la carrera. Estaban de comisión una semana y después se iban, porque los traían dentro de un sistema de rotación. Los únicos fijos éramos los cinco de logística. Ellos vieron, igual vieron lo que pasaba.

-¿Estaban de acuerdo con lo que sucedía en el campo?
-Me acuerdo de que un suboficial principal, del Liceo Militar, uno muy gordo, como Porcel (5), un buen hombre que estaba tranquilo económicamente. Tenía una agencia de remises, pero una agencia como las de antes, con una flota de autos potentes. En esa época estaban los Dodge Polara; él los tenía, era dueño. El gordo no estaba para esas cosas; le hizo mucho daño. "Vea mi principal", le dije el primer día, apenas llegó, y le mostré de lejos el bebedero de caballos donde estaban zambullendo la cabeza de un tipo que después murió. El me dijo, mientras miraba para todos lados: "¿Y si fuera inocente?". Al otro día, cuando vio que llevaban a otro detenido para el lado de los bebederos, se le tiró encima a un capitán y lo agarró del cogote. "¿Qué están haciendo? ¿Y si este hombre no es culpable? Paren. Yo no debería estar acá, esta no es mi misión, yo tengo que estar dando clases en el Liceo". Este principal le daba clases a los cadetes, no sé de qué materia, pero era muy preparado. Así decían. Al segundo día en el campo ya no aguantó más y pidió que lo sacaran. Y así pasó con muchos, muchos. "Esta no es la misión del soldado argentino", decían. Yo pensaba como ellos, aunque no lo podía expresar correctamente, era muy bruto, no tenía las cosas claras. No sabía pararme, no sabía dónde estaba, no sabía nada. Muchos protestaron. Pedían el relevo y no los relevaban. "Por favor, sáquenme de este infierno", les decían a los jefes. Esto también le pasaba a algunos oficiales jóvenes que rechazaban lo que ocurría; otros no, decían que ese era el método. Yo escuchaba, pero no podía decir que ese no era el método, porque corría el riesgo de terminar como los detenidos yo también.

(1) "Angel" es el seudónimo de un suboficial el Ejército destinado a las tareas logísticas del Campo, del que hasta el momento se desconoce su nombre verdadero (Ver Anexo 4)
(2) Roberto Quieto fue uno de los fundadores de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), que se fusionaron con Montoneros en 1973. Fue secuestrado en la localidad de Olivos, en el norte del Gran Buenos Aires, en 1975. Algunas versiones indican que habría sido uno de los primeros prisioneros que llegaron a Campo de Mayo.
(3) Sargento del Ejército, carpintero. (Ver Anexo 4)

(4) En el Ejército los ascensos se otorgan por acumulación de años de servicio prestados a la fuerza, salvo los grados superiores. La antigüedad significa mayor jerarquía, incluso no son pares lo que ostentan la misma jerarquía. Un sargento es el superior de otro sargento nombrado un año después. Entre los promocionados al mismo tiempo, además, aquellos con mayor puntaje son los superiores de los que obtuvieron menor puntaje en la Escuela o en su foja de servicios. No hay pares.
(5) Se refiere al parecido de ese militar con el actor Jorge Porcel.


Capítulo XXV. Bussi y los asesinos.

(Del testimonio del ex sargento Víctor Ibañez)

"Cuando Bussi asumió como segundo al mando del Comando de Institutos Militares, yo todavía estaba en El Campito. Me acuerdo que un par de días antes de que viniera a inspeccionar las instalaciones en las que estaban alojados los prisioneros tuvimos que pintar el frente de los edificios, cortar el pasto, barrer las calles... nosotros a esa tarea le decíamos IBM: Intenso Boludeo Militar.

"Bussi llegó como si fuera Napoleón; a él le gustaba hacerle creer a los demás que era un general duro, que no te dejaba pasar ninguna irregularidad, al que había que rendirle todos los honores. Por lo primero que preguntó fue por el material secuestrado en los operativos, quería saber qué teníamos. Se ve que ya tenía en mente armar el museo de la subversión que hizo construir después.

"Pero salvo ese día, Bussi nunca más pisó El Campito. Me acuerdo que cuando empezó a correr la bola de que él venía de Tucumán, entre nosotros especulábamos que su relación con Riveros iba a durar poco, que se iban a hacer mierda entre ellos. Los dos eran de carácter muy podrido y se creían que eran héroes de la guerra contra la guerrilla.

"Pero yo sé cómo fue esa guerra. Entre las detenidas había madres que estaban en los pabellones junto a sus hijos, algunos grandes, de hasta once años. También pude ver cómo los interrogadores, que estaban divididos en cuatro Grupos de Tareas, cada uno a cargo de un sector o zona, ponían carteles en la puerta de sus oficinas que decían, por ejemplo: Maternidad Sardá o Se reducen sillas de ruedas. Eso es porque a algunos les tocaba estar a cargo de las embarazadas y a otros de los lisiados que llegaban en sillas de ruedas o con muletas. Entre ellos se hacían este tipo de bromas. Aunque parezca mentira, lo que te cuento es la verdad.

Los colchones suficientes

"A las mujeres embarazadas, cuando estaban a punto de parir, las llevaban al Hospital Militar que funcionaba dentro de Campo de Mayo. Después, ninguna de ellas volvió al pabellón. No te puedo decir qué pasó después ni con los bebés ni con las madres. No lo sé.

"Tampoco te puedo decir cuántas fueron las mujeres embarazadas que pasaron por El Campito. Por momentos llegamos a alojar a más de 600 detenidos al mismo tiempo, era imposible saber qué pasaba con cada uno de ellos.

"Los pabellones estaban tan llenos que con otro muchacho, del que me reservo su nombre pero que después de todo esto también quedó loco, empezamos a hinchar las bolas por la falta de colchones. Caía y caía más gente y no había suficientes para todos; tampoco frazadas. Estaban durmiendo de a dos o tres por colchón de una plaza. A algunos los tuvimos que ubicar directamente en el piso, arriba de un trapito y sin ningún abrigo, en pleno invierno. "Tanto insistimos que al final cometimos un error. 'Ya está solucionado el tema de los colchones', nos dijeron un día. '¿Dónde tenemos que ir a buscarlos?', preguntamos nosotros. 'Ustedes no tienen que ir a buscar nada, ahora los vienen a buscar a ellos', nos respondieron. La solución fue eliminar a todos los que para ellos ya sobraban, y nos dejaron a uno por colchón. Después de ese día ya no pedíamos nada más. Así y todo, a los pocos días me mandaron al Colegio Militar a retirar 200 frazadas. '¿Y ahora para qué mierda me sirven si esta gente ya no está?', me pregunté. ¿Acaso esta gente me puede acusar a mí de cometer traición?

Los asesinos por su nombre (1)

"La dirección de El Campito, desde que comenzó a funcionar hasta que fue demolido, siempre estuvo a cargo de un teniente coronel. "Pertenecía al Batallón 601, había sido jefe de Policía Militar de Campo de Mayo; un hijo de puta. Su nombre era Jorge Vosso.

"El hombre era de contextura grandota. tenía una voz muy grave. Siempre andaba calzado con botas de montar. Usaba un antiguop sobretodo marrón terroso que le llegaba hasta los tobillos, casquete verde oliva, una escarapela en el pecho y la fusta en la mano, como sui fuera del arma de caballería, aunque era infante. Decían que usaba botas por prescripción médica porque tenía las piernas ulceradas de tanto chupar. Le decían 'empresario deshonesto' porque todo lo que tenía lo invertía en ginebra. Pero al final le quedó como sobrenombre 'La Parca'.

"Vosso era el verdugo, el responsable de la mayoría de las muertes en El Campito. Un borracho perdido que le tenía pánico a Riveros y que respondía ciegamente a todo lo que él le ordenaba. Una mala persona por vocación, que era la herramienta más justa para los intereses de los jefes.

"Martínez Zuviría por ese tiempo era teniente. Ahora debe ser coronel del arma de Caballería. Una noche, en El Campito, habían empezado a matar a un grupo de prisioneros. Vosso siempre estaba al frente de esos trabajos. Entonces Martínez Zuviría, que estaba entre los oficiales del campo, se le acercó y le dijo: '¿Me permite, mi teniente coronel?' La Parca lo miró y le pasó el arma con un nuevo cargador. Este oficial mató esa noche a doce personas de un tiro en la cabeza. Cuando yo le pregunté por qué lo había hecho si no tenía nada que ver, si no estaba obligado a hacerlo, él me respondió: 'Lo hice por solidaridad con mi superior, eso es todo, cabo'. A Martínez Zuviría se lo conoció en El Campito con el apodo de 'Néstor'. Era un hombre de la alta sociedad, que participaba en competencias de salto y tenía caballos de polo. Creo que la familia tenía varios haras.

"Coronel era el apellido de un mayor de la Escuela de Artillería. Era un carnicero. A él le interesaba más quedarse con los bienes de los detenidos que la importancia que pudieran tener para los interrogadores. Buscaba la guita, la cuenta bancaria, el reloj; lo que fuera.

"Martín Rodríguez (2) era del mismo palo que Coronel. Su nombre de guerra era Toro, y pertenecía a uno de los Grupos de Tareas más temidodos. Después me contaron que terminó procesado por un asunto de robos de autos. El era el que, entre sesión y sesión de tortura, les hacía firmar a los prisioneros que eran capturados con su coche el formulario de transferencia para quedarse legalmente con sus vehículos.

"Raúl Capelli era médico. Ahora es el director del Hospital Militar de Campo de Mayo. En esa época era un tierno, teniente primero. Así y todo, formó parte de los Grupos de Tareas y es el responsable de muchas desapariciones. Me acuerdo que una vez le salvé la vida durante un enfrentamiento, porque él no tenía formación de combate. Era uno de los peores obsecuentes de los jefes. Como era psiquiatra, llegó a atenderme durante algunos años cuando empecé a tener mis crisis mentales debido a todo esto que te cuento. Vos le vés la cara de gordo bonachón que tiene y creés que se trata de un tipo inofensivo. Es por eso que yo ya no me guío más por las apariencias. Creo que Capelli en un par de años ya puede ascender a general.

"Carlos Alberto Ferrario en esa época era capitán. Fue uno de los más obsecuentes asistentes que tenía Bussi en Campo de Mayo para que lo asesorara en temas legales.

La descendencia

"Hay muchos comprometidos con lo que pasó en Campo de Mayo. Entre ellos, gente que hoy sigue en actividad y está al mando de unidades del Ejército. Esto lo sabe muy bien el Jefe de Estado Mayor, Martín Balza. Yo creo que las Madres de Plaza de Mayo no están tan erradas cuando dicen que Balza no es tan inocente. El estaba haciendo un curso en Chile cuando se puso en marxha la Operación Cóndor, en la que los militares de la Argentina, Uruguay y Bolivia se pusieron de acuerdo para combatir la subversión.

"Quiero que quede claro que esto es sólo un pensamiento mío. Que yo no tengo pruebas. Pero me cuesta creer que Balza acepte que lo metan preso a Jorge Rafael Videla mientras él dice que nunca se enteró de lo que pasaba; que no sabe dónd está el cuerpo de Santucho, que no sabe de órdenes escritas, que esté al frente de un generalato cobarde que terminó haciéndole el juego a la subversión."

(1) Víctor Ibañez revela en esta parte de su relato la identidad hasta ahora desconocida de un grupo de jefes militares que participaron en forma directa en el exterminio de miles de personas. En algunos casos no se ha podido determinar el nombre de pila de los involucrados, aunque sí su apellido, el grado que tenían en ese momento y el arma a la que pertenecían. El testimonio fue registrado en el mes de enero de 1999.
(2) Ibañez lo menciona como Rodríguez Martín.


Capítulo XXVI. Solitario y triste final.

(Del testimonio del ex sargento Víctor Ibañez)

Ultimo día en "El Campito"

"Marito había sido montonero, pero se pasó a las filas de los interrogadores. Incluso él mismo se ocupó de torturar a sus ex compañeros. Estaba con su mujer y los dejaban vivir juntos en una pieza para ellos solos, separados de los demás prisioneros.

"Era un buchón de los interrogadores, este Marito, les contaba si habíamos tomado vino, a qué hora nos acostábamos, si alguien había tenido un 'romance' con alguna de las detenidas. Ese día, cuando me echaron del campo, la cosa empezó por una buchoneada de Marito, que ya ni me acuerdo.

"Hacía unos pocos meses que yo había dejado de ser 'perro', como les dicen a los cabos en el Ejército. Ya tenía las jinetas de cabo primero. Pero las recibí sin alegría. Andaba todo el tiempo nervioso, quería irme, salir de ahí.

"La cosa es yo entré ese día a la oficina de los interrogadores y Marito, que la estaba limpiando, me prepeó como si fuera un jefe; él, que era un prisionero, andaba queriendo tener las facultades de un interrogador. Me calenté y lo saqué cagando, carrera march, como en la colimba. Lo recagué a pedos y le dí flor de baile. Pero apenas llegaron los interrogadores su nene mimado les fue a contar todas las novedades del campo en su ausencia y, por supuesto, el altercado que había tenido conmigo.

"Ahí nomás, el 'Gordo Dos' (1) me fue a buscar al comedor, en el edificio principal, y se me vino al humo como para pelearme. Era un tipo gordo, grandote. Yo me dije: 'Este me mata'. Entonces agarré una silla y se la partí en el lomo. Una de esas sillas fuertes, duras. Fue mi último día en el campo. Me mandaron de regreso a mi antigua compañía en el Comando de Institutos Militares, pero como encargado del detall y furier. Nunca más pude volver a las caballerizas. Guarnaccia ya se había ido de pase y se había llevado los caballos con él.

"Había otro jefe, una clase de soldados nueva; no conocía a nadie. Pero muchos de ellos sabían dónde yo había estado y me querían tener medio cagando, como para demostrarme que eran más bravos. Pero creo que me tenían miedo. Yo venía más civil y rebelde, ya no era la misma persona; todo me quedaba chico.

El final

"Pocos meses después me dieron de baja en el Ejército por culpa de un gendarme que se quedó con un auto trucho.

"Cuando se armó el despelote, a mediados del 78, yo ya no estaba en 'El Campito'. Como te conté, estaba de regreso en mi vieja compañía. Pero la historia comenzó en el campo.

A 'El Campito' llegaban muchos autos; la patota traía a los detenidos y también al coche en el que viajaban en el momento de ser 'chupados'. Capaz que te lo dejaban al tipo muerto adentro del coche. Ellos se ocupaban de traerlos y se iban. Los autos, digamos 'secuestrados', se iban amontonando por ahí. Si eran viejos los usaban para jugar al tiro al blanco, para desarmarlos si estaban en buen estado, o como autos particulares si eran modernos y no tenían agujeros de bala.

"Este gendarme, Pablo Carballo, sargento primero, de dijo a una revista que yo era el encargado de automotores, cuando era simplemente el encargado de la comida, del racionamiento de los detenidos. Lo que pasó es que como los jefes me llevaban en las salidas para 'hacer' autos, que los de la patota usaban después para los operativos o como autos particulares, autos 'truchos' como se dice ahora, se creyó que yo era medio capo de los coches.

"A 'Napoléon' lo conocí en el campo. Supongo que le decían así por los antecedentes psiquiátricos que ya tenía antes de llegar, aunque ahí se le agravaron. Buena persona, un ser humano excepcional ese tipo.

"Una madrugada en la que yo estaba de turno, llegó hasta el campo una patota que traía uno o dos detenidos, no recuerdo bien. Junto con ellos también trajeron el auto en el que viajaban los tipos cuando los 'chupan'. Era un Fiat 125; un auto lindo, como si hoy te dijera un Ford Escort. "

'Napoléon' veía que todos se quedaban con algún auto, menos él. Tomó el ejemplo de sus jefes: todos tenían auto, hasta yo tenía un auto 'trucho', porque después de aquella operación frustrada, cuando a Pantera y a mí nos metieron en cana (2), hice lo del viejo Vizcacha: en vez de escarmentar, perfeccioné el sistema.

"Esa misma madrugada, 'Napoléon' se me acercó y me dijo: 'Me quedo con este auto, Petete. ¿Total este auto a quién le importa?' Creo que le dije algo así como 'Qué sé yo, llevátelo'. Y el vago se lo llevó. Lo pintó, lo arregló, le quedó un chiche. 'Eso sí: a mí no me metás en nada, por favor, le dije. Vos sos sargento primero, yo cabo', me acuerdo bien que le aclaré eso. Insistí: 'Tené cuidado, no vas a decir que yo te lo dí, no me metas en líos', le avisé. 'No, quedate tranquilo', me aseguró él.

Preso otra vez

" 'Napoleón' era medio pícaro y borrachín. A veces salía con los otros gendarmes a hacer control de rutas por su cuenta, para hacerse de unos pesos coimeando a la gente.

Un día que pasé por la puerta de la Escuela Lemos, en la ruta 202, se me ocurrió mirar por si había alguien conocido en la guardia y vi un auto igualito al de 'Napoléon'. Estaba todo fajado. Me pregunté si no sería el de él. Bueno, afirmativo, ese era su auto.

"A él ya lo tenían en el calabozo, ahí en la propia Lemos. Resulta que lo había parado la policía por una infracción, o algo así. 'Napoleón' nunca aprendió a manejar, siempre chocaba. Después de pararlo, los policías le pidieron lo de siempre. Registro: nada. Documentos del auto: nada. Estado: borracho. Marche preso. A mí me fueron a buscar con el juez al otro día y también fue preso.

" 'Napoléon' declaró que yo le había entregado el vehículo. En el careo delante del juez, el coronel Ortiz, él dijo que yo se lo había dado, y yo que no, que no tenía nada que ver. 'Quedate tranquilo', me había dicho. Me pasé tres o cuatro meses en el calabozo.

"En mi defensa le dije al juez que yo era un miserable cabo. En todo caso, para pedir el auto se tendría que haber dirigido al que era mi jefe, y no a mí. Es como si yo le dijera: 'Me llevo el auto que está abajo'. 'Llevalo, si no es mío, qué me importa', me diría usted. No hubo caso. Era un juez militar, y de dónde había salido el auto a él no le importaba, ni a quién le había pertenecido antes. No hicieron un juicio por un auto robado a un secuestrado. Me fueron a buscar a mi casa en una camioneta pese a que estaba de licencia por agotamiento psíquico como si ellos o fueran también unos delincuentes.

Detrás de esto estaba la mano del general Riveros; él pasó mi sumario para que me serrucharan. Me volví loco, lo puteé al juez, que como te dije era un coronel de apellido Ortiz, compinche de Riveros. Resultado: autos de prisión preventiva por participación criminal, eso se dictaminaba en el sumario. En el Ejército hay un dicho que dice que el hilo se corta por lo más delgado y yo en ese momento era lo más delgado; y 'Napoléon' igual en la Gendarmería.

"Por esto yo estuve detenido en la sala de disciplina. Me tenían con centinela a la vista. 'Napoleón' estaba enfrente, en el cuartel de los gendarmes, en las mismas condiciones que yo. Podía haber pedido la baja, pero no quería irme del Ejército, porque pese a todo yo seguía teniendo fe en él.

"Me encerraron en el sector de los soldados desertores, después de venir de allá, del campo. Soldados desertores que sabés qué mal la pasaban en esa época, los pobrecitos. Cuarenta y cinco días, cincuenta, hasta tres meses estaban metidos en un calabozo por una deserción simple. Yo estuve noventa días en la sala de disciplina, que no era un calabozo.

"El día pasaba según quién te tocara en suerte tener de centinela. Si era un tipo bueno, tomábamos mate con él, charlábamos, contábamos chistes. Vos dependés del estado de ánimo de tu carcelero.

"Ahí me empecé a embolar, tenía mucho tiempo para pensar. Perdí a mi novia, mi vieja sufrió mucho. Pensaba si no irían a aprovechar las circunstancias para eliminar a los testigos que podían llegar a contar lo que había pasado en El Campito. Nunca me separé de la pistola, no la entregué, estaba dispuesto a usarla porque no sabía si no vendrían a buscarme a las dos de la mañana, a las tres para llevarme a mí también; eran días muy jodidos. Un infierno. Era jodido adentro, afuera, en el tren, en la calle.

"No sabías quiénes eran más peligrosos: si tus compañeros o los subversivos. '¿Dónde me metí yo, Señor?', me preguntaba. Es por eso que, como te decía, nunca me separé de la pistola mientras estuve preso, ni de los tres cargadores; nunca. Después un vago me alcanzó dos granadas que no descubrieron, y mirá que me revisaban la pieza, ¿eh? ; todos los días venía el jefe de turno y daba vuelta la habitación, la revisaba de punta a punta. Menos el entretecho donde tenía escondidas las granadas junto con la pistola y los cargadores. Cuando se iban los tipos agarraba el arma, las granadas y dormía con todo eso en las manos. Estaba decidido a jugarme.

"Un día en el que a estaba harto de que me tuvieran preso amenacé con fugarme. A las cuatro de la mañana sentí golpes. Me estaban poniendo rejas en todas las ventanas, rejas que todavía están. Más de una vez pensé, cuando lo veía pasar a Riveros, en hacer un manojo con las granadas y tirárselas al paso. Te lo juro, quería escaparme a sangre y fuego, pero después me acodaba de mi vieja. Hasta que llegó un teniente coronel de la compañía y con la complicidad de otros -sin que lo supiera Riveros, que todavía estaba al mando- me largaron.

"Riveros ya se había olvidado de mí. Tenía cosas más importantes en qué pensar, como en la guita que tenía escondida la guerrilla y que se pusieron a buscar como locos. ¿Qué comunistas? Mirá qué intereses tenía el tipo. Yo creo que hasta se le cruzó hacerme bolsa, pero le faltó tiempo para dar la orden, no se acordó. Ahí estuvo la mano de Dios.

"Algún día, algún día Napoléon..."

" 'Napoléon' sufrió mucho. El tenía el grado de suboficial superior, que es una jerarquía alta. Estuvo preso, sufrió mucho, mi vieja sufrió mucho, su familia sufrió mucho. El adelgazó, era un hombre gordo, grandote. El decía que lo querían matar. 'No te persigás', le decía yo. Dentro de todo siempre fui valiente, venía sufriendo desde chico, enfrentando siempre este tipo de cosas, ya estaba fogueado. Como que mi cuerpo ya era de amianto.

"El, 'Napoléon', creía que lo iban a matar. Que durante la noche le iban a meter adentro de la pieza una manguera conectada a una garrafa. Que a mí también me querían matar. Yo lo consolaba, aunque lo tendría que haber hecho bolsa porque no se la bancó como un hombre, me traicionó; pero nunca tuve en cuenta eso. Le decía: 'Napoleón, alguna vez vamos a tener la oportunidad de contarlo, para que el pueblo sepa cómo pasaron todas estas cosas, las injusticias que se cometieron acá adentro', y él me contestaba que nunca íbamos a poder hacerlo, porque antes nos iban a eliminar.

" 'No nos van a matar, Dios va a hacer que vivamos'. Yo ya tenía mi Biblia. Y hoy, 'Napoléon', que es de apellido Carballo, salió a avalar todo lo que yo conté en la nota que me hiciste para el diario La Prensa. A lo mejor quiere hacerme un daño o quiere zafar, o quiere hacerle un juicio a Gendarmería y me quiere de testigo, no sé. A él lo abandonaron como a mí, a él también lo echaron.

"El tipo era maestro titulado de música, un eximio. Tocaba la trompeta, daba clases particulares. Hasta había hecho los trámites para entrar en la orquesta estable del Colón, y pasado las pruebas que ahí son difíciles. Me acuerdo de una vez que lo dejaron tocar un solo de trompeta de dos o tres minutos por la televisión, de lo bien que tocaba; y yo sé que los minutos de televisión son bien caros. Además de músico militar también tenía su banda. Eso son cosas que contaba él.

"Todo esto que vivió en el campo lo arruinó, lo postró. Por lo que escuché, él se atiende con un psiquiatra desde hace diez años, desde la misma fecha que yo. Pero yo sabía que 'Napoléon' iba a hablar, tenía que saltar si le quedaba un poco de dignidad y valentía. El también fue una víctima.

"No es que lo diga ahora. En ese momento ya lo pensaba tal cual te lo digo: 'Algún día voy a contar todo esto'. Le escribía a mi novia y después rompía las cartas, no las llegaba a mandar. No era el momento. No sabía con quién hablar, estaba impotente y enfermo.

Leía mi Biblia y decía: 'Dios tiene que existir'. Dios no es como me lo mostraron las monjas, Dios tiene que ser un espíritu bueno. Yo conversaba mucho conmigo mismo o con algún soldado. Había un cabo primero, que hoy es principal, con el que me entendía mucho. El tipo sabía escuchar, sabía filosofar, era muy preparado. Tenía otros estudios, yo era un nabo. Estaba con bronca, no entendía nada, era muy joven.

"A 'Napoléon' lo rajaron al poco tiempo. Firmó la baja. Yo no. La firmé después. El coronel Ortiz vino a verme un montón de veces presionándome para que lo hiciera. Este amigo, el cabo primero, me dijo que lo mejor era que la firmara. 'Total después te reincorporás'. Fue lo que hice. En la resolución me pusieron: 'Por pérdida de vocación'. Ese fue el fundamento.

"Al año me avisaron que al coronel Ortiz le había dado el pase al Ministerio de Bienestar Social, y que en su lugar venía un teniente coronel de apellido Villalba. Un tipo buenísimo, al que habían rajado durante la Revolución Libertadora. Yo ya había firmado la baja y pedí verlo. Me recibió lo más bien y me dijo que todo esto había sido una calentura del coronel Ortiz, al que Riveros le daba los sumarios más jodidos para sacarse en encima a la gente que no ya quería. Y que en el legajo no figuraba nada en mi contra.

"Los tipos me hicieron comer tres meses en el calabozo por nada, me dejaron fuera del Ejército por nada. Así me pagaron. "

(1) Se refiere a un agente del Batallón 601, al que distintas fuentes citan como César Ernesto Segal (Ver Anexo 4)
(2) Ver Capítulo 19: "Fuera de control".


Epílogo. Celebración en el Campo Santo.

(Del testimonio del ex sargento Víctor Ibañez)

"A principios de 1980, cuando ya me habían trasladado de ese lugar, llegó la orden de cerrar El Campito. El general Bussi dispuso de inmediato eliminar a los 200 prisioneros perejiles (1) que todavía estaban alojados en pabellones, a los que se tenía pensado dejar con vida, en libertad.

"Una vez desalojado el perdio, despuéas del último vuelo, Bussi envió una compañía de ingenieros que se encargó de demoler las instalaciones. Llevaron topadoras, grúas, piquetes de soldados y camiones que no dejaron ni un solo escombro, ni la menor señal de lo que había sucedido sobre ese terreno.

"Después me contaron que en ese mismo lugar se organizó la fiesta de despedida de los soldados conscriptos que se iban de baja ese año. Hubo empanadas, choriceada y jarras de vino. Armaron un escenario sobre la tierra recién removida que tenía como fondo un gran cartel en el que se leía: La misión será cumplida. Llevaron a guitarreros y grupos folclóricos, a orquestas con cantores que por ese entonces solían estar siempre en el programa Grandes Valores del Tango, que se daba por Canal 9. Los llevaron a todos hasta ese páramo aislado, sin que ellos supieran que eran parte de una ceremonia triunfal, campo santo que tenían bajos su pies."

(1) Se denominaban como "perejiles" a aquellos cuya participación en las organizaciones revolucionarias había sido irrevelante, y a aquellos cuya vinculación con la guerrilla no había sido comprobada por los interrogadores después de haberlos sometido a prolongadas sesiones de tortura.


Anexo N° 1.

Autoridades del proceso de Reorganización Nacional.

El siguiente es un listado de los militares y civiles que ocuparon cargos públicos en el denominado Proceso de Reorganización Nacional después del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976. Se consignan los nombres, cargos y fechas de asunción de funciones durante el año 1976, así como los cambios de autoridades que tuvieron lugar en 1977.

Junta Militar
-Comandante en Jefe del Ejército: Teniente General Jorge Rafael Videla
-Comandante en Jefe de la Armada: Almirante Emilio Eduardo Massera
-Comandante en Jefe de la Fuerza Aérea: Brigadier Orlando Ramón Agosti

1976
Presidente de la Nación: Teniente General Jorge Rafael Videla

Gabinete de ministros
Interior: Gral. de Brigada Albano Harguindeguy
Defensa: Brigadier Mayor (RE) José M. Klik
Relaciones Exteriores y Culto: Contralmirante César A. Guzzetti
Economía: Dr. José A. Martínez de Hoz
Justicia: Brigadier auditor Julio A. Gómez
Cultura y Educación: Profesor Ricardo P. Bruera
Trabajo: Gral de Brigada Horacio Tomás Liendo
Planeamiento: Gral de Brigada Ramón Genaro Díaz Bessone (desde el 25 de octubre de 1976 hasta el 30 de diciembre de 1977)
Bienestar social: Contralmirante Julio J. Bardi

A partir del 23 de abril de 1976, se crearon las siguientes secretarías dependientes de ese Ministerio:
-Promoción y Asistencia social: Comodoro (RE) Ramón Gatuis
-Seguridad Social: Dr. Santiago de Estrada
-Secretaría del Menor y la Familia: Dr. Florencio M. Varela
Secretario Gral. de la Presidencia: Gral. Alberto Villarreal
Secretaría de Prensa y Difusión (luego Secretaría de Información Pública): Capitán de Navío Carlos Carpintero
De esa secretaría dependían:
-Subsecretaría de Planeamiento: Coronel Joge M. Villafañe
-Subsecretaría de Enlace: Comodoro (RE) Ramón Kelly
-Subsecretaría Operativa: Capitán de Navío Carlos Busser
Secretaría de Estado de Hacienda: Juan Alemann
Secretaría de Comercio: Guillermo Bravo
Secretaría de Programación y Coordinación económica: Guillermo W. Klein
Secretaría de Estado de Minería: Fernando V. Puca Prota
Secretaría de Estado de Intereses Marítimos: Capitán de Navío Carlos Noé Alberto Guevara
Administración General de Telecomunicaciones: Alberto V. Nieto
Procurador General de la Nación: Elías Guastavino
Intendente de la ciudad de Buenos Aires: Brigadier (RE) Osvaldo A. Cacciatore

Jefe del Estado Mayor del Ejército:
Gral. Roberto Viola

Jefes de la Policía Federal Argentina
-31 de marzo de 1976: Cesáreo Angel Cardozo
-23 de junio de 1976: Gral. de Brigada Arturo A. Corbetta
-6 de julio de 1976: Gral. de Brigada Edmundo R. Ojeda

Miembros de la Corte Suprema
(desde el 1° de abril de 1976)
Horacio Heredia Adolfo Gabrielli
Abelardo F. Rossi
Federico Videla Escalada
Alejandro R. Caride (Renunciará el 8 de septiembre de 1977. Lo reemplazará Emilio Miguel Daireaux en ese mismo mes)

Interventor en la Confederación General del Trabajo (CGT):
Coronel Juan Alberto Pita

Embajador argentino en Washington:
Rafael M. Vázquez

Interventores militares en las provincias
-Desde el 7de abril de 1976: Buenos Aires: Gral. (RE) Ibérico Saint Jean
Santiago del Estero: Gral. (RE) César F. Ochoa
Córdoba: Gral. (RE) Carlos B. Chasseing
Mendoza: Brigadier (RE) Jorge Sixto Fernández

-Desde el 12 de abril de 1976:
Neuquén: Gral. José A. Martínez Waldner
Corrientes: Gral. Luis Carlos Gómez Centurión

-Desde el 13 de abril de 1976:
Entre Ríos: Brigadier Rubén Di Bello
San Luis: Brigadier Cándido Martín Capitán
La Rioja: Comodoro Roberto L. Nanziot
La Pampa: Gral. Carlos Aguirre
Río Negro: Contralmirante Aldo Luis Bachmann

-Desde el 14 de abril de 1976:
Santa Fe: Vicealmirante (RE) Jorge Aníbal Desimone
Misiones: Capitán de Navío (RE) René Gabriel José Buteler

-Desde el 19 de abril de 1976:
Chubut: Coronel (RE) Julio C. Etchegoyen
Santa Cruz: Comodoro (RE) Ulderico Antonio Carnaghi
Chaco: Gral. (RE) Antonio Serrano
Formosa: Coronel (RE) Juan C. Colombo
Salta: Capitán de Navío (RE) Héctor Damián Gadea
Tucumán: General Antonio Domingo Bussi
Jujuy: General de Brigada (RE) Fernando Urdapilleta
San Juan: Capitán de Navío (RE) Alberto V. Lombardi
Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur: Capitán de Navío Luis Jorge Arigotti

-Desde el 27 de abril de 1976:
Catamarca: Coronel Jorge Carlucci

Integrantes de la Comisión de Acción Legislativa (CAL)
(desde el 14 de abril de 1976)

Presidente:
Contralmirante Vañek

Area 1:
Capitán de navío Edgardo N. Acuña
Comodoro Roberto Marconi
Coronel Jorge Harguindeguy

Area 2:
Capitán de navío Leopoldo Suárez del Cerro
Comodoro Carlos Roberto Cavandoli
Coronel Jorge Pozzo

Secretario General: Capitán de Fragata Emilio Nigoal
Coordinación: Coronel José María Tisi Baña

1977
Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto: Vicealmirante Oscar A. Montes (desde el 23 de mayo).
Ministerio de Cultura y Educación: Juan José Catalán (desde el 14 de junio).
Secretaría de Comercio: Alejandro Estrada (desde el 19 de abril).
Secretaría de Agricultura y Ganadería: Mario Cárdenas Madariaga (desde abril)
Secretaría de Cultura: Raúl A. Casal (desde el 23 de junio).
Secretaría de Energía: Daniel Brunella (desde el 1 de julio).
Jefe de la Policía Federal: Coronel Ramón Camps (desde abril de 1977).

Interventores en las provincias
Misiones: Capitán de Navío (RE) Rodolfo Ramón Poletti (desde el 3 de marzo)
La Rioja: Comodoro (RE) Francisco Llerena (desde el 5 de abril)
Salta: Capitán de Navío (RE) Roberto Ulloa (desde el 11 de abril)
Tucumán: Gral de Brigada (RE) Lino D. Montiel Forzano (desde el 23 de noviembre).


Anexo N° 2.

Estructura de la represión.

Entre el 24 de marzo de 1976 y mediados de junio de 1982, el país se dividió en cinco comandos de zona. Cada uno, además, comprendía subzonas.

Comando de Zona 1:
a cargo del I Cuerpo de Ejército, con asiento en el barrio porteño de Palermo, con jurisdicción sobre la casi totalidad de las provincias de Buenos Aires y La Pampa y la ciudad de Buenos Aires.

Comando de Zona 2:
a cargo del II Cuerpo de Ejército, con asiento en Rosario y jurisdicción sobre las provincias de Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes, Chaco, Formosa y Misiones.

Comando de Zona 3:
a cargo del III Cuerpo de Ejército, con asiento en la ciudad de Córdoba y jurisdicción sobre las provincias de Córdoba, San Luis, Mendoza, San Juan, La Rioja, Catamarca, Santiago del Estero, Tucumán, Salta y Jujuy.

Comando de Zona 4:
a cargo del Comando de Institutos Militares, con asiento en Campo de Mayo y jurisdicción sobre los partidos bonaerenses de Escobar, General Sarmiento, General San Martín, Pilar, San Fernando, Tigre, Tres de Febrero y Vicente López. No comprendía subzonas, sino que se desdoblaba en Jefaturas de Area, a cargo de cada uno de los Institutos que lo integraban.

Comando de Zona 5:
a cargo del V Cuerpo de Ejército, con asiento en Bahía Blanca y jurisdicción sobre el sector sur de la provincia de Buenos Aires y las provincias de Río Negro, Neuquén, Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego.

Zona 4:

Comando de Institutos Militares

El Comando de Institutos Militares tuvo como comandantes a los siguientes generales:

-Gral. de División Santiago Omar Riveros, desde septiembre de 1975
-Gral. de División José Montes, desde febrero de 1979
-Gral. de División Cristino Nicolaides, desde diciembre de 1979
-Gral. de Brigada Reynaldo Benito Antonio Bignone, desde diciembre de 1980 A cargo de la subcomandancia se encontraron:
-Gral de Brigada Carlos Alberto Dalla Tea, desde septiembre de 1975
-Gral. de Brigada Fernando Humberto Santiago, desde enero de 1976
-Gral. de Brigada Reynaldo Benito Antonio Bignone, desde diciembre de 1976
-Gral. de Brigada Antonio Domingo Bussi (1), desde diciembre de 1977
-Gral. de Brigada Edmundo René Ojeda, desde enero de 1979
-Gral. de Brigada Reynaldo Benito Antonio Bignone, desde septiembre de 1980

Organos de Inteligencia de la Zona 4

Jefe de Inteligencia: Coronel Fernando Ezequiel Verplaetsen, desde enero de 1976

Escuela de Inteligencia, sus directores fueron:

-Coronel Néstor Ricardo Nellar, desde agosto de 1975
-Coronel Oscar Inocencio Bolasini, desde noviembre de 1976
-Coronel Jorge Otto Koch, desde octubre de 1979

Destacamento de Inteligencia 201, sus jefes fueron:

-Teniente Coronel Nedo Otto Cardarelli, desde septiembre de 1977
-Teniente Coronel Jorge Norberto Apa, desde septiembre de 1980

Sección del Destacamento de Inteligencia 201, de Zárate A cargo de Rodolfo Artemio Dellatorre, desde septiembre de 1980

El Comando de Zona 4 se subdividía en ocho Jefaturas de Area. Sus jurisdicciones y autoridades fueron:

Area 410:
ESCUELA DE INGENIEROS Jurisdicción: Partidos de Escobar y Tigre Directores:
-Coronel Juan Carlos Camblor, desde octubre de 1974
-Coronel Eduardo Alfredo Espósito, desde noviembre de 1976
-Coronel Ricardo Jorge Jaureguiberry, desde enero de 1979
-Coronel Carlos Bernabé Font, desde octubre de 1979
-Coronel Vicente Rogelio Belli, desde septiembre de 1980

AREA 420:
ESCUELA DE COMUNICACIONES Jurisdicción: Partido de San Isidro Directores:
-Coronel Eduardo Oscar Corrado, desde octubre de 1974
-Coronel Luis Sadi Pepa, desde junio de 1976
-Coronel Héctor Norberto Iglesias, desde octubre de 1977
-Coronel Juan Carlos Amiano, desde octubre de 1979
-Coronel Jorge Enrique Mansueto Swendsen, desde septiembre de 1980

AREA 430:
ESCUELA DE CABALLERIA Jurisdicción: Partido de San Martín Directores:
-Coronel Rodolfo Emilio Feroglio, desde octubre de 1974
-Coronel Ovidio Pablo Ricchieri, desde noviembre de 1976
-Coronel José María Tisi Baña, desde noviembre de 1977
-Coronel Enrique Pausanías Michelini, desde octubre de 1979
-Coronel Ignacio Aníbal Verdura, desde septiembre de 1981

AREA 440:
ESCUELA DE ARTILLERIA Jurisdicción: Partido de San Fernando Directores:
-Coronel Alfredo Alberto Larrosa, desde diciembre de 1975
-Coronel Américo Gerónimo Herrera, desde octubre de 1977
-Coronel José Víctor Gutierrez, desde octubre de 1979
-Coronel José Segundo Dante Caridi, desde septiembre de 1981

AREA 450:
ESCUELA DE INFANTERIA Jurisdicción: Partido de Vicente Lopez Directores:
-Coronel Raúl César Corletti, desde octubre de 1974
-Coronel José Horacio Ruiz, desde noviembre de 1976
-Coronel Lilo Noé Rodríguez, desde noviembre de 1978
-Coronel Federico Antonio Minicucci, desde septiembre de 1980

AREA 460:
ESCUELA DE SUBOFICIALES "SARGENTO CABRAL" Jurisdicción: Partido de Pilar Directores:
-Coronel Norberto Juan Chiapparri, desde febrero de 1976
-Coronel Mario Benjamín Menéndez, desde octubre de 1977
-Coronel José María Villafañe, desde octubre de 1979
-Coronel Enrique Braulio Olea, desde septiembre de 1981

AREA 470:
ESCUELA DE SERVICIOS PARA APOYO DE COMBATE "GENERAL LEMOS" Jurisdicción: Partido de General Sarmiento Directores:
-Coronel Miguel Angel Martelotte, desde diciembre de 1975
-Coronel Eugenio Guañabens Perello, desde diciembre de 1976
-Coronel José Julio Mazzeo, desde octubre de 1977
-Coronel Gerardo Juan Nuñez, desde enero de 1979
-Coronel Alberto Ramón Schollaert, desde octubre de 1979
-Coronel Leopoldo Héctor Flores, desde septiembre de 1981

AREA 480:
COLEGIO MILITAR DE LA NACION Jurisdicción: Partido de Tres de Febrero Directores:
-General Reynaldo Benito Antonio Bignone, desde diciembre de 1975
-General Adán José Alonso, desde enero de 1977
-General Osvaldo Jorge García, desde diciembre de 1977
-General Luis Santiago Martella, desde diciembre de 1978
-General Alberto Carlos Lucena, desde diciembre de 1980
-General Mario Jaime Sánchez, desde diciembre de 1982

Centros Clandestinos de Detención de la Zona 4

Entre marzo de 1976 y 1980, en el Comando de Zona 4 funcionaron no menos de trece centros clandestinos de detención comprobados en forma fehaciente. De ellos, cinco se encontraban en instalaciones del Ejército (cuatro en la propia guarnición de Campo de Mayo); cinco en dependencias policiales y el resto en dependencias de la Marina. Ellos son:

En CAMPO DE MAYO
(desde marzo de 1976 hasta 1980)

"El Campito" o "Los Tordos"
A cargo del teniente coronel Jorge Vosso

"La Casita" o "Las Casitas"
A cargo del coronel Fernando Ezequiel Verplaetsen desde 1975 hasta 1977. Lo reemplazó el coronel Nedo Otto Cardarelli hasta 1980.

Prisión militar de encausados "Campo de Mayo"
A cargo del comandante de Gendarmería Darío Correa.

Hospital Militar de Campo de Mayo
A cargo de Ramón Posse hasta diciembre de 1977.

En el AREA 410
(ESCUELA DE INGENIEROS)
Comisaría de Tigre A cargo del coronel Juan Carlos Camblor durante 1976. Fue reemplazado por el general de Brigada Eduardo Alfredo Espósito.

"El Tolueno" (en la fábrica militar de tolueno sintético)
A cargo del general de División Diego Urricarriet entre enero de 1976 y diciembre de 1979.
Como subdirectores se desempeñaron los generales de Brigada Oscar Bartolomé Gallino (desde febrero hasta abril de 1976) y Joaquín de Las Heras (desde enero de 1977).
Subprefectura de Tigre

En el AREA 430
(ESCUELA DE CABALLERIA)
Comisaría 1° de San Martín, durante 1976 y 1977.

En el AREA 450
(ESCUELA DE INFANTERIA)
Comisaría de Villa Martelli, durante 1976 y 1977
Centro de Operaciones Tácticas o "COTI Martínez", entre 1976 y 1979

En dependencias de la Marina
Comisaría de Zárate
Prefectura de Zárate
Arsenal naval de Zárate

(1) Entre septiembre de 1975 y 1978 se había desempeñado como jefe de la subzona 11 y había pasado por otros centros de detención, como El Banco, el Pozo de Quilmes y Puesto Vasco, entre otros.


Anexo N° 3.

Los represeros de "El Campito".

Este es el listado de todos los que participaron en forma directa del exterminio que acabó con la vida de más de cuatro mil personas en el centro de detención clandestino que funcionó entre 1976 y 1980 en Campo de Mayo. Entre ellos hay integrantes del Ejército, de las fuerzas de seguridad, sacerdotes, médicos y civiles.

La reconstrucción de la nómina de represores que desempeñaron su tarea en "El Campito" no resultó sencilla, dado que muchos de ellos mantenían sus nombres bajo estricto secreto. La investigación de este libro logró establecer la identidad de la mayor parte de los represores de este centro, aunque en algunas oportunidades las fuentes no lograban recordar el nombre de pila de los mismos.

Militares

"El Campito" estaba bajo la responsabilidad directa del teniente coronel Jorge Vosso, alias "Víctor" (*).

Ciro Ahumada, capitán (RE) del Ejército
Alcántara, oficial del Ejército
Alvarado, teniente primero del Ejército
"Angel", suboficial del Ejército,responsable de logística
Arana, coronel del Ejército
Barreiro, mayor del Ejército
Andrés Manuel Beltrán, alias Carlés, oficial del Destacamento 201, Sección Política
Bener, teniente coronel del Ejército
Roberto Casares, teniente coronel del Ejército (*).
Coronel, mayor del Ejército (*).
Francisco Obdulio D'Alessandri, coronel, Dto. 201, ascendido a general en 1985 (*).
Del Río, teniente primero del Ejército
Luis del Valle Arce, teniente coronel del Ejército (*).
Dietrich, capitán de Ejército
"El Corto", oficial del Ejército
Falcón, carpintero, sargento de logística del Ejército (*).
Fernández, suboficial mayor del Ejército (*).
Carlos Alberto Ferrario, en ese entonces mayor, actualmente Coronel de justicia y asesor jurídico de la fuerza en actividad (*).
"Galo", oficial del Ejército, instructor de los perros de guerra
Garay, mayor del Ejército
González, mayor del Ejército.
Alejandro Guglielmi, mayor del Ejército
Raúl Harsich, mayor, intendente de Campo de Mayo (*).
Víctor Ibañez, alias "Petete", cabo primero de logística
Irigoyen, oficial del Ejército
Jaime, oficial del Ejército
Julio, alias "Cacho", oficial del Ejército
Daniel Lencinas, oficial del Ejército
Malacalza, mayor del Ejército (*).
Martínez Zuviría, alias "Néstor", teniente de Caballería, hoy coronel (*).
Martinucci, coronel del Ejército (*).
Modernel, sargento primero del Ejército
Nieto, teniente primero del Ejército (*).
Olivera Rovere, general de brigada del Comando de Institutos Militares
"Pantera", oficial del Ejército
Daniel Alejandro Polano, teniente primero del Ejército
Martín Rodríguez, alias "Toro", capitán de la Escuela Lemos (*).
Enrique Rospide, coronel del Ejército
Roberto Roualdés, coronel, jefe de Sección Política del Batallón 601, responsable de la represión ilegal en la ESMA (*).
Orlando Miguel Ruarte, alias "Arcángel", coronel del Ejército (*).
"Rubio", oficial del Ejército
Mohamed Alí Seineldín, teniente coronel del Ejército
Spanhavero, mayor del Ejército
Ildefonso Marcos Omar Solá, coronel del Ejército
Eduardo Francisco Stigliano, mayor del Ejército
"Tiro Fijo", oficial del Ejército
Trotta, oficial del Ejército
Ernesto Trotz, coronel, subjefe de la Policía de la Provincia de Buenos Aires (*).
Alberto Valín, coronel del Batallón 601
José Eduardo Valladares, coronel retirado, actualmente jefe del Archivo General del Ejército.
"Víctor", coronel del Ejército Villanueva, de la Escuela de Comunicaciones

Interrogadores

Acosta Aquino, alias "Laucha", cabo primero del Ejército
Rubén Osvaldo Bufano, agente de Inteligencia del Batallón 601.
Bunge, subcomisario, alias "Diamante"
Juan Alberto Bustelo
José María Conde, comodoro auditor de las Fuerzas Armadas
Roberto Vicente Campos
Juan Alberto Etchebarne, presidente de la Comisión de Valores durante la dictadura, colaborador del Destacamento 201
Julio Espinosa, asesor de Etchebarne "Ferreyra", oficial de la Policía Federal, delegado del Grupo de Tareas 2 en Campo de Mayo
René Francisco Garris, asesor de la Comisión de Valores
Raúl Gatica, coronel (*).
"Gordo Uno", Superitendencia de Seguridad de la Policía Federal, hijo de un oficial superior del Ejército (*).
Celestino Gunther, alias "El Alemán", Superintendencia de Seguridad de la Policía Federal. También aparece mencionado como "Eklund" y "Block". (*).
María Elida Morales Mi, alias "La Gorda", policía
Juan Carlos Moreno, alias "Moro" o "Lito", integrante del Servicio Penitenciario Federal (*).
Roberto Muñoz, asesor de Etchebarne (*).
Oscar Rodríguez, civil. También aparece citado como Roberto Raúl Rodríguez. (*).
César Ernesto Segal, "Gordo Dos" o "Fito", agente del Batallón 601. (*).
Carlos José Somoza, probablemente policía. (*).
Luis Sorzoli Tarrafo, alias "Starlaf", mayor del Ejército (*).
Valerga, jefe del Grupo de Tareas.

Gendarmería

Besich, oficial, jefe de guardia de "El Campito". (*).
Guillermo Cardozo, alias "Cortez", oficial, jefe de guardia de "El Campito" (*).
Casenave, comandante o segundo comandante (*).
Chávez, comandante o segundo comandante (*).
Jorge Dalioso Homastorfe
Hugo Medina (*).
Mendy, alias "Nelson", alferez 1°, se desempeñó además en otros campos de detención.
Preto o Prieto (*).
"Puma", oficial, uno de los jefes de seguridad de "El Campito" (*).
Víctor Enrique Rey, comandante (*).
Omar Eduardo Torres, alias "Conejo". (*).

Médicos

Di Benedetto, director del Hospital Militar de Campo de Mayo
Raúl Capelli, psiquiatra, actual director del Hospital Militar de Campo de Mayo (*).
Julio César Caserotto, tte. coronel, jefe de Obstetricia y Ginecología del Hospital Militar
Norberto Bianco, militar
Carlos Maggiolo, civil

Otros

Astolfi, sacerdote
Fernández
Roberto Omar Grillo, agente de la policía de la Provincia de Buenos Aires
Raúl Antonio Guglielminetti, alias "Mayor Guastavino", civil, Batallón 601. (*).
Jorge Medina Montenegro, probablemente miembro de la policía de la Provincia de Buenos Aires (*).
Osvaldo Huertas o Hartes, funcionario del Banco Central, colaborador del Dto. 201
Parra Pulvernacher, oficial de la policía de la Provincia de Buenos Aires
Quiroga, civil
Darío Rojas
Rafael Sarmiento, juez federal, colaborador del Ejército Roberto
Carlos Solá, fiscal, colaborador del Destacamento 201
Venavídez
Christian Federico Von Wernich, sacerdote Christian Zimmerman, funcionario del Banco Central, colaborador del Destacamento 201

(*) Reconocidos por el ex sargento Víctor Ibañez en su testimonio


Anexo N° 4.

Personas vistas en "El Campito".

Arrue, Horacio Antonio
Avellaneda, Floreal
Beguan, Emilio Alcides
Beguan, María Dolores de
Carri, Roberto Eugenio Luis
Caruso de Carriana, María
Collarini, Carlos Ernesto
Cristiano, Pablo "Charro"
Delfino, Liliana
Enriquez Espino, Edgardo
Familia Barciocco
Familia Kennedy
Giorgieff, Jorge
Grande, Carlos Armando
Inama, Daniel Alfredo
Lizaso, Miguel Francisco
Menna, Domingo
Nuñez
Oesterheld, Héctor Germán
Pereyra de Avellaneda, Iris Etelvina
Pernas, Graciela Eugenia
Quieto, Roberto
Quintela, Silvia Mónica (embarazada)
Rigoni, Roberto Daniel
Santucho, Roberto Mario
Scarpatti, Juan Carlos
Silva Iribarnegaray, Kleber
Vazquez, Jorge
Viñas, María Adelaida
Waisberg, Ricardo
Waisberg, Valeria Belaustegui Herrera de (embarazada)


Acerca del autor.

Fernando Almirón es periodista.

Se inició en la profesión en 1978 como redactor de la revista Siete Días, en Editorial Abril.

Entre 1982 y 1985 se desempeñó sucesivamente como secretario y jefe de redacción de la revista El Porteño. En 1986, junto a Enrique Symns y Manuel Quiñoy, fundó Ediciones Continente, que editó la revista Cerdos y Peces entre otras publicaciones.

Trabajó en el diario Tiempo Argentino entre 1985 y 1986. Fue director periodístico de varias publicaciones, entre ellas La Gaceta Porteña, Liberarte revista y Como Yo. Sus colaboraciones fueron publicadas por el diario La Razón y las revistas El Periodista, Uno Mismo, Primera Plana y El Nuevo Porteño, entre otras. En 1994 y 1995 estuvo a cargo de las notas de investigación periodística del diario La Prensa. Realizó tres trabajos documentales cinematográficos: Artesanas de Sierra Colorada (1981), filmado en la línea sur de la provincia de Río Negro; La Puerta Abierta (1982), mediometraje rodado en el interior del Hospital Neuropsiquiátrico de Carmen de Patagones; y Los Tabicados (1983), mediometraje sobre la violación de los derechos humanos en la Argentina entre 1976 y 1983.

Trabajó en comunicación publicitaria y fue asesor en estrategias comunicacionales para distintos organismos y empresas.

Es docente e investigador.

Coordina talleres de periodismo desde 1984 y dictó seminarios y conferencias en varias universidades y centros de estudio del país.

Actualmente se desempeña como redactor de la sección Política del diario Página/12.

Tiene en preparación dos nuevos libros: una investigación sobre la Iglesia del Tercer mundo y otro referido a los funcionarios del gobierno menemista. Nació en Buenos Aires el 28 de octubre de 1954.

Campo santo fue publicado por primera vez en 1999.


     Todos los libros están en Librería Santa Fe