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INTRODUCCIÓN AL NARCISISMO [1914]
Sigmund Freud
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Capítulo
III
Las perturbaciones a las que está expuesto
el narcisismo primitivo del niño, las reacciones con las cuales se defiende de ellas
el infantil sujeto y los caminos por los que de este modo es impulsado, constituyen
un tema importantísimo, aún no examinado, y que habremos de reservar para un estudio
detenido y completo. Por ahora podemos desglosar de este conjunto uno de sus elementos
más importantes, el «complejo de la castración» (miedo a la pérdida del pene en
el niño y envidia del pene en la niña), y examinarlo en relación con la temprana
intimidación sexual. La investigación psicoanalítica que nos permite, en general,
perseguir los destinos de los instintos libidinosos cuando éstos, aislados de los
instintos del yo, se encuentran en oposición a ellos, nos facilita en este sector
ciertas deducciones sobre una época y una situación psíquica en las cuales ambas
clases de instintos actúan en un mismo sentido e inseparablemente mezclados como
intereses narcisistas. De esta totalidad ha extraído A. Adler su «protesta masculina»,
en la cual ve casi la única energía impulsora de la génesis del carácter y de las
neurosis, pero que no la funda en una tendencia narcisista, y, por tanto, aún libidinosa,
sino en una valoración social.
La investigación psicoanalítica ha reconocido la existencia y la significación de
la «protesta masculina» desde un principio, pero sostiene, contra Adler, su naturaleza
narcisista y su procedencia del complejo de castración. Constituye uno de los factores
de la génesis del carácter y es totalmente inadecuada para la explicación de los
problemas de las neurosis, en las cuales no quiere ver Adler más que la forma en
la que sirven a los instintos del yo. Para mí resulta completamente imposible fundar
la génesis de la neurosis sobre la estrecha base del complejo de castración, por
muy poderosamente que el mismo se manifieste también en los hombres bajo la acción
de las resistencias opuestas a la curación. Por último, conozco casos de neurosis
en los cuales la «protesta masculina» o, en nuestro sentido el complejo de castración,
no desempeña papel patógeno alguno o no aparece en absoluto.
La observación del adulto normal nos muestra muy mitigada su antigua megalomanía
y muy desvanecidos los caracteres infantiles de los cuales dedujimos su narcisismo
infantil. ¿Qué ha sido de la libido del yo? ¿Habremos de suponer que todo su caudal
se ha gastado en cargas de objeto? Esta posibilidad contradice todas nuestras deducciones.
La psicología de la represión nos indica una solución distinta.
Hemos descubierto que las tendencias instintivas libidinosas sucumben a una represión
patógena cuando entran en conflicto con las representaciones éticas y culturales
del individuo. No queremos en ningún caso significar que el sujeto tenga un mero
conocimiento intelectual de la existencia de tales ideas sino que reconoce en ellas
una norma y se somete a sus exigencias. Hemos dicho que la represión parte del yo,
pero aún podemos precisar más diciendo que parte de la propia autoestimación del
yo. Aquellos mismos impulsos, sucesos, deseos e impresiones que un individuo determinado
tolera en sí o, por lo menos, elabora conscientemente, son rechazados por otros
con indignación o incluso ahogados antes que puedan llegar a la consciencia. Pero
la diferencia que contiene la condición de la expresión puede ser fácilmente expresada
en términos que faciliten su consideración desde el punto de vista de la teoría
de la libido. Podemos decir que uno de estos sujetos ha construido en sí un ideal,
con el cual compara su yo actual, mientras que el otro carece de semejante formación
de ideal. La formación de un ideal sería, por parte del yo, la condición de la represión.
A este yo ideal se consagra el amor de sí mismo de que en la niñez era objeto el
yo real. El narcisismo aparece desplazado sobre este nuevo yo ideal, adornado, como
el infantil, con todas las perfecciones. Como siempre en el terreno de la libido,
el hombre se demuestra aquí, una vez más, incapaz de renunciar a una satisfacción
ya gozada alguna vez. No quiere renunciar a la perfección de su niñez, y ya que
no pudo mantenerla ante las enseñanzas recibidas durante su desarrollo y ante el
despertar de su propio juicio, intenta conquistarla de nuevo bajo la forma del ideal
del yo. Aquello que proyecta ante sí como su ideal es la sustitución del perdido
narcisismo de su niñez, en el cual era él mismo su propio ideal.
Examinemos ahora las relaciones de esta formación de un ideal con la sublimación.
La sublimación es un proceso que se relaciona con la libido objetal y consiste en
que el instinto se orienta sobre un fin diferente y muy alejado de la satisfacción
sexual. Lo más importante de él es el apartamiento de lo sexual. La idealización
es un proceso que tiene efecto en el objeto, engrandeciéndolo y elevándolo psíquicamente,
sin transformar su naturaleza. La idealización puede producirse tanto en el terreno
de la libido del yo como en el de la libido objetal. Así, la hiperestimación sexual
del objeto es una idealización del mismo. Por consiguiente, en cuanto la sublimación
describe algo que sucede con el instinto y la idealización algo que sucede con el
objeto, se trata entonces de dos conceptos totalmente diferentes.
La formación de un ideal del yo es confundida erróneamente, a veces, con la sublimación
de los instintos. El que un individuo haya trocado su narcisismo por la veneración
de un ideal del yo, no implica que haya conseguido la sublimación de sus instintos
libidinosos. El ideal del yo exige por cierto esta sublimación, pero no puede imponerla.
La sublimación continúa siendo un proceso distinto, cuyo estímulo puede partir del
ideal, pero cuya ejecución permanece totalmente independiente de tal estímulo. Precisamente
en los neuróticos hallamos máximas diferencias de potencial entre el desarrollo
del ideal del yo y el grado de sublimación de sus primitivos instintos libidinosos,
y, en general, resulta más difícil convencer a un idealista de la inadecuada localización
de su libido que a un hombre sencillo y mesurado en sus aspiraciones. La relación
de la formación de ideal y la sublimación respecto a la causación de la neurosis
es también muy distinta. La producción de un ideal eleva, como ya hemos dicho, las
exigencias del yo y favorece más que nada la represión. En cambio, la sublimación
representa un medio de cumplir tales exigencias sin recurrir a la represión.
No sería de extrañar que encontrásemos una instancia psíquica especial encargada
de velar por la satisfacción narcisista procedente del ideal del yo y que, en cumplimiento
de su función, vigile de continuo el yo actual y lo compare con el ideal. Si tal
instancia existe, no nos sorprenderá nada descubrirla, pues reconoceremos en el
acto en ella aquello a lo que damos el nombre de conciencia. El reconocimiento de
esta instancia nos facilita la comprensión del llamado delirio de autorreferencia
o, mas exactamente, de ser observado, tan manifiesto en la sintomatología de las
enfermedades paranoicas y que quizá puede presentarse también como perturbación
aislada o incluida en una neurosis de transferencia. Los enfermos se lamentan entonces
de que todos sus pensamientos son descubiertos por los demás y observados y espiados
sus actos todos. De la actuación de esta instancia les informan voces misteriosas,
que les hablan característicament en tercera persona. («Ahora vuelve él a pensar
en ello; ahora se va.») Esta queja de los enfermos está perfectamente justificada
y corresponde a la verdad. En todos nosotros, y dentro de la vida normal, existe
realmente tal poder, que observa, advierte y critica todas nuestras intenciones.
El delirio de ser observado representa a este poder en forma regresiva, descubriendo
con ello su génesis y el motivo por el que el enfermo se rebela contra él.
El estímulo para la formación del ideal del yo, cuya vigilancia está encomendada
a la conciencia, tuvo su punto de partida en la influencia crítica ejercida, de
viva voz, por los padres, a los cuales se agrega luego los educadores, los profesores
y, por último, toda la multitud innumerable de las personas del medio social correspondiente
(los compañeros, la opinión pública).
De este modo son atraídas a la formación del ideal narcisista del yo grandes magnitudes
de libido esencialmente homosexual y encuentran en la conservación del mismo una
derivación y una satisfacción. La institución de la conciencia fue primero una encarnación
de la crítica parental y luego de la crítica de la sociedad, un proceso como el
que se repite en la génesis de una tendencia a la represión, provocada por una prohibición
o un obstáculo exterior. Las voces, así como la multitud indeterminada, reaparecen
luego en la enfermedad, y con ello, la historia evolutiva de la conciencia regresivamente
reproducida. La rebeldía contra esta instancia censora proviene de que el sujeto
(correlativamente al carácter fundamental de la enfermedad) quiere desligarse de
todas estas influencias, comenzando por la parental, y retira de ellas la libido
homosexual. Su conciencia se le opone entonces en una manera regresiva, como una
acción hostil orientada hacia él desde el exterior.
Las lamentaciones de los paranoicos demuestran también que la autocrítica de la
conciencia coincide, en último término, con la autoobservación en la cual se basa.
La misma actividad psíquica que ha tomado a su cargo la función de la conciencia
se ha puesto también, por tanto, al servicio de la introspección, que suministra
a la filosofía material para sus operaciones mentales. Esta circunstancia no es
quizá indiferente en cuanto a la determinación del estímulo de la formación de sistemas
especulativos que caracteriza a la paranoia.
Será muy importante hallar también en otros sectores indicios de la actividad de
esta instancia crítica observadora, elevada a la categoría de conciencia y de introspección
filosófica. Recordaré, pues, aquello que H. Silberer ha descrito con el nombre de
«fenómeno funcional» y que constituye uno de los escasos complementos de valor indiscutible
aportados hasta hoy a nuestra teoría de los sueños. Silberer ha mostrado que, en
estados intermedios entre la vigilia y el sueño, podemos observar directamente la
transformación de ideas en imágenes visuales; pero que, en tales circunstancias,
lo que surge ante nosotros no es, muchas veces, un contenido del pensamiento, sino
del estado en el que se encuentra la persona que lucha con el sueño. Asimismo ha
demostrado que algunas conclusiones de los sueños y ciertos detalles de los mismos
corresponden exclusivamente a la autopercepción del estado de reposo o del despertar.
Ha descubierto, pues, la participación de la autopercepción -en el sentido del delirio
de observación paranoica- en la producción onírica. Esta participación es muy inconstante.
Para mí hubo de pasar inadvertida, porque no desempeña papel alguno reconocido en
mis sueños. En cambio, en personas de dotes filosóficas y habituadas a la introspección,
se hace quizá muy perceptible.
Recordaremos haber hallado que la producción onírica nace bajo el dominio de una
censura que impone a las ideas latentes del sueño una deformación. Pero no hubimos
de representarnos esta censura como un poder especial, sino que denominamos así
aquella parte de las tendencias represoras dominantes en el yo que aparecía orientada
hacia las ideas del sueño. Penetrando más en la estructura del yo, podemos reconocer
también en el ideal del yo y en las manifestaciones dinámicas de la conciencia este
censor del sueño. Si suponemos que durante el reposo mantiene aún alguna atención,
comprenderemos que la premisa de su actividad, la autoobservación y la autocrítica,
puedan suministrar una aportación al contenido del sueño, con advertencias tales
como «ahora tiene demasiado sueño para pensar» o «ahora despierta» [*].
Partiendo de aquí podemos intentar un estudio de la autoestimación en el individuo
normal y en el neurótico.
En primer lugar, la autoestimación nos parece ser una expresión de la magnitud del
yo, no siendo el caso conocer cuáles son los diversos elementos que van a determinar
dicha magnitud. Todo lo que una persona posee o logra, cada residuo del sentimiento
de la primitiva omnipotencia confirmado por su experiencia, ayuda a incrementar
su autoestimación.
Al introducir nuestra diferenciación de instintos sexuales e instintos del yo, tenemos
que reconocer en la autoestimación una íntima relación con la libido narcisista.
Nos apoyamos para ello en dos hechos fundamentales: el de que la autoestimación
aparece intensificada en las parafrenias y debilitada en las neurosis de transferencia,
y el de que en la vida erótica el no ser amado disminuye la autoestimación, y el
serlo, la incrementa. Ya hemos indicado que el ser amado constituye el fin y la
satisfacción en la elección narcisista de objeto.
No es difícil, además, observar que la carga de libido de los objetos no intensifica
la autoestimación. La dependencia al objeto amado es causa de disminución de este
sentimiento: el enamorado es humilde. El que ama pierde, por decirlo así, una parte
de su narcisismo, y sólo puede compensarla siendo amado. En todas estas relaciones
parece permanecer enlazada la autoestimación con la participación narcisista en
el amor.
La percepción de la impotencia, de la imposibilidad de amar, a causa de perturbaciones
físicas o anímicas, disminuye extraordinariamente la autoestimación. A mi juicio,
es ésta una de las causas del sentimiento de inferioridad del sujeto en las neurosis
de transferencia. Pero la fuente principal de este sentimiento es el empobrecimiento
del yo, resultante de las grandes cargas de libido que le son sustraídas, o sea
el daño del yo por las tendencias sexuales no sometidas ya a control ninguno.
A. Adler ha indicado acertadamente que la percepción por un sujeto de vida psíquica
activa de algunos defectos orgánicos, actúa como un estímulo capaz de rendimientos,
y provoca, por el camino de la hipercompensación, un rendimiento más intenso. Pero
sería muy exagerado querer referir todo buen rendimiento a esta condición de una
inferioridad orgánica primitiva. No todos los pintores padecen algún defecto de
la visión, ni todos los buenos oradores han comenzado por ser tartamudos. Existen
también muchos rendimientos extraordinarios basados en dotes orgánicas excelentes.
En la etiología de las neurosis, la inferioridad orgánica y un desarrollo imperfecto
desempeña un papel insignificante, el mismo que el material de la percepción corriente
actual en cuanto a la producción onírica. La neurosis se sirve de ella como de un
pretexto, lo mismo que de todos los demás factores que pueden servirle para ello.
Si una paciente nos hace creer que ha tenido que enfermar de neurosis porque es
fea, contrahecha y sin ningún atractivo, siendo así imposible que nadie la ame,
no tardará otra en hacernos cambiar de opinión mostrándonos que permanece tenazmente
refugiada en su neurosis y en su repulsa sexual, no obstante ser extraordinariamente
deseable y deseada. Las mujeres histéricas suelen ser, en su mayoría, muy atractivas
o incluso bellas, y, por otro lado, la acumulación de fealdad y defectos orgánicos
en las clases inferiores de nuestra sociedad no contribuye perceptiblemente a aumentar
la incidencia de las enfermedades neuróticas en este medio.
Las relaciones de la autoestimación con el erotismo (con las cargas libidinosas
de objeto) pueden encerrarse en las siguientes fórmulas. Deben distinguirse dos
casos, según que las cargas de libido sean ego-sintónicas o hayan sufrido, por lo
contrario, una represión. En el primer caso (dado un empleo de la libido aceptado
por el yo), el amor es estimado como otra cualquier actividad del yo. El amor en
sí, como anhelo y como privación, disminuye la autoestimación, mientras que ser
amado o correspondido, habiendo vuelto el amor a sí mismo, la posesión del objeto
amado, la intensifica de nuevo. Dada una represión de la libido, la carga libidinosa
es sentida como un grave vaciamiento del yo, la satisfacción del amor se hace imposible,
y el nuevo enriquecimiento del yo sólo puede tener efecto retrayendo de los objetos
la libido que los investía.
La vuelta de la libido objetal al yo y su transformación en narcisismo representa
como si fuera de nuevo un amor dichoso, y por otro lado, es también efectivo que
un amor dichoso real corresponde a la condición primaria donde la libido objetal
y la libido del yo no pueden diferenciarse.
La importancia del tema y la imposibilidad de lograr de él una visión de conjunto
justificarán la agregación de algunas otras observaciones, sin orden determinado.
La evolución del yo consiste en un alejamiento del narcisismo primario y crea una
intensa tendencia a conquistarlo de nuevo. Este alejamiento sucede por medio del
desplazamiento de la libido sobre un ideal del yo impuesto desde el exterior, y
la satisfacción es proporcionada por el cumplimiento de este ideal.
Simultáneamente ha destacado el yo las cargas libidinosas de objeto. Se ha empobrecido
en favor de estas cargas, así como del ideal del yo, y se enriquece de nuevo por
las satisfacciones logradas en los objetos y por el cumplimiento del ideal.
Una parte de la autoestima es primaria: el residuo del narcisismo infantil; otra
procede de la omnipotencia confirmada por la experiencia (del cumplimiento del ideal);
y una tercera, de la satisfacción de la libido objetal.
El ideal del yo ha conseguido la satisfacción de la libido en los objetos bajo condiciones
muy difíciles, renunciando a una parte de la misma, considerada rechazable por su
censor. En aquellos casos en los que no ha llegado a desarrollarse tal ideal, la
tendencia sexual de que se trate entra a formar parte de la personalidad del sujeto
en forma de perversión. El ser humano cifra su felicidad en volver a ser su propio
ideal una vez más como lo era en su infancia, tanto con respecto a sus tendencias
sexuales como a otras tendencias.
El enamoramiento consiste en una afluencia de la libido del yo al objeto. Tiene
el poder de levantar represiones y volver a instituir perversiones. Exalta el objeto
sexual a la categoría de ideal sexual. Dado que tiene afecto, según el tipo de elección
de objeto por apoyo, y sobre la base de la realización de condiciones eróticas infantiles,
podemos decir todo lo que cumple estas condiciones eróticas es idealizado.
El ideal sexual puede entrar en una interesante relación auxiliar con el ideal del
yo.Cuando la satisfacción narcisista tropieza con obstáculos reales, puede ser utilizado
el ideal sexual como satisfacción sustitutiva. Se ama entonces, conforme al tipo
de la elección de objeto narcisista. Se ama a aquello que hemos sido y hemos dejado
de ser o aquello que posee perfecciones de que carecemos. La fórmula correspondiente
sería: es amado aquello que posee la perfección que le falta al yo para llegar al
ideal. Este caso complementario entraña una importancia especial para el neurótico,
en el cual ha quedado empobrecido el yo por las excesivas cargas de objeto e incapacitado
para alcanzar su ideal. El sujeto intentará entonces retornar al narcisismo, eligiendo,
conforme al tipo narcisista, un ideal sexual que posea las perfecciones que él no
puede alcanzar. Esta sería la curación por el amor, que el sujeto prefiere, en general,
a la analítica. Llegara incluso a no creer en la posibilidad de otro medio de curación
e iniciará el tratamiento con la esperanza de lograrlo en ella, orientando tal esperanza
sobre la persona del médico. Pero a este plan curativo se opone, naturalmente, la
incapacidad de amar del enfermo, provocada por sus extensas represiones. Cuando
el tratamiento llega a desvanecer un tanto esta incapacidad surge a veces un desenlace
indeseable; el enfermo se sustrae a la continuación del análisis para realizar una
elección amorosa y encomendar y confiar a la vida en común con la persona amada
el resto de la curación. Este desenlace podría parecernos satisfactorio si no trajese
consigo, para el sujeto, una invalidante dependencia de la persona que le ha prestado
su amoroso auxilio.
Del ideal del yo parte un importante cambio para la comprensión de la psicología
colectiva. Este ideal tiene, además de su parte individual, su parte social: es
también el ideal común de una familia, de una clase o de una nación. Además de la
libido narcisista, atrae a sí gran magnitud de la libido homosexual, que ha retornado
al yo. La insatisfacción provocada por el incumplimiento de este ideal deja eventualmente
en libertad un acopio de la libido homosexual, que se convierte en consciencia de
culpa (angustia social). La consciencia de culpa fue, originariamente, miedo al
castigo de los padres o, más exactamente, a perder el amor de los mismos. Más tarde,
los padres quedan sustituidos por un indefinido número de compañeros. La frecuente
causación de la paranoia por una mortificación del yo; esto es, por la frustración
de satisfacción en el campo del ideal de yo, se nos hace así comprensible, e igualmente
la coincidencia de la idealización y la sublimación en el ideal del yo como la involución
de las sublimaciones y la eventual transformación de los ideales en trastornos parafrénicos.
[Traducción de Luis López-Ballesteros
y de Torres]