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Compendio de psicoanálisis - 1938 [1940]
Sigmund Freud
PRIMERA PARTE
CAPÍTULO IV
LAS CUALIDADES PSÍQUICAS
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Hemos descrito la estructura
del aparato psíquico y las energías o fuerzas que en él actúan; hemos
observado asimismo en un ejemplo ilustrativo cómo esas energías (especialmente
la libido) se organizan integrando una función fisiológica que sirve
a la conservación de la especie. Nada había en todo ello que expresase
el particularísimo carácter de lo psíquico, salvo, naturalmente, el
hecho empírico de que aquel aparato y aquellas energías constituyen
el fundamento de las funciones que denominamos nuestra vida anímica.
Nos ocuparemos ahora de cuanto es únicamente característico de ese psiquismo,
de lo que, según opinión muy generalizada, hasta coincide realmente
con lo psíquico, a exclusión de todo lo demás.
El punto de partida de dicho estudio está dado por el singular fenómeno
de la consciencia, un hecho refractario a toda explicación y descripción.
No obstante, cuando alguien se refiere a la consciencia, sabemos al
punto por propia experiencia lo que con ello se quiere significar.
Muchas personas, psicólogas o no, se conforman con aceptar que la consciencia
sería lo único psíquico, y en tal caso la psicología no tendría más
objeto que discernir, en la fenomenología psíquica, percepciones, sentimientos,
procesos cogitativos y actos volitivos. Se acepta generalmente, empero,
que estos procesos conscientes no forman series cerradas y completas
en sí mismas, de modo que sólo cabe la alternativa de admitir que existen
procesos físicos o somáticos concomitantes de lo psíquico, siendo evidente
que forman series más completas que las psíquicas, pues sólo algunas,
pero no todas, tienen procesos paralelos conscientes. Nada más natural,
pues, que poner el acento, en psicología, sobre esos procesos somáticos,
reconocerlos como lo esencialmente psíquico, tratar de establecer otra
categoría para los procesos conscientes. Mas a esto se resisten la mayoría
de los filósofos y muchos que no lo son, declarando que la noción de
algo psíquico que fuese inconsciente sería contradictoria en sí misma.
He aquí precisamente lo que el psicoanálisis se ve obligado a establecer
y lo que constituye su segunda hipótesis fundamental. Postula que lo
esencialmente psíquico son esos supuestos procesos concomitantes somáticos,
y al hacerlo, comienza por hacer abstracción de la cualidad de consciencia.
Con todo, no se encuentra solo en esta posición, pues muchos pensadores,
como, por ejemplo, Theodor Lipps, han afirmado lo mismo con idénticas
palabras. Por lo demás, la general insuficiencia de la concepción corriente
de lo psíquico ha dado lugar a que hicieran cada vez más perentoria
la incorporación de algún concepto de lo inconsciente en el pensamiento
psicológico, aunque fue planteado en forma tan vaga e imprecisa que
no pudo ejercer influencia alguna sobre la ciencia.
Ahora bien: parecería que esta disputa entre el psicoanálisis y la filosofía
sólo se refiere a una insignificante cuestión de definiciones; es decir,
a si el calificativo de «psíquico» habría de ser aplicado a una u otra
serie. En realidad, sin embargo, esta decisión es fundamental, pues
mientras la psicología de la consciencia jamás logró trascender esas
series fenoménicas incompletas, evidentemente subordinadas a otros sectores,
la nueva concepción de que lo psíquico sería en sí inconsciente permitió
convertir la psicología en una ciencia natural como cualquier otra.
Los procesos de que se ocupa son en sí tan incognoscibles como los de
otras ciencias, como los de la química o la física; pero es posible
establecer las leyes a las cuales obedecen, es posible seguir en tramos
largos y continuados sus interrelaciones e interdependencias, es decir,
es posible alcanzar lo que se considera una «comprensión» del respectivo
sector de los fenómenos naturales. Al hacerlo, no se puede menos que
establecer nuevas hipótesis y crear nuevos conceptos, pero éstos no
deben ser menospreciados como testimonio de nuestra ignorancia, sino
valorados como conquistas de la ciencia dotadas del mismo valor aproximativo
que las análogas construcciones intelectuales auxiliares de otras ciencias
naturales, quedando librado a la experiencia renovada y decantada el
modificarlas, corregirlas y precisarlas. Así, no ha de extrañarnos el
que los conceptos básicos de la nueva ciencia, sus principios (instinto,
energía nerviosa, etc.) permanezcan durante cierto tiempo tan indeterminados
como los de las ciencias más antiguas (fuerza, masa, gravitación).
Toda ciencia reposa en observaciones y experiencias alcanzadas por medio
de nuestro aparato psíquico; pero como nuestra ciencia tiene por objeto
precisamente a ese aparato, dicha analogía toca aquí a su fin. En efecto,
realizamos nuestras observaciones por medio del mismo aparato perceptivo,
y precisamente con ayuda de las lagunas en lo psíquico, completando
las omisiones con inferencias plausibles y traduciéndolas al material
consciente. Así, establecemos, en cierto modo, una serie complementaria
consciente para lo psíquico inconsciente. La relativa certeza de nuestra
ciencia psicológica reposa sobre la solidez de esas deducciones, pero
quien profundice esta labor comprobará que nuestra técnica resiste a
toda crítica.
En el curso de esta labor se nos imponen las diferenciaciones que calificamos
como cualidades psíquicas. No es necesario caracterizar lo que denominamos
consciente, pues coincide con la consciencia de los filósofos y del
habla cotidiana. Para nosotros todo lo psíquico restante constituye
lo inconsciente. Pero al punto nos vemos obligados a establecer en este
inconsciente una importante división. Algunos procesos fácilmente se
tornan conscientes, y, aunque dejen de serlo, pueden volver a la consciencia
sin dificultad: como suele decirse, pueden ser reproducidos o recordados.
Esto nos advierte que la consciencia misma no es sino un estado muy
fugaz. Cuanto es consciente, únicamente lo es por un instante, y el
que nuestras percepciones no parezcan confirmarlo es sólo una contradicción
aparente, debida a que los estímulos de la percepción pueden subsistir
durante cierto tiempo, de modo que aquélla bien puede repetirse. Todo
esto se advierte claramente en la percepción consciente de nuestros
procesos intelectivos, que si bien pueden persistir, también pueden
extinguirse en un instante. Todo lo inconsciente que se conduce de esta
manera, que puede trocar tan fácilmente su estado inconsciente por el
consciente, convendrá calificarlo, pues, como «susceptible de consciencia»
o preconsciente. La experiencia nos ha demostrado que difícilmente existan
procesos psíquicos, por más complicados que sean, que no puedan en ocasiones
permanecer preconscientes, aunque por lo regular irrumpen a la consciencia,
como lo expresamos analíticamente. Otros procesos y contenidos psíquicos
no tienen acceso tan fácil a la conscienciación, sino que es preciso
inferirlos, adivinarlos y traducirlos a la expresión consciente, en
la manera ya descrita. Para estos procesos reservamos, en puridad, el
calificativo de inconscientes.
Por tanto, hemos atribuido tres cualidades a los procesos psíquicos:
éstos pueden ser conscientes, preconscientes o inconscientes. La división
entre las tres clases de contenidos que llevan estas cualidades no es
absoluta ni permanente. Como vemos, lo preconsciente se torna consciente
sin nuestra intervención, y lo inconsciente puede volverse consciente
mediante nuestros esfuerzos, que a menudo nos permiten advertir la oposición
de fuertes resistencias. Al realizar esta tentativa en el prójimo, no
olvidemos que el relleno consciente de sus lagunas perceptivas, es decir,
la construcción que le ofrecemos, aún no significa que hayamos tornado
conscientes en él los respectivos contenidos inconscientes. Hasta este
momento, el material se encontrará en su mente en dos versiones: una,
en la reconstrucción consciente que acaba de recibir; otra, en su estado
inconsciente original. Nuestros tenaces esfuerzos suelen lograr entonces
que ese inconsciente se le torne consciente al propio sujeto, coincidiendo
así ambas versiones en una sola. En los distintos casos varía la magnitud
del esfuerzo necesario, el cual nos permite apreciar el grado de la
resistencia contra la conscienciación. Lo que en el tratamiento analítico,
por ejemplo, es resultado de nuestro esfuerzo, también puede ocurrir
espontáneamente: un contenido generalmente inconsciente se transforma
en preconsciente y llega luego a la consciencia, como ocurre profusamente
en los estados psicóticos. Deducimos de ello que el mantenimiento de
ciertas resistencias internas es una condición ineludible de la normalidad.
En el estado del dormir prodúcese regularmente tal disminución de las
resistencias, con la consiguiente irrupción de contenidos inconscientes,
quedando establecidas así las condiciones para la formación de los sueños.
Inversamente, contenidos preconscientes pueden sustraerse por un tiempo
a nuestro alcance, quedando bloqueados por resistencias, como es el
caso en los olvidos fugaces, o bien un pensamiento preconsciente puede
volver transitoriamente al estado inconsciente, fenómeno que parece
constituir la condición básica del chiste. Veremos que una reversión
similar de contenidos o procesos preconscientes al estado inconsciente
desempeña un importante papel en la causación de los trastornos neuróticos.
Presentada con este carácter general y simplificado, la doctrina de
las tres cualidades de lo psíquico parece ser más bien una fuente de
insuperable confusión que un aporte al esclarecimiento. Mas no olvidemos
que no constituye una teoría propiamente dicha, sino un primer inventario
de los hechos de nuestra observación, ajustado en lo posible a esos
hechos, sin tratar de explicarlos. Las complicaciones que revela demuestran
a las claras las dificultades especiales que debe superar nuestra investigación.
Es de presumir, sin embargo, que aún podremos profundizar esta doctrina
si perseguimos las relaciones entre las cualidades psíquicas y las provincias
o instancias del aparato psíquico que hemos postulado; pero también
estas relaciones están lejos de ser simples.
El proceso de que algo se haga consciente se halla vinculado, ante todo,
a las percepciones que nuestros órganos sensoriales reciben del mundo
exterior. Por consiguiente, para la consideración topográfica es un
fenómeno que ocurre en la capa cortical más periférica del yo. Sin embargo,
también tenemos informaciones conscientes del interior de nuestro cuerpo,
sensaciones que ejercen sobre nuestra vida psíquica una influencia aún
más perentoria que las percepciones exteriores, y en determinadas circunstancias
los propios órganos sensoriales también transmiten sensaciones, por
ejemplo, dolorosas, además de sus percepciones específicas. Pero ya
que estas sensaciones (como se las llama para diferenciarlas de las
percepciones conscientes) también emanan de los órganos terminales y
ya que concebimos a todos éstos como prolongaciones y apéndices de la
capa cortical, bien podemos mantener la mencionada afirmación. La única
diferencia residiría en que el propio cuerpo reemplaza al mundo exterior
para los órganos terminales de las sensaciones e impresiones internas.
Procesos conscientes en la periferia del yo; todos los demás, en el
yo, inconscientes: he aquí la situación más simple que podríamos concebir.
Bien puede ser valedera en los animales, pero en el hombre se agrega
una complicación por la cual también los procesos internos del yo pueden
adquirir la cualidad de consciencia. Esta complicación es obra de la
función del lenguaje, que conecta sólidamente los contenidos yoicos
con restos mnemónicos de percepciones visuales y, particularmente, acústicas.
Merced a este proceso, la periferia perceptiva de la capa cortical también
puede ser estimulada, y en medida mucho mayor, desde el interior: procesos
internos, como los ideativos y las secuencias de representaciones, pueden
tornarse conscientes, siendo necesario un mecanismo particular que discierna
ambas posibilidades: he aquí la denominada prueba de realidad. Con ello
ha caducado la ecuación «percepción = realidad (mundo exterior)», llamándose
alucinaciones los errores que ahora pueden producirse fácilmente y que
ocurren con regularidad en el sueño.
El interior del yo, que comprende ante todo los procesos cogitativos
o intelectivos, tiene la cualidad de preconsciente. Esta es característica
y privativa del yo, mas no sería correcto aceptar que la conexión con
los restos mnemónicos del lenguaje sea el requisito esencial del estado
preconsciente, pues éste es independiente de aquél, aunque la condición
del lenguaje permite suponer certeramente la índole preconsciente de
un proceso. El estado preconsciente, caracterizado de una parte por
su accesibilidad a la consciencia, y de otra por su vinculación con
los restos verbales, es, sin embargo, algo particular, cuya índole no
queda agotada por esas dos características. Prueba de ello es que grandes
partes del yo -y, ante todo, del super-yo, al que no se puede negar
el carácter de preconsciente-, por lo general permanecen inconscientes
en el sentido fenomenológico. Ignoramos por qué esto debe ser así. Más
adelante trataremos de abordar el problema de la verdadera índole de
lo preconsciente.
Lo inconsciente es la única cualidad dominante en el ello. El ello y
lo inconsciente se hallan tan íntimamente ligados como el yo, y lo preconsciente,
al punto que dicha relación es aún más exclusiva en aquel caso. Un repaso
de la historia evolutiva del individuo y de su aparato psíquico nos
permite comprobar una importante distinción en el ello. Originalmente,
desde luego, todo era ello; el yo se desarrolló del ello por la incesante
influencia del mundo exterior. Durante esta lenta evolución, ciertos
contenidos del ello pasaron al estado preconsciente y se incorporaron
así al yo; otros permanecieron intactos en el ello, formando su núcleo,
difícilmente accesible. Mas durante este desarrollo el joven y débil
yo volvió a desplazar al estado inconsciente ciertos contenidos ya incorporados,
abandonándolos, y se condujo de igual manera frente a muchas impresiones
nuevas que podría haber incorporado, de modo que éstas, rechazadas,
sólo pudieron dejar huellas en el ello. Teniendo en cuenta su origen,
denominamos lo reprimido a esta parte del ello. Poco importa que no
siempre podamos discernir claramente entre ambas categorías de contenidos
éllicos, que corresponden aproximadamente a la división entre el acervo
innato y lo adquirido durante el desarrollo del yo.
Si aceptamos la división topográfica del aparato psíquico en un yo y
en un ello, con la que corre paralela la diferenciación de las cualidades
preconscientes e inconscientes; si, por otra parte, sólo consideramos
estas cualidades como signos de la diferencia, pero no como la misma
esencia de éstas, ¿en qué reside entonces la verdadera índole del estado
que se revela en el ello por la cualidad de lo inconsciente, y en el
yo por la de lo preconsciente? ¿En qué consiste la diferencia entre
ambos?
Pues bien: nada sabemos de esto, y nuestros escasos conocimientos apenas
se elevan lastimosamente sobre el tenebroso fondo formado por esta incertidumbre.
Nos hemos aproximado aquí al verdadero y aún oculto enigma de lo psíquico.
Siguiendo la costumbre impuesta por otras ciencias naturales aceptamos
que en la vida psíquica actúa una especie de energía, pero carecemos
de todos los asideros necesarios para abordar su conocimiento mediante
analogías con otras formas energéticas. Creemos reconocer que la energía
nerviosa o psíquica existe en dos formas: una libremente móvil y otra
más bien ligada; hablamos de catexis e hipercatexis de los contenidos,
y aún nos atrevemos a suponer que una «hipercatexis» establece una especie
de síntesis entre distintos procesos, síntesis en cuyo curso la energía
libre se convierte en ligada. Más lejos no hemos podido llegar, pero
nos atenemos a la noción de que también la diferencia entre el estado
inconsciente y el preconsciente radica en semejantes condiciones dinámicas,
noción que nos permitiría comprender que el uno pueda transformarse
en el otro, ya sea espontáneamente o mediante nuestra intervención.
Tras todas esas incertidumbres asoma, empero, un nuevo hecho cuyo descubrimiento
debemos a la investigación psicoanalítica. Hemos aprendido que los procesos
del inconsciente o del ello obedecen a leyes distintas de las que rigen
los procesos en el yo preconsciente. En su conjunto denominamos a estas
leyes proceso primario, en contraste con el proceso secundario, que
regula el suceder del preconsciente, del yo. Así, pues, el estudio de
las cualidades psíquicas no ha resultado, a la postre, estéril.
[Traducción de Luis López-Ballesteros
y de Torres]