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Compendio de psicoanálisis - 1938 [1940]
Sigmund Freud
PRIMERA PARTE
CAPÍTULO V
LA INTERPRETACIÓN DE LOS SUEÑOS COMO MODELO ILUSTRATIVO
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Poco nos revelará la investigación
de los estados normales y estables, en los cuales los límites del yo
frente al ello, asegurados por resistencias (anticatexis), se han mantenido
firmes; en los cuales el super-yo no se diferencia del yo porque ambos
trabajan en armonía. Sólo pueden sernos útiles los estados de conflicto
y rebelión cuando el contenido del ello inconsciente tiene perspectivas
de irrumpir al yo y a la consciencia, y cuando el yo, a su vez, vuelve
a defenderse contra esa irrupción. Sólo en estas circunstancias podemos
realizar observaciones que corroboren o rectifiquen lo que hemos dicho
con respecto a ambos partícipes del mecanismo psíquico. Mas semejante
estado es precisamente el reposo nocturno, el dormir, y por eso la actividad
psíquica durante el dormir, actividad que vivenciamos como sueños, constituye
nuestro más favorable objeto de estudio. Además, nos permite eludir
la tan repetida objeción de que estructuraríamos la vida psíquica normal
de acuerdo con comprobaciones patológicas, pues el sueño es un fenómeno
habitual en la vida de todo ser normal, por más que sus características
discrepen de las producciones que presenta nuestra vida de vigilia.
Como todo el mundo sabe, el sueño puede ser confuso, incomprensible
y aun absurdo; sus contenidos pueden contradecir todas nuestras nociones
de la realidad, y en él nos conducimos como dementes, al adjudicar,
mientras soñamos, realidad objetiva a los contenidos del sueño.
Nos abrimos camino a la comprensión («interpretación») del sueño aceptando
que cuanto recordamos como tal, después de haber despertado, no es el
verdadero proceso onírico, sino sólo una fachada tras la cual se oculta
éste. He aquí la diferenciación que hacemos entre un contenido onírico
manifiesto y las ideas latentes del sueño. Al proceso que convierte
éstas en aquél lo llamamos elaboración onírica. El estudio de la elaboración
onírica nos suministra un excelente ejemplo de cómo el material inconsciente
del ello (tanto el originalmente inconsciente como el reprimido) se
impone al yo, se torna preconsciente y, bajo el rechazo del yo, sufre
aquellas transformaciones que conocemos como deformación onírica. No
existe característica alguna del sueño que no pueda ser explicada de
tal manera.
Lo más conveniente será que comencemos señalando la existencia de dos
clases de motivos para la formación onírica. O bien un impulso instintivo
(un deseo inconsciente), por lo general reprimido, adquiere durante
el reposo la fuerza necesaria para imponerse en el yo, o bien un deseo
insatisfecho subsistente en la vida diurna, un tren de ideas preconsciente,
con todos los impulsos conflictuales que le pertenecen, ha sido reforzado
durante el reposo por un elemento inconsciente. Hay, pues, sueños que
proceden del ello y sueños que proceden del yo. Para ambos rige el mismo
mecanismo de formación onírica, y también la imprescindible precondición
dinámica es una y la misma. El yo revela su origen relativamente tardío
y derivado del ello, por el hecho de que transitoriamente deja en suspenso
sus funciones y permite el retorno a un estado anterior. Como no podría
ser correctamente de otro modo, lo realiza rompiendo sus relaciones
con el mundo exterior y retirando sus catexis de los órganos sensoriales.
Puede afirmarse justificadamente que con el nacimiento queda establecida
una tendencia a retornar a la vida intrauterina que se ha abandonado;
es decir, un instinto de dormir. El dormir representa ese regreso al
vientre materno. Dado que el yo despierto gobierna la motilidad, esta
función es paralizada en el estado de reposo, tornándose con ello superfluas
buena parte de las inhibiciones impuestas al ello inconsciente. El retiro
o la atenuación de estas «anticatexis» permite ahora al ello una libertad
que ya no puede ser perjudicial. Las pruebas de la participación del
ello inconsciente en la formación onírica son numerosas y convincentes:
a) La memoria onírica tiene mucho más vasto alcance que la memoria vigil.
El sueño trae recuerdos que el soñante ha olvidado y que le son inaccesibles
durante la vigilia. b) El sueño recurre sin límite alguno a símbolos
lingüísticos cuya significación generalmente ignora el soñante, pero
cuyo sentido podemos establecer gracias a nuestra experiencia. Proceden
probablemente de fases pretéritas de la evolución del lenguaje. c) Con
gran frecuencia, la memoria onírica reproduce impresiones de la temprana
infancia del soñante, impresiones de las que no sólo podemos afirmar
con seguridad que han sido olvidadas, sino también que se tornaron inconscientes
debido a la represión. Sobre esto se basa el empleo casi imprescindible
del sueño para reconstruir la prehistoria del soñante, como intentamos
hacerlo en el tratamiento analítico de las neurosis. d) Además, el sueño
trae a colación contenidos que no pueden proceder ni de la vida adulta
ni de la infancia olvidada del soñante. Nos vemos obligados a considerarla
como una parte de la herencia arcaica que el niño trae consigo al mundo,
antes de cualquier experiencia propia, como resultado de las experiencias
de sus antepasados. Las analogías de este material filogenético las
hallamos en las más viejas leyendas de la humanidad y en sus costumbres
subsistentes. De este modo, el sueño se convierte en una fuente nada
desdeñable de la prehistoria humana.
Pero lo que hace al sueño tan valioso para nuestros conocimientos es
la circunstancia de que el material inconsciente, al irrumpir en el
yo, trae consigo sus propias modalidades dinámicas. Queremos decir con
ello que los pensamientos preconscientes mediante los cuales se expresa
aquél con tratados en el curso de la elaboración onírica como si fueran
partes inconscientes del ello, y en el segundo tipo citado de formación
onírica, los pensamientos preconscientes que se han reforzado con los
impulsos instintivos inconscientes son reducidos a su vez al estado
inconsciente. Sólo mediante este camino nos enteramos de las leyes que
rigen los mecanismos inconscientes y de sus diferencias frente a las
reglas conocidas del pensamiento vigil. Así, la elaboración onírica
es esencialmente un caso de elaboración inconsciente de procesos ideativos
preconscientes. Para recurrir a un símil de la historia: los conquistadores
foráneos no gobiernan el país conquistado de acuerdo con la ley que
encuentran en éste, sino de acuerdo con la propia. Mas es innegable
que el resultado de la elaboración onírica es una transacción, un compromiso
entre dos partes. Puede reconocerse el influjo de la organización del
yo, aún no del todo paralizada, en la deformación impuesta al material
inconsciente y en las tentativas, harto precarias a menudo, de conferir
al todo una forma que pueda ser aceptada por el yo (elaboración secundaria).
En nuestro símil esto vendría a ser la expresión de la pertinaz resistencia
que ofrecen los conquistados.
Las leyes de los procesos inconscientes que así se manifiestan son muy
extrañas y bastan para explicar casi todo lo que en el sueño nos parece
tan enigmático. Cabe mencionar entre ellas, ante todo, la notable tendencia
a la condensación, una tendencia a formar nuevas unidades con elementos
que en el pensamiento vigil seguramente habríamos mantenido separados.
Por consiguiente, a menudo un único elemento del sueño manifiesto representa
toda una serie de ideas oníricas latentes, como si fuese una alusión
común a todas ellas, y, en general, la extensión del sueño manifiesto
es extraordinariamente breve en comparación con el exuberante material
del que ha surgido. Otra particularidad de la elaboración onírica, no
del todo independiente de la anterior, es la facilidad del desplazamiento
de las intensidades psíquicas (catexis) de un elemento al otro, sucediendo
a menudo que un elemento accesorio de las ideas oníricas aparezca en
el sueño manifiesto como el más claro y, por consiguiente, el más importante;
recíprocamente, elementos esenciales de las ideas oníricas son sólo
representados en el sueño manifiesto por insignificantes alusiones.
Además, a la elaboración onírica suelen bastarle concordancias harto
inaparentes para sustituir un elemento por otro en todas las operaciones
subsiguientes. Es fácil imaginar en qué medida estos mecanismos de la
condensación y del desplazamiento pueden dificultar la interpretación
del sueño y la revelación de las relaciones entre el sueño manifiesto
y las ideas oníricas latentes. Al comprobar estas dos tendencias a la
condensación y al desplazamiento, nuestra teoría llega a la conclusión
de que en el ello inconsciente la energía se encuentra en estado de
libre movilidad, y que al ello le importa, más que cualquier otra cosa,
la posibilidad de descargar sus magnitudes de excitación; nuestra teoría
aplica ambas propiedades para caracterizar el proceso primario que anteriormente
hemos atribuido al ello.
El estudio de la elaboración onírica nos ha enseñado asimismo muchas
otras peculiaridades, tan notables como importantes, de los procesos
inconscientes, entre las que sólo unas pocas hemos de mencionar aquí.
Las reglas decisivas de la lógica no rigen en el inconsciente, del que
cabe afirmar que es el dominio de lo ilógico. Tendencias con fines opuestos
subsisten simultánea y conjuntamente en el inconsciente, sin que surja
la necesidad de conciliarlas; o bien ni siquiera se influyen mutuamente,
o, si lo hacen, no llegan a una decisión, sino a una transacción que
necesariamente debe ser absurda, pues comprende elementos mutuamente
inconciliables. De acuerdo con ello, las contradicciones no son separadas,
sino tratadas como si fueran idénticas, de modo que en el sueño manifiesto
todo elemento puede representar también su contrario. Ciertos filólogos
han reconocido que lo mismo ocurre en las lenguas más antiguas, y que
las antonimias, como «fuerte-débil», «claro-oscuro», «alto-bajo», fueron
expresadas primitivamente por una misma raíz, hasta que dos variaciones
del mismo radical separaron ambas significaciones antagónicas. En una
lengua tan evolucionada como el latín subsistirían aún restos de este
noble sentido primitivo, como, por ejemplo, en las voces altus («alto»
y «bajo») y sacer («sagrado» y «execrable»), entre otras.
Teniendo en cuenta la complicación y la multiplicidad de las relaciones
entre el sueño manifiesto y el contenido latente que tras él se oculta,
cabe preguntarse, desde luego, por qué camino se podría deducir el uno
del otro, y si al hacerlo dependeremos tan sólo de una feliz adivinación,
apoyada quizá por la traducción de los símbolos que aparecen en el sueño
manifiesto. Podemos responder que en la gran mayoría de los casos el
problema se resuelve satisfactoriamente, pero sólo con ayuda de las
asociaciones que el propio soñante agrega a los elementos del contenido
manifiesto. Cualquier otro procedimiento será arbitrario e inseguro.
Las asociaciones del soñante, en cambio, traen a la luz los eslabones
intermedios, que insertamos en la lengua entre el sueño manifiesto y
su contenido latente, reconstruyendo con su ayuda a éste, es decir,
«interpretamos» aquél. No debe extrañar que esta labor interpretativa,
de sentido contrario a la elaboración onírica, no alcance en ocasiones
plena seguridad.
Aún queda por explicar la razón dinámica de que el yo durmiente emprenda
el esfuerzo de la elaboración onírica. Afortunadamente, es fácil hallarla.
Todo sueño en formación exige al yo, con ayuda del inconsciente, la
satisfacción de un instinto, si el sueño surge del ello, o la solución
de un conflicto, la eliminación de una deuda, la adopción de un propósito,
si el sueño emana de un resto de la actividad preconsciente vigil. Pero
el yo durmiente está embargado por el deseo de mantener el reposo, percibiendo
esa exigencia como una molestia y tratando de eliminarla. Logra este
fin mediante un acto de aparente concesión, ofreciendo a la exigencia
una realización del deseo inofensiva en esas circunstancias, realización
mediante la cual consigue eliminar la exigencia. La función primordial
de la elaboración onírica es, precisamente, la sustitución de la exigencia
por la realización del deseo. Quizá no sea superfluo ilustrar tal circunstancia
mediante tres simples ejemplos: un sueño de hambre, uno de comodidad
y otro animado por la necesidad sexual. Mientras duerme, se hace sentir
en el soñante la necesidad de comida, de modo que sueña con un opíparo
banquete y sigue durmiendo. Desde luego, tenía la alternativa de despertarse
para comer o de seguir durmiendo; pero ha optado por lo último, satisfaciendo
el hambre en el sueño, por lo menos momentáneamente, pues si su apetito
continúa, seguramente acabará por despertarse. En cuanto al segundo
caso: el soñante debe despertar para llegar a determinada hora al hospital;
mas sigue durmiendo y sueña que ya se encuentra allí, aunque en calidad
de enfermo que no necesita abandonar su lecho. Por fin, supongamos que
de noche sienta ansias de gozar de un objeto sexual prohibido, como
la mujer de un amigo; sueña entonces con el acto sexual, pero no con
esa persona, sino con otra que lleva el mismo nombre, aunque le es indiferente;
o bien sus objeciones se expresan haciendo que la amada quede anónima.
Desde luego, no todos los casos son tan simples; particularmente en
los sueños que se originan en restos diurnos no solucionados y que en
el estado de reposo han hallado sólo un reforzamiento inconsciente,
a menudo no es fácil revelar el impulso motor inconsciente y demostrar
su realización del deseo, pero cabe aceptar que existe en todos los
casos. La regla de que el sueño es una realización de deseos, fácilmente
despertará incredulidad si se recuerda cuántos sueños tiene un contenido
directamente penoso, o aun provocan el despertar con angustia, sin mencionar
siquiera los tan frecuentes sueños carentes de tonalidad afectiva determinada.
El argumento del sueño de angustia, empero, no resiste al análisis,
pues no debemos olvidar que el sueño siempre es el resultado de un conflicto,
una especie de transacción conciliadora. Lo que para el ello inconsciente
es una satisfacción, puede ser, por eso mismo, motivo de angustia para
el yo.
A medida que avanza la elaboración onírica, unas veces se impondrá más
el inconsciente y otras se defenderá más enérgicamente el yo. En la
mayoría de los casos, los sueños de angustia son aquellos cuyo contenido
ha sufrido la menor deformación. Si la exigencia del inconsciente se
torna excesiva, de modo que el yo durmiente no sea capaz de rechazarla
con los medios a su alcance, entonces abandona el deseo de dormir y
retorna a la vida vigil. He aquí, pues, una definición que abarca todos
los casos de la experiencia; el sueño es siempre una tentativa de eliminar
la perturbación del reposo mediante la realización de un deseo, es decir,
es el guardián del reposo. Esta tentativa puede tener éxito más o menos
completo; pero también puede fracasar, y entonces el durmiente se despierta,
al parecer por ese mismo sueño. También al bravo sereno que ha de amparar
el reposo del villorrio, en ciertas circunstancias no le queda más remedio
que alborotar y despertar a los vecinos durmientes.
Para concluir estas consideraciones agregaremos unas palabras que justifiquen
nuestra prolongada dedicación al problema de la interpretación onírica.
Se ha demostrado que los mecanismos inconscientes revelados por el estudio
de la elaboración onírica, que nos han servido para explicar la formación
del sueño, nos facilitan también la comprensión de los curiosos síntomas
que atraen nuestro interés hacia las neurosis y las psicosis. Semejante
coincidencia nos permite abrigar grandes esperanzas.
[Traducción de Luis López-Ballesteros
y de Torres]