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Compendio de psicoanálisis - 1938 [1940]
Sigmund Freud
TERCERA PARTE
CAPÍTULO IX
EL MUNDO INTERIOR
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Para transmitir el conocimiento
de una simultaneidad compleja no tenemos otro recurso sino su descripción
sucesiva, de modo que todas nuestras representaciones adolecen básicamente
de una simplificación unilateral, siendo preciso que se las complemente,
que se las reestructure y, al mismo tiempo, que se las rectifique.
La noción de un yo que media entre el ello y el mundo exterior, que
asume las demandas instintuales del primero para conducirlas a su satisfacción,
que recoge percepciones en el segundo y las utiliza como recuerdos,
que, preocupado por su propia conservación, se defiende contra demandas
excesivas de ambas partes, guiándose en todas sus decisiones por los
consejos de un principio del placer modificado; esta noción sólo rige,
en realidad, para el yo hasta el final del primer período infantil alrededor
de los cinco años. Hacia esa época se produce una importante modificación.
Una parte del mundo exterior es abandonada, por lo menos parcialmente,
como objeto, y en cambio es incorporada al yo mediante la identificación;
es decir, se convierte en parte integrante del mundo interior. Esta
nueva instancia psíquica continúa las funciones que anteriormente desempeñaron
las personas correspondientes del mundo exterior: observa al yo, le
imparte órdenes, lo corrige y lo amenaza con castigos, tal como lo hicieron
los padres, cuya plaza ha venido a ocupar. A esta instancia la llamamos
super-yo, y en sus funciones judicativas la sentimos como conciencia.
No deja de ser notable que el super-yo despliegue a menudo una severidad
de la cual los padres reales no sentaron precedentes, y también que
no sólo llame a rendir cuentas al yo por sus actos cabales, sino también
por sus pensamientos e intenciones no realizadas, que parece conocer
perfectamente. Recordamos aquí que también el héroe de la leyenda edípica
se siente culpable por sus actos y se impone un autocastigo, pese a
que la compulsión del oráculo debería redimirlo de toda culpa, tanto
en nuestro juicio como en el propio. El super-yo es, en efecto, el heredero
del complejo de Edipo y sólo queda establecido una vez liquidado éste.
Por consiguiente, su excesivo rigor no se ajusta a un prototipo real,
sino que corresponde a la intensidad del rechazo dirigido contra la
tentación del complejo de Edipo. Quizá haya una vaga sospecha de esta
circunstancia en las afirmaciones de filósofos y creyentes, según las
cuales el hombre no adquiriría su sentido moral por la educación o por
la influencia de la vida en sociedad, sino que sería implantado en él
por una fuente superior.
Mientras el yo opera en plena concordancia con el super-yo, no es fácil
discernir las manifestaciones de ambos, pero las tensiones y las discrepancias
entre ellos se expresan con gran claridad. El tormento causado por los
reproches de la conciencia corresponde exactamente al miedo del niño
a perder el amor, amenaza reemplazada en él por la instancia moral.
Por otra parte, cuando el yo resiste con éxito a la tentación de hacer
algo que sería objetable por el super-yo, se siente exaltado en su autoestima
y reforzado en su orgullo, como si hubiese hecho una preciosa adquisición.
De tal manera, el super-yo continúa desempeñando ante el yo el papel
de un mundo exterior, por más que se haya convertido en parte integrante
del mundo interior. Para todas las épocas ulteriores de la vida representará
la influencia de la época infantil del individuo, de los cuidados, la
educación y la dependencia de los padres; en suma, la influencia de
la infancia, tan prolongada en el ser humano por la convivencia familiar.
Y con ello no sólo perduran las cualidades personales de esos padres,
sino también todo lo que a su vez tuvo alguna influencia determinante
sobre ellos; es decir, las inclinaciones y las normas del estado social
en el cual viven, las disposiciones y tradiciones de la raza de la cual
proceden. Quien prefiera las formulaciones generales y las distinciones
precisas podrá decir que el mundo exterior, al cual se encuentra expuesto
el individuo una vez separado de los padres, representa el poderío del
presente; su ello, en cambio, con todas sus tendencias heredadas, representa
el pasado orgánico; por fin, el super-yo, adquirido más tarde, representa
ante todo el pasado cultural, que el niño debe, en cierta manera, reexperimentar
en los pocos años de su primera infancia. Sin embargo, tales generalizaciones
difícilmente pueden tener vigencia universal. Una parte de las conquistas
culturales se sedimenta evidentemente en el ello; mucho de lo que el
super-yo trae consigo despertará, pues, un eco en el ello; parte de
lo que el niño vivencia por primera vez tendrá efecto reforzado, porque
repite una arcaica vivencia filogenética:
Was du ererbt von deinen Vätern hast,
Erwirb es, um es zu besitzen (*)
De tal manera, el super-yo asume una especie de posición intermedia
entre el ello y el mundo exterior, reúne en sí las influencias del presente
y del pasado. En el establecimiento del super-yo vemos, en cierta manera,
un ejemplo de cómo el presente se convierte en el pasado...
FIN DEL COMPENDIO DE PSICOANALISIS
[Traducción de Luis López-Ballesteros
y de Torres]