DICCIONARIO DE PSICOANÁLISIS - N-O -
Naesgaard Sigurd (1885-1956). Psicoanalista danés Naesgaard Sigurd (1885-1956). Psicoanalista danés Naesgaard Sigurd (1885-1956) Psicoanalista danés fuente(1) Formado como filósofo, Sigurd Naesgaard se interesó por las ideas freudianas después de la Primera Guerra Mundial. En este sentido fue pionero en su país, donde el psicoanálisis tuvo muy pocos representantes. En 1922 presentó su tesis de doctorado sobre 1a estructura de la conciencia", y después comenzó a practicar el psicoanálisis sin haber recibido la menor formación específica. Generoso y apasionado del freudismo, era de algún modo partidario del psicoanálisis salvaje, y no vacilaba en asumir riesgos importantes, sobre todo con pacientes psicóticos. En agosto de 1931, junto con Alfhild Tamm, Harald Schjelderup e Yrjó Kulovesi, participó en la famosa reunión de psicoanalistas escandinavos que llevaría a la creación de dos sociedades, una de las cuales agrupaba a Suecia y Finlandia, y la otra a Dinamarca y Noruega. En 1933 publicó una obra sobre el psicoanálisis en dos volúmenes, que envió a Sigmund Freud. Ese mismo año se acercó a Wilhelm Reich, cuando éste estuvo en Copenhague entre mayo y noviembre. Reich le propuso analizarlo, pero Naesgaard se negó, porque no sentía necesidad de hacerlo. Le envió a Reich un paciente que se dio muerte después de algunas semanas de cura. Ese suicidio, considerado escandaloso, precipitó la salida de Reich, ya tratado de "pornógrafo" por la prensa danesa. El 10 de noviembre el psicoanalista Erik Carsten se dirigió a Freud asumiendo la defensa de Reich, subrayando que Naesgaard estaba loco y que su actividad le provocaba un perjuicio considerable al psicoanálisis. Le pedía además al maestro de Viena, que asumiera una posición clara sobre la obligación del análisis didáctico para los psicoanalistas. Freud no respondió, contentándose con confirmar que Reich era por cierto un psicoanalista, a pesar de su "ideología política". Lo mismo que muchos otros pioneros de su generación, Naesgaard se apartó del freudismo clásico, y organizó formaciones de terapeutas "salvajes", alentando por ejemplo a algunos de sus pacientes a practicar el psicoanálisis. Creó a tal efecto una asociacion, la Psychoanalytisk Sarnfund, donde él mismo transmitía su enseñanza y trataba de presentar a oradores extranjeros. Redactó además una treintena de libros sobre educación, psicología y filosofía.
Narcisismo Al.: Narzissmus. Fr.: narcissisme. Ing.: narcissism. It.: narcisismo. Por.: narcisismo. fuente(2) En alusión al mito de Narciso, amor a la imagen de sí mismo. 1. La noción de narcisismo(3) aparece por vez primera en Freud en 1910, para explicar la elección de objeto en los homosexuales; éstos «[...] se toman a sí mismos como objeto sexual; parten del narcisismo y buscan jóvenes que se les parezcan para poder amarlos como su madre los amó a ellos». El descubrimiento del narcisismo condujo a Freud a establecer (en el Caso Schreber, 1911) la existencia de una fase de la evolución sexual intermedia entre el autoerotismo y el amor objetal. «El sujeto comienza tomándose a sí mismo, a su propio cuerpo, como objeto de amor», lo que permite una primera unificación de las pulsiones sexuales. Estos mismos puntos de vista se expresan en Tótem y tabú (Totem und Tabu, 1913). 2. Vemos, pues, que Freud ya utilizaba el concepto de narcisismo antes de «introducirlo» mediante un estudio especial (Introducción al narcisismo [Zur Einführung des Narzissmus, 1914]). Pero, en este trabajo, introduce el concepto en el conjunto de la teoría psicoanalítica, considerando especialmente las catexis libidinales. En efecto, la psicosis («neurosis narcisista») pone en evidencia la posibilidad de la libido de recargar el yo retirando la catexis del objeto; esto implica que «[...] fundamentalmente, la catexis del yo persiste y se comporta, respecto a las catexis de objeto, como el cuerpo de un animal unicelular respecto a los seudópodos que emite». Aludiendo a una especie de principio de conservación de la energía libidinal, Freud establece la existencia de un equilibrio entre la «libido del yo» (catectizada en el yo) y la «libido de objeto»: «cuanto más aumenta una, más se empobrece la otra». «El yo debe considerarse como un gran reservorio de libido de donde ésta es enviada hacia los objetos, y que se halla siempre dispuesto a absorber la libido que retorna a partir de los objetos». Dentro de una concepción energética que reconoce la permanencia de una catexis libidinal del yo, nos vemos conducidos a una definición estructural del narcisismo: éste ya no aparece como una fase evolutiva, sino como un estancamiento de la libido, que ninguna catexis de objeto permite sobrepasar completamente. 3. Este proceso de retiro de la catexis del objeto y retorno sobre el sujeto había sido ya destacado por K. Abraham en 1908 basándose en el ejemplo de la demencia precoz: «La característica psicosexual de la demencia precoz es el retorno del paciente al autoerotismo [...]. El enfermo mental transfiere sobre sí, como único objeto sexual, la totalidad de la libido que la persona normal orienta sobre todos los objetos animados o inanimados de su ambiente». Freud hizo suyas estas concepciones de Abraham: « [...] ellas se han mantenido en el psicoanálisis y se han convertido en la base de nuestra actitud hacia las psicosis». Pero añadió la idea (que permite diferenciar el narcisismo del autoerotismo) de que el yo no existe desde un principio como unidad y que exige, para constituirse, «una nueva acción psíquica». Si deseamos conservar la distinción entre un estado en el que las pulsiones sexuales se satisfacen en forma anárquica, independientemente unas de otras, y el narcisismo, en el cual es el yo en su totalidad lo que se toma como objeto de amor, nos veremos inducidos a hacer coincidir el predominio del narcisismo infantil con los momentos formadores del yo. Acerca de este punto, la teoría psicoanalítica no es unívoca. Desde un punto de vista genético, puede concebirse la constitución del yo como unidad psíquica correlativamente a la constitución del esquema corporal. Así, puede pensarse que tal unidad viene precipitada por una cierta imagen que el sujeto adquiere de sí mismo basándose en el modelo de otro y que es precisamente el yo. El narcisismo sería la captación amorosa del sujeto por esta imagen. J. Lacan ha relacionado este primer momento de la formación del yo con la experiencia narcisista fundamental que designa con el nombre de fase del espejo. Desde este punto de vista, según el cual el yo se define por una identificación con la imagen de otro, el narcisismo (incluso el «primario») no es un estado en el que faltaría toda relación intersubjetiva, sino la interiorización de una relación. Esta misma concepción es la que se desprende de un texto como Duelo y melancolía (Trauer und Melancholie, 1916), en el que Freud parece no ver en el narcisismo nada más que una «identificación narcisista» con el objeto. Pero, con la elaboración de la segunda teoría del aparato psíquico, tal concepción se esfuma. Freud contrapone globalmente un estado narcisista primario (anobjetal) a las relaciones de objeto. Este estado primitivo, que entonces llama narcisismo primario, se caracterizaría por la ausencia de total relación con el ambiente, por una indiferenciación entre el yo y el ello, y su prototipo lo constituiría la vida intrauterina, de la cual el sueño representaría una reproducción más o menos perfecta. Con todo, no se abandona la idea de un narcisismo simultáneo a la formación del yo por identificación con otro, pero éste se denomina entonces «narcisismo secundario» y no «narcisismo primario»: «La libido que afluye al yo por las identificaciones [...] representa su "narcisismo secundario"». «El narcisismo del yo es, un narcisismo secundario, retirado a los objetos». Esta profunda modificación de los puntos de vista de Freud es paralela a la introducción del concepto de ello como instancia separada, de la que emanan las otras instancias por diferenciación, de una evolución del concepto de yo, que hace recaer el acento, no sólo sobre las identificaciones que lo originan, sino sobre su función adaptatriz como aparato diferenciado, y, finalmente, de la desaparición de la distinción entre autoerotismo y narcisismo. Tomada literalmente, tal concepción ofrece un doble peligro: el de contradecir la experiencia, afirmando que el recién nacido carecería de una apertura perceptiva hacia el mundo exterior, y el de renovar, por lo demás en términos ingenuos, la aporía idealista, agravada aquí por una formulación «biológica»: ¿cómo pasar de una mónada cerrada sobre sí misma al reconocimiento progresivo del objeto? Narcisismo Narcisismo fuente(4) s. m. (fr. narcissisme; ingl. narcissism; al. Narzißmus). Amor que dirige el sujeto a sí mismo tomado como objeto. El concepto en Freud. La noción de narcisismo está dispersa y mal definida en la obra de Freud hasta 1914, fecha en la que escribe Introducción de¡ narcisismo, artículo donde se preocupa de darle, entre los otros conceptos psicoanalíticos, un lugar digno de su importancia. Hasta entonces, el narcisismo remitía más bien a una idea de perversión: en lugar de tomar un objeto de amor o de deseo exterior a él, y sobre todo diferente de él, el sujeto elegía como objeto su propio cuerpo. Pero, a partir de 1914, Freud hace del narcisismo una forma de investimiento pulsional necesaria para la vida subjetiva, es decir, ya no algo patológico sino, por el contrario, un dato estructura] del sujeto. Desde allí hay que distinguir varios niveles de aprehensión del concepto. En primer lugar, el narcisismo representa a la vez una etapa del desarrollo subjetivo y un resultado de este. La evolución del pequeño humano lo debe llevar no sólo a descubrir su cuerpo, sino también y sobre todo a apropiárselo, a descubrirlo como propio. Esto quiere decir que sus pulsiones, en particular sus pulsiones sexuales, toman su cuerpo como objeto. Desde ese momento existe un investimiento permanente del sujeto sobre sí mismo, que contribuye notablemente a su dinámica y participa de las pulsiones del yo y de las pulsiones de vida. Este narcisismo constitutivo y necesario, que procede de lo que Freud llama primero autoerotismo, en general se ve redoblado por otra forma de narcisismo desde el momento en que la libido inviste también objetos exteriores al sujeto. Puede ocurrir entonces, en efecto, que los investimientos objetales entren en competencia con los yoicos, y sólo cuando se produce cierto desinvestimiento de los objetos y un repliegue de la libido sobre el sujeto se registrará esta segunda forma de narcisismo, que interviene en cierto modo como una segunda fase. De esta manera, el narcisismo representa también una especie de estado subjetivo, relativamente frágil y fácilmente amenazado en su equilibrio. Las nociones de los ideales, en particular el yo ideal y el ideal del yo, se edifican sobre esta base. Pueden ocurrir allí alteraciones del funcionamiento narcisista: por ejemplo las psicosis, y más precisamente la manía y sobre todo la melancolía, que son para Freud enfermedades narcisistas, caracterizadas o por una inflación desmesurada del narcisismo o por su depresión irreductible. Por ello las llama psiconeurosis narcisistas. A partir de la década de 1920 y del advenimiento de su segunda tópica, Freud preferirá distinguir netamente las dos formas de narcisismo antes mencionadas calificándolas de «primaria» y «secundaria»; pero, al hacerlo, termina casi asimilando el narcisismo primario al autoerotismo. Concepciones lacanianas. Las concepciones lacanianas del narcisismo simplifican considerablemente estas cuestiones. Lo mejor es presentarlas a través del proceso de estructuración del sujeto. Para J. Lacan, el infans -el bebé que no habla, que todavía no accede al lenguaje- no tiene una imagen unificada de su cuerpo, no hace bien la distinción entre él y el exterior, no tiene noción del yo ni del objeto. Es decir, no tiene todavía una identidad constituida, no es todavía un sujeto verdadero. Los primeros investimientos pulsionales que ocurren entonces, durante esta especie de tiempo cero, son por lo tanto en sentido propio los del autoerotismo, en tanto esta terminología deja justamente entender que hay ausencia de un verdadero sujeto. El inicio de la estructuración subjetiva hace pasar a este niño del registro de la necesidad al del deseo; el grito, de simple expresión de la insatisfacción, se hace llamada, demanda; las nociones de interior/exterior, luego de yo/otro y de sujeto/objeto sustituyen a la primera y única discriminación, la del placer/displacer. La identidad del sujeto se constituye en función de la mirada de reconocimiento del Otro. En ese momento, como lo describe Lacan en lo que llama el «estadio del espejo», el sujeto puede identificarse con una imagen global y aproximadamente unificada de sí mismo («El estadio del espejo como formador de la función del yo «je», 1949; Escritos, 1966. (Véanse espejo (estadio del) [y yo].) De allí procede el narcisismo primario, es decir, el investimiento pulsional, deseante, amoroso, que el sujeto realiza sobre sí mismo o, más exactamente, sobre esa imagen de sí mismo con la que se identifica. El problema luego es que, sobre la base de esta identificación primordial, vienen a sucederse las identificaciones imaginarias, constitutivas del «yo» [moi].Pero, fundamentalmente, este yo, o esta imagen que es el yo, es «exterior» al sujeto y no puede entonces pretender representarlo completamente en sí mismo. «Yo es un otro» [Moi est un autre], resume Lacan, parafraseando a Rimbaud [Je est un autre]. El narcisismo (secundario) sería en cierto modo el resultado de esta operación, en la que el sujeto inviste un objeto exterior a él (un objeto que no puede confundirse con la identidad subjetiva), pero a pesar de todo un objeto que se supone es él mismo, ya que es su propio yo, un objeto que es la imagen por «la que se toma», con todo lo que este proceso incluye de engaño, de ceguera y de alienación (Seminario 1, 1953-54, «Los escritos técnicos de Freud»; 1975). Se comprende entonces que el ideal (del yo) se edifica a partir de este deseo y de este engaño. Pues no hay que olvidar que el término narcisismo, tanto para Freud como para Lacan, remite al mito de Narciso, es decir, a una historia de amor en la que el sujeto termina por conjugarse tan bien consigo mismo que, por encontrarse demasiado consigo, encuentra la muerte. Ese es por cierto el destino narcisista del sujeto, ya sea que lo sepa o que se engañe: al enamorarse de otro que cree que es él mismo, o al apasionarse por alguien sin darse cuenta de que se trata de sí mismo, pierde en todas las ocasiones, y sobre todo se pierde. Narcisismo Narcisismo fuente(5) «El término "narcisismo" se emplea en psicoanálisis para designar un comportamiento (Verhalten) por el cual un individuo "se ama a sí mismo" o, en otras palabras, un comportamiento por el cual trata a su propio cuerpo como se trata habitualmente al cuerpo de una persona amada.» «Estar enamorado de sí mismo» sería lo que define el narcisismo según el mito griego del joven Narciso fascinado por su propia imagen; el concepto adquirió toda su importancia en la teoría psicoanalítica cuando pasó a designar una fase necesaria de la evolución de la libido antes de que el sujeto se vuelva hacia un objeto sexual exterior. Fue Havelock Ellis (1898) quien utilizó por primera vez la expresión «Narcissus like» para caracterizar en su aspecto patológico esta forma de amor dirigido a la propia persona; a continuación, P. Näcke (1899) utilizó la palabra «Narcismus» para significar ya una verdadera perversión sexual. En Freud, si bien el narcisismo (término que él habría reemplazado de buena gana por el más eufónico de «narcismo») tiene también el carácter de una perversión cuando absorbe la totalidad de la vida sexual del individuo, constituye no obstante un estadio del desarrollo de la libido, intermedio entre el autoerotismo y la elección de objeto; sólo la fijación en ese estadio y sus formas excesivas constituyen una patología. «Quizás este estadio (Pliase) mediador entre el autoerotismo y el amor objetal sea inevitable en el curso de todo desarrollo normal -escribe Freud en su trabajo sobre el presidente Schreber-. pero parece que ciertas personas se detienen en él de una manera insólitamente prolongada, y que muchos de los rasgos de esta fase (Zustand) persisten en algunas personas en estadios ulteriores de su desarrollo (spätere Entwicklungsstufen).» En la medida en que el advenimiento del estadio narcisista remite a una época anterior a la elección de objeto, se entrevé que se trata de una patología no ya relacionada con las neurosis de transferencia y el marco de la evolución de la libido, sino con otro tipo de afección: las neurosis narcisistas, y el marco de la evolución del yo. Libido del yo (libido narcisista) y libido de objeto Proponer entonces dos líneas de desarrollo (la de la libido y la del yo) y relacionar sus respectivos avatares con categorías nosográficas particulares (como las neurosis de transferencia y la psicosis, por ejemplo) abre una vía verdaderamente nueva para la teoría psicoanalítica, al incitarla a explorar el dominio del yo y de sus producciones sintomáticas específicas. Además, basándose en su experiencia con individualidades narcisistas y con las parafrenias (esquizofrenias), aquí reunidas por su común inaccesibilidad a la técnica psicoanalítica, Freud propondrá la idea de la libido del yo o libido narcisista, opuesta a la libido de objeto y capaz, cuando existe de ella un excedente considerable, de desbordar al yo y desamarrar al sujeto del mundo exterior. En la conferencia 26, «La teoría de la libido y el "narcisismo"», Freud señala el interés de esta investigación: «Después de habernos familiarizado con el manejo de la noción de "libido del yo", las neurosis narcisistas se nos volvieron accesibles; la tarea que se desprende de esto para nosotros consiste en encontrar una explicación dinámica de estas afecciones y, al mismo tiempo, completar nuestro conocimiento de la vida psíquica mediante la profundización de lo que sabemos del yo. La psicología del yo, que tratamos de edificar, tiene que basarse, no en los datos de nuestra introspección, sino, como en el caso de la libido, en el análisis de los trastornos y disociaciones del yo.» Desde esta perspectiva, una de las primeras exposiciones presentadas por Freud sobre el narcisismo aparece en el análisis de la paranoia del presidente Schreber, a propósito de la cual formula la hipótesis de una regresión al estadio narcisista, que llega al abandono completo del amor objetal y a la reactivación de un modo de satisfacción autoerótica infantil. Realizar una elección de objeto homosexual, como la que encuentra el análisis del presidente Schreber (en otras palabras, volverse hacia la persona más parecida a uno mismo), o bien apartarse del mundo exterior en un repliegue total sobre sí, son entonces las figuras clínicas que inducen a Freud a postular la existencia de una libido del yo, inversamente proporcional a la libido de objeto, puesto que se trata de la misma energía que la de las pulsiones sexuales, que a veces se dirige hacia el yo y otras hacia el objeto en el seno de un equilibrio cuya estabilidad define lo normal. «En líneas generales, vemos (también) una oposición entre la libido del yo y la libido de objeto. Cuanto más absorbe una, más se empobrece la otra.» Freud reitera varias veces la imagen de un animálculo protoplasmático que emite seudópodos, imprimiéndole al núcleo celular un ritmo de vaciamiento y dilatación sucesivos. Esta metáfora ilustra bien el mecanismo de repliegue sobre sí del interés antes dirigido hacia el mundo, y caracteriza el narcisismo freudiano desde el punto de vista energético. Pero si bien esta imagen sitúa nítidamente el narcisismo en el plano económico de una energía que a veces inviste al yo y otras al objeto, queda por dilucidar la naturaleza de esa energía y el mecanismo que rige su distribución. Se aborda entonces una cuestión tanto histórica como psicológica, ya que Freud, en su primera exposición sistemática sobre el narcisismo (1914), intentó a la vez aislar una libido específica del yo (libido narcisista) y responder a las críticas de Adler y Jung, de los cuales se había separado en 1911 y 1913, respectivamente. Al privilegiar el yo a expensas de la organización psíquica inconsciente, la teoría de Adler derivaba la neurosis de la «protesta viril», principal expresión de la inferioridad constitucional del ser humano; en lugar de asimilar como Freud esta reivindicación al «complejo de castración» y fundarla en una tendencia libidinal narcisista, Adler la inscribía en el registro de la valorización social, en el seno de un sistema racional que, según Freud, dependía de la elaboración secundaria («Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico», 1914). La teoría de Jung, por su parte, obligó a Freud a realizar rápidamente una verdadera puesta a punto de la teoría de las pulsiones; Jung no reconocía la especificidad de la libido, sino que le atribuía un alcance muy general. En ese contexto escribió Freud «Introducción del narcisismo», y una de las principales cuestiones allí discutidas es la necesidad de diferenciar dos grupos de pulsiones: las pulsiones de autoconservación o pulsiones del yo, con las que se relaciona el interés no sexual, y las pulsiones sexuales, con las que se vincula la libido. Sin duda no es fácil disociarlas en el yo, pero, por ejemplo, el hecho de que el hambre y la necesidad sexual lleven, en caso de frustración, a reacciones totalmente distintas, y la circunstancia de que el ser humano se encuentre ante la finitud por su individualidad (soma), y ante la supervivencia por la generación (germen), legitiman la hipótesis de dos tipos pulsionales distintos, aunque en el origen las pulsiones sexuales se apoyen sobre las de autoconservación, y vayan separándose de ellas progresivamente (Tres ensayos de teoría sexual, 1905). En apoyo de esta tesis, Freud evoca además su experiencia clínica con las neurosis de transferencia, que explica como un conflicto entre las pulsiones del yo, esencialmente conservadoras, y las pulsiones sexuales que, precisamente, llevan al individuo a desprenderse de una parte de su narcisismo en beneficio del objeto. Así esta primera distinción entre pulsiones del yo y pulsiones sexuales, aunque relativizada más tarde en favor de la última clasificación de las pulsiones en otros dos grupos, caracterizados con las denominaciones de Eros y Neikos (lucha), contribuyó considerablemente a la comprensión del narcisismo por analogía con la dinámica de las neurosis de transferencia, abriendo el camino a la explicación de una patología de la organización del yo. En efecto, considerando la movilidad variable de la libido, volcada a veces sobre el yo y otras sobre el objeto, se puede encarar fácilmente el caso extremo en el que toda la libido del yo se encontraría desplazada sobre el objeto, sin duda en completa oposición a las pulsiones de autoconservación encargadas de controlar el vaciamiento del flujo libidinal del yo, también llamado vaciamiento narcisista. Para ilustrar la posible hemorragia de la libido del yo en beneficio de la libido de objeto, y la consecuente fragilidad de un yo desprovisto de narcisismo, Freud evoca a menudo la figura bien conocida de la pasión amorosa o enamoramiento; el objeto amado, «sobreinvestido» de este modo, se convierte en todopoderoso frente a un sujeto en adelante humilde y sumiso, entregado a lo que él cree la encarnación de su ideal. «Esta sobrestimación sexual (Sexualüberschützung)», escribe Freud en «Introducción del narcisismo», «permite la aparición del estado muy particular de la pasión amorosa, que lleva a pensar en la compulsión neurótica, y que se reduce a un empobrecimiento libidinal del yo, en favor del objeto». Estos desplazamientos de la libido del yo al objeto, y a la inversa, según las satisfacciones o decepciones que obtiene el individuo de sus investiduras, suscitan una nueva cuestión que, desde la elucidación mecánica del proceso, remite más adelante a la elucidación metapsicológica de la fuente de la que el individuo extrae su energía; en otras palabras, ¿de dónde provendría la libido, y dónde residiría antes de su distribución variable entre el yo y el objeto? Este interrogante apunta al origen del narcisismo y, con él, al origen del yo, en cuanto es el yo el que padece la insuficiencia o el exceso de libido. Narcisismo primario, narcisismo secundario El rodeo por la patología permite a Freud deducir el estado originario de la libido; en particular, el desvío por las afecciones en las que hay una desinvestidura del mundo exterior, acompañada por un completo repliegue del enfermo sobre sí. Freud indaga el destino de la libido retirada de los objetos, basándose en la observación de enfermos esquizofrénicos, lo que le parece la mejor respuesta a este interrogante. Entrevé que los delirios de grandeza son consecuencia de la desinvestidura del mundo y manifestación del retorno de la libido sobre el yo, amenazado, en virtud de esto, por un aflujo excesivo de energía. Como para el razonamiento recurrente característico de la teoría psicoanalítica, nada aparece en las situaciones patológicas que no repita un estado psíquico anterior generalmente necesario para el desarrollo del individuo, Freud postula, tomando como ejemplo el delirio de grandeza, un estado original del yo en el cual éste, investido totalmente por la libido, ponía de manifiesto una omnipotencia absoluta. Ese estado de omnipotencia del yo define en adelante lo que se llama narcisismo primario, mientras que el narcisismo secundario designa ese mismo estado cuando reaparece por el retorno al yo de las investiduras de objeto. «La libido retirada al mundo exterior ha sido aportada al yo, de manera que aparece una actitud (Verhalten) que podemos denominar narcisismo. Pero el delirio de grandeza en sí no es creado de la nada; como sabemos, por el contrario, es la amplificación y la manifestación más clara de un estado (Zustand) que ya había existido antes. Nos vemos entonces llevados a concebir como un estado secundario, construido sobre la base de un narcisismo primario oscurecido por múltiples influencias, a este narcisismo que ha aparecido reintroduciendo las investiduras de objeto» («Introducción del narcisismo»). Tal retorno de las investiduras de objeto al yo, revelado por el proceso esquizofrénico, y que dio lugar a la hipótesis del narcisismo primario, permite al mismo tiempo ampliar el acceso al estudio del narcisismo por otras vías, a través de las cuales se puede entrever ese mismo proceso de desinvestidura del mundo exterior y de concentración en el yo, a saber: los estados provocados por el dolor orgánico, el deseo de dormir y la preocupación hipocondríaca. En efecto, en estos tres casos típicos se trata de una atención totalmente volcada al yo, como si éste obtuviera de nuevo la omnipotencia que lo caracterizó alguna vez. ¿Significa esto que el yo constituye, como dice Freud reiteradamente, el «gran reservorio» de la libido, desde el cual ésta se distribuiría sobre los objetos exteriores, con retorno al lugar de origen si estos objetos no brindan satisfacción? Se diría que es así, pero aparentemente Freud, en dos oportunidades, replantea la cuestión: en 1923, en El yo y el ello, y en 1932, en la conferencia 31 («La descomposición de la personalidad psíquica»), parece pensar que es el ello el que posee toda la libido, en razón de la excesiva debilidad del yo al principio de la organización psíquica. El ello emitiría entonces investiduras pulsionales hacia los objetos exteriores, pero el yo, cada vez con más fuerza y amplitud, reemplazaría pronto a esos objetos, recobrando la parte de libido que ellos retenían. Esta última hipótesis haría del narcisismo del yo un narcisismo secundario retirado a los objetos. «Convendría ahora aportarle a la teoría del narcisismo un desarrollo importante», escribe Freud en El yo y el ello. «En el origen, toda la libido está acumulada en el ello, mientras que el yo está aún en curso de formación o es débil. El ello envía una parte de esta libido a investiduras de objetos eróticos, y más tarde el yo, que ha tomado fuerza, trata de apoderarse de esta libido de objeto e imponerse al ello como objeto de amor. El narcisismo del yo es entonces un narcisismo secundario, retirado a los objetos.» Sin duda la indiferenciación del yo y el ello en el inicio de la vida psíquica relativiza este privilegio acordado al yo o al ello como lugar de origen de la libido; es posible imaginar con Freud que la libido, proveniente de un yo-ello aún indiferenciado, se apegará progresivamente al yo, erotizando las pulsiones de autoconservación al punto de que al principio la distinción resulta imposible. Este análisis metapsicológico permite comprender la otra definición freudiana del narcisismo, para la cual éste es el complemento libidinal del egoísmo, en cuanto las pulsiones de autoconservación, para ejercer su función, deben necesariamente estar ligadas a una cantidad mínima de libido. Pero, en la medida en que ciertos trastornos psicológicos, como la pasión amorosa, que Freud asimila, en Tótem y tabú, al prototipo normal de la psicosis, se deben a un exceso o una insuficiencia narcisista, es preciso llevar más lejos el análisis y, conociendo en adelante la fuente libidinal del narcisismo, preguntarse qué es lo que interviene en la formación de esa particular distribución libidinal, o más aún, qué es lo que permite al individuo acceder a ese estado de la regulaciôn de la libido. El pasaje del autoerotismo al narcisismo en la constitución de la imagen de sí Tomarse a sí mismo como objeto de amor, en la tradición del mito de Narciso, supone implícitamente la condición de que exista para el yo una representación suficiente del objeto como para atribuírsela o para reemplazarla. Ahora bien, el estado de debilidad del yo sospechado en el origen de la organización psíquica no es compatible con un reconocimiento a priori de objeto. Además Freud plantea el problema del pasaje del autoerotismo al narcisismo sabiendo que no se le puede suponer ninguna unidad a un yo que únicamente interactúa con pulsiones autoeróticas; piensa que « ... algo, una nueva acción psíquica (eine neue psychische Aktion), debe sumarse al autoerotismo para dar forma al narcisismo» («Introducción del narcisismo»). Es ésta una de las cuestiones más importantes en torno al narcisismo, puesto que hace intervenir a la vez la formación del yo y la aprehensión del objeto, ofreciendo de tal modo motivo para interrogarse sobre lo que, en la patología, ofrecerá más tarde puntos de fijación y oportunidades de regresión a un sujeto víctima de la desinvestidura del mundo exterior. Sin duda, la tesis de la preeminencia de las investiduras libidinales de los objetos exteriores, antes de que ellas refluyan sobre el yo, ya permite imaginar la importancia que tiene la cualidad de esos objetos para la formación de la representación del propio yo, es decir, para lo que se llamara «imagen de sí»; tomarse a sí mismo como objeto de amor equivaldrá a retomar sobre sí la cualidad de la relación erótica mantenida con el primer objeto investido libidinalmente. La definición del narcisismo que da Freud en «La predisposición a la neurosis obsesiva» (1913) confirmaría esta explicación: «Se sabe que el análisis de la parafrenia nos ha obligado a insertar, entre estas fases [la del autoerotismo y la de la concentración de todas las pulsiones parciales en una elección de objeto], el estadio (Stadium) del narcisismo, en el cual la elección de objeto ya ha tenido lugar, pero el objeto aún coincide con el propio yo». De modo que podría suponerse que en el estadio del narcisismo un cierto tipo de aprehensión del objeto exterior se vuelve sobre el cuerpo propio, también considerado en adelante como un objeto circunscrito y distinto de los que lo rodean. En Tótem y tabú (1912), el narcisismo supone igualmente la concurrencia de las pulsiones sexuales, antes independientes entre sí, en un mismo objeto que Freud, en esa época, todavía asimila al yo. Sea esta primacía acordada al yo o al objeto exterior, el narcisismo en tanto que estadio supone necesariamente un yo que es objeto de las pulsiones libidinales, lo que implica la capacidad de un sujeto para representarse lo que más tarde designará como su yo, y que confundirá en parte con la representación de su propio cuerpo. En El yo y el ello se puede leer que el yo «es ante todo un yo corporal», en el sentido de que «se lo puede considerar como una proyección mental de la superficie del cuerpo». ¿No se podría entonces llevar más lejos esta definición, en el sentido de una mentalización del yo, haciendo de esta instancia una representación esencialmente imaginaria, que tendría a la vez algo de la impregnación del sujeto por un primer objeto exterior y algo de la cualidad del intercambio que se seguiría de ello? El narcisismo consistiría entonces no sólo en la investidura libidinal de lo que habitualmente se llama la «imagen de sí», sino también en la formación misma de esa imagen que, según la formulación del «estadio del espejo» por Lacan, sabemos que supone una identificación con la forma de la especie y con lo que, en una primera mirada, le fue dirigido al sujeto. Además el narcisismo remitirá a varios tipos de afecciones patológicas en adelante diferenciadas: desde el vasto cuadro de las depresiones subtendidas por el odio de la imagen, hasta el de las enfermedades psicóticas subtendidas por la ausencia de imagen o por su fragmentación -en otros términos, desde la más o menos buena apreciación de la imagen de sí hasta la mayor o menor precisión de su contorno-. El lugar central de la imagen en el narcisismo, lugar que quizás ha sido subestimado en beneficio del carácter egoísta y autónomo del comportamiento, se desprende ya muy nítidamente en la versión más común del mito, la de Ovidio, donde sólo se trata de una «ilusión sin cuerpo» (spem sine corpore), de una «imagen fugitiva» (simulacra fugacia) y de «reflejo» (imaginis umbra). Y cuando leemos que Narciso amaba una imagen de la que ignoraba a la vez cuál era su naturaleza y a quién pertenecía, queda claro que el reconocimiento de esa imagen dependerá de una elaboración en la cual habrá de intervenir necesariamente un juicio exterior, el único capaz de identificar la imagen con su propietario. Se lee en La metamorfosis: «...El se apasiona por una ilusión sin cuerpo [ ... ] sin dudar de ella, se desea a sí mismo. ¿Qué quiere? Lo ignora, pero lo que ve lo consume; lo excita el mismo error que engaña a sus ojos. Niño crédulo, ¿por qué te obstinas verdaderamente en aferrar una imagen fugitiva? Lo que tú buscas no existe; el objeto que amas, si le vuelves la espalda se desvanecerá». Y, un poco más adelante: «... Pero este niño soy yo; lo he comprendido, y mi imagen (imago) ya no me engaña; ardo de amor por mí mismo. Soy yo quien enciende la llama que llevo en mi seno». Fascinado por su propia imagen, Narciso ilustra magistralmente el momento de captacíón del sujeto por el reflejo especular, que Lacan describe en «El estadio del espejo», pero con la diferencia de que en esa fase el infans sufre de alguna manera una doble identificación con la imagen virtual y, detrás de ella, con la de la especie-, mientras que Narciso, ignorando toda referencia exterior, se abisma en una visión amorosa cuya tonalidad pasional indica una confusión total entre el yo y su modelo. En efecto, la imagen especular circunscribe de alguna manera el lugar de proyección del yo, y éste adquiere consistencia gracias a la relación con el otro en la percepción de una forma y el afecto de una mirada. Sin esta relación, el sujeto cae en la estupefacción de una imagen «megalómana» de sí mismo, imagen que a su vez lo mira como en un juego de espejos enfrentados que se reflejan al infinito. Si bien Freud no centró explícitamente el narcisismo en torno a la problemática de la imagen de sí, la cuestión del pasaje del autoerotismo al narcisismo alude a este tema. En efecto, un artículo de Rank publicado en 1911, «Una contribución al narcisismo», presentaba ya el narcisismo como una transición necesaria entre el autoerotismo y el amor objetal; en apoyo de esta tesis, relataba los sueños de una paciente, exclusivamente organizados alrededor de la visión y la apreciación de su imagen. Sin llevar más adelante la investigación, los dos tipos de elección amorosa inventariados por Freud -la elección por apuntalamiento, según el modelo de las personas que han prodigado los primeros cuidados al niño, y la elección narcisista, según el parecido que el objeto tiene con el sujeto- implican necesariamente la proyección de representaciones mentales, entre ellas la imagen de sí, vinculada más particularmente a la elección narcisista. «Amarse a sí mismo» o «tomarse a sí mismo como objeto de amor» equivale en consecuencia a enamorarse de la propia imagen, e implica que ésta responde al interrogante freudiano sobre el pasaje del autoerotismo al narcisismo; esta «nueva acción psíquica» que se sumaría al autoerotismo remitiría a las condiciones mismas de la construcción de la imagen de sí, cuya dinámica aparece ahora claramente explicada por la experiencia del estadio del espejo. Además, Lacan, comentando el artículo de Freud en el Seminario 1, Los escritos técnicos de Freud, pudo escribir: «El Urbild, que es una unidad comparable al yo, se constituye en un momento determinado de la historia del sujeto, a partir de lo cual el yo comienza a tomar sus funciones. Es decir que el yo humano se constituye sobre el fundamento de la relación imaginaria. La función del yo, escribió Freud, debe tener eine neue psychische... Gestalt. En el desarrollo del psiquismo, algo nuevo aparece, cuya función es dar forma al narcisismo. ¿No es esto indicar el origen imaginario de la función del yo? Del narcisismo a los ideales del yo Indisociable de la constitución de la imagen de sí, el narcisismo figura su modalidad de investidura en el sentido en que puede decirse de un sujeto, no sólo que se ama a sí mismo, sino también que se ama a sí mismo a través del otro, en particular cuando este otro se presenta como la proyección de un complejo desprendido del sujeto. Este último cae en consecuencia en un amor casi obsesivo del que no puede deshacerse con facilidad; por ejemplo, el que el estudiante Nathaniel, en «El hombre de la arena», de Hoffmann, siente por la muñeca Olympia, y cuyo análisis realiza Freud en «Lo ominoso» (1919). El amor narcisista, en todas sus variantes, se caracterizará por no dirigirse al objeto más que en función de las semejanzas que éste tiene con el sujeto, semejanzas que resultarían de la proyección de un complejo patológico, un modelo ideal o una representación nostálgica, y que determinarían, dice Freud, que «quien lo padece se vuelva extraño al objeto de amor real». Sin duda se vislumbra allí el proceso proyectivo que le permite al sujeto evitar la confrontación con la diferencia radical del otro; el narcisismo del que el sujeto no logra desprenderse sino difícilmente, implicaría una disminución en la economía necesaria para la transformación efectiva de la realidad (Wirklichkeit), tarea que Freud asigna a los seres humanos. Pero el abandono de la omnipotencia narcisista bajo la coacción de esta misma realidad no se produce sin sufrimiento; se concibe que un sujeto entregado al mundo sólo lo aborde tratando de reencontrar en él (o incluso de imprimir en él) su propia imagen, con el fin de salvaguardar ese estado de plena autonomía del que obtenía toda la satisfacción. También se aborda con esta paradoja existencial el último gran interrogante de Freud acerca del narcisismo, que concierne a la salida posible de ese estado o, en otras palabras, a lo que incita al sujeto a investir un mundo que en adelante lo obligará a respetar coacciones y límites. Freud responde a esta cuestión sólo desde el punto de vista económico, invocando el carácter nocivo que tiene para el yo un estancamiento (Stauung) libidinal capaz de provocar la aparición de síntomas neuróticos y de desencadenar la dinámica regresiva propia de los síntomas parafrénicos. «Se dirá que, más allá de cierta medida, la acumulación de libido resulta insoportable», escribe Freud en la conferencia XXVI. «Es lícito suponer que, si la libido se apega a los objetos, lo hace porque el yo ve en ello un modo de evitar los efectos mórbidos que produciría una libido acumulada en él en exceso.» Una vez más, como en el caso de la explicación económica de la formación del narcisismo, queda por encarar el punto de vista dinámico, y dilucidar la causa de esta incitación a salir de las fronteras del narcisismo, siendo que el sujeto no pide más que prolongar la situación de autarquía que lo colma. Así como Lacan encontró respuesta a la cuestión del pasaje del autoerotismo al narcisismo, también la encontrará para la necesidad de abandonar el estricto universo narcisista por la coacción ante la cual coloca al sujeto esta imagen singular, cuya constitución él (Lacan) ha puesto de manifiesto: se trata de imprimir en la realidad esa misma imagen, soporte obligado de la estructuración del mundo y de las actividades voluntarias. «Esta furiosa pasión que especifica al hombre, de imprimir en la realidad su imagen», escribe Lacan en «La agresividad en psicoanálisis», «es el fundamento oscuro de las mediaciones racionales de la voluntad». Será entonces la doble pertenencia de la imagen del cuerpo al mundo de las representaciones psíquicas del sujeto y al mundo de las percepciones exteriores, pertenencia explicitada por el estadio del espejo, lo que permitirá comprender este modo ulterior del sujeto de inscribir su imagen en el mundo y con ello darle a este último toda su significación. Lacan resume como sigue esta dinámica a la vez existencial y metapsicológica en el Seminario 11, El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica: «la imagen de su cuerpo es el principio de toda unidad a percibir en los objetos. Ahora bien, de esta misma imagen él sólo percibe la unidad afuera, y de una manera anticipada. Por esta relación doble que él tiene consigo mismo, todos los objetos de su mundo se estructuraran siempre en torno a la sombra errante de su propio yo». Se comprende que la investidura del mundo exterior no puede realizarse sin las satisfacciones narcisistas que aportan los reencuentros con la imagen singular, y que ésta, en su omnipresencia, permite que se establezcan las relaciones humanas. Freud lleva entonces más lejos la investigación, y se pregunta si es concebible que toda la libido pase a las investiduras de objeto, y si ése es su destino. Las explicaciones precedentes, relativas a las consecuencias de una desinvestidura excesiva del mundo exterior en favor de un yo desbordado por una demasía de libido, y la veríficación de la dificultad que experimenta el sujeto para abandonar su universo narcisista, no son coherentes con la hipótesis emitida. Volviéndose entonces hacia la psicología de la represión, Freud aísla una instancia yoica ideal que parece incluida entre las condiciones esenciales del proceso y que permite al yo derivar sobre ella una parte de su libido. Esta instancia ideal hacia la cual el yo no cesa de tender se presenta, desde «Introducción del narcisismo», como un yo ideal (ideal Ich) dotado de la antigua omnipotencia de la que gozaba el yo real (wirkliche Ich), o bien como un ideal del yo (Ich-ideal), dotado de un estatuto de modelo y cuya finalidad hace intervenir necesariamente la función del juicio. La distinción de esta instancia ideal en yo ideal e ideal del yo se puede advertir ya en Freud cuando evoca por un lado la exaltación de las cualidades de un yo en posición de superlativo absoluto (yo ideal), y por otro la perfecta conformidad de un yo con los valores heredados de las instancias parentales y de la sociedad en general (ideal del yo). «Lo que él proyecta ante sí como su ideal -escribe Freud- es el sustituto del narcisismo perdido de su infancia; en aquel tiempo, él mismo era su propio ideal.» En la línea del desarrollo del yo, «El desarrollo del yo consiste en alejarse del narcisismo primario, y engendra una aspiración intensa (Sehnsucht) a recobrar ese narcisismo. Ese alejamiento se produce por medio del desplazamiento de la libido hacia un ideal del yo impuesto desde el exterior; la satisfacción se obtiene por la realización de ese ideal». En consecuencia, la respuesta al interrogante sobre el destino de la libido aparece claramente y concierne a todas las desviaciones posibles que encuentra la pulsión sexual en el camino hacia la investidura de objeto, si se considera a este último sólo en tanto objeto sexual. No obstante, falta aún disociar lo que ocurre con el objeto a título de idealización, y lo que sucede con la pulsión como sublimación, sabiendo que la primera (la idealización) puede llevar al sujeto a la catástrofe pasional que resulta de la proyección del ideal del yo sobre el objeto en sí. Comparando el amor pasión o enamoramiento con la hipnosis, en el sentido de que el enamorado, como el hipnotizado, se desprende de todo su narcisismo en favor del objeto (y ello porque éste ocupa el lugar del ideal del yo del sujeto), Freud subraya, en Psicología de las masas y análisis del yo (1921), la fragilidad enfermiza de un sujeto que hubiera abandonado su yo en favor del objeto, o que incluso haya introyectado el objeto con un modo de identificación llamado, precisamente, «identificación narcisista». Para Lacan, esa identificación narcisista aparece en la fuente de la relación imaginaria y libidinal del hombre con el mundo en general; en efecto, si el sujeto ve su ser en una reflexión con relación al otro, según nos lo enseña el estadio del espejo, sólo puede asignarse un lugar en el mundo gracias a la introyección de lo que él percibe en el otro, y esto en una mirada que se le dirige, Introyectar la mirada del otro contribuye entonces a verse a sí mismo y a fundar un yo originario (Ur-Ich) que dará lugar a la vez al ideal del yo como referente simbólico que gobierna todo el juego de las relaciones con el otro, y al yo ideal como representación imaginaria cuya apariencia se inscribe en el marco trazado por el ideal del yo. La dinámica que así se instaura entre las dos instancias ideales del yo es además explicitada por el esquema óptico llamado «del ramo invertido» en la «Observación sobre el informe de Daniel Lagache», dinámica que depende de que el sujeto se sitúe más o menos cerca de los bordes de su imagen real forjada en los términos de la experiencia de Bouasse, y de la inclinación más o menos pronunciada, que se imprima al espejo plano añadido a la experiencia. «En esta representación se traza la distinción entre el idealIch y el Ich-Ideal, entre el yo ideal y el ideal del yo. El ideal del yo gobierna el juego de relaciones del que depende toda la relación con el prójimo. Y de esta relación con el prójimo depende el carácter más o menos satisfactorio de la estructuración imaginaria», dice Lacan en Los escritos técnicos de Freud. Diferencia entonces un primer narcisismo, que se ubicaría en el nivel de la imagen real del esquema e indicaría una cierta cantidad de marcos preformados de la realidad, y un segundo narcisismo, reflejado por el espejo, que tendría que ver con la relación con el otro. Ahora bien, una vez descrita de este modo esta organización psíquica, se identifica mejor, en la prolongación directa de la perspectiva freudiana, lo que puede llevar a un individuo a despojarse de su propia estima en favor de la idealización del otro-objeto o, en otras palabras, lo que verdaderamente puede hipnotizarlo al punto de que se produzca una especie de vaciamiento mortífero que lo entregue totalmente a la voluntad del otro. Se evoca además la presencia del doble, efectivizada por la visión en el otro de la propia imagen especular, cuando el sujeto ve bruscamente surgir ante él su propia mirada, que entonces afirma que le ha sido robada. Los tiempos de la dinámica especular -tiempo de impregnación de la imagen (marco genérico) y tiempo de captación por la imagen (unidad corporal)- se encuentran a la vez confundidos y suspendidos en un momento regresivo de estupefacción, ese momento que provoca la imagen especular cuando ella, más allá del espejo, alcanza un punto de reconocimiento familiar (Heim) situado en el Otro. Dejarse tomar por la imagen especular antes de haber podido develar la carencia radical de ese Otro que precede al sujeto: tal sería, para Lacan, la trampa narcisista, captura indefinidamente repetida del sujeto por su imagen, en el curso de la cual resplandece el fuego de un goce borrado desde mucho antes. En este asunto, explica Lacan en el seminario sobre la angustia, el sujeto se debate con su agresividad primera que, esencial para la constitución de su imagen y para su proyección sobre el mundo, se vuelve entonces en su contra, de una manera tanto más peligrosa cuanto que él continúa abismándose, como Narciso, en la fascinación de su doble. Sin duda, el sujeto así captado resuelve, de cierta manera, la discordancia primordial entre el yo imaginario y el ser inaccesible, que entonces se funden; de no ser así, él tendría que trabajar en la resolución de esa discordancia, sin jamás alcanzarla. Y si la alcanza, lo hace, para citar a Lacan en «Acerca de la causalidad psíquica», «Por una coincidencia ilusoria de la realidad con el ideal [que] resonaría hasta en las profundidades del nudo imaginario de la agresión suicida narcisista». De modo que, como estadio específico o como permanencia de cierto tipo de investidura, el narcisismo atraviesa el campo psicoanalítico participando a la vez de la teoría de la libido y de la constitución del yo. Lugar de la imagen especular, le permite al sujeto dirigirse al objeto sin perderse en él, y si bien la proyección de la imagen especular sobre la realidad o el reflejo que ésta devuelve legitima en parte el interés que el hombre tiene por los asuntos del mundo, la finalidad no es tanto saciarse como tratar de confundir la imagen y la realidad en una búsqueda imposible. Esta búsqueda se traduce como una aspiración hacia un ideal sublimado que, de manera desviada, entregará al sujeto a las aspiraciones narcisistas de la civilización. Sigue no obstante muy presente el escollo de caer en la fascinación de la imagen descubierta y, si la desinvestidura del objeto conduce a veces a las enfermedades del yo que Freud agrupa en la categoría de las «neurosis narcisistas», esto ocurre sin duda porque lo irreductible desconocido que habita la respuesta que el otro da al sujeto, devuelve a este último a la pendiente regresiva de las satisfacciones infantiles abandonadas, las mismas que ubicaban al niño en el centro del mundo. El narcisismo presenta así un doble rostro: como investidura libidinal, contribuye a la salvaguardia del yo y a las obras de la civilización; como estadio infantil de la evolución del yo y de la libido, se inscribe en un sistema energético de economía reducida, cuyo modelo fantasmático provendría de la organización autárquica absoluta. No están lejos entonces las huellas de la pulsión de muerte, que lleva a la anulación de las tensiones para reencontrar un antiguo goce otra vez sospechado. Esencial para la definición del ser humano, el narcisismo da además forma a la realidad en cuanto, ocupando el lugar del espejo, ésta recubre para el sujeto los elementos de seducción indispensables para su investidura; Lacan formula su poder como sigue: « ... esta pasión de ser un hombre, diría yo, que es la pasión del alma por excelencia, el narcisismo, el cual impone su estructura a todos los deseos, incluso a los más elevados» («Acerca de la causalidad psíquica»).
Narcisismo Alemán: Narzissmus. Francés: Narcissisme. Inglés: Narcissism. fuente(6) Término empleado por primera vez en 1887 por el psicólogo francés Alfred Binet (1857-1911) para designar una forma de fetichismo que consiste en tomar la propia persona como objeto sexual. La palabra fue utilizada en 1998 por Havelock Ellis para designar un comportamiento perverso relacionado con el mito de Narciso. En 1899, en su comentario del artículo de Ellis, el criminólogo Pan¡ Niicke (1851-1913) introdujo este término en el idioma alemán. En la tradición griega, se llamaba narcisismo al amor a sí mismo. La leyenda y el personaje de Narciso se hicieron célebres gracias al libro tercero de las Metamorfosis de Ovidio. Hijo del dios Cefiso, protector del río del mismo nombre, y de la ninfa Liríope, Narciso era de una belleza inigualada. Se atrajo el amor de más de una ninfa, entre ellas Eco, a la que rechazó. Desesperada, ésta cayó enferma y le imploró a la diosa Némesis que la vengara. En el curso de una partida de caza, el joven hizo un alto cerca de una fuente de agua clara: fascinado por su propio reflejo, Narciso creyó ver otro ser y, en pleno estupor, no pudo ya desprender su mirada de ese rostro que era el suyo. Enamorado de sí mismo, Narciso hundió entonces los brazos en el agua para estrechar esa imagen que no cesaba de sustraerse. Torturado por ese deseo imposible, lloró y terminó por tomar conciencia de que el objeto de su amor era él mismo. Quiso entonces separarse de su persona, y se golpeó hasta sangrar antes de decirle adiós al espejo fatal y entregar el alma. En signo de duelo, sus hermanas, las Náyades y las Dríadas, se cortaron los cabellos. Al querer cremar el cuerpo de Narciso en una hoguera, comprobaron que se había transformado en una flor. Hasta fines del siglo XIX la palabra fue utilizada por los sexólogos para designar de manera selectiva una perversión sexual caracterizada por el amor que un sujeto se dirige a sí mismo. En 1908, Isidor Sadger habló de narcisismo a propósito del amor a sí mismo como modalidad de elección de objeto en los homosexuales. De tal modo se distinguió de Havelock Ellis, al considerar que el narcisismo no era una perversión, sino un estado normal de la evolución psicosexual en el ser humano. El término narcisismo apareció por primera vez en la pluma de Freud en una nota añadida en 1910 a los Tres ensayos de teoría sexual. Hablando de los "invertidos", y por lo tanto sin utilizar aún la palabra homosexual, Freud escribe que ellos "se toman a sí mismos como objetos sexuales" y que, "partiendo del narcisismo, buscan a hombres jóvenes semejantes a su propia persona, a quienes quieren amar como sus madres los amaron a ellos mismos---. En 1910, en su ensayo Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci, y en 1911, en el estudio sobre el caso Schreber, Freud, a semejanza de Sadger, considera que el narcisismo es un estadio normal de la evolución sexual. En 1914, en "Introducción del narcisismo", el término adquirió el valor de concepto técnico. Como fenómeno libidinal, el narcisismo ocupó entonces un lugar esencial en la teoría del desarrollo sexual del ser humano. La elaboración de ese texto se basó en el estudio de las psicosis, y principalmente en el aporte de Karl Abraham. Aunque sin utilizar la palabra, el berlinés, en un texto de 1908 acerca de la demencia precoz, había descrito el proceso de desinvestidura del objeto y el repliegue de la libido en el sujeto: "El enfermo mental consagra a sí mismo, como único objeto sexual, toda la libido que el hombre normal vuelca en el entorno vivo o animado. La sobrestimación sexual sólo le concierne a él" Freud adoptaría esta definición de la psicosis en la vigésimo sexta de las Conferencias de introducción al psicoanálisis. En el texto de 1914, la observación del delirio de grandeza en el psicótico llevó a Freud a definir el narcisismo como la actitud resultante de la reconducción sobre el yo del sujeto de las investiduras libidinales antes dirigidas a objetos del mundo externo. Freud señaló entonces que ese movimiento de repliegue sólo podía producirse en un segundo momento, precedido de una investidura de los objetos exteriores por una libido procedente del yo. Se podía entonces hablar de un narcisismo primario, infantil, confirmado por la observación de los niños, y también de los "pueblos primitivos", caracterizados en ambos casos por su creencia en la magia de las palabras y en la omnipotencia del pensamiento. El narcisismo primario tendría que ver con el niño y con la elección que él realiza de su persona como objeto de amor, etapa anterior a la plena capacidad para volverse hacia objetos externos. De tal modo (y éste es uno de los puntos fuertes del texto) Freud se ve llevado a considerar la existencia permanente y simultánea de una oposición entre la libido del yo y la libido de objeto, y a formular la hipótesis de un movimiento de balanceo entre una y otra, de modo que si una se enriquece la otra se empobrece, y recíprocamente. Desde esta perspectiva, la libido objetal en su máximo desarrollo caracteriza el estado amoroso, mientras que a la inversa, la libido del yo en su mayor expansión da fundamento al fantasma del fin del mundo en el paranoico. El desarrollo teórico constituido por este texto implica una primera revisión de la teoría de las pulsiones; desaparece la separación entre pulsiones del yo y pulsiones sexuales, y el yo es definido como "un gran depósito de libido". Pero, por debajo de este avance teórico, Freud encuentra un obstáculo a propósito de ese narcisismo primario cuando se trata de definir su relación con el autoerotismo identificado en los Tres ensayos de teoría sexual. Postula entonces un desarrollo del yo en dos tiempos; para alcanzar el estadio del narcisismo primario, a continuación del autoerotismo aparece "una nueva acción psíquica". Si se quiere establecer una correspondencia entre ese desarrollo y la evolución pulsional, el pasaje de las pulsiones sexuales parciales a su unificación, uno se ve llevado a considerar que el narcisismo infantil o primario es contemporáneo de la constitución del yo. Como se puede constatar, y el propio Freud lo reconoce, la cuestión de la ubicación del narcisismo primario suscita numerosas dificultades. Freud dice que en este punto es menos fácil observar que deducir. No obstante, con el carácter de observación indirecta, retiene la admiración parental por "his majesty the baby", como una manifestación del propio narcisismo primario abandonado de los progenitores, en cuyo lugar se ha constituido progresivamente su ideal del yo. "El amor de los padres -escribe Freud-, tan conmovedor y, en el fondo, tan infantil, no es más que su narcisismo que renace y que, a pesar de su metamorfosis en amor objetal, manifiesta inequívocamente su antigua naturaleza." En el marco de la elaboración de la segunda tópica, Freud vuelve sobre esta cuestión de la ubicación del narcisismo primario, que sitúa entonces como el primer estado de la vida, anterior a la constitución del yo, característico de un período en el que el yo y el ello están indiferenciados, y cuya representación concreta podría concebirse con la forma de la vida intrauterina. Como lo han observado Jean Laplanche y Jean-Bertrand Pontalis, esta nueva formulación borra las distinciones entre el autoerotismo y el narcisismo, y "desde el punto de vista tópico no se advierte qué es lo que está investido en el narcisismo primario entendido de este modo". La definición del narcisismo secundario es menos problemática, y la formación de la segunda tópica no modificó su concepción, aunque, a partir de Más allá del principio de placer, Freud abandonaría cada vez más este concepto, ausente por completo en el Esquema del psicoanálisis. De modo que el narcisismo secundario o narcisismo del yo, a principio de la década de 1920, seguía apareciendo como el resultado manifiesto, en la clínica de la psicosis, del retiro de la libido de todos los objetos externos. Pero no sólo era propio de tales casos extremos, puesto que la investidura libidinal del yo coexiste en todo ser humano con las investiduras objetales; Freud había postulado la existencia de un proceso de balanceo energético entre las dos formas de investidura que participan del eros, la pulsión de vida, y de su combate contra las pulsiones de muerte. Por otra parte (y esto atestigua el carácter ineludible que este concepto tuvo en la evolución de la teoría freudiana del desarrollo psíquico), desde el texto de 1914 el narcisismo aparece como el primer bosquejo de lo que se convertirá en el ideal del yo. A pesar de sus insuficiencias y de su estatuto ambiguo, el concepto de narcisismo sirvió de punto de partida a numerosos desarrollos posfreudianos. Efectuando un análisis espectral del concepto del narcisismo, André Green siguió en 1976 las huellas del "destino del narcisismo" después de Freud, subrayando que los psicoanalistas se dividieron "en dos campos, según su posición respecto de la autonomía del narcisismo". Entre los defensores de esta autonomía, hay que destacar el aporte del psicoanalista francés Bela Grunberger, para quien el narcisismo es una instancia psíquica a igual título que las instancias freudianas de la segunda tópica, y el del psicoanalista norteamericano Heinz Kohut, el cual, a partir de la clínica de los trastornos narcisistas, contribuyó al desarrollo de la corriente de la Self Psychology. Opuesta a estas concepciones, Melanie Klein, al postular la existencia primera de las relaciones objetales, se vio llevada a rechazar la idea del narcisismo primario, así como la de estadio narcisista; ella sólo habla de estados narcisistas vinculados a la retracción de la libido sobre objetos interiorizados. La concepción lacaniana del estadio del espejo, desarrollada en 1949, se basó en ese punto confuso de la ubicación del narcisismo primario y su relación con la constitución del yo. Para Jacques Lacan, el narcisismo originario se constituye en el momento de la captación por el niño de su imagen en el espejo, imagen a su vez basada en la del otro (en particular la madre), constitutiva del yo. El período del autoerotismo corresponde entonces a la primerísima infancia, al período de las pulsiones parciales y del "cuerpo fragmentado", signado por ese "desamparo original" cuyo posible retorno constituye una amenaza, en el fundamento de la agresividad. Articulada con la teoría lacaniana que reconoce la existencia del narcisismo primario incluso antes del estadio del espejo, la reflexión de Françoise Dolto ubica las raíces del narcisismo en el momento de la experiencia privilegiada constituida por las palabras maternas más centradas en la satisfacción de los deseos que en la respuesta a necesidades.
Narcisismo primario, narcisismo secundarioNarcisismo primario, narcisismo secundario Narcisismo primario, narcisismo secundario Al.: primärer Narzissmus, sekundärer Narzissmus. Fr.: narcissisme primaire, narcissisme secondaire. Ing.: primary narcissism, secondary narcissism. It.: narcisismo primario, narcisismo secondario. Por.: narcisismo primário, narcisismo secundário. fuente(7) El narcisismo primario designa un estado precoz en el que el niño catectiza toda su libido sobre sí mismo. El narcisismo secundario designa una vuelta sobre el yo de la libido, retirada de sus catexis objetales. Estos términos tienen, en la literatura psicoanalítica, e incluso en la misma obra de Freud, acepciones muy diversas, lo que impide dar una definición unívoca más precisa que la que proponemos. 1.° La expresión «narcisismo secundario» ofrece menos dificultad que la de narcisismo primario. Freud la utiliza, desde Introducción al narcisismo (Zur Einführung des Narzissmus, 1914), para designar estados tales como el narcisismo esquizofrénico: «[...] nos vemos inducidos, por consiguiente, a considerar este narcisismo, que ha aparecido haciendo refluir de nuevo las catexis de objeto, como un estado secundario construido sobre la base de un narcisismo primario que ha sido empañado por múltiples influencias». Para Freud, el narcisismo secundario no designa únicamente ciertos estados extremos de regresión; constituye también una estructura permanente del sujeto: a) En el plano económico, las catexis de objeto no suprimen las catexis del yo, sino que existe un verdadero equilibrio energético entre estos dos tipos de catexis; b) En el plano tópico, el ideal del yo representa una formación narcisista que jamás es abandonada. 2.° El concepto de narcisismo primario experimenta variaciones extremas de uno a otro autor. Se trata aquí de definir una fase hipotética de la libido infantil, y las divergencias existentes se refieren, de un modo complejo, a la descripción de dicho estado, a su situación cronológica y, para algunos autores, incluso a su existencia. Para Freud, el narcisismo primario designa, de un modo general, el primer narcisismo, el del niño que se toma a sí mismo como objeto de amor antes de elegir objetos exteriores. Tal estado correspondería a la creencia del niño en la omnipotencia de sus pensamientos. Si se intenta precisar el momento de la constitución de tal estado, se encuentran, ya en Freud, algunas variaciones. En los textos del período 1910-1915, esta fase se localiza entre la del autoerotismo primitivo y la del amor de objeto, y parece ser coetánea a la aparición de una primera unificación del sujeto, de un yo. Más tarde, con la elaboración de la segunda tópica, Freud designa con la noción de narcisismo primario un primer estado de la vida, anterior incluso a la constitución de un yo, y cuyo arquetipo sería la vida intrauterina. Desaparece entonces la distinción entre el autoerotismo y el narcisismo. Desde el punto de vista tópico, resulta difícil comprender qué es lo que se catectiza en el narcisismo primario así entendido. Esta última acepción del narcisismo primario es la que prevalece corrientemente en nuestros días en el pensamiento psicoanalítico, lo que conduce a limitar la significación y el alcance de la discusión: se acepte o no el concepto, con él se designa siempre un estado rigurosamente «anobjetal» o, por lo menos, « indiferenciado », sin escisión entre un sujeto y un mundo exterior. Dos tipos de objeciones pueden oponerse a esta concepción del narcisismo: - Desde el punto de vista terminológico, esta acepción prescinde de la referencia a una imagen de sí mismo, a una relación especular, como la que etimológicamente presupone el término «narcisismo». A nuestro juicio, pues, el término «narcisismo primario» es inadecuado para designar una fase descrita como anobjetal. - Desde el punto de vista de los hechos: la existencia de esta fase es muy problemática, y algunos autores estiman que, en el lactante, existen desde un principio relaciones de objeto, un «amor objetal primario», de forma que rechazan como mítica la noción de un narcisismo primario, entendido como una primera fase anobjetal de la vida extrauterina. Según Melanie Klein, no puede hablarse de fase narcisista, puesto que, desde el origen, se instituyen relaciones objetales, pero sólo de «estados» narcisistas caracterizados por un retorno de la libido hacia objetos interiorizados. Partiendo de estas críticas, parece posible devolver su sentido a lo que fue la intención de Freud cuando, recogiendo la noción de narcisismo introducida en patología por H. Ellis, la amplía hasta hacer de ella una fase necesaria en la evolución que conduce desde el funcionamiento anárquico, autoerótico, de las pulsiones parciales, hasta la elección de objeto. Nada parece oponerse a que se designe con el término «narcisismo primario» una fase precoz o ciertos momentos fundamentadores, caracterizados por la aparición simultánea de un primer esbozo de yo y su catexis por la libido, lo que no implica que este primer narcisismo sea el primer estado del ser humano, ni que, desde el punto de vista económico, este predominio del amor a sí mismo excluya toda catexis objetal (véase: Narcisismo).
Nazismo fuente(8) Desde su llegada al poder, Adolf Hitier (1889-1945) aplicó la doctrina nacionalsocialista (o nazismo), uno de cuyos principales objetivos era la eliminación de todos los judíos de Europa, como "raza inferior". De la misma manera, además de las otras "razas inferiores", convenía desembarazarse de todos los hombres considerados "tarados" o molestos para el cuerpo social. La homosexualidad y la locura fueron tratadas por el nacionalsocialismo como equivalentes de la judeidad, siempre sobre la base de la teoría de la herencia-degeneración. En 1939 se crearon institutos de eutanasia para ejecutar, con venenos diversos, a tres categorías de personas: los enfermos que padecían trastornos mentales o neurológicos (esquizofrénicos, dementes seniles, epilépticos, etcétera); los pacientes hospitalizados durante más de cinco años; los alienados criminales, y con ellos a todos los sujetos alcanzados por la legislación racista. En enero de 1940, en la antigua cárcel de Brandeburgo-Havel, transformada en instituto de eutanasia, se realizó la primera ejecución por medio de gas, experiencia que demostró la "superioridad" de ese procedimiento sobre las drogas y las otras técnicas empleadas habitualmente. Entre todas las escuelas de psiquiatría dinámica, el psicoanálisis fue la única que recibió el calificativo de "ciencia judía", tan temido por Sigmund Freud. En ese contexto, puede comprenderse por qué el nazismo incorporó en su programa la destrucción radical del psicoanálisis, de su vocabulario, de sus conceptos, de sus obras, de su movimiento, de sus instituciones y de sus profesionales. El programa se fue realizando progresivamente bajo la batuta de Matthias Heinrich Göring, con la colaboración de psicoterapeutas de todas las tendencias junguianos, freudianos, adlerianos, etcétera), que aceptaron servir a los principios de una nueva "psicología aria" y, desde mayo de 1936, trabajar en el Deutsche Institut für Psychologische Forschung (Instituto Alemán de Investigación Psicológica y Psicoterapia), más conocido como Göring-Institut. En ese instituto de Berlín estaba proscrito todo lo que pudiera evocar la judeidad en cualquier forma: la palabra psicoanálisis no debía pronunciarse más. A los judíos se le prohibió la psicoterapia, fuera como profesionales o como pacientes. El nazismo transformó radicalmente el movimiento psicoanalítico al expulsar de Europa (Alemania, Hungría, Italia, Austria) a la casi totalidad de los psicoanalistas, en su mayoría judíos, que emigraron a los Estados Unidos, Gran Bretaña o a países latinoamericanos. Los que no llegaron a huir, perecieron en los campos de concentración.
Necesidad de castigo Al: Strafbedürfnis. Fr.: besoin de punition. Ing.: need for punishment. It.: bisogno di punizione. Por.: necessidade de castigo o de punição. fuente(9) Exigencia interna que, según Freud, se hallaría en el origen del comportamiento de ciertos sujetos en los que la Investigación psicoanalítica pone de manifiesto que buscan situaciones penosas o humillantes y se complacen en ellas (masoquismo moral). Lo que hay de irreductible en tales comportamientos debería relacionarse, en último análisis, con la pulsión de muerte. La existencia de fenómenos que implican un autocastigo pronto despertó el interés de Freud: sueños de castigo, que son como un tributo pagado a la censura por la realización de un deseo, y sobre todo los síntomas de la neurosis obsesiva. Desde sus primeros estudios sobre esta enfermedad, Freud describió los autorreproches; más tarde, en Observaciones sobre un caso de neurosis obsesiva (Bemerkungen über einen Fall von Zwangsneurose, 1909), los comportamientos autopunitivos; generalmente es el conjunto de la sintomatología, con el sufrimiento que implica, lo que hace del obsesivo su propio verdugo. La clínica de la melancolía pone de relieve la violencia de una compulsión al autocastigo que puede llegar al suicidio. Pero es también una aportación de Freud y del psicoanálisis el atribuir a una motivación autopunitiva ciertos comportamientos en los que el castigo parece ser solamente una consecuencia no deseada de ciertas acciones agresivas y delictivas. En este sentido puede hablarse de «criminales por autocastigo», sin que deba verse en este proceso la motivación única de un fenómeno siempre complejo. Finalmente, en la cura, Freud se vio inducido a conceder una atención creciente a lo que él llamó reacción terapéutica negativa: el analista tiene la impresión, escribe Freud, «[...] de una fuerza que se defiende por todos los medios contra la curación y que no quiere en absoluto desprenderse de la enfermedad y del sufrimiento». La profundización, dentro de la segunda teoría del aparato psíquico, en los problemas metapsicológicos planteados por estos fenómenos, los progresos de la reflexión sobre el sadismo-masoquismo, y finalmente la introducción de la pulsión de muerte, conducirían a Freud a perfilar y diferenciar mejor los comportamientos autopunitivos. 1.° El propio Freud opuso ciertos reparos a la expresión sentimiento de culpabilidad inconsciente, pareciéndole, en este sentido, más apropiado el término «necesidad de castigo». 2.° Desde un punto de vista tópico, Freud explica las conductas autopunitivas por la tensión entre un superyó singularmente exigente y el yo. 3.° Pero el empleo del término «necesidad de castigo» pone de relieve lo que puede haber de irreductible en la fuerza que impulsa a ciertos individuos a sufrir, al mismo tiempo que la paradoja de la satisfacción que encuentran en su sufrimiento. Freud distingue dos casos: ciertas personas dan la impresión «[...] de hallarse bajo el dominio de una conciencia moral singularmente intensa, aun cuando una tal supermoral no sea en ellas consciente. Una investigación más profunda nos muestra de modo claro la diferencia existente entre tal prolongación inconsciente de la moral y el masoquismo moral. En el primer caso, el acento recae sobre el sadismo reforzado del superyó, al cual se somete el yo; en el segundo caso, en cambio, recae en el masoquismo del yo, que reclama el castigo, tanto si éste viene del superyó como de los poderes parentales externos». Así, pues, el sadismo del superyó y el masoquismo del yo no pueden considerarse simplemente como las dos vertientes simétricas de una misma tensión. 4.° En esta línea de pensamiento, Freud, en Análisis terminable e interminable (Die endliche und die unendliche Analyse, 1937), llegó a establecer la hipótesis de que no era posible explicar íntegramente la necesidad de castigo, como expresión de la pulsión de muerte, por la relación conflictual entre el superyó y el yo. Si bien una parte de la pulsión de muerte se halla ciertamente «ligada psíquicamente por el superyó», otras pueden «[...] actuar, no se sabe dónde, en forma libre o ligada».
Negación Al.: Verneinung. Fr.: (dé)négation. Ing.: negation. It.: negazione. Por.: negação. fuente(10) Procedimiento en virtud del cual el sujeto, a pesar de formular uno de sus deseos, pensamientos o sentimientos hasta entonces reprimidos, sigue defendiéndose negando que le pertenezca. Esta palabra requiere ante todo algunas observaciones de orden terminológico. 1) En la conciencia lingüística común, no siempre existen en todos los idiomas claras distinciones entre los términos que significan la acción de negar, y menos aún existen correspondencias bi-unívocas entre los distintos términos de una lengua a otra. En alemán, Verneinung designa la negation en el sentido lógico o gramatical del término (no existe un verbo neinen o beneinen), pero también la denegation en sentido psicológico (rechazo de una afirmación que yo he enunciado o que se me atribuye; por ejemplo: no, yo no he dicho esto; yo no he pensado esto). Verleugnen (o leugnen) tiene un sentido que se aproxima al de verneinen en esta última acepción: renegar, desdecir, desmentir. En francés, puede distinguirse, por una parte, la negación (négation) en sentido gramatical o lógico, y por otra parte la denegación (dénégation, déni), que implica oposición o repulsa. 2) En el empleo que hace Freud: al parecer podemos distinguir dos usos diferentes de verneinen y verleugnen. En efecto, la palabra verleugnen tiende a reservarla Freud, hacia el fin de su obra, para designar el rechazo de la percepción de un hecho que se impone en el mundo exterior; en inglés, los editores de la Standard Edition, que han reconocido el sentido específico que adquiere en Freud la palabra Verleugnung, han decidido traducirla por disavowal. Nosotros proponemos en francés traducirla por «déni» (renegación) En cuanto al empleo que hace Freud de la palabra Verneinung, resulta inevitable para el lector francés la ambigüedad negation-denegation. Posiblemente esta misma ambigüedad sea uno de los ejes de la riqueza del artículo que Freud dedicó a la Verneinung. Al traductor, le resulta imposible en cada pasaje elegir entre «negation» o «denegation»; como solución nosotros proponemos transcribir la Verneinung por «(dé)négation». En castellano utilizaremos negación. Observemos que también se encuentra algunas veces en las obras de Freud la palabra alemana de origen latino Negation. Estas distinciones terminológicas y conceptuales que proponemos no siempre se han efectuado hasta ahora en la literatura psicoanalítica y en las traducciones. Así, el traductor francés de El Yo y los mecanismos de defensa (Das Ich und die Abwehrmechanismen, 1936) de Anna Freud transcribe por «negación» (négation) el término Verleugnung, que esta autora utiliza en un sentido similar al que le dio S. Freud. Freud puso en evidencia el procedimiento de negación en la experiencia de la cura. Muy pronto encontró en las histéricas que trataba una forma especial de resistencia: «[...] cuanto más se profundiza, más difícilmente se aceptan los recuerdos que surgen, hasta el momento en que, en las proximidades del núcleo, nos hallamos con que el paciente niega incluso su reactualización». El Análisis de un caso de neurosis obsesiva proporciona un buen ejemplo de negación: el paciente, siendo niño, había pensado que conseguiría el amor de una niña a condición de que le ocurriera una desgracia: «[...] se le impuso la idea de que esta desgracia podría ser la muerte de su padre. Rechazó inmediatamente tal idea con toda energía; todavía hoy se defiende contra la posibilidad de haber experimentado semejante "deseo". Según él, había sido una simple "asociación de ideas". -Yo le objeto: si no fue un deseo, ¿por qué se rebela contra él? -Simplemente por el contenido de esta representación, de que mi padre pudiera morir». La prosecución del análisis vino a demostrar que existía ciertamente un deseo hostil hacia su padre: «[...] al primer "no" de rechazo se sumó pronto una confirmación, al principio indirecta». La idea de que la toma de conciencia de lo reprimido se manifiesta a menudo, durante la cura, por la negación, constituye el punto de partida del artículo que Freud consagra a ésta en 1925. «No hay mejor prueba de que se ha logrado descubrir el inconsciente, que el hecho de ver cómo el analizado reacciona con estas palabras: "Yo no he pensado esto" o bien "jamás he pensado en esto"». La negación posee el mismo valor de confirmación cuando se opone a la interpretación del analista. De ahí nace una objeción de principio que no escapó a Freud, que se pregunta -en Las construcciones en análisis (Konstruktionen in der Analyse, 1937)-: ¿tal hipótesis no ofrece el peligro de asegurar siempre el triunfo del analista? «[...] cuando el analizado asiente, tiene razón, pero cuando nos contradice, esto es un signo de su resistencia y también nos da la razón». El propio Freud dio una respuesta matizada a tales críticas, incitando al analista a buscar la confirmación en el contexto y en la evolución de la cura. A pesar de todo, la negación sigue poseyendo para Freud el valor de un indicador que señala el momento en que empiezan a resurgir una idea o un deseo inconscientes, y esto tanto en la cura como fuera de ella. En La negación (Die Verneinung, 1925), Freud dio de este fenómeno una explicación metapsicológica muy precisa, que desarrolla tres afirmaciones estrechamente solidarias entre sí: 1) «la negación constituye un medio de adquirir conocimiento de lo reprimido [...]; 2) »[...] lo que se elimina es sólo una de las consecuencias del proceso de represión, a saber, el hecho de que el contenido representativo no llegue a la conciencia. Como resultado, tiene lugar una especie de aceptación intelectual de lo reprimido, mientras que persiste lo fundamental de la represión; 3) »mediante el símbolo de la negación, el pensamiento se libera de las limitaciones de la represión [...]». Esta última proposición muestra que, para Freud, la negación en sentido psicoanalítico y la negación en sentido lógico y lingüístico (el «símbolo de la negación») tienen el mismo origen, lo cual constituye la tesis principal de su trabajo. Negación Negación fuente(11) En un artículo de 1925, «La negación», Freud delimita la negación en el juego entre el establecimiento de un juicio de atribución (sello del yo-placer) y el juicio de existencia (sello del yo-realidad); en el marco del «yo-placer», el sujeto niega toda articulación entre él y un contenido que expresa (negación); en el marco del «yo-realidad», el sujeto sostiene que la realidad percibida no corresponde a la representación que se había hecho de ella (negación simple). Los lingüistas, en efecto, distinguen una negación «simple» (por ejemplo, «esto no es una mesa», que hay que entender como «es una silla»), de una negación «modal», o sea, «es una mesa pero para mí no lo es», que indica una apreciación, y por lo tanto intersubjetividad. En este movimiento entre juicio de atribución y juicio de existencia, Freud capta la importancia del lugar de la enunciación: por medio de la negación, el pensamiento se vuelve operante; una primera frase afirmativa utiliza los términos que encierran los afectos («Usted pregunta quién puede ser esta persona del sueño. Mi madre. ..»), pero una segunda frase niega a la anterior «...no es ella»). De hecho Freud deduce que la negación permite cierta enunciación de la toma de conciencia de la represión, sin que el sujeto acepte su contenido -separación de la función intelectual respecto del proceso afectivo-. En la medida en que la negación reviste un carácter proyectivo en la enunciación, se convertirá en una denegación. Al final de su artículo, Freud señala «el placer generalizado de la negación» propio del fenómeno psicótico, que debe ser «probablemente comprendido como indicio de la desmezcla de las pulsiones por retracción de los componentes libidinales». No obstante, insiste, «la operación de la función del juicio sólo resulta posible por la creación del símbolo de la negación, que ha permitido al pensamiento un primer grado de independencia con respecto a las consecuencias de la represión y, de tal modo, de la coacción del principio de placer». En su «Respuesta al comentario de Jean Hippolyte», Lacan observa que «la creación del símbolo debe concebirse como un momento mítico», y que incumbe a «una relación del sujeto con el ser» inherente a la estructura misma del lenguaje. Lo «percibido» no recubre lo real de un objeto, sino que es lo que falta para asegurar la completud del Otro; el objeto aceptado o rechazado por el cachorro humano no lo es en razón de su cualidad, sino que es juzgado en función de su relación con la falta de la madre, falta que se presenta en lo real del objeto. En la dialéctica de la aceptación y el rechazo, el niño plantea su propia existencia en relación con la falta del Otro; la repetición realiza su movimiento con relación a la castración del Otro, y en esta óptica, el Nombre-del-Padre marca que no existe un significante que diría todo: sustracción de la Cosa. De hecho, la cuestión de la negación se encuentra con la del acto de enunciación, pues ambas señalan la importancia de la alteridad: hablar requiere transferencia («Usted pregunta quién puede ser... »), «por lo cual es del Otro que el sujeto recibe el mensaje que él emite»; ese paralelismo entre negación y enunciación introducirá la problemática de la denegación: todo mensaje implica denegación, porque está dirigido a un otro al cual se le presta un pensamiento. Para Lacan, a diferencia de Freud, no hay «yo-placer» original; desde el principio el significante introduce al sujeto en lo real, porque el deseo es redesplegado sin cesar. El Nombre-del-Padre es por definición el significante ex-sistente a la ley simbólica, el que la ordena; él «provoca» la inscripción del sujeto en la ley simbólica, pero él mismo le es exterior; por eso la negación es el efecto de un proceso lógico que indica la indisociabilidad de una identificación del sujeto con el Nombre-del-Padre como padre simbólico. La negación indica en consecuencia la articulación del enunciador con ese significante ex-sistente mientras trata de tacharlo. En el ejemplo citado por Freud («no es mi madre»), la denegación consiste en querer eliminar ese significante del Otro, pero al mismo tiempo ella lo afirma como letra del sujeto; en el fondo, la denegación confirma que el significante proviene del Otro, de otro lugar, lo que le permite a Lacan situar la negación como borde de la manifestación inconsciente: según se advierte en el ejemplo ampliamente desarrollado por él en el seminario l’Identification, un enunciado como «je crains qu'iI ne vienne» («temo que él venga»), con el ne expletivo, deja traslucir el pensamiento inconsciente «esperaba que viniera». Puesto que toda articulación simbólica sólo adquiere sentido a partir del Nombre-del-Padre, figura de la ley simbólica y de la castración, habrá una negatividad fundadora en el núcleo del sujeto hablante. Esto lleva a Lacan a decir que «sólo por la negación de la negación» el discurso humano permite recuperar «la palabra inconsciente». De hecho, Lacan analizará el «ne» expletivo como «el comienzo de toda enunciación del sujeto concerniente a lo real»; la noción de «clase» no se basa en la inclusión. La inclusión «como relación radical» está sustituida por «una relación de exclusión»: «lo que el sujeto busca, es ese real en tanto que justamente no posible; ... lo que se puede decir es que en el origen de toda enunciación justamente sólo hay lo no posible». La importancia de la negatividad es también subrayada por el encuentro frustrado con la Cosa; en tal sentido, Lacan formula la negatividad del significante: un significante sólo encuentra su estatuto a partir de otro significante, y no a partir de sí mismo. Dicho esto, sucede que el significante surge en lo real, por ejemplo por la alucinación, y en este caso parecería que un objeto absoluto se deja domesticar; ahora bien, no hay nada de esto, pero ese tiempo implica un plano imaginario; así, la negatividad del significante es la condición de que en el orden simbólico un significante funcione con otro significante, pero también produce significado. La negatividad funda ese pasaje, y se ve que ella no sólo sitúa la articulación entre real y simbólico, sino también la articulación entre simbólico e imaginario. Esta importancia de la negatividad llevará a Lacan a reescribir las proposiciones de la lógica formal de Aristóteles. Introduce dos nuevas escrituras de la negación, " (no-todo) y $ (no existe); para Aristóteles, la negación se basa exclusivamente en la función, porque lo universal implica la existencia; para Lacan, la existencia no está ligada a lo universal, sino que es engendrada por la posición ex-sistente del Nombre-del-Padre, que introduce la ley simbólica y la palabra. La Universal Afirmativa inscribe lo posible (el sujeto en su identificación simbólica); la Particular Negativa le da su peso e inscribe lo necesario: eso necesario es precisamente la posición excluida de la cadena del Nombre-del-Padre del que va a desprenderse la ley. Lacan deja intactas estas dos proposiciones. Pero se observa ya que la Particular Negativa adquiere importancia con respecto a la Universal Afirmativa de Aristóteles en el marco de una nueva articulación lógica. En cambio, Lacan reescribe la Particular Afirmativa (lo imposible) transformando la afirmativa aristotélica en negativa: «existe x... » se convierte en «no existe x que no sea...». Por esto hay que entender que, antes que nada, toda escritura proviene de lo real como imposible; esto se traduce por la eminencia del significante fálico: la relación sexual no cesa de no escribirse; es más: «no hay en el decir existencia de la relación sexual»; importancia, entonces, del decir, de la palabra y, en consecuencia, de la singularidad del sujeto, contrariamente a lo que ocurre en la escritura científica, de la que el sujeto está excluido, y para la cual no hay sujeto. Este punto es capital: la negación insiste en ese carácter fundamental de la ley; al desplazar la negación sobre el cuantificador, Lacan le sustrae a la función aristotélica su carácter prioritario, y postula el de la enunciación y del significante. A la Particular Afirmativa le responderá la Universal Negativa (lo contingente), el «cesa de no escribirse». Esta cuarta modalidad recubre el no-saber, es decir, el saber inconsciente: «sólo por el efecto que resulta de esta hiancia se encuentra algo... aquello que inscribe en cada uno la huella de su exilio, no como sujeto sino como hablante, de su exilio de la relación sexual». Estas dos modalidades (Particular Afirmativa y Universal Negativa) se oponen a las dos primeras (Universal Afirmativa y Particular Negativa), que son las únicas que operan en la lógica de la ciencia. La Universal Afirmativa abre el orden de la ley, y la Particular Negativa implica que la existencia se funda fuera de ella en cuanto el padre simbólico es precisamente el ordenador de la ley. En la Universal Negativa, la negación se basa en el cuantificador (no-todo) y niega la universalidad de la ley; aparece entonces un elemento que no tiene lugar en la ley; la singularidad de cada uno no puede construirse a prior¡, como lo querría una escritura científica. Estas reescrituras basadas en el desplazamiento de la negación permiten ver que no existe ninguna escritura científica que, sin saberlo, no esté enganchada a la posición del inconsciente; la lógica plantea la verdad como referencia, y en consecuencia la contradicción se inscribe en una relación binaria; se oculta el carácter primordial de la enunciación, o sea el de la palabra que, basada en lo escrito, permite precisamente la emergencia de la lengua por el lapsus, por ejemplo. En otros términos, no hay metalenguaje que pueda hablarse, por lo cual el metalenguaje instaurado por la lógica positivista es pura ilusión.
Neofreudismo Alemán: Neofreudianismus. Francés: Néofreudisme. Inglés: Neofreudianism. fuente(12) En la historia del movimiento psicoanalítico, se ha denominado neofreudismo a las escuelas de psicoterapia a la vez diferentes entre sí y en disidencia con el freudismo. Estas escuelas se inspiran en el culturalismo y la psicología individual de Alfred Adler. Contrariamente al armafreudismo y al kleinismo, la corriente neofreudiana se desarrolló, después de escisiones o rupturas individuales, fuera de la legitimidad freudiana encarnada por la International Psychoanalytical Association (IPA), lo que significa que ha renunciado a algunos de los grandes conceptos freudianos (sexualidad, pulsión, represión, transferencia, etcétera), o que los ha modificado al punto de instalarse al margen del freudismo. Para los neofreudianos, el freudismo es la doctrina original que, aunque reivindicada históricamente, tiene que ser "superada". En efecto, ellos impugnan el dogmatismo freudiano y su universalismo. De allí el carácter vago y atomizado de este movimiento que, en virtud de sus convicciones culturalistas, siempre rechazó el principio mismo de una organización centralizada de espíritu internacionalista. Entre los principales representantes del neofreudismo se cuentan Karen Horney, Erich Fromm y Harry Stack Sullivan. Los filósofos de la Escuela de Francfort, en particular Theodor Adorno (1903-1969) y Herbert Marcuse, a partir de 1946 criticaron duramente al neofreudismo, asimilándolo a un "revisionismo".
Neurastenia Al.: Neurasthenie. Fr.: neurasthénie. Ing.: neurasthenia. It.: nevrastenia. Por.: neurastenia. fuente(13) Afección descrita por el médico americano George Beard (1839-1883), cuyo cuadro clínico gira en torno a una fatiga física de origen «nervioso» y que comprende síntomas de los más diversos registros. Freud fue uno de los primeros en señalar la excesiva extensión adquirida por este síndrome, que, en parte, debe ser dividido en otras entidades clínicas. No obstante, sigue manteniendo la neurastenia como una neurosis autónoma; la define por la impresión de fatiga física, las cefaleas, la dispepsia, la constipación, las parestesias espinales, el empobrecimiento de la actividad sexual. La incluye en el grupo de las neurosis actuales, junto a la neurosis de angustia, y busca su etiología en su funcionamiento sexual incapaz de resolver en forma adecuada la tensión libidinal (masturbación). G. Beard creó el término «neurastenia» (etimológicamente, debilidad nerviosa). En lo que respecta al cuadro clínico así designado, remitimos al lector a los trabajos de dicho autor. Freud se interesó en especial por la neurastenia al principio de su obra, lo que le condujo a delimitar y subdividir el grupo de las neurosis actuales (véase este término). Pero, también ulteriormente, siguió sosteniendo la especificidad de esta neurosis. Neurastenia Neurastenia Alemán: Neurasthenie. Francés: Neurasthénie. Inglés: Neurasthenia. fuente(14) Término introducido en 1879 por el neurólogo norteamericano George Beard (1839-1883), para designar un estado de fatiga psicológico y fisico acompañado de diversos trastornos funcionales y propio de la sociedad industrial del Nuevo Mundo.
Neurosis Al.: Neurose. Fr.: névrose. Ing.: neurosis. It.: nevrosi. Por.: neurose. fuente(15) Afección psicógena cuyos síntomas son la expresión simbólica de un conflicto psíquico que tiene sus raíces en la historia infantil del sujeto y constituyen compromisos entre el deseo y la defensa. La extensión del concepto de neurosis ha variado; actualmente el término, cuando se utiliza solo, tiende a reservarse a aquellas formas clínicas que pueden relacionarse con la neurosis obsesiva, la histeria y la neurosis fóbica. Así, la nosografía distingue neurosis, psicosis, perversiones y afecciones psicosomáticas, mientras que se discute la posición nosográfica de las denominadas «neurosis actuales», «neurosis traumáticas» y «neurosis de carácter». Al parecer, el término «neurosis» fue introducido por William Cullen (médico escocés) en un tratado de medicina aparecido en 1777 (First Lines of the Practice of Physics). La segunda parte de su obra se titula Neurosis or Nervous Diseases y trata no solamente de las enfermedades mentales o «vesanias», sino también de la dispepsia, las palpitaciones cardíacas, el cólico, la hipocondría y la histeria. Durante el siglo xix se incluirán, por lo general, bajo la denominación de neurosis toda una serie de afecciones que se podrían caracterizar como sigue: a) se les reconoce una localización orgánica precisa (de donde los nombres de «neurosis digestiva», «neurosis cardíaca», «neurosis gástrica», etc.) o se les supone una tal localización en el caso de la histeria (útero, tubo digestivo) y de la hipocondría; b) se trata de afecciones funcionales, es decir, «sin inflamación ni lesión estructural» del órgano interesado; c) se consideran como enfermedades del sistema nervioso. Al parecer, la noción de neurosis en el siglo xix debe relacionarse, desde un punto de vista de la comprensión, con los conceptos modernos de afección psicosomática y de neurosis de órgano. Pero, desde el punto de vista de la extensión nosográfica, el término incluiría afecciones que hoy en día se reparten en los tres campos de la neurosis (por ejemplo, histeria), de lo psicosomático (neurastenia, afecciones digestivas) y de la neurología (epilepsia, enfermedad de Parkinson). El análisis de la transformación que experimentó el concepto de neurosis a finales del siglo xix exigiría una extensa investigación histórica, tanto más cuanto que esta evolución difiere de un país a otro. Digamos únicamente, para fijar las ideas, que en dicho período la mayoría de los autores se percataron del carácter heterogéneo de las afecciones clasificadas bajo la denominación de «neurosis(16)». De esta amalgama se desprenden progresivamente afecciones en las cuales se supone con fundamento la existencia de una lesión del sistema nervioso (epilepsia, enfermedad de Parkinson, corea) ... Por otro lado, en la frontera móvil que lo separa de las enfermedades mentales, el grupo de las neurosis tiende a anexionarse cuadros clínicos (obsesiones, fobias) que algunos autores todavía clasificaban entre las «psicosis», las «demencias» o los «delirios». La posición de Pierre Janet atestigua el resultado de esta evolución en Francia a finales del siglo pasado; Janet distingue fundamentalmente dos grandes tipos de neurosis: la histeria y la psicastenia (esta última concuerda en gran parte con lo que Freud designa como neurosis obsesiva). ¿Cuál es la posición de Freud en esta época (1895-1900)? Al parecer, encuentra, en la cultura psiquiátrica de lengua alemana, una distinción relativamente bien establecida, desde el punto de vista clínico, entre psicosis y neurosis. Exceptuando algunas raras ambigüedades en su terminología, con estos dos términos designa afecciones que todavía hoy se clasifican bajo los mismos nombres. Pero la principal preocupación de Freud no consistía entonces en delimitar la neurosis de la psicosis, sino en poner en evidencia el mecanismo psicógeno en toda una serie de afecciones. De ello resulta que el eje de su clasificación pasa entre las neurosis actuales, cuya etiología se busca en una disfunción somática de la sexualidad, y las psiconeurosis, en las cuales el factor determinante es el conflicto psíquico. Este grupo, llamado de las «psiconeurosis de defensa», incluye neurosis, como la histeria, y psicosis que en ocasiones se designan con el término «psicosis de defensa», como la paranoia. A continuación, dentro de la misma perspectiva, Freud intentará imponer el término «psiconeurosis (o neurosis) narcisista» para designar lo que en psiquiatría, en la misma época, se denominaban psicosis. Finalmente, vuelve a la clasificación psiquiátrica usual y reserva la noción de neurosis narcisista para designar la psicosis maníaco-depresiva. Recordemos, finalmente, que Freud diferenció muy pronto, y de modo claro, el campo de las neurosis del de las perversiones. En resumen, en el siguiente cuadro podríamos esquematizar la evolución, en extensión, del concepto de neurosis en la nosografía psicoanalítica. 1915 Neurosis actuales 1924 Neurosis acutales Neurosis Neurosis narcisistas Psicosis Clasificació Psiconeurosis de transferencia narcisistas Psicosis Afecciones n actual psicosomáticas Neurosis maníaco depresiva paranoia esquizofrénica Aun cuando las subdivisiones, dentro del grupo de las neurosis, varían según los autores (así, la fobia puede incluirse en la histeria o considerarse como una afección específica), actualmente se constata una gran unanimidad respecto de la delimitación clínica del conjunto de síndromes considerados como neuróticos. El reconocimiento, por la clínica contemporánea, de los «casos-límite» indica que, por lo menos teóricamente, el campo de la neurosis se considera como bien definido. Puede decirse que el pensamiento psicoanalítico se halla en gran parte de acuerdo con la delimitación clínica adoptada por la inmensa mayoría de escuelas psiquiátricas. En cuanto a una definición en «comprensión» del concepto de neurosis, aquélla puede concebirse teóricamente, ya a nivel de la sintomatología, como la agrupación de cierto número de características que permitirían distinguir los síntomas neuróticos de los psicóticos o perversos, ya a nivel de la estructura. De hecho, la mayoría de las tentativas de definición propuestas en psiquiatría oscilan entre estos dos niveles, siempre y cuando no se limiten a establecer una simple distinción de grado entre perturbaciones «más graves» y perturbaciones «menos graves». A título de ejemplo, citaremos el siguiente ensayo de definición, tomado de un manual reciente: «La fisonomía clínica de las neurosis se caracteriza: »a) Por los síntomas neuróticos. Se trata de trastornos de la conducta, de los sentimientos o de las ideas que manifiestan una defensa contra la angustia y constituyen, en relación con este conflicto interno, una transacción de la cual el sujeto obtiene, en su posición neurótica, cierto beneficio (beneficio secundario de la neurosis). »b) Por el carácter neurótico del Yo. Éste no encuentra, en la identificación con su propio personaje, buenas relaciones con los demás y un equilibrio interior satisfactorio» Si se intenta establecer, con vistas a la comprensión del concepto, la especificidad de la neurosis tal como la establece la clínica, la tarea tiende a confundirse con la propia teoría psicoanalítica, en la medida en que ésta se ha constituido fundamentalmente como una teoría del conflicto neurótico y de sus modalidades. Difícilmente se puede considerar como perfecta la diferenciación entre las estructuras psicóticas, perversas y neuróticas. Es por ello que nuestra definición corre el inevitable peligro de resultar demasiado extensa, por cuanto puede aplicarse también, al menos parcialmente, a las perversiones y a las psicosis. Neurosis Neurosis fuente(17) s. f. (fr. névrose; ingl. neurosis; al. Neurose). Modo de defensa contra la castración por fijación a un escenario edípico. Mecanismos y clasificación de las neurosis según Freud. Tras haber establecido la etiología sexual de las neurosis, S. Freud emprendió la tarea de distinguirlas según sus aspectos clínicos y sus mecanismos. De un lado, situó a la neurastenia y a la neurosis de angustia, cuyos síntomas provienen directamente de la excitación sexual sin intervención de un mecanismo psíquico (la primera ligada a un modo de satisfacción sexual inadecuado, la masturbación, y la segunda, a la ausencia de satisfacción) (Sobre la justificación de separar de la neurastenia un determinado síndrome en calidad de «neurosis de angustia» 1895). A estas neurosis, a las que agregará luego la hipocondría, llamará neurosis actuales. Del otro lado, situó a las neurosis en las que interviene un mecanismo psíquico de defensa (la represión), a las que denomina psiconeurosis de defensa. En ellas la represión se ejerce sobre representaciones de orden sexual que son «inconciliables» con el yo, y determina los síntomas neuróticos: en la histeria, la excitación, desligada de la representación por la represión, es convertida en el terreno corporal; en las obsesiones y la mayoría de las fobias, permanece en el terreno psíquico, para ser desplazada sobre otras representaciones (Las neuropsicosis de defensa, 1894). Freud observa luego que una representación sexual sólo es reprimida en la medida en que ha despertado la huella mnémica de una escena sexual infantil que ha sido traumatizante; postula entonces que esta escena actúa après-coup de una manera inconciente para provocar la represión (Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa, 1896). La «disposición a la neurosis» parece depender entonces de acontecimientos sexuales traumatizantes realmente ocurridos en la infancia (en particular, la seducción). Después, Freud reconocerá el carácter poco constante de la seducción real, pero mantendrá que la neurosis tiene su origen en la primera infancia. La emergencia de las pulsiones sexuales, efectivamente, constituye un trauma en sí misma, y la represión consiguiente es el origen de la neurosis infantil. Con frecuencia esta pasa inadvertida y, cuando hay síntomas, se atenúan en el período de latencia, pero luego resurgen. La neurosis del adulto o del adolescente es, por lo tanto, una revivencia de la neurosis infantil. La fijación (a los traumas, a las primeras satisfacciones sexuales) aparece así como un factor importante de las neurosis; con todo, no es un factor suficiente porque se encuentra también en las perversiones. El factor decisivo es el conflicto psíquico: Freud da cuenta constantemente de las neurosis por la existencia de un conflicto entre el yo y las pulsiones sexuales. Conflicto inevitable, puesto que las pulsiones sexuales son refractarias a toda educación y sólo buscan el placer, mientras que el yo, dominado por la preocupación de la seguridad, está sometido a las necesidades del mundo real así como a la presión de las exigencias de la civilización, que le imponen un ideal. Lo que determina la neurosis es la «parcialidad del joven yo en favor del mundo exterior con relación al mundo interior». Freud pone así en juego el carácter inacabado, «débi1» del yo, que lo conduce a desviarse de las pulsiones sexuales y, por lo tanto, a reprimirlas en lugar de controlarlas. En 1914, Freud divide las psiconeurosis en dos grupos, que opone: las neurosis narcisistas (expresión ahora en desuso, que corresponde a las psicosis) y las neurosis de trasferencia (histeria, neurosis obsesiva e histeria de angustia) (Introducción del narcisismo, 1914). En las neurosis narcisistas, la libido inviste al yo y no es movilizable por la cura analítica. Por el contrario, en las neurosis de trasferencia, la libido, investida en objetos fantasmáticos, es fácilmente trasferida sobre el psicoanalista. En cuanto a las neurosis actuales, también ellas se oponen a las neurosis de trasferencia porque no provienen de un conflicto infantil y no tienen una significación dilucidable. Freud las considera «estériles» desde el punto de vista analítico, pero reconocerá que la cura puede ejercer sobre ellas una acción terapéutica. En reiteradas oportunidades, Freud se esforzó en precisar los mecanismos en juego en las neurosis de trasferencia (La represión, 1915; Conferencias de introducción al psicoanálisis, 1916; Inhibición, síntoma y angustia, 1926). Trabajó allí las siguientes cuestiones: ¿hay modalidades diferentes de represión en las diversas neurosis de trasferencia? ¿En qué tendencias libidinales recae? ¿De qué manera fracasa o, dicho de otro modo, cómo se forman los síntomas? ¿Hay otros mecanismos de defensa en juego? ¿Qué lugar le cabe a la regresión? Sin que pueda resumirse el rumbo de su pensamiento, se puede establecer simplemente que, en la histeria, la represión desempeña el papel principal, mientras que en la neurosis obsesiva intervienen otros mecanismos de defensa, que son la anulación retroactiva y el aislamiento. El Edipo, complejo nuclear de las neurosis. Freud situó al Edipo como el núcleo de toda neurosis de trasferencia: «La tarea del hijo consiste en desprender de su madre sus deseos libidinales para volver a ponerlos en un objeto real ajeno, en reconciliarse con el padre si le guarda cierta hostilidad o en emanciparse de su tiranía cuando, por reacción contra su rebelión infantil, se ha convertido en su esclavo sumiso. Estas tareas se imponen a todos y cada uno y debe observarse que su cumplimiento rara vez se logra de una manera ideal (...) Los neuróticos fracasan totalmente en estas tareas, permaneciendo el hijo toda su vida inclinado bajo el peso de la autoridad del padre y siendo incapaz de volver a colocar su libido en un objeto sexual ajeno. Tal puede ser también, mutatis mutandis, el destino de la hija. En este sentido preciso, el complejo de Edipo puede ser considerado como el núcleo de las neurosis» (Conferencias de introducción al psicoanálisis). ¿Por qué persiste este apego a los padres, en buena parte inconciente? ¿Por qué no es superado, sobrepasado, el Edipo? Porque las reivindicaciones libidinales edípicas son reprimidas y se hacen así perennes, En cuanto al móvil de la represión, Freud va a precisar que se trata de la angustia de castración, quedando abierta para él la cuestión de lo que perpetúa esta angustia (Inhibición, síntoma y angustia). Para Lacan, la angustia de castración viene a señalar que la operación normativa que es la simbolización de la castración no ha sido totalmente realizada. Esta se realiza por vía del Edipo. La castración, es decir, la pérdida del objeto perfectamente satisfactorio y adaptado, está determinada simplemente por el lenguaje, y el Edipo permite simbolizarla atribuyéndola a una exigencia que el Padre (la función paterna simbólica tal como nosotros la imaginamos) tendría respecto de todos. Habiendo sido simbolizada la castración, persiste habitualmente una fijación al Padre, que es nuestro modo ordinario de normalidad (designado por el término síntoma en su acepción lacaniana). Pero, si el síntoma no es la neurosis, ¿cuáles son entonces los factores que hacen al Edipo neurotizante? No se puede dejar de evocar la influencia de los padres reales, pero, ¿con qué criterio evaluarla? Lacan afirma que lo patógeno es la discordancia entre lo que el sujeto percibe del padre real y la función paterna simbólica (El mito individual del neurótico, 1953). El problema es que tal discordancia es inevitable y por lo tanto es peligroso atribuir la neurosis a lo que los padres le hicieron o no le hicieron sufrir al niño. Se vuelve a encontrar aquí la cuestión que se le había planteado a Freud desde sus principios, a propósito de la cual terminó concluyendo que, en la neurosis, lo que importa es la «realidad psíquica». Retomando la expresión mito individual, Ch. Melman insiste en la importancia de la historización en la constitución de la neurosis. Resalta que hay un rechazo de la situación general común: rechazo de la aceptación de la pérdida del objeto, que, desde entonces, es atribuida no a una exigencia del padre sino a una historia estimada como original y exclusiva (y que forzosamente no lo es: insuficiencia del amor materno, impotencia del padre real, trauma sexual, nacimiento de un hermano o hermana, etc.). Allí donde el mito edípico, mito colectivo, abre una promesa, el mito individual del neurótico hace perenne un daño. Y si bien hay también allí una fijación al padre, es por el reclamo que se le dirige de reparar ese daño. Así, no sólo al padre y a la madre el neurótico permanece atado, sino, más ampliamente, a una situación original que su mito individual organiza. Ch. Melman observa que esta situación está estructurada como un libreto y que este libreto va a repetirse a lo largo de toda la vida imponiendo sus estereotipias y su fracaso a las diversas circunstancias que se presentarán. Esta captura en un libreto es propia de la neurosis. En la psicosis, no hay drama edípico que pueda ser representado. En la fobia, que es de un tiempo anterior a la neurosis, hay repetición de un elemento idéntico que es el elemento fobígeno, pero que no se inscribe en un libreto. En cuanto a la perversión, se caracteriza por un montaje inmutable que tiene como objetivo dar acceso al objeto sin acordar un lugar ni una historia a personajes específicos. De este modo, «lo real establecido en la infancia va a servir de modelo para todas las situaciones por venir, la vida se presenta como un sueño sometido a la ley del corazón [expresión de Hegel retomada por Lacan] Y al desprecio de una realidad forzosamente distinta, y el conflicto sigue siendo el de antaño» (Ch. Melman, Seminario 1986-87, inédito). El punto fundamental, en razón de sus consecuencias clínicas, es que el libreto desemboque en el fracaso: «La manera en que el neurótico aborda lo real muestra que reproduce, incambiada, la situación del fracaso originario». ¿Qué significación darle a esta repetición del fracaso? ¿Se trata de conseguir al fin una captación perfecta del objeto o, por el contrario, de lograr que su pérdida sea verdaderamente definitiva? Se verá que la posición del neurótico oscila entre estas dos metas opuestas. La relación del neurótico con el Otro. Para el neurótico, como para todo serhablante, la relación fundamental es con el Otro. La relación narcisista es por cierto de una gran pregnancia en la neurosis (por lo que las reacciones paranoicas no son excepcionales en ella), pero toma su estructura de la relación con el Otro. Para retomar, con otros términos, lo dicho precedentemente: el Edipo, a través de la promoción del nombre-del-padre, propone un pacto simbólico. Por medio de la renuncia a un cierto goce (el del objeto a), el sujeto puede tener un acceso lícito al goce fálico. Para el futuro neurótico, las condiciones del pacto están bien establecidas (lo que no es el caso para el psicótico), pero él no va a renunciar completamente al goce del objeto a (como se ve muy bien en la neurosis obsesiva, e incluso frecuentemente en la histeria), como tampoco va a renunciar a pretenderse no castrado. ¿Cómo se defiende entonces? Imaginarizando el Nombre-del-Padre, que es un significante, y haciendo de él el Padre ideal, que, como dice Lacan, «cerraría los ojos ante los deseos», no exigiría la estricta aplicación del pacto simbólico. El neurótico da existencia de este modo al Otro que, por definición, sólo es un lugar. El dispositivo de la cura, con su posición acostada y con la invisibilidad del psicoanalista, hace más sensible esta necesidad de la existencia del Otro: es al Otro, y no a la persona del psicoanalista, al que se dirigen los llamados y las interrogaciones del analizante. La trasferencia neurótica es esta creencia, muy a menudo inconciente, en el Padre ideal, que se supone acoge la queja, se conmueve con ella y aporta su remedio, y que es «supuesto saber» acerca de la senda en que el sujeto debería comprometer su deseo. La trasferencia es el motor de la cura puesto que la interrogación del «sujeto supuesto [al] saber» le permite al analizante adquirir los elementos de ese saber, pero es también el obstáculo para su fin, puesto que este fin implica la destitución de ese Padre ideal. El neurótico se querría a la imagen de ese Padre: sin falta, no castrado; por eso Lacan dice que tiene un yo «fuerte», un yo que, con toda su fuerza, niega la castración que ha sufrido. Lacan indica así que toda tentativa de reforzar al yo agrava sus defensas y va en el sentido de la neurosis. A pesar de estar en contradicción con la expresión yo «débil» empleada por Freud, Lacan está de acuerdo con lo que, al final de su obra, Freud formula sobre la «roca de la castración», que no es otra cosa que el rechazo a admitir la castración (Análisis terminable e interminable, 1937). Defendiéndose de la castración, el neurótico la sigue temiendo como amenaza imaginaria, y al no saber nunca muy bien en qué puede autorizarse -respecto de su palabra o de su goce-, mantiene sus limitaciones. Cuando estas son demasiado intolerables, el llamado a la indulgencia del Otro puede, momentáneamente, trasformarse en un llamado a cumplir su castración, lo que no constituye para nada un progreso, porque enseguida se imagina que es el Otro el que pide su castración, que, desde ese momento, rechaza. «Lo que el neurótico no quiere, y rechaza encarnizadamente hasta el fin del análisis, es sacrificar su castración al goce del Otro, dejándola que sirva para ese fin» («Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconciente freudiano», 1960; Escritos, 1966). El psicoanálisis, que no está al servicio de la moral ordinaria (de inspiración edípica y que preconiza la ley paterna), debe permitirle al sujeto interrogarse tanto sobre la elección de goce que ha hecho como sobre la existencia del Otro. Histeria y neurosis obsesiva. Las dos principales neurosis de trasferencia son la histeria y la neurosis obsesiva. Freud ha incluido entre las neurosis de trasferencia a ciertas fobias, bajo la denominación de histeria de angustia, aproximándolas así a la histeria. Lacan, al final de su enseñanza, dio a la fobia otro lugar, calificándola de «plataforma giratoria» hacia otras estructuras, neuróticas o perversas. Ch. Melman, como se ha visto, separa radicalmente la estructura fóbica de la neurosis. La histeria y la neurosis obsesiva pueden ser opuestas sistemáticamente en cierto número de puntos: el sexo: predominancia femenina en la histeria y predominancia masculina todavía más marcada en la neurosis obsesiva. Si se sitúa la neurosis, no con relación al sexo anatómico, sino a la posición sexuada («sexuación»), la oposición se hace todavía más nítida: la histeria es propia de la posición femenina, y la neurosis obsesiva, de la posición masculina. En el primer caso [la histeria], la cuestión del sexo es central (cuestión inconciente que Lacan formula como: «¿soy hombre o mujer?» o: «¿qué es una mujer?»); en el segundo (la neurosis obsesiva], es central la cuestión de la deuda simbólica impaga, que se formula en los temas de la existencia y de la muerte; la sintomatología: propende a lo somático en la histeria, puramente mental en la neurosis obsesiva-, el mecanismo psíquico en juego: represión en la histeria, aislamiento y anulación retroactiva en la neurosis obsesiva; el objeto preeminente y la dialéctica operante respecto del Otro: en la histeria, el seno que simboliza la demanda hecha al Otro; en la neurosis obsesiva, las heces que simbolizan la demanda hecha por el Otro; la condición que determina la angustia: pérdida del amor en la histeria, angustia ante el superyó en la neurosis obsesiva; la subjetividad: la histeria es la manifestación de la subjetividad, la neurosis obsesiva es la tentativa de abolirla. Se entiende que la sintomatología, en el primer caso, pueda ser exuberante e incluso «teatral», y que, en el segundo, esté mucho tiempo disimulada: el tipo de obstáculo puesto a la realización del deseo: Lacan señala el carácter «insatisfecho» del deseo de la histérica («el deseo se mantiene por la insatisfacción que se le aporta al sustraerse como objeto») y el carácter «imposible» que reviste el deseo en el obsesivo. Esta serie de oposiciones subraya la «antipatía profunda» (Melman) entre las dos neurosis. Con todo, hay que precisar que histeria y neurosis obsesiva no se sitúan en el mismo plano, en la medida en que el término histeria no connota sólo una neurosis, sino, mucho más ampliamente, un discurso, aquel en que la subjetividad ocupa la posición amo, y que puede ser adoptado por cualquiera. Esto da cuenta, y no por argumentos genéticos, de la posibilidad de rasgos histéricos en una neurosis obsesiva. Neurosis Neurosis Alemán: Neurose. Francés: Névrose. Inglés: Neurosis. fuente(18) Término propuesto en 1769 por el médico escocés William Cullen (1710-1790) para designar las enfermedades nerviosas que entrañan un trastorno de la personalidad. Fue popularizado en Francia por Plillippe Pinel (1745-1826) en 1785. Como concepto técnico empleado por Sigmund Freud a partir de 1893, se aplica a las enfermedades nerviosas cuyos síntomas simbolizan un conflicto psíquico reprimido de origen infantil. Con el desarrollo del psicoanálisis, el concepto evolucionó, para encontrar finalmente su lugar en una estructura tripartita, junto a la psicosis y la perversión. En consecuencia, desde el punto de vista freudiano, en el registro de la neurosis se clasifican la histeria y la neurosis obsesiva, a las cuales hay que añadir la neurosis actual, que comprende la neurosis de angustia y la neurastenia, y la psiconeurosis, que abarca la neurosis de transferencia y la neurosis narcisista. La expresión "neurosis de carácter" es propia de la terminología de Edward Glover y de la doctrina de Wilhelm Reich; la noción de neurosis de fracaso fue forjada por René Laforgue, y la de neurosis de abandono por la psicoanalista suiza Germaine Guex (1904-1984). El término neurosis fue creado por William Cullen durante la segunda mitad del siglo XVIII, y atestigua la renovación de la mirada clínica que le daba prioridad a la disección de cadáveres y por lo tanto a la observación "directa" y post mortem de los órganos afectados por las diversas patologías. De allí la idea de crear una palabra genérica para designar el conjunto de afecciones de la sensibilidad y la motricidad sin fiebre y sin relación con algún órgano. De tal modo nació la definición moderna de la neurosis, que por la vía negativa permitió construir una nosografía excluyendo de su campo el ámbito de las enfermedades para las cuales la nueva medicina anatomopatológica no encontraba explicación orgánica. Philippe Pinel retomó muy pronto el término y, un siglo más tarde, Jean Martin Charcot lo popularizó, haciendo de la histeria una enfermedad funcional (y por lo tanto una neurosis), mientras que su alumno Pierre Janet se orientaría hacia la idea de una pura causalidad psíquica. En la terminología de Janet, que iba a marcar a todos los clínicos franceses del período de entreguerras, la neurosis pasaba a ser una enfermedad de la personalidad, caracterizada por conflictos psíquicos que perturbaban las conductas sociales. Janet distinguía dos tipos de neurosis: la histeria, en la cual había una retracción del campo de la conciencia, y la psicastenia, en la que se ponía de manifiesto un debilitamiento de la función de adaptación a la realidad. Después de su encuentro con Charcot, Freud comenzó a definir también la histeria como una neurosis, pero con una perspectiva totalmente distinta de la de Janet. Desprendió definitivamente a la histeria de la conjetura uterina, asociándola a una etiología sexual y un enraizamiento en el inconsciente. En adelante, y después de la publicación de Estudios sobre la histeria en 1895, la histeria en el sentido freudiano se convirtió en el prototipo de la neurosis como tal para el discurso psicoanalítico. Quedó definida como una enfermedad nerviosa en la cual había intervenido en primer lugar un trauma. De allí la idea defendida por Freud de que los pacientes afectados de neurosis histérica, en general mujeres, habían sufrido abusos sexuales en la infancia. Después del abandono en 1897 de esta teoría llamada de la seducción, la neurosis pasó a ser una afección ligada a un conflicto psíquico inconsciente de origen infantil, con una causa sexual. Resultaba de un mecanismo de defensa contra la angustia, y de una formación de compromiso entre esa defensa y la posible realización de un deseo. Paralelamente, a partir de 1894, Freud adoptó el término psiconeurosis (que abandonaría más tarde) para ampliar la definición de la neurosis. Clasificó por un lado los fenómenos de defensa (o psiconeurosis de defensa) derivados de una situación edípica (fobia, obsesiones, histeria), y por el otro las problemáticas narcisistas (o psiconeurosis narcisistas) derivadas de una situación preedípica. Con las nuevas definiciones, de principio del siglo XX, de la paranoia y la esquizofrenia, las psiconeurosis de defensa fueron catalogadas como neurosis, y las psiconeurosis narcisistas incluidas en la categoría de las psicosis. Junto a la histeria, y en el marco de las psiconeurosis de defensa, Freud formuló en 1894 una definición de la neurosis obsesiva: "He tenido que comenzar mi trabajo con una innovación nosográfica. Junto a la histeria, he encontrado razones para ubicar la neurosis de obsesiones (Zwangneurose) como afección autónoma e independiente, aunque la mayoría de los autores clasifican las obsesiones entre los síndromes que constituyen la degeneración mental, o las confunden con la neurastenia.- Cuatro años después, en 1898, Freud empleó la expresión "neurosis actual" para designar la neurosis de angustia (o excitabilidad nerviosa) y la neurastenia, que según él no cedían a la cura psicoanalítica. Se trataba de una neurosis en la cual el conflicto surgía de la actualidad del sujeto, y no de su historia infantil, y el síntoma no era una simbolización. Entre 1914 y 1924 Freud conservó la definición clásica que había dado de la neurosis al principio de sus descubrimientos y de sus experiencias clínicas. Pero después de los grandes debates con Carl Gustav Jung y Eugen Bleuler sobre la disociación, el autoerotismo y el narcisismo, y con la ulterior entrada en la escena de la segunda tópica, organizada en torno a la trilogía del yo, el ello y el superyó, organizó en una estructura la pareja formada por la neurosis y la psicosis, a las cuales añadió la perversión. Partiendo de la distinción entre el narcisismo primario en el que el sujeto inviste la libido en si mismo, y el narcisismo secundario, en el que hay una retracción de la libido sobre los fantasmas, Freud define la oposición entre neurosis y psicosis como resultado de dos actitudes derivadas de un clivaje del yo. En la neurosis hay un conflicto entre el yo y el ello, y coexistencia de una actitud que contraría la exigencia pulsional con otra que tiene en cuenta la realidad, mientras que en la psicosis hay un trastorno entre el yo y el mundo exterior, que se traduce en la producción de una realidad delirante y alucinatoria (la locura). Freud completó este edificio estructural introduciendo un tercer elemento: la perversión. Después de haber considerado, en 1905, en los Tres ensayos de teoría sexual, que la neurosis era el "negativo de la perversión", caracterizó a esta última como una manifestación en bruto y no reprimida de la sexualidad infantil (perversa polimorfa). Desde este punto de vista, los tres términos terminaron reunidos: la neurosis como resultado de un conflicto con represión, la psicosis como reconstrucción de una realidad alucinatoria, y la perversión como renegación de la castración, con fijación en la sexualidad infantil. A partir de la década de 1950, este modelo del freudismo clásico fue cuestionado, sobre todo en los Estados Unidos y Gran Bretaña, con la aparición de la noción de estados límite, por un lado, y por el otro, de las nuevas concepciones de la neurosis derivadas de los trabajos de Donald Woods Winnicott y Heinz Kohut, centradas en la cuestión del self.
Neurosis actual Al.: Aktualneurose. Fr.: névrose actuelle. Ing.: actual neurosis. It.: nevrosi attuale. Por.: neurose atual. fuente(19) Tipo de neurosis que Freud distingue de las psiconeurosis: a) el origen de las neurosis actuales no debe buscarse en los conflictos Infantiles, sino en el presente; b) los síntomas no constituyen una expresión simbólica y sobredeterminada, sino que resultan directamente de la falta o inadecuación de la satisfacción sexual. Primeramente Freud Incluyó en las neurosis actuales la neurosis de angustia y la neurastenia, y más tarde propuso añadir la hipocondría. El término «neurosis actual» aparece en 1898 en la obra de Freud para designar la neurosis de angustia y la neurastenia, pero el concepto de una especificidad de estas afecciones con respecto a las restantes neurosis fue elaborado ya antes de sus investigaciones sobre la etiología de las neurosis, tanto en la correspondencia con Fliess como en las publicaciones de los años 1894-1896. 1. La diferenciación entre neurosis actuales y psiconeurosis es fundamentalmente de tipo etiológico y patogenético: la causa es sexual en ambos tipos de neurosis, pero, en el caso de las neurosis actuales, debe buscarse en «desórdenes de la vida sexual actual» y no en «acontecimientos importantes de la vida pasada». La palabra «actual» debe interpretarse, por tanto, sobre todo en el sentido de una «actualidad» en el tiempo. Por otra parte, esta etiología es somática y no psíquica: «La fuente de excitación, el factor desencadenante del trastorno, se halla en la esfera somática, mientras que, en la histeria y la neurosis obsesiva, se encuentra en la esfera psíquica». Este factor sería, en la neurosis de angustia, la falta de descarga de la excitación sexual, y, en la neurastenia, un alivio inadecuado de ésta (por ejemplo, masturbación). Por último, el mecanismo de formación de los síntomas sería somático (por ejemplo, transformación directa de la excitación en angustia) y no simbólico. El término «actual» viene a significar aquí la ausencia de esta mediación que se encuentra en la formación de los síntomas psiconeuróticos (desplazamiento, condensación, etc.). Desde el punto de vista terapéutico, estos puntos de vista conducen a la idea de que las neurosis actuales no surgen del psicoanálisis, puesto que en ellas los síntomas no proceden de una significación susceptible de ser aclarada. Freud no abandonó jamás estos puntos de vista acerca de la especificidad de las neurosis actuales. Los expresó de nuevo en distintas ocasiones, indicando que el mecanismo de formación de los síntomas debería buscarse en el campo de la química (intoxicación por productos del metabolismo de las substancias sexuales) 2. Entre psiconeurosis y neurosis actuales no existe solamente una oposición global; en varias ocasiones Freud intentó establecer correspondencias individuales entre, por una parte, la neurastenia y la neurosis de angustia y, por otra, las diversas neurosis de transferencia. Cuando, más tarde, introduce la hipocondría como tercera neurosis actual, la hace corresponder a las parafrenias o psiconeurosis narcisistas (esquizofrenia y paranoia). Estas correspondencias vienen justificadas, no sólo por analogías estructurales, sino también por el hecho de que « [...] el síntoma de la neurosis actual es, a menudo, el núcleo y la fase precursora del síntoma psiconeurótico». La idea de que la psiconeurosis es desencadenada por una frustración que conduce a un estancamiento de la libido viene de nuevo a poner en evidencia este elemento actual. Actualmente tiende a desaparecer de la nosografía la noción de neurosis actual, en la medida en que, sea cual fuere el valor desencadenante que posean los factores actuales, se encuentra siempre en los síntomas la expresión simbólica de conflictos más antiguos. Con esta salvedad, la idea de conflicto y de síntomas actuales conserva su valor y reclama las siguientes observaciones: 1.ª la distinción entre conflictos de origen infantil, reactualizados, y conflictos determinados en su mayor parte por la situación actual se impone en la práctica psicoanalítica: así, la existencia de un conflicto actual agudo constituye a menudo un obstáculo al curso de la cura psicoanalítica; 2.ª en toda psiconeurosis, junto a los síntomas cuya significación puede ser aclarada, existe un cortejo más o menos importante de síntomas del tipo de los descritos por Freud dentro del marco de las neurosis actuales: fatigas no justificadas, dolores vagos, etc. Dado que el conflicto defensivo impide la realización del deseo inconsciente, se concibe que esta libido no satisfecha se encuentre en el origen de cierto número de síntomas inespecíficos; 3.ª en la misma dirección se observará que, en las concepciones de Freud, los síntomas «actuales» son ante todo de tipo somático, y que la antigua noción de neurosis actual conduce directamente a las concepciones modernas sobre las afecciones psicosomáticas; 4.ª por último, se observará que Freud sólo considera, en su teoría, la no-satisfacción de las pulsiones sexuales. Se debería tener en cuenta igualmente, en la génesis de síntomas neuróticos actuales y psicosomáticos, la supresión de la agresividad.
Neurosis de abandono Al.: Verlassenheitsneurose. Fr.: névrose d'abandon. Ing.: neurosis of abandonment. It.: nevrosi d'abbandono. Por.: neurose de abandono. fuente(20) Término introducido por psicoanalistas suizos (Charles Odier, Germalne Guex) para designar un cuadro clínico en el que predominan la angustia del abandono y la necesidad de seguridad. Se trata de una neurosis cuya etiología sería preedípica. No correspondería necesariamente a un abandono sufrido en la infancia. Los individuos que presentan esta neurosis se denominan «abandónicos». En su obra La névrose d’abandon, Germaine Guex considera necesario aislar este tipo de neurosis, que no entraría en ninguno de los cuadros clásicos de la nosografía(21). La sintomatología del abandónico no presenta a primera vista nada rigurosamente específico: angustia, agresividad, masoquismo, sentimiento de minusvalía; de hecho, estos síntomas no se relacionarían con los conflictos habitualmente evidenciados por el psicoanálisis (especialmente con los conflictos edípicos), sino con una inseguridad afectiva fundamental. La necesidad ilimitada de amor, que se manifiesta de un modo polimorfo que a menudo la hace difícil de reconocer, significaría una búsqueda de la seguridad perdida, cuyo prototipo sería una fusión primitiva del niño con la madre. No correspondería necesariamente a un abandono real por la madre, abandono cuyas consecuencias fueron estudiadas por Spitz (véase: Hospitalismo; Depresión anaclítica), sino esencialmente a una actitud afectiva de la madre, que es sentida como que le rehusa el amor (por ejemplo, «falsa presencia» de la madre). Finalmente, según Germaine Guex, debería invocarse un factor constitucional psico-orgánico («glotonería» afectiva, intolerancia a las frustraciones, desequilibrio neurovegetativo). Germaine Guex estima que el abandónico ha permanecido más acá del Edipo, el cual constituía para él una amenaza excesiva a su seguridad; la neurosis de abandono debería relacionarse con una «perturbación del yo» que a menudo sólo se pone de manifiesto durante la cura psicoanalítica. Observemos que el término «abandónico» se utiliza, en forma descriptiva, incluso por autores que no han adoptado, ni desde un punto de vista nosográfico, ni desde un punto de vista etiológico, las concepciones (aquí muy resumidas) de Germaine Guex.
Neurosis de angustia Al.: Angstneurose. Fr.: névrose d'angoisse. Ing.: anxiety neurosis. It.: nevrosi d'angoscia. Por.: neurose de angústia. fuente(22) Tipo de enfermedad que Freud aisló y diferenció: a) desde el punto de vista sintomatológico, de la neurastenia, por el predominio de la angustia (expectación ansiosa, ataques de angustia o equivalentes somáticos de ésta); b) desde el punto de vista etiológico, de la histeria: la neurosis de angustia es una neurosis actual caracterizada específicamente por la acumulación de excitación sexual que se transformaría directamente en síntoma sin mediación psíquica. El problema del origen de la angustia y de sus relaciones con la excitación sexual y la libido preocupó a Freud desde 1893, como pone de manifiesto su correspondencia con Fliess. Este problema lo trata sistemáticamente en su artículo Sobre la justificación de separar de la neurastenia cierto complejo de síntomas a título de «neurosis de angustia» (Über die Berechtigung, von der Neurasthenie cinen bestimmten Symptomenkmplex als «Angstneurose» abzutrennen, 1895). Desde el punto de vista nosográfico, aísla del síndrome clásicamente descrito como neurastenia una afección centrada en torno al síntoma fundamental de la angustia. Sobre un fondo de «excitabilidad general» destacan diferentes formas de angustia: angustia crónica o expectación ansiosa, susceptible de ligarse a todo contenido representativo capaz de ofrecerle un soporte; ataque de angustia pura (por ejemplo: pavor nocturnus), acompañado de o reemplazado por diversos equivalentes somáticos (vértigo, disma, trastornos cardíacos, sudoración, etc.); síntomas fóbicos, en los que el afecto de angustia se halla ligado a una representación, pero sin que pueda reconocerse en ésta un substitutivo simbólico en una representación reprimida. Freud relaciona la neurosis de angustia con etiologías específicas, cuyos factores más corrientes son: a) acumulación de tensión sexual; b) ausencia o insuficiencia de «elaboración psíquica» de la excitación sexual somática, la cual no puede transformarse en «libido psíquica» (véase: Libido) más que entrando en conexión con grupos preestablecidos de representaciones sexuales. Cuando la excitación sexual no es controlada de este modo, se deriva directamente hacia el plano somático en forma de angustia(23). Freud considera como condiciones para esta insuficiente elaboración psíquica, ya «[...] un desarrollo insuficiente de la sexualidad psíquica, ya una tentativa de supresión de ésta, ya su degradación, ya, por último, la instauración de una separación, que se ha vuelto habitual, entre la sexualidad psíquica y la sexualidad física». Freud intentó poner de manifiesto cómo intervienen estos mecanismos en las diferentes formas etiológicas que enumera: angustia de las vírgenes, angustia de la abstinencia sexual, angustia provocada por el coitus interruptus, etc. Señaló los puntos de contacto que ofrecen las sintomatologías y, hasta cierto punto, los mecanismos de la neurosis de angustia y de la histeria: en ambos casos «[...]se produce una especie de "conversión" [...]. Con todo, en la histeria, es una excitación psíquica la que toma una falsa vía exclusivamente hacia lo somático, mientras que aquí (en la neurosis de angustia) se trata de una tensión física que no puede pasar a lo psíquico y permanece entonces en una vía física. Ambos procesos se asocian con gran frecuencia». Aunque, como puede verse, Freud indicase lo que puede haber de psíquico en las condiciones de aparición de la neurosis de angustia, subrayando la afinidad de ésta con la histeria y su posible asociación en forma de «neurosis mixta», no por ello dejó de sostener siempre la especificidad de la neurosis de angustia como neurosis actual. En la actualidad, los psicoanalistas no aceptan sin reservas la noción de neurosis actual; sin embargo, el cuadro clínico de la neurosis de angustia (acerca de la cual se olvida a menudo que fue Freud quien la separó de la neurastenia) sigue conservando su valor nosográfico en clínica: neurosis en la que predomina una angustia masiva, sin objeto claramente manifiesto, y en la que es patente el papel desempeñado por los factores actuales. En este sentido, se diferencia claramente de la histeria de angustia o neurosis fóbica, en la cual la angustia se ha fijado sobre un objeto substitutivo.
Neurosis de carácter Al.: Charakterneurose. Fr.: névrose de caractére. Ing.: character neurosis. It.: nevrosi del carattere. Por.: neurose de caráter. fuente(24) Tipo de neurosis en la cual el conflicto defensivo no se traduce por la formación de síntomas claramente aislables, sino por rasgos de carácter, formas de comportamiento o incluso una organización patológica del conjunto de la personalidad. El término «neurosis de carácter» se ha convertido en una expresión de empleo corriente en el psicoanálisis contemporáneo, sin que, no obstante, posea un sentido muy preciso. Si este concepto sigue estando mal delimitado, ello es debido, sin duda, a que plantea no sólo problemas nosográficos (¿es posible la diferenciación de una neurosis de carácter?) sino también psicológicos (origen, fundamento, función de lo que la psicología llama carácter) y técnicos (¿qué lugar debe darse al análisis de las defensas llamadas «de carácter»?). En efecto, esta noción tiene sus antecedentes en trabajos psicoanalíticos de inspiración diversa: 1) estudios sobre la génesis de ciertos rasgos o de ciertos tipos de carácter, especialmente en relación con la evolución libidinal; 2) las concepciones teóricas y técnicas de W. Reich sobre la «coraza caracterológica» y la necesidad, especialmente en los casos rebeldes al análisis clásico, de poner de manifiesto e interpretar las actitudes defensivas que se repiten, sea cual fuere el contenido verbalizado. Si nos atenemos a una orientación nosográfica, que necesariamente evoca el mismo término «neurosis de carácter», aparece en seguida la confusión y multiplicidad de sentidos posibles: 1) La expresión se utiliza a menudo en forma poco rigurosa para designar todo cuadro neurótico que, en un primer examen, no revela síntomas, sino únicamente formas de comportamiento que implican dificultades repetidas o constantes en la relación con el ambiente. 2) Una caracterología de inspiración psicoanalítica relaciona diferentes tipos de carácter, ya con las grandes enfermedades psiconeuróticas (caracteres obsesivo, fóbico, paranoico, etc.), ya con las diversas fases de la evolución libidinal (caracteres oral, anal, uretral, fálico-narcisista, genital, reagrupados a veces en la gran oposición carácter genital-carácter pregenital). Desde este punto de vista, puede hablarse de neurosis de carácter para designar toda neurosis aparentemente asintomática, en la cual lo que revela la organización patológica es el tipo de carácter. Pero, si vamos más lejos y recurrimos, como se hace, cada vez más, actualmente, al concepto de estructura, tenderemos a superar la oposición entre neurosis con o sin síntomas y haremos recaer el acento, más que en las expresiones manifiestas del conflicto (síntomas, rasgos de carácter), en el modo de organización del deseo y de la defensa. (ver nota(25)) 3) Los mecanismos más a menudo invocados para explicar la formación del carácter son la sublimación y la formación reactiva. Las formaciones reactivas «evitan las represiones secundarias realizando, de una vez por todas, una modificación definitiva de la personalidad». En la medida en que predominen las formaciones reactivas, el carácter mismo puede aparecer como una formación esencialmente defensiva, destinada a proteger al individuo no sólo contra la amenaza pulsional, sino también contra la aparición de síntomas. Desde un punto de vista descriptivo, la defensa caracterológica se diferencia del síntoma, sobre todo, por su relativa integración en el yo: desconocimiento del aspecto patológico del rasgo de carácter, racionalización, generalización, en un esquema de comportamiento, de una defensa originariamente dirigida contra un peligro específico. En estos mecanismos específicos pueden reconocerse otros tantos rasgos característicos de la estructura obsesiva. En este sentido, la neurosis de carácter indicaría, ante todo, una forma particularmente frecuente de neurosis obsesiva en la que prevalece el mecanismo de la formación reactiva, mientras que los síntomas (obsesiones, compulsiones) son discretos o esporádicos. 4) Por último, en oposición al polimorfismo de los «caracteres neuróticos», se ha intentado designar como neurosis de carácter una estructura psicopatológica original. Así, Henri Sauguet reserva «[...] el término "neurosis de carácter" para los casos en los que la infiltración del yo es tan importante que determina una organización que recuerda la de la estructura prepsicótica». Esta concepción puede considerarse enlazada con una serie de trabajos psicoanalíticos (Alexander, Ferenczi, Glover) que intentan situar las anomalías del carácter entre los síntomas neuróticos y las afecciones psicóticas.
Neurosis de destino Al.: Schicksalsneurose. Fr.: névrose de destinée. Ing.: late neurosis. It.: nevrosi di destino. Por.: neurose de destino. fuente(26) Designa una forma de existencia caracterizada por el retorno periódico de las mismas concatenaciones de acontecimientos, generalmente desgraciados, concatenaciones a las cuales parece hallarse sometido el sujeto como a una fatalidad exterior, mientras que, según el psicoanálisis, se deben buscar los factores de este fenómeno en el Inconsciente y, específicamente, en la compulsión a la repetición. Al final del capítulo III de Más allá del principio del placer (Jenseits des Lustprinzips, 1920) Freud menciona, como ejemplo de repetición, el caso de las personas que « [...] dan la impresión de un destino que las persigue, de una orientación demoníaca de su existencia» (bienhechores pagados con ingratitud, amigos traicionados, etc.). Señalemos, por lo demás, que, a propósito de estos casos, habla de compulsión de destino (Schicksalzwang), no de neurosis de destino. Con todo, esta última denominación ha prevalecido, sin duda con motivo de la extensión del psicoanálisis a las neurosis llamadas asintomáticas (neurosis de carácter, de fracaso, etc.). Sea como fuere, la denominación no posee valor nosográfico, sino descriptivo. La idea de neurosis de destino fácilmente puede tomarse en un sentido muy amplio: el curso de toda existencia sería «[...] trazado de antemano por el sujeto». Pero, al generalizarlo, el concepto peligra de perder incluso su valor descriptivo. Designaría todo aquello que la conducta de un individuo ofrece de recurrente, de constante. Permaneciendo fiel a lo que indica Freud en el pasaje citado, parece posible dar al término «neurosis de destino» un sentido más preciso, que la diferencia especialmente de la neurosis de carácter. En efecto, los ejemplos dados por Freud indican que sólo recurre al concepto «compulsión de destino» para explicar experiencias relativamente específicas: a) se repiten a pesar de su carácter displacentero; b) se desarrollan según un guión inmutable, constituyendo una secuencia de acontecimientos que puede exigir un largo desarrollo temporal; c) aparecen como una fatalidad externa de la que el individuo, aparentemente con razón, se siente víctima (ejemplo de una mujer que, casada tres veces consecutivas, vio a sus maridos caer enfermos poco después de la boda y hubo de cuidarlos hasta su muerte). La repetición se advierte aquí en un ciclo aislable de acontecimientos. Como indicación, podría decirse que, en el caso de la neurosis de destino, el sujeto no tiene acceso a un deseo inconsciente que le vuelve a él desde el exterior (de ahí el aspecto «demoníaco» subrayado por Freud), mientras que, en la neurosis de carácter, lo que interviene y se descubre en el mantenimiento rígido de una forma (rasgos de carácter) es la repetición compulsiva de los mecanismos de defensa y de los esquemas de comportamiento.
Neurosis de fracaso Al.: Misserfolgsneurose. Fr.: revrose (o syndrome) d'échec. Ing.: failureneurosis. It.: nevrosi di scacco. Por.: neurose de fracasso. fuente(27) Término Introducido por René Laforgue y cuya acepción es muy amplia: designa la estructura psicológica de toda una gama de Individuos, desde los que, de un modo general, parecen ser los artífices de su propia desgracia, hasta aquellos que no pueden soportar el conseguir precisamente lo que parecen desear ardientemente. Al hablar de neurosis de fracaso, los psicoanalistas piensan en el fracaso como consecuencia del desequilibrio neurótico y no como factor desencadenante (trastorno reactivo al fracaso real). El concepto de neurosis de fracaso va asociado al nombre de René Laforgue, que ha consagrado numerosos trabajos a estudiar la función del superyó, los mecanismos de autocastigo y la psicopatología del fracaso. Este autor ha agrupado todos los síndromes de fracaso que pueden observarse en la vida afectiva y social, en el individuo y en un grupo social (familia, clase, grupo étnico), y ha buscado el factor común a todos ellos en la acción del superyó. En psicoanálisis, la noción de neurosis de fracaso se utiliza más en un sentido descriptivo que nosográfico. De un modo general, el fracaso es el precio pagado por toda neurosis en la medida que el síntoma implica una limitación de las posibilidades del sujeto, un bloqueo parcial de su energía. Pero sólo se hablará de neurosis de fracaso en los casos en que el fracaso no es el producto de añadidura del síntoma (como en el fóbico, que ve disminuir sus posibilidades de desplazamiento a causa de sus medidas de protección), sino que constituye el síntoma mismo y exige una explicación específica. En Varios tipos de carácter descubiertos en la labor psicoanalítica (Einige Charaktertypen aus der Psychoanalytischen Arbeit, 1916), Freud había llamado la atención acerca de este tipo especial de individuos que «[...] fracasan ante el éxito»; el problema del fracaso por autocastigo se examina allí en un sentido más restringido que en los trabajos de René Laforgue: a) se trata de individuos que no soportan la satisfacción en un punto preciso, evidentemente ligado a su deseo inconsciente; b) el caso de estos individuos pone de manifiesto la siguiente paradoja: mientras la frustración externa no era patógena, la posibilidad ofrecida por la realidad de satisfacer el deseo resulta intolerable y desencadena la «frustración interna»: el sujeto se priva a sí mismo la satisfacción; c) este mecanismo no constituye para Freud una neurosis ni tampoco un síndrome, sino una forma de desencadenamiento de la neurosis y el primer síntoma de la enfermedad. En Más allá del principio del placer (Jenseits des Lustprinzips, 1920), Freud relaciona algunos tipos de fracaso neurótico con la compulsión a la repetición, especialmente lo que él llama compulsiones de destino (véase: Neurosis de destino).
Neurosis de guerra Alemán: Kriegsneurose. Francés: Névrose de guerre. Inglés: War neurosis. fuente(28) La neurosis de guerra no es una entidad clínica en sí misma. Pertenece a la categoría de la neurosis traumática definida en 1889 por Hermann Oppenheim (1858-1919), quien la describió como una afección orgánica consecutiva a un traumatismo real que provocó una alteración física de los centros nerviosos, acompañada de síntomas psíquicos: depresión, hipocondría, angustia, delirio, etcétera. Es conocido el empleo que hizo Sigmund Freud de esta neurosis en su discusión sobre la etiología de la histeria, a partir de la doctrina funcionalista de Jean Martin Charcot: la noción de trauma fue entonces traspuesta desde el dominio físico y orgánico al plano psicológico, desembocando en una nueva concepción de la neurosis, basada primero en la teoría de la seducción, y después en la de conflicto defensivo. La neurosis se convertía de tal modo en una afección puramente psíquica, con lo cual caducaba la idea de la simulación, tanto para los adeptos del organicismo como para los partidarios del funcionalismo o la causalidad psíquica. Con la Primera Guerra Mundial se reactivó el interminable debate sobre el origen traumático de la neurosis. Las jerarquías militares recurrieron a psiquiatras de todas las orillas para que trataran de desenmascarar a los simuladores, sospechados (como en otro tiempo las histéricas) de ser falsos enfermos, es decir mentirosos, desertores, malos patriotas. En este contexto se produjo en Viena, en 1920, en el marco de una resonante polémica, el primer gran debate sobre el estatuto de la neurosis de guerra. El poder de los Habsburgo se había derrumbado, y Austria, como lo ha subrayado Stefan Zweig, y no era en el mapa de Europa más que un resplandor crepuscular, una sombra gris incierta y sin vida de la antigua monarquía imperial---. Este asunto, que iba a ser totalmente exhumado por Kurt Eissler, comenzó con una acusación del teniente Walter Kauders contra el psiquiatra Julius Wagner-Jauregg, a quien se atribuyó haber utilizado un tratamiento eléctrico para atender a soldados afectados de neurosis de guerra, y de hecho considerados simuladores. Freud fue entonces convocado como experto por una comisión investigadora, para que diera su opinión sobre el eventual delito de Wagner-Jauregg. En el informe, Freud se mostró muy moderado con el psiquiatra, pero en cambio criticó con suma violencia, no sólo el método eléctrico, sino también la ética médica de quienes lo utilizaban. Recordó que el deber del médico es siempre y en todas partes ponerse al servicio del enfermo, y no de cualquier poder estatal o bélico, y estigmatizó la idea de la simulación, incapaz de definir la neurosis, fuera de origen traumático o psíquico: "Todos los neuróticos son simuladores -dijo-, simulan sin saberlo, y ésta es su enfermedad". La implantación progresiva del psicoanálisis en los diferentes países occidentales transformó la mirada psiquiátrica sobre la cuestión de la neurosis de guerra, y en Gran Bretaña, durante la Segunda Guerra Mundial, se desarrolló una reflexión nueva en torno a las tesis de John Rickman y Wilfred Ruprecht Bion, mientras que en Alemania varios psicoanalistas, bajo la dirección de Matthias Heinrich Göring, participaron en la elaboración de una psicoterapia de guerra al servicio del nacional socialismo. Históricamente, la cuestión de la neurosis de guerra es tan antigua como la guerra misma. La idea de que las tragedias sangrientas de la historia pueden inducir en los sujetos -normales-algunas modificaciones del alma o del comportamiento se remonta a la noche de los tiempos. Todos los trabajos del siglo XX sobre los traumas vinculados con la guerra, la tortura, el encierro o situaciones extremas, confirmaron la tesis freudiana: esos traumas son a la vez específicos de una situación determinada, y reveladores en cada individuo de una historia que le es propia. En otras palabras, los períodos llamados "de trastornos- favorecen menos la eclosión de la locura o la neurosis que el drenaje de sus síntomas en forma de traumas. Por ejemplo el suicidio explícito, la melancolía, son menos frecuentes cuando la guerra justifica la muerte heroica, y las neurosis son más numerosas y manifiestas cuando la sociedad en la que se expresan presenta todas las apariencias de la estabilidad. Charcot teatralizó la histeria quince anos después de la Comuna de París, en el momento en que la calma republicana parecía haber triunfado sobre las convulsiones-revolucionarias, y Freud identificó las causas sexuales de la neurosis, renunciando al trauma real, en el seno de una sociedad aparentemente hundida en la quietud inmóvil de su sueño burgués.
Neurosis de transferencia Al.: Übertragungsneurose. Fr.: névrose de transfert. Ing.: transference neurosis. It.: nevrosi di transfert. Por.: neurose de transferência. fuente(29) A) En sentido nosográfico, tipo de neurosis (histeria de angustia, histeria de conversión, neurosis obsesiva) que Freud diferencia de las neurosis narcisistas dentro del grupo de las psiconeurosis. Se diferencian de las neurosis narcisistas por el hecho de que la libido está siempre desplazada sobre objetos reales o imaginarios, en lugar de estar retirada de éstos sobre el yo. De ello resulta que son más accesibles al tratamiento psicoanalítico, ya que se prestan a la constitución, durante la cura, de una neurosis de transferencia en el sentido B. B) Dentro de la teoría de la cura psicoanalítica, neurosis artificial en la cual tienden a organizarse las manifestaciones de transferencia. Se constituye en torno a la relación con el analista; representa una nueva edición de la neurosis clínica; su esclarecimiento conduce al descubrimiento de la neurosis infantil. A) En el sentido A, el término «neurosis de transferencia» fue introducido por Jung, en oposición al de «psicosis». En esta última, la libido se encuentra «introvertida» (Jung) o catectizada sobre el yo (Abraham; Freud), lo que reduce la capacidad de los pacientes para transferir su libido sobre objetos y, en consecuencia, los hace poco accesibles a una cura cuyo resorte fundamental es la transferencia. Es por ello que las neurosis que constituyeron el primer objeto de la - cura psicoanalítica se definen como trastornos en los que existe esta capacidad de transferencia, y se designan con el término neurosis de transferencia». Freud establece (por ejemplo, en las Lecciones de introducción al psicoandlisis [Vorlesungen zur Einführung in die Psychoanalyse, 1916-1917]) una clasificación que puede resumirse así: las neurosis de transferencia y las neurosis narcisistas forman dos categorías opuestas entre sí, dentro del grupo de las psiconeurosis. Por otra parte, éstas, en la medida en que sus síntomas son la expresión simbólica de un conflicto psíquico, se contraponen -al grupo de las neurosis actuales, cuyo mecanismo sería fundamentalmente somático. Señalemos que, si bien sigue siendo válida la distinción de las dos clases de psiconeurosis, ya no se admite que puedan distinguirse entre sí por la simple presencia o ausencia de transferencia. En efecto, actualmente se admite que, en las psiconeurosis, la ausencia aparente de transferencia, la mayoría de las veces, no es otra cosa que uno de los aspectos del modo de transferencia (que puede ser muy intensa) propio de los psicóticos. B) En Recuerdo, repetición y trabajo elaborativo (Erinnern, Wiederholen und Durcharbeiten, 1914) Freud introduce la noción de neurosis de transferencia (en el sentido B) en relación con la idea de que el paciente repite en la transferencia sus conflictos infantiles. «Supuesto que el paciente respete las condiciones de existencia del tratamiento, llegamos generalmente a conceder a todos los síntomas de la enfermedad una nueva significación transferencial, a reemplazar su neurosis corriente por una neurosis de transferencia, de la cual puede ser curado por la labor terapéutica». Según este pasaje, parece que la diferencia entre las reacciones de transferencia y la neurosis de transferencia propiamente dicha puede concebirse como sigue: en la neurosis de transferencia, todo el comportamiento patológico del paciente viene a centrarse ahora en la relación con su analista. De la neurosis de transferencia puede decirse que, por una parte, coordina las reacciones de transferencia, al principio difusas («transferencia flotante» según Glover) y, por otra, permite al conjunto de los síntomas y de las conductas patológicas del paciente adoptar una nueva función al referirse a la situación analítica. Según Freud, la instauración de la neurosis de transferencia constituye un elemento positivo en la dinámica de la cura: «El nuevo estado ha adquirido todas las características de la enfermedad, pero representa una enfermedad artificial que es plenamente accesible a nuestro control». Dentro de esta perspectiva, la secuencia siguiente puede considerarse como el modelo ideal de la cura: la neurosis clínica se transforma en neurosis de transferencia, cuyo esclarecimiento conduce al descubrimiento de la neurosis infantil(30) Con todo, es preciso indicar que, más tarde, Freud, cuando acentúa el alcance de la compulsión a la repetición, da una concepción menos unilateral de la neurosis de transferencia, subrayando el peligro que ofrece el dejarla desarrollarse. «El médico se esfuerza en limitar todo lo posible el ámbito de esta neurosis de transferencia, en impulsar el máximo posible de contenido hacia la vía del recuerdo y abandonar lo menos posible a la repetición [...]. Por lo general el médico no puede ahorrar al analizado esta fase de la cura. Se ve forzado a permitirle revivir cierto fragmento de su vida olvidada, pero debe velar para que el paciente conserve una cierta capacidad de dominar la situación, que le permita, pese a todo, reconocer, en lo que aparece como una realidad, el reflejo renovado de un pasado olvidado».
Neurosis familiar Al.: Familienneurose. Fr.: névrose familiale. Ing.: family neurosis. It.: nevrosi familiare. Por.: neurose familial. fuente(31) Término utilizado para designar el hecho de que, en una determinada familia, las neurosis individuales se complementan, se condicionan recíprocamente, y para poner en evidencia la Influencia patógena que puede ejercer sobre los niños la estructura familiar, principalmente la de la pareja parental. La noción de neurosis ha sido utilizada, sobre todo, por los psicoanalistas de lengua francesa, siguiendo a René Laforgue. Según manifiestan los mismos autores que utilizan esta expresión, la neurosis familiar no constituye una entidad nosológica. Este término reúne en forma casi gráfica cierto número de adquisiciones fundamentales del psicoanálisis: el papel central que, en la constitución del sujeto, desempeña la identificación con los padres; el complejo de Edipo como complejo nuclear de la neurosis; la importancia que posee, en la formación del Edipo, la relación de los padres entre sí, etcétera. René Laforgue insiste especialmente en la influencia patógena que posee una pareja parental constituida en función de una cierta complementariedad neurótica (por ejemplo, pareja sadomasoquista). Pero al hablar de neurosis familiar equivale a subrayar, no tanto la importancia del ambiente, como el papel desempeñado por cada miembro de la familia dentro de una red de interrelaciones inconscientes (lo que a menudo se denomina la «constelación» familiar). El término adquiere valor sobre todo en el abordaje psicoterápico de los niños, que desde un principio se hallan situados dentro de esta «constelación». Desde el punto de vista práctico, esto puede conducir al psicoterapeuta, no sólo a intentar actuar directamente sobre el ambiente, sino incluso a relacionar la neurosis familiar con la petición, formulada por los padres, de que su hijo sea tratado (el niño considerado como «síntoma» de los padres). Según R. Laforgue, el concepto de neurosis familiar derivaría de la concepción freudiana del superyó, tal como se expresa en las siguientes líneas: «El superyó del niño no se forma a imagen de los padres, sino a imagen del superyó de éstos; se llena del mismo contenido, se convierte en el representante de la tradición, de todos los juicios de valor, que de este modo perduran a través de las generaciones». El término «neurosis familiar» apenas se utiliza ya en psicoanálisis; aunque ofrece el interés de llamar la atención sobre las funciones complementarias de los diversos sujetos dentro de un campo inconsciente, no debe inducirnos a minimizar el papel de las fantasías propias de cada sujeto, a expensas de una manipulación de la situación real considerada como factor determinante de la neurosis.
Neurosis mixta Al.: Gemischte Neurose. Fr.: névrose mixte. Ing.: mixed neurosis. It.: nevrosi mista. Por.: neurose mista. fuente(32) Forma de neurosis caracterizada por la coexistencia de síntomas que provendrían, según Freud, de neurosis etiológicamente distintas. En Freud, el término «neurosis mixta» se encuentra sobre todo en sus primeros escritos, donde lo utiliza para explicar el hecho de que los síntomas psiconeuróticos se asocian a menudo a síntomas actuales, o también que los síntomas de una determinada psiconeurosis se asocian a los de otra distinta. El término no se limita a designar un cuadro clínico complejo. Para Freud, en los casos de neurosis mixta, es posible, por lo menos idealmente, relacionar cada tipo de síntoma existente con un mecanismo específico: «Cada vez que nos hallamos en presencia de una neurosis mixta, se puede mostrar la existencia de una mezcla de varias etiologías específicas». Las neurosis rara vez se presentan en estado puro: este hecho ha sido ampliamente reconocido por la clínica psicoanalítica. Así, por ejemplo, se insiste en la existencia de rasgos histéricos en la raíz de toda neurosis obsesiva y de un núcleo actual en toda psiconeurosis (véase: Neurosis actual). Los llamados, desde Freud, casos-límites, como afecciones en las que intervienen simultáneamente componentes neuróticos y psicóticos, atestiguan también la imbricación de las estructuras psicopatológicas. Pero la noción de neurosis mixta no debe inducir a rechazar toda clasificación nosográfica. Por el contrario, implica la posibilidad, en un caso clínico complejo, de determinar la parte que corresponde a una cierta estructura o mecanismo.
Neurosis narcisista Al.: Narzisstische Neurose. Fr.: névrose narcissique. Ing.: narcissistic neurosis. It.: nevrosi narcisistica. Por.: neurose narcísica. fuente(33) Término que actualmente tiende a desaparecer del lenguaje psiquiátrico y psicoanalítico, pero que se encuentra en los escritos de Freud para designar una enfermedad mental caracterizada por el retiro de la libido sobre el yo. De este modo se contrapone a las neurosis de transferencia. Desde el punto de vista nosográfico, el grupo de las neurosis narcisistas abarca el conjunto de las psicosis funcionales (cuyos síntomas no son los efectos de una lesión somática). La puesta en evidencia del narcisismo, a la que Freud se vio conducido especialmente por la aplicación de las concepciones psicoanalíticas a las psicosis, se halla en el origen del término «neurosis narcisista». Freud recurre a él casi siempre para contraponerlo al de neurosis de transferencia. Esta oposición es a la vez de orden técnico (dificultad o imposibilidad de transferencia libidinal) y teórico (retiro de la libido sobre el yo). En otras palabras, se trata de estructuras en las que prevalece la relación narcisista. En este sentido, Freud considera equivalentes las neurosis narcisistas y las psicosis, que él todavía llama parafrenias. Más tarde, especialmente en el artículo Neurosis y psicosis (Neurose und Psychose, 1924), limitará el empleo del término «neurosis narcisista» a las afecciones de tipo melancólico, diferenciándolas así tanto de las neurosis de transferencia como de las psicosis. En la actualidad el término tiende a desaparecer.
Neurosis obsesiva Al.: Zwangsneurose. Fr.: névrose obsessionnelle. Ing.: obsessional neurosis. It.: nevrosi ossessiva. Por.: neurose obsessiva. fuente(34) Clase de neurosis que fue aislada por Freud y constituye uno de los grandes cuadros de la clínica psicoanalítica. En su forma más típica, el conflicto psíquico se expresa por los síntomas llamados compulsivos: Ideas obsesivas, compulsión a realizar actos indeseables, lucha contra estos pensamientos y tendencias, ceremoniales conjuratorios, etc., y por un tipo de pensamiento caracterizado especialmente por la rumiación mental, la duda, los escrúpulos, y que conduce a Inhibiciones del pensamiento y de la acción. Freud aisló sucesivamente la especificidad etiopatogénica de la neurosis obsesiva desde el punto de vista de los mecanismos (desplazamiento del afecto hacia representaciones más o menos alejadas del conflicto original, aislamiento, anulación retroactiva), desde el punto de vista de la vida pulsional (ambivalencia, fijación a la fase anal y regresión) y, por último, desde el punto de vista tópico (relación sadomasoquista Interiorizada en forma de tensión entre el yo y un superyó singularmente cruel). Esta puesta en evidencia de la dinámica subyacente a la neurosis obsesiva y, por otra parte, la descripción del carácter anal y de las formaciones reactivas que lo constituyen, permiten relacionar con la neurosis obsesiva ciertos cuadros clínicos en los que los síntomas obsesivos, propiamente dichos, no son evidentes a primera vista. Ante todo conviene subrayar que la neurosis obsesiva, que hoy día constituye una entidad nosográfica universalmente admitida, fue aislada por Freud en los años 1894-1895: «He debido comenzar mi trabajo por una innovación nosográfica. Al lado de la histeria, he hallado razones para situar la neurosis obsesiva [Zwangsneurose] como afección autónoma e independiente, aunque la mayor parte de autores clasifican las obsesiones entre los síndromes de la degeneración mental o los confunden con la neurastenia». Freud comenzó por analizar el mecanismo psicológico de las obsesiones (Zwangsvorstellungen), y luego reunió, en una afección psiconeurótica, síntomas descritos desde hacía mucho tiempo (sentimientos, ideas, conductas compulsivas, etc.), pero relacionados con cuadros nosográficos muy distintos («degeneración» de Magnan, «constitución emotiva» de Dypré, «neurastenia» de Beard, etc.). Poco después de Freud, Janet describió, con el nombre de psicastenia, una neurosis parecida a la que Freud designa como neurosis obsesiva, pero centrando su descripción en torno a una concepción etiológica distinta: lo que para Janet es fundamental y condiciona la misma lucha obsesiva es un estado deficitario, la debilidad de la síntesis mental, una astenia psíquica, mientras que, para Freud, las dudas e inhibiciones son consecuencias de un conflicto que moviliza y bloquea las energías del sujeto. En lo sucesivo se fue afirmando cada vez más, en la teoría psicoanalítica, la especificidad de la neurosis obsesiva. Las adquisiciones del psicoanálisis han hecho recaer el acento preferentemente sobre la estructura obsesiva (más que sobre los síntomas), lo que, desde el punto de vista terminológico, invita a preguntarse acerca del valor descriptivo del término neurosis obsesiva. Señalemos ante todo que este término no es un equivalente exacto del alemán Zivangsneurose, puesto que Zwang no sólo designa las compulsiones del pensamiento u obsesiones (Zwangsvorstellungen), sino también los actos (ZwangshandIungen) y afectos compulsivos(35) (Zwangsaffekte) (véase: Compulsión). Por otra parte, el término neurosis obsesiva orienta la atención hacia un síntoma, bien importante, más que hacia la estructura. Ahora bien, con frecuencia se habla de estructura, de carácter, de enfermos obsesivos en ausencia de obsesiones típicas. En este sentido se constata, por lo demás, una tendencia, en el uso terminológico actual, a reservar el término «obsesivo» al enfermo que presenta obsesiones características. Neurosis obsesiva Neurosis obsesiva fuente(36) En 1926, es decir, más de treinta años después de haber hecho de la neurosis obsesiva (Zwangsneurose) una afección autónoma al lado de la histeria, Freud continuaba considerándola como «sin duda, el objeto más fecundo y más interesante de la investigación analítica». Por cierto, en esa fecha relativamente tardía añadía que el problema que ella plantea no estaba totalmente resuelto, y que a su juicio aún era imposible «dispensarse de formular hipótesis inseguras y suposiciones carentes de pruebas» (Inhibición, síntoma y angustia). Pero el vuelco que, en virtud de su «innovación nosográfica» de 1894, le hizo dar a la clínica de las obsesiones, inauguró en Freud un fecundo período de investigación en este ámbito. Su plenitud iba a alcanzarse con la publicación, en 1909, del caso princeps del Hombre de las Ratas, donde, según Lacan, se exponen «los descubrimientos fundamentales que aún nos nutren acerca de la dinámica y la estructura de esta neurosis». Neurosis obsesiva e histeria En uno de sus primeros textos sobre el tema, «La herencia y la etiología de las neurosis», publicado en francés en la Revue neurologique (1896), Freud traduce el término Zwangsneurose, que emplea habitualmente, por «névrose des obsessions» («neurosis de obsesiones»), expresión que los editores franceses de sus obras completas decidieron reemplazar por «névrose de contrainte» («neurosis de coacción»). La lengua alemana utilizaba entonces varios términos que Freud, bajo la influencia de la psiquiatría francesa, traduce en todos los casos por «obsesión»: por una parte, Zwangsvorstellung (representación obsesiva); por otro lado, Zwangsaffekt (afecto obsesivo) y Zwangshandlung (acción compulsiva). En francés, la palabra obsession, originalmente propia del discurso religioso sobre la posesión, figura en el Dictionnaire de Furetière de 1690. Viene del latín obsideo, que significa «ocupar un lugar» (de allí la idea de asediar) y apareció en la psiquiatría francesa a principios del siglo XIX, para designar una idea o imagen que se impone a la mente de manera incoercible e inexpugnable. Esquirol asimila las obsesiones a los «delirios parciales» de las monomanías, y Falret las incluye en la «locura de la duda», cuyo cuadro completa Legrand du Saulle añadiendo un «delirio del tocar»; Freud , citando a veces la expresión en francés, la mencionará desde sus primeros artículos sobre el tema. Pero sobre todo se referirá críticamente a las teorías etiológicas de las neurosis formuladas por el norteamericano George Beard y por los discípulos de Charcot; uno de ellos, el «filósofo» llamado en 1890 a la Salpêtrière, Pierre Janet, explicitaría más tarde su propia concepción (desdeñando la vía abierta por el maestro vienés) en su obra de 1903 titulada Las obsesiones y la psicastenia. No obstante, cuando Freud, en el marco de su «innovación», rompe el consenso reunido sobre todo en tomo de Beard, que reducía la obsesión a la neurastenia (mientras que Janet iba a ver en ella una forma degradada de la energía psíquica), inaugura, con un método aparentemente limitado a la clínica, el estilo de una investigación prometedora, la investigación de una estructura que muy pronto le parecería esencial para una tipología de las conductas; la inserción de esta estructura en el tejido de la cultura permitió crear un objeto de estudio que nunca había despertado la curiosidad de los alienistas del siglo XIX. Después de las observaciones y teorizaciones freudianas, el psicoanálisis de la cultura y la antropología contemporáneas ha desarrollado plenamente sus consecuencias, más allá de las fronteras en cuyo interior esta patología estaba estrictamente acantonada. Sobre todo en la distinción establecida entre comportamiento y estructura, entre síntoma particular y organización de la personalidad, encontraron un ordenador decisivo para su campo específico. Esa distinción, por ejemplo, permitirá comprender que en muchas sociedades tradicionales se encuentren conductas obsesivas, en particular con la forma de ritos conjuratorios del peligro, pero muy pocas personalidades que remitan a la estructura obsesiva en sí, como si el individuo no tuviera necesidad de construir por sí mismo un modo de defensa contra la angustia, en tanto la sociedad le ofrece uno ya preparado con tal fin. La «innovación nosográfica» con la cual Freud inicia su trabajo sobre «la etiología de las grandes neurosis», y de la que sólo comenzó a hablar en 1894, después de varios años de investigación, consistía en primer lugar en asimilar, antes que en distinguir, la neurosis obsesiva y la histeria. En efecto, una y otra tienen en común (y por ello son ambas denominadas «neuropsicosis de defensa») el hecho de resultar de la acción «traumática» de experiencias sexuales vividas en la infancia, y de empeñarse en una defensa contra toda representación o todo afecto que provenga de esas experiencias y que intente perpetuar lo que ellas tenían de inconciliable con el yo. El trabajo defensivo de la neurosis -obsesiva o histérica- consistirá entonces en transformar la representación fuerte de la experiencia infantil penosa en una representación debilitada, y en orientar hacia otros usos la suma de excitación que, en virtud de esta estratagema, ha sido separada de su fuente verdadera. La diferencia entre las dos neurosis reside en que en la histeria la fuente de excitación es «transpuesta (unisetzen) a lo corporal» por un proceso de conversión, mientras que en la neurosis obsesiva, así como en la fobia, «debe necesariamente permanecer en el dominio psíquico». El carácter puramente mental de los procesos obsesivos no asegura, por otra parte, que sean más fáciles de comprender que los de la histeria. Por el contrario, nos resultan más oscuros, así como se accede menos fácilmente a un dialecto que a la lengua a la que éste está próximo. El proceso por el cual la representación del acontecimiento sexual pasado se separa de su afecto propio y ese afecto se une a otra representación adecuada -pero ya no inconciliable con el yo- es un proceso que, por una parte, se produce fuera de la conciencia, y por la otra, consiste en una sustitución en la que puede verse «un acto de defensa [Abwehr] del yo contra la idea inconciliable». Una transformación tal (que se produce durante o después de la pubertad) de las impresiones penosas de la experiencia sexual infantil, a veces muy precoz, conduce a obsesiones que toman la forma de ideas, o bien de actos o impulsiones. En el primer caso, se ha «logrado solamente reemplazar la idea inconciliable por otra idea inapropiada para asociarse con el estado emotivo, que por su lado sigue siendo el mismo. Es este enlace falso del estado emotivo y la idea asociada con él lo que explica el carácter absurdo de las obsesiones». En el segundo caso, la idea general no es reemplazada por otra, sino «por actos o impulsiones que en el origen sirvieron de alivio o como procedimientos protectores, y que ahora se encuentran en una asociación grotesca con un estado emotivo que no les corresponde, pero que ha seguido siendo el mismo, y está tan justificado como en el origen». En el artículo de 1896, «La herencia y la etiología de las neurosis», Freud, que hace alusión a sus futuros Tres ensayos de teoría sexual (1905) y a la «tormenta de impugnaciones» y escándalo que teme, evoca otra diferencia, considerada entonces capital, entre la histérica y el obsesivo; es una diferencia concerniente a la naturaleza de las experiencias sexuales precoces vividas respectivamente por una y otro. La histeria tendría por origen una experiencia de pasividad erótica, «vivida con indiferencia y algo de repugnancia o terror», mientras que el punto de partida de la neurosis obsesiva sería un acontecimiento que provocó positivamente placer, «una agresión sexual inspirada por el deseo [en el caso del varón] o una participación con goce en relaciones sexuales [en el caso de la niña] ». Al hacer del carácter activo de la experiencia erótica infantil la «causa específica» de la morbilidad obsesiva, y de la «pasividad sexual» la de la patología histérica, Freud creía haber encontrado la razón de «la conexión más íntima» de la última con el sexo femenino, y la mayor frecuencia de las obsesiones en los sujetos masculinos. Pero, en 1913, tendría que reconocer que esta manera de explicar las etiologías respectivas de tales afinidades no era pertinente («La predisposición a la neurosis obsesiva»). El sentimiento de culpa y el ceremonial obsesivo Al ubicar en la vida sexual precoz el origen de la neurosis obsesiva, así como el de la neurosis histérica, Freud sacó a luz una característica principal de la primera, es decir, su vínculo estructural con el sentimiento de culpa. En efecto, a través de la reviviscencia, en las representaciones y los afectos actuales, de experiencias precoces generadoras de placer, el sujeto se encuentra invadido por reproches, con los cuales Freud llegará a identificar las ideas obsesivas: éstas, reducidas a su expresión más simple y comprendidas en su significación más íntima, «no son otra cosa que reproches», reproches que el obsesivo se formula a sí mismo al revivir el goce sexual anticipatorio de la experiencia activa de antaño, «pero reproches desfigurados por un trabajo psíquico inconsciente de transformación y sustitución». El artículo del mismo año, 1896, «Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa», describe el desarrollo típico de una neurosis obsesiva presentando las antiguas experiencias de placer como «acciones pasibles de reproche». Ahora bien, cuando esas experiencias se rememoran en la pubertad, engendran dos tipos de procesos obsesivos, según sea que sólo el contenido mnémico concerniente a esas acciones fuerce su acceso a la conciencia, o que llegue a ella en compañía del «afecto de reproche» ligado a ellas. En el primer caso, el contenido de la representación obsesiva aparece deformado por efecto de la represión, de tal manera que la compulsión neurótica desempeña un papel de compromiso. Esta defensa primaria sofoca el reproche inicial dando origen a un primer tipo de síntoma, que se expresa en forma de desconfianza respecto de sí mismo (lo que equivale a justificar ese reproche, que el paranoico, por su lado, rechaza mediante la proyección y adoptando como síntoma de defensa la desconfianza respecto de los otros). En el segundo caso, en el que la representación de la acción pasada se acompaña del afecto correspondiente, el reproche dirigido a la acción sexual pasada se traducirá en una serie de afectos obsesivos, entre los cuales Freud evoca: la vergüenza (como si el otro pudiera enterarse de aquélla), la angustia hipocondríaca (o miedo a que la acción pasible de reproche tenga repercusiones somáticas), la angustia social (o miedo a que la mala acción provoque un castigo del ambiente), la angustia religiosa (o miedo al juicio divino), el delirio de observación (o miedo a revelar involuntariamente a otro el secreto de la acción cometida), y la angustia de tentación (o falta de confianza en las propias fuerzas morales para luchar contra la reiteración posible de acciones semejantes). Los síntomas de compromiso que son esos afectos obsesivos representan una forma de «retorno de lo reprimido y, en consecuencia, un fracaso de la resistencia que había tenido éxito en el origen». Ese fracaso de la defensa primaria trae consigo la formación de otros síntomas, en los cuales Freud ve defensas secundarias o medidas de protección, a los cuales, al servicio de reprimir los síntomas del retomo de lo reprimido, se transferirá la compulsión, tomando estas defensas secundarias la forma de acciones compulsivas. Estas acciones compulsivas, que son siempre reactivas, constituyen un tercer tipo de proceso obsesivo, de una variedad muy grande. La defensa secundaria contra las representaciones obsesivas puede por ejemplo mantener la ruminación compulsiva de otros pensamientos totalmente ajenos al registro de la sensualidad, o bien una compulsión de pensamiento y de verificación o una enfermedad de la duda, con las cuales el sujeto se protege del recuerdo obsesivo, dejándose asediar por la consideración meticulosa y tiranizante de los objetos de su entorno. Pero Freud menciona muchas otras medidas protectoras generadoras de acciones compulsivas: «Medidas de expiación (ceremonial minucioso, observación de los números), medidas de precaución (todo tipo de fobias, supersticiones, manías, amplificación del síntoma primario de la escrupulosidad), miedo de traicionarse (colección de papeles, miedo a la compañía), medidas para aturdirse (dipsomanía)». A través de los diferentes niveles de la estrategia mediante la cual el enfermo se defiende contra las representaciones y los afectos relativos a la antigua «acción pasible de reproche», la compulsión puede alcanzar formas severas como la fijación de ceremoniales torturantes, una locura de la duda generalizada, una serie de inhibiciones y fobias mediante las cuales uno se castiga a sí mismo y se prohibe toda acción y toda relación posibles. En esta neurosis «muy notable», dice también Freud en «La etiología de la histeria» (1896), las obsesiones son desenmascaradas por el análisis como «reproches encubiertos y transformados, reproches por agresiones sexuales realizadas durante la infancia». Pero estos reproches están tan eficazmente desfigurados, que una de las características del obsesivo es que sabe protegerse perfectamente, incluso contra toda confesión de la culpabilidad de que se trata. Llega a ello mediante un mecanismo muy curioso, relacionado sin duda con el hecho de que «desde la primera represión se ha formado el síntoma defensivo de la escrupulosidad, síntoma que también ha adquirido un valor compulsivo. La certeza de haber obrado moralmente durante el período de defensa exitosa hace imposible acordar crédito al reproche implicado en la representación obsesiva». En un texto de 1907, «Acciones obsesivas y prácticas religiosas», Freud encontrará en el ceremonial devoto una forma particularmente clara de esta conciencia de culpa que caracteriza la conducta obsesiva. Ésta, como el ceremonial religioso, se despliega a la manera de una «acción sagrada», a través de «pequeñas prácticas, pequeños añadidos, pequeñas restricciones, pequeños reglamentos, puestos en obra en el momento de ciertas acciones de la vida cotidiana, de un modo siempre semejante o modificado según una ley». Si bien a primera vista las acciones del ceremonial religioso tienen un sentido, mientras que las del ceremonial neurótico parecen carentes de él, la investigación psicoanalítica demuestra que las segundas, de hecho, deben interpretarse como expresiones ya directas ya simbólicas de experiencias vividas que aún producen efectos actuales, o de pensamientos eficazmente investidos por los afectos ligados a ellas. Así puede decirse que «quien sufre compulsiones e interdicciones se comporta como si estuviera bajo el gobierno de una conciencia de culpa de la que por otra parte no sabe nada, es decir, de una conciencia inconsciente de culpabilidad, que es la forma en que uno se ve obligado a expresarse, a pesar de la resistencia que provoca la conjunción de esas palabras». Este sentimiento de culpa, del que Freud nos dice aquí que percibió primero todo su alcance en el fenómeno religioso, en el obsesivo está relacionado con procesos psíquicos precoces, y se reaviva en cada nueva ocasión en forma de tentación. Hace entonces «surgir una angustia de expectativa siempre al acecho, una angustia que consiste en la expectativa de una desdicha ligada a la percepción interna de la tentación por medio del concepto de la sanción». La formación de este ceremonial tiene por lo tanto la función de una «acción de defensa» o de aseguramiento, en otras palabras, de una «medida de protección» al igual que las prácticas religiosas, de las que el hombre piadoso, que las ejecuta al principio de cada actividad cotidiana, espera confusamente le procuren una garantía contra la desgracia, y cuya significación (sobre todo expiatoria o propiciatoria ante el castigo divino) era explícitamente reconocida al principio. Basándose en la represión de un componente de la pulsión sexual que se había manifestado en cierto momento de la infancia, el ceremonial (tanto en el obsesivo como en el hombre religioso) obedece entonces al mecanismo del desplazamiento psíquico propio del sueño; los detalles fútiles de la actividad ritual se convierten en lo más importante una vez que se ha expulsado por la fuerza todo contenido de pensamiento que pueda tener un sentido. Esta semejanza entre las acciones compulsivas y las prácticas religiosas lleva a Freud -como se sabe- a formular su famosa tesis de la «concordancia esencial» de estos dos tipos de conducta, y a «concebir la neurosis obsesiva como el correlato patológico de la formación religiosa, a caracterizar la neurosis como una religiosidad individual y la religión como una neurosis obsesiva universal». Del erotismo anal al tabú del tocar El texto titulado «Carácter y erotismo anal», fechado en el mismo año en que se completaba el análisis del Hombre de las Ratas, 1908, aporta nuevos elementos que se pueden considerar ingredientes decisivos de ese caso ejemplar. Freud no aborda allí expresamente la neurosis obsesiva, que sólo menciona una vez como tal, sino tres rasgos de carácter (el amor al orden, la preocupación por el ahorro y la terquedad) que forman un «complejo» en el que cada uno está emparentado con los otros dos y en los que es fácil reconocer propiedades de la mencionada neurosis. En el gusto por el orden, relacionado en particular con el aseo corporal, se encuentra «la escrupulosidad en el cumplimiento de pequeños deberes» característica del obsesivo, y de la que se dice que va de la mano con la necesidad de sentirse «digno de confianza». Los otros dos rasgos -el carácter ahorrativo, que puede llegar a la avaricia, y la terquedad, que a menudo se inclina al desafío, la iracundia y la reivindicación- «están ligados entre sí con más fuerza» y forman «la parte más constante del complejo», como si indicaran con una especial claridad el vínculo riguroso que el autor de los Tres ensayos de teoría sexual quiere establecer aquí entre esta tríada completa y la extinción del antiguo erotismo anal. Sentido del orden, espíritu ahorrativo y terquedad, en efecto, sólo serían las huellas de la muy enérgica acentuación erógena de la zona anal que marca la constitución sexual de ciertos sujetos. Éstos «parecen haber sido esos niños que se niegan a vaciar su intestino cuando se los sienta en la bacinilla, porque obtienen una ganancia suplementaria del placer de la defecación». Por otra parte, a menudo confiesan haber «incluso encontrado agrado en retener sus heces a una edad más avanzada, y recuerdan todo tipo de cosas inconvenientes realizadas con el excremento expulsado». A la luz de las observaciones aportadas por los Tres ensayos sobre el montaje complejo de las pulsiones parciales, y acerca del hecho de que sólo una parte de ellas sirve a la vida sexual -mientras que, por sublimación, las otras son desviadas hacia otras metas diversas-, se puede decir que, entre el final del quinto año de vida y el inicio de la pubertad, estas personas ordenadas, ahorrativas y tercas, mediante «formaciones reactivas, anticuerpos como la vergüenza, la repugnancia y la moral», han trabajado para hacer fracasar las excitaciones que en el pasado les llegaban de esa zona erógena privilegiada. Como el erotismo anal es uno de los componentes de la vida sexual que en vista de los principios educativos de nuestra civilización, se convierten en «inutilizables para metas sexuales», las formaciones reactivas y el esfuerzo de sublimación que esos sujetos se han visto obligados a desplegar tienen por resultado los rasgos de carácter de los que se trata. Estos rasgos, por lo tanto, representan, al término de un tardío proceso de extinción, los vestigios del «interés originariamente erótico suscitado por la defecación». Estas breves observaciones de Freud llevan evidentemente a pensar en la patología del Hombre de las ratas, sobre todo en ese «goce» de tipo anal del que el «horror» que suscita en el paciente será advertido por el analista al escuchar el penoso relato del suplicio orienta]. Pero ellas permiten también comprender ciertos rasgos obsesivos derivados de esta forma de erotismo, como un gusto celoso por el secreto, una renuencia a dar y a comunicar (que se combina muy bien con la habilidad para refrenar por amor la propia agresividad), una capacidad sorprendente para convertir una posición habitual de respeto, devoción y sumisión en actitudes violentas, injuriosas, obscenas, escatológicas, incluso criminales. Pero esta eventualidad es también reactiva. Así como su ritual propio consiste, lo mismo que la contabilidad funeraria de Leonardo da Vinci a la muerte de su madre, en exteriorizar, desplazándolos sobre actos fútiles, incluso absurdos, sentimientos intensos que se han vuelto inconscientes, el obsesivo da la impresión de querer atenuar todo, incluso su presencia personal. Le encanta ocultarse, rodearse de misterio, replegarse hasta los límites del anonimato. Se ingenia para defenderse contra toda intrusión, incluso y sobre todo por parte de los seres más próximos. Ahora bien, estas diversas actitudes consisten en retenerse, así como el niño, en la fase anal, retiene sus excrementos -con los que, por cierto, se dice que él se propone hacer un «regalo»... pero para ello tendrá que asegurarse de que puede entregarlo con una sensación de un perfecto dominio- En 1913, Freud, que entretanto habrá modificado su teoría de los estadios de la libido, sobre todo introduciendo una fase de organización sexual pregenital, cuestiona la primacía antes aceptada del sadismo y el erotismo anal, haciendo lugar a la acción sustitutiva de otras pulsiones parciales, como la pulsión de saber, que «en el fondo es sólo un vástago sublimado, intelectualizado, de la pulsión de dominio». Su recusación explicaría entonces en gran parte la importancia torturante de la duda en esta patología. Por otro lado, según esta nueva concepción de las cosas, en la predisposición a la neurosis obsesiva, el desarrollo del yo se anticiparía cronológicamente al de la libido. Y la ambivalencia o alternancia del odio y el amor (tan característica de esta neurosis) se desequilibraría, según una idea de Stekel, en el sentido de una anterioridad del primero. El caso del obsesivo permitiría comprender el carácter defensivo de la génesis de la moral como salvaguardia del amor, el cual responde a la preocupación de mantener a distancia la agresividad primordial: «Si se considera -escribe Freud- que los obsesivos deben dar prueba de una supermoral para defender su amor al objeto contra la hostilidad que acecha detrás de él, uno se inclina a pensar como típica de la naturaleza humana una cierta anticipación del desarrollo del yo, y a pensar que la antelación del odio con respecto al amor, desde el punto de vista de desarrollo, funda la capacidad para la génesis de la moral» («La predisposición a la neurosis obsesiva»). Esta concepción de las relaciones de la neurosis obsesiva con los estadios anteriores de la libido será objeto de una modificación aún más importante, en 1926, con Inhibición, síntoma y angustia, en la perspectiva metapsicológica de la segunda tópica. En este caso, según Freud, el mecanismo esencial es la regresión al estadio sádico-anal. El libreto que se desplegaría en la pubertad del obsesivo sería el siguiente: sea que la organización general se muestre demasiado débil, o que el yo se haya erigido demasiado pronto contra el proceso pulsional, iniciando así una desvalorización de la vida genital, el esfuerzo defensivo (primario) del yo consigue hacer regresar parcial o totalmente la organización genital al primer estadio sádico-oral. Esta regresión hace que en el obsesivo los procesos consecutivos a la resolución del complejo de Edipo superen la medida normal: a la destrucción de éste «se añade la degradación regresiva de la libido; el superyó se vuelve especialmente severo y duro, mientras que el yo, sometido al superyó, desarrolla importantes formaciones reactivas, que toman la forma del escrúpulo, la piedad y la limpieza». Estas formaciones, particularmente exageradas en comparación con el desarrollo normal de la personalidad, operan como un mecanismo de defensa complementario, mientras que el superyó aprovecha la regresión volviéndose más riguroso, más atormentador, más duro, más crítico del yo. Por su parte, el yo, que queda cerrado al universo pulsional del ello, no se sustrae de ningún modo a los tormentos que le inflige el superyó y, aunque considerándose inocente (por el hecho de la represión), debe «experimentar un sentimiento de culpa y admitir una responsabilidad que no puede explicar», a menos que evite la «percepción de esta culpabilidad mediante una nueva serie de síntomas, de acciones expiatorias, de limitaciones autopunitivas» que, reforzadas por la regresión a la fase sádico-anal, tienen «al mismo tiempo valor de mociones pulsionales masoquistas». Pero estos síntomas, que al principio tenían una función de limitación del yo, en virtud de la tendencia de este último a la síntesis llegan a representar satisfacciones sustitutivas. El yo, en adelante sumamente limitado, queda reducido a buscar su satisfacción en los síntomas. Así se explica ese rasgo típicamente obsesivo de la inhibición de la voluntad; el yo descubre «para cada una de sus decisiones, motivaciones casi tan fuertes en un sentido como en el otro». En este conflicto agudo entre el ello y el superyó, el yo, «afectado tenazmente a su relación con la realidad y la conciencia», utiliza dos técnicas descubiertas por Freud como mecanismos característicos de la neurosis obsesiva. La primera es la anulación retroactiva, que consiste en tratar como no ocurrido un acontecimiento que efectivamente se produjo; más exactamente, se intenta «suprimir el pasado en sí por medio del simbolismo motor». La segunda, el aislamiento, es un mecanismo por medio del cual la experiencia vivida en el pasado, en lugar de caer en la amnesia como en la histeria, es despojada de sus afectos, de tal manera que se encuentran cortados los lazos asociativos que pudiera tener con los otros pensamientos o actividades. Por cierto, el proceso que apunta a establecer rupturas entre los objetos múltiples para favorecer la concentración en algunos de ellos corresponde a una exigencia normal de la vida intelectual y la acción. Pero, también en este caso, la neurosis obsesiva se las ingenia para llevar más allá de su medida sana un procedimiento en sí mismo eficaz. Lo exagera y lo vuelve compulsivo, sobre todo mediante actos mágicos de aislamiento, ritos absurdos, estrategias al servicio de una vigilancia sin falla -recursos destinados a impedir las asociaciones entre los pensamientos y la imaginación Freud advierte aquí que, mediante tales síntomas, «el yo obedece uno de los mandatos más antiguos y fundamentales de la neurosis obsesiva, el tabú del contacto». Y, como terapeuta, evoca en tal sentido la dificultad particular que experimenta el enfermo para seguir la regla fundamental del análisis: «El aislamiento es supresión de la posibilidad de contacto, un medio de sustraer una cosa a todo tipo de tocamiento, y cuando el neurótico aísla de tal modo una impresión o una actividad mediante una pausa, nos da a entender simbólicamente que no quiere permitir que los pensamientos relacionados con aquéllas se toquen por asociación con otros». El Hombre de las ratas Estas teorizaciones de Freud han tenido a la vez como punto de aplicación y como nueva fuente de enriquecimiento, la cura ejemplar que expuso en «A propósito de un caso de neurosis obsesiva», y de la que, por un azar excepcional, contamos con notas detalladas de las sesiones («Apuntes originales sobre el caso de neurosis obsesiva»). El paciente, un abogado de apenas treinta años, inicia con Freud, en 1907, una cura motivada por inhibiciones y compulsiones muy graves, que le han hecho perder varios años en su carrera. Desde la primera sesión, el analista puede realizar «un inventario completo de esta neurosis», interpretando, en función de sus propias elaboraciones anteriores, la escena de infancia que el paciente evoca de entrada. Recuerda haberse deslizado, a los cuatro o cinco años de edad, bajo las faldas de un aya consintiente, muy bella y muy ligeramente vestida, y haberle tocado los genitales y el vientre; después fue desarrollándose poco a poco en él un deseo muy intenso de ver desnudas a las mujeres que le agradaban. En el punto de partida, anota Freud, el yo del niño no estaba en contradicción con ese deseo, pero pronto apareció el conflicto, precisamente en el momento en que, «junto al deseo obsesivo, se encuentra un temor obsesivo, íntimamente ligado a ese deseo: siempre que piensa en él, lo obsesiona la idea de que suceda algo terrible». Ahora bien, el analista observa que esa «cosa terrible» está envuelta desde hace mucho tiempo en una imprecisión, típica de esa neurosis, bajo la cual señalará el elemento preciso que se oculta. Se trata de una fórmula que se enuncia como sigue: «Si tengo el deseo de ver una mujer desnuda, mi padre debe morir». Esto arrastra irresistiblemente a compulsiones defensivas que se juzgan capaces de apartar la desgracia anunciada. Tenemos así el esquema completo de la génesis de la neurosis: «Una pulsión erótica y un movimiento de rebelión contra ella; un deseo (todavía no obsesivo) y una aprehensión opuesta a él (que tiene ya carácter obsesivo), un afecto penoso y una tendencia a acciones de defensa.» Se advierte ya que el obsesivo se siente sometido a palabras amenazantes o imperiosas: mandamientos, interdicciones, conminaciones, requisitorias o razonamientos en apariencia irrefutables. De modo que la compulsión se despliega en un universo lenguajero, pero los mandatos que se le formulan al paciente son tales que éste se encuentra imposibilitado de obedecerlos, como si la orden estuviera constituida en sí misma de manera tal que no puede ejecutarse. Esto ocurre con el Hombre de las ratas con respecto a una deuda famosa, cuya historia se inscribe en el marco de otras desgracias amenazantes. En la segunda sesión, el paciente, con una repugnancia en la que Freud detecta «el horror de un goce que él mismo ignoraba», relata una conversación, en el curso de la cual, durante un período de servicio militar, un colega oficial, «un capitán muy cruel», describió un suplicio oriental que consistía en hacer penetrar ratas hambrientas por el ano de la víctima. Al oír esa narración, el joven tuvo la idea obsesiva de que esa «cosa horrible» era efectivamente infligida a la mujer amada y a su propio padre, que no obstante había muerto nueve años antes; el paciente estaba ligado de modo narcisista a esas dos personas, cuyas imágenes, como dice Lacan, se sostenían «en una equivalencia característica del obsesivo, una en virtud de la agresividad fantasmática que la perpetúa, y la otra gracias al culto mortificante que la transforma en ídolo». El suplicio se aplicaba a ellos sin la participación del joven, como «de una manera impersonal», pero, para que eso dejara de suceder, se le exigía imperiosamente -como si lo obligara un juramento- que liquidara una deuda en realidad imposible de pagar en las condiciones prescritas por el mandato. En efecto, el verdadero acreedor era una empleada de correos que había adelantado el dinero, por otra parte mínimo, para la expedición de unos anteojos solicitados de urgencia, mientras que el joven oficial, que lo sabía perfectamente, se sentía obligado a reembolsar esa suma a otro militar, que no tenía nada que ver y que no podía sino sustraerse a la escenificación de esa restitución inútil. Ahora bien, el mandamiento interior que le ordenaba pagar la deuda, y al que obedecía de manera tan poco adecuada, estaba en contradicción con un primer movimiento que le prescribía evitar absolutamente pagar, bajo pena de ver a la mujer amada y al padre muerto entregados a ese horrible suplicio. Ante ese imperativo contradictorio, muy típico de esta neurosis, la crisis obsesiva llega a su pleno desarrollo. Pero el hecho de que el paciente («deudor» y «culpable», según el doble sentido del adjetivo alemán schuldig) se pierda, como la rata condenada al laberinto, en esas impasses angustiantes y culpabilizadas, responde también a una de las diversas indelicadezas del padre, que había tenido que renunciar a su carrera militar a causa de una deuda impaga. Y, si se representa a ese padre muerto como pudiendo aún sufrir el suplicio de las ratas, es porque todavía espera su muerte, en virtud de un deseo inconsciente incluso más antiguo, del mismo modo que vive con la obsesión de su propia muerte. Pues el obsesivo, maestro en el arte de anular, de desplazar, de negar, de amortiguar las más innegables intenciones agresivas, sólo logra ponerse al abrigo del menor deseo y la menor responsabilidad en tanto todo eso, según él, no puede tener más horizonte que la muerte, «la muerte que lo mira con sus ojos de betún». En esa empresa de traducción del dialecto obsesivo que fue la cura del Hombre de las Ratas, Freud se aplica a sacar a plena luz esta ambivalencia del amor y el odio, de la que dirá, en Moisés y la religión monoteísta, que «es propia de la esencia de la relación con el padre». Pues el padre había desempeñado para el paciente el papel de prohibidor de un amor sensual, primero por una niña, después por la dama idealizada, y en este último caso el joven pretendiente se había dicho: «Con la muerte de mi padre, quizá me vuelva lo bastante rico como para casarme con ella». Pero «el anhelo reprensible de suprimir al padre que molestaba» seguía, en virtud de la represión, al abrigo de toda destrucción posible, e imponía a la pena consciente del enfermo el estatuto de un duelo realmente patológico, es decir ilimitado. Al destacar el lugar del padre muerto, Freud anticipaba el aporte relativo a la «función del Otro» que le debemos a Lacan, el que por otra parte no deja de elogiar al maestro de Viena por haber demostrado que «en la neurosis obsesiva se cumple con esta función de ser tenido por un muerto, y que en este caso no podría ser mejor cumplida que por el padre, puesto que, en efecto muerto, él alcanza la posición que Freud reconocía como la del Padre absoluto». Neurosis obsesiva Neurosis obsesiva fuente(37) (fr. névrose obsessíonnelle; ingl. obsessional neurosis, al. Zwangsneurose). Entidad clínica aislada por S. Freud gracias a su concepción del aparato psíquico: la interpretación de las ideas obsesivas como expresión de deseos reprimidos le permitió a Freud identificar como neurosis lo que hasta entonces figuraba como «locura de duda», «fobia al contacto», «obsesión», «compulsión», etcétera. El caso princeps, publicado por Freud en 1909, es el del llamado «Hombre de las Ratas» (A propósito de un caso de neurosis obsesiva), rico en enseñanzas todavía no agotadas. Freud destaca que la neurosis obsesiva deberá sernos más fácil de captar que la histeria porque no comprende un «salto a lo somático». Los síntomas obsesivos son puramente mentales, pero aun así siguen siendo oscuros para nosotros. Hay que confesar que los epígonos han contribuido poco a aclararlos. J. Lacan, por su parte -excluyendo su tesis de medicina , no escribió sobre clínica, hablando propiamente, por temor a que contribuyese a la objetivación de los casos, es decir, que no agregase nada a los avatares de la subjetividad. Sin embargo, haremos referencia a sus tesis en este desarrollo. ¿Por qué esta dificultad específica, en primer lugar? Sin duda, obedece al hecho de que la neurosis obsesiva está muy próxima a nuestra actividad psíquica ordinaria y, por ejemplo, al procedimiento lógico mismo con el que habitualmente se está tentado de dar cuenta de ella. Por otro lado, esta disposición mental solicita una de nuestras relaciones más conflictivas, la que nos liga con el padre, mientras que el complejo de Edipo más bien nos incitaría, como Tiresias lo había aconsejado oportunamente, a atemperar nuestro deseo de saber. Opera a este respecto una disolución de la función propia de la causa en provecho de una relación que liga firmemente, en la cadena hablada, el antecedente con el sucesor, y de una manera que oblitera todo plano de clivaje. El investigador se ve así expuesto al riesgo de compartir la duda del obsesivo sobre lo que estaba al comienzo y hubiera podido ser determinante. Clínica. La clínica de la neurosis obsesiva se distingue de la clínica de la histeria en principio por al menos dos elementos: la afinidad electiva aunque no exclusiva por el sexo masculino; la reticencia del paciente a reconocer y dejar conocer su enfermedad: suele ser la intervención de un tercero la que lo incita a consultar. La predilección de esta neurosis por el sexo masculino es instructiva, en tanto marca el rol determinante del complejo de Edipo -ahí está la causa que había sido disimulada en la instalación del sexo psíquico. En cuanto al «rechazo» en confesar la enfermedad, depende manifiestamente de que esta es vivida como «falta moral» y no como una patología. (Pero existe otro motivo esencial de disimulo.) La sintomatología principal está por lo tanto representada por ideas obsesivas con acciones compulsivas y la defensa iniciada contra ellas. Las obsesiones son destacables por su carácter resueltamente sacrílego: las circunstancias que llaman a la expresión del respeto, del homenaje, de la devoción o de la sumisión, desencadenan regularmente «ideas» injuriosas, obscenas, escatológicas, e incluso criminales. Aun cuando a menudo están articuladas bajo la forma de un mandato imperativo (por ejemplo, la «idea» respecto de la mujer amada: «Ahora, le vas a c... en la boca...»), son reconocidas por el sujeto -azorado y aterrorizado de que sea tan monstruosa- como expresión de su propia voluntad. Hay que destacar entonces que estas ocurrencias (al. Einfallen) no son tomadas nunca como de inspiración ajena, aun cuando en ciertos casos su audición puede ser cuasi alucinatoria. A partir de aquí se entabla una lucha, hecha de ideas contrarias expiatorias o propiciatorias, que pueden ocupar toda la actividad mental diurna, hasta que el sujeto se da cuenta, con espanto redoblado, de que estas contramedidas mismas están infiltradas. Se impone así la imagen de una fortaleza asediada, cuyas defensas, febril y sucesivamente elevadas, se revelan burladas y puestas al servicio del asaltante, o de la falla, que, apenas colinada, se abre en otra parte. Puede reconocerse, en estas representaciones familiares de nuestra imaginería mental, la expresión de la pesadilla, pero también de lo cómico. En cuanto a las acciones compulsivas, de objetivo verificador o expiatorio, están marcadas por una ambigüedad similar y pueden mostrarse también involuntariamente obscenas o sacrílegas. Este debate permanente opera en un clima de duda mucho más sistemático que el aconsejado por el filósofo y no desemboca en ninguna certidumbre de ser. Con frecuencia se instala en medio de esa duda una interrogación lancinante, generadora de múltiples verificaciones siempre insatisfactorias, sobre la posibilidad de un asesinato que el sujeto habría cometido o acabaría de cometer sin saber -lo. Un automovilista se sentirá así obligado a desandar su camino para controlar si no ha atropellado a un peatón en un cruce sin darse cuenta; desde luego que la verificación no podrá convencerlo puesto que puede haber pasado una ambulancia y pueden haberse ido los testigos. Un síntoma así merece ser destacado porque conjuga acto y duda; el obsesivo no está solamente posesionado por el horror de cometer algún acto grave (asesinato, suicidio, infanticidio, violación, etc.) que sus ideas podrían imponerle, sino también por el de haberlo realizado sin darse cuenta. Forzando el trazo, se delineará progresivamente la figura de un tipo humano que no es raro: un solterón que se ha quedado junto a su madre, un funcionario o un contador lleno de hábitos y pequeñas manías, escrupuloso y preocupado por una justicia igualitaria, que privilegia las satisfacciones intelectuales y vela con su civismo o su religiosidad una agresividad mortífera. El hombre de las ratas. Tal caricatura no se parece en nada al joven jurista -su verdadero nombre parece haber sido Errist Lanzer- que en 1905 vino a consultar a Freud: inteligente, valiente, simpático, muy enfermo, el Hombre de las Ratas tenía todo como para seducirlo. Su síntoma de ese momento se había producido durante un período militar: giraba alrededor de la imposibilidad de reembolsar, según las modalidades que le habían sido prescritas, una modesta suma debida a una empleada de correos. Cuando un capitán «conocido por su crueldad» le ordenó pagarle al teniente A. que hacía de correo las 3 coronas con 80 que había adelantado por un envío contra reembolso, Errist debía saber que se equivocaba. Era el teniente B. el que se había encargado de la función, y la empleada del correo la que había dado el crédito. Sin embargo, esta intimación actuó como una ocurrencia reincidente (al. Einfall) y se vio poseído por la coerción de realizarla para evitar que desgracias espantosas viniesen a caer sobre seres que le eran queridos. Fue un tormento atroz tratar de hacer circular su deuda entre estas tres personas antes de que llegara a indemnizar a la empleada de correos. Es cierto que el objeto despachado no era indiferente: un par de quevedos (al. Zwicker) encargados a un óptico vienés en remplazo de los que había perdido durante un alto y que no había querido buscar para no retrasar la partida. En el curso de ese descanso, el capitán «cr-uel», partidario de los castigos corporales, había relatado un suplicio oriental (descrito por O. Mirbeau en El jardín de los suplicios) por el cual a un hombre despojado de sus ropas lo sientan atado sobre un cubo que contiene ratas: estas, hambrientas, se introducen lentamente por su ano... Freud destaca el «goce ignorado por él mismo» con el que el paciente le relataba la anécdota. El padre de Ernst había muerto poco tiempo antes: un buen parroquiano, un vienés vividor del tipo «tiro al aire», el mejor amigo de su hijo y su confidente «salvo en un solo terreno». Ex suboficial, había dejado el ejército con una deuda de honor que no pudo reembolsar y debía su buen pasar al matrimonio con una rica hija adoptiva. Es la madre, por otra parte, la que tiene los cordones de la bolsa y la que será consultada, después de la visita a Freud, sobre la oportunidad de emprender una cura. En su horizonte amoroso está la dama que «venera» y corteja sin esperanza: pobre, no muy bella, enfermiza y sin duda estéril, no espera demasiado de él. El padre deseaba un matrimonio más pragmático, que siguiera su ejemplo. Por otro lado, el paciente tiene algunos raros vínculos de baja extracción, Tiene un amigo «como un hermano» al que acude en caso de desesperación; es este el que le aconseja consultar. La lectura que había hecho de la Psicopatología de la vida cotidiana lo conduce a Freud. Sus estudios de derecho no terminan y la procrastinación [postergar para mañana, de «cras»: mañana, en latín] se ha agravado después de la muerte del padre. El esfuerzo de Freud se centró en hacerle reconocer su odio reprimido hacia su padre y que la renuncia relativa a la genitalidad había desembocado en una regresión de la libido al estadio anal, convirtiéndola en deseo de destrucción. Ernst parecía haberse beneficiado mucho con la cura, pero la guerra de 1914 terminó con su brío recuperado. Obsesión. Como se ve, lo que permanece incomprensible especialmente es el carácter específico de la enfermedad: la obsesión. ¿Por qué retorna inmediatamente lo reprimido con una virulencia proporcional a la fuerza de la represión, a tal punto que esta pueda mostrar en una de sus caras a lo reprimido mismo? ¿Por qué esos actos impulsivos que constriñen al obsesivo? Es deseable una respuesta a estas preguntas si se quiere que su particularidad contribuya a enseñarnos las leyes del funcionamiento psíquico. Por nuestra parte, trataremos de avanzar a partir de la comparación hecha por Freud entre la ceremonia religiosa y el ritual obsesivo, asimilando este último a «una religión privada». Para ello debemos recordar el carácter patrocéntrico de la religión judeocristiana, basada en el amor al Padre y el rechazo de los pensamientos o sentimientos que le sean hostiles. Se habrá notado que, si la histeria está perfectamente descrita a pesar de su polimorfismo clínico y tiene identificada su etiología cerca de 2.000 años a. c. por los médicos egipcios, no se encuentra en cambio rastro alguno significativo de la neurosis obsesiva -en los textos médicos, literarios, religiosos, o en las inscripciones- antes de la constitución de esta religión judeocristiana. Una vez establecida esta, se observa una acumulación de los comentarios de los textos sagrados destinados a depurar actos y pensamientos de todo lo que podría no estar de acuerdo con la voluntad superior: de esta suerte, cada instante termina por estar dedicado a esto con una minuciosidad cada vez más refinada. Puede entenderse, por otra parte, en esta perspectiva, al Evangelio como una protesta de la subjetividad, que se supone separable del fardo de las obras y de un ritual que no impide la «incircuncisión [infidelidad] del corazón». Sin embargo, una objeción importante hace de obstáculo en este camino. La tentativa racionalista, en efecto, no es menos causa de neurosis obsesiva. La recusación de la referencia a un Creador y la preocupación por un pensamiento riguroso y lógico van fácilmente a la par con la morbosidad obsesiva, compañera inesperada de quien esperaba una liberación del pensamiento. ¿Cómo reconciliarnos con tal paradoja si no intentamos hacerla funcionar para que nos aclare el mecanismo en juego? Lo que las dos opciones aparentemente contrarias (no lo son para Santo Tomás) tienen en común, en efecto, es un tratamiento idéntico de lo real. Postulando nuestra filiación de aquel que se sostendría en lo real (categoría cuya cercanía produce angustia y espanto), la religión tiende a domesticarlo. No es excesivo decir que la religión -lazo sagrado- es una operación de simbolización de lo real. Una vez anulada la idea de que lo real siempre está en otra parte, el único modo -de hacer valer la dimensión del respeto al amo divino es la distancia euclidiana. En esta esencial mutación vemos la causa de la estasis propia del estilo obsesivo: el rechazo a desprenderse y crecer, a franquear etapas, a terminar los estudios, e incluso a la cura analítica. Tal acceso comportaría, efectivamente, el riesgo de igualarse con el ideal y de esa manera destruirlo, lo que comprometería el mantenimiento de la vida. Pero hay otra consecuencia todavía más destructiva: la anulación de la categoría de lo real a través de la simbolización suprime en el mismo movimiento al referente en el que se apoya la cadena hablada. Desde allí, no es solamente la duda lo que se instala. La función de la causa -privada de su soporte- recae sobre cualquier par de la cadena, ligando el antecedente con el sucesor, que se convierte así en consecuente. El poder de la generación depende ahora del rigor de la cadena, con lo que se entiende la preocupación obsesiva por verificarla incesantemente y expulsar de ella el error convertido en crimen. La desdicha -típicamente obsesiva- de este esfuerzo considerable es que, si lo real está forcluido, vuelve como falla entre dos elementos cualesquiera que se trataba de soldar perfectamente (el niño jugará con la cesura entre dos adoquines). Pero cada falla es percibida como causa de objeciones, fuente de comentarios que llamarán a otros comentarios, verificación retroactiva del camino seguido, cuestionamiento de las premisas, etc., en resumen, como causa de un raciocinio que no puede encontrar descanso. Falto de un referente que lo alivie, cada elemento de la cadena adquiere una positividad tal («es eso») que sólo es soportable si se anula («no es nada»). Quedará así desbrozado el terreno propicio para una formalización, de la que daremos un ejemplo aplicado a esta neurosis. Se puede decir, efectivamente, que el dispositivo evocado está soportado por una relación R que clasifica todos los elementos de la cadena según un modo reflexivo (x R x), lo que quiere decir que cada elemento puede ser supuesto como su propio generador, antisimétrico (x R y y no y R x), a causa del par antecedente-sucesor, y transitivo (x R y, y R u, por lo tanto x R u), lo que permite ordenar todos los elementos de la cadena. Siendo esta relación R idéntica a la de los números naturales, se comprenderá mejor la afinidad espontánea del pensamiento obsesivo con la aritmética y la lógica (lo mismo sucede a la inversa, causa por la cual una formación científica no siempre es la mejor para devenir psicoanalista). En todo caso, estamos en la conjunción en la que se adivina por qué la religión y la racionalidad, al proponer un mismo tratamiento de lo real, se arriesgan a las mismas consecuencias mórbidas. El precio de la deuda. La forclusión de lo real, categoría que se opone a «toda» totalitarización (y también al pensamiento que funda al totalitarismo), equivale a una forclusión de la castración. He aquí lo impago cuya deuda asedia la memoria del obsesivo, siempre preocupado por equilibrar las entradas y las salidas: en el caso del Hombre de las Ratas, primeramente es lo impago por su padre, que sin duda saldará a costa de su vida. Pero el rechazo del imperativo fálico se pagará con el retorno, en el lugar desde el cual se profieren para el sujeto los mensajes que deberá retomar por su cuenta (el lugar Otro en la teoría lacaniana), del imperativo puro, desencadenado, sin límite ahora (puesto que la castración está forcluida), y por lo tanto grávido de todos los riesgos. Es comprensible la repugnancia del obsesivo por las expresiones de autoridad, aun cuando es partidario del orden. En contrapartida, y a falta de referencia fálica, este imperativo del Otro surgirá de allí en adelante excitando las zonas llamadas «pregenitales» (oral, escópica, anal) como otros tantos lugares propicios a un goce, en este caso perverso y culpable, en tanto puramente egoísta. Los lentes perdidos de Ernst Lanzer nos recuerdan el voyeurismo de su infancia, y la historia de las ratas, su analidad. Pero la homosexualidad que se atribuye al obsesivo es de un tipo especial, porque incluye no sólo el deseo de hacerse perdonar la agresividad contra el padre y de ser amado por él, sino también el retorno en lo real y de un modo traumático del instrumento que se trataba de abolir. Esta abolición, como se ha visto, ha provocado ya el retorno en el Otro (desde donde se articulan los pensamientos del sujeto) de una obscenidad desencadenada y sacrílega en efecto, porque concierne al instrumento que también prescribe el más alto respeto. Pero también justifica la retención del objeto, denominado por Lacan «pequeño a», soporte del plus-de-gozar que el obsesivo consigue irregularmente pero al precio de infinitas precauciones y de una constipación mental. En fin, en cuanto a los actos impulsivos, sin duda vienen a recordar por su impotencia al acto principal (la castración) del que el obsesivo ha preferido sustraerse y que sólo le deja la muerte como acto absoluto, temible y deseable a la vez. Neurosis obsesiva Neurosis obsesiva Alemán: Zwangsneurose. Francés: Névrose obsessionnelle. Inglés: Obsessional neurosis. fuente(38) Forma principal de neurosis identificada por Sigmund Freud en 1894, la neurosis obsesiva (o neurosis de coacción) es, junto con la histeria, la segunda gran enfermedad neurótica de la clase de las neurosis, según la doctrina psicoanalítica. Tiene por origen un conflicto psíquico infantil, y una etiología sexual caracterizada por una fijación de la libido en el estadio anal. En el plano clínico, se pone de manifiesto por ritos conjuratorios de tipo religioso, síntomas obsesivos y por permanente rumiación mental, en la que intervienen dudas y escrúpulos que inhiben el pensamiento y la acción. El alienista francés Jules Falret (1824-1902) introdujo el término obsesión para designar el fenómeno de influencia en virtud del cual el sujeto es asediado por ideas patológicas, por una falta que lo acosa y obsesiona al punto de hacer de él un muerto vivo. El término fue más tarde traducido al alemán por Richard von Krafft-Ebing, quien escogió para ello la palabra Zwang, la cual remite a una idea de coacción y compulsión: el sujeto se obliga a actuar y pensar contra su voluntad. Pero le correspondió a Freud el mérito de haberle dado por primera vez un contenido teórico a la antigua clínica de las obsesiones, no sólo ubicando la enfermedad en el registro de la neurosis, sino haciendo de ella, frente a la histeria, la segunda gran componente de la estructura neurótica humana. Mientras que la histeria era conocida desde la Antigüedad, la obsesión apareció tardíamente en la clínica de las enfermedades nerviosas. Sin embargo, las dos entidades tuvieron que ver con la historia de la religión en Occidente. En efecto, ambas están emparentadas con los antiguos fenómenos de posesión y con la división entre el alma y el cuerpo. En el caso de la histeria, la posesión es más bien sonambúlica, pasiva, inconsciente y "femenina": es el diablo quien se apropia de un cuerpo de mujer para torturarlo. En la obsesión, por el contrario, es activa y "masculina": el propio sujeto es torturado interiormente por una fuerza diabólica, mientras permanece lúcido acerca de su estado. Por una parte la mujer, asemejada a una bruja, es culpable a través de un cuerpo diabólico ofrecido a la lujuria; por la otra, el hombre es invadido por una mancha moral que lo obliga a convertirse en su propio inquisidor. La histeria es un arte "femenino" de seducción y conversión; la obsesión, un rito "masculino" comparable a una religión. Esta diferencia entre lo femenino y lo masculino, entre lo activo y lo pasivo, entre el cuerpo convulsivo y la conciencia culpable, se vuelve a encontrar en el modo en que Freud opuso, en una carta a Wilhelm Fliess de 1895, la neurosis obsesiva a la histeria: "Imagínate, yo olfateo, entre otros, el condicionamiento estrecho siguiente: para la histeria, que se haya producido una experiencia sexual primaria (antes de la pubertad) con pánico; para la neurosis obsesiva, que se haya producido con placer La histeria es la consecuencia de un pánico sexual presexual. La neurosis obsesiva es la consecuencia de un placer sexual presexual que se transforma más tarde en reproche." De modo que, hasta 1897, en el marco de la teoría freudiana de la seducción (trauma sexual infantil) la sexualidad de las niñas se desplegaba bajo el signo de la pasividad y el pánico, y la de los varones, bajo el signo de un placer activo vivido como pecado. Después del abandono de la teoría de la seducción, Freud no volvió sobre la cuestión de la neurosis obsesiva hasta 1907: presentó entonces por primera vez ante la Sociedad Psicológica de los Miércoles el principio de la historia de un enfermo afectado de esta neurosis: Ernst Lanzer, que se hizo célebre con el seudónimo de Hombre de las Ratas. Esa exposición magistral iba a servir de modelo a todos los comentarios ulteriores dedicados a la idea de la obsesión. Aunque conservando una cierta correlación entre pasividad e histeria, y actividad y obsesión, Freud rechazó en lo esencial la bipolarización, reemplazándola por una explicación etiológica basada en su nueva teoría de la sexualidad. La neurosis obsesiva aparecía entonces como una afección que podía alcanzar por igual a hombres y mujeres, y cuyo origen era un conflicto psíquico. El cambio principal se produjo de hecho con la publicación de 1905 de los Tres ensayos de teoría sexual, donde Freud puso de manifiesto la sexualidad infantil, la perversión polimorfa y el erotismo anal, que suscitarían una formidable hostilidad entre los adversarios del psicoanálisis, induciendo la acusación de pansexualismo dirigida contra Freud. Entre 1907 y 1926, Freud transformó su concepción de la neurosis obsesiva. En el historial del Hombre de las Ratas lo que aparece dominando la organización sexual del obsesivo es el erotismo anal, y esa analidad está también presente -observa Freud- en los "ejercicios religiosos". Constatando la analogía entre la religión (cuyos rituales tienen un sentido) y el ceremonial de la obsesión (en el que esos mismos rituales sólo responden a una significación neurótica), Freud caracteriza la neurosis como una religión individual, y la religión como una obsesión universal. En 1913 retomó esta temática con la publicación de un libro, Tótem y tabú, y un artículo, "La predisposición a la neurosis obsesiva". Comparada con la histeria, definida como un lenguaje pictórico, y con la paranoia, considerada una filosofía frustrada, la neurosis de coacción es nuevamente ubicada bajo el signo de la religión: "Las neurosis, por una parte, presentan concordancias sorprendentes y profundas con las grandes producciones sociales del arte, la religión y la filosofía-, por otro lado, aparecen como distorsiones de estas últimas. Podríamos arriesgarnos a decir que una histeria es una imagen distorsionada de una creación artística; que una neurosis de compulsión es la imagen distorsionada de una religión, y que un delirio paranoico es la imagen distorsionada de un sistema filosófico." No obstante, también había que relacionar la obsesión con una regresión de la vida sexual a un estadio anal, y su corolario: un sentimiento de odio propio de la constitución misma del sujeto humano. Pues, según Freud, era el odio, antes que el amor, lo que estructuraba el conjunto de las relaciones entre los hombres, obligándolos a defenderse contra él mediante la elaboración de una moral. En 1926, en Inhibición, síntoma y angustia, esta teoría es revisada a la luz de la segunda tópica y de la noción de pulsión de muerte. El desencadenante de la neurosis obsesiva sería entonces el miedo del yo a ser castigado por el superyó. Mientras el superyó actúa sobre el yo como un juez severo y rígido, el yo se ve obligado a resistir a las pulsiones destructivas del ello, desarrollando formaciones reactivas que toman la forma de escrúpulos, limpieza, sentimientos piadosos y de culpa. De este modo el sujeto se hunde en un verdadero infierno del que nunca logra liberarse. Ahora bien, este infierno no es más que la versión patológica de un sistema institucional patriarcal y judeocristiano del que Freud, por otra parte, pondera tanto las debilidades como los méritos. En su análisis del Hombre de las Ratas, y después en Tótem y tabú, vincula en efecto los progresos de la ciencia y de la razón con el advenimiento del patriarcado, señalando de tal modo que el freudismo, como expresión de esa ciencia y de esa razón, podía servir de defensa contra los diversos intentos de abolición de la familia, y contra la ineluctable declinación del padre en la sociedad occidental del siglo XX. En 1938, en la última etapa de la reflexión que realiza paralelamente sobre la religión y la lógica de la estructura obsesiva, sacó a plena luz, con Moisés y la religión monoteísta, la ambivalencia del amor y el odio, sintomática a sus ojos de la "relación con el padre". Desde luego, esta ambivalencia remite a la función de prohibición del incesto sostenida por el padre en el mundo judeocristiano. De modo que la neurosis obsesiva definida por Freud siempre sería para él un verdadero objeto de fascinación, en la medida en que pone en escena la esencia de la relación edípica. En una carta de 1907 a Carl Gustav Jung, Freud se pintó a sí mismo con los rasgos de un obsesivo, mientras consideraba a su delfín como un histérico: "Si usted, un hombre sano, pertenece a la categoría del tipo histérico, yo tengo que reivindicar para mí el tipo obsesivo". Por otra parte, a propósito de un joven en tratamiento, caracterizó la historia de Edipo como un caso de neurosis obsesiva: "Se trata de un individuo sumamente dotado, de tipo edípico, amor a la madre, odio al padre (el Edipo antiguo es en efecto un caso de neurosis obsesiva en sí mismo -pregunta de la Esfinge-), enfermo desde los 11 años, ante la revelación de los hechos sexuales". A igual título que la histeria, la neurosis obsesiva es por lo tanto correlativa de la historia del psicoanálisis en su intento clínico y antropológico de aportar una respuesta al enigma de la diferencia de los sexos y a la cuestión de la organización de la familia y las sociedades.
Neurosis traumática Al.: Traumatische Neurose. Fr.: névrose traumatique. Ing.: traumatic neurosis. It.: nevrose traumatica. Por.: neurose traumática. fuente(39) Tipo de neurosis en la que los síntomas aparecen consecutivamente a un choque emotivo, generalmente ligado a una situación en la que el sujeto ha sentido amenazada su vida. Se manifiesta, en el momento del choque, por una crisis de ansiedad paroxística, que puede provocar estados de agitación, estupor o confusión mental. Su evolución ulterior, casi siempre después de un intervalo libre, permitiría distinguir esquemáticamente dos casos: a) el trauma actúa como elemento desencadenante, revelador de una estructura neurótica preexistente; b) el trauma posee una parte determinante en el contenido mismo del síntoma (repetición mental del acontecimiento traumático, pesadillas repetitivas, trastornos del sueño, etc.), que aparece como un intento reiterado de «ligar» y descargar por abreacción el trauma; tal «fijación al trauma» se acompaña de una inhibición, más o menos generalizada, de la actividad del sujeto. Generalmente la denominación de neurosis traumática es reservada por Freud y los psicoanalistas para designar este último cuadro. El término «neurosis traumática» es anterior al psicoanálisis(40) y sigue utilizándose en psiquiatría en forma variable, en virtud de las ambigüedades del concepto de traumatismo y de la diversidad de opciones teóricas que permiten tales ambigüedades. El concepto de traumatismo es ante todo somático; designa entonces «[...] las lesiones producidas accidentalmente, de forma instantánea, por agentes mecánicos cuya acción vulnerante es superior a la resistencia de los tejidos u órganos sobre los que actúan»; los traumatismos se dividen en heridas y contusiones (o traumatismos cerrados), según que exista o no efracción del revestimiento cutáneo. En neuropsiquiatría se habla de traumatismo con dos acepciones muy distintas: 1) se aplica al caso particular del sistema nervioso central el concepto quirúrgico de traumatismo, cuyas consecuencias pueden abarcar desde las lesiones evidentes de la substancia nerviosa hasta las supuestas lesiones microscópicas (por ejemplo, noción de «conmoción»); 2) se transpone metafóricamente al plano psíquico el concepto de traumatismo, el cual, entonces, designa todo acontecimiento que hace efracción bruscamente en la organización psíquica del individuo. La mayor parte de las situaciones generadoras de neurosis traumáticas (accidentes, batallas, explosiones, etc.) plantean a los psiquiatras, en la práctica, un problema de diagnóstico (¿existe o no lesión neurológica?) y, desde un punto de vista teórico, permiten una gran libertad para estimar, según las preferencias de cada uno, la causa última del trastorno. En una posición extrema, algunos autores llegan a clasificar el cuadro clínico de las neurosis traumáticas dentro del grupo de los «traumatismos cráneo-cerebrales» (véase: Trauma psíquico). Si nos limitamos al campo del traumatismo tal como se entiende en psicoanálisis, el término «neurosis traumática» puede tomarse bajo dos perspectivas bastante distintas. I. En relación con lo que Freud denomina una «serie complementaria» en el desencadenamiento de la neurosis, deben tomarse en consideración factores que varían en razón inversa entre sí: predisposición y traumatismo. En este sentido, se encuentra toda una gama entre los casos en que un acontecimiento mínimo adquiere valor desencadenante, debido a la débil tolerancia del sujeto frente a toda excitación o frente a una determinada excitación especial, y los casos en que un acontecimiento de una intensidad objetivamente excepcional viene a perturbar bruscamente el equilibrio del sujeto. A este respecto deben efectuarse varias observaciones: 1) el concepto de trauma se vuelve puramente relativo; 2) el problema trauma-predisposición tiende a confundirse con el de los papeles respectivos de los factores actuales y del conflicto preexistente (véase: Neurosis actual); 3) en los casos en que se comprueba con evidencia la existencia de un traumatismo importante en el origen de los síntomas, los psicoanalistas se dedicarán a investigar, en la historia del sujeto, los conflictos neuróticos que el acontecimiento no habría hecho más que precipitar. En favor de este punto de vista conviene señalar que, con frecuencia, los trastornos desencadenados por un trauma (guerra, accidente, etc.) se asemejan a los hallados en las neurosis de transferencia clásicas; 4) singularmente interesantes, desde esta perspectiva, son los casos en los que un acontecimiento exterior viene a realizar un deseo reprimido del sujeto, a poner en escena una fantasía inconsciente. En estos casos, la neurosis que se desencadena se caracteriza por rasgos que la asemejan a las neurosis traumáticas: repetición mental, sueños reiterativos, etc.; 5) dentro de la misma línea de pensamiento, se ha intentado relacionar la ocurrencia misma del acontecimiento traumático con una predisposición neurótica especial. Algunos individuos parecen buscar inconscientemente la situación traumatizante, aunque la temen; según Fenichel, de este modo repetirían un trauma infantil con la finalidad de descargarlo por abreacción: «[...] el Yo desea la repetición para resolver una tensión penosa pero la repetición es en sí misma penosa [...]. El enfermo ha entrado en un círculo vicioso. No logra jamás controlar el traumatismo por medio de sus repeticiones, ya que cada tentativa aporta una nueva experiencia traumática». En estos individuos, descritos como «traumatófilos», Fenichel ve un caso típico de «asociación de neurosis traumáticas y de psiconeurosis». Por lo demás, se observará a este respecto que K. Abraham, que introdujo el término «traumatofilia», relacionaba incluso los traumas sexuales de la infancia con una predisposición traumatofílica preexistente. II. Vemos, pues, cómo la investigación psicoanalítica conduce a poner en tela de juicio la noción de neurosis traumática: pone en duda el papel determinante del acontecimiento traumático, por una parte al subrayar la relatividad del mismo con respecto a la tolerancia del sujeto, y por otra parte insertando la experiencia traumática en la historia y la organización particulares del individuo. Desde este punto de vista, el concepto de neurosis traumática sería sólo una primera aproximación, puramente descriptiva, que no resistiría a un análisis profundo de los factores que intervienen. ¿No es necesario, sin embargo, conservar un puesto aparte, desde el punto de vista nosográfico y etiológico, para aquellas neurosis en las que un traumatismo, por su misma naturaleza e intensidad, sería con mucho el factor predominante en su desencadenamiento, y en las cuales los mecanismos que intervienen y la sintomatología serían relativamente específicos con respecto a los de las psiconeurosis? Tal parece ser la posición de Freud, según se desprende principalmente de su obra Más allá del principio del placer (Jenseits des Lustprinzips, 1920): «El cuadro sintomatológico de la neurosis traumática se acerca al de la histeria por su riqueza en síntomas motores similares; pero, por regla general, lo sobrepasa por sus signos, muy acentuados, de sufrimiento subjetivo (que recuerdan la hipocondría o la melancolía) y por las manifestaciones de una debilitación y perturbación mucho más generales de las funciones psíquicas». Cuando Freud habla de neurosis traumática, insiste en el carácter a la vez somático («conmoción» [Erschütterung] del organismo, que provoca una afluencia de excitación) y psíquico (Schreck: susto) del trauma. Según Freud, es este susto, « [...] estado que sobreviene cuando uno entra en una situación peligrosa sin estar preparado para ella», el factor determinante de la neurosis traumática. Frente a la afluencia de excitación, que irrumpe y pone en peligro su integridad, el sujeto no puede reaccionar mediante una descarga adecuada ni por medio de una elaboración psíquica. Desbordado en sus funciones de ligazón, repetirá de forma compulsiva, especialmente en los sueños(41), la situación traumatizante, a fin de intentar ligarla (véase: Compulsión a la repetición; Ligazón). Con todo, Freud no dejó de señalar la posible existencia de conexiones entre las neurosis traumáticas y las neurosis de transferencia. Deja sin contestar la pregunta de la especificidad de las neurosis traumáticas, como lo atestiguan las siguientes líneas del Esquema del psicoanálisis (Abriss der Psychoanalyse, 1938): «Es posible que lo que llamamos neurosis traumáticas (desencadenadas por un susto demasiado intenso o choques somáticos graves, tales como choques de trenes, desprendimientos etc.), constituyan una excepción; pero, hasta ahora, sus relaciones con el factor infantil han escapado a nuestras investigaciones».
Neurosis y psicosis fuente(42) Las primeras reflexiones de Freud sobre la psicosis conciernen a la paranoia, que él agrupa con la histeria y la neurosis obsesiva en la categoría de «neuropsicosis de defensa». Pero mientras que en estas dos últimas afecciones el «contenido representativo» del que es preciso defenderse es «apartado», «mantenido fuera de la conciencia» (de modo que el afecto queda entonces «separado» de la representación), en la paranoia, «contenido [de la representación] y afecto son mantenidos [presentes en el nivel consciente], pero se encuentran proyectados en el mundo exterior». Desde ese momento, paranoia y proyección se encuentran íntimamente ligadas: «la finalidad de la paranoia es defenderse de una representación inconciliable con el yo, proyectando su contenido en el mundo exterior». Observemos aquí que el caso de «paranoia» estudiado por Freud en «Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa», más tarde será considerado por él como «más seguramente demencia precoz», lo que nos autoriza a vincular la proyección con el conjunto de los mecanismos alucinatorios e interpretativos de las psicosis. Psicosis y represión En esos años (1895-1896) Freud no ha precisado aún su teoría de la represión en tres fases, que sólo explicitará unos quince años más tarde, en sus «Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia», y que retomará en la Métapsychologie. El primer tiempo de la represión es un tiempo lógicamente necesario que sólo cabe postular: « ... tenemos en consecuencia bases para admitir una represión originaria [ ... ] con ella se produce una fijación». El segundo tiempo es la represión propiamente dicha (represión «a posteriori») en la cual se conjugan los efectos de «la atracción de lo que ha sido reprimido precedentemente» (en el momento de la represión originaria), y «la repulsión que, a partir del nivel consciente, obra sobre lo que debe ser reprimido». Sólo con la tercera fase de la represión podemos hablar de conflicto y de síntomas neuróticos: la activación (actual) de una «moción pulsional» reprimida desencadena «procesos capaces de llevarla a irrumpir en la conciencia»; las «formaciones sustitutivas» y los síntomas no se deben a la represión en sí, sino que constituyen más bien «indicios de un retorno de lo reprimido». El problema planteado de entrada por Freud acerca de la proyección en la psicosis es fundamentalmente el de su estatuto. ¿Está la proyección ligada a «un procedimiento o un mecanismo especial de represión que le es propio»? ¿O más bien debemos considerarla como un «síntoma del retorno de lo reprimido», incluso como el efecto de un «compromiso entre la resistencia del yo y la presión del retorno de lo reprimido» («formación de compromiso») En otras palabras, las interpretaciones y alucinaciones propias de la psicosis, ¿son inherentes a «una forma particular de represión» (diferente, por lo tanto, del mecanismo de la «represión» tal como ha sido definido), o bien pertenecen al tercer tiempo, siendo entonces la proyección una modalidad especial de «retomo de lo reprimido» (en cuyo caso el mecanismo de la represión en las psicosis sería análogo al de la represión que obra en las neurosis) Este cuestionamiento, siempre subyacente en los primeros escritos de Freud sobre la psicosis, es explícitamente retomado en el análisis del caso Schreber: « ... Si la característica distintiva de la paranoia (o de la demencia precoz) reside [ ... ] en la forma particular que revisten los síntomas», esta forma particular ¿está en sí misma «determinada por el mecanismo de la formación de los síntomas o por el mecanismo de la represión?» En lo que concierne al mecanismo de la formación de los síntomas en las psicosis, «la característica más sorprendente reside en el proceso que merece el nombre de proyección». Pero si bien el fenómeno de la proyección remite a «problemas psicológicos más generales» (en particular, existe una proyección «normal»), es más bien «la modalidad con la que se realiza el proceso de la represión» lo que constituye la característica distintiva de la psicosis, modalidad por otra parte «más íntimamente ligada a la historia del desarrollo de la libido», y por lo tanto a las «disposiciones personales engendradas por ese desarrollo». Sea que se trate de la demencia precoz o de la paranoia, «la represión se realiza por medio del desasimiento de la libido». En su artículo «La represión», Freud precisa: «Hay por lo menos una cosa en común en los mecanismos de la represión: la sustracción de las investiduras de energía (o de la libido, cuando se trata de pulsiones sexuales)». Pero en «Lo inconsciente», se pregunta «si el proceso llamado aquí [en la esquizofrenia] represión conserva algo en común con la represión que obra en las neurosis de transferencia». Lo común es el desasimiento de la libido del objeto real (lo que Freud retomará más tarde como «pérdida de realidad»). Pero mientras que en la neurosis «la investidura de objeto persiste en el sistema les a pesar de la represión, o más bien como consecuencia de ella», en la esquizofrenia, «a la inversa, la libido que ha sido retirada no busca un nuevo objeto, sino que se repliega sobre el yo», proceso que desemboca en un «estado secundario de narcisismo», clínicamente atestiguado por la megalomanía. En el final de su «Complemento metapsicológico a la doctrina de los sueños» (1915) Freud expresa muy claramente en qué consiste la distinción entre el «retiro de investidura» propio de las neurosis, y el «retiro de investidura» que caracteriza a las psicosis: «En las neurosis de transferencia, lo retirado es la investidura preconsciente; en la esquizofrenia se retira la investidura del Ics». En la neurosis, «el relajamiento de la relación con la realidad» debe situarse como «reacción contra la represión y fracaso de esta última». Sabemos hasta qué punto los rituales obsesivos, los comportamientos contrafóbicos, la inhibición («expresión de una limitación funcional del yo»), restringen la actividad del sujeto, o cómo, en otros casos la actividad fantasmática (por ejemplo, amorosa) reemplaza o incluso convierte en redundante toda relación en la realidad... La «pérdida de realidad» es aquí secundaria al establecimiento de la neurosis, ya sea que provenga del «combate del yo contra el síntoma» o que constituya, por el predominio del fantasma sobre la realidad, «un resarcimiento a la parte dañada del ello». Por el contrario, en la psicosis, la «pérdida de realidad» es primera, «es» la enfermedad en sí, y «el desasimiento parcial tiene que ser con mucho lo más frecuente y servir de preludio al desasimiento total», dice Freud. El segundo tiempo «tiene también la característica de reparación»: así, «el delirio aparece como una pieza que se emplaza en el lugar donde inicialmente se produjo un desgarramiento en la relación del yo con el mundo exterior»; asimismo, «la sobreinvestidura de la representación de palabra [ ... ] representa la primera de las tentativas de restablecimiento o de curación que dominan de manera tan impactante el cuadro clínico de la esquizofrenia». De modo que neurosis y psicosis tienen una etiología común: «el no cumplimiento de uno de aquellos deseos infantiles eternamente indómitos... En último análisis esta frustración proviene siempre de afuera» o, si se prefiere, del «principio de realidad»; «la neurosis [de transferencia] es el resultado de un conflicto entre el yo y el "ello", mientras que la psicosis es el resultado análogo de un trastorno equivalente entre el yo y el mundo exterior». Podemos formular esto de otra manera: si la neurosis (con su pérdida secundaria de la relación con la realidad) sólo aparece con la tercera fase de la represión, presupone lógicamente la segunda (el tiempo de la represión propiamente dicha), que podemos definir como la «sustracción» al «yo consciente» de una parte de la «realidad psíquica» que está en contradicción con las opciones «realistas» del yo. El tiempo inaugural de la neurosis (la represión) aparece entonces como consistiendo en «apartar» del yo una parte de la realidad psíquica; por el contrario, el tiempo inaugural de la psicosis consiste en apartar el yo de la realidad exterior. «¿Cuál puede ser el mecanismo, equivalente a la represión, mediante el cual el yo se aparta del mundo exterior?», pregunta Freud. Realidad psíquica y realidad exterior Tratar de responder este interrogante presupone una «teoría» de la realidad «exterior», y una «teoría» de la relación con los objetos de esa realidad, lo que quizá constituye un solo y mismo problema. Debemos recordar que precisamente a partir de una reflexión sobre las psicosis Freud llegó a distinguir la «libido del yo» y la «libido de objeto»: «Nos formamos la idea de una investidura originaria del yo, una parte de la cual será más tarde cedida a los objetos, pero, fundamentalmente, esta investidura (del yo) persiste». En las neurosis, una parte de la libido queda disponible para los objetos, y es precisamente esa «libido de objeto» la que se moviliza en la transferencia; en las psicosis, por el contrario, la libido «abandona las investiduras de objetos y se repliega en el yo»; «la regresión llega... hasta el retorno al autoerotismo infantil». Pero mientras que en los episodios melancólicos, por ejemplo, la libido sigue siendo a posteriori capaz de reinvestir espontáneamente la realidad (quizá por la «fuerte fijación al objeto», que contrasta con la «débil resistencia de la investidura de objeto» de la que habla Freud), en las psicosis crónicas la libido parece haberse convertido en «impropia» para la investidura de objetos reales después de producido su repliegue en el yo. La «tentativa de reconstrucción» en las psicosis es de hecho «autoplástica», dice Freud; «se contenta con producir alteraciones internas»; los procesos de pensamiento no conducen a «la acción específica»... En la psicosis todo ocurre como si las «modificaciones interiores» fueran el equivalente de modificaciones del exterior. En ciertos episodios oniroides neuróticos puede suceder, por ejemplo, que la actividad fantasmática venga a recubrir la realidad exterior. Pero los dos lugares -la realidad psíquica y la realidad exterior- siguen siendo tópicamente distintos, aunque la primera pueda reemplazar a la segunda. Por el contrario, nos parece característico de la psicosis que haya indistinción tópica de esos dos lugares: indistinción a veces «total» (esquizofrenia, psicosis alucinatorias crónicas), a veces «parcial» (así, en ciertos estados delirantes, incluso crónicos, la relación con la realidad se conserva, salvo en lo que concierne a un dominio particular de pensamiento: el mágico-religioso, por ejemplo). «En los casos de neurosis, lo rechazado reaparece in loco, allí donde ha sido reprimido, es decir, en el ambiente mismo de los símbolos [ ... ] reaparece in loco bajo una máscara. Lo rechazado en la psicosis [ ... ] reaparece en otro lugar, in altero en lo imaginario, y allí, sin máscara», dice Lacan. Freud ya se interrogaba sobre el hecho de que, en la esquizofrenia, «se expresan muchas cosas en el nivel consciente, mientras que, en las neurosis, sólo el psicoanálisis permite mostrar que ellas están presentes en el nivel inconsciente». La indistinción tópica de los lugares de la realidad psíquica y la realidad exterior, que para nosotros constituye un rasgo distintivo de las psicosis, nos parece entonces tener que relacionarse con la indistinción de los registros de lo imaginario y lo simbólico de Lacan. Por otra parte, el hecho de que en la psicosis el «contenido» del Ics se ponga de manifiesto, según una fórmula que se ha convertido en clásica, «a cielo abierto», nos incita a volver sobre la problemática de la represión originaria, la cual asegura la distinción tópica de los lugares del Ics y del sistema Pcs/Cs, y la separación de los dos «principios del acaecer psíquico» que los rigen respectivamente. Pero ¿de qué modo puede una realidad constituirse como «exterior»? «Lo extraño al yo, lo que se encuentra afuera, son al principio idénticos para él», dice Freud. El tiempo primordial del «juicio de atribución» es de hecho un tiempo de admisión previa (Bejahung) de un «primer cuerpo de significantes». Hemos asimilado el campo de lo «admitido» al «universo del discurso» de los lógicos, universo cuyos «objetos» parecen surgir de la «unidad originaria de logos, nus y usía» que el filósofo y lingüista J. Lohmann ve en el principio de la forma de pensamiento intrínsecamente ligada a la lengua griega originaria: «unidad originaria de objetividad, subjetividad e intersubjetividad (lenguaje)», precisamente reunidas en el término «logos». La realidad exterior se constituirá en un segundo tiempo a partir de esos «datos previos» del universo del discurso; en el juicio de existencia, «se trata también... de una cuestión de adentro y afuera», y por lo tanto lógicamente de una actividad de reparto de los «objetos» del universo del discurso en dos clases disjuntas: el «afuera» y su complementario, el «adentro». Nos parece que un equivalente lógico es el propuesto por la primera separación en el interior de esta unidad originaria (cuyos elementos constitutivos son progresivamente emancipados), que constituye el «Logos» en su sentido primero, corte realizado por la lógica estoica: «lo que aún no se separa es el objeto pensado y el objeto dicho, que son precisamente reunidos en el lektou estoico, y opuestos al tugcauou, al objeto real» (J. Lohmann). Si el juicio de existencia constituye una primera «partición» del universo del discurso en dos subconjuntos (el adentro y el afuera), es preciso que incluyamos como «parte» el conjunto vacío. Volvemos a encontrar aquí el «mismo» conjunto vacío del que hemos hecho el análogo lógico de la represión originaria. Estamos entonces en condiciones de formular la hipótesis de que en las psicosis hay un «estallido» de la represión originaria, que constituía en un primer tiempo lógico el corolario de la delimitación del universo del discurso: lo que una paciente consideraba como «huida del vacío» puede entonces entenderse como «huida» de los significantes primordiales fuera de la clase de los «datos previos», es decir, no-delimitación del universo del discurso. Esto quiere decir que ya no se puede en modo alguno definir la «partición» del universo del discurso (pues éste no está delimitado) o, en otros términos, que el estallido del conjunto vacío hace de éste un solo y simple conjunto vacío, y es entonces al mismo tiempo destrucción de la disyunción entre el sistema Ics y el Pcs/Cs, por una parte, y por la otra, entre «realidad exterior» y «realidad psíquica». Psicosis y renegación Puesto que la realidad se constituye a partir de un juicio de existencia, ¿en que puede consistir una «pérdida (primera) de la realidad»? La expresión «desmentida (Verleugnung) de la realidad» aparece con frecuencia en Freud. Pero así como la experiencia clínica nos induce a postular en la base de la psicosis un «mecanismo de defensa» diferente del de la represión neurótica, también nos lleva a diferenciar la «renegación de la realidad exterior» característica del fetichismo (y, más ampliamente, de las escisiones perversas), por un lado, y por el otro, un «mecanismo de "rechazo" de la realidad» propio de las psicosis. En el fetichismo, llegan a «coincidir» en el nivel Cs/Pcs dos versiones contradictorias: la de la prueba de realidad y la de la realidad psíquica. La tesis de la realidad psíquica (por ejemplo, de la existencia de pene en la mujer) ya no es contradictoria con la prueba de realidad, en cuanto un «fetiche» ocupa el lugar del pene, por lo cual «sería incorrecto considerar como escisión del yo al proceso de elección del fetiche», dice Freud. En este caso, el fetiche ocupa en la realidad «exterior» el lugar de pene, pero en otros casos, «la significación de pene puede ser "transferida" a otra parte del cuerpo (femenino)». Como ciertos elementos de la realidad, reemplazando el pene, convierten en no contradictorias las dos tesis opuestas, no podemos verdaderamente hablar de escisión del yo... No podemos por otra parte dejar de observar una analogía de estos dos mecanismos con los de la fobia y la histeria, respectivamente. Por el contrario, hablaremos de «escisión del yo» cuando «las dos opiniones contradictorias persisten sin influirse» (y por lo tanto sin dar forma a «un compromiso» del tipo de fetiche): «Se instauran dos actitudes opuestas, independientes entre sí, lo que lleva a una escisión del yo». Por cierto, ese clivaje aparece como «una característica universal de la neurosis», pero en este caso, «una de las dos actitudes es la que adopta el yo, mientras que la opuesta, que es reprimida, pertenece al ello»; el clivaje que actúa en las neurosis es por lo tanto el clivaje Ics/Pcs. Por el contrario, en el caso de la «desmentida», las dos actitudes opuestas parecen coexistir en el nivel del yo; no obstante, esta escisión nos resulta muy distinta de la que actúa en las psicosis (y sobre todo en la esquizofrenia); evoca más bien un proceso de defensa de tipo obsesivo del orden del «aislamiento»: «la experiencia (desagradable) no es olvidada (por lo tanto, no es reprimida), sino despojada de su afecto; sus relaciones asociativas son reprimidas o quebradas, aunque ella persiste, aislada, por así decirlo». En el caso de la desmentida hablaremos de «escisión de la realidad psíquica» (Freud habla de «escisión psíquica»), en cuanto coexisten «dos actitudes psíquicas» opuestas. Así, «el rechazo tiene siempre como correlato una aceptación»; las dos tesis contradictorias pertenecen por igual a la «realidad psíquica»; una se adecua a la prueba de realidad (al yo-realidad), y su opuesta permanece en el orden puro de la realidad psíquica regida por el principio de placer. Pero una «desertificación», una ruptura de las asociaciones, mantiene a distancia a estos dos términos de la contradicción, que en consecuencia ni se plantean como contradictorios. Se activa por turno una u otra de las dos tesis, en un movimiento único que deja a la restante desinvestida e inerte. Es notable que en las dos series de ejemplos de «desmentida de la realidad» que proporciona Freud se trate de renegación de una ausencia: ausencia del pene de la mujer, ausencia de un padre muerto. En este último caso, tan frecuente en la clínica (y en la «normalidad»), la escisión se sitúa en efecto en el nivel de «comportamientos independientes» entre sí, y no en el del discurso del yo consciente. «Al signo no nada le corresponde en la realidad», dice Wingenstein, y nada tampoco en la realidad psíquica, añadiremos nosotros, siguiendo a Freud. Es decir que la ausencia sólo puede identificarse a partir del «símbolo de la negación» y, por consiguiente, de los «procesos secundarios», en tanto que el «no», «sustituto del rechazo», aparece en tanto condena por un juicio, como secundario, desde el punto de vista lógico, con respecto a la represión. Estos procesos de «escisión» característicos de la «desmentida» nos parecen derivar de un clivaje entre «el yo realista consciente» y una parte de la «realidad psíquica», que no está sin embargo reprimida; así, «la ausencia» sólo puede ser «aceptada» por el yo consciente, regido por el principio de realidad, mientras que, en el nivel de la realidad psíquica, el único «equivalente» posible es la desinvestidura de la representación correspondiente. La sintomatología que acompaña a tales «clivajes» muestra bien -precisamente a través de «la independencia de los dos tipos de comportamientos opuestos»- que «realidad exterior» y «realidad psíquica» siguen siendo en este caso perfectamente distintas; el fenómeno de la desmentida en sí manifiesta el funcionamiento «en paralelo» del proceso secundario y el proceso primario. Precisamente porque en las psicosis realidad psíquica y realidad exterior no son distintas, tenemos que postular en su principio un mecanismo que no es el de la desmentida. «La realidad (exterior) es en sí misma incognoscible», dice Freud, y sólo a partir de nuestro propio pensamiento podemos tener una visión de las relaciones que la rigen. Los «procesos de pensamiento secundario» constituyen entonces un «relevo» de la realidad exterior, pero no pueden estar en correspondencia absoluta con esa realidad exterior ni con la realidad psíquica (cf. el problema del «símbolo de la negación»). Hemos definido la psicosis precisamente como la negación del no (ausencia del no) mientras que lo característico de la renegación es que el no esté presente en ella. Ahora bien, el «no», «la ausencia», están intrínsecamente ligados con lo simbólico. Por ello, siguiendo a Lacan, hemos ubicado el fundamento de la psicosis en el nivel de un fenómeno de «forclusión» en ese «primer cuerpo de significantes» que constituye el dominio de la Bejahung. En «De la historia de una neurosis infantil», Freud indica un mecanismo de rechazo de la realidad diferente a la vez de la represión y de la desmentida: En el paciente «subsistían una junto a la otra dos corrientes opuestas; una abominaba la castración, mientras que la otra estaba dispuesta a admitirla ... » (aquí «el rechazo es acompañado por una aceptación», lo que es característico de la desmentida). «Pero una tercera corriente, la más antigua y la más profunda, que pura y simplemente había rechazado (verworfen hatte) la castración, y por la cual ni siquiera podía abrirse juicio sobre la realidad de la castración, esa corriente era aún reactivable ... » En este caso, una desmentida parece «recubrir» un mecanismo de rechazo más fundamental (forclusión), que Freud también antes había opuesto a la represión: «Él no quería saber nada [de la castración], ni siquiera en el sentido de la represión [ ... ] todo ocurría como si [ese problema] no hubiera jamás existido». No es entonces indiferente recordar la evolución psicótica ulterior del Hombre de los Lobos, que podemos comprender, precisamente, como «reactivación» de una forclusión, hasta ese momento más o menos compensada... «La falta de un significante [de base] lleva necesariamente al sujeto a poner en tela de juicio el conjunto del significante [ ... ] y de las leyes que le son propias», dice Lacan; es decir que la forclusión de un significante basa] pone en jaque a todo el edificio simbólico. No podemos «concluir» mejor este breve estudio de la oposición entre neurosis y psicosis que mediante la definición que da Freud de lo que él llama (prudentemente) «comportamiento normal»: «Llamamos comportamiento normal o «sano» a un comportamiento que reúne ciertos rasgos de las dos reacciones; que, como en la neurosis, no desmiente la realidad, pero que, como en la psicosis, se esfuerza a continuación en modificarla».
Neutralidad fuente(43) s. f. (fr. neutralité; ingl. neutralíty; al. Neutralität). Rasgo planteado históricamente como característico de la posición del analista en la cura, o incluso de su modo de intervención. Históricamente, el psicoanálisis se ha constituido desprendiéndose de otras formas de intervención terapéutica, especialmente de aquellas, nacidas de la hipnosis, que otorgaban un sitio importante a la acción directa sobre el paciente, a una «sugestión». En esta perspectiva es preciso resituar cierto número de indicaciones de Freud referidas a la neutralidad que le convendría al analista. Esta noción, sin embargo, es menos evidente de lo que parece y ha dado lugar a muchos malentendidos. Lo que es seguro es que el analista debe guardarse de querer orientar la vida de su paciente en función de sus propios valores: «No buscamos ni forjar por él su destino, ni inculcarle nuestros ideales, ni modelarlo a nuestra imagen con el orgullo de un Creador» (S. Freud, Nuevos caminos de la terapia psicoanalítica, 1918). Es en un plano técnico, precisamente, donde esta noción de neutralidad plantea más problemas. Tiene un cierto alcance en cuanto a la relación imaginaria del analizante y el analista. Ser neutro, en este sentido, sería, para el analista, evitar entrar en el tipo de relaciones que generalmente se establecen con la mayor facilidad, relaciones en las que la identificación sostiene tanto el amor como la rivalidad. Con todo, el analista no puede evitar totalmente que el analizante lo instale en ese lugar, y debe evaluar sus consecuencias antes que conformarse con preconizar la neutralidad. Más importantes sin duda son las observaciones que se pueden hacer a partir de las teorías del deseo y del significante. Si en el sueño, por ejemplo, el deseo aparece ligado a significantes privilegiados, nada indica empero, por lo general, si cada uno de esos términos está tomado en un sentido positivo o negativo, si el sujeto persigue o evita los objetos y situaciones que los significantes de sus sueños organizan. La tarea del analista entonces es mantenerse más bien en el nivel del cuestionamiento, dejando que la elaboración acostumbre poco a poco al sujeto no sólo al lenguaje de su deseo, sino a los puntos de bifurcación que este incluye. Sin embargo, a pesar de todo esto, el término neutralidad quizá no esté particularmente bien elegido. Ya que en efecto puede dar a entender una actitud de aparente desapego o, peor todavía, de pasividad: una forma de creer que basta con dejar venir los sueños y las asociaciones sin tener que meterse en ellos de ninguna manera. Por ello más vale oponer, a la idea de una neutralidad del analista (incluso de una «neutralidad benevolente», según una fórmula que se ha impuesto pero que no es de Freud), la idea de un acto psicoanalítico, que da mejor cuenta de la responsabilidad del analista en la dirección de la cura. Neutralidad Neutralidad Al.: Neutralität. Fr.: neutralité. Ing.: neutrality. It.: neutralitá. Por.: neutralidade. fuente(44) Una de las cualidades que definen la actitud del analista durante la cura. El analista debe ser neutral en cuanto a los valores religiosos, morales y sociales, es decir, no dirigir la cura en función de un Ideal cualquiera, y abstenerse de todo consejo; neutral con respecto a las manifestaciones transferenciales, lo que habitualmente se expresa por la fórmula «no entrar en el juego del paciente»; por último, neutral en cuanto al discurso del analizado, es decir, no conceder a priori una importancia preferente, en virtud de prejuicios teóricos, a un determinado fragmento o a un determinado tipo de significaciones. En la misma medida en que la técnica psicoanalítica se desprendió de los métodos de sugestión, que implican una influencia deliberada del terapeuta sobre su paciente, se vio abocada a la idea de neutralidad. En los Estudios sobre la histeria (Studien über Hysteria, 1895) se encuentran vestigios de una parte de esta evolución. Observemos que, hacia el final de esta obra, Freud escribe, refiriéndose a la acción del terapeuta: «Actuamos, en la medida de lo posible, como aclaradores (Aufklärer), cuando una ignorancia ha engendrado un temor, como maestros representantes de una concepción del mundo más libre y más elevada, como confesores que, con la perduración de su simpatía y de su estima después de la confesión, ofrecen al enfermo una especie de absolución». En sus Consejos al médico en el tratamiento psicoanalítico (Ratschläge für den Arzt bei der psychoanalytischen Behandlung, 1912) es donde Freud da la idea más precisa de lo que puede entenderse por neutralidad. En este trabajo denuncia «el orgullo terapéutico» y «el orgullo educativo»; considera «contraindicado dar al paciente instrucciones tales como la de reunir sus recuerdos, pensar en un determinado período de su vida, etc.». El analista, al igual que el cirujano, no debe tener más objetivo que «[...] llevar a buen término, tan hábilmente como le sea posible, su operación». En La iniciación del tratamiento (Zur Einleitung der Behandlung, 1913) Freud sostiene que el establecimiento de una transferencia segura depende de la neutralidad analítica: «Este primer resultado puede malograrse adoptando una actitud distinta a la de la simpatía comprensiva, por ejemplo una actitud moralizadora, o comportándose como el representante o mandatario de un tercero [...]». La idea de neutralidad se expresa también con gran fuerza en el siguiente pasaje de Los caminos de la terapia psicoanalítica (Wege der psychoanalytischen Therapie, 1918), que apunta a la escuela de Jung: «Hemos rehusado categóricamente considerar como un bien propio al paciente que pide nuestra ayuda y se pone en nuestras manos. No intentamos formar su destino ni inculcarle nuestros ideales, ni modelarlo a nuestra imagen con el orgullo de un creador». Se observará que la expresión «neutralidad benevolente», tomada sin duda del lenguaje diplomático y que se ha vuelto tradicional para definir la actitud del analista, no se encuentra en Freud. Debe añadirse que la exigencia de neutralidad es estrictamente relativa a la cura: constituye una recomendación técnica. No implica ni garantiza una «objetividad» suprema de quien ejerce la profesión de psicoanalista. La neutralidad no alude a la persona real del analista, sino a su función: el que da las interpretaciones y soporta la transferencia debería ser neutral, es decir, no intervenir como individualidad psicosocial; se trata, evidentemente, de una exigencia límite. El conjunto de recomendaciones relativas a la neutralidad, aunque no siempre se siga, no suele ser discutido por los analistas. Con todo, incluso los psicoanalistas más clásicos pueden sentirse inducidos a no considerar deseable o posible una neutralidad absoluta en determinados casos (especialmente en la angustia de los niños, en las psicosis y en ciertas perversiones).
Niño (psicopatología del) fuente(45) Tratándose de lo que se denomina la «psicopatología del niño», el desarrollo que consiste aquí en dar cuenta del punto de vista del psicoanálisis no podría ser sino dialéctico. Por una parte, cabrá recordar en qué el psicoanálisis aporta mucho más que un esclarecimiento particular de esta temática de la psicopatología precoz; en efecto, en el marco de las concepciones actuales, ella encuentra en el psicoanálisis una parte esencial de sus fundamentos. El aporte del psicoanálisis ha sido aquí constitutivo. Pero, por otro lado, habrá que señalar no menos resueltamente en qué el psicoanálisis, en lo que inspira su puesta en obra, se aparta de lo que pueda implicar, directa o indirectamente, un enfoque psicopatológico, en la medida en que una perspectiva tal tiende, en virtud de su epistemología implícita, a sostener prácticas terapéuticas medicalizantes o psicologizantes, normativas o reductoras, positivistas, que reducen los trastornos del psiquismo a procesos de maduración frustrados, a disfunciones en un programa de desarrollo, suprimiéndoles la especificidad humana que supone tomar en cuenta un orden simbólico, relacional y lenguajero irreductíble. En este sentido, el psicoanálisis puede perfectamente basarse en el aparato teórico de una descripción psicopatológica más o menos formalizada. Pero su especificidad impide que quede reducido a ella. Y lo importante es entonces calibrar más bien lo que lo aparta de esa descripción. El niño en el psicoanálisis Quizá sorprenda que se consagre aquí al niño o a la infancia una entrada en particular, separada. La perspectiva psicoanalítica del niño, haciendo abstracción del psicoanálisis de niños propiamente dicho, ¿constituye una rama aparte, derivada, un avatar de la experiencia analítica ortodoxa? Es cierto que aún hoy se plantea el interrogante de si lo que se llama psicoanálisis de niños debe ser efectivamente reconocido o no como psicoanálisis stricto sensu... Esto, no obstante, contrasta con la opinión actualmente difundida, que recuerda hasta qué punto el psicoanálisis se nutre fundamentalmente de lo infantil. Tanto en su principio teórico como en su efectuación clínica concreta, como dinámica y como efecto, ¿no relaciona acaso el devenir y el destino del ser humano singular con los acontecimientos subjetivados de su pasado, con la historia vivida de su infancia? No hay duda de que una parte esencial del descubrimiento de Freud tuvo que ver con el hecho de que supo extraer, formalizar, esa afinidad de estructura entre lo infantil y lo inconsciente. Por este sesgo el psicoanálisis revolucionó realmente el orden establecido de la psicopatología del niño. Pero lo hizo en la misma medida en que permitió repensar los fundamentos de la psicopatología general, incluso la del adulto, sacando a luz, justamente, sus enraizamientos infantiles. Esto supuso en primer lugar sacar al niño de la Edad Media en que lo había mantenido la psiquiatría médico-social del siglo XIX, al alinear la patología psíquica con los encasillamientos ideológicos de la demencia, la debilidad o el retardo mental es, incluso de la degeneración hereditaria. Yendo más allá de la pura patología, el psicoanálisis, por el contrario, abrió a la reevaluación del tiempo de la infancia en su significación humana esencial, lo que constituye una de sus implicaciones más contundentes incluso en lo social, por lo menos en nuestras colectividades occidentales, durante el transcurso de este siglo XX. Y no obstante, si bien fue Freud quien descubrió ese continente inexplorado y significante de la primera infancia en sus efectos de constitución y de determinación mental, de efectuación del destino y de puesta en lugar del deseo para el ser humano, es cierto que ello no lo llevó a ocuparse él mismo, directamente, como psicoanalista, del niño. Esto parece indicar que, alineada según el reparto de cartas inconsciente, la infancia era en primer lugar para él aquello de lo cual se está estructuralmente separado; la infancia sólo se le hacía entonces presente al analista en tanto que dicha y producida a posteriori, (re)-construida por un adulto en la cura. Esto explica que haya sido necesario un cierto tiempo de elaboración para que se afianzara, gracias a la determinación de las pioneras (Hug-Helmuth, A. Freud, M. Klein), Io que iba a convertirse en ejercicio del psicoanálisis de niños propiamente dicho. El niño o lo infantil De hecho, es en el mejor de los casos en el marco de la práctica analítica donde puede entonces situarse el examen de la patología precoz, por medio de una distinción posible entre niño e infantil. El niño, en tanto que no tiene aún los medios para permitirnos captar con facilidad la polifonía pulsional que lo habita. Y lo infantil, cuya frescura en el adulto que se ha separado de ella se trata de recuperar más 0 menos laboriosamente. El valor de esta distinción consiste en que hace sentir lo que inspira una concepción verdaderamente psicoanalítica de la patología infantil. Ya que, después de todo, si uno se atiene a sus formulaciones, la codificación de la psicopatología freudiana podría parecer extremadamente clásica, incluso conformista. Sin volver a la teoría positivista, pronto abandonada, de un trauma datable para explicar la neurosis (seducción), la clínica analítica del niño, ¿no se basa, en efecto, en los datos de un desarrollo sistematizado, dividido linealmente por la sucesión normativa de las etapas libidinales: oral, anal, etc.? (cf. la entrada «Desarrollo»). Se sabe que, si uno se limita a ello, corre el riesgo de caer en una concepción estrictamente evolutiva, que reduce el trastorno o el síntoma a los azares de una programación preestablecida, sea ella llamada relacional o libidinal. Esto equivale a meter el dedo en los engranajes de una interpretación restrictivamente madurativa del desarrollo, que da pie a la idea totalmente reduccionista de una progresión programada susceptible de ser detenida o impedida por la mecánica conjugada de la regresión y la fijación. Esta digresión permite por lo menos formular claramente el peligro, la impasse que parece implícitamente posible en el abordaje psicoanalítico del niño, en todo caso cuando se trata de presentar su formalización, es decir, positivizar la metapsicología freudiana en términos de psicología evolutiva o genética. Tal es entonces la cuestión planteada: el psicoanálisis de niños, ¿implica fatalmente esa amortiguación psicologizante de la experiencia?'Más aún, ¿constituye en sí mismo una desviación de la invención freudiana, con fines madurativos u ortopédicos? ¿O bien existe un medio de valorizar los esquemas de desarrollo de los que se vale la teoría del análisis de niños para fundar en ellos una práctica auténticamente psicoanalítica? Con relación al objetivo más educativo del discurso de Anna Freud (a veces caricaturizado, es cierto), Melanie Klein fue quien sentó las bases de una profundización radical de la comprensión analítica de la vivencia psíquica precoz, basada en lo inconsciente. También sacó a luz el carácter constituyente del fantasma como elemento primordial de toda la vida psíquica, y con más razón de la más temprana. Pero al mismo tiempo dio pie a una sistematización de su pensamiento que condujo a un corpus dogmático aplicado demasiado sistemáticamente, en detrimento de la singularidad de cada caso. La vía francesa En este sentido, hay que acreditar al psicoanálisis en Francia que, alejado de los defectos adaptativos anglosajones, haya sabido calibrar los verdaderos cuestionamientos que la práctica analítica de la psicología infantil introduce o reactiva. Sobre este punto, también a Lacan le corresponde el mérito de ese saneamiento de la doctrina, que implica una gran exigencia de rigor en la práctica. ¿Sorprenderá que sea su nombre el que aquí aparece en primer lugar, tratándose del psicoanálisis de niños? Sin embargo, es en la obra de Lacan donde se encuentran los elementos de un reordenamiento asegurado sobre una base estructural de datos concernientes al fundamento del psiquismo infantil en la experiencia analítica. Lo atestiguan sobre todo el estadio del espejo, el anclaje del yo en el registro imaginario, el despliegue de la relación de objeto según las categorías de lo imaginario, lo simbólico y lo real, etcétera. Esas formulaciones teóricas de Lacan encontraron un eco directo en el trabajo de analistas mujeres, especialistas en la infancia. Maud Mannoni, en primer lugar, ha dado testimonio de esta extensividad conquistadora del psicoanálisis, al arriesgarse justamente en el terreno de los trastornos psícopatológicos considerados hasta entonces del dominio reservado de la psiquiatría medicalizante, reeducativa: el retardo mental, la debilidad mental. La importancia de este aporte consiste sobre todo en que contribuyó a circunscribir mejor el registro de la psicosis propiamente infantil, haciendo de ella un campo de trabajo posible para los psicoanalistas. Al mismo tiempo y en la misma línea de pensamiento -nutrida y fortificada por la ensefianza de Lacan- Françoise Dolto sentó las bases de una práctica y una teoría auténtica del psicoanálisis de niños. Evocar los grandes principios de esa praxis nos permitirá hablar de psicopatología de un modo que no sea el que, en cuanto al diagnóstico y la nosografía, prevalece en las obras de sistematización (Ajuriaguerra, Lang). Por otra parte, la visión clara de estos mismos autores los ha llevado a formular que una psicología infantil no podría estar separada de la práctica concreta, en otras palabras, del encuentro clínico con el niño. Esto tiene que ver con algo sobre lo que no cesan de insistir los diversos autores, es decir, que el enfoque de la psicopatología del niño no puede entenderse de una manera coagulada, codificada, como sigue siendo el caso en la psiquiatría del adulto. Hay una especificidad del psiquismo infantil que lo hace irreductible al recorte establecido con respecto a las enfermedades mentales del adulto, aunque más no fuera por todo lo que atestigua una gran labilidad de funcionamiento mental en el niño, siempre abierto a transformaciones posibles, sea cual fuere la característica más o menos sorprendente de su patología. Una de las grandes problemáticas psicológicas consistirá en este sentido en separar, dentro de lo posible, por un lado una sintomatología coyuntural o reactiva susceptible de circunscribirse, sea que se trate de un trastorno mental (inhibición, fobia, ansiedad ... ) o corporal (enuresis ... ), y, por otro lado, lo que correspondería más al afianzamiento estructurado de una neurosis. Por su amplitud y su dificultad, este problema atestigua lo importantes que son los interrogantes que plantea la psicopatología infantil. Una práctica específica A fortiori, se encuentra la incidencia que este problema tiene en la práctica analítica con el niño, en la que siempre existirá la preocupación de principio de evitar los excesos de objetivación nosográfica a los que pueden inducir los datos de la psicopatología. En suma, esos recortes diagnósticos serán tanto más útiles por su valor indicativo cuanto que el analista los deje en el lugar que les corresponde: un segundo plano. Sin duda es importante demarcar una sintomatología y hacer pie en una denominación nosográfica que dé un sustento por lo menos indicativo a la orientación diagnóstica, ya que no de pronóstico. Así se podrá definir mejor la perspectiva clínica, una vez reconocidas las patologías diferencialmente calificables de obsesivas e histéricas, por ejemplo. Pero esto es así con la condición de no dejarse encerrar en esa codificación previa, de no esperar de ella más que una demarcación preliminar. Pues la práctica no se orientará sólo a partir de ese dato; en ella se trata, en todos los casos, del encuentro analítico con un ser humano, por inexpresivo, por regresivo que sea, y de llegar en él a la persona oculta. Precisamente en ello puede especificarse la posición fundamental de la experiencia analítica con respecto a la psicopatología, sobre todo la infantil. No se trata de un enfermo a ser curado (pasivamente) sino de un sujeto que hay que escuchar en lo que concierne a la orientación o reorientación de su deseo, sobre la base de la figuración transferencial de ese deseo que él pueda manifestar. Esto implica una cierta cantidad de orientaciones de principio, que articulan la perspectiva psicopatológica del análisis con su concreción en la experiencia clínica. Citaremos principalmente: -El hecho de que, por espinoso que sea, el síntoma (del niño) no es aquello en lo que uno concentra primordial y exclusivamente la atención. El síntoma es recibido por su valor, desplazado, de mensaje a descifrar. Se lo reconoce como el signo que es de una demanda que busca hacerse oír en él. -El propio niño es escuchado en el contexto de su grupo familiar, desde que, a priori, sus dificultades surgen de una problemática familiar de la cual él es un elemento... representativo. Sea cual fuere la relativa diversidad de las prácticas al respecto, no se ve que se pueda emprender un trabajo de psicoterapia analítica con un niño sin que los padres se asocien más o menos a él, en particular en la fase de investigación inaugural. -No obstante, el trabajo se realiza con el niño, si resulta que la psicoterapia debe emprenderse con él. Pero esto no podría hacerse sobre la base de una línea de desarrollo preestablecida, con relación a la cual habría que juzgar un eventual «retardo». El objetivo tiene que ver con el niño, en tanto que sujeto deseante que hay que escuchar y ayudar con el trabajo de análisis de lo que él muestra allí donde puede encontrarse en vagabundeo, fuera de alcance comunicante. Si es tomado en una alienación que lo ausenta de su destino descante, se lo detiene en el disco rayado y repetitivo del síntoma. -Por medio de esto, se trata esencialmente de entregarlo a la autonomía de su devenir de sujeto, ese devenir cuyo advenimiento el grupo familiar muy frecuentemente impide con el peso de sus propias inercias, conscientes o inconscientes. Esto no quiere decir que los padres sean en consecuencia identificados como «culpables», según el cliché que a veces todavía circula. Pero se los considera responsables, y es por otra parte a causa de ello que pueden encontrarse regularmente asociados al tipo de trabajo de emancipación que su hijo realiza en la cura. -Se habrá comprendido que la fineza no está por cierto en este caso en la profundización diagnóstica, porque la rotulación sofisticada también oculta la ignorancia. La fineza reside sobre todo en la aplicación relacional, transferencial (y contratransferencial) de un eje de trabajo que consiste en poner en posesión del sujeto niño la capacidad del deseo, allí donde estaba detenido, en impasse o (incestuosamente) sojuzgado. Además conviene precisar lo que diferencia los casos en que esta problemática de liberación se plantea en el terreno edípico, por una parte, y por la otra, los casos cuyo dinamismo remite a las coordenadas llamadas preedípicas. Ésta puede ser una manera de encontrar la distinción sintomática o estructural entre neurosis y psicosis. La lección de las paradojas En resumen, lo que nos descubre la experiencia analítica de la psicopatología del niño es un campo sostenido por toda una serie de paradojas. Y sin duda esto es acorde a lo que promueve la invención freudiana, para la cual el niño (en tanto que «niño en nosotros») surge de la función del mito individual, tal como lo construimos y tal como nos ha construido psíquicamente. Esto va en contra de la esperanza de llegar con el niño a captar en vivo algo del orden de un inconsciente espontáneamente ofrecido por estar aún inconstituido, o a una toma directa sobre el terreno de origen del psiquismo como tal. El niño bien puede ser el pretexto de un discurso sobre lo original y lo arcaico; sin embargo, no se ajusta a ello en lo concreto de la experiencia clínica. Pues lo que revela de específico que estaría fuera de alcance en el adulto no nos es sin embargo fácilmente accesible, desde que el niño puede no disponer aún de medios subjetivados para mediatizarlo. Como lo indica por ejemplo el hecho de que lo que muestra nos es entregado como al pasar allí donde aún no refleja el contenido según el modo de un yo [Je] que pueda apropiárselo. Y nada indica además que esté favorablemente dispuesto a concordar con el principio de cualquier interpretación que nosotros asumamos el riesgo de devolverle. En el campo del análisis pudo haber alguna tendencia a retomar implícitamente la cantilena de que la verdad sale de la boca de los niños. Y sin duda no es infrecuente que sea a través de ellos que la verdad se ofrece en el síntoma, tomando incluso al cuerpo. Pero no por eso están menos sometidos a la represión, después de todo necesaria para que, como cualquiera, encuentren los medios de constituirse con ella. Por cierto, sucede que, precisamente por su trastorno, cuando es posible convocan a veces a toda una familia a cumplir con su palabra ante el psicoanalista. Pero esto no podría justificar el exceso de idealización que hace de ellos ipsofacto los mensajeros de la verdad del inconsciente de su linaje. Pues, en síntesis, también en el caso del niño, incluso de la manera más típica, la verdad sólo puede ser medio dicha, según la fórmula de Lacan. Si volvemos entonces a comparar diferencialmente las experiencias clínicas con el niño y el adulto, llegamos a una comprobación más equilibrada; en términos generales, lo que «se gana» por una parte (por ejemplo, en espontaneidad comunicativa), se «pierde» por la otra (en irreflexividad del pensamiento). Y uno se ve finalmente conducido al mismo dualismo de las palabras, al mismo balanceo, al retomar la cuestión de si ese acceso directo a la psicopatología del niño es una posibilidad del psicoanálisis. De inmediato se podrá responder que, en efecto, la práctica es auténticamente analítica cuando nos permite descubrir la vivacidad enigmática de una pulsionalidad que busca afirmarse, entre cuerpo y psiquismo. E incluso, al encontrársela menos enviscada en las ansias del yo que en el caso del adulto, ¿no se diría que allí está el psicoanálisis por excelencia? No obstante, esto significaría prestar demasiado poca atención a lo que también en el niño se presenta como resistencia. Y lo que es más, de un modo que ya no permite remitirse exclusivamente a la palabra del (joven) paciente. El analista es convocado aquí más en tanto presencia manifiesta... Volvemos entonces a encontrar una dualidad que constantemente divide el campo de la psicopatología analítica del niño, Esto valdría también para la oposición entre fantasma y realidad, que se encuentra en el centro del conflicto entre Anna Freud y Melanie Klein. Se ha visto de qué modo, con relación a las veleidades pedagogizantes, educativas, de Anna Freud, Melanie Klein supo restaurar en el abordaje del psiquismo precoz la densidad constitutiva del fantasma. Pero, dicho esto, ¿de qué serviría haber inferido esa polaridad fantasmática si esto no provee también en la práctica el medio de hacer acceder al niño a más... realidad, y de ponerlo al abrigo de lo que de otro modo experimenta como angustia? El niño de la ficción Nos hemos limitado a un sobrevuelo de la psicopatología del niño tal como puede encontrarse retomada en la práctica del análisis, una práctica con los niños que después adquirió en gran medida derecho ciudadano (prolongación sociológica considerable, que en sí misma exigiría un examen). Además, si había razones para que esta práctica se impusiera como tal al movimiento analítico, ello tiene que ver con que refleja con agudeza algunos de los temas más cruciales del psicoanálisis: la problemática de la historicidad, la función de la memoria, el acceso al inconsciente, la curación. Nosotros hicimos referencia a la dialéctica en el inicio de esta reflexión. Recordando la dialéctica, el psicoanálisis ha inspirado todo lo que vivificó la comprensión innovadora de la psicopatología infantil. Y es ella, más precisamente, la que permitió reconocer su dimensión, no tanto solamente patológica, como constitutiva del psiquismo humano ofrecido a la pasión del deseo. Sin duda, el psicoanálisis produjo los medios de un saber, de una psicopatología del niño. Pero lo que constituye la grandeza de la experiencia analítica en este sentido es la fuerza de su operatividad, que se aparta de una aplicación directa de ese saber. Por ello, si desestima el objetivo de llegar a una psicopatología académicamente detenida, lo hace en cuanto pone el saber sobre el papel de la experiencia al servicio de la puesta en obra del deseo, o de su revelación. En este sentido, está siempre más allá de la epistemología que sin embargo anuncia. Esto es también lo que le confiere su dimensión ética. El verdadero niño, si así puede decirse, el niño en el psicoanálisis es, como lo hemos visto, un niño de poética, el niño que subsiste en cada uno, también en el adulto. Con el niño mismo, al considerarlo como sujeto deseante -¡y no sólo como niño enfermo!-, tendremos más bien en vista a la persona en que debe convertirse. En suma, en lo que se refiere al respeto por el sujeto niño que el psicoanálisis implica, no podría tratarse del niño que ha de seguir siendo -ya que se le pide que se deshaga de él-, sino del niño que habrá sido, niño ficticio que por lo tanto, de algún modo, debe llegar a ser.
Nombre del Padre Alemán: Name-des-Vates. Francés: Nom-du-père. Inglés: Name-of-the-Father fuente(46) Expresión introducida por Jacques Lacan en 1953, y conceptualizada en 1956, como significante de la función paterna. En la doctrina lacaniana, este concepto no tiene el mismo estatuto que los otros. En efecto, no ha sido tomado de un corpus preexistente. Tuvo su fuente primera e inconsciente en la vida del propio Lacan, y en su experiencia personal y dolorosa de la paternidad. Primero como hijo, él tuvo que sufrir las debilidades de su padre, Alfred Lacan (1873-1960), abrumado por la tiranía de su propio padre, Émile Lacan (1839-1915). Más tarde, convertido en padre por cuarta vez en julio de 1941, en las horas más sombrías de la Ocupación, Lacan no pudo darle el apellido a su hija, que fue anotada en el registro civil como Bataille, pues su madre, Sylvia (1908-1993), era aún la esposa legal de Georges Bataille (1897-1962). El enredo infernal con el apellido del padre, debido a la legislación francesa sobre la filiación, se extendió hasta 1964, sumergiendo a Lacan, como él mismo lo manifestó en varias oportunidades, en un terrible sentimiento de culpa. Si acaso fuera necesario, atestiguan ese sentimiento su seminario de 1961-1962, sobre la identificación (en cuyo transcurso atacó con violencia a su abuelo paterno, "...ese horrible personaje gracias al cual yo accedí a edad precoz a la función fundamental de maldecir a Dios"), y después sus conferencias de 1975 sobre James Joyce (1882-1941), en las cuales, evocando la relación del escritor con su hija esquizofrénica, se refirió de manera encubierta a su propio drama de padre. La cuestión de la paternidad obsesionó a Lacan, lo mismo que a Sigmund Freud. En 1938, en su artículo magistral sobre la farnifia, demostró que el psicoanálisis había nacido en Viena a partir de una sensación de debilitamiento de la ¡mago paterna, y de la voluntad freudiana de revalorizarla. Él adoptó el mismo modelo de refundición simbólica de la paternidad, incorporándole las tesis kleinianas sobre las relaciones arcaicas con la madre. En 1953, en un comentario sobre el caso del Hombre de las Ratas (Ernst Lanzer), apareció por primera vez en su pluma el sintagma "nombre del padre" (sin guiones). Basándose en la obra de Claude Lévi-Strauss publicada en 1949, Les Structures élémentaires de la parenté, Lacan sostuvo que el Edipo freudiano podía pensarse como un pasaje de la naturaleza a la cultura. Desde ese punto de vista, el padre ejerce una función esencialmente simbólica: nombra, da su nombre, y con ese acto encarna la ley. En consecuencia, si -como lo subraya Lacan- la sociedad humana es gobernada por la primacía del lenguaje, la función paterna consiste en el ejercicio de una nominación que le permite al niño adquirir su identidad. Lacan pasa entonces a definir esa función como "Función del padre", más tarde como "función del padre simbólico", y después como "metáfora paterna", lo que lo lleva a interpretar el complejo de Edipo, no ya con referencia a un modelo del patriarcado o del matriarcado, sino en función de un sistema de parentesco. En 1956, en su seminario sobre las psicosis y su comentario sobre la paranoia de Daniel Paul Schreber, conceptualizó la función en sí, designándola "Nombre-del-padre" (con guiones). El concepto fue entonces asociado al de forclusión. Refiriéndose a la naturaleza de la relación de Daniel Paul Schreber con su padre, Lacan consideró la psicosis del hijo como una "Forclusión del nombre-del-padre". Después extendió este prototipo a la estructura misma de la psicosis. Con esa interpretación totalmente nueva del caso, Lacan se convertía en el primero de los comentadores de Freud que teorizaba el vínculo existente entre el sistema educativo de un padre y el delirio del hijo. Es posible que esta idea le fuera sugerida por el recuerdo de la relación entre su padre (Alfred) y su abuelo (Émile), vivida por él de un modo dramático. Según este enfoque, y en el marco de la teoría lacaniana del significante, el pasaje edípico de la naturaleza a la cultura se opera de la manera siguiente: como encarnación del significante, porque él nombra al hijo con su nombre, el padre interviene con este último como privador de la madre, dando origen al ideal del yo. En la psicosis, esta estructuración no se produce. Como el significante del nombre-del-padre es forcluido, retorna en lo real, en la forma de un delirio contra Dios, encarnación de todas las figuras malditas de la paternidad.
Nombre-del-Padre fuente(47) s. m. Producto de la metáfora paterna que, designando en primer lugar lo que la religión nos ha enseñado a invocar, atribuye la función paterna al efecto simbólico de un puro significarite, y que, en un segundo tiempo, designa aquello que rige toda la dinámica subjetiva inscribiendo el deseo en el registro de la deuda simbólica. El padre es una verdad sagrada de la cual por lo tanto nada en la realidad vivida indica su función ni su dominancia, pues sigue siendo ante todo una verdad inconciente. Por eso su función ha emergido en el psicoanálisis necesariamente a través de una elaboración mítica, y atraviesa toda la obra de S. Freud hasta su último libro, Moisés y la religión monoteísta, donde se desarrolla su eficacia inconciente como la del padre muerto en tanto término reprimido. Freud ya había situado muy temprano las figuras parentales con relación a las nociones de destino y de providencia. Se sabe, por otra parte, dado el gran número de tratados de la antigüedad sobre el tema, que el destino fue una de las preocupaciones rectoras de los filósofos y moralistas. Pero, si el Nombre-del-Padre es un concepto fundamental en el psicoanálisis, se debe al hecho de que el paciente viene a buscar en la cura el tropo bajo el que está la figura de su destino, es decir, aquello del orden de la figura retórica que viene a comandar su devenir. A este título, Edipo y Hamlet siguen siendo ejemplares. ¿Quiere esto decir que el psicoanálisis invitaría a un dominio de este destino? Todo va contra esta idea, en la medida en que el Nombre-del-Padre consiste principalmente en la puesta en regla del sujeto con su deseo, respecto del juego de los significantes que lo animan y constituyen su ley. Para explicitar este hecho, nos conviene volver a la formalización de J. Lacan de la metáfora paterna, formalización que, debe observarse, consiste únicamente en un juego de sustitución en la cadena significante y organiza dos tiempos distintos que pueden, por lo demás, trazar el trayecto de una cura en su conjunto. Formalización en dos tiempos. El primero realiza la elisión del deseo de la madre para sustituirlo por la función del padre, en tanto esta conduce, a través del llamamiento de su nombre, a la identificación con el padre (según la primera descripción de Freud) y a la extracción del sujeto fuera del campo del deseo de la madre. Este primer tiempo, decisivo, regula, con todas las dificultades atinentes a una historia particular, el porvenir de la dialéctica edípica. Condiciona lo que se ha convenido en llamar «la normalidad fálica», o sea, la estructura neurótica que resulta de la inscripción de un sujeto bajo el impacto de la represión originaria. En el segundo tiempo, el Nombre-del-Padre como significante viene a duplicar el lugar del Otro inconciente. Dramatiza en su justo lugar la relación con el significante fálico originariamente reprimido e instituye la palabra bajo los efectos de la represión y de la castración simbólica, condición sin la cual un sujeto no podría asumir válidamente su deseo en el orden de su sexo. Correlación entre el Nombre del Padre y el deseo. De aquí se desprenden varias consecuencias: siendo la metáfora la creación de un sentido nuevo, el Nombre-del-Padre toma entonces una significación diferente. Si el nombre inscribe en primer lugar al sujeto como eslabón intermediario en la secuencia de las generaciones, en tanto significante intraducible, este nombre soporta y trasmite la represión y la castración simbólica. En efecto, el Nombre-del-Padre, al venir en el lugar del Otro inconciente a simbolizar el falo (originariamente reprimido), redobla en consecuencia la marca de la falta en el Otro (que es también la del sujeto: su rasgo unario) y, por medio de los efectos metonímicos ligados al lenguaje, instituye un objeto causa del deseo. Se establece así entre Nombre-del-Padre y objeto causa del deseo una correlación que se traduce en la obligación, para un sujeto, de inscribir su deseo de acuerdo con el orden de su sexo, reuniéndose bajo este Nombre, el Nombre-del-Padre, al mismo tiempo la instancia del deseo y la Ley que lo ordena bajo el modo de un deber por cumplir. Este dispositivo se distingue radicalmente de la simple nominación, porque el Nombre-del-Padre significa aquí que el sujeto asume su deseo como consintiendo en la ley del padre (la castración simbólica) y en las leyes del lenguaje (bajo el efecto de la represión originaria). La eventual deficiencia de esta última operación se traduce clínicamente en la inhibición o en una imposibilidad de satisfacer el deseo en sus consecuencias afectivas, intelectuales, profesionales o sociales. Cuando J. Lacan recuerda que el deseo del hombre es el deseo del Otro (en genitivo objetivo y subjetivo), debe entenderse con ello que este deseo es prescrito por el Otro, forma reconocida de la deuda simbólica y de la alienación, y que, en cierto modo, su objeto también le es arrancado al Otro. De esta manera, el Nombre-del-Padre resume la obligación de un objeto de deseo hasta en el automatismo de repetición, El nacimiento de la religión como síntoma. Por otra parte, Moisés y la religión monoteísta demuestra que la represión del asesinato del padre engendra una doble prescripción simbólica: en primer lugar, la de venerar al padre muerto; en segundo lugar, la de tener que suscitar un objeto de deseo que permita reconocerse entre los elegidos. Tal proceso sitúa entonces al Nombre-del-Padre en el registro del síntoma. De tal suerte que lo «necesario del Nombre-del-Padre», en tanto necesario para fundamentar la normalidad fálica, vuelve bajo la forma de la cuestión de lo necesario del síntoma» en la estructura. Esto no es una simple petición de principio puesto que, si la metáfora crea un sentido nuevo, su traducción será un síntoma original del sujeto. Esta es sin duda la razón por la que Lacan pudo afirmar que hay «Nombres-del-Padre», lo que la cura puede confirmar. Una paradoja sin embargo subsiste: si el Nombre-del-Padre significa que el sujeto toma en cuenta el deseo en todas sus consecuencias, también funda esencialmente la religión y humaniza el deseo. La cuestión en la cura es, por lo tanto, la posibilidad de levantar en parte la hipoteca de lo «necesario» en la estructura. Porque en la palabra del sujeto la Interrogación recae siempre sobre «¿quién habla más allá del Otro?», siendo la respuesta tradicional: el Nombre-del-Padre. Así Lacan creyó necesario sugerir que, si la cura permitía la ubicación del Nombre-del-Padre, su función era llevar al sujeto a poder pasárselas sin él. El lector puede remitirse a Lacan: Las estructuras freudianas de las psicosis (Seminario, 1955-56, publicado bajo el título Las psicosis, 1981), Las relaciones de objeto (Seminario, 1956-57, inédito), Las formaciones del inconciente (Seminario, 1957-58, inédito), De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis (Seminario, 1955-56; publicado en Ecrits, 1966).
Nombre propio fuente(48) Al designar nuestro cuerpo y su lugar en la filiación, el nombre propio se singulariza como un significante puro. Como significante, nos sigue por todas partes en el mundo, pues el nombre propio no se presta a la traducción, subsiste en todas las lenguas, «incluso en Babel». Pero no por ello «revela» nuestra identidad. Al hacer circular de boca en boca, de letra en letra, este significante único, no entregamos ninguna palabra. En efecto, el sujeto humano llega a un universo donde el discurso ya está y, como metáfora, el Nombre-del-Padre habrá sido el padre del nombre. Llevado a hablar, el hombre elide su nombre de sujeto del inconsciente, significante original reprimido para siempre. Para Lacan, el nombre propio es de alguna manera el significante «sigla», que demuestra que el sujeto es siervo del lenguaje y, más exactamente, de la letra. En esta óptica, se basa en los trabajos de Russell y del egiptólogo Gardiner (l’Identification, sesiones del 10, 17 y 24 de enero de 1962). El nombre propio no es simplemente la designación de un sujeto, precisa Lacan a la manera de Russell: esto lo reduciría a un puro demostrativo, a una designación. Ahora bien, esta designación ya es metafórica: «incluso si yo digo "eso", "eso" al designarlo, implica ya, por haberlo llamado "eso", que efijo no hacer nada más» (D'un discours qui ne serait pas du semblant, 10 de febrero de 1971). En cambio, se traduce a todas las lenguas, sonido por sonido, fonema por fonema. El nombre hace rasgo, y como tal llena un vacío para un significante por siempre ausente del campo del Otro. Con respecto a las investigaciones de Gardiner, Lacan respaldará la idea de que lo que constituye el nombre propio no es tanto el fonema como la letra. El nombre propio en sí esboza «la instancia de la letra en el inconsciente», pues un ideal tautológico es imposible de realizar; por una parte, la letra no recubre el fenómeno y, por la otra, enseña cómo me llamo yo , pero no dirá estrictamente nada de mí. Por esta razón, en D'un discours qui ne serait pas du semblant, Lacan dice que «el nombre llama a hablar». La letra, subraya, siguiendo a Gardiner, no se contenta con anotar un fonema; la letra misma tiene un nombre: a, por ejemplo, se escribe «alfa». De hecho, el nombre está articulado a una letra que, fundadora, está allíya antes de ser leída. Ella recubre el origen faltante, el encuentro imposible entre la materia y el vocablo y, desde este punto de vista, la letra es el origen, ocupa su lugar. Mucho antes de nacimiento del significante, la letra es negación del objeto por la inscripción de rasgo unario, y marcará su borramiento con un rasgo que evoca la unicidad del objeto. Al leer un trazo, el sujeto lee un «uno» contable distinto de otro uno; en consecuencia, el sujeto se encuentra inscripto en un campo significante y al mismo tiempo lógico: el nombre es «el al-menos-uno, condición lógica de la emergencia del significante como representación del sujeto». Cuando entra al mundo, el sujeto es ya contado, y desde esta óptica hay que entender que el significante se hace letra: el significante lo representa inmediatamente ante otro significante, pero el significado ya se le escapa en razón de los procesos metafórico-metonímicos que operan en el lenguaje; esta «escapada» es lo que constituye la letra en el inconsciente. El nombre propio se elabora como un cero, y el sujeto sólo puede responder en él con una aparición siempre más adelante en la cadena significante. El nombre propio demuestra que, antes de toda fonematización, el lenguaje entraña la letra como rasgo distintivo. Hacia 1975 (R.S.L), Lacan comparará el nombre propio con el síntoma. El neurótico tapona lo real, imposible, impensable, con su síntoma; ahora bien, a tal título, el síntoma es «verdadero». Nombrar es también producir algo «verdadero», pero, en ese mismo movimiento, al desprenderse de lo real, el sujeto se aleja de ello, dejando lo real en su lugar. Así, al nombrar, «la criada engaña» crea un nombre allí donde se opera la falla de lo real, lo que quiere decir que, en suma, nombrar es sublimar, hacer obra de la letra, facilitarse un pasaje en una vía obstruida.
Normalidad fuente(49) La dificultad de asignar un contenido propiamente psicoanalítico a los conceptos de lo «normal» y lo «patológico» tiene que ver en primer lugar con el hecho de que derivan de tipos de teorización fundamentalmente distintos, según el dominio de experiencia con que están relacionados, y que los vinculan con la primera o la segunda tópica, sea que se determinen en el terreno de la neurosis o en el de la psicosis. Para la neurosis, campo en el que prevalece, en su aplicación a la histeria, la cura catártica, la Psicopatología de la vida cotidiana caracteriza un registro intermedio entre un orden de los procesos «normales» y la versión «patológica» de su prolongación. «No vamos a comenzar con hipótesis», escribe Freud incluso en 1916, en el capítulo II de Conferencias de introducción al psicoanálisis, dedicado a los actos fallidos, «sino con una investigación, a la cual asignaremos por objeto ciertos fenómenos, muy frecuentes, muy conocidos y muy insuficientemente apreciados, que no tienen nada que ver con el estado mórbido, puesto que es posible observarlos en todo hombre con buena salud. Son los fenómenos que designaremos con el nombre genérico de actos fallidos, y que se producen cuando una persona dice o escribe, lo advierta o no, una palabra que no es la que quería decir o escribir (lapsus); cuando lee, en un texto impreso o manuscrito, una palabra que no es la que está realmente impresa o escrita (falsa lectura), o cuando oye algo distinto de lo que se le ha dicho, sin que esta falsa audición se deba a un trastorno orgánico de su capacidad auditiva. Otra serie de fenómenos del mismo tipo tiene por base el olvido, cuando se trata de un olvido no permanente sino momentáneo, como en el caso, por ejemplo, en que no se puede recordar un nombre que no obstante se conoce y que por lo general se termina por recordar más tarde, o cuando uno olvida ejecutar un proyecto que no obstante recuerda más tarde y que, en consecuencia, sólo ha sido olvidado momentáneamente». También será preciso comprender en qué condiciones esos procesos se determinan como patológicos. La respuesta se encuentra en los Tres ensayos de teoría sexual, de 1905, que contribuyen en primera instancia a invocar la intervención de la pulsión sexual: «Sólo hay un medio de llegar a conclusiones útiles sobre la pulsión sexual en las neuropsicosis (histeria, neurosis obsesiva, la llamada neurastenia, sin duda también la demencia precoz y la paranoia); consiste en someterlas a las investigaciones psicoanalíticas, según el método practicado por primera vez por Breuer y por mí en 1893, y que entonces denominamos tratamiento «catártico». «Diremos en primer lugar, repitiendo lo que hemos publicado en otra parte, que las neuropsicosis, por lo que he podido verificar, tienen que relacionarse con la fuerza de las pulsiones sexuales. Al decir esto no entiendo sólo que la energía de la pulsión sexual constituye una parte de las fuerzas que sostienen las manifestaciones patológicas, sino que ese aporte es la fuente de energía más importante de la neurosis, y la única constante. De manera que la vida sexual de los enfermos se manifiesta exclusivamente, o en gran parte, o parcialmente, por sus síntomas. Éstos, como lo he dicho en otro lugar, no son más que la actividad sexual del enfermo. La prueba de lo que afirmo surge de observaciones psicoanalíticas que tienen ya veinticinco años, realizadas con histéricos y otros neuróticos, con resultados consignados en otros escritos, o que serán publicados más adelante.» Muy pronto, sin embargo, esta representación puramente cuantitativa encuentra su complemento en una perspectiva solidariamente genética y tópica: «El psicoanálisis puede hacer desaparecer los síntomas de la histeria si ellos son el sustituto, la transposición, por así decirlo, de una serie de procesos psíquicos, investidos de afecto, de deseos y tendencias que, en virtud de cierto acto (la represión), no han podido llegar a su término en una actividad que se integraría en la vida consciente. Estas formaciones de pensamiento, retenidas en el inconsciente, tienden a encontrar una expresión que corresponda a su valor afectivo, a una descarga. Esto es lo que ocurre en la histérica, con la forma de conversión en fenómenos somáticos que no son más que los síntomas de la histeria. Con la ayuda de una técnica precisa, que permite retransformar estos síntomas en representaciones afectivamente investidas, las cuales, en consecuencia, se vuelven conscientes, es posible llegar a comprender la naturaleza y el origen de esas formaciones psíquicas, que hasta ese momento seguían siendo inconscientes». Interpretación genética, en la medida en que Freud, sin ningún tipo de duda, ve en las formaciones «retenidas en el inconsciente» las reliquias de estadios primitivos del desarrollo libidinal. Interpretación tópica, en cuanto parece esencial para la normalidad que esas reliquias sean «integradas a la conciencia», es decir, al registro de las «representaciones de palabra» o, en otros términos, «que hayan llegado a su término» en su verbalización, en el nivel del proceso secundario. La inflexión que da a estos temas el análisis de las psicosis y la elaboración concomitante de la segunda tópica llevará a privilegiar en la teoría la diferenciación de lo simbólico y o imaginario. En efecto, asistimos al desarrollo patológico de un modo de mediación que reemplaza la mediación simbólica por «una proliferación imaginaria». Esto, porque «la realidad», para retomar el modo de ver de Lacan en su seminario sobre la psicosis, está entonces marcada de entrada por la aniquilación simbólica.
Nothnagel Hermann (1841-1905) Médico alemán fuente(50) Alumno del gran anatomista Karl Rokitansky (1804-1878), Hermann Nothnagel, originario de Prusia, se desempeñó como profesor de medicina interna en la Universidad de Viena entre 1892 y 1905. Hostil al nihilismo terapéutico compartido por su maestro y una parte del cuerpo médico vienés, Nothnagel fue un clínico humanista, querido por sus alumnos y preocupado por el sufrimiento de los enfermos. Esto no le impidió dispensar una enseñanza basada en el diagnóstico anatomopatológico; le interesaban sobre todo las afecciones del sistema nervioso, el corazón y los órganos digestivos. Sigmund Freud trabajó como "aspirante" en su clínica durante seis meses y medio, entre octubre de 1882 y abril de 1883.
Novela corporal vincular fuente(51) Definición Expresión metafórica que se refiere al guión original que la pareja crea a partir del lenguaje vivido de sus cuerpos vinculados. Guión que alude al cuerpo de cada uno, al cuerpo de uno en relación al otro y al cuerpo del otro. Creación que se plasma a partir de la convergencia de vivencias de ajenidad - privacidad; mismidad - alteridad; exterioridad -interioridad. Novela sustentada en un argumento que se basa en el encuentro específico entre esos dos sujetos portadores de dos cuerpos singulares que prestan su encarnadura para escenificar los componentes imaginarios, simbólicos y reales que la díada sostiene. Sus intercambios van promoviendo la creación de una representación vincular que tiene un aspecto que se juega esencialmente en el encuentro corporal de dichos partenaires. Dicha novela se va construyendo y reconstruyendo al estilo del drama o la comedia según el momento vital y vincular de que se trate, fijando asimismo los límites y contactos que definen tanto lo propio unipersonal, como lo vincular. Origen e historia del término Novela: del latín novella, diminutivo de nova, nueva. Obra literaria en que generalmente se describen acciones, caracteres, tramas, personajes, etcétera. La novela constituye para el concepto literario moderno un género propio, de personalidad y acento distinto, de perfiles característicos. En la novela caben: la epopeya, el drama, la tragedia, con sus temores, la comedia con su alegría, lo lírico, lo filosófico, lo mítico y mucho más. Es el género que más elementos psicológicos conscientes o inconscientes ha absorbido. Novela Familiar: es la expresión creada por Freud (1909) para designar fantasías mediante las que el sujeto modifica imaginariamente sus lazos con sus padres. Tales fantasías tienen su fundamento en el Complejo de Edipo. Cuerpo vincular: concepto acuñado por J. Puget e I. Berenstein (1988) que refiere a la representación corporal de un vínculo. Cuerpo simbolizado por y simbolizante de la relación interpersonal. Estas representaciones comprenden a distintos niveles de intercambio. En un contexto estructural se podrían reconocer leyes de funcionamiento y niveles de menor a mayor complejidad. Desarrollo desde la perspectiva vincular Es en el encuentro entre esos dos sujetos que nacerán el amor, el deseo y el erotismo. Cada pareja arma su propio mapa vincular y delimita de fronteras y contactos verbales y corporales. En dicho armado, el cuerpo sexuado posee un lugar privilegiado, desplegándose una modalidad de relación anclada sobre el modelo de intercambio corporal, que porta, cual sello ineludible, la marca de la relación con el Otro primordial. Vínculo éste, que, al ser resignificado en posteriores elecciones de objeto, posibilita la puesta en juego de nuevas formas de contacto. Búsqueda en el afuera del encuentro con un otro proveedor de vivencias de placer y dolor generadoras de la catectización del propio cuerpo erógeno. Dicha corporalidad, fuente y sede de placer, dolor y sufrimiento, también incluye la depositación de ciertos aspectos no ligados que circulan a nivel del soma exentos de representación psíquica. La unión entre los cuerpos opera como lugar de anclaje y articulación de los tres registros: imaginario, simbólico y real. Los límites entre lo propio y lo común operan en un interjuego dialéctico: pueden ser netos y definidos, o resultar desdibujados, dando lugar a que en el imaginario de la pareja circule la fantasía de una mutua posesividad. El cuerpo de cada uno es considerado por el otro como una pertenencia. Ilustrativo de esto es la temática de la infidelidad, en que por lo general resulta mucho más insoportable y disruptiva la consumación de una relación sexual, por fuera del vínculo que la relación fantaseada con un otro. Pareciera que la fantasía, al igual que el sueño pudiese ser tolerada desde su estatuto de intrapsíquica. El cuerpo en cambio, es vivido imaginariamente como formando parte del espacio vincular. Quedar excluido de este territorio y que además sea transitado por un otro infringe una herida narcisista de muy difícil elaboración. Quiebra la ilusión de protagonismo y pertenencia incondicional. En el dispositivo de una sesión de pareja, determinados significantes nos permiten una lectura de esta novela: es como una puesta en escena donde el analista se encuentra presenciando los múltiples dialectos en que se manifiesta la actuación de los cuerpos. Se configuran diversas escenas montadas sobre un mismo argumento estructural. Estar atentos a la "novela corporal" comprende una amplia gama de observables que conducen a diversas abstracciones. Desde descripciones de modos específicos de intercambio, hasta conceptualizaciones teóricas. Desde la observación clínica uno de los aspectos de la novela vincular corporal es lo que hemos denominado "piel vincular". Fue Didier Anzieu quien con su propuesta de un "yo piel" nos inspiró a pensar que también en las parejas habría una suerte de piel envolvente de su vínculo. La hemos denominado "piel vincular". Con ella aludimos metafóricamente a una envoltura que actúa como continente sostén para ambos partenaires. Ligamen con el que originariamente se sienten recubiertos y que han ido armando y articulando en conjunto, dando lugar a un encuentro en el que la intimidad portará la marca de un circuito pulsional que cada pareja singular pone en juego. Piel que filtra y limita contorneando lo que es interior a lo que se vuelve exterior al vínculo, estableciendo los bordes de un adentro y de un afuera de¡ mismo. En el matrimonio esta envoltura vincular bajo una piel común constituye una suerte de revestimiento imaginario promotor de la fantasía de pensarse cobijados y protegidos. Espacio que se erige en una estructura de apoyo, en un lugar confiable. En cambio durante una crisis o separación abrupta surge la fantasía de ruptura de esa piel con la concomitante vivencia sensorial y emocional de cuerpo fragmentado o desparramado. Sensación de estar en "carne viva". En las distintas estructuras vinculares o en ciertos momentos vitales esta "piel vincular" opera de modos diversos y va a sufrir diferentes vicisitudes. Problemáticas conexas Existe una íntima relación entre novela corporal vincular y el circuito pulsional constitutivo del zócalo inconsciente del vínculo de pareja que imprime una marca propia y única a sus intercambios sexuales, verbales, económicos, emocionales e ideológicos. Dicho circuito recorre los espacios psíquicos de la tópica vincular y se entrama en un interjuego corporal pleno de significaciones.
Novela familiar Al.: Familienroman. Fr.: roman familial. Ing.: family romance. It.: romanzo familiare. Por.: romance familial. fuente(52) Expresión creada por Freud para designar fantasías mediante las que el sujeto modifica imaginariamente sus lazos con sus padres (imaginando, por ejemplo, que es un niño encontrado). Tales fantasías tienen su fundamento en el complejo de Edipo. Antes de dedicarles un artículo, en 1909(53), Freud ya había establecido, en varias ocasiones, la existencia de fantasías mediante las cuales el sujeto se crea una familia, inventa con tal motivo una especie de novela. Tales fantasías se observan de un modo muy manifiesto en los delirios paranoicos; pronto Freud las encontró también, con distintas variantes, en los neuróticos: el niño imagina que nació, no de sus verdaderos padres, sino de padres importantes, o bien de un padre importante, y atribuye entonces a su madre aventuras amorosas secretas; otras veces él es ciertamente hijo legítimo, pero sus hermanos y hermanas son bastardos. Tales fantasías se atribuyen a la situación edípica; surgen por la presión que ejerce el complejo de Edipo. Sus motivaciones precisas son numerosas y mixtas: deseo de rebajar a los padres en un aspecto y ensalzarlos en otro, deseo de grandeza, intento de soslayar la barrera contra el incesto, expresión de la rivalidad fraterna, etc. Novela familiar Novela familiar fuente(54) (fr. Roman familial; íngl.family romance; al. Familienroman). Fantasma particular en el que el sujeto imagina haber nacido de padres de rango social elevado, al mismo tiempo que desdeña a los padres propios, creyendo haber sido un niño adoptado por estos. En otras variantes de este fantasma, el sujeto puede imputar a su madre relaciones amorosas clandestinas o considerarse el único hijo legítimo de su madre. Estas elaboraciones sobrevienen cuando el niño se ve confrontado con la necesaria separación que debe consumar respecto de sus padres. Novela familiar Novela familiar fuente(55) El tema de la novela familiar se presentó de manera precoz en el espíritu de Freud, puesto que se lo encuentra en un manuscrito adjunto a una carta a Fliess fechada el 25 de mayo de 1897. El texto, en su conjunto, se refiere a las fantasías y su relación con «escenas» reprimidas. «No basta -escribe Freud- tener en cuenta la represión entre el preconsciente y el inconsciente; hay que pensar además en la represión normal que se produce dentro del sistema inconsciente en sí. Es un hecho muy importante, pero aún muy oscuro.» Añade entonces: «Una de nuestras más caras esperanzas es llegar a determinar el número y la especie de las fantasías, así como ya podemos hacerlo con las "escenas". La novela según la cual el sujeto se cree un extraño en su familia (en la paranoia) está presente en todas partes y sirve para convertir a esa familia en ¡legítima. La agorafobia parece ligada a una novela de prostitución, también relacionada con esa novela familiar. Una mujer que se niega a salir sola atestigua de ese modo la infidelidad de su madre». El tema se encontrará retomado y desarrollado en una carta del 20 de junio de 1898, sobre el ejemplo de la novela Die Richterin (La señora juez). «Todos los neuróticos -escribe Freud al respecto- se forjan lo que se llama una novela familiar (la cual se vuelve consciente en la paranoia). Por una parte esta novela halaga la megalomanía, y por la otra constituye una defensa contra el incesto. Si la hermana no es hija de su propia madre, uno no tiene nada que reprocharse (lo mismo vale cuando uno es hijo de otros padres).» Entonces aparece introducida una nota sociológica con referencia al «grupo social inferior de las criadas». No obstante, la elaboración de estas primeras sugerencias sólo continuará bajo la influencia de Rank. Este detalle puede rescatarse gracias a una nota que Freud añade en 1920 al capítulo de los Tres ensayos de teoría sexual dedicado a las transformaciones de la pubertad. En esa nota se menciona El mito del nacimiento del héroe, de Rank (publicado en la serie Escritos de psicología aplicada [Schriften zur angewandten Seelenkunde, dirigida por Freud, trabajo en el cual se hace referencia a «La novela familiar de los neuróticos». En este último artículo, Freud alude también a los ensayos aparecidos por esa misma época sobre el ensueño, y sobre todo a las prolongaciones que después del advenimiento de la pubertad encuentran los ensueños infantiles surgidos en tomo a la cuestión de la legitimidad de los padres. El alcance operatorio del tema se pondrá de manifiesto en dos direcciones: una dirección clínica en el análisis del Hombre de las Ratas, y una ilustración histórica en Moisés y la religión monoteísta, donde se refieren las vicisitudes experimentadas por la figura de Moisés y las leyendas relacionadas con ella. En el ínterin, Psicología de las masas y análisis del yo había aportado un enriquecimiento teórico esencial, tanto a las sugerencias de Rank como al desarrollo realizado por Freud de sus propias anticipaciones. Novela familiar Novela familiar Alemán: Familienroman. Francés: Roman familial. Inglés: Family romance. fuente(56) Expresión creada por Signaund Freud y Otto Rank para designar el modo en que un sujeto modifica sus vínculos genealógicos, inventándose con un relato o un fantasma una familia que no es la suya. Desde 1898, Sigmund Freud observó que los neuróticos, en su infancia, tendían a idealizar a sus padres y a querer asemejárseles. A esta primera identificación le seguía el discernimiento crítico y la rivalidad sexual. En este estadio, la imaginación infantil era movilizada por una nueva tarea, consistente en desvalorizar a los padres reales y reemplazarlos por otros, fantasmáticos, más prestigiosos. En 1909, en un artículo redactado especialmente para la obra de Otto Rank titulada El mito del nacimiento del héroe, Freud llamó "novela familiar- a la construcción inconsciente en la cual la familia inventada o adoptada por el sujeto se adorna con todos los prestigios provistos por el recuerdo de los padres idealizados en la infancia. Basándose en esta noción, Rank estudió las leyendas tipo de las grandes mitologías occidentales sobre el nacimiento de los reyes y los fundadores de religiones. Por ejemplo, observó que Rómulo, Moisés, Edipo, Paris y Lohengrin e incluso Jesucristo, eran niños encontrados, "expósitos" o abandonados a una corriente de agua por sus progenitores reales, en razón de alguna predicción sombría. Destinados a morir, fueron en general recogidos por una familia sustituta de clase social inferior. En la adultez recobraron su identidad de origen, se vengaron del padre y reconquistaron su reino. Esta leyenda tipo, subraya Rank, ha dado lugar a variantes de toda clase. En el caso de Rómulo, la nodriza fue una loba; en el de Moisés, la familia de origen era modesta, y la familia de adopción, real. En la historia de Edipo, las dos familias eran nobles. En cuanto a Jesucristo, su destino fue especial, como producto del acoplamiento de un dios y una virgen, que a su vez era esposa del padre adoptivo. En el caso de Paris, la figura mítica del animal protector aparece asociada a la idea de la realización de una predicción desastrosa. Príamo abandonó en el nacimiento a su segundo hijo porque su mujer Hécuba había soñado que daba a luz una antorcha ardiente. El niño, alimentado por una osa, fue recogido por un pastor que le puso el nombre de Paris (hijo de la osa). Paris, que provocó la guerra de Troya, causaría la ruina de su familia. En la historia de Lohengrin, el tema del secreto patógeno, caro a Moriz Benedikt, va de la mano con el del animal protector y la mujer curiosa. Un caballero errante, que llega navegando, salva a la heroína, se casa y tiene hijos con ella. Le promete la felicidad eterna, con la condición de que renuncie a saber quién es él y de dónde viene. Pero pronto la reina cede a la tentación de interrogar al marido. Lohengrin proclama entonces públicamente que es el hijo de Parsifal, y abandona para siempre el reino, a fin de volver al servicio del Grial en su embarcación tirada por un cisne. Al cotejar la leyenda tipo con el mecanismo descrito por Freud, Rank demuestra que los relatos míticos pueden leerse como fantasmas en los cuales se invierten las situaciones reales. En la novela familiar común a la mayoría de los individuos, neuróticos o no, es en efecto el niño quien se libera de su familia de origen, para adoptar otra más conforme a su deseo, mientras que en el mito es el padre quien abandona al héroe, el cual es entonces recogido por una familia adoptiva, en general menos prestigiosa, con algunas excepciones. La noción de novela familiar fue utilizada por Freud en sus primeras obras de psicoanálisis aplicado, en particular en Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci, Tótem y, tabú y Moisés y la religión monoteísta. Esta idea abrió el camino a prolongados debates entre psicoanálisis y antropología, psicoanálisis y literatura, y psicoanálisis y religión, en cuanto señalaba rasgos análogos en los mitos fundadores, los relatos novelescos modernos, los sistemas delirantes o religiosos, por un lado, y por el otro un mecanismo fantasmático de naturaleza subjetiva.
Nudo fuente(57) Se llama nudo de n componentes a la unión disjunta de n circunferencias, sumergidas en el espacio tridimensional. Esta idea responde a la noción intuitiva de un nudo como cierto número de redondeles de cuerda, aunque no es del todo exacta, dado que ciertos nudos nunca podrían efectuarse con cuerdas. Existen diversos invariantes que permiten estudiar distintas propiedades de los nudos, y determinar, en muchos casos, cuándo dos nudos son equivalentes, es decir: cuándo es posible, mediante una homotopía, pasar de un nudo a otro, sin cortar ninguna de las circunferencias (ver también: nudo borromeo, nudo aplanado). ver figura(58)
Nudo aplanado fuente(59) Se llama aplanamiento de un nudo a un esquema dibujado en el plano que permite estudiar, mediante reglas combinatorias, algunas propiedades de los nudos. El aplanamiento puede pensarse como una vista del nudo desde cierta perspectiva; por eso, es preciso disponer de ciertas reglas que digan en qué casos dos esquemas distintos corresponden a aplanamientos de un mismo nudo. Una de las herramientas más comunes para trabajar con nudos aplanados es el grupo de movimientos conocido como movimientos de Reidemeister.
Nudo borromeo fuente(60) Un nudo de n componentes (n ³ 3) es borromeo si tiene la propiedad de que al eliminar cualquiera de sus componentes se obtiene un nudo trivial. Por esta razón se lo suele denominar nudo cuasi- trivial. Es fácil ver que existen nudos borromeos para cualquier valor n ³ 3. Nudo borromeo Nudo borromeo Alemán: Borromüische Knoten. Francés: Næud borroméen. Inglés: Borromean knot. fuente(61) Expresión introducida por Jacques Lacan en 1972 para designar las figuras topológicas (o nudos trenzados) destinados a traducir la trilogía de lo simbólico, lo imaginario y lo real, repensada en términos de real /simbólico /imaginario (R.S.I.), y por lo tanto en función de la primacía de lo real (es decir, de la psicosis) sobre los otros dos elementos. En el marco de su último relevo lógico, basado en una lectura de la obra de Ludwig Wittgenstein (1889-1951), y vuelto hacia el análisis de la esencia de la locura humana, Lacan introdujo simultáneamente el matema y el nudo borroraeo: por un lado, un modelo de lenguaje articulado a una lógica del orden simbólico; por el otro, un modelo de estructura basada en la topología, que operaba un desplazamiento radical de lo simbólico hacia lo real. Desde 1950 Lacan se había entregado con su amigo Georges Th. Guilbault a ejercicios topológicos que recordaban los juegos de Sigmund Freud y Wilhelm Fliess con los números y las periodicidades, durante el período llamado del autoanálisis. Esa actividad lúdica consistía en anudar al infinito los extremos de cuerdas delgadas, inflar salvavidas de niños, trenzar, recortar; en síntesis, transcribir una doctrina en figuras topológicas. La banda de Moebius, sin revés ni derecho, proporcionaba así la imagen del sujeto del inconsciente, así como el toro o la cámara de aire para ruedas designaba un agujero o una hiancia, es decir, un "lugar constituyente que sin embargo no existe". Durante veinticinco años, esas figuras sólo tuvieron la función de ilustraciones de la doctrina lacaniana, y la expresión "nudo borromeo", que remitía a la historia de la ilustre familia Borromea, apareció por primera vez en el discurso lacaniano el 9 de febrero de 1972. El escudo de armas de esa dinastía milanesa, en efecto, estaba constituido por tres anillos en forma de trébol, que simbolizaban una triple alianza. Si se retiraba uno de los anillos, los otros dos quedaban libres, y cada uno remitía al poder de una de las tres ramas de la familia, A partir de ese momento, los ejercicios topológicos basados en el trenzado de nudos, cada uno de los cuales simbolizaba un elemento de la trilogía (real/simbólicolimaginario), comenzaron a ocupar un lugar considerable en la enseñanza lacaniana. En 1975, a ese tríptico Lacan le añadió un cuarto anillo, y para designarlo empleó la palabra "sinthome", en homenaje al Finnegans Wake de James Joyce (1882-194 l). Se trataba de señalar al escritor por su "síntoma", es decir, por la teoría de la creación, la "epifanía" o éxtasis místico, tomada a santo Tomás (un "santo hombre", saint homme, expresión parónima de sinthome). En 1979, afectado de trastornos cerebrales, Lacan quedó afásico, al punto de no poder ya expresarse más que mediante la exhibición de sus juegos topológicos, en los cuales participaba un grupo de jóvenes matemáticos franceses de alto nivel, exaltados por las últimas iluminaciones de un maestro que sufría y aguardaba lo peor.
Nudo trivial fuente(62) Se llama nudo trivial de n componentes al nudo compuesto por n circunferencias separadas, en la siguiente forma: ........
Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis fuente(63) Obra de Sigmund Freud publicada en, alemán en 1933 con el título de Neue Folge der Vorlesungen zur Einführung in die Psychoanalyse. Traducida por primera vez al francés en 1936 por Anne Berman (1889-1979) con el título de Nouvelles Conférences sur la psychanalyse; en 1984 la tradujo Rose-Marie Zeitlin con el tituIo de Nouvelles Conférences d'introduction à la psychanalyse, y en 1995 Io hicieron Janine Altounian, André Bourguignon (1920-1996), Pierre Cotet, Alain Rauzy y Rose-Marie Zeitlin, con el titulo de Nouvelle Suite des leçons d'introduction à la psychanalyse. Traducida al inglés por primera vez en 1933 por W. J. H. Sprott, y en 1964 por James Strachey, con el titulo de New Introductory Lectures on Psycho-Analysis. A principios de 1932 la situación económica de la Internationaler Psychoanalytischer Verlag, la editorial fundada por Freud en 1918 gracias a la donación de su amigo húngaro Anton von Freund, estaba en su nivel más bajo, como consecuencia de la gran crisis de 1929. Para tratar de sanear las finanzas de la empresa, Freud tuvo la idea de escribir una nueva serie de conferencias, según el modelo de las anteriores Conferencias de introducción al psicoanálisis, sabiendo no obstante que esa vez no podría pronunciarlas en público, debido a su enfermedad. La continuidad entre las dos series de conferencias es evidente. No sólo la materializa la numeración de las nuevas lecciones, la primera de las cuales lleva el número 29, sino que también se pone de manifiesto por la permanencia de los objetivos: no ocultar la complejidad de las cuestiones abordadas, no disimular las lagunas y las incertidumbres persistentes. Como lo atestiguan la claridad del. estilo y la firmeza de la argumentación, y además una carta a Arnold Zweig del 27 de noviembre de 1932, mientras redactaba esas siete conferencias Freud estaba convencido de que ése sería su último libro. Con un despunte de ironía, expresó la misma idea en una carta a Max Eitingon del 20 de marzo de 1932, afirmando que uno "debería estar siempre haciendo algo, aunque exista el riesgo de ser interrumpido -esto es mejor que desaparecer en estado de pereza-". Aunque la primera de esas conferencias se titula "Revisión de la teoría del sueño", en ella Freud reconoce explícitamente que en los últimos quince años "no ha habido nuevos descubrimientos" relacionados con el tema. Es evidente que Freud ignora, o quiere ignorar, la repercusión de su libro La interpretación de los sueños en el movimiento surrealista, y la importancia que le atribuyó André Breton (1896~ 1966). Centrado en su descubrimiento, Freud se felicita de que sus concepciones sobre el sueño hayan resistido la prueba del tiempo. Puesto que el estudio del sueño le permitió atravesar el umbral "que lleva de un procedimiento psicoterapéutico a una psicología de las profundidades", resulta normal que sea el objeto de la primera lección de esa compilación. Empleando una metáfora de resonancia militar (como lo hacía a menudo), Freud subraya que con la teoría del sueño el psicoanálisis ha conquistado "una porción de nueva tierra, ganada a la creencia popular y la mística". La originalidad del aporte del psicoanálisis en ese ámbito le ha conferido al sueño -continúa Freud- el papel de una schibboleth, una contraseña, una palabra de pase o signo de reconocimiento que permite diferenciar a los partidarios del psicoanálisis, por un lado, y por el otro a quienes nunca llegarán a comprenderlo. Pero, si no se ha sumado nada que enriquezca el tema, ¿por qué repetir la exposición? Sencillamente porque, si se considera atentamente lo que hacen y dicen al respecto las personas supuestamente cultivadas, y entre ellas los numerosos psiquiatras y psicoterapeutas que cocinan su caldo en nuestro fuego", surge que con la mayor frecuencia La interpretación de los sueños ha sido mal leído, o incluso no leído en absoluto. Después de recordar los grandes avances expuestos en la obra pionera -la distinción entre el contenido manifiesto y los pensamientos latentes, la función de la represión y las resistencias en la formación del sueño, los procesos esenciales del trabajo del sueño (la condensación y el desplazamiento)-, Freud vuelve sobre la cuestión de la simbolización, no renunciando a las correspondencias que a su juicio vinculan la actividad psíquica inconsciente individual y el registro del patrimonio cultural de la humanidad, sobre todo en la forma de mitos y leyendas. Responde entonces a las objeciones formuladas a su teoría sobre el sueño como realización de un deseo inconsciente, a la cual sus adversarios oponían la existencia de sueños de castigo y sueños de angustia. Lo mismo que en un artículo de 1923 escrito en ocasión de una reedición de La interpretación de los sueños, Freud diferencia estas dos categorías de sueños, los sueños de castigo y los sueños de angustia. Los sueños de castigo, que no constituyen el cumplimiento de una moción pulsional, le parecen una respuesta positiva a un requisito de la instancia que no era aún conocida en las versiones precedentes de la teoría del sueño: el superyó. En cuanto a los sueños de angustia, ligados a acontecimientos traumáticos de los que se sabe que constituyeron el punto de partida, en Más allá del Principio de placer, de la noción de compulsión de repetición, premisa de la conceptualización de la pulsión de muerte, Freud se muestra prudente. En 1923 había considerado esos sueños como la única excepción real a su tesis. Diez años más tarde le parece muy difícil "conjeturar" qué moción de deseo podría satisfacerse mediante el retorno de acontecimientos penosos, y admite que su tesis, por justa que fuera, podía no obstante sufrir modificaciones vinculadas con la existencia de otras fuerzas psíquicas contradictorias: "Si quieren ustedes tener en cuenta estas últimas objeciones -aconseja o concede Freud-, digan por lo menos que el sueño intenta ser una realización de deseo". La segunda conferencia aborda la cuestión del ocultismo, objeto de vivas controversias en el movimiento psicoanalítico durante el decenio 1920-1930. Siempre ambivalente, por momentos Freud se niega a abordar el tema, conformándose a los deseos de Ernest Jones y Max Eitingon, preocupados por preservar la respetabilidad científica del psicoanálisis, y por momentos acepta promover las manifestaciones de lo irracional, convencido de que al psicoanálisis le interesa penetrar en esa zona de sombra que el mundo anglo-norteamericano quería abandonar a los adeptos del espiritismo. Además de sus intercambios epistolares, sus discusiones y sus sesiones de espiritismo con Sandor Ferenczi, por lo menos en dos oportunidades Freud trató la cuestión del ocultismo, bao la rúbrica más general de telepatía, en la década de 1920. La conferencia titulada "Sueño y ocultismo- no se aleja de las líneas de fuerza de esas dos intervenciones. Todo lo contrario. En 1932, en efecto, Freud ya no estaba en su primer intento. La cuestión del poder en la International Psychoanalytical Association (IPA) se había zanjado en provecho de la corriente angloamericana, y el viejo ya no temía las reconvenciones de los miembros del Comité Secreto. En una declaración de principios no desprovista de ironía, Freud dice querer apartarse de todos los prejuicios, y en particular de la "pusilanimidad escolar" que frena el ejercicio de la reflexión. Se trata entonces de proceder con los fenómenos ocultos como con cualquier otro objeto de la ciencia, y establecer en primer lugar su existencia, para tratar a continuación de explicarlos. Este trayecto se ve obstaculizado por tres tipos de dificultades: intelectuales, psicológicas e históricas. Recurriendo alternativamente al buen sentido y al humor, Freud llama primero la atención sobre la deformación intelectual que consiste en juzgar a quien habla o escribe, en lugar de discutir lo que propone. Recuerda en tal sentido los ataques que él mismo tuvo que sufrir en los primeros tiempos del psicoanálisis. En cuanto a la credulidad humana, frecuentemente invocada para rechazar el ocultismo, ella no informa nada sobre la naturaleza del objeto. Finalmente, la cercanía entre el ocultismo y las religiones no debe llevar a rechazar al primero en razón de la desconfianza respecto de las segundas. Una vez apartados estos obstáculos, Freud se vuelve hacia los supuestos sueños telepáticos (una persona sueña con un acontecimiento que está produciéndose en la realidad). Admitiendo la hipótesis de un mensaje telepático cuya recepción sería favorecida por el estado de sueño, somete no obstante ese fenómeno al trabajo de una interpretación psicoanalítica, y demuestra que la dimensión telepática funciona en realidad como un resto diurno modificado por el trabajo del sueño. Después del examen de algunos ejemplos, se impone la conclusión de que el sueño telepático como tal es hermético, y sólo el trabajo psicoanalítico permite captar su sentido. Puesto que el sueño no es un instrumento útil para verificar la existencia de los fenómenos ocultos, conviene abordar estos últimos fuera del sueño, a fin de ver si la explicación psicoanalítica resulta satisfactoria. Entre la serie de ejemplos sometidos a examen figura la historia de una paciente que había experimentado un apego muy fuerte a su padre. Feliz en su matrimonio, esta mujer no había tenido hijos, es decir que no había podido convertir a su esposo en padre. Al descubrirse la esterilidad del marido, ella cayó en una fuerte depresión. En el curso de un viaje de recreo a París, a escondidas del esposo, visitó a un adivino que le predijo que tendría dos hijos a los 32 años. La profecía no se realizó, pero la paciente la recordaba con placer. Freud se desplaza entonces al terreno psicoanalítico, para interpretar esa predicción. La madre de la paciente se había casado muy tarde, y le llegaron dos hijos a los 32 años. Las palabras del vidente podían interpretarse como sigue: "Consuélese, usted es aún muy joven. Tendrá el mismo destino que su madre, quien tuvo que esperar mucho tiempo para tener hijos; usted tendrá dos hijos a los 32 años." Tener el mismo destino que la madre significaba para la paciente ocupar el lugar de esta última con el padre al que tanto quería. Esa profecía tenía que llenar de contento a esta mujer. Pero, ¿cómo explicar la introducción de la cifra en número 32 por el mago, que no sabía nada de esta historia? Hay dos respuestas posibles, dice Freud, no sin alguna malicia: o bien esta historia es falsa, o bien hubo efectivamente una transmisión de pensamiento. En realidad, la hipótesis que él retiene es distinta: al narrar esta historia a su analista dieciséis años más tarde del momento en que se produjo (Freud no señala que 32 es múltiplo de 16), cabía pensar que la paciente extrajo el número 32 de su inconsciente para inscribirlo en su recuerdo. El estudio de los otros ejemplos lleva a la misma conclusión: casi siempre la interpretación psicoanalítica permite explicar fenómenos que con excesiva facilidad se atribuyen a razones ocultas. Eso no impide que algunas historias excluyan el análisis, por demasiado precipitado: por ejemplo, el célebre caso del doctor David Forsyth. Freud logra de nuevo extraer, con ayuda del psicoanálisis, el sentido de la sucesión de coincidencias que salpican ese caso, pero reconoce la existencia de un residuo inexplicable. Admite entonces que tiene la sensación de que Ia balanza se inclina, también aquí, en favor de la transmisión de pensamiento. En apoyo de este juicio, se apresura a citar algunas observaciones idénticas realizadas por Helene Deutsch. Previendo las objeciones que seguramente no iban a faltar, Freud deja despuntar su pasión por la aventura y lo maravilloso, su curiosidad y audacia intelectuales que, unos treinta años antes, lo habían llevado a lanzarse a la epopeya psicoanalítica en compañía de Wilhelm Fliess. No sólo se confiesa incapaz de alinearse prudentemente detrás de la bandera del racionalismo, sino que exhorta a sus lectores "a pensar con mayor benevolencia en la posibilidad objetiva de la transmisión de pensamiento, y en consecuencia también de la telepatía". En un discurso pronunciado en el octogésimo cumpleaños de Freud, Thomas Mann se refirió a la tercera de esas nuevas conferencias: la inspiración que en ella se ponía de manifiesto, su forma y su contenido, la descripción realizada del "mundo mental del inconsciente y el ello", atestiguaban, a juicio del gran escritor, la filiación de Freud con el "siglo de los Schopenhauer y los lbsen entre los cuales él nació". En unas pocas líneas, Freud resume el largo camino recorrido por el psicoanálisis: la atención prestada primeramente a los síntomas, que abrió la vía al inconsciente, la vida pulsional y la sexualidad; el conflicto entre las mociones inconscientes y las resistencias, y finalmente el gran punto de inflexión, caracterizado Por el rol esencial atribuido a ese yo hasta entonces inscrito en la perspectiva de la psicología popular. Se tratará sobre todo de la nueva concepción del yo. Esta conferencia constituye entonces una puesta a punto definitiva y magistral de las tesis desarrolladas en las grandes obras de la década de 1920, en particular Más allá del principio de placer y El yo y el ello. Basándose en observaciones clínicas, y afinando los desarrollos especulativos que tanto le habían sido reprochados, Freud vuelve sobre su descubrimiento del clivaje del yo, que permite la emergencia de una nueva instancia, una instancia observadora, que prepara para el juicio y la sanción sin reducirse a la conciencia moral: una instancia que tomará el nombre de superyó. Las etapas de la formación de este superyó lo llevan a subrayar el papel esencial de la identificación precoz con la estructura parental, y le permite situar el superyó como heredero del Edipo. En esa oportunidad Freud clarifica la relación entre el superyó y el ideal del yo. El yo y el superyó son en gran parte instancias inconscientes, lo que implica una revisión fundamental de la concepción psicoanalítica de las relaciones entre el consciente y el inconsciente. Freud explica de qué modo, a partir de un cuestionamiento de la primera tópica, se vio llevado a introducir en 1923 el concepto de ello para designar al inconsciente en su perspectiva dinámica. La parte final de la conferencia está dedicada a esa instancia, y a las relaciones entre el ello y el yo. Se plantea la cuestión de la salida de la relación conflictiva que se anuda entre ambas instancias. Para aclararla, Freud escribe una frase que se volverá célebre en el mundo entero, y cuyas diversas traducciones cristalizarían las fracturas del movimiento psicoanalítico: "Wo Es war soll Ich werden". Se trataba de señalar la nueva tarea que le incumbía a la cultura a través del psicoanálisis, y cuya importancia le parecía tan grande para la humanidad como la desecación del Zuiderzee. En Francia, Anne Berman optó en 1936 por una traducción de tipo adaptativo basada en la prevalencia del yo: "El yo debe desalojar al ello". Veinte años más tarde, en una conferencia sobre "la cosa freudiana" pronunciada en Viena en 1955, Jacques Lacan cuestionó esta traducción, y propuso una nueva: "Allí donde ello [o eso] estaba debo yo advenir" ("oú c'etait doit-je advenir"). De este modo significaba la primacía del ello sobre el yo: allí donde estaba ello, debe estar el yo. Más tarde fueron retenidas dos nuevas traducciones, una de 1984 ("Allí donde había ello debe advenir yo", "Lá oú etait du Va doit advenir du moi"), y la otra de 1995 ("Allí donde había ello, yo debe advenir", ("oú etait du Va, du moi doit advenir"). James Strachey, por su lado, recurrió para la traducción inglesa a una tesis inversa a la de Lacan, optando por la idea de que el yo debía ir a ocupar el lugar del ello: "Where id was, there ego shall be". La cuarta conferencia está dedicada a la angustia y la vida pulsional. La cuestión de la angustia había sido objeto de una de las lecciones de la primera serie. Freud la retoma en grandes líneas, para exponer de nuevo, con mayor claridad que en Inhibición, síntoma y angustia, las modificaciones que el tratamiento de esta cuestión había sufrido desde la introducción de la segunda tópica. En adelante se considera que sólo el yo podía producir y experimentar angustia. Esto lleva a distinguir tres formas de angustia: la angustia real (que corresponde a la dependencia del yo respecto del mundo externo), la angustia neurótica (resultante de la dependencia del yo respecto del ello), y la angustia moral (producida por la relación del yo con el superyó). A continuación Freud reformula su concepción de las relaciones entre la angustia, la castración y la represión. En este punto rinde un homenaje insistente a Otto Rank: "el psicoanálisis -dice- le debe muchas hermosas contribuciones", y él tuvo en particular el mérito de señalar la importancia del acto de nacimiento como primera separación respecto de la madre. Esta evocación respalda lo que sugieren muchos otros indicios, a saber: que, a diferencia de las rupturas con Alfred Adler o Carl Gustav Jung, Freud sin duda sufrió más que deseó el distanciamiento de Rank. Si bien el tema de la angustia había sido objeto de una profunda revisión teórica, Freud recuerda que en el ámbito de las pulsiones no se estaba en una mejor situación: las dificultades respectivas habían sido y seguían siendo más grandes aún. Pasa revista a las etapas de la transformación de la teoría de las pulsiones, y esto le da la oportunidad de insistir en la pulsión de muerte, que "no podría estar ausente en ningún proceso de la vida". Acerca de este punto, Freud tiende a reafirmar su posición, precisando que no lo molesta en absoluto que se le reproche el perfil filosófico de su propuesta, siendo que la filosofía de la que se trata es la del gran Schopenhauer. Con la quinta conferencia Freud vuelve a un terreno en el que nunca se había sentido muy cómodo, el de la sexualidad femenina, aspecto de lo que él llama, en términos más generales, "el enigma de la feminidad". Como en el texto de 1931 dedicado a este tema, da prueba de prudencia y dice querer referirse esencialmente a las investigaciones realizadas por sus "colegas mujeres" que han trabajo esta cuestión. Sin exponer claramente sus intenciones, Freud parece querer enmendar su concepción, atribuyéndole un papel esencial a la madre en el emplazamiento y la resolución del complejo de Edipo, y en la evolución del complejo de castración en la niña. Sin embargo este texto no modifica en nada su tesis de la libido única, ni su concepción falicista. Por ello sería criticado, sobre todo cuando volvió a discutirse la cuestión de la sexualidad femenina, a partir del Congreso de Amsterdam, organizado en 1958 por iniciativa de Jacques Lacan para tratar este tema, y más tarde en todos los trabajos feministas. La conferencia siguiente trata de tres cuestiones de orden práctico. Freud evoca primero el lugar del psicoanálisis y la recepción que le dio la sociedad, así como las reacciones de los psicoanalistas frente a esa realidad. Renueva sus advertencias contra la utilización abusiva del saber psicoanalítico, contra todas las formas de interpretación salvaje y, más en general, contra el proselitismo. Se demora en el reconocimiento y la justificación de las modalidades de inscripción del método analítico en los ámbitos de las "ciencias del espíritu". Se trata de un alegato en favor de los diversos aspectos que puede revestir el psicoanálisis aplicado, con el acento en las cuestiones pedagógicas y educativas, a las cuales Freud había sido sensibilizado tanto por su hija Anna (Anna Freud) como por August Aichhorn. Los problemas relativos al psicoanálisis como terapia constituyen la tercera sección de esta conferencia. Aunque Freud tiene el cuidado de recordar su poco entusiasmo personal por el trabajo terapéutico, aprovecha la ocasión para realizar alguna puesta a punto sobre cuestiones técnicas tales como las indicaciones para la utilización del psicoanálisis, o incluso la duración del tratamiento, y subraya que las objeciones al respecto suelen ser incomprensibles. Si el psicoanálisis no tuviera valor como terapia, concluye Freud, "no habría sido descubierto al contacto con enfermos, ni se habría desarrollado durante más de treinta años". La última lección constituye uno de los textos más célebres de Freud. La reflexión desarrollada es sólo parcialmente nueva, pero quiere ser una respuesta definitiva a una pregunta frecuente: ¿es el psicoanálisis una concepción del mundo (Weltanschauung), o conduce a ella? Subrayando que el término Weltanschauung es específicamente alemán y no se presta a una traducción rigurosa, Freud quiere definir en primer lugar lo que designa con esa palabra: ". ..una Weltanschauung es una construcción intelectual que resuelve, de manera homogénea, todos los problemas de nuestra existencia, a partir de una hipótesis que gobierna el todo, en el cual, en consecuencia, no queda abierto ningún problema, y todo lo que nos interesa encuentra su lugar determinado". Después responde al interrogante planteado y su posición es clara: en tanto que doctrina científica, como "psicología del inconsciente", el psicoanálisis no es ni puede ser una concepción del mundo; sólo cabe que haga suya la Weltatischauung de la ciencia, cuya definición es rnucho rnenos ambiciosa. Son muchos los que le reprochan a la Weltanschauung científica que no sea portadora de ninguna esperanza, porque ignora las exigencias del espíritu humano. Para Freud, esas objeciones son inadmisibles, puesto que ignoran el papel del psicoanálisis, que consiste precisamente en hacerse cargo de la parte del psiquismo, en el interior del continente científico. Ni el arte, muy inofensivo, ni la filosofía, llena de buenas intenciones pero a menudo incoherente y demasiado hermética, son enemigos para la ciencia: sólo la religión puede serlo, pues tiene un poder enorme y "dispone de las emociones más fuertes de los seres humanos". La religión tranquiliza a los hombres dándoles la ilusión de que responde a sus preguntas más angustiosas. En algunas páginas, Freud se entrega a la crítica sistemática de la cosmovisión religiosa, como lo había hecho en algunas obra anteriores, asociando de nuevo la infancia del individuo con la infancia de la humanidad. Sin dejar de lamentar su incompetencia, emprende a continuación la crítica de otra concepción del mundo cuyo cuestionamiento había bosquejado en El porvenir de una ilusión y en El malestar en la cultura: el marxismo. Evaluando la fuerza y la debilidad de esta doctrina, escribe lo siguiente: "Por su realización en el bolcheviquismo ruso, el marxismo teórico ha ganado ahora la energía, la coherencia y el carácter exclusivo de una Weltanschauung, pero, al mismo tiempo, también una semejanza inquietante con lo que combate, Inicialmente concebido como una parte de la ciencia [ ... ], ha decretado no obstante una prohibición de pensar tan inexorable como lo fue en su tiempo la de la religión." Freud concluye esta última conferencia moderando su entusiasmo respecto de la Weltanschauung científica, consciente de la insatisfacción que no puede dejar de suscitar un planteo dogmático, demasiado sumiso a las exigencias de la verdad y que profesa el rechazo de toda ilusión.
Número fuente(64) El número, como el significante, plantea el problema de su engendramiento; si «la relación de la falta con el rasgo» instituye la lógica del significante, ¿qué es lo que va a permitir «la progresión de los números enteros naturales»?, se pregunta Jacques-Allain Miller («La suture du signifiant», Cahiers pour l'analyse, nº 1, 1986). La idea del pasaje del 1 a la sucesión es suficiente, pues el 1 es en sí mismo el efecto de la aparición de un 1, es decir, del acto de un sujeto que instaura una repetición. Es imposible estar seguro de que el primero es diferente de sí mismo, puesto que no hay metalenguaje para decirlo. En esta medida, «para que el número pase de la repetición del 1 de lo idéntico a su sucesión ordenada, para que la dimensión lógica obtenga decididamente su autonomía, es preciso que, sin ninguna relación con lo real, el cero surja». Se presenta entonces la cuestión del objeto, puesto que, para que el objeto pueda caer bajo un concepto de número, se necesita una «asignación» entre un número y un concepto «que subsuma objetos». Ahora bien, no hay ningún objeto que caiga bajo el concepto de cero, en el sentido de que el cero es asignado por Frege al concepto de «no idéntico a sí mismo». Es preciso entonces que sea «anotado como cero y cuente como uno», a fin de permitir la escritura de su sucesión; sólo entonces puede desprenderse un sucesor. Se manifestará en tanto que ausencia en lo real: «sea n; la falta se fija como cero, que se fija como 1: n + 1, lo que se agrega para dar n', que absorbe al 1 ». Esta notación pone de manifiesto la inscripción del ser hablante en lo real; de hecho pasa por el proceso de la identificación con lo unario que, no pudiendo representar al sujeto, constituye en suma «el concepto no idéntico a -R.S.I. sí mismo» para asegurarle su entrada en lo simbólico, Se designa entonces un lugar imposible que hará decir a Lacan que «el sujeto es contado antes de que se ponga a contar» (l’Identification, 1961-1962). Este lugar imposible funciona como límite en el interior del campo de lo simbólico: recubre el de la Cosa, cuyo concepto de goce se origina como goce imposible de decir en tanto tal; recubre tanto el lugar de lo real impensable e imposible como el del significante-amo, que es el instigador de la cadena en cuanto «el lenguaje es efecto de que hay significante uno» (Les non-dupes errent, 1973-1974). De tal modo, la falta en lo real se planteará en lo imaginario, y será simbolizada por un significante primero que representa al sujeto para otro significante; sólo desde el punto de vista de un segundo significante el primero adquirirá su propio valor significante. En consecuencia S1, o el enjambre, significante-amo, recubre el orden significante; gobierna y «asegura la unidad de la copulación del sujeto con el saber» (Aun, 1972-1973): «S 1 (S1 (S1 (S1 ---> S2»)». Por esta razón Lacan dirá «hay Uno»; en otras palabras, será a título de saber como ciframiento, que la lengua será interrogada. En tanto que número, ese significante 1 funciona a la manera de un lugarteniente. Según la misma lógica, Miller dirá que «el 0, número de la serie como número, no es más que el lugarteniente que sutura la ausencia (del cero absoluto)». La reescritura por Lacan de las proposiciones de la lógica formal de Aristóteles muestra un punto de vista similar: «hay un exceso operando en la serie de los números: el sujeto».
Nunberg Hermann (1883-1970) Psiquiatra y psicoanalista norteamericano fuente(65) Nacido en Brendzin, Galitzia, provincia de Polonia incorporada al Imperio Ruso, Hermann Nunberg provenía de una familia judía cultivada, en la que se hablaba alemán. Realizó sus estudios secundarios en Cracovia, y después viajó a Zurich para estudiar psiquiatría en contacto con Eugen Bleuler y Carl Gustav Jung en la Clínica del Burghölzli. Se inició en la hipnosis y continuó su formación en otras clínicas suizas: Schaffhausen y Waldau. De vuelta en Cracovia, trabajó en el sanatorio de Ludwig Jekels, donde descubrió la obra freudiana. En 1915 se convirtió en miembro de la Wiener Psychoanalytische Vereinigung (WPV), después de un análisis con Paul Federn. Antes había seguido las reuniones como invitado, enriqueciendo al círculo freudiano con su conocimiento de la escuela psiquiátrica zuriquesa. En 1932 publicó una obra titulada Principios de psicoanálisis. Su aplicación a las neurosis, para la cual Sigmund Freud redactó un prefacio. Ya formaba parte del círculo íntimo del maestro, puesto que en 1929 se había casado con la hija de Oskar Rie, Margarethe, que se convertiría en psicoanalista después de una cura con Freud. Profesional ortodoxo del freudismo, Nunberg, en el Congreso de la International Psychoanalytical Association (IPA) de Budapest, en 1918, fue el primero en proponer que una de las condiciones requeridas para convertirse en psicoanalista fuera haberse analizado. Esta moción, que definía el estatuto de un posible análisis didáctico, fue rechazada por Otto Rank y Sandor Ferenczi. Las contribuciones de Nunberg a la edificación de la doctrina freudiana se basan esencialmente en la función del yo, en el proceso de curación y en la experiencia de la cura. Contrariamente a los otros representantes del neofreudismo, él aceptó la noción de pulsión de muerte. En 1933 emigró a los Estados Unidos, radicándose primero en Filadelfia y después en Nueva York, donde se incorporó a la New York Psychoanalytic Society con muchas dificultades; en particular, Abraham Arden Brifi le pidió que condenara el análisis profano y sólo formara a médicos; Nunberg se negó, lo que no le impediría llegar a ser presidente de la sociedad en 1950. Paul Federn le encargó a él la publicación de las Actas de la Sociedad Psicoanalítica de Viena.
Oberholzer Emil (1883-1958) Psiquiatra y psicoanalista norteamericano fuente(66) Analizado por Sigmund Freud, en 1919 Emil OberhoIzer fue cofundador Ounto con Oskar Pfister, Hermann Rorschach y Hans Walser) de la Sociedad Suiza de Psicoanálisis (SSP). Hostil al análisis profano, en 1927 fundó, con el psiquiatra Rudolf Brun (1885-1969), la Asociación Médica de Psicoanálisis, a la que se unieron algunos médicos de la SSP. Freud tomó partido por Oskar Pfister y por la SSP, de modo que la nueva asociación nunca fue reconocida por la International Psychoanalytical Association (IPA), y se disolvió cuando OberhoIzer emigró a los Estados Unidos con su esposa, Mira OberhoIzer-Gingburg (1887-1949). Ambos se incorporaron a la New York Psychoanalytie Society (NYPS).
Oberndorf Clarence Paul (1882-1954) Psiquiatra y psicoanalista norteamericano fuente(67) Proveniente de una familia de Alabama, en el sur de los Estados Unidos, y criado por una niñera negra, Oberndorf viajó a Europa para estudiar psiquiatría. Fue alumno de Emil Kraepelin, y después uno de los fundadores, junto con Abraham Arden Bril, de la New York Psychoanalytic Society (NYPS). Más tarde ocupó dos veces la presidencia de la American Psychoanalytic Association (APsaA). Analizado por Sigmund Freud en Viena en 1921, se contaba entre esos norteamericanos a los que el maestro trataba con desdén. Abram Kardiner narró una anécdota suya. Oberndorf se encontró desubicado respecto de Freud desde el primer día de su análisis, cuando le contó un sueño en el cual se había visto viajando en una calesa tirada por dos caballos, uno negro y otro blanco. Freud interpretó ese sueño explicándole que nunca se casaría, porque no lograba decidirse entre una mujer blanca y una mujer negra: "La interpretación puso a Oberndorf fuera de sí -escribe Kardiner- y discutieron sobre ese sueño durante meses, hasta que Freud puso fin al análisis". Oberndorf se mostró siempre hostil al análisis profano. En tal sentido fue, como Brill, uno de los representantes más ortodoxos del freudismo norteamericano basado en una asimilación pura y simple del psicoanálisis al saber psiquiátrico. En 1953 redactó la primera obra oficial sobre la historia del psicoanálisis en los Estados Unidos.
Objeto Al.: Objekt. Fr.: objet. Ing.: object. It.: oggetto. Por.: objeto. fuente(68) La noción de objeto se considera en psicoanálisis bajo tres aspectos principales: A) Corno correlato de la pulsión: es aquello en lo cual y mediante lo cual la pulsión busca alcanzar su fin, es decir, cierto tipo de satisfacción. Puede tratarse de una persona o de un objeto parcial, de un objeto real o de un objeto fantaseado. B) Como correlato del amor (o del odio): se trata entonces de la relación de la persona total, o de la Instancia del yo, con un objeto al que se apunta como totalidad (persona, entidad, ideal, etc.), (el adjetivo correspondiente sería «objetal»). C) En el sentido tradicional de la filosofía y de la psicología del conocimiento, como correlato del sujeto que percibe y conoce: es lo que se ofrece con caracteres fijos y permanentes, reconocibles por la universalidad de los sujetos, con Independencia de los deseos y de las opiniones de los individuos (el adjetivo correspondiente sería «objetivo»). En los escritos psicoanalíticos, la palabra objeto tanto se encuentra sola como en numerosas expresiones, tales como elección de objeto, amor de objeto, pérdida del objeto, relación de objeto, etc., que pueden desorientar al lector no especialista. Objeto se toma en un sentido comparable al que le atribuía el lenguaje clásico («objeto de mi pasión, de mi resentimiento, objeto amado», etc.). No debe evocar la idea de «cosa», de objeto inanimado y manipulable, tal como corrientemente se contrapone a las ideas de ser vivo o de persona, I. Estas diferentes utilizaciones de la palabra objeto en psicoanálisis tienen su origen en la concepción freudiana de la pulsión. Freud, al analizar la noción de pulsión, distinguió entre el objeto y el fin: «Introducimos dos términos: llamamos objeto sexual a la persona que ejerce la atracción sexual, y fin sexual a la acción empujada por la pulsión». A lo largo de toda su obra conserva esta distinción y la reafirma especialmente en la definición más completa que dio de la pulsión: «[...] el objeto de la pulsión es aquello en lo cual y mediante lo cual la pulsión puede alcanzar su fin»; al mismo tiempo, el objeto se define como medio contingente de la satisfacción: «Es el elemento más variable en la pulsión, no se halla originariamente ligado a ésta, sino que se adapta a ella en función de su aptitud para permitir la satisfacción». Esta tesis fundamental y constante de Freud, la de la contingencia -del objeto, no significa que cualquier objeto pueda satisfacer la pulsión, sino que el objeto pulsional, a menudo muy definido por rasgos singulares, viene determinado por la historia (principalmente la historia infantil) de cada individuo. El objeto es lo que, en la pulsión, se halla menos constitucionalmente determinado. Esta concepción no ha dejado de despertar objeciones. El planteamiento del problema podría resumirse refiriéndose a la distinción efectuada por Fairbairn: ¿va la libido a la búsqueda del placer (pleasure-seeking) o del objeto (object-seeking)? Para Freud, es indudable que la libido, aunque muy pronto experimente la impronta de un determinado objeto (véase: Experiencia de satisfacción), en su origen se halla totalmente orientada hacia la satisfacción, la resolución de la tensión por las vías más cortas según las modalidades apropiadas a la actividad de cada zona erógena. Con todo, no es ajena al pensamiento de Freud la idea, subrayada por la noción de relación de objeto, de que existe una íntima relación entre la naturaleza y los «destinos» del fin y del objeto (para la discusión de este punto, véase: Relación de objeto). Por otra parte, la concepción freudiana del objeto pulsional se constituyó en los Tres ensayos sobre la teoría sexual (Drei Abhandlungen zur Sexualtheorie, 1905) a partir del análisis de las pulsiones sexuales. ¿Cuál es el objeto de las otras pulsiones, y especialmente, dentro del marco del primer dualismo freudiano, el de las pulsiones de autoconservación? En lo que respecta a estas últimas, el objeto (por ejemplo, el alimento) se halla claramente más especificado, por las exigencias de las necesidades vitales. Sin embargo, la distinción entre pulsiones sexuales y pulsiones de autoconservación no debe conducir a establecer una oposición demasiado rígida en cuanto a las características de sus objetos respectivos: contingente en un caso, rigurosamente determinado y especificado biológicamente en el otro. El propio Freud mostró que las pulsiones sexuales funcionaban apoyándose en las pulsiones de autoconservación, lo que significa especialmente que éstas señalan a las primeras el camino hacia el objeto. El recurrir a esta noción de apoyo permite aclarar el complejo problema del objeto pulsional. Refiriéndonos, por ejemplo, a la fase oral, el objeto es, en el lenguaje de la pulsión de autoconservación, lo que alimenta-, en el de la pulsión oral, lo que se incorpora, con toda la dimensión fantasmática que comporta la incorporación. El análisis de los fantasmas orales muestra que esta actividad de incorporación puede referirse a objetos completamente distintos de los de la alimentación, caracterizando entonces la «relación de objeto oral». II. La noción de objeto en psicoanálisis no debe entenderse únicamente en relación con la pulsión -en la medida en que es posible captar el funcionamiento de ésta en estado puro-. Designa también lo que constituye para el sujeto objeto de atracción, objeto de amor, casi siempre una persona. Sólo la investigación analítica permite descubrir, más allá de esta relación global del yo con sus objetos de amor, el funcionamiento propio de las pulsiones en su polimorfismo, sus variaciones, sus correlatos fantaseados. En los primeros tiempos en que Freud analiza los conceptos de sexualidad y de pulsión, no se halla explícitamente presente el problema de articular entre sí el objeto de la pulsión y el objeto de amor, y es lógico que así sea; en efecto, los Tres ensayos, en su primera edición (1905) giran en torno a la gran oposición que existiría entre el funcionamiento de la sexualidad infantil y el de la sexualidad postpuberal. La primera se define como esencialmente autoerótica, y, en esta etapa del pensamiento de Freud, no se insiste en el problema de su relación con un objeto distinto del propio cuerpo, aunque fuera fantaseado. La pulsión, en el niño, se define como parcial, y ello más en razón de su modo de satisfacción (placer en el propio lugar de origen, placer de órgano) que en función del tipo de objeto al cual tendería. Solamente en la pubertad interviene una elección de objeto, cuyos «modelos» o «bosquejos» pueden encontrarse ciertamente en la infancia, lo que permite a la vida sexual, al tiempo que se unifica, orientarse definitivamente hacia otro individuo. Ya es sabido que, entre 1905 y 1924, se fue atenuando progresivamente la oposición entre autoerotismo infantil y elección objetal puberal. Se describen una serie de fases pregenitales de la libido, todas las cuales implican un tipo original de «relaciones de objeto». El equívoco que podía implicar el concepto de autoerotismo (el cual podía entenderse como implicando que el sujeto ignoraría al principio todo objeto exterior, real o incluso fantaseado) se disipa. Las pulsiones parciales, cuyo funcionamiento caracteriza el autoerotismo, se denominan parciales en la medida que su satisfacción va ligada, no sólo a una zona erógena determinada, sino a lo que la teoría psicoanalítica llamará objetos parciales. Entre estos objetos se establecen equivalencias simbólicas, evidenciadas por Freud en Sobre las transposiciones de las pulsiones y especialmente del erotismo anal (Über Triebumsetzungen, insbesondere der Analerotik, 1917), intercambios que hacen pasar la vida pulsional por una serie de avatares. La problemática de los objetos parciales da lugar a un desmantelamiento de lo que tenía de global la noción, relativamente indiferenciada, de objeto sexual en los comienzos del pensamiento freudiano. En efecto, nos vemos inducidos entonces a separar un objeto propiamente pulsional y un objeto de amor. El primero se define esencialmente como capaz de procurar la satisfacción a la pulsión de que se trate. Puede tratarse de una persona, pero no es indispensable que sea así, ya que la satisfacción puede ser especialmente proporcionada por una parte del cuerpo. El acento recae entonces sobre la contingencia del objeto, en tanto que éste está subordinado a la satisfacción. En cuanto a la relación con el objeto de amor, hace intervenir, al igual que el odio, otro par de términos: «[...]los términos "amor" y "odio" no deben utilizarse para las relaciones de las pulsiones con sus objetos, sino reservarse para designar las relaciones del yo total con los objetos». A este respecto se observará, desde un punto de vista terminológico, que Freud, al tiempo que puso en evidencia las relaciones con el objeto parcial, reservó la expresión de elección de objeto para designar la relación de la persona con sus objetos de amor, que son esencialmente, en sí mismo, personas totales. De esta oposición entre objeto parcial (objeto pulsional y, esencialmente, objeto pregenital) y objeto total (objeto de amor y, esencialmente, objeto genital), podría deducirse, dentro de un enfoque genético del desarrollo psicosexual, que el sujeto pasaría de uno a otro mediante una integración progresiva de sus pulsiones parciales dentro de la organización genital, siendo ésta correlativa de una consideración creciente del objeto en la diversidad y riqueza de sus cualidades, en su independencia. El objeto de amor ya no es sólo el correlato de la pulsión, destinado a consumarse. La distinción entre el objeto pulsional parcial y el objeto de amor, cualquiera que sea su indiscutible alcance, no implica necesariamente tal concepción. Por una parte, el objeto parcial puede considerarse como uno de los polos irreductibles, irrebasales, de la pulsión sexual. Por otra parte, la investigación analítica muestra que el objeto total, lejos de aparecer como un perfeccionamiento final, nunca carece de implicaciones narcisistas; en el origen de su constitución interviene más, una especie de precipitación, en una forma modelada sobre el yo(69), de los distintos objetos parciales, que una feliz síntesis de éstos. Entre el objeto de la elección anaclítica, en el que la sexualidad se esfuma en beneficio de las funciones de autoconservación, y el objeto de la elección narcisista, especie de duplicado del yo, entre «la madre que alimenta, el padre que protege» y «lo que se es, lo que se ha sido o lo que se quisiera ser», un texto como Introducción al narcisismo (Zur Einführung des Narzissmus, 1914) hace difícil establecer la posición específica del objeto de amor. III. Por último, la teoría psicoanalítica alude también a la noción de objeto en su sentido filosófico tradicional, es decir, asociada a un sujeto que percibe y conoce. Es evidente que se plantea el problema de la articulación entre el objeto así concebido y el objeto sexual. Si se concibe una evolución del objeto pulsional, y a fortiori si se considera que ésta desemboca en la constitución de un objeto de amor genital, definido por su riqueza, su autonomía, su carácter de totalidad, necesariamente se relacionará con la edificación progresiva del objeto de la percepción: la «objetalidad» y la objetividad no carecen de relaciones. Más de un autor se ha impuesto la tarea de armonizar las concepciones psicoanalíticas acerca de la evolución de las relaciones de objeto con los datos de una psicología genética del conocimiento, e incluso de esbozar una «teoría psicoanalítica del conocimiento». (Acerca de las indicaciones dadas por Freud, véase: Yo-placer-yo-realidad; Prueba de realidad.) Objeto Objeto fuente(70) s. m. (fr. objet; ingl. Object; al. Objekt, Gegenstand, Ding). Aquello a lo que el sujeto apunta en la pulsión, en el amor, en el deseo. El objeto como tal no aparece en el mundo sensible. Así, en los escritos de Freud, la palabra Objekt siempre viene unida a un determinante explícito o implícito: objeto de la pulsión, objeto del amor, objeto con el cual identificarse. En oposición a Objekt, das Ding (la cosa) aparece más bien como el objeto absoluto, objeto perdido de una satisfacción mítica. El objeto de la pulsión. El objeto de la pulsión es «aquello en lo cual o por lo cual ella puede alcanzar su objetivo» (Freud, Pulsiones y destinos de pulsíón, 1915). No está ligado a ella originariamente. Es su elemento más variable: la pulsión se desplaza de un objeto al otro en el curso de su destino. Puede servir para la satisfacción de varias pulsiones. Sin embargo, puede estar fijado precozmente. El objeto de la pulsión no podría entonces ser confundido con el objeto de una necesidad: es un hecho de lenguaje, como lo muestra la fijación. La fijación de la pulsión a su objeto puede ser ilustrada por un caso relatado en un artículo de 1927 (Freud, Fetichismo, 1927). En un sujeto germanófono, educado en Gran Bretaña desde su primera infancia, la condición necesaria para el deseo sexual era la presencia de un «GIanz» («brillo» en alemán) sobre la nariz de la persona deseada. El análisis mostró que había que oír «glance» «<mirada, vistazo» en inglés) sobre la nariz fetichizada. Gracias al destino particular de este sujeto, se demuestra que la fijación se inscribe en términos no de imagen sino de escritura. Uno de los destinos de la pulsión aislado por Freud consiste en el retorno de la pulsión sobre la propia persona. Explica así la génesis del exhibicionismo. Habría primero una mirada dirigida sobre un objeto extraño (pulsión voyeurista). Luego el objeto es abandonado y la pulsión retorna sobre una parte del cuerpo propio. Por último se introduce «un nuevo sujeto al que uno se muestra para ser mirado». En su lectura de Freud, J. Lacan (Seminario del 13 de mayo de 1964) muestra que este movimiento de retorno es el que permite la aparición del sujeto en el tercer tiempo. En este caso, el objeto de la pulsión es, para Lacan, la mirada misma como presencia de ese nuevo sujeto. La persona exhibicionista hace «gozar» al Otro haciendo aparecer allí la mirada, pero no sabe que ella misma es, como sujeto, una denegación de esa mirada buscada. Se hace ver. Más en general, toda pulsión puede subjetivarse y escribirse bajo la forma de un «hacerse ... » al que puede agregarse la lista de los objetos pulsionales: «hacerse... chupar (seno), cagar (heces), ver (mirada), oír (voz)».. El objeto del amor. El objeto de amor es un revestimiento del objeto de la pulsión. Freud reconoce que el caso del amor concuerda difícilmente con su descripción de las pulsiones: 1. si bien no puede ser asimilado a una simple pulsión parcial como el sadismo, el voyeurismo, etc., no por ello podría representar la «expresión de una tendencia sexual total» (que no existe); 2. su destino es más complejo; puede ciertamente retornar sobre la persona propia pero también puede trasformarse en odio; y odio y amor, además, se oponen ambos a la indiferencia como tercera posibilidad. La oposición amor -odio es referida por Freud a la polaridad «placer -displacer»; 3. el amor, por último, es una pasión del yo total (al. gesamtes Ich), mientras que las pulsiones pueden funcionar de modo independiente, autoerótico, antes de toda constitución de un yo. Freud sostuvo siempre que «no existe un primado genital sino un primado del falo» (para los dos sexos). Este falo no entra en juego en el amor sino por medio del complejo de castración. La amenaza de castración, contingente, sólo adquiere su efecto estructurante tras el descubrimiento de la privación real de la madre. Hasta entonces, la falta de la madre sólo era registrable en los intervalos, en «el entre-dicho [interdicto]» de sus dichos, y el niño se complacía en identificarse con este órgano imaginario, el falo materno, verdadero objeto de amor. La simbolización de una falta al respecto y la asunción de su insuficiencia real para colmarla son decisivas para el desenlace del complejo de Edipo del varón, para obligarlo a abandonar sus pretensiones sexuales sobre la madre. Sin embargo, una de las derivaciones de este amor edípico, el fenómeno del rebajamiento del objeto sexual, consistente en separar el objeto idealizado (de la corriente tierna del amor) del objeto rebajado (de la corriente sensual), da testimonio de la persistencia frecuente de la fijación incestuosa a la madre. Los hombres llegan así frecuentemente a una división: «Allí donde aman, no desean, y allí donde desean, no aman». Esta división entre amor y deseo reproduce la diferencia freudiana entre pulsiones de autoconservación (necesidades) y pulsiones sexuales (verdaderas pulsiones). El amor tiene una ligazón contradictoria con la necesidad. Todo lo que perturba la homeostasis del yo provoca displacer, es odiado. Pero todo objeto que aporta placer, en tanto extraño, amenaza también la perfecta tranquilidad del yo, desencadena una parte de odio. (Lacan traslada sobre el sujeto mismo la división operada por M. Klein entre objetos buenos y malos; ella es causada por el objeto [véase objeto a.) Ligado al placer, es decir, a la menor tensión posible compatible con la vida, el amor apenas tiene recursos para investir los objetos. Por eso debe ser sostenido por las verdaderas pulsiones, las pulsiones sexuales parciales. El objeto de amor se convierte así en el revestimiento del objeto de la pulsión. Para su puesta en acto y para la elección de objeto, el amor es tributario del discurso social: las formas del amor varían según los tiempos y los lugares. El amor conoce también una vertiente pasional, debido a que compromete al «yo total», a la unidad del yo. Freud había destacado que no existía «desde el principio, en el individuo, una unidad comparable al yo»... «Una nueva acción psíquica debe venir entonces a agregarse al autoerotismo para darle forma al narcisismo» (Introducción del narcisismo, 1914). Una de las primeras contribuciones de Lacan al psicoanálisis fue haber mostrado que esta nueva acción psíquica era el reconocimiento por la criatura, todavía incoordinada en su motricidad, de la forma unificada de su cuerpo en su propia imagen en el espejo, siempre que fuera reconocida por el Otro. Que la unidad del yo dependa de una imagen (yo ideal) reconocida por la palabra del Otro explica, primeramente, la tensión agresiva hacia esta imagen rival tanto como su poder de fascinación, caracteres propios de toda relación dual; segundo, que el yo sólo se vea amable a condición de moldearse según este signo de reconocimiento (ideal del yo). El investimiento del yo ideal no es sin embargo total. Una parte de la libido permanece ligada al cuerpo propio. El núcleo autoerótico falta a la imagen amada y precisamente por esta falta el objeto es amado. En tanto no tiene el falo, justamente, una mujer puede serlo para un hombre. El objeto de identificación. Se ha visto cómo situaba Lacan el ideal del yo, función simbólica, en este rasgo formal del asentimiento del Otro. Este rasgo extrae su poder del estado de desamparo del lactante frente a la omnipotencia del Otro. Lacan acerca así el ideal del yo a ese rasgo único (al. einziger Zug) que el yo, según Freud, toma del objeto de amor para identificarse con él a través de un síntoma. De acuerdo con este proceso, «la identificación toma el lugar de la elección de objeto, la elección de objeto regresa hasta la identificación» (Freud, Psicología de las masas y análisis del yo, 192l). Efectivamente, para Freud, la identificación es la forma más precoz y más originaria del lazo afectivo con otra persona. Una primera identificación se haría al principio con el padre. Ella instala el ideal del yo y hace así posible el enamoramiento: en el estado amoroso, «el objeto se ubica en el lugar del ideal del yo». El mismo mecanismo explica la hipnosis así como el fenómeno de la masa y su sumisión al conductor: «Una masa primaria (no organizada) es una suma de individuos que han puesto a un mismo y único objeto en el lugar del ideal del yo y, en consecuencia, en su yo, se han identificado los unos con los otros». El objeto perdido. «En el caso de la identificación, el objeto se ha perdido o se ha renunciado a él ...» (Freud, op. cit.). La identificación reduce el objeto a un rasgo único y se hace por lo tanto al precio de una pérdida. De acuerdo con el principio de placer, el aparato psíquico se satisfaría con representaciones agradables, pero el principio de realidad lo obliga a formular un juicio no sólo sobre la calidad del objeto, sino sobre su presencia real. «El fin primero e inmediato del examen de realidad no es por lo tanto encontrar en la percepción real un objeto correspondiente al representado, sino volver a encontrarlo, convencerse de que todavía está presente» (Freud, La negación, 1925). Ahora bien, por el hecho del acceso al lenguaje, el objeto está definitivamente perdido, al mismo tiempo que está constituido. «Es este objeto, das Ding, en tanto otro absoluto del sujeto el que se trata de volver a encontrar. Se lo vuelve a encontrar a lo sumo como nostalgia. No se lo reencuentra a él, sino que se reencuentran sus coordenadas de placer» (Lacan, Seminario del 9 de diciembre de 1959). Hay, por lo tanto, distinguido ya por Lacan en los textos freudianos, un objeto más fundamental: das Ding, la cosa, opuesta a los objetos sustitutivos, perdida desde el comienzo. Es el soberano bien, la «inadre» interdicta por las leyes mismas que hacen posible la palabra. Se puede comprender así, por ejemplo, el mecanismo de la melancolía y su potencial suicida: identificación no ya con un rasgo único del objeto (al precio de la pérdida de ese objeto) sino identificación «real», sin mediación, con la cosa misma, expulsada del mundo del lenguaje. Objeto Objeto fuente(71) Freud condujo la cuestión del objeto en psicoanálisis a la de un objeto perdido, en juego en la repetición, y Lacan añadió la cuestión del rasgo que inscribe la repetición. Partiremos de esta situación de la problemática del objeto (donde se encuentra además el aporte lacaniano «clásico» del papel de los significantes y de los efectos del lenguaje). Esta situación acusa un desplazamiento del énfasis desde la cuestión del objeto («el objeto de amor» o de deseo) hacia las cuestiones de lo pulsional, en el sentido de las pulsiones parciales, pero sin que el objeto se reduzca a aquéllas. Por otra parte, el objeto perdido en la repetición conduce también a la cuestión del acto en el que puede estar en juego. Y, en términos más generales, surge que el objeto en psicoanálisis se entiende en un sentido que se desdobla: por un lado, según la cuestión de lo pulsional, y por otro, según la cuestión de los fundamentos. Uno puede quedarse más acá de ese desdoblamiento, basándose en el término «apuesta»: el objeto que está en juego con lo pulsional se convierte también en la apuesta eventual de un análisis y en la apuesta del dominio en sí, puesto que el psicoanálisis implica que lo que está en juego se pueda captar en él, y que la teoría y la práctica sean (de una cierta manera) la «misma cosa». Es preciso además explicar lo que implica el aparente desdoblamiento de sentido del término «objeto», es decir, la manera en que su doble filo es conservado por Lacan con el objeto a. El «objeto a» y su estatuto Al retomar la problemática del objeto en psicoanálisis a partir del objeto a, no sólo se imponen cambios de perspectiva en esta problemática (el objeto se vuelve «activo», y el sujeto, efecto), sino que surge también el interrogante de en qué sentido se sigue hablando de un «objeto». El objeto a, dice Lacan, «no es más que una letra», pero al mismo tiempo, añade, parece «ser algo». Nos vemos por lo tanto llevados a tomar la problemática del objeto (en su aparente desdoblamiento) a partir de los interrogantes siguientes: ¿qué implica en la cuestión del objeto en psicoanálisis la introducción del objeto a? ¿De qué manera el objeto a puede ser considerado como objeto? «Aspectos» de a Tomemos en primer lugar el lado de lo pulsional. ¿Hasta qué punto se puede definir y captar el objeto a como el objeto de la pulsión? Según Lacan, es más bien lo que sería el objeto de la pulsión si existiera la pulsión genital, « ... donde se inscribiría una relación plena, inscribible, del Uno con lo que sigue siendo irreductiblemente Otro». (Como se sabe, Lacan pone en el centro del discurso analítico -y no sólo como «verdad»- que no hay «relación sexual» como tal.) Lo pulsional pasa necesariamente por las pulsiones parciales y su diversidad, su pluralidad. La lista de los objetos, especificados por las zonas corporales, desemboca en los objetos de la succión, la excreción, la mirada y la voz. ¿Esta lista es la de los objetos a (como se dice a veces, como lo dice el propio Lacan llegado el caso)? Esta lista es más exactamente la de las especies [éclats] del objeto a. ¿En qué consiste entonces el objeto a «en sí mismo» (si tal expresión es posible)? El problema reside en que no hay «¡dea» del objeto a, salvo en sus especies, a las cuales el objeto a no se reduce. Para no plantearlo entonces como un objeto en más (con relación a los de la lista de las pulsiones parciales), lo que terminaría por llevarnos de nuevo a la pulsión genital que no hay, describamos por el momento la complejidad de lo que se trata como la de «aspectos» del objeto a. El objeto como vacío Un primer aspecto está entonces constituido por esas especies de objeto a en la diversidad de las pulsiones parciales. Pero el objeto a «él mismo» (si esto puede decirse) constituye un segundo aspecto. Es el objeto «primero», que Lacan define como «el objeto del que no se tiene idea». Ahora bien, es posible no considerar esta definición como solamente negativa. El objeto a puede elaborarse como vacío sin contradecirla. La hipótesis de la elaboración del objeto como vacío remite en primer lugar a los procesos de vaciamiento del goce, que es posible postular como principio mismo del proceso analítico. Este vaciamiento, como elaboración, es capaz de alcanzar la cuestión de lo «íntimo» del sujeto. Para no concebir el objeto «primero» como jugando de manera autónoma con relación a los objetos de las pulsiones parciales, proponemos concebir su juego como el de una especie de segundo fondo (expresión sugerida por el «doble fondo» de la prestidigitación, o el redoblamiento del fondo en la pintura): segundo fondo, entonces, con relación al juego de los fragmentos pulsionales. El resto Hay un tercer aspecto que necesariamente se suma a la complejidad del objeto a: el aspecto del «resto», a la vez función y residuo. Este aspecto de resto, como el aspecto de vacío, parecería susceptible de desprenderse del juego de las parcialidades pulsionales. Pero es más bien necesario concebir su solidaridad con los otros aspectos: él los dinamiza al reactivar (diversamente) en ellos la cuestión del resto de los goces inicialmente perdidos. Se vuelve a encontrar aquí la cuestión de lo perdido que está en juego en la repetición. Por otra parte, no es necesario plantear que lo perdido haya sido necesariamente alcanzado, como ocurre por ejemplo con respecto al problema del «narcisismo primario». El problema consiste más bien en que lo perdido no siempre parece estarlo tanto. No obstante, es posible volver a perderlo: esto es lo que sucede sobre todo con el fin del análisis, donde se repite de una cierta manera la represión primaria, solidariamente con la «alienación» del aspecto de resto. Entre los diferentes aspectos del objeto se produce entonces una especie de báscula capaz de llevar a una preponderancia de la elaboración del vacío. La conservación de la solidaridad entre los tres aspectos del objeto a (fragmentos [éclats], vacío y resto) no responde sólo a una cuestión de prudencia descriptiva. Se trata de captar la solidaridad (con su juego de tensiones) de lo que Lacan reúne bajo el nombre de objeto a. Lo que significa, por ejemplo, que el deseo no se independiza del juego de las pulsiones parciales. En este caso la perversión hace cortocircuito. Es más bien la elaboración del aspecto de vacío lo que allí se encuentra en dificultades. Esa elaboración está como afuera de la elaboración de la diversidad de las pulsiones parciales, y las parcialidades en sí se convierten más bien en fragmentos a recuperar. No obstante, la elaboración del vacío podría también llevar, por su lado, a hacer surgir de la solidaridad ciertos aspectos del objeto a. En efecto, en tanto que describamos esta elaboración como un proceso de vaciamiento (en particular de los goces), el problema del vacío mismo como objeto, aunque implicado en el horizonte, permanece inabordado, y su paradoja aparente, eludida. Por el contrario, es necesario llegar a plantear el vacío como objeto. Sin duda esto está ya implícito en la definición que da Lacan del objeto primero como «el objeto del que no se tiene idea». Pero plantear el vacío como objeto supone también una posibilidad de autonomización del aspecto de vacío en el objeto a. Trataremos más bien de mostrar que se trata fundamentalmente del efecto de una condición mezclada constitutiva del objeto. Lo que nos lleva a retomar ahora la cuestión del objeto a en tanto que objeto, a partir esta vez del nudo borromeo. Niveles del nudo borromeo Se pueden distinguir dos niveles del nudo borromeo despejando una primera borromeidad amplia que es la de los discursos que se fundan. Esta borromeidad supone tres «niveles», o está constituida por tres dimensiones que son: primero, lo que es captado en el dominio considerado; segundo, lo que escapa pero es interno al campo, como lo que hay a captar (ya se encuentra allí la función de resto); tercero, lo que es imposible de captar, aun siendo de algún modo interno al campo. (El trabajo de D. Vaudene acerca de los problemas de los fundamentos en la cientificidad actual demuestra que un discurso se funda en la medida en que organiza el lugar para lo que se le escapa en ese segundo, e incluso, de cierta manera, en ese tercer nivel.) «a», que Lacan ubica a menudo en el centro del nudo, puede designar también al «objeto» del discurso analítico de una manera que pasa por la nodalidad de ese discurso, y por su relación real (efectiva) con lo real. La borromeidad de base está implicada en lo que concierne al análisis desde que se toma en cuenta el inconsciente. En efecto, se encuentra allí el juego de la función de resto: en la práctica analítica, el resto de un dicho se convierte en lo que resta decir. Pero este juego del resto implica (en el tercer piso de la borromeidad) lo inaccesible en la práctica (lo cual remite a la represión primaria), así como a lo que escapa además teóricamente al análisis en su propio campo, sin que pueda decir de qué se trata. En un segundo nivel, el nudo borromeo específico del análisis está implicado por una hipótesis que concierne absolutamente a lo real (y por ello también al «objeto»): se trata, también aquí, de goce. Este segundo nivel implica una especificación correlativa a dimensiones tales como lo real, lo simbólico y lo imaginario. El objeto a designa allí además el resto, pero ese resto deviene «ambiguo»: no se trata solamente de la función de resto, sino también de residuos de goce con los cuales el objeto es constituido (en el sentido más corriente del término). Ahora bien, esos dos niveles del nudo son conjugados por y en el análisis, de una manera que constituye el nudo borromeo lacaniano y determina su funcionamiento. Resulta de ello que el objeto a es intrínsecamente un «mixto»: mixto del principio de la nodalidad (o de la efectividad) y de residuos de goce. Se puede localizar aquí la definición por Lacan del objeto a como «el efecto mayor del lenguaje» si se toma ese carácter mixto del objeto en sentido inverso: el efecto mayor del lenguaje es ante todo en la producción de goce y de residuos de goce; en el objeto ambos se conjugan con el vaciamiento de goce: vaciamiento como efectividad que conduce a su vez al efecto del lenguaje. El objeto a es, puede decirse, «el efecto mayor del lenguaje» en tanto que conjugado a sí mismo. Abordemos ahora la cuestión del vacío como objeto, implicado en el horizonte si se encaran las cuestiones desde lo pulsional. Para ello será preciso ubicarse en la perspectiva del carácter «mixto» del objeto. Se trata de la conjunción de la efectividad y del vacío de (o en) el goce. Según el orden R.S.I. implicado por el nudo borromeo constitutivo de[ análisis, se trata de entrada en lo relativo a ese vacío, de lo real, o más aún, de un agujero de lo real: aquel que resulta de la ininscriptibilidad, la imposibilidad de escribirse la «relación sexual» como tal; se vuelve a encontrar aquí que no se trata sólo de una «verdad», sino de un real: un defecto -en el sentido de agujero- en el goce. Ese vacío como objeto, que no carece de aspectos traumáticos, puede elaborarse en una especie de pivoteo conforme al orden R.S.I. En primer lugar, puede convertirse -de manera decisiva en el proceso analítico- en la falla (en el sentido de imperfección) del goce al que se pudo acceder, y volverse de tal modo subjetivable como castración. Cabe observar que el vacío como objeto, al convertirse entonces en lo que Lacan llama también el «vacío central», implica siempre su naturaleza de objeto mixto, es decir, su conjunción simultánea con la efectividad. Finalmente, puede convertirse en «la cima» (según un término tomado a Ives Bonnefoy, quien dice que «la imperfección es la cima») en la que un sujeto encuentra una satisfacción (relativa). Este último pivoteo del vacío implica repensar lo imaginario como siempre ya borromeo, y no planteado con anterioridad o independientemente del nudo. Por otra parte, en el punto de partida de lo que es constitutivo del sujeto, Lacan despeja la implicación del lugar del Otro como «círculo quemado». Esta expresión podría evocar por ejemplo la necesidad de que «haya claros». Pero también se reencontrará ese «círculo quemado» en lo que implica la elaboración del vacío como objeto. Puede servir para constituir al menos dos tipos de «practicable» o elaboraciones de la «causa del deseo». Por una parte, el acto analítico, en tanto que capta por sí mismo su propia dimensión, implica un «círculo quemado» (es decir, el vacío como objeto). Por otro lado, también hay implicado un «círculo quemado» en la «ronda de las pulsiones», donde se encuentra la solidaridad entre los diversos aspectos del objeto a que hemos descrito antes.
Objeto a. Según J. Lacan, objeto causa del deseo.Objeto a. Según J. Lacan, objeto causa del deseo. Objeto a. Según J. Lacan, objeto causa del deseo. fuente(72) El objeto a (pequeño a) no es un objeto del mundo. No representable como tal, no puede ser identificado sino bajo la forma de «esquirlas» [«éclats»: esquirlas, fragmentos brillantes, brillos) parciales del cuerpo, reducibles a cuatro: el objeto de la succión (seno), el objeto de la excreción (heces), la voz y la mirada. Constitución del objeto a. Este objeto se crea en ese espacio, ese margen que la demanda (es decir, el lenguaje) abre más allá de la necesidad que la motiva: ningún alimento puede «satisfacer» la demanda del seno, por ejemplo. Este se hace más precioso para el sujeto que la satisfacción misma de su necesidad (mientras esta no se vea realmente amenazada) pues es la condición absoluta de su existencia en tanto sujeto descante. Parte desprendida de la imagen del cuerpo, su función es soportar la «falta en ser» que define al sujeto del deseo. Esta falta sustituye como causa inconciente del deseo a otra falta: la de una causa para la castración. La castración, es decir, la simbolización de la ausencia de pene de la madre como falta, no tiene causa, a no ser mítica. Depende de una estructura puramente lógica: es una presentación bajo una forma imaginaria de la falta en el Otro (lugar de los significantes) de un significante que responda por el valor de este Otro, de este «tesoro de los significantes», o sea, que garantice su verdad. Incidencias del objeto a. El objeto a responde así en este lugar de la verdad para el sujeto en todos los momentos de su existencia. En el nacimiento, en tanto el niño se presenta como el resto de una cópula, maravilla alumbrada «inter faeces et urinas». Antes de todo deseo, como el objeto precursor alrededor del cual la pulsión hace retorno y se satisface sin alcanzarlo. En la constitución del fantasma, acto de nacimiento verdadero del sujeto del deseo, como el objeto cedido como precio de la existencia (ligado a partir de allí al sujeto por un lazo de reciprocidad total aunque disimétrico [notado por el losange]). En la experiencia amorosa, como esa falta maravillosa que el objeto amado reviste o esconde. En el acto sexual, como el objeto que remedia la irreductible alteridad del Otro y sustituye, en tanto participante del goce, la imposibilidad de hacer uno con el cuerpo del Otro. En el afecto (duelo, vergüenza, angustia, etc,), que es la prueba de su develamiento o solamente la amenaza de este develamiento, el objeto a, finalmente, responde según el lugar y el modo de su presencia: en el duelo, en tanto perdemos a aquel para quien éramos ese objeto; en la vergüenza, en tanto soportarnos su presentificación ante la mirada del otro; en la angustia, en tanto ella es la percepción del deseo inconciente; en el pasaje al acto suicida, en fin, donde sale del marco de la escena del fantasma forzando los límites de la «elasticidad» de su lazo con el sujeto. El objeto a en la enseñanza de Lacan. Un breve recorrido de la elaboración que hace Lacan sobre el objeto a puede ser útil para mostrar su necesidad, la imposibilidad de su captación y la modificación constante de su escritura. Al principio de su enseñanza, Lacan designa con la letra a al objeto del yo [moi], el «pequeño otro». Se trata entonces de distinguir entre la dimensión imaginaria de la alienación por la cual el yo se constituye sobre su propia imagen, prototipo del objeto, y la dimensión simbólica donde el sujeto hablante está en la dependencia del «gran Otro», lugar de los significantes. En el seminario La ética del psicoanálisis (1960), Lacan retorna de Freud, esencialmente del Proyecto de psicología (1895) y de La negación (1925), el término alemán das Ding. «Das Ding» es la cosa, más allá de todos sus atributos. Es el Otro primordial (la madre) como eso real extraño en el corazón del mundo de las representaciones del sujeto, por lo tanto a la vez interior y exterior. Real también por inaccesible, «perdido» a causa simplemente del acceso al lenguaje. El descubrimiento y la teorización por D. W. Winnicott del objeto transicional (ese objeto que puede ser cualquiera: un pañuelo, un pedazo de lana, etc., hacia el cual el niño manifiesta un apego incondicional) fueron saludados por Lacan, más allá del interés clínico de este verdadero emblema del objeto a, porque el autor reconoció allí la estructura paradójica del espacio que este objeto crea, ese «campo de la ilusión» ni interior ni exterior al sujeto. El objeto a no es por lo tanto la cosa. Viene en su lugar y toma de ella a veces una parte de horror. A ejemplo de la placenta, es algo común tanto al sujeto como al Otro, que vale para ambos como «semblante» en un linaje (metonimia) cuyo punto de perspectiva es el falo (lo que Freud había revelado en las equivalencias «en las producciones del inconciente entre los conceptos de excrementos -dinero, regalo-, hijo y pene»). Se convierte así en el objeto fálico dentro del fantasma que hace habitable lo real. En el seminario VI, El deseo y su interpretación, Lacan introduce al objeto a definido como objeto del deseo. En Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconciente freudiano (setiembre de 1960) se precisará su carácter de incompatibilidad con la representación. De hecho, «el objeto del deseo en el sentido corriente es o un fantasma, que es en realidad el sostén del deseo, o un señuelo». Así, muy rápidamente, el objeto a se llamará «objeto causa del deseo». Como causa del deseo, es causa de la división del sujeto tal como aparece en la escritura del fantasma ($ ? a) «en exclusión interna de su objeto». Los seminarios La identificación (1961-62) y La angustia (1962-63) están dedicados, por tina parte, a la presentación topológica de este objeto a por el recurso a ciertos tipos de superficies aptas para soportar sus características-, por otra parte, al estudio clínico de su función en el afecto así como de su lugar según las diversas estructuras: enmascarado en el fantasma del neurótico, objetivamente presente en la realidad de la escena perversa, reificado alucinatoriamente en la psicosis. En los seminarios de 1966-67 (La lógica del fantasma) y de 1967-68 (El acto psicoanalítico), Lacan retoma la dialéctica de la alienación. (Véase sujeto.) Distingue allí dos modos de la falta bajo los cuales se anuncia el sujeto del inconciente: o yo no pienso, o yo no soy. El objeto a presentifica la falta en ser del sujeto por oposición a -?, escritura del inconciente como pensamientos carentes de sujeto (manquant de sujet, resuena con falta del sujeto] (el sinsentido de lo sexual), retornando estas dos letras a y -? la disparidad en la teoría freudiana entre el ello (aspecto pulsional) de la segunda tópica y el inconciente (aspecto ideativo) de la primera. En el Seminario XVII, 1969-70, «El revés del psicoanálisis», el objeto a deviene, bajo el nombre «plus-de-gozar» [marcando un punto de límite (en este caso de renuncia al goce), pero también de franqueo del límite, como suele hacer Lacan en otros Sintagmas similares], por analogía con la función de la plusvalía en Karl Marx, uno de los cuatro términos con los que Lacari formaliza los cuatro discursos que estructuran los diferentes modos del lazo social entre los hombres. (Véase discurso.) Por último, en el seminario Real, simbólico, imaginario o R.S.I. (1974), el objeto a, presentado hasta entonces como el efecto de un corte, aparece de una manera totalmente renovada. Es el punto de encaje por el cual los tres registros de la subjetividad: real, simbólico e imaginario, realmente independientes el uno del otro, revelan sin embargo poder «sostenerse juntos» en la presentación del nudo borromeo. Se trata siempre de una escritura. El objeto a es la letra en tanto se distingue del significante. Mientras que el significante está en lo simbólico, la letra en tanto letra (y no imagen o soporte de una combinatoria) está en lo real. Por eso permite la represión. Corresponde al «representante de la representación» de la pulsión en Freud [Vorstellungsrepräsentanz]. Proveniente de lo simbólico «caído» en lo real por efecto de la articulación significante, produce el franqueamiento del significado. El V romano, la hora quinta, que marca la escena primaria en el análisis del Hombre de los Lobos, da una ilustración de su función de vía de retorno de lo reprimido. El objeto a es entonces el objeto del psicoanálisis, y los psicoanalistas tienen en parte a su cargo el tratamiento de la letra. La ciencia, que sólo opera por medio de una formalización escrita, ha remontado vuelo desde que ha tomado el partido de no querer saber nada del objeto a, de la verdad como causa (en la ciencia la subjetividad está reducida al error). Pero la verdad hace su retorno en lo real con la profusión de objetos cuya fabricación permite (sin haberlo querido), que son otros tantos travestimientos positivizados del objeto a, con la conmoción ética que suscita su utilización. El psicoanálisis, por racional que sea, no es la ciencia del objeto a. Sostiene que no hay esperanza de suturar la falla en el saber, la del objeto a en tanto condición absoluta del sujeto, y que, por consiguiente, «de nuestra posición de sujeto somos todos responsables» (Lacan, «La ciencia y la verdad», 1964-65, en Escritos, 1966).
Objeto (bueno y malo) Alemán: Gutes, böses Objekt Francés: Objet (bon et mauvais). Inglés: Good, bad object. fuente(73) Expresión introducida por Melanle Klein en 1934 para designar una modalidad de la relación de objeto tal como aparece en la vida fantasmática del niño, y que remite a un clivaje del objeto en bueno y malo (por ejemplo, buena madre, mala madre), según sea ese objeto experimentado como frustrante o gratificante. Esta noción hizo carrera, abriendo el camino, después de 1945, a una refundición general de la noción de objeto en psicoanálisis, de la que se desprendieron tanto el objeto transicional de Donald Woods Winnicott como el objeto (pequeño) a de Jacques Lacan. A partir de la reflexión de Karl Abraham sobre los estadios de la libido, Melanie Klein introdujo en una misma conferencia los conceptos de posición depresiva y objeto (bueno y malo). Sigmund Freud sólo se había interesado por el objeto en el marco de su teoría de las pulsiones y los estadios (en el sentido evolutivo), y le reservaba al yo el hecho del clivaje. Con la intención de ampliar la clínica psicoanalítica al dominio de los trastornos mentales, Abraham revisó los conceptos freudianos para tratar de describir las relaciones arcaicas entre el niño y su ambiente, única manera de entender el origen precoz de los estados psicóticos. Hizo entonces estallar las nociones clásicas de objeto y estadio, reemplazando el objeto total por el objeto parcial. En sus Tres ensayos de teoría sexual Freud demostró la importancia de esa innovación teórica, puntualizando que existían, no objetos parciales, sino pulsiones parciales. Según él, las pulsiones toman por objeto ciertas partes del cuerpo o materias desprendidas del cuerpo: el seno, las heces, incluso el fetiche. En 1934, a partir de la revisión de Abraham, Melanie Klein introdujo el clivaje en el objeto, escindiéndolo en bueno y malo. El objeto parcial (por ejemplo el pecho) es entonces clivado en un seno ideal, objeto del deseo del niño (objeto bueno), y un seno perseguidor, objeto del odio y del miedo, percibido como fragmentado. Esta terminología permitió repensar totalmente el ámbito de la realidad psíquica, y mostrar hasta qué punto el universo fantasmático infantil, poblado de angustia, terror, odio e idealización, no sólo se vuelve a encontrar en la psicosis -en la cual el sujeto no logra ver a la madre como un objeto total, y continúa aprehendiéndola según el modelo del clivaje en objeto bueno y objeto malo-, sino también en el desarrollo normal, puesto que todo sujeto, en el sentido kleiniano, pasa por la posición depresiva para salir del estado persecutorio (paranoide), propio de la pérdida de la madre como objeto parcial.
Objeto «bueno», objeto «malo»Objeto «bueno», objeto «malo» Objeto «bueno», objeto «malo» Al.: «gutes» Objekt, «böses» Objekt. Fr.: «bon» objet, «mauvais» objet. Ing.: «good» object, «bad» object. It.: oggetto «buono», oggetto «cattivo». Por.: objeto «bom», objeto «mau». fuente(74) Términos introducidos por Melanie Klein para designar los primeros objetos pulsionales, parciales o totales, tal como aparecen en la vida de fantasía del niño. Las cualidades de «bueno» y de «malo» se les atribuyen, no solamente por su carácter gratificador o frustrante, sino sobre todo porque sobre ellos se proyectan las pulsiones libidinales o destructores del sujeto. Según M. Klein, el objeto parcial (pecho, pene) se halla escindido en un objeto «bueno» y un objeto «malo», constituyendo esta escisión el primer modo de defensa contra la angustia. El objeto total será Igualmente escindido (madre «buena» y madre «mala», etc.). Los objetos «buenos» y «malos» se hallan sometidos a los procesos de Introyección y de proyección. La dialéctica de los objetos «buenos» y «malos» ocupa un lugar central en la teoría psicoanalítica de M. Klein, deducida del análisis de las fantasías más arcaicas. No pretendemos exponer aquí toda esta complicada dialéctica; nos limitaremos a señalar algunas características principales de los conceptos objeto «bueno» y «malo,» y a aclarar ciertas ambigüedades. 1) Las comillas que a menudo se encuentran en los trabajos de M. Klein tienen por objeto subrayar el carácter fantaseado de las cualidades del objeto «bueno» y objeto «malo». Se trata, en efecto, de «imagos» o «[...] imágenes, deformadas por la fantasía, de los objetos reales en los cuales se basan». Esta deformación resulta de dos factores: por una parte, la gratificación por el pecho hace de éste un pecho «bueno», y a la inversa, la imagen de un pecho «malo» se forma correlativamente a la retirada o al rechazo del pecho. Por otra parte, el niño proyecta su amor sobre el pecho gratificador y, especialmente, su agresividad sobre el pecho malo. Aunque estos dos factores constituyen un círculo vicioso («el pecho me odia y me priva porque yo lo odio, y recíprocamente »), M. Klein insiste sobre todo en el factor proyectivo. 2) En el origen de la dialéctica entre objetos buenos y malos se hallaría la dualidad de las pulsiones de vida y de muerte, tal como Melanie Klein la ve actuar en su carácter irreductible desde el origen de la existencia del individuo. Según M. Klein, es precisamente al principio de la vida cuando el sadismo se halla en su «cenit», y el equilibrio entre libido y destructividad estaría entonces más bien desviado a favor de esta última. 3) En la medida que, desde el origen, se hallan presentes los dos tipos de pulsiones y se dirigen sobre un mismo objeto real (el pecho), puede hablarse de ambivalencia. Pero la ambivalencia, que es ansiógena para el niño, es contrarrestada desde un principio por el mecanismo de escisión del objeto y de los afectos relativos al mismo. 4) El carácter fantaseado de estos objetos no debe hacer perder de vista el hecho de que son tratados como si ofrecieran una consistencia real (en el sentido en que habla Freud de realidad psíquica). M. Klein los describe como contenidos en el «interior» de la madre; define su introyección y su proyección como operaciones que actúan, no sobre las cualidades buenas o malas, sino sobre los objetos, que implican de modo inseparable esas cualidades. Es más, el objeto, bueno o malo, se halla dotado, en la fantasía, de poderes similares a los de una persona («pecho malo perseguidor», «pecho bueno protector», ataque del cuerpo materno por los objetos malos, lucha entre los objetos buenos y malos dentro del cuerpo, etc.). El pecho es el primer objeto así escindido. Todos los objetos parciales experimentan una escisión análoga (pene, heces, niño, etc.). Del mismo modo los objetos totales, cuando el niño es capaz de aprehenderlos. «El pecho bueno (externo e interno) se convierte en el prototipo de todos los objetos protectores y gratificadores, y el pecho malo en el de todos los objetos perseguidores externos e internos». Observemos finalmente que la concepción kleiniana de la escisión del objeto en «bueno» y «malo» debe relacionarse con algunas indicaciones dadas por Freud, especialmente en Las pulsiones y sus destinos (1915) y La negación (1925). (Véase: Yo-placer, yo-realidad.)
Objeto inaugural conyugal fuente(75) Definición Un primer matrimonio es una experiencia inaugural. Esa experiencia inaugural modifica la representación del propio yo y del objeto pareja de cada uno de los integrantes. Este objeto inaugural pasará a formar parte del zócalo inconsciente del segundo matrimonio, El objeto inaugural conyugal es una nueva representación que da acceso a una complejización intrasubjetiva y social, El haber advenido a la conyugalidad coloca al sujeto en posición de haber accedido a la exogamia, y permanece como marca en el bagaje identificatorio de cada uno. La experiencia de haber inaugurado en un primer matrimonio el lugar esposo/a queda como una marca fundante de ese lugar inscripta en su subjetividad. El objeto inaugural conyugal posibilita la construcción de la función esposo/a. Este proceso se configura a lo largo de la vida conyugal. Una vez inaugurada esta función, el divorcio o la viudez no la clausuran, y permanece como una función virtual. Al haberse acuñado la función esposo/a, se modifica cualitativamente la identidad de cada uno de los cónyuges. En caso de haber hijos, producto de la primera unión, se continúa la cadena generacional. Es por ello que pensamos que el objeto inaugural conyugal contiene doble marca si coincide con aquel con que se inauguró la función parental. Al objeto inaugural conyugal se le puede sumar la parentalidad inaugural. (Ver Desarrollo) El objeto inaugural conyugal se constituye al advenir a un vínculo matrimonial. Posibilita la construcción de la función esposo/a. Dicha función se conforma en el vínculo matrimonial a lo largo del tiempo. El objeto inaugural conyugal deja una marca en la subjetividad con independencia de las vicisitudes de ese vínculo conyugal singular. La impronta del objeto inaugural conyugal pasará a formar parte del zócalo inconsciente de los segundos matrimonios. Origen e historia del término El concepto de objeto inaugural conyugal deriva de aquel "objeto pareja" acuñado por J. Puget en 1982. El objeto inaugural conyugal es una representación que deriva de una articulación entre el objeto pareja de cada cónyuge sumada a la inauguración de la experiencia inédita de la conyugalidad. Esta fundación deja una marca simbólica y una serie de consecuencias en los tres espacios psíquicos que pasaremos a desarrollar. Desarrollo desde la perspectiva vincular El objeto inaugural conyugal obtiene su marca también desde el espacio social. Entendemos que se espera de la pareja matrimonial el dar hijos, "nuevas voces" (P. Aulagnier), eslabones necesarios para la continuidad de la cadena generacional y para cumplir con el "contrato narcisista". En el contrato matrimonial hay también un contrato implícito de formar una familia. (Por ejemplo algunas religiones autorizan a repudiar al cónyuge estéril y disolver el matrimonio. La libreta de casamiento posee un lugar asignado para anotar a los hijos). A su vez la inauguración de la conyugalidad incluye para la pareja la prescripción social de la sexualidad. El objeto inaugural conyugal tiene ese anclaje en el espacio social, al otorgar a los cónyuges un lugar social y jurídicamente diferenciado que implica un entramado de obligaciones y derechos para con el cónyuge y la comunidad. El primer acuerdo inconsciente de la pareja conyugal, que se establece con un otro privilegiado fuera del círculo endogámico, trae todo el peso, poco complejizado todavía de los componentes originarios de las respectivas familias de origen. Esta es una de las causas por las que la marca dejada por ese primer vínculo matrimonial permanece a lo largo del tiempo. Las parejas matrimoniales subsiguientes a ese primer vínculo, con sus respectivos acuerdos y pactos, ya traen complejizaciones, desplazamientos, transformaciones y condensaciones ocurridas durante el primer matrimonio. Este vínculo inaugural conyugal es comparado de ahí en más con los subsiguientes vínculos conyugales. Esta comparación permite resignificar la alianza anterior y posibilita la tarea elaborativa en el transcurso de la consolidación de la segunda alianza. A la luz de estas reflexiones, una de las características de los segundos matrimonios es el interjuego de tres representaciones de la conyugalidad para cada uno de los miembros de la pareja conyugal: - el objeto pareja originario, proveniente de la representación de la pareja de los padres; - el objeto actual del vínculo conyugal, representación del vínculo con el cónyuge actual; - y el que nosotras denominamos: objeto inaugural de la conyugalidad, representación del acceso a la conyugalidad, proveniente del primer matrimonio. Es por ello que planteamos que un segundo matrimonio implica acarrear un objeto inaugural que puede tener múltiples elaboraciones. En el segundo matrimonio hay una desarticulación entre el objeto actual conyugal y el objeto inaugural conyugal. Es así que, si la separación exige un trabajo de duelo, el segundo matrimonio exige otro trabajo mental: ser portador de ese objeto inaugural que proviene del primer vínculo matrimonial. La existencia de estos tres objetos: el objeto pareja originario, el actual y el inaugural, promueve la necesidad de rectificar o ratificar los mitos de origen y de separación del primer matrimonio. Se facilita así la reformulación de los mitos y las fantasías sobre el origen y el devenir del segundo matrimonio. Lo que aparece en el mito de "por qué se separaron" y de "por qué se unieron" en el primer matrimonio, es un resto que pasa a ser constitutivo del zócalo inconsciente del segundo matrimonio. De este modo, el mito de lo realizado y lo no realizado en el primer matrimonio varía en un segundo matrimonio, de acuerdo con las vicisitudes de la relación con el cónyuge actual. Problemáticas conexas Vamos a puntualizar las conexiones del objeto inaugural conyugal en relación al divorcio, los hijos y lo que nosotros llamamos "segundos matrimonios", o sea los subsiguientes a aquel con el que se inauguró la conyugalidad. El hecho de que haya un objeto inaugural conyugal en uno o en ambos miembros del matrimonio actual, hace que el acuerdo inconsciente de la nueva pareja incluya también un acuerdo inconsciente sobre qué lugar va a ocupar el anterior matrimonio. La nueva pareja hará también un pacto inconsciente sobre qué va a dejar de lado (reprimiendo, renegando, escindiendo) del anterior matrimonio. El lugar que va a ocupar el primer matrimonio en el segundo, dependerá de qué tipo de comunidad de negación o de alianza denegadora hayan sido utilizados en la elaboración de la separación del primer matrimonio. Cuanto más regresivos sean los mecanismos denegadores de ese pacto, mayor patología acarrearán en el vínculo, en el cuerpo, en los hijos, en el vínculo entre los hijos, en los vínculos ampliados del segundo matrimonio y en las generaciones siguientes. (Kaës, R. 1995) Muchas veces un segundo matrimonio hace síntoma cuando amenaza con emerger aquello que se intentó denegar del anterior enlace. Es como una señal de alarma que puede aparecer en la relación con el objeto conyugal a modo de inminencia de ruptura (es motivo de consulta frecuente en los segundos matrimonios). Ese vínculo inaugural conyugal puede ser depositario de hostilidades dirigidas al objeto originario, dejando al segundo matrimonio menos cargado de componentes endogámicos. En efecto, si hay permanencia del vínculo con el ex cónyuge a lo largo del tiempo, éste puede sufrir la vicisitud de volverse endogámico, con lo que pasaría a ser un subrogado del objeto originario, y el vínculo con el ex cónyuge podría transformarse en una relación fraterna sin vigencia o en una relación hostil con toda la violencia del incesto. Es por ello que este vínculo inaugural conyugal puede ser depositario del núcleo endogámico de un segundo matrimonio. En el caso de haber tenido hijos en un segundo matrimonio y no en el primero, ese segundo cónyuge con quien se inauguró la parentalidad adquiere un matiz peculiar. En efecto, la inauguración de la parentalidad, sumada a la presencia cotidiana de un segundo ex cónyuge a través de¡ hijo, coadyuva a que en un tercer matrimonio el segundo ex cónyuge con el que se inauguró la parentalidad quede cargado como objeto inaugural. Esto se debe no sólo a que se subsume en él la conyugalidad inaugural anterior, sino a la inauguración de la parentalidad, que parece opacar la fuerza del objeto inaugural conyugal por el peso del cumplimiento de los ideales narcisistas de trascendencia en la descendencia. Este vínculo inaugural conyugal presente/ausente, vivo/muerto, familiar/ajeno, puede revestir la característica de siniestro al irrumpir en la cotidianeidad del segundo matrimonio (presente/ausente, por el ejemplo, en las identificaciones de los hijos con el ex cónyuge progenitor, en los relatos o reflexiones de los hijos sobre el ex cónyuge, en las llamadas del ex cónyuge a los hijos, etc.).
Objeto parcial Al.: Partialobjekt. Fr.: objet partiel. Ing.: part-object. It.: oggetto parziale. Por.: objeto parcial. fuente(76) Tipo de objetos a los que apuntan las pulsiones parciales, sin que esto Implique que se tome como objeto de amor a una persona en su conjunto. Se trata principalmente de partes del cuerpo, reales o fantasmáticas (pecho, heces, pene) y de sus equivalentes simbólicos. Incluso una persona puede Identificarse o ser Identificada con un objeto parcial. Los psicoanalistas kleinianos han introducido este término atribuyéndole un papel primordial en la teoría psicoanalítica de la relación de objeto. Pero la idea de que el objeto de la pulsión no es necesariamente la persona total ya se encuentra, de modo explícito, presente en Freud. Sin duda, cuando Freud habla de elección de objeto, de amor de objeto, se refiere por lo general a una persona total, pero cuando estudia el objeto al que apuntan las pulsiones parciales, se trata ciertamente de un objeto parcial (pecho, alimento, heces, etc.). Es más, Freud puso en evidencia las equivalencias y las relaciones que se establecen entre diversos objetos parciales (niño = pene = heces == dinero = regalo), especialmente en el artículo Sobre las transposiciones de las pulsiones y especialmente del erotismo anal (Über Triebumsetzungen, insbesondere der Analerotik, 1917). Asimismo indica cómo la mujer pasa del deseo del pene al deseo del hombre, con la posibilidad de una «regresión pasajera del hombre al pene, como objeto de su deseo». Finalmente, en el terreno de la sintomatología, el fetichismo atestigua la posible fijación de la pulsión sexual a un objeto parcial: ya es sabido que Freud define el fetiche como un substitutivo del pene de la madre. En cuanto a la idea, ya clásica, de la identificación de una persona total con un objeto parcial, especialmente con el falo, la encontramos episódicamente indicada por Freud (véase: Falo). Con Karl Abraham pasa a primer plano, en la evolución de las relaciones de objeto, la oposición parcial-total. Dentro de la perspectiva, fundamentalmente genética, de este autor, existe una correspondencia entre la evolución del objeto y la de los fines libidinales que caracterizan las diferentes fases psicosexuales. El amor parcial de objeto constituye una de las etapas del «desarrollo del amor de objeto». Los trabajos de Melanie Klein se sitúan en el camino abierto por Abraham. La noción de objeto parcial se halla en el centro de la reconstrucción que ella efectúa del mundo fantaseado del niño. Sin pretender resumir aquí esta teoría, indicaremos simplemente los pares antitéticos entre los cuales se establece la dialéctica de las fantasías: objeto bueno -objeto malo; introyección-proyección; parcial-total (véanse estos términos, así como: Posición paranoide y Posición depresiva). De todos modos, se observará que, para Abraham, la evolución de la relación de objeto no debe interpretarse únicamente en el sentido de un progreso de lo parcial a lo total; dicho autor la concibe de un modo mucho más complejo. Así, por ejemplo, la misma fase de amor parcial va precedida por un tipo de relaciones que implican una incorporación total del objeto. El objeto parcial (aunque este término parece no figurar en los escritos de Abraham) es sobre todo lo que se somete al proceso de incorporación. Con Melanie Klein, en la expresión «objeto parcial», el término objeto adquiere todo el valor que le ha otorgado el psicoanálisis: aunque parcial, el objeto (pecho u otra parte del cuerpo) posee en la fantasía caracteres similares a los de una persona (por ejemplo, persecutorio, asegurador, benévolo, etc.). Señalemos, por último, que, para los kleinianos, la relación con los objetos parciales no califica únicamente una fase de la evolución psicosexual (posición paranoide), sino que sigue desempeñando un importante papel cuando ya se ha establecido la relación con los objetos totales. Jacques Lacan insiste igualmente sobre este punto. Pero, en este autor, el aspecto propiamente genético del objeto parcial pasa a segundo plano. Lacan ha intentado dar al objeto un lugar privilegiado en una tópica del deseo
Objeto (pequeño) a Alemán: Objekt (klein) a. Francés: Objet (petit) a. Inglés: Object (little) a. fuente(77) Expresión introducida por Jacques Lacan en 1960 para designar el objeto deseado por el sujeto y que se sustrae a él, al punto de ser no representable, o de convertirse en "un resto" no simbolizable. En tal carácter, sólo aparece como una "falta en ser", o en forma estallada, a través de cuatro objetos parciales separados del cuerpo: el pecho, objeto de la succión; las heces, objeto de la excreción, la voz y la mirada, objetos del deseo en sí. La concepción lacaniana del objeto (pequeño) a, como "causa del deseo que se sustrae al sujeto", proviene directamente de la reflexión de 1936 sobre el estadio del espejo, y de una concepción de la relación de objeto elaborada en 1956-1957, tomando en cuenta la trilogía privación/frustración /castración. Elemento principal de una terminología específica relativa a la alteridad, el objeto (pequeño) a es por lo tanto una va~ riante del otro en el interior de la pareja formada por el gran Otro y el pequeño otro: Hay que distinguir dos otros, al menos dos: un Otro con A mayúscula y un otro con a minúscula (petit a), que es el yo. En la función de la palabra se trata del Otro." Por otra parte el concepto de objeto (pequeño) a es inseparable de las nociones de objeto bueno y malo, y de objeto transicional, tal como se las encuentra en Melanie Klein y Donald Woods Winnicott. La creación lacaniana de una nueva categoría de objeto entra por lo tanto en el marco de las discusiones sobre la relación de objeto, llevadas a cabo por la escuela inglesa de psicoanálisis durante la segunda mitad del siglo XX. A partir de la idea de pulsión parcial, que en los Tres ensayos de teoría sexual lleva a Freud a discernir las heces y el pecho como objetos específicamente investidos, Lacan, en su conferencia de 1960 sobre la dialéctica del deseo, se refiere al objeto parcial de Karl Abraham, y a los objetos bueno y malo de Melanie Klein, para introducir otros dos objetos del deseo, la mirada y la voz: "Observernos que este rasgo del corte no es menos evidentemente prevalente en el objeto que describe la teoría analítica: pezón, excremento, falo (objeto imaginario), chorro urinario. (Lista impensable si a ella no se añade con nosotros el fonema, la mirada, la voz -la nada.)" Unos meses más tarde, en la sesión del 1 de febrero de 1961 de su seminario sobre la transferencia, dedicada en parte a un comentario del Banquete de Platón, introdujo por primera vez su objeto (pequeño) a. Es sabido que ese gran diálogo sobre el amor gira en torno a la cuestión del Agalma, definido por Platón como el paradigma de un objeto que representa la idea del Bien. Lacan define entonces ese Agalma como el objeto bueno kleiniano, que de inmediato reconvierte en objeto (pequeño) a: objeto del deseo que se sustrae y que, de pronto, remite a la causa misma del deseo. En otras palabras, la verdad del deseo sigue oculta a la conciencia, porque su objeto es una "falta en ser". En marzo de 1965 Lacan resumiría esta proposición en un aforismo resplandeciente: "El amor es dar lo que uno no tiene a alguien que no lo quiere". Sin ninguna duda, estaba pensando en un artículo de 1912, titulado "Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa", en el cual Freud describió el funcionamiento del objeto del deseo en ciertas personas cuya vida amorosa se divide en un "amor celestial" y un "amor terrestre": "Allí donde aman no desean, y donde desean no pueden amar. Buscan objetos que no tengan necesidad de amar, para mantener su sensualidad a distancia de sus objetos de amor." A partir de 1967 con la introducción del pase, y a medida que crecía la importancia del concepto de lo real en la trilogía de lo simbólico, lo real y lo imaginario, Lacan transformó a ese pequeño a (esa "nada" que siempre falta donde se la espera) en un resto (un real heterogéneo), imposible de simbolizar. El objeto del deseo se identifica entonces con el goce puro, con lo que se separa de lo simbólico y lo significante para "caer", con riesgo de que vuelva en lo real en forma alucinatoria (forclusión). De allí la idea de que la terminación de un análisis ubica al analista didacta en la posición del objeto (pequeño) a: desaparece, cae, para dejar que el sujeto advenga a su verdad.
Objteto (relación de) Alemán: Objektbeziehung. F rancés: Relation d'objet. Inglés: Object-relation. fuente(78) Expresión empleada por los sucesores de Sigmund Freud para designar las modalidades fantasmáticas de la relación del sujeto con el mundo exterior, tal como se presentan en las elecciones de objetos que ese sujeto realiza. Para comprender la extensión que ha adquirido en psicoanálisis esta problemática durante la segunda mitad del siglo XX, es preciso partir de la concepción freudiana de la pulsión y su objeto, mediante el cual la pulsión trata de alcanzar su fin, "a saber: un cierto tipo de satisfacción -subrayan Jean Laplanche y Jean-Bertrand Pontalis-. Puede tratarse de una persona o de un objeto parcial, de un objeto real o de un objeto fantasmático." En Freud no se encuentra ninguna conceptualización de la relación como tal, y la cuestión de la relación del sujeto con el objeto es pensada bajo la categoría de los estadios en el sentido evolutivo y biológico del término. En 1924 Karl Abraham revisó esta teoría, dividiendo los diferentes estadios hasta atribuirles una posición (estructural) más bien que un itinerario biológico, e introduciendo la idea de que las actividades del sujeto son modeladas por los propios objetos o, más precisamente, por el modo en que el sujeto se construye en la relación con los objetos parciales. Quedó de tal modo abierto el camino a una inversión radical de la perspectiva freudiana. En lugar de pensar la evolución del sujeto según los reordenamientos sucesivos de la relación pulsional y sexual con el objeto, en adelante se tratará de demostrar cómo se organiza estructuralmente la actividad fantasmática precoz según los tipos de relación objetal. En 1934, a continuación de Abraham, Melanie Klein reemplazó la noción de estadio por la de posición, elaborando al mismo tiempo el concepto de objeto (bueno y malo) El acento se puso entonces en el clivaje del objeto, y no ya en el clivaje del yo. Dos años después, en 1936, Jacques Lacan siguió la misma vía, al teorizar la noción de Wallon de estadio del espejo. En ambos casos, para el movimiento psicoanalítico se trataba de explorar los fundamentos de la personalidad humana: el sí-mismo (self) como imagen o relación con el prójimo (el otro), el objeto en tanto que es incorporado, introyectado, proyectado, persecutorio o, por el contrario, gratificante. En el plano terapéutico, se trataba de introducir la técnica psicoanalítica en el ámbito de la educación de los niños y de luchar contra el nihilismo terapéutico de la psiquiatría en el terreno del tratamiento de la locura y el autismo. De tal modo, el kleinismo y el lacanismo tienen en común una fuerte voluntad de aprehender la vida fantasmática inconsciente del hombre, más allá de la evolución biológica. De allí el reemplazo de la noción de estadio por la de relación objetal, y el acento puesto en el rol primero de la madre, mientras que Freud siempre había privilegiado al padre. Después de la Segunda Guerra Mundial, y a continuación de las Grandes Controversias que dividieron en tres corrientes a la British Psychoanalytical Society (BPS), la clínica de las relaciones de objeto adquirió tal amplitud que desbordó a la vez el kleinismo y el annafreudismo: se habló entonces de una Object-Relations School (escuela de las relaciones objetales), ilustrada por los trabajos de Michael Balint, Wilfred Ruprecht Bion, Ronald Fairbairn, Donald Woods Winnicott y, más en general, por el grupo de los Independientes. El aporte kleiniano no dejó de estar presente, pero el análisis de las relaciones de objeto no apuntaba ya exclusivamente a la realidad psíquica o fantasmática; se extendió al estudio de todas las formas de ambiente (familiar, social, etcétera). En adelante se trataría de comprender las modalidades de la inserción del yo en la cultura (Ego Psychology, neofreudismo), la fenomenología de las transiciones entre el no-yo y el yo (objeto transicional), y los trastornos narcisistas ligados a la radicalización del individualismo en un mundo occidental dominado por la razón económica (Self Psychology). La relación de objeto se convirtió en la principal consigna de la edad de oro del psicoanálisis de lengua inglesa. De hecho, la extensión del término acompañó a la expansión del propio psicoanálisis. Al convertirse en una práctica de masas, el freudismo de la segunda mitad del siglo no sólo tuvo que enfrentar las escisiones, sino que también se vio forzado a repensar su doctrina a través de una reflexión sobre el modo en que el hombre construye su personalidad en sus relaciones con el ambiente. En Francia, Lacan atacó ese lugar creciente del fenómeno "relacional" en su seminario de 1956-1957, en el momento mismo en que se celebraba el centenario del nacimiento de Freud. Con la intención de reencontrar el objeto en sí (en el sentido freudiano), pero también de tratar con indulgencia a los autores ingleses que admiraba y en quienes se inspiraba, Lacan criticó violentamente a los clínicos de la escuela francesa, en particular a Maurice Bouvet, miembro de la Société psychanalytique de Paris (SPP), y autor de un artículo sobre la relación de objeto inspirado en los trabajos anglosajones. Expuso entonces su propia concepción de la relación de objeto, a mitad de camino entre el freudismo clásico, el kleinismo y las tesis de Winnicott. Al plantear la cuestión del objeto en términos de falta y de pérdida, instauró una especie de geometría variable de la objetalidad, en la cual intervienen tres modalidades relacionales: la privación, la frustración y la castración, jerarquizadas según los tres registros de lo real, lo imaginario y lo simbólico. La privación es definida como la falta real de un objeto simbólico, la frustración como la falta imaginaria de un objeto real (una reivindicación sin término), y la castración como la falta simbólica de un objeto imaginario (resolución del enigma de la diferencia de los sexos: el pene le falta a la mujer sin que esto la inferiorice). Tres años más tarde, como su predecesores, Lacan introdujo una concepción propia del objeto: el objeto (pequeño) a.
Objeto transicional At.: Übergangsobiekt. Fr.: objet transitionnel. Ing.: transitional object. It.: oggetto transizionale. Por.: objeto transicional. fuente(79) Término introducido por D. W. Winnicott para designar un objeto material que posee un valor electivo para el lactante y el niño pequeño, especialmente en el momento de dormirse (por ejemplo, un ángulo del cubrecama, una toalla que chupetea). El recurrir a objetos de este tipo constituye, según el autor, un fenómeno normal que permite al niño efectuar la transición entre la primera relación oral con la madre y la «verdadera relación de objeto». Lo esencial de las ideas de Winnicott acerca del objeto transicional se encuentra en un artículo titulado Objetos transicionales y fenómenos transicionales (Transitional Objeas and Transitional Phenomena, 1953). 1.° En el plano de la descripción clínica, el autor pone de manifiesto un comportamiento frecuentemente observado en el niño y lo denomina relación con el objeto transicional. Es frecuente ver al niño, entre los cuatro y doce meses, aficionarse a un objeto particular, como un pedazo de lana, el ángulo de un cubrecama o de un edredón, etc., que chupa, aprieta contra sí mismo y se muestra indispensable sobre todo en el momento de dormirse. Este «objeto transicional» conserva su valor durante mucho tiempo, antes de perderlo progresivamente; también puede reaparecer más tarde, sobre todo cuando se aproxima una fase de depresión. Winnicott clasifica dentro de este grupo ciertos gestos y diversas actividades bucales (por ejemplo, gorjeos) que denomina fenómenos transicionales. 2.° Desde el punto de vista genético, el objeto transicional se sitúa «entre el pulgar y el oso felpudo». En efecto, si bien constituye «una parte casi inseparable del niño», diferenciándose así del futuro juguete, es también la primera «posesión de algo que es no yo» (not-mepossession). Desde el punto de vista libidinal, la actividad sigue siendo de tipo oral. Lo que varía es la posición del objeto. En la primera actividad oral (relación con el pecho) existe lo que Winnicott denomina una «creatividad primaria»: «Este pecho es constantemente recreado por el niño en virtud de su capacidad de amor o, por así decirlo, en virtud de su necesidad [...]. La madre sitúa el pecho real en el lugar mismo en que el niño está dispuesto a crearlo y en el momento adecuado». Más tarde funcionará la prueba de realidad. Entre estos dos tiempos se sitúa la relación con el objeto transicional, que se halla a mitad de camino entre lo subjetivo y lo objetivo: «Desde nuestro punto de vista, el objeto viene del exterior: pero el niño no lo concibe así. Tampoco viene del interior: no es una alucinación». 3.° El objeto transicional, si bien constituye un momento de paso hacia la percepción de un objeto netamente diferenciado del sujeto y hacia una «relación de objeto propiamente dicha», no ve, sin embargo, su función totalmente abolida al continuar el desarrollo del individuo. «El objeto transicional y el fenómeno transicional proporcionan, desde un principio, a todo ser humano algo que seguirá siendo siempre importante para él, a saber, un campo neutro de experiencia que no será puesto en duda». Pertenecen, según Winnicott, al terreno de la ilusión: «Este campo intermedio de experiencia, del cual no necesita justificar la pertenencia a la realidad interior ni a la realidad exterior (y compartida), constituye la parte más importante de la experiencia del niño. Se prolongará, a lo largo de toda la vida, en la experiencia intensa que corresponde a la esfera de las artes, de la religión, de la vida imaginativa, de la creación científica». Objeto transicional Objeto transicional Alemán: Übergangsobjekt. Francés: Objet transitionnel. Inglés: Transitional object. fuente(80) Expresión creada por Donald Woods Winnicott en 1951 para designar al objeto material (juguete, animal de felpa o trozo de tela) que tiene para el lactante y el infante un valor preferencial y le permite efectuar la transición necesaria entre la primera relación oral con la madre y una verdadera relación objetal. Esta conceptualización notable de una realidad que todo progenitor puede observar en el niño pequeño, que durante varios años conserva consigo un objeto predilecto, negándose a menudo a abandonarlo, se inscribe en el marco de la elaboración por el kleinismo de la cuestión de la relación de objeto. Fue expuesta por primera vez en una conferencia en la British Psychoanalytic Society (BPS), el 30 de mayo de 1951. Notable clínico de la infancia, Winnicott sitúa el objeto transicional en el área de la ilusión y el juego. Aunque el lactante lo "posea" como sustituto del seno, no reconoce que forme parte de la realidad exterior: es la "primera posesión «no-yo»". También está destinado a proteger al niño de la angustia de separación en el proceso de diferenciación entre el yo y el no-yo. Un objeto es transicional porque marca el pasaje del niño, desde un estado en el que se encuentra unido al cuerpo de la madre, a otro estado en el que puede reconocerla como diferente de él y separarse de ella: hay allí una transición desde la relación fusional (no-yo) hacia una simbolización de la realidad objetal (yo). Esta concepción del objeto transicional surgió de una lectura fenomenológica de la cultura cristiana, como lo ha señalado Winnicott en su prefacio de 1971 a Juego y realidad, en el cual evoca la célebre controversia sobre la transustanciación. La transformación del pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Jesús es a juicio de Winnicott un fenómeno transícional.
Objeto único fuente(81) Definción En el año 1988 Janine Puget e Isidoro Berenstein propusieron llamar Objeto único "a una modalidad vincular primitiva narcisista, que rinde cuenta de un vínculo entre un yo inerme y desamparado y un otro dotado de la capacidad de contrarrestar dicho estado". Se refieren a un funcionamiento primitivo en el que uno de los polos del vínculo despliega una serie de funciones que se constituyen en condición necesaria para el devenir humano del otro polo del mismo. De ahí, su carácter universal. Estas funciones consisten en proveer la acción específica convirtiéndose en un objeto asistente; ser dador de significados; dotar de índices para diferenciar mundo interno de mundo externo (función de indicación); ser dador de una organización del transcurso del tiempo (dador de temporalidad); dotar de los signos que permitan establecer la relación, uno a uno, entre signo y significado (función semiótica); y prever el estado emocional del otro (función anticipatoria). Este modelo de funcionamiento corresponde a un vínculo originario, caracterizado por la asimetría definida desde la indefensión psíquica y la prematurez biológica que caracterizan al infans en la díada con el otro primordial. Origen e historia del término La conceptualización de este funcionamiento vincular reconoce sus orígenes en numerosos desarrollos psicoanalíticos. Freud, en el "Proyecto de una Psicología para Neurólogos ", habla del asistente, para aludir a aquél que realiza la acción específica, y cuando más adelante describe el sentimiento oceánico, enfatiza la vertiente placentera del funcionamiento fusiona]. También en sus trabajos sobre enamoramiento e hipnosis vemos resaltados ciertos atributos y funciones de esta modalidad vincular, y designa "Objeto único" al lugar que ocupa el hipnotizador, que más tarde heredará el analista en una de las vertientes de la transferencia. Lugar del supuesto al saber, recubrimiento imaginario, condición indispensable para instalar el punto de partida analítico. P. Aulagnier en sus desarrollos del concepto de violencia primaria, intrínsecamente necesaria para la constitución del aparato psíquico, alude -sin formularlo así- a los atributos del Objeto único en sus funciones semánticas, semióticas y anticipatorias. Reconocemos también en esta autora algunas resonancias del concepto cuando se refiere a la sombra hablada y al proyecto identificatorio. Podríamos también reconocer en la relación pasional, prototipo de vínculo asimétrico, una modalidad disfuncional del Objeto único. Desarrollo desde la perspectiva vincular Las parejas pueden estructurar su vínculo tomando como modelo el funcionamiento a predominio de Objeto único. En ese caso se dirá que ostentan un funcionamiento dual y asimétrico. Cada caso en particular pondrá en juego diferentes atributos o funciones del Objeto único configurando así, diversas tipologías. Por ejemplo en el funcionamiento amparador-desamparado se privilegia la función de asistente. Este modelo de funcionamiento vincular, en tanto asigna lugares diferentes para cada uno en la asimetría, puede estereotiparse o bien ser intercambiable, dependiendo de la plasticidad de la pareja, así como de las posibilidades individuales. Este funcionamiento a predominio de Objeto único, resulta paradigmático del enamoramiento. Se trata de una conceptualización valiosa ya que rescata una modalidad relacional narcisista originaria que se encuentra, a su vez, formando parte de lo constitutivo mismo del vínculo de pareja, así como también entre sus expresiones más patológicas. Señalaremos, sin embargo, algunos de los obstáculos que ha traído esta denominación, tanto como su conceptualización. En cuanto a lo primero, el llamar Objeto a una modalidad vincular, genera una confusión propia del deslizamiento conceptual que supone el uso de un término tributario del psicoanálisis individual (Objeto), al psicoanálisis de los vínculos. Históricamente, la relación de objeto alude al mundo interno, espacio intrasubjetivo y unidireccional en el sentido de la puesta en juego del deseo: hay un sólo deseo actuando, y la ausencia del otro es lo que motoriza. Por el contrario, el vínculo se caracteriza por la bidireccionalidad de la relación intersubjetiva, en la que se da la extraterritorialidad entre los polos y en la que la presencia del otro es lo que motoriza. Reconocemos que son muchas más las precisiones que se imponen en relación a estos términos, pero ellas excederían, en mucho, el alcance de este trabajo. La otra vertiente de la dificultad tendría que ver con la revisión y actualización misma de la Teoría de los Vínculos, que ha tenido lugar en estos diez años, ampliando su alcance. Una de las cuestiones con la que una de sus autores (J. Puget) hoy ya no estaría de acuerdo en sostener, es todo lo referente al tema de la asimetría y el desvalimiento con que se caracterizó a uno de los polos del vínculo, en su funcionamiento originario. La asimetría sería pensable sólo desde el modelo biológico y, en cambio, según la autora, tanto el bebé como la mamá tendrían, desde lo psíquico, la misma fuerza para la creación y determinación del vínculo. Obsérvese que la autora lo plantea ya desde el modelo de relación con el otro primordial. Sin embargo, también sería enriquecedor para la teoría vincular conservar las funciones que se atribuyen al Objeto único, y poder decir algo más sobre el poder de determinación del vínculo, por presencia, en su especificidad. Problemáticas conexas Los nuevos desarrollos de la teorización sobre vínculos incluyen una nueva formulación metapsicológica de un sistema de tres espacios psíquicos con inscripción simultánea, a saber: los espacios intra, inter y transubjetivos (ver Tres Espacios Psíquicos). Desde este nuevo postulado, el vínculo, tal como ya lo definimos, está presente desde el comienzo de la vida, y su representación cae bajo la represión primaria dando lugar a un ilusorio estado fusiona]. Por lo tanto, en esta modalidad de funcionamiento a predominio de Objeto único quedaría desmentido el otro del vínculo en su condición de sujeto, así como también la separatividad. Esta nueva teorización genera un cambio en la manera de entender la constitución misma de la subjetividad, descartando las formulaciones clásicas que parten de una unidad fusional originaria para ir desplegando luego, modalidades de relación cada vez más complejas hasta arribar a una creciente separatividad y al reconocimiento de la alteridad del otro. Veremos ahora cómo se despliega en los tres espacios este funcionamiento narcisista del Objeto único, entendido desde la nueva perspectiva. En el espacio intersubjetivo de la pareja una de las posibles expresiones sería la tendencia monogámica, lo que Puget y Berenstein explican como una elaboración genital de la relación de Objeto único. En el espacio transubjetivo podría manifestarse en la concepción monoteísta de Dios; como también en la relación entre la masa y el líder. En este caso, el funcionamiento a predominio de Objeto único es dador de pertenencia y constituye un factor de cohesión del conjunto. En el espacio intrasubjetivo este modelo relacional narcisista ha sido ampliamente desarrollado por las teorías que sustentan las relaciones objetales. El predominio de este funcionamiento narcisista en las parejas da lugar a disfunciones vinculares tales como el reproche y el malentendido así como también es generador de patologías graves tales como los vínculos pasionales, los de alienación y todos los funcionamientos duales. Para finalizar, podemos decir que esta noción de Objeto único también forma parte de la definición de otros conceptos básicos de la teoría vincular tales como el zócalo inconsciente de la pareja y la representación del Objeto-Pareja.
Obsesión fuente(82) s. f. (fr. obsession; ingl. obsession; al. Zwangsvorstellung, Zwangshandlung). Trastorno psíquico caracterizado por la irrupción en el pensamiento de un sentimiento o una idea que le aparece al sujeto como un fenómeno morboso, que proviene sin embargo de su propia actividad psíquica, y que persiste un tiempo más o menos largo a pesar de su voluntad conciente y de todos sus esfuerzos para desembarazarse de él. Fue el alienista francés J. Falret quien introdujo este término (a partir del latino obsidere, asediar) para subrayar hasta qué punto ciertas ideas patológicas asedian la conciencia del paciente. Se pensó por mucho tiempo que era una patología de la voluntad, ya que el enfermo no parecía tener la fuerza como para desembarazar -se de ella. Fue S. Freud el que le dio una explicación psicoanalítica, recurriendo a las nociones de represión, aislamiento, anulación y regresión al estadio sádico-anal, al individualizar la neurosis obsesiva. La obsesión está generalmente asociada a la compulsión, acción que el sujeto se ve obligado a cumplir contra su voluntad conciente. En alemán, por otra parte, «Zwang» corresponde a obsesión cuando se trata de ideas (Zwangsvorstellung, representación obsesiva) y a compulsión cuando se trata de actos (Zwangshandlung, acción compulsiva).
Ocho interior fuente(83) Curva cerrada definida en el crosscap a partir de cualquier punto y atravesando dos veces el horizonte, es decir, la recta de puntos impropios (ver: plano proyectivo). Es fácil ver que esta curva recorre al crosscap por dentro y por fuera lo que muestra que, en realidad, se trata de una superficie unilátera. Si se corta la superficie a lo largo del ocho interior, se obtienen dos partes separadas: un disco y una banda de Möbius.
Ocultismo Alemán: Okkultismus. Francés: Occultisme. Inglés: Occultism. fuente(84) Movimiento espiritualista que agrupó a taumaturgos, filósofos, magos y místicos, el ocultismo apareció a fines del siglo XIX como reacción al positivismo de los saberes enseñados en las universidades de los países occidentales. Se intentaba reunir en un sincretismo popular, difundido por diferentes sectas, temas comunes a las religiones occidentales y orientales. El objeto de ese movimiento era la resurrección de los saberes llamados ocultos o reprimidos, tanto por la ciencia oficial como por las religiones instituidas como Iglesias. En la historia del psicoanálisis y sus orígenes, se emplea el adjetivo oculto o el sustantivo ocultismo para designar un ámbito de lo irracional a la vez interno y externo a la doctrina freudiana, y en el cual se incluyen el espiritismo y la telepatía.
Odier Charles (1886-1954) Psiquiatra y psicoanalista suizo fuente(85) Formado como psiquiatra en Viena por Julius Wagner-Jauregg, analizado más tarde en Berlín, entre 1923 y 1928, por Karl Abraharn y Franz Alexander, Charles Odier tuvo un itinerario clásico en la historia del freudismo. Proveniente de una familia protestante originaria de Normandía y refugiada en Suiza después de la revocación del edicto de Nantes, participó en el nacimiento del psicoanálisis en Ginebra y más tarde, en 1926, con Raymond de Saussure, en la fundación de la Société psychanalytique de Paris (SPP), donde formó a didactas. En el momento de la Segunda Guerra Mundial volvió a Suiza y se instaló en Lausana, donde publicó numerosos artículos clínicos, desarrollando en ellos una teoría psicogenética del yo inspirada en las tesis de Jean Piaget (1896-1980). Murió prematuramente, como consecuencia de un cáncer de hígado.
Odio fuente(86) s. m. (fr. haine; ingl. hatred, hate; al. Hafi). Pasión del sujeto que busca la destrucción de su objeto. El odio es para S. Freud un hecho clínico fundamental. De él esboza el origen psíquico y las consecuencias sociales. Un hecho clínico fundamental. El odio es un hecho clínico cuya evidencia se le impone a Freud. Esta pasión se manifiesta particularmente en la experiencia del duelo a través de los síntomas o de los sueños. Freud muestra de entrada su importancia a propósito de su paciente Elisabeth (Estudios sobre la histeria, 1895). La joven había experimentado una gran satisfacción con la idea de que su hermana al fin muriese y le dejase así la vía libre para casarse con su cuñado. Pero se había defendido de esta representación insoportable convirtiendo esa excitación psíquica en síntomas somáticos: dolores en la pierna. La confesión de este odio acarrea en ella la desaparición parcial de sus síntomas. Del mismo modo, el obsesivo puede sufrir la pérdida real de un ser cercano con una intensidad que Freud califica de patológica. Paga el derecho de este odio inconfesado respecto de ese ser cercano volviéndolo contra sí mismo bajo la forma de una culpabilidad autopunitiva. El odio hacia sí mismo es por lo tanto característico del masoquismo moral (Duelo y melancolía, 1915), Pero Freud comprueba más generalmente en La interpretación de los sueños (1900) que la obligación convencional de amar al prójimo provoca la represión de los pensamientos de odio y su reaparición disfrazada en los sueños de duelo. Cuando alguien sueña que su padre, su madre, su hermano o su hermana han muerto y que se apena mucho por ello, es porque ha deseado su muerte en un momento dado, antes o ahora. El dolor experimentado en el sueño burla a la censura. Su origen y su incidencia social. Este odio se origina para Freud en la relación primordial del sujeto con los objetos reales pertenecientes al mundo exterior, y no deja de tener su efecto social. Así, el sujeto odia, detesta y persigue, con la intención de destruirlos, a todos los objetos que son para él una fuente de displacer. La relación con el mundo exterior extraño que aporta excitaciones está marcada entonces por este odio primordial. Forman parte de esto real extraño todos los objetos sexuales cuya presencia o ausencia el sujeto al principio no domina. Así sucede con el seno materno, por ejemplo (Trabajos sobre metapsicología, 1915). También forman parte de esto los seres cercanos que impiden la satisfacción: caso de los hermanos o las hermanas. Por lo común el sujeto los ve como intrusos en la conquista del afecto parental. Igualmente, el odio puede separar a la madre y a la hija en la lucha más o menos explícita que llevan para recibir el amor exclusivo del padre. Y opone con fuerza al padre y al hijo en la rivalidad sexual. Pues es la función del padre la que le interesa sobre todo a Freud. Su presencia hace obstáculo para el niño en la satisfacción del deseo con la madre, cualquiera que sea su sexo. Pero el varón lo odia con particular vigor, porque le prohibe gozar del objeto femenino que el apetito sexual de ese padre lo lleva sin embargo a desear. Freud ve en esta rivalidad rencorosa el resorte de la prohibición del incesto, del complejo de Edipo y del complejo de castración, incluso del deseo mismo. El destino psíquico del sujeto depende para él de la manera en que el sujeto atraviesa este período. La significación simbólica de este odio lo distingue del odio primordial e indiferenciado respecto de toda fuente de displacer. Efectivamente, el odio al padre está en el origen de la ley simbólica de la interdicción, es decir, del lazo social. Para subrayar su alcance civilizador, Freud elabora el mito del padre de la horda asesinado por sus hijos celosos o el de Moisés asesinado por su pueblo. Del remordimiento por el odio y el asesinato del padre nacen para él todas las interdicciones sociales (Tótem y tabú, 1912-13; Moisés y la religión monoteísta, 1939). A la inversa, Freud insiste también en la tendencia natural del hombre a la maldad, la agresión, la crueldad y la destrucción, que viene del odio primordial y tiene incidencias sociales desastrosas. Pues el hombre satisface su aspiración al goce a expensas de su prójimo, eludiendo las interdicciones. Explota sin resarcir, utiliza sexualmente, se apropia de los bienes, humilla, martiriza y mata. Como debe renunciar a satisfacer plenamente esta agresividad en sociedad, le encuentra un exutorio en los conflictos tribales o nacionalistas. Estos permiten a los beligerantes señalar fuera de las comunidades fraternales enemigos aptos para recibir los golpes (El malestar en la cultura, 1929). Esta comprobación lo vuelve a Freud pesimista y poco inclinado a creer en el progreso de la humanidad. Lacan aprueba estas conclusiones. La voluntad de hacer el bien desde un punto de vista moral, político o religioso enmascara siempre [si está muy centrada en el bien] una insondable agresividad. Es la causa del mal (La ética del psicoanálisis, 1960). Lacan se empeña sobre todo en mostrar la dimensión imaginaria del odio según dos registros distintos: el odio celoso y el odio del ser. La experiencia analítica lleva a veces al sujeto a superarlo, pero también a reconocer su fecundidad simbólica. Odio celoso y odio del ser. El hermano, la hermana y más en general toda persona rival son objeto del odio celoso. Para ilustrar -lo, Lacan desarrolla a lo largo de sus seminarios el mismo ejemplo, el del niño descrito por San Agustín en las Confesiones. Todavía no habla y ya contempla pálido, y con una mirada ponzoñosa, a su hermano de leche. El hermano prendido al seno materno le presenta de pronto a este niño, al sujeto celoso, su propia imagen corporal. Pero en esta imagen que le presenta, el sujeto se percibe como desposeído del objeto de su deseo. Es el otro el que goza de él en una unidad ideal con la madre, y no él. Esta imagen es fundante de su deseo. Pero la odia. Le revela un objeto perdido que reanima el dolor de la separación de la madre (La identificación, 1962). El paranoico permanece en este odio de la imagen del otro sin acceder al deseo. Es el doble, el perseguidor que conviene eliminar. Esta experiencia se renueva para cada uno a través de los encuentros en los que el deseo es visto en el otro bajo la figura del rival, del traidor o de la otra mujer. Basta con que el otro sea supuesto [como] gozando, aun si el sujeto celoso no tiene la menor intuición de ese goce. El odio del ser, más intenso todavía, concierne a Dios o a alguien más allá de los celos (Aún, 1973). Contrariamente al precedente, no depende de la mirada o de la imagen. Es inducido por el hecho de que el sujeto imagina la existencia de un «ser» que posee un saber inasible y, sobre todo, amenazante para su propio goce. Lo odia entonces con violencia. Para Lacan es el odio de los hebreos hacia Jehová. El Dios celoso de saber perfecto prescribe la Ley a su pueblo radicalmente imperfecto, exponiéndose a la traición y al odio. El odio del ser puede también apuntar al ser de una persona a la que le es supuesto un saber más perfecto y cuyas conductas o proposiciones son entonces execradas. Más en extenso, es el caso del que viene a perturbar el goce común, las convicciones bien asentadas. Este odio, a menudo amplificado por las instituciones, les tocó en suerte a ciertos científicos demasiado audaces para su tiempo: Galileo, Cantor, Freud, y otros. Más en general, el que está adelantado a su época desde el punto de vista del conocimiento lo encuentra inevitablemente. Deviene el «ser», ese objeto extraño y repugnante que se trata de destruir o excluir, como en el odio primordial descrito por Freud, y aun, ese padre fundador cuya memoria conviene reprimir. Vanidad y fecundidad del odio. El odio del ser, como el odio celoso, son en última instancia vanos desde un punto de vista psicoanalítico. El odio del ser divino le parece a Lacan cada vez menos justificado. Los sujetos han visto revigorizado y luego ahogado este odio por los diluvios de amor del cristianismo. Finalmente han dejado de creer en la presencia de un saber divino sobre todo, de una «omniciencia» amenazante de la intimidad de su goce. Del mismo modo, si durante la cura le sucede a un analizante hacer de su analista un dios, más o menos rápidamente se da cuenta de que ese otro no lo sabe todo (Aún, 1973). La alternancia de odio y amor, esa «enamorodiación» [hainamoration], según Lacan, con la que el analizante gratifica al analista supuesto [al] saber, es por lo tanto superable. El odio se debilita desde que se revela la naturaleza de ese saber. Pues el saber del que el analizante puede disponer al final de la cura no es el saber de ningún ser. Es colectivo, impersonal e incompleto, no tiene nada de divino. El ateísmo consecuente del psicoanalista sería entonces una docta ignorancia sin odio ni amor. En cuanto al odio celoso, para Lacan es también un síntoma «<Apertura» del Seminario del Servicio Deniker en Sainte-Anne, 1978). Sólo se revela superable a condición de que el sujeto haya tomado la medida exacta del goce que codicia en su semejante. El odio es vano, pero sus afinidades con la figura paterna, por una parte, y con el conocimiento, por otra, pueden hacerlo fecundo. Sin esta experiencia inicial del odio del padre, no hay acceso al or -den de la ley simbólica. En su otra vertiente, el odio tiene un lazo profundo con el deseo de saber. Para Freud, nuestro placer y nuestro displacer dependen en efecto del conocimiento que tenemos de algo real tanto más odiado cuanto que es desconocido. Lo real es entonces sobrestimado por la amenaza que representa. El odio participa así de la inventiva del deseo de saber (Pulsiones y destinos de pulsión, 1915, Freud; Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Lacan, 1964; 1973).
Öhm Aurelia, nacida Kronich (1875-1929), caso "Katharina"Öhm Aurelia, nacida Kronich (1875-1929), caso "Katharina" Öhm Aurelia Nacida Kronich (1875-1929), caso "Katharina" fuente(87) Aurelia Kronich es el verdadero nombre de "Katharina", una de las pacientes cuyos historiales Sigmund Freud incluyó en los Estudios sobre la histeria. Allí narró, en forma de diálogo, un encuentro encantador en 1893, en los Alpes austríacos, mientras él estaba de vacaciones. En una posada, una camarera de 18 años le pidió consejo al doctor Freud respecto de sus síntomas "nerviosos": respiración agitada, vértigos, sensación de ahogo. Interrogada por él, evocó la escena de seducción traumatizante a la que había asistido dos años antes entre su tío, el patrón del albergue, y su prima Franziska. Los dos estaban juntos en una cama y, ante ese espectáculo, Katharina fue víctima de vómitos y vértigo. Después le narró esa escena a la tía, quien entonces decidió abandonar al marido, mientras que Franziska quedó encinta de él. Al explorar sus recuerdos, Katharina encontró escenas anteriores. El tío también había tratado de seducirla a ella cuando tenía 14 años. Freud, en concordancia con su teoría de la seducción de antes de 1896, llega a la conclusión de que, "Desde este punto de vista, el caso de Katharina es típico. En todos los análisis de la histeria basada en un trauma sexual, se descubre que ciertas impresiones experimentadas en una época presexual, y que no habían tenido ningún efecto sobre la niña, conservan más tarde su poder traumático como recuerdos, cuando la joven o la mujer adquiere la noción de la sexualidad." En 1924 Freud añadió una nota para precisar que Katharina no era la sobrina sino la hija del dueño del albergue. Albrecht Hirschmüller y Gerhard Fichtner fueron los primeros en revelar, en 1985, la verdadera identidad de Katharina. Era Aurelia Kronich, la segunda hija de una pareja de ricos hoteleros vieneses. El padre, Julius Kronick, sedujo en efecto a Barbara Göschl, su sobrina política, cuando ésta tenía 25 años. Más tarde se casó con ella, y tuvieron dos hijos. En cuanto a Aurelia, se casó con un húngaro, tuvo seis hijos, y en 1903 volvió a vivir en los Alpes austríacos, donde murió veintiséis años más tarde. Para Peter Swales, este "caso princeps" fue el primer psicoanálisis salvaje.
Omnipotencia fuente(88) Freud señaló con precisión el contexto de la noción de omnipotencia en el momento en que ella fue adquirida por el vocabulario y la teoría del psicoanálisis. «El principio que rige la magia --escribe en el capítulo 3 de Tótem y tabú («Animismo, magia y omnipotencia de las ideas»)- o sea la técnica del modo de pensamiento animista, es la de la omnipotencia de las ideas... Debo esta expresión, "omnipotencia de las ideas", a un enfermo muy inteligente que sufría de representaciones obsesivas y que, una vez curado gracias al psicoanálisis, dio pruebas de clara inteligencia y buen sentido. Él forjó esta expresión para explicar todos esos fenómenos singulares e inquietantes que parecían perseguirlo a él y a todos los que sufren del mismo mal. Le bastaba pensar en una persona para encontrarla de inmediato, como si la hubiera invocado. ¿Pedía algún día noticias de alguna persona que había perdido de vista desde un tiempo antes? Era para enterarse de que había muerto, de manera que podía creer que esa persona se había relacionado telepáticamente con su atención. Cuando, sin tomar la cosa en serio, le lanzaba una maldición a alguien, vivía a partir de ese momento en un miedo perpetuo a enterarse de su muerte y de sucumbir bajo el peso de la responsabilidad en la que había incurrido. En muchos casos, él mismo pudo decirme, en el curso de las sesiones de tratamiento, de qué modo se había producido la engañosa apariencia, y lo que él había puesto de su parte para dar más fuerza a sus supersticiosas expectativas. Todos los enfermos obsesivos son supersticiosos, y casi siempre en contra de sus propias convicciones. La persistencia de la omnipotencia de las ideas se nos aparece con la mayor nitidez en la neurosis obsesiva; las consecuencias de esta manera de pensar primitiva están, en este caso, más próximas a la conciencia. No obstante, debemos cuidarnos de ver en la omnipotencia de las ideas el carácter distintivo de esta neurosis, pues el examen analítico descubre las mismas características en todas las otras. «Sea cual fuere la neurosis de que se trata, lo que la determina en sus síntomas no es la realidad de los hechos vividos, sino la del mundo del pensamiento. Los neuróticos viven en un mundo particular donde sólo se cotizan (para emplear una expresión de la que ya me he servido en otra parte) "los valores neuróticos", es decir que los neuróticos sólo le atribuyen eficacia a lo que es intensamente pensado, afectivamente representado, sin preocuparse de saber si lo que de este modo se piensa y se representa está de acuerdo o no con la realidad exterior. El histérico reproduce en sus accesos y fija con sus síntomas acontecimientos que no se desarrollaron como tales más que en su imaginación, y que sólo en último análisis se reducen a acontecimientos reales, sea a su fuente, sea a los materiales utilizados en su construcción. Se comprendería mal el sentimiento de culpa que abruma al neurótico si se pretendiera explicarlo por faltas reales. Un neurótico obsesivo puede ser abrumado por un sentimiento de culpa sólo justificado en un criminal que hubiera cometido varios asesinatos, mientras que él se comporta y siempre se ha comportado con su prójimo de la manera más respetuosa y escrupulosa. Y, no obstante, su sentimiento tiene una base. Extrae sus motivos de los anhelos de muerte interesados y frecuentes que, en su inconsciente, se dirigen contra su semejante. Tiene una base, aunque se trata, no de hechos reales, sino de intenciones inconscientes. Pero es así como la omnipotencia de las ideas, el predominio concedido a los procesos psíquicos sobre los hechos de la vida real, pone de manifiesto una eficacia ¡limitada en la vida afectiva de los neuróticos y en todas las consecuencias que se desprenden de ella.» Este desarrollo prolonga manifiestamente un pasaje del relato del análisis del Hombre de las Ratas: «Desearía discutir además un rasgo de superstición de nuestro enfermo, que sin duda habrá suscitado la sorpresa de más de un lector, allí donde yo lo he mencionado. »Quiero hablar de la omnipotencia que atribuía a sus pensamientos, a sus sentimientos y a los buenos y malos anhelos que pudiera tener. «Uno sentiría por cierto la tentación de declarar que en este caso se trata de un delirio que supera los límites de la neurosis obsesiva. Pero he encontrado la misma convicción en otro enfermo obsesivo curado hacía mucho tiempo y que desarrollaba una actividad normal; de hecho, todos los neuróticos obsesivos se comportan como si compartieran esa convicción. Tenemos que dilucidar esta sobrestimación. Admitamos mientras tanto sin rodeos que en esta creencia se revela una buena parte de la megalomanía infantil, e interroguemos a nuestro paciente para saber en qué basa su convicción. El responde refiriéndose a dos acontecimientos de su vida. Cuando ingresó por segunda vez en el establecimiento de hidroterapia donde su enfermedad había mejorado en su primera y única internación anterior, pidió la misma habitación que, gracias a su ubicación, había favorecido sus relaciones con una de las enfermeras. Se le contestó que esa habitación estaba ya ocupada por un viejo profesor; ante esta noticia, que reducía en mucho sus probabilidades de cura, reaccionó con palabras poco amables: "¡Ah, que se muera de una apoplejía!". Quince días más tarde, se despertó de noche, perturbado por la idea de un cadáver, y a la mañana se enteró de que el viejo profesor había realmente sucumbido a un ataque de apoplejía, y de que el cadáver había sido llevado a su habitación, más o menos en el momento del despertar de nuestro obsesivo. El otro acontecimiento tenía que ver con una señorita de cierta edad, completamente abandonada, que experimentaba una gran necesidad de ser amada y se le insinuaba reiteradamente, y que una vez le había preguntado de modo directo si él no sentía algún afecto por ella. Su respuesta fue evasiva; algunos días después se enteró de que esa señorita acababa de arrojarse por la ventana. Entonces se hizo reproches y se dijo que hubiera podido salvarla de la muerte ofreciéndole su amor. De esta manera adquirió la convicción de la omnipotencia de su amor y de su odio. Sin negar la omnipotencia del amor, queremos no obstante poner de relieve que en ambos casos se trató de la muerte y adoptaremos la explicación que se impone: nuestro paciente, como otros obsesivos, está obligado a sobrestimar el efecto sobre el mundo exterior de sus sentimientos hostiles, porque escapa a su conocimiento una buena parte de la acción psíquica interna de esos sentimientos. Su amor -o más bien su odio- es verdaderamente omnipotente: pues son justamente estos sentimientos los que producen las obsesiones cuyo origen él no comprende y contra las cuales se defiende sin éxito.» Antes Freud había subrayado la parte que le correspondía al pensamiento consciente, no sólo en la obsesión en sí, sino también en las manifestaciones de la lucha de defensa secundaria, y daba como ejemplo la alteración fonética de la palabra «Abwehr» (defensa), término que su paciente «conocía -precisa Freud- por nuestras conversaciones teóricas sobre el psicoanálisis». A esta primera versión de la omnipotencia, el tema del narcisismo y la segunda tópica le asociarán la noción que veinte años más tarde desarrolla de ellos El malestar en la cultura. Esta noción representa allí a primera vista el contrapeso del trabajo de la civilización: «En el curso de este estudio, se nos impuso por un momento la intuición de que la civilización es un proceso aparte que se despliega por encima de la humanidad, y seguimos bajo el imperio de esta concepción. Añadimos ahora que ese proceso estaría al servicio del Eros, y a tal título querría reunir a los individuos aislados, más tarde a las familias, después a las tribus, a los pueblos o las naciones, en una vasta unidad: la humanidad misma. ¿Por qué es una necesidad? No lo sabemos en absoluto. Ésta sería justamente la obra del Eros. Estas masas humanas tienen que unirse libidinalmente entre ellas. La necesidad por sí sola, las ventajas del trabajo en común, no les darían la cohesión deseada. Pero la pulsión agresiva natural de los hombres, la hostilidad de uno contra todos y de todos contra uno, se opone a este programa de la cultura. Esta pulsión agresiva es la descendencia y el representante principal de la pulsión de muerte que encontramos obrando junto al Eros, y que comparte con él el dominio del mundo. A mi juicio, desde ahora la evolución de la cultura deja de ser oscura: debe mostrarnos la lucha entre el Eros y la muerte, entre el instinto de vida y el instinto de destrucción, tal como se despliega en la lucha humana. Esta lucha, en resumidas cuentas, es el contenido esencial de la vida. Por ello es preciso definir esta evolución cultural con la breve fórmula siguiente: el combate de la especie humana por la vida. Y es esta lucha de gigantes lo que pretenden aplacar nuestras nodrizas en su "arroró del cielo". «En esta lucha, sin embargo, la omnipotencia está llamada a desempeñar un papel esencial, gracias a su interiorización en forma de superyó: ¿a qué medios recurre la cultura para inhibir la agresión, para volver inofensivo a ese adversario, y quizás eliminarlo? Hemos ya identificado algunos de esos métodos, pero aún no conocemos el que aparentemente es el más importante. «Podemos estudiarlo en la historia del desarrollo del individuo. ¿Qué ocurre en él que vuelve inofensivo su deseo de agresión? Una cosa muy singular. No lo habríamos imaginado, y sin embargo no resulta necesario buscar lejos para descubrirlo. La agresión es "introyectada", interiorizada, pero también, en verdad, devuelta al punto mismo del que había partido: en otros términos, es dirigida contra el propio yo. Allí será retomada como una parte de ese yo, la cual, como "superyó", se pondrá en oposición a la otra parte. Entonces, en calidad de "conciencia moral", manifiesta con respecto al yo la misma agresividad rigurosa que al yo le habría gustado satisfacer contra individuos extraños. A la tensión suscitada entre el superyó severo y el yo sometido a él, la llamamos "sentimiento o conciencia de culpa"; se pone de manifiesto con la forma de "necesidad de castigo". La civilización domina entonces el peligroso ardor agresivo del individuo, debilitándolo, desarmándolo, haciéndolo vigilar por mediación de una instancia que está en él mismo, como una guarnición militar emplazada en una ciudad conquistada.» Aquí interviene un análisis del sentimiento de culpa, destinado a explicar la equivalencia entre la culpabilidad ligada al otro y la ligada exclusivamente a la inversión. «A menudo, el mal no consiste en absoluto en lo que es perjudicial y peligroso para el yo, sino por el contrario en lo que es deseable para él y le procura un placer. Allí se manifiesta por lo tanto una influencia extraña, que decreta lo que hay que llamar el bien y el mal. Como el hombre no ha sido orientado hacia esta discriminación por su propio sentimiento, para someterse a esa influencia extraña debe tener una razón. Es fácil descubrirla en su desamparo y su dependencia absoluta respecto de otro, y no podría definírsela mejor que como ansiedad ante la pérdida de amor. Si le sucede que pierde el amor de la persona de la que depende, pierde al mismo tiempo su protección contra todo tipo de peligros, y el principal al que queda expuesto es que esa persona omnipotente le demuestre su superioridad en forma de castigo. Así, el mal es originalmente aquello por lo cual se es amenazado con ser privado del amor, y por miedo a exponerse a esta privación uno tiene que abstenerse de hacer el mal. «De modo que muy poco importa que uno lo haya hecho o que sólo haya tenido la intención de hacerlo; en ambos casos, el peligro sólo surge cuando la autoridad descubre la cosa, y en los dos casos ella se comportaría de modo análogo. A este estado se lo llama "mala conciencia", pero hablando propiamente no merece ese nombre, pues en ese estadio el sentimiento de culpa es evidentemente sólo angustia ante la pérdida del amor, angustia "social".» Así, la omnipotencia del superyó sucede a la de la autoridad exterior: «En el origen, el renunciamiento es la consecuencia de la angustia inspirada por la autoridad externa; se renuncia a las satisfacciones para no perder su amor. Una vez realizado esto, uno está, por así decirlo, como libre de deuda con ella. No debería subsistir entonces ningún sentimiento de culpa. Pero sucede otra cosa con la angustia ante el superyó. En este caso, la renuncia no proporciona un socorro suficiente, pues el deseo persiste y es imposible disimularlo ante el superyó. En consecuencia, se originará un sentimiento de falta, a pesar de la renuncia realizada, y esto constituye un grave inconveniente económico de la entrada en juego del superyó o, como también puede decirse, del modo de formación de la conciencia moral. Desde luego, la renuncia a las pulsiones ya no ejerce ninguna acción plenamente liberadora; la abstinencia ya no es recompensada por la seguridad de conservar el amor, y se ha intercambiado una desdicha exterior amenazante (pérdida del amor de la autoridad exterior y castigo de su parte) por una desdicha interior continua, es decir, ese estado de tensión propio del sentimiento de culpa». En Freud, estas interpretaciones derivan por otra parte de una energética en la que se expresa la característica más esencial de la pulsión: «¿Cómo hacer entrar en este cuadro el refuerzo de la conciencia moral por la desdicha (esa renuncia impuesta desde afuera), o el rigor tan extraordinario de dicha conciencia en el ser mejor y más dócil? Ya hemos explicado estas dos particularidades morales, pero es probable que subsista la impresión de que estas explicaciones no han proyectado sobre ellas una luz completa, que han dejado en la sombra ciertos hechos fundamentales. Aquí es oportuno introducir por último una concepción enteramente propia del psicoanálisis, y por completo ajena al pensamiento humano tradicional. Su naturaleza nos permite comprender por qué este tema tenía que parecernos tan embrollado y opaco, puesto que equivale a decir: en el origen, la conciencia moral (o, más exactamente, la angustia que más tarde se convertirá en la conciencia) es de hecho la causa de la renuncia a la pulsión, pero posteriormente la relación se invierte. Toda renuncia pulsional se convierte entonces en una fuente de energía para la conciencia moral, pues toda nueva renuncia a la satisfacción intensifica a su vez la severidad y la intolerancia de dicha conciencia, y si podemos conciliar mejor estas nociones con la historia del desarrollo de la conciencia moral, tal como lo conocemos ya, sentiríamos la tentación de suscribir la tesis paradójica siguiente: la conciencia es la consecuencia de la renuncia a las pulsiones. O bien: la renuncia a las pulsiones, que nos ha sido impuesta desde afuera, engendra la conciencia, la cual exige entonces nuevos renunciamientos». En definitiva, la «omnipotencia» de los pensamientos, noción inicialmente discernida en el análisis de la neurosis obsesiva, posteriormente aprovechó la exigencia de los desarrollos de la pulsión de muerte, en oposición a la virtud socializante de la libido, antes de volverse, en forma de superyó, contra la pulsión individual y colectiva de agresión. ¿Es decir que se contradicen estos dos últimos aspectos del desarrollo del concepto? Sin duda, habría más bien que observar que ese desarrollo corresponde a una mutación en la representación de la colectividad. Ésta emerge en el pensamiento freudiano con la forma de la «coalición» de los hermanos para destituir al jefe de la horda. Con la destitución del jefe se consuma la apropiación de su poder por el grupo. La colectividad así formada dispondrá de la omnipotencia animada por la exigencia destructiva de la pulsión de muerte, y también heredará el narcisismo individual en la forma de narcisismo del grupo, que Freud por otra parte registra en sus artículos sobre la guerra. Además, Freud precisa que esta colectividad no podría intervenir como legislativa, garante del superyó individual, hasta que no se haya producido la mutación desde la sociedad restringida hasta la sociedad «extendida» -definiéndose la primera como una sociedad cara a cara, y la segunda como la forma despersonalizada de la sociedad, que por este hecho tiene la vocación de reemplazar la autoridad exterior para imponerse al yo con la forma del superyó- No se desconocerá por ello la matriz de la noción, tal como la puso de manifiesto la neurosis obsesiva. Desde el punto de partida, en efecto, Freud había subrayado la afinidad de esta omnipotencia de las ideas con la omnipotencia de las palabras. Así se nos incita a esclarecer las mutaciones en el registro del lenguaje y, desde esta perspectiva, a examinar las contribuciones de Lacan: por una parte, el alcance de la distinción entre la palabra y el lenguaje, lenguaje que recibe su estatuto de la impersonalidad del código, y por la otra, la suspensión de la cadena significante al «gran A» en que se funda la capacidad expansiva de dicha cadena.
Ophuijsen Johan H. W. Van (1882-1950) Psiquiatra y psicoanalista norteamericano fuente(89) Nacido en Sumatra, Johan Van Ophuijsen fue uno de los pioneros del psicoanálisis en Holanda y un clínico notable. Toda su vida quedó signada por los conflictos institucionales particularmente intensos de la Sociedad Psicoanalítica Holandesa, que él enfrentó con coraje e inteligencia. Después de estudiar medicina en Leyden y de pasar por la Clínica del Burghölzli, en Zurich, en 1917 fundó la Nederlandse Vereniging voor Psychoanalyse (NVP), junto con August Stárke, Jan Van Ernden, el psiquiatra Gerbrandus Jelgersma (1859-1942), el hipnotizador Albert Willem Van Renthergem (1845-1939) y el neurólogo A. Van der Chijs (1875-1926). En 1918 se opuso a Jelgersma a propósito de la admisión de los no-médicos en la NVR En efecto, Jelgersma rechazaba a los psicoanalistas legos, y pronto se asoció a los junguianos para fundar un nuevo grupo, que en 1934 se convertiría en la Asociación Holandesa de Psicopatología y Psicoanálisis Psiquiátrico. Dos años después, Ophuijsen organizó el Congreso de la International Psychoanalytical Association (IPA) de La Haya, y en 1922 viajó a Alemania para realizar su formaciôn didàctica en el Berliner Psychoanalytisches Institut (BPI), con Karl Abraham. Se interesó especialmente por la melancolía, la persecución, el sadismo y los trastornos de la sexualidad masculina. Después de haber sido vicepresidente y tesorero de la IPA, en 1930 creó en La Haya un instituto de psicoanálisis siguiendo el modelo del instituto de Berlín, pero, atravesada por conflictos, la nueva organización no llegó a funcionar correctamente. Sería clausurada dos años más tarde. En 1933 Ophuijsen renunció a la NVP, que se negaba a admitir en sus filas a los inmigrantes que huían del nazismo, en particular a August Watermann, Karl Landauer y Theodor Reik. Fundó entonces una nueva sociedad, la Vereniging voor Psychoanalyse in Nederland (VPN), pronto reconocida por la IPA, y que en 1938 se fusionaría con la antigua NPV gracias a la intervención de René De Monchy. En 1934 Ophuijsen emigró a Sudáfrica, desde donde un año más tarde emigró a los Estados Unidos, instalándose primero en Detroit y después en Nueva York.
Oral (estadio) fuente(90) (fr. stade oral; ingl. oral stage; al. orale Stufe). Primer estadio de la evolución libidinal, caracterizado por el hecho de que el lactante encuentra su placer en la alimentación, la actividad de la boca y de los labios, El placer de chupar, ligado primero a una necesidad fisiológica, se convierte en el lugar de una actividad autoerótica específica, que constituye el primer modelo de toda satisfacción sexual. En 1915, S. Freud insiste en el carácter canibálico del estadio oral: la relación que se instaura con el objeto del deseo es la de «comer-ser comido», relación llamada de «incorporación». K. Abraham ha distinguido dos fases en el seno del estadio oral: primero una fase de succión, luego una fase sádica (estadio sádico-oral), correspondiente a la aparición de los dientes y a fantasmas de mordedura y de devoración. Para M. Klein, discípula de Abraham, el estadio oral está ligado a la relación entre el niño y el seno materno: satisfacción y frustración constituyen la relación del niño con el seno, a la vez bueno y malo.
Organización fuente(91) Definición Organización: fr. organization; it. organizzazione; i. organization; a. Organisation, Einrichtung. La composición y correspondencia de las partes del cuerpo del animal entre sí que componen la perfección del todo. Constitución de un pueblo, de un régimen, de un regimiento, en fin de todo orden de interés. De órgano instrumento músico. Conducto en el cuerpo del animal por donde se comunican los líquidos. Metáfora: conducto por donde una cosa se comunica a otra. Medio de expresión de la voluntad de alguno. órgano de Aristóteles, nombre que se dio a su lógica. Del sánscrito: obrar. Organización (organization): s. 1. Conjunto compuesto por diferentes partes que realizan funciones distintas pero coordinadas e interrelacionadas de tal modo que las partes forman una unidad o totalidad; o el proceso por medio del cual se origina una disposición sistemática de tal tipo.- Sin. grupo, sistema, Gestalt, organismo (restringido a los seres vivos), organización social. 2. Proceso por medio del cual las excitaciones psicofísicas se distribuyen a sí mismas en una Gestalt perceptiva. 3. Grado de unidad, de interdependencia, hallado en cualquier totalidad compleja: un alto nivel de organización. Origen e historia del término Desde principio de siglo han ido surgiendo diferentes teorías que tratan de dar cuenta del abordaje a los problemas de estructuración de las actividades en las organizaciones, en agrupaciones permanentes de personas, cuyo objetivo es la producción teniendo en cuenta su naturaleza y funcionamiento. En los últimos años el enfoque de esta problemática ha ido desarrollando diversos métodos. Diferentes corrientes Las teorías clásicas y neoclásicas, las teorías de los sistemas sociales que toman en cuenta el comportamiento de la forma y de la dinámica de los sistemas y de la administración estratégica. Su preocupación está ligada a las estructuras en cuanto a la problemática de los dirigentes de las organizaciones, destacándose su aspecto normativo. Algunos de sus representantes: F. W. Taylor es fundador del movimiento de la organización científica del trabajo. Su objetivo es la eliminación de la pérdida de tiempo, de dinero, de materiales; para lo cual se debe derribar obstáculos y descubrir los métodos más eficaces para realizar una tarea y dirigir a los obreros. La esencia de su postura es la "cooperación estrecha, íntima, personal entre la administración y los obreros". Una buena o mala administración estaría determinada por la ausencia o presencia del pedido de salarios elevados, desde los obreros, y el deseo de bajar los costos, desde la administración. P. F. Drucker se ocupa especialmente de las tareas de la dirección general desde los que ejercen una actividad práctica en las empresas. Un tema fundamental es el de la conducción por objetivos desde la administración, teniendo en cuenta la misión de la organización. "La organización es una máquina para maximizar las fuerzas humanas". El éxito de una empresa se debe a la organización de la responsabilidad de los trabajadores, para lo cual deben tener un trabajo organizado, autocontrol y un continuo aprendizaje. La empresa tiene una finalidad social y los dirigentes una responsabilidad social que consiste en lograr que la empresa ejecute su misión específica y dominar los impactos sociales que su acción provoca. La empresa es una institución para generar cambios, lo cual significa satisfacer a las personas de afuera, servir a una causa de afuera, obtener resultados afuera. H. A. Simon considera fundamental el estudio de todas las implicancias (psicológicas, económicas, de organización, lógicas, etc.) en su teoría de la decisión. Esta teoría la elabora aplicando la teoría psicológica del comportamiento a la organización y a la economía. Para analizar el proceso de decisión en el hombre hay que suponer que éste no es ni demasiado racional ni está del todo afectado por el medio ambiente. Una organización es una institución fuertemente orientada por las tareas que cumple, en ella hay que considerar al hombre poseedor de una conducta racional, pero limitada y constreñida por el entorno. El objetivo de una teoría de la organización es descubrir todas las limitaciones prácticas a la racionalidad humana e intentar modificarlas para mejorar es la irracionalidad ya sea actuando sobre el hombre o el medio. Distingue las decisiones programadas que son procedimientos repetitivos y rutinarios y las no programadas que se refieren a problemas no estructurados o de gran importancia. J. W. Forrester desarrolla un método de análisis de las empresas y de todo sistema social basado en la teoría de los sistemas. Se basa en dos nociones: sistema como conjunto de elementos que pueden presentar diversos estados o conjunto de variables que pueden tomar diversos valores. Así la empresa es más un sistema abierto que cerrado: posee entradas por las cuales su interior recibe influencias y salidas por las cuales ejerce influencia sobre el exterior. Representa el sistema concreto, que es la empresa, por un sistema abstracto que describe matemáticamente las interconexiones de sus elementos entre si y con el exterior. La simulación es para conocer el comportamiento del sistema a través del modelo abstracto que simbolice a toda o a parte de la empresa. Otro concepto importante es el de red, por donde circulan los elementos de igual naturaleza física, nombra seis redes, de las cuales la red de información tiene especial importancia pues une las otras categorías de redes. Las teorías sociológicas se proponen encontrar las variables esenciales que objetivamente determinan las estructuras y que manipulan las organizaciones como tecnología, incertidumbre, objetivos, etc. Algunos de sus representantes: M. Weber con su teoría sobre las estructuras de autoridad hace una clasificación de las organizaciones. Diferencia poder (aptitud para forzar a la obediencia) y autoridad (aptitud para hacer observar voluntariamente las órdenes). Hay tres tipos de organizaciones en base a la manera de legitimar la autoridad: a) carismática, basada en las cualidades personales del líder superiores a las de los demás individuos, son organizaciones inestables por su construcción con problemas en la sucesión ya que la autoridad se basa en una sola persona; b) tradicional, la autoridad se basa en los precedentes, lo heredado y las costumbres, estas organizaciones tienen dos formas la patrimonial y la feudal; c) racional-legal es la organización burocrática en la que los medios se eligen para alcanzar objetivos específicos (racional) y la autoridad se ejerce con ayuda de normas y procedimientos impersonales (legal). Sistema eficaz por la extrema despersonalización que permite una gran coordinación y un control muy positivo. Según el autor el capitalismo ha tenido un papel preponderante en el desarrollo de la burocracia pues se trata de un sistema económico basado en el cálculo racional de la ganancia a largo plazo. A. Etzioni dice "nacimos dentro de organizaciones, fuimos educados por organizaciones y la mayoría de nosotros dedica gran parte de su existencia a trabajar para organizaciones". Diferencia las organizaciones de los otros agrupamientos humanos, son unidades sociales deliberadamente construidas y reconstruidas para promover objetivos específicos (empresas, ejércitos, escuelas etc.). Se caracterizan por la división del trabajo y del poder, por la presencia de uno o varios centros de decisión que indican el desempeño que debe lograr la organización y por el remplazo del personal que no da satisfacción. El enfoque estructuralista es necesario para el estudio de las organizaciones mediante el cual debe realizarse una síntesis entre la teoría clásica y su organización formal y la escuela de las relaciones humanas y su organización informal. El éxito de una organización depende en gran medida de su capacidad para controlar a sus participantes. Hay tres tipos de implicancias de los miembros de una organización: la alienación, la calculada, la moral. Sostiene que las organizaciones que difieren en cuanto al tipo de control que utilizan y en cuanto a la alienación o al compromiso que provocan difieren también en su estructura de acuerdo con varios aspectos significativos. Esas diferencias estructurales son el lugar y la función del liderazgo, el poder de penetración y el campo de acción entre otras. A. Touraine diferencia dos formas de organización de empresas: la organización lineal con un sistema de tipo piramidal y la organización funcional en la que la autoridad de un jefe está determinado por una técnica o una especialidad aunque reconoce que en las organizaciones reales la fórmula es mixta. Considera el papel de la técnica como desburocratizante por lo tanto no se deben analizar las empresas como burocracias sino como instituciones políticas. Las teorías psicológicas estudian temas como la satisfacción, el estado de ánimo, la actitud de los hombres en el trabajo, el comportamiento de los grupos laborales, los tipos de dirección, los modos de participación de los empleados. Comprendió la característica especial de la psicología de los sujetos sometidos a un trabajo y la influencia que tiene en ellos las características de una organización como ser la relación cansancio-rendimiento. Algunos de sus representantes: E. Mayo es pionero del movimiento de las relaciones humanas y de la sociología del trabajo tomando la vinculación existente entre productividad y estado de ánimo de los empleados, las relaciones personales dentro de cada grupo y de los grupos entre sí y las maneras de dirigir. Comenzó estudiando las causas de la fatiga, el ausentismo y los accidentes de trabajo. La base de este movimiento con métodos psicológicos y sociológicos fue no confundir organización humana con organización técnica, ya que suele haber oposición entre ellas, para lograr conciliar individuo y organización. K. Lewin con un enfoque desde diferentes disciplinas es considerado fundador de la escuela lewiniana. Su teoría del campo (teoría dinámica y psicología topológica) la aplica al estudio de la personalidad y de las relaciones humanas en los grupos. Explica el hartazgo laboral como proceso que depende del contexto de la actividad, de la implicancia personal en ella, del estado psicológico individual y del grado de rigidez de los sistemas de relaciones psicológicas. Trató de comprender el proceso de frustración y regresión en el trabajo en base a los síntomas de los sujetos que debían realizar trabajos imposibles. Demostró que el éxito o el fracaso en el trabajo dependían más de las aspiraciones de la persona que de su rendimiento técnico objetivo. Realizó experiencias en lo referente a la autoridad y a la influencia social para ver el efecto de los diferentes estilos de liderazgo en el ambiente grupal, en su productividad y en el comportamiento de cada uno de sus miembros. Considera que la mayor fuente de resistencia al cambio está en el temor a apartarse de las normas del grupo, si todos los miembros cuestionan juntos esas normas, el cambio resulta más fácil. E. Jaques está considerado como un iniciador de la aplicación del psicoanálisis en las organizaciones. Su método poco directivo consistía en formular recomendaciones sin quitar nunca la responsabilidad de sus acciones a las personas involucradas. Siguiendo a Freud, para modificar a los hombres y a las organizaciones, utiliza los principios del inconsciente, los conceptos de transferencia y resistencia y la interpretación. Todo cambio en una organización debe pasar por el análisis de su totalidad sociológica. Una organización es el ensamble de la estructura social, la cultura y la personalidad de los miembros; así la vida de una empresa es una interacción constante de la estructura, de la cultura y de la personalidad. El elemento principal de la cohesión de los individuos en una organización es la defensa contra el retorno de las ansiedades psicóticas (paranoides o depresivas) y el cambio social se produce cuando las relaciones sociales fantasmáticas no pueden ayudar a defenderse contra el retorno de las ansiedades psicóticas. La aparición de las ansiedades psicóticas es la contradicción entre cada personalidad y las exigencias de la función, además de la necesidad de tener una función claramente definida y aceptada por sí mismo y por sus colegas. Una clarificación de las funciones y un sistema eficaz de comunicación es lo fundamental para la adaptación y el cambio en las organizaciones. C. Argyris estudió las relaciones entre la personalidad del individuo y las formas de organización. Una organización será eficaz si permite a todos sus miembros alcanzar el éxito psicológico, es decir, si proporciona tareas que brinden a sus miembros la posibilidad de desarrollar su eficacia personal, con dos condiciones que los individuos deben reconocer su valor y aspirar a la competencia y que la sociedad debe valorar su propia estima y la de la competencia. El dilema de las organizaciones está entre satisfacer las aspiraciones de los empleados de lograr éxito psicológico y satisfacer las exigencias de la estructura piramidal. Ve las organizaciones del futuro como dando mayor importancia a los valores fundamentales que son los objetivos, el mantenimiento del sistema interno, la adaptación al entorno. Los factores emocionales y la competencia interpersonal necesarios para el logro de estos valores tendrán tanta importancia como los valores de racionalidad y de competencia intelectual. Subraya la necesidad de ligar siempre el aspecto sociológico al psicológico y que la ausencia de uno de estos aspectos podría llevar a conclusiones erróneas. Las nuevas organizaciones tenderán a modificar sus estructuras según los tipos de decisión que deban tomar por lo que se contará con organizaciones con numerosas estructuras. Corriente argentina: E. Pichon Rivière es uno de los antecesores de esta corriente. Postula que lo comunitario incluye lo institucional, que a su vez incluye lo grupal (sociodinámico) y a su vez incluye lo individual (psicosocial). La Psicología Social aborda la relación e interacción entre estructura social y la configuración del mundo interno del sujeto; estudia los vínculos interpersonales. Indaga los campos de lo grupal y de lo comunitario. Bleger, J. Desde sus estudios sobre la Psicología Institucional dice que el concepto institución ha sido usado con significados muy distintos, en uno de los cuales se define como organización en el sentido de una disposición jerárquica de funciones que se realizan generalmente dentro de un edificio, área o espacio delimitado. Para explicamos el papel del grupo como institución y el papel del grupo en las instituciones agrega que el grupo es un conjunto de instituciones pero tiende a estabilizarse como una organización con pautas fijas y propias; teniendo como ley que sus objetivos explícitos pasan a segundo plano y la perpetuación de la organización como tal a primer plano. Tienden a tener la misma estructura que el problema que tienen que enfrentar. Ellas constituyen partes de la personalidad de los individuos. Afirma que las instituciones y organizaciones son depositarias de la parte psicótica de la personalidad. Considera que la empresa es la institución que plantea los problemas más agudos en cuanto a la elucidación de objetivos y a la aceptación de la tarea profesional. Baremblitt, G. define así a las organizaciones: son las formas materiales en las cuales las Instituciones se realizan o encarnan. Por su magnitud va de un gran complejo organizacional, como un Ministerio, hasta un pequeño establecimiento escolar. Concretizan las opciones que las instituciones enuncian. Las instituciones no tendrían vida, realidad social si no fuese a través de las organizaciones. Pero las organizaciones no tendrían sentido, objetivos, dirección sino estuviesen informadas, como lo están por las instituciones. La organización está compuesta por unidades menores por ejemplo: establecimientos (escuela, fábrica etc.). Los establecimientos incluyen el equipamiento que son los dispositivos técnicos. Institución - Organización - Establecimiento - Equipamiento se moviliza a través de los agentes, que son los seres humanos, que son soporte y protagonistas. El Organizante es una actividad perrnanentemente crítica y transformadora, optimizadora de la organización. El Organizado se ilustra con el organigrama o flujograma, que es necesario pero tiene una tendencia natural a cristalizarse, a esclerosarse históricamente. Lo instituido, instituyente, organizantes y organizados que constituyen la red social actúan en conjunto. Cada uno de ellos actúa en el otro, por el otro, para el otro y desde el otro. Existe una interpretación de los cuatro que se da a nivel del funcionamiento y de la función; a nivel de la producción y de la reproducción; a favor de la utopía o en contra de ella. Schlemenson, A.: La organización constituye un sistema socio-técnico integrado, deliberadamente constituido para la realización de un proyecto concreto, tendiente a la satisfacción de necesidades de sus miembros y de una población o audiencia externa, que le otorga sentido. Está inserta en un contexto socioeconómico y político con el cual guarda relaciones de intercambio y de mutua determinación. Esta sería la caracterización del objeto de estudio del Análisis Organizacional, considerado como estrategia de abordaje. Se trata de desarrollar la comprensión de los aspectos intrapersonales, interpersonales, organizativos, tecnológicos, axiológicos y contextuales que afectan el desarrollo de la organización y la realización de sus miembros. Los cambios surgen de tres formas distintas a consecuencia del análisis: a) por la elaboración de conflictos conscientes e inconscientes vinculados con el problema en cuestión, b) por el descubrimiento creciente de las variables en juego y e) por la resolución de problemas específicos y la generación de nuevos principios de funcionamiento, de nuevas políticas que constituyen formulaciones en un nivel de abstracción que compromete conductas organizativas, encuadre del trabajo, modelo de organización, planeamiento, etcétera. El enfoque del análisis organizacional es, simultáneamente, histórico-genético, situacional y prospectivo. Se indaga el origen de los problemas, entendiendo la importancia de los determinantes históricos particulares, se los estudia en el aquí y ahora de la situación de consulta y se incluye la perspectiva intencional, el análisis de los fines, los objetivos y las metas. Schvarstein, L.: Basándose en las conceptualizaciones de Pichon Rivière define una Psicología Social en las organizaciones, cuyo objeto es la indagación de las interacciones entre individuos en ese ámbito específico y sus efectos sobre la configuración del mundo interno de cada uno de ellos. Psicología Social en las organizaciones significa pensar en los individuos, producidos por ellas y productores de ellas. Define establecimientos como escuelas, fábricas a los cuales se asigna en general una finalidad social determinada por una o más de las instituciones; para llegar a que las organizaciones están entonces atravesadas por muchas instituciones que determinan "verticalmente" aspectos de las interacciones sociales que allí , se establecen, este es el atravesamiento. Así las organizaciones son unidades compuestas. Entre sus componentes están las interacciones entre los sujetos. Las organizaciones son lugares "virtuales" que no existen fuera de la percepción del observador. Por la imposibilidad de su aprehensión como un todo necesita de procesos de comunicación; los valores vigentes construirán la realidad, estos valores corresponden a la categoría de los preceptos, códigos de reconocimiento. Así estamos frente a un concepto cultural, convencional, existente a través de la construcción que de él se hace. Una organización es un conjunto ordenado y estructurado de preceptos, una imagen perceptiva. Etkin, J. y Schvarstein, L.: Abordan el tema de la identidad de las organizaciones. La identidad es el concepto que permite distinguir a cada organización como singular, particular y distinta de las demás. Las organizaciones se caracterizan como entidades autónomas por su capacidad para fijar sus propias reglas de operación y estas reglas no están subordinadas a las relaciones con el contexto. Para el estudio de los elemento! de la identidad utilizan la lógica de los sistemas cerrados, de la clausura organizacional y de la recurrrencia en las relaciones de organización, en el sentido que ellas autorrefuerzan los rasgos constitutivos del sistema. Para que los rasgos de identidad se trasformen significa que haya una refundación de la organización. Desarrollo desde la perspectiva vincular Se remite al término Institución pues tiene en lo referente a la perspectiva vincular una misma línea en sus aportes. Podemos agregar aquí tomado de "Malestar en la cultura" de Freud que dice en lo referente al trabajo que después que el hombre primordial hubo descubierto que estaba en su mano -entiéndaselo literalmente- mejorar su suerte sobre la Tierra mediante el trabajo, no pudo serle indiferente que otro trabajara con él o contra él. Así el otro adquirió el valor del colaborador, con quien era útil vivir en común. Kaës en su estudio psicoanalítico de las instituciones siguiendo a C. Castoriadis y J. Bleger dice que la organización tendría un carácter contingente y concreto, dispondría no de finalidades sino de medios para lograrlas. Perspectiva organizacional 1951 (1945). Jaques, La cultura cambiante de una fábrica 1953/1960. Jaques y Menzies, Los sistemas sociales como defensa contra la ansiedad Etzloni, Organizaciones modernas (Referente estructuralista del modelo organizacional) Katz y Kahn, Psicología social de las organizaciones Lourau y Lapassade, Claves de la sociología 1974. Jaques, Manual de valoración de puestos Jaques, Una teoría general de la burocracia 1987. Schlemenson, Análisis organizacional y empresa unipersonal. Crisis y conflicto en contextos turbulentos Schlemenson, La perspectiva ética en el análisis organizacional. Un compromiso reflexivo con la acción. Problemáticas conexas Tiene íntima conexión con conceptos del Psicoanálisis (identidad, vínculo entre otros), con Psicología del Trabajo, Psicología Institucional y con disciplinas del campo de la administración, sociología, economía y de la política.
Organización de la libido Al.: Organisation der Libido. Fr.: organisation de la libido. Ing.: organization of the libido. It.: organizzazione della libido. Per.: organizaçâo da libido. fuente(92) Coordinación relativa de las pulsiones parciales, caracterizadas por la primacía de una zona erógena y un modo específico de relación de objeto. Consideradas en una sucesión temporal, las organizaciones de la libido definen fases de la evolución psicosexual Infantil. La evolución de los puntos de vista de Freud acerca de la organización de la libido puede concebirse del siguiente modo: en la primera edición de los Tres ensayos sobre la teoría sexual (Drei Abhandlungen zur Sexualtheorie, 1905), se describen las actividades orales, o anales como actividades sexuales precoces, pero sin mencionar a este respecto una organización; el niño no sale de la anarquía de las pulsiones parciales hasta haber conseguido la primacía de la zona genital. Si bien la idea central de los Tres ensayos es ciertamente la de señalar la existencia de una función sexual más amplia que la función genital, ésta posee el privilegio de ser la única capaz de organizar aquélla. Esquematizando las modificaciones aportadas por la pubertad, Freud escribe en 1905: «La pulsión sexual ha sido hasta aquí predominantemente autoerótica; ahora encuentra el objeto sexual. Hasta este momento su actividad provenía de cierto número de pulsiones y de zonas erógenas separadas, que, independientemente unas de otras, buscaban un placer determinado como único fin sexual. Ahora aparece un nuevo fin sexual, y todas las pulsiones parciales actúan en conjunto para alcanzarlo, mientras que las zonas erógenas se subordinan a la primacía de la zona genital». Se observará que, en aquellas fechas, Freud no hablaba de organización pregenital y que, en definitiva, lo que permite la coordinación de las pulsiones es el descubrimiento del objeto. También por parte del objeto Freud descubre a continuación un modo de organización de la sexualidad que él intercala entre el estado desorganizado de las pulsiones (autoerotismo) y la plena elección de objeto: el narcisismo. El objeto es entonces el yo como unidad. En 1913, en el artículo sobre La predisposición a la neurosis obsesiva (Die Disposition zur Zwangsneurose), Freud introduce el concepto de organización pregenital: aquí la unificación de las pulsiones se encuentra en el predominio de una actividad sexual ligada a una zona erógena determinada. Describe primeramente la organización anal (1913, artículo citado), luego la oral (edición de 1915 de los Tres ensayos) y finalmente, la fálica (en 1923, en La organización genital infantil [Die infantile Genitalorganisation]). Señalemos, no obstante, que, tras haber descrito estas tres organizaciones, Freud reafirmará que «[...] la plena organización no se alcanza hasta la pubertad, en una cuarta fase, la fase genital». Al intentar definir los modos de organización pregenitales de la sexualidad, Freud siguió dos caminos entre los cuales no puede establecerse una rigurosa correspondencia. Según uno de estos caminos, la función de organizador la cumple el objeto: los distintos modos de organización se suceden entonces según una serie que va desde el autoerotismo al objeto heterosexual, pasando por el narcisismo y la elección objetal homosexual; según el otro camino, cada organización se centra sobre un modo específico de actividad sexual que depende de una zona erógena determinada. Desde esta segunda perspectiva, ¿cómo comprender esta primacía de una zona erógena y de la actividad correspondiente a ella? A nivel de la organización oral, la primacía de la actividad (oral) puede entenderse en el sentido de una relación casi exclusiva con el medio ambiente. Pero ¿ocurre lo mismo en cuanto a las organizaciones ulteriores, que no suprimen el funcionamiento de las actividades no predominantes? ¿Qué significa, por ejemplo, hablar de una primacía de la analidad? Esta no puede entenderse como una suspensión, ni siquiera como el paso a segundo plano, de toda la sexualidad oral; de hecho, ésta se encuentra integrada a la organización anal, y los intercambios orales se impregnan de las significaciones ligadas a la actividad anal.
Organizador fuente(93) Definición Factor capaz de producir y mantener, mediante la subordinación de elementos diversos a una ley común de selección, de composición y de armonización de sus relaciones recíprocas, una unidad funcional y estructural entre esos elementos. Ésta nueva unidad posee características distintivas y efectos propios, que constituyen su manifestación. Origen e historia del término El término organizador comienza a utilizarse hacia fines del siglo XVIII, como derivado del verbo organizar que, anteriormente empleado con el sentido de 'volver apto para la vida', adquiere por esa época también la significación de 'dotar de una estructura, de una constitución determinada, de un modo de funcionamiento'. En 1924, a partir de su empleo por la Embriología, organizador adquiere estatuto de concepto al describir aquella parte del embrión que provoca la diferenciación de zonas y tejidos embrionarios. En psicoanálisis, es Jacques Lacan (1938) el primero en aplicarlo -aunque, en sentido estricto, elige más bien un neologismo: 'organiseur'- con relación al complejo. El complejo, dice Lacan 'une en una forma fija un conjunto de reacciones que puede interesar a todas las funciones orgánicas, desde la emoción hasta la conducta adaptada al objeto. Lo que lo define es el hecho de que reproduce una cierta realidad del ambiente ( ... ). Así, los complejos de destete, del intruso y de Edipo desempeñan efectivamente un papel de organizadores en el desarrollo de la vida psíquica, pero también, por corresponder a la cultura, en los hechos psíquicos de la familia humana, 'el lugar fundamental de los complejos más estables y más típicos'. La familia, dice, se convierte así en objeto de un análisis concreto. René Spitz (1954; 1957), que utiliza el término por analogía con su antecedente embriológico, lo define como la integración que tiene lugar entre, por una parte, las corrientes de desarrollo que operan en los diferentes sectores de la personalidad unas con otras, y por otra parte el proceso mismo de la maduración. Llama entonces organizador al resultado de la integración completa, es decir, a la formación de una nueva estructura psíquica sobre un nivel de complejidad más elevado. Las corrientes unidas en haces y organizadas a partir de él, producen esquemas de comportamiento, síntomas visibles de esa convergencia de tendencias y acontecimientos madurativos y psicológicos, llamados 'indicadores': la sonrisa social, la angustia frente a los extraños, el gesto de 'no' con la cabeza. Las concepciones de Lacan y Spitz difieren en que, para el primero, el 'organizador' posibilita la integración, para el segundo, es un punto de llegada. Desarrollo de la perspectiva vincular Los organizadores del grupo W. R. Bion (1948) observa en los grupos pautas de comportamiento que se repiten, determinando una u otra 'cultura de grupo', la cual consiste en la estructura que el grupo logra en un momento dado, por las tareas que se propone y la organización que adopta. Describe tres pautas de comportamiento típicas, que llama supuestos básicos: de dependencia, de ataque-fuga y de emparejamiento. Sin embargo, no es el mismo Bion, sino J. B. Pontalis (1963) quien señala la cualidad de organizadores de estos supuestos básicos, en la medida en que 'constituyen esquemas subyacentes que organizan (en el sentido en que se habla de organizadores en embriología) el comportamiento de un grupo y, por ejemplo, orientan la elección sobre determinado tipo de líder.' A principios de la década del 70 comienzan a aparecer en Francia trabajos que proponen directamente a la fantasía como organizador del grupo. Apoyado en estos desarrollos, Didier Anzieu construye su teoría acerca de los organizadores, que entiende como sucediéndose unos a otros en el sentido de una complejidad progresiva. En 1975 postula, en la primera edición de El grupo y el inconsciente, la existencia de tres organizadores del grupo: la resonancia fantasmática, la ¡mago y las fantasías originarias. En 1981, al publicar una segunda edición del mismo libro, agrega otros dos: un cuarto, el Complejo de Edipo, de estatuto controvertido, puesto que puede ser concebido mejor como un organizador de la familia, dado que la realidad psíquica del grupo sería anterior a la diferencia de los sexos, y un quinto, la imagen del cuerpo propio y la envoltura psíquica del aparato grupal. A diferencia de esta comprensión genética de los organizadores, cuya presencia o ausencia distingue momentos del proceso grupal, René Kaës (1976,1993) formula una concepción estructural, según la cual distintos organizadores, que proceden de fuentes diferentes, actúan en forma simultánea, combinándose entre ellos. Establece, apoyado en el estudio de J. Laplanche y J. B. Pontalis (1964), la estructura grupal interna de la fantasía, primeras formulaciones de lo que serán los fundamentos de la grupalidad psíquica. Los grupos internos, como la imagen del cuerpo, el yo, las identificaciones y otros, además de la fantasía que es su paradigma, poseen esa estructura grupal interna por haber resultado de la interiorización en el aparato psíquico de organizaciones grupales, incluidos los modelos culturales de la grupalidad. Poseen, pues, una aptitud para recolectar, para poner junto, capaz de asegurar una reducción de la diversidad y de la dispersión de elementos distintos, que es condición de la formación del grupo intersubjetivo. Estos son los organizadores psíquicos inconscientes del grupo y del vínculo. Una vez los sujetos reunidos, operan otros organizadores: los organizadores grupales: los supuestos básicos, la matriz del grupo, las posiciones ideológicas y mitopoéticas, la ilusión grupal, el pacto denegativo grupal y el contrato narcisista grupal. En la organización del vínculo intersubjetivo operan ambos tipos de organizadores -los grupos internos y los organizadores grupales- que interactúan entre sí y también con las condiciones materiales y sociales del agrupamiento. Esta interacción implica la posibilidad de la aparición de conflictos en cualquiera de sus niveles. Problemáticas conexas Cuando los psicoanalistas interesados en los grupos hicieron -implícita o explícitamente- hincapié en las formaciones eficaces para regir las puestas en relación, ya sea de los sujetos entre sí, como del sujeto y el grupo, o del sujeto y la cultura, hicieron sin duda importantes avances en la comprensión de la conformación interna de diferentes estructuras, de sus modos de funcionamiento y de sus relaciones recíprocas. No obstante hay todavía muchas cuestiones sin resolver, como por ejemplo, dentro de la problemática de la fantasía como organizador del grupo, cómo opera allí la resonancia fantasmática de las fantasías secundarias, que por representar las escenas más esencialmente determinadas por la historia individual, serían las que menos se prestarían para ser sometidas a una selección, composición y armonización que dejara de ellas algo utilizable para el vínculo. En este sentido, parecen contradictorias las propias posiciones de D. Anzieu y R. Kaës, aún cuando ninguno de ellos lo ha señalado: mientras que para Anzieu este nivel fantasmático juega el papel principal en el comienzo del proceso grupal, para Kaës ese papel corresponde a las fantasías originarias. Asimismo, otras modalidades del vínculo esperan aún por el estudio de la especificidad de sus organizadores, ya sea cuando estas adoptan sus formas tradicionales o bien cuando presentan esas formas más novedosas a que la clínica nos enfrenta cotidianamente.
Ortega y Gasset José (1883-1955) Filósofo español fuente(94) Creador de un sistema de pensamiento (el raciovitalismo) inspirado en parte en la filosofía de Heidegger, José Ortega y Gasset fue uno de los intelectuales españoles más célebres de su generación y, junto a algunos psiquiatras, uno de los primeros introductores del freudismo en España. Nacido en Madrid en una familia de la burguesía media, fue alumno de los jesuitas antes de iniciarse en la filosofía alemana, con residencia en Leipzig, Berlín y Marburgo entre 1905 y 1907. Tres años más tarde comenzó a enseñar en la Universidad de Madrid, donde siguió siendo profesor hasta 1936. Fundador en 1923 de la Revista de Occidente, consagró una parte de su energía a difundir en su país las diversas corrientes de la filosofía alemana del siglo XX. Comenzó entonces a interesarse por la teoría freudiana. En 1911 apareció un artículo suyo, "El psicoanálisis, una ciencia problemática", en el cual proponía una interpretación fenomenológica del pensamiento freudiano. Diez años más tarde decidió publicar, en la editorial de José Ruiz Castillo, las obras completas de Sigmund Freud en lengua castellana. Confió la traducción a Luis López Ballesteros, y pronto recibió la aprobación de Freud, quien tenía un buen conocimiento de la literatura española desde sus intercambios epistolares sobre Don Quijote con su amigo Eduard Silberstein. Hasta 1934, llegaron a aparecer diecisiete volúmenes. En el prefacio al primer volumen, Ortega y Gasset subrayó la importancia del saber freudiano en el ámbito de la psiquiatría, añadiendo que la doctrina vienesa tenía un buen futuro. Sin embargo, esta empresa de traducción, única en su género por su calidad y su precocidad, no le permitió al freudismo expandirse en España. La guerra civil, y sobre todo la victoria del franquismo, detuvieron la implantación del psicoanálisis en el país. El propio Ortega y Gasset se desinteresó del tema. Después de haber residido en el extranjero hasta 1945, volvió a Madrid, donde continuó su enseñanza. Entre tanto el interés por el psicoanálisis se había desplazado a Latinoamérica, sobre todo a la Argentina, donde otro editor iba pronto a retomar el trabajo realizado en España antes de la guerra para producir por su cuenta una nueva versión de las obras completas de Freud.
Ossipov Nikolai Ievgrafovich (1877-1934) Psiquiatra y psicoanalista ruso fuente(95) Alumno del gran psiquiatra Wladimir Petrovich Serbski (1858-1917), Nikolai Ossipov fue uno de los pioneros del psicoanálisis en Rusia. Después de su exclusión de la Universidad de Moscú en 1899, por su participación en una huelga estudiantil, realizó estudios de psiquiatría en Suiza, en Berna, Zurich y Basilea. Consternado por el nihilismo terapéutico, muy pronto se interesó por la hipnosis, el tratamiento moderno de las neurosis y, a partir de 1907, por las tesis de Sigmund Freud. De vuelta en Moscú, respaldado por Serbski, creó con dos colegas una "ambulancia terapéutica" que conducía él mismo dos veces por semana. Comenzó así a popularizar el tratamiento psicoanalítico de las neurosis y a difundir las ideas freudianas. En 1909, con Moshe WuIff y Nicolás Vyrubov (1869-?), fundó la revista Psicoterapia. Durante el verano de 1910 viajó a Viena para encontrarse con Freud, y pasó también por Zurich, donde visitó a Eugen Bleuler y a Carl Gustav Jung. Cuando Serbski fue destituido por el régimen zarista, en razón de sus opiniones liberales, Ossipov y la mayoría de sus colegas dejaron la universidad junto con el maestro. Fundaron entonces una pequeña asociación de psiquiatras independientes, cuyos miembros se reunían los viernes para "Freudianizar": "Las sesiones de los «pequeños viernes» pronto llegaron a ser muy apreciadas -escribe Jean Marti- y frecuentadas por numerosas personas". Contrariamente a WuIff, Vera Schmidt e Ivan Dimitrievich Ermakov, Ossipov no aceptó el nuevo poder soviético, y emigró a Praga en 1921, sin participar en la creación de la Sociedad Psicoanalítica de Rusia. De modo que fue el primer freudiano de la nueva Checoslovaquia, emergente del desmantelamiento del Imperio Austro-Húngaro, y formó en Praga a algunos alumnos antes de la llegada de Otto Fenichel, que analizaría a Theodor Dosuzkov. Como Ermakov, de quien fue el mayor rival, a Ossipov le interesaba la literatura, y estudió las obras de Gogol, Dostoievski y Pushkin. Conservador pero liberal, a la vez antizarista y antibolchevique, interpretó desde el punto de vista psicoanalítico el fenómeno revolucionario, comparando a "una nación en estado de derecho con un individuo en estado de vigilia, y una nación en estado de revolución con un individuo en estado de sueño". A menudo subrayó que el sueño y la revolución son manifestaciones narcisistas (narcisismo), en grados diversos.
Otro Alemán: Andere (der). Francés: Autre. Inglés: Other fuente(96) Término utilizado por Jacques Lacan para designar un lugar simbólico -el significante, la ley, el lenguaje, el inconsciente o incluso Dios- que determina al sujeto, a veces de manera exterior a él, y otras de manera intrasubjetiva, en su relación con el deseo. Se lo puede escribir con una mayúscula, y se opone entonces al otro con minúscula, definido como otro imaginario, o lugar de la alteridad en espejo. Pero también puede recibir la grafía "gran Otro" o "gran A", oponiéndose entonces al pequeño otro, o al pequeño a, definido como objeto (pequeño) a. Como todos los freudianos, Lacan plantea la cuestión de la alteridad, es decir, de la relación del hombre con lo que lo rodea, con su deseo y con el objeto, en la perspectiva de una determinación inconsciente. Pero, más que los otros, él intenta señalar lo que diferencia radicalmente al inconsciente freudiano (como otra escena o tercer lugar que se sustrae a la conciencia) de todas las concepciones del inconsciente derivadas de la psicología. De allí su terminología específica (Otro/otro) que diferencia lo concerniente al tercer lugar (es decir, la determinación por el inconsciente freudiano, Otro) de lo que es propio de la pura dualidad (otro) en el sentido de la psicología. El 25 de mayo de 1955, en el marco de la elaboración progresiva de su tópica de lo simbólico, lo imaginario y lo real, en su seminario anual dedicado al Yo en la teoría de Freud y en la técnica del psicoanálisis, Lacan introdujo por primera vez la expresión "gran Otro", distinguiéndolo del pequeño otro: "Hay dos otros que distinguir, al menos dos: un Otro con A mayúscula, y un otro con a minúscula que es el yo. En la función de la palabra se trata del Otro." Antes, en 1953, en "Función y campo de la palabra y el lenguaje en psicoanálisis", y en febrero de 1954, en su respuesta al filófoso Jean Hyppolite (1907-1968), aún confundía los dos términos: primero afirmó que "el inconsciente del sujeto es el discurso del otro", y más adelante que "el inconsciente, es el discurso del Otro". En su concepción del estadio del espejo de 1936, reiterada en 1938 en Les Complexes familiaux, Lacan había tomado esta idea del psicólogo Henri Wallon (1879-1962), transformándola a la luz de la filosofía hegeliana. Entonces, a partir de una teoría de la alteridad centrada en lo especular y lo imaginario, se trataba de designar al otro como un otro sí-mismo, o como una representación del yo marcada por la prevalencia de la relación dual con la imagen del semejante. A esto se añadía, a través de la lectura realizada por el filósofo Alexandre Kojève (1902-1968) de la Fenomenología del espíritu de Hegel, la idea de una dialéctica de la negatividad, según la cual todo reconocimiento del otro pasa por una lucha a muerte. Desde este punto de vista, el otro no tiene ninguna existencia, puesto que el deseo del hombre se define ante todo como el deseo de cada individuo de hacer reconocer su deseo de manera absoluta, aunque tenga que anular al otro (el prójimo) en el curso de un proceso de aniquilación. Después de 1949 (fecha en la cual, impulsado por su lectura de Las estructuras elementales del parentesco de Claude Lévi-Strauss, Lacan teorizó su noción de lo simbólico) encontramos una nueva concepción de la alteridad, que desembocaría en la creación del término "gran Otro", separándose de todas las concepciones posfreudianas de la relación de objeto que estaban en vigor en la época. Más allá de las representaciones del yo, especulares o imaginarias, el sujeto, según Lacan, es determinado por un orden simbólico designado como Iugar del Otro" y perfectamente diferenciable de lo propio de una relación con el otro. De allí la idea, afirmada en ese mismo seminario de 19541955, de que "no hay metalenguaje". En otras palabras, no hay determinación anterior al lenguaje que pueda garantizar la existencia de un lenguaje. En el marco de su concepción estructuralista de los años de madurez (1950-1965), donde la teoría del inconsciente freudiano es revisada y corregida a la luz de la lingüística saussuriana, Lacan estableció un vínculo entre el deseo, el sujeto, el significante y la cuestión del Otro. En 1955, en "La cosa freudiana o sentido del retorno a Freud en psicoanálisis", definió al Otro como el lugar donde se constituye el sujeto. Se trataba entonces de demostrar que este último es representado por el significante en una cadena que lo determina. En mayo de 1956, en su seminario sobre las psicosis, Lacan habló del "Otro absoluto" como aquel del que no "podernos nunca saber si no nos engaña". El tema era mostrar en qué forma Dios era interpelado en el discurso delirante de Daniel Paul Schreber, es decir, en la locura, y más en general en esa forma "lógica" de locura que es la paranoia. Schreber, el loco místico, se había tranformado en mujer para sufrir el acoplamiento con Dios. A través de esta historia se advierte que la relación extática con el Otro en la locura sólo es posible, según Lacan, a través de una autoaniquilación del sujeto y de un surgimiento de la heterogeneidad radical de un Otro absoluto bajo la figura de un Dios terrorífico. Dos años más tarde, en "El psicoanálisis y su enseñanza", Lacan añade a esta definición la idea de una relación de comunicación invertida: "El inconsciente es el discurso del Otro en el que el sujeto recibe bajo la forma invertida que corresponde a la promesa su propio mensaje olvidado". Así como no hay garantía para la existencia del lenguaje fuera del propio lenguaje, no hay tampoco transparencia de la comunicación. El lenguaje no es un instrumento, sino la condición de producción de cualquier forma de comunicación. En 1957, en "La dirección de la cura y los principios de su poder", Lacan amplió su definición, abarcando la relación transferencial. El Otro se convirtió entonces en esa otra escena (el inconsciente) descrita por Freud pero, según la terminología lacaniana, entendida como "un lugar de despliegue de la palabra" donde "el deseo del hombre es el deseo del Otro". El sujeto se pregunta "qué quiere el Otro" y, en esta interrogación, interroga su propia identidad, sobre todo sexual. Hay no obstante una verdadera tragedia del deseo, que Lacan comenta siempre de manera muy hegeliana, con ejemplos literarios. Durante 1958-1959, en su seminario El deseo y su interpretación, tomó como objeto de estudio, siguiendo a Ernest Jones, el personaje de Hamlet, y en 1964-1965 se interesó por la apuesta de Pascal en su seminario Problemas cruciales para el psicoanálisis. En ambos casos elaboró variaciones sobre el tema del metalenguaje imposible y de la ausencia de referencia original capaz de garantizar el ejercicio de la verdad: "No hay Otro del Otro". En efecto, la pieza de Shakespeare pone en escena la imposibilidad de actuar. Hamlet no se resuelve a matar a Claudio, el asesino de su padre y amante de la madre, ni llega a amar a Ofelia. En cuanto al padre muerto, es condenado a errar en busca de un rescate imposible. En su célebre diálogo del artículo III de los Pensamientos, Pascal llega a la conclusión de que el hombre necesita apostar acerca de la existencia de Dios: "Pesernos las ganancias y las pérdidas si optamos por que Dios existe. Estimemos estos dos casos: si uno gana, lo gana todo; si uno pierde, no ha perdido nada." Lo mismo que a propósito de Hamlet, Lacan subraya aquí la tragedia del deseo en la historia del cristianismo: la apuesta pascaliana es un intento desesperado del jansenismo para resolver la cuestión del desfallecimiento. Esta última es la imagen del desfallecimiento del padre, cuya función se ha debilitado en Occidente. Hay por lo tanto un desfallecimiento del lugar del Otro. El Otro (Dios o padre) no responde, no proporciona ninguna garantía. La apuesta de Pascal es menos la afirmación de la certidumbre de la salvación por la gracia que una interrogación patética del sujeto ante la ausencia de Dios y su encarnación imposible en el lugar del Otro. Esta tesis es retomada en 1968-1969 en el seminario De un Otro al otro, pero también en 1975 en Aun. En este último, Lacan establece el vínculo entre su teoría de la sexualidad femenina como "suplemento" imposible de simbolizar, y la cuestión de la relación extática con el Otro. A partir de un comentario sobre la escultura de Bernini, El éxtasis de Santa Teresa, señala que la diferencia de los sexos, según la concepción freudiana de una libido única, es una cuestión de significación. El hombre y la mujer ocupan cada uno una función significante, y sólo son distintos sexualmente con referencia a un significante de la diferencia: entre función fálica y goce femenino (suplemento). El Otro se convierte entonces en "el Otro sexo", es decir, el lugar a partir del cual se enuncia para cada sujeto una diferencia. En la mística cristiana, que limita con la locura, Dios es el sostén de un goce que se puede calificar de femenino. El místico, en efecto, experimenta un goce, pero no puede decir nada de él. Lo relaciona con Dios como lugar del Otro. En tal sentido, el discurso místico es "femenino": se produce en el hombre (por ejemplo, en San Juan de la Cruz), a pesar del falo, cuando surge la idea de que hay un "rnás allá" de la función fálica. Así como Schreber, el paranoico, se transforma en mujer para copular con Dios, el místico experimenta el pasaje a un suplemento para ir a Dios. Se advierte aquí de qué manera, para elaborar sus conceptos, Lacan utilizó su cultura cristiana -católica, romana, barroca-, un poco como Freud había movilizado sin cesar la enseñanza derivada de la tradición judía. En el marco del relevo lógico de sus propios conceptos, Lacan tenderá a dar un contenido cada vez más algebraico a su teoría del Otro, utilizando grafos. En 1960, en "Subversión del sujeto y dialéctica del deseo", comenzó a traducir las fórmulas "el deseo del hombre es el deseo del Otro" y "no hay Otro del Otro", haciendo pivotear las funciones S (sujeto que puede estar o no "tachado"), s (significante), a y A. Progresivamente, este álgebra fue apareciendo, a menudo utilizada de manera dogmática, en las obras de los diferentes grupos lacanianos.
Otro, OtroOtro, Otro Otro, Otro fuente(97) s. m. (fr. autre, Autre [de donde derivan las letras a y A, cuyo origen se pierde en la traducción en castellano otro, Otro]; ingl. other; al. [derl Andere). Lugar en el que el psicoanálisis sitúa, más allá del compañero imaginario, lo que, anterior y exterior al sujeto, lo determina a pesar de todo. La elaboración de las instancias intrapsíquicas se acompaña necesariamente, para el psicoanálisis, de la atención a la relación del sujeto con el otro, o con el Otro. De entrada, por supuesto, el acento recae sobre el lugar y la función de aquellos en relación con los cuales se forma el deseo del niño: madre, padre, e inclusive, en una dimensión de rivalidad, hermanos y hermanas. Pero, aun en este nivel obvio, hay que distinguir registros que no son equivalentes. Está claro, por ejemplo, que el niño constituye su yo [moi], en toda una dimensión de desconocimiento, a través de mecanismos de identificación con la imagen del otro: la identificación imaginaria, fuente de agresividad como de amor, cualifica una dimensión del otro donde la alteridad, en cierto modo, se borra, tendiendo los participantes a parecerse cada vez más. A esta primera dimensión de la alteridad debe oponerse sin embargo una segunda, una alteridad que no se reabsorbe, un Otro [Autre] que no es un semejante y que J. Lacan escribe con una A mayúscula, una «gran A», para distinguirlo del compañero imaginario, del pequeño otro [autre]. Lo que se busca marcar con esta convención de escritura es que, más allá de las representaciones del yo [moi], más allá también de las identificaciones imaginarias, especulares, el sujeto está capturado en un orden radicalmente anterior y exterior a él, del que depende aun cuando pretende dominarlo. La teoría del Edipo podría servir aquí al menos para introducir lo que ocurre con este Otro. Así el padre, por ejemplo, puede aparecer bajo las formas tomadas a lo imaginario del padre bonachón o del padre azotador, puede confundirse con el otro de la rivalidad. Pero, por su lugar en el discurso de la madre, es también el Otro cuya evocación impide confundir las generaciones, no deja subsistir una relación sólo dual entre la madre y el hijo. Observemos que la misma madre, inaccesible por causa de la prohibición del incesto, encarna, en tanto objeto radicalmente perdido, la alteridad radical. A partir de aquí, se puede dar un paso más. Si la referencia a una instancia Otra se hace en el interior de la palabra, el Otro, en el límite, se confunde con el orden del lenguaje. Es dentro del lenguaje donde se distinguen los sexos y las generaciones, y se codifican las relaciones de parentesco. Es en el Otro del lenguaje donde el sujeto va a buscar situarse, en una búsqueda siempre a reiniciar, puesto que ningún significante basta para definirlo. Es por este Otro como el sujeto intenta hacer aceptar, en el chiste, la expresión de un pensamiento obsceno, absurdo o agresivo. Esta definición del Otro como orden del lenguaje se articula por lo demás con la que podemos producir desde el Edipo, si la despojamos de todo elemento imaginario. Es el Nombre-del-Padre el que está en el punto de articulación; el Nombre-del-Padre, o sea, «el significante que en el Otro en tanto lugar del significante es el significante del Otro en tanto lugar de la ley». El deseo y el goce. Una vez introducida, esta categoría del Otro se muestra indispensable para situar una buena parte de lo que el psicoanálisis está llamado a conocer. Si el inconciente, por ejemplo, constituye aquella parte de un discurso concreto de la que el sujeto no dispone, no debe concebírselo como un ser escondido en el sujeto, sino como transindividual, y más precisamente, como discurso del Otro. Y esto en el doble sentido del genitivo: del Otro se trata en lo que dice el sujeto, aun sin saberlo, pero también a partir del Otro él habla y desea: el deseo del sujeto es el deseo del Otro. Pero la cuestión central para el psicoanálisis, en lo concerniente al Otro, es la de lo que puede romper la necesidad del retorno de lo mismo. Así, por ejemplo, a partir de que Freud demuestra que toda libido se ordena alrededor del falo como símbolo, que toda libido es fálica, resurge la cuestión de lo que, a pesar de todo, más allá de la referencia efectiva de los hombres y las mujeres al falo, califica al sexo femenino como Otro. Por otra parte, a partir de allí puede ser introducida también la idea de un goce Otro, un goce no todo fálico [siendo la mujer no toda fálica], es decir, que no estaría ordenado estrictamente por la castración. Se observará que el goce mismo se presenta como satisfacción Otra con relación a lo que mueve al sujeto a recorrer tan fácilmente las vías balizadas, las del placer, que le permiten restablecer con la mayor rapidez una tensión menor. El Otro en el sujeto no es lo extraño o la extrañeza. Constituye fundamentalmente aquello a partir de lo cual se ordena la vida psíquica, es decir, un lugar en el que insiste un discurso articulado, aunque no siempre sea articulable.
Otsuki Kenji (1891-1952) Psicoanalista japonés fuente(98) Hombre de formación literaria, Kenji Otsuki (u Ohtski) fue uno de los primeros japoneses que hicieron conocer a sus compatriotas los textos psicoanalíticos. Junto con Yaekichi Yabe creó el Instituto Psicoanalítico de Tokio, afiliado a la International Psychoanalytical Association (IPA) en el congreso de Wiesbaden en 1932, y más tarde fundó la primera revista freudiana de Japón, la Seishin-Bunseki. Fue sobre todo el principal traductor de las obras de Sigmund Freud al japonés, con la publicación en 1931 de Psicopatología de la vida cotiadiana y, en 1932, de una compilación de tres textos, titulada Contribución a la psicología de la vida amorosa; finalmente, en 1933, apareció La técnica psicoanalítica. Otsuki le escribía regularmente a Freud para informarle de sus actividades, y el vienés lo alentó a vencer las resistencias: "Lo que escribe a propósito de la resistencia que encuentra no me sorprende -le respondió Freud el 20 de mayo de 1933-. Es exactamente lo que tenemos que esperar, pero estoy persuadido de que usted le ha dado un cimiento serio al psicoanálisis en Japón, y que este cimiento no corre el riesgo de desaparecer." Notas finales Nota 1 Diccionario de Psicoanálisis. Elisabeth Roudinesco y Michel Plon Nota 2 Diccionario de Psicoanálisis Jean Laplanche Jean Bertrand Pontalis bajo la dirección de Daniel Lagache Nota 3 En las primeras líneas de Introducción al narcisismo (Zur Einführung des Narzissmus, 1914), Freud afirma haber tomado este término de P. Näcke (1899), que lo utilizó para describir una perversión. En una nota añadida en 1920 a los Tres ensayos sobre la teoría sexual (Drei Abhandlungen zur Sexualtheorie), modifica esta afirmación: el creador del término sería H. Ellis. En realidad, Näcke creó la palabra Narzissmus, si bien lo hizo para comentar los puntos de vista de H. Ellis, que, en 1898 (Autoerotism, a psychological Study), fue el primero en describir una conducta perversa en relación con el mito de Narciso. Nota 4 Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama Nota 5 Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis El aporte Freudiano Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. Nota 6 Diccionario de Psicoanálisis. Elisabeth Roudinesco y Michel Plon Nota 7 Diccionario de Psicoanálisis Jean Laplanche Jean Bertrand Pontalis bajo la dirección de Daniel Lagache Nota 8 Diccionario de Psicoanálisis. Elisabeth Roudinesco y Michel Plon Nota 9 Diccionario de Psicoanálisis Jean Laplanche Jean Bertrand Pontalis bajo la dirección de Daniel Lagache Nota 10 Diccionario de Psicoanálisis Jean Laplanche Jean Bertrand Pontalis bajo la dirección de Daniel Lagache Nota 11 Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis El aporte Freudiano Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. Nota 12 Diccionario de Psicoanálisis. Elisabeth Roudinesco y Michel Plon Nota 13 Diccionario de Psicoanálisis Jean Laplanche Jean Bertrand Pontalis bajo la dirección de Daniel Lagache Nota 14 Diccionario de Psicoanálisis. Elisabeth Roudinesco y Michel Plon Nota 15 Diccionario de Psicoanálisis Jean Laplanche Jean Bertrand Pontalis bajo la dirección de Daniel Lagache Nota 16 Véase, por ejemplo, A. Axelfeld: «Todo el grupo de las neurosis se ha fundado sobre una concepción negativa; surgió de la época en que la anatomía patológica, encargada de explicar las enfermedades por las alteraciones de los órganos, se encontró frente a cierto número de estados morbosos cuya causa se le escapaba». Nota 17 Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama Nota 18 Diccionario de Psicoanálisis. Elisabeth Roudinesco y Michel Plon Nota 19 Diccionario de Psicoanálisis Jean Laplanche Jean Bertrand Pontalis bajo la dirección de Daniel Lagache Nota 20 Diccionario de Psicoanálisis Jean Laplanche Jean Bertrand Pontalis bajo la dirección de Daniel Lagache Nota 21 En una comunicación personal, G. Guex nos indicó que sería preferible hablar de síndrome que de neurosis de abandono. Nota 22 Diccionario de Psicoanálisis Jean Laplanche Jean Bertrand Pontalis bajo la dirección de Daniel Lagache Nota 23 Conviene hacer observar que no son éstas las primeras concepciones de Freud acerca de la angustia. El mismo indica que su concepción de un mecanismo actual, somático, de la angustia vino a limitar su teoría, en un principio puramente psicógena, de la histeria. Véase una nota a propósito del Caso Emmy en los Estudios sobre la histeria (Studien über Hysterie, 1895): «En aquel entonces [o sea, en 1889], yo tendía a admitir la existencia de un origen psíquico de todos los síntomas de una histeria. En la actualidad [o sea, en 1895] consideraría neurótica [neurótica se toma aquí en su primer sentido de perturbación en el funcionamiento del sistema nervioso] la tendencia a la angustia que presentaba esta mujer, la cual vivía en abstinencia (neurosis de angustia)». Nota 24 Diccionario de Psicoanálisis Jean Laplanche Jean Bertrand Pontalis bajo la dirección de Daniel Lagache Nota 25 Dentro de una concepción estructural del aparato psíquico, resulta interesante distinguir claramente los conceptos «estructura» y «carácter». Este último, según una fórmula de D. Lagache, podría definirse como la proyección sobre el sistema del yo de las relaciones entre los diversos sistemas y en el interior de los sistemas: dentro de esta perspectiva, se tenderá a descubrir, en un determinado rasgo de carácter que aparece como una disposición inherente a la persona, el predominio de cierta instancia (por ejemplo, yo-ideal). Nota 26 Diccionario de Psicoanálisis Jean Laplanche Jean Bertrand Pontalis bajo la dirección de Daniel Lagache Nota 27 Diccionario de Psicoanálisis Jean Laplanche Jean Bertrand Pontalis bajo la dirección de Daniel Lagache Nota 28 Diccionario de Psicoanálisis. Elisabeth Roudinesco y Michel Plon Nota 29 Diccionario de Psicoanálisis Jean Laplanche Jean Bertrand Pontalis bajo la dirección de Daniel Lagache Nota 30 Señalemos que S. Rado, en su comunicación al Congreso de Salzburgo (1924) sobre la teoría de la cura, El principio económico en la técnica psicoanalítica (The Economic Principle in Psychoanalytic Technique), describió la «neurosis terapéutica» en las técnicas preanalíticas (hipnosis y catarsis) y la diferenció de la que aparece en la cura psicoanalítica; sólo en ésta puede ser analizada y disuelta la neurosis de transferencia. Nota 31 Diccionario de Psicoanálisis Jean Laplanche Jean Bertrand Pontalis bajo la dirección de Daniel Lagache Nota 32 Diccionario de Psicoanálisis Jean Laplanche Jean Bertrand Pontalis bajo la dirección de Daniel Lagache Nota 33 Diccionario de Psicoanálisis Jean Laplanche Jean Bertrand Pontalis bajo la dirección de Daniel Lagache Nota 34 Diccionario de Psicoanálisis Jean Laplanche Jean Bertrand Pontalis bajo la dirección de Daniel Lagache Nota 35 El propio Freud tradujo Zwangsneurose por «névrose des obsessions» o «d'obsessions». Nota 36 Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis El aporte Freudiano Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. Nota 37 Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama Nota 38 Diccionario de Psicoanálisis. Elisabeth Roudinesco y Michel Plon Nota 39 Diccionario de Psicoanálisis Jean Laplanche Jean Bertrand Pontalis bajo la dirección de Daniel Lagache Nota 40 Habría sido introducido por Oppenheim (según la Encyclopédie médicochirurgicale: Psychiatrie, 37520 C 10, pág. 6). Nota 41 «La vida onírica de las neurosis traumáticas se caracteriza por devolver constantemente al paciente a la situación de su accidente, situación de la que despierta con un nuevo susto». Nota 42 Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis El aporte Freudiano Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. Nota 43 Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama Nota 44 Diccionario de Psicoanálisis Jean Laplanche Jean Bertrand Pontalis bajo la dirección de Daniel Lagache Nota 45 Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis El aporte Freudiano Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. Nota 46 Diccionario de Psicoanálisis. Elisabeth Roudinesco y Michel Plon Nota 47 Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama Nota 48 Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis El aporte Freudiano Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. Nota 49 Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis El aporte Freudiano Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. Nota 50 Diccionario de Psicoanálisis. Elisabeth Roudinesco y Michel Plon Nota 51 Diccionario de psicoanálisis de las configuraciones vinculares Nota 52 Diccionario de Psicoanálisis Jean Laplanche Jean Bertrand Pontalis bajo la dirección de Daniel Lagache Nota 53 Primeramente integrado en la obra de Otto Rank, El mito del nacimiento del héroe (Der Mythus von der Geburt des Helden, 1909). Nota 54 Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama Nota 55 Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis El aporte Freudiano Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. Nota 56 Diccionario de Psicoanálisis. Elisabeth Roudinesco y Michel Plon Nota 57 Diccionario de Topología Lacaniana de Pablo Amster Nota 58 Nota 59 Diccionario de Topología Lacaniana de Pablo Amster Nota 60 Diccionario de Topología Lacaniana de Pablo Amster Nota 61 Diccionario de Psicoanálisis. Elisabeth Roudinesco y Michel Plon Nota 62 Diccionario de Topología Lacaniana de Pablo Amster Nota 63 Diccionario de Psicoanálisis. Elisabeth Roudinesco y Michel Plon Nota 64 Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis El aporte Freudiano Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. Nota 65 Diccionario de Psicoanálisis. Elisabeth Roudinesco y Michel Plon Nota 66 Diccionario de Psicoanálisis. Elisabeth Roudinesco y Michel Plon Nota 67 Diccionario de Psicoanálisis. Elisabeth Roudinesco y Michel Plon Nota 68 Diccionario de Psicoanálisis Jean Laplanche Jean Bertrand Pontalis bajo la dirección de Daniel Lagache Nota 69 En el narcisismo, el mismo yo se define como objeto de amor; incluso puede considerarse como el prototipo del objeto de amor, según ilustra especialmente la elección narcisista. Sin embargo, en el mismo texto en que Freud enuncia esta teoría, introduce la distinción, que se ha hecho clásica: libido del yo-libido de objeto; objeto, en esta expresión, se toma en el sentido limitativo de objeto exterior. Nota 70 Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama Nota 71 Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis El aporte Freudiano Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. Nota 72 Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama Nota 73 Diccionario de Psicoanálisis. Elisabeth Roudinesco y Michel Plon Nota 74 Diccionario de Psicoanálisis Jean Laplanche Jean Bertrand Pontalis bajo la dirección de Daniel Lagache Nota 75 Diccionario de psicoanálisis de las configuraciones vinculares Nota 76 Diccionario de Psicoanálisis Jean Laplanche Jean Bertrand Pontalis bajo la dirección de Daniel Lagache Nota 77 Diccionario de Psicoanálisis. Elisabeth Roudinesco y Michel Plon Nota 78 Diccionario de Psicoanálisis. Elisabeth Roudinesco y Michel Plon Nota 79 Diccionario de Psicoanálisis Jean Laplanche Jean Bertrand Pontalis bajo la dirección de Daniel Lagache Nota 80 Diccionario de Psicoanálisis. Elisabeth Roudinesco y Michel Plon Nota 81 Diccionario de psicoanálisis de las configuraciones vinculares Nota 82 Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama Nota 83 Diccionario de Topología Lacaniana de Pablo Amster Nota 84 Diccionario de Psicoanálisis. Elisabeth Roudinesco y Michel Plon Nota 85 Diccionario de Psicoanálisis. Elisabeth Roudinesco y Michel Plon Nota 86 Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama Nota 87 Diccionario de Psicoanálisis. Elisabeth Roudinesco y Michel Plon Nota 88 Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis El aporte Freudiano Esta obra fue dirigida por Pierre Kaufmann: (1916-1995), filósofo del psicoanálisis. Nota 89 Diccionario de Psicoanálisis. Elisabeth Roudinesco y Michel Plon Nota 90 Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama Nota 91 Diccionario de psicoanálisis de las configuraciones vinculares Nota 92 Diccionario de Psicoanálisis Jean Laplanche Jean Bertrand Pontalis bajo la dirección de Daniel Lagache Nota 93 Diccionario de psicoanálisis de las configuraciones vinculares Nota 94 Diccionario de Psicoanálisis. Elisabeth Roudinesco y Michel Plon Nota 95 Diccionario de Psicoanálisis. Elisabeth Roudinesco y Michel Plon Nota 96 Diccionario de Psicoanálisis. Elisabeth Roudinesco y Michel Plon Nota 97 Diccionario de Psicoanálisis bajo la dirección de Roland Chemama Nota 98 Diccionario de Psicoanálisis. Elisabeth Roudinesco y Michel Plon