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Adición metapsicológica a la teoría de los sueños - 1915 [1917]
Sigmund Freud
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XCII
Hemos de comprobar repetidamente cuán
ventajoso es, para nuestra investigación, comparar entre sí determinados estados
y fenómenos, que podemos considerar como modelos normales de ciertas afecciones
patológicas. A este género pertenecen ciertos estados afectivos, como la aflicción
y el enamoramiento, y otros de diferente naturaleza, entre los cuales citaremos
el estado de reposo (dormir) y el fenómeno onírico.
Al acostarse con el propósito de dormir, se despoja el hombre de todas aquellas
envolturas que encubren su cuerpo y de aquellos objetos que constituyen un complemento
de sus órganos somáticos o una sustitución de partes de su cuerpo, esto es, de los
lentes, la peluca, la dentadura postiza, etc., y obra igualmente con su psiquismo,
renunciando a la mayoría de sus adquisiciones psíquicas y reconstituyendo, de este
modo, en ambos sentidos, la situación que hubo de ser el punto de partida de su
desarrollo vital. El dormir es, somáticamente, un retorno a la estancia en el seno
materno, con todas sus características de quietud, calor y ausencia de estímulo.
Muchos hombres llegan incluso a tomar durante su sueño, la posición fetal. El estado
psíquico del durmiente se caracteriza por un retraimiento casi absoluto del mundo
circunambiente y la cesación de todo interés hacia él.
Cuando investigamos los estados psiconeuróticos, nos vemos impulsados a acentuar,
en cada uno de ellos, las llamadas regresiones temporales, o sea el montante del
retroceso que le es particular, hacia las más tempranas fases del desarrollo. Distinguimos
dos de estas regresiones: la desarrollo del Yo y la del desarrollo de la libido.
Esta última, llega, en el estado de reposo, hasta la reconstitución del narcisismo
primitivo, y la primera, hasta la fase de la satisfacción alucinatoria de deseos.
Todo lo que sabemos de los caracteres psíquicos del estado de reposo, lo hemos averiguado
en el estudio de los sueños. Éstos no nos muestran al hombre durmiendo, pero no
pueden por menos de delatarnos algunos de los caracteres del estado de reposo. La
observación nos ha descubierto algunas peculiaridades del fenómeno onírico, que
al principio nos parecían ininteligibles, pero que luego hemos llegado a comprender
perfectamente. Así, sabemos que el sueño es absolutamente egoísta y que la persona
que en sus escenas desempeña el principal papel, es siempre la del durmiente. Esta
circunstancia se deriva, naturalmente, del narcisismo del estado de reposo.
El narcisismo y el egoísmo son la misma cosa. La única diferencia está en que con
el término de «narcisismo», acentuamos que el egoísmo es también un fenómeno libidinoso.
O dicho de otro modo: el narcisismo puede ser considerado como el complemento libidinoso
del egoísmo. También se nos hace comprensible la capacidad diagnóstica del sueño,
que nos descubre, durante el reposo, los síntomas de una enfermedad en sus comienzos,
síntomas que pasaban inadvertidos durante la vigilia. El fenómeno onírico amplifica,
en efecto, hasta lo gigantesco, todas las sensaciones somáticas. Esta amplificación
es de naturaleza hiponcondríaca, presupone que toda la carga psíquica ha sido retraída
del mundo exterior y acumulada en el Yo, y permite descubrir en el sueño, modificaciones
somáticas, que durante la vigilia hubieran permanecido aún inadvertidas por algún
tiempo.
Un sueño constituye la señal de que ha surgido algo que tendía a perturbar el reposo,
y nos da a conocer la forma en que esta perturbación puede ser rechazada. El durmiente
sueña en lugar de despertar bajo los efectos de la perturbación, resultando así
el sueño un guardián del reposo. En lugar del estímulo interior que aspiraba a atraer
la atención del sujeto, ha surgido un suceso exterior -el fenómeno onírico- cuyas
aspiraciones han quedado satisfechas. Un sueño es, pues, una proyección al exterior,
de un proceso interior. Recordamos haber hallado ya en otro lugar, la proyección,
entre los medios de defensa. También el mecanismo de la fobia histérica culminaba
en el hecho de que el individuo podía protegerse, por medio de tentativas de fuga
contra un peligro exterior, surgido en lugar de un estímulo instintivo interno.
Pero hemos de aplazar el estudio detenido de la proyección hasta llegar al análisis
de aquella afección narcisista en la que este mecanismo desempeña un principalísimo
papel.
Veamos cómo puede quedar perturbada la intención de dormir. La perturbación puede
proceder de una excitación interior o de un estímulo exterior. Atenderemos en primer
lugar, al caso menos transparente y más interesante, de la perturbación emanada
del interior. La experiencia nos muestra, que los estímulos del sueño son restos
diurnos, cargas mentales que no se han prestado a la general sustracción de las
cargas y han conservado, a pesar de ella, una cierta medida de interés libidinoso
o de otro género cualquiera. Así, pues, hallamos aquí una primera excepción del
narcisismo del estado de reposo, excepción que da lugar a la elaboración onírica.
Los restos diurnos se nos dan a conocer en el análisis, como ideas oníricas latentes,
y tenemos que considerarlos, por su naturaleza y su situación, como representaciones
preconscientes, pertenecientes al sistema Prec.
El subsiguiente esclarecimiento de la formación de los sueños no deja de oponernos
determinadas dificultades. El narcisismo del estado de reposo significa la sustracción
de la carga de todas las representaciones objetivas, y tanto de la parte inconsciente
de las mismas como de su parte preconsciente. Así, pues, cuando comprobamos que
determinados restos diurnos han permanecido cargados, no podemos inclinarnos a admitir
que han adquirido durante la noche energía suficiente para atraer la atención de
la consciencia. Más bien supondremos que la carga que conservan es mucho más débil
que la que poseían durante el día. El análisis nos evita aquí más amplias especulaciones,
demostrándonos, que estos restos diurnos tienen que recibir un refuerzo, emanado
de las fuentes instintivas inconscientes, para poder surgir como formadores de sueños.
Esta hipótesis no ofrece, al principio, dificultad ninguna, pues hemos de suponer,
que la censura situada entre el sistema Prec. y el Inc. se halla muy disminuída
durante el reposo, quedando, por lo tanto, muy facilitada la relación entre ambos
sistemas.
Sin embargo, surge aquí una objeción que no podemos silenciar. Si el estado de reposo
narcisista ha tenido por consecuencia el retraimiento de todas las cargas de los
sistemas Inc. y Prec., faltará también la posibilidad de que los restos diurnos
preconscientes sean intensificados por los impulsos instintivos inconscientes, los
cuales han cedido también sus cargas al Yo. La teoría de la formación de los sueños
muestra, aquí, una evidente contradicción que sólo podremos salvar modificando nuestra
hipótesis sobre el narcisismo del estado de reposo.
Esta hipótesis restrictiva queda también irrebatiblemente demostrada en la «demencia
precoz», y su contenido no puede ser sino el de que la parte reprimida del sistema
Inc. no obedece a los deseos de dormir emanados del Yo, conserva su carga, total
o fragmentariamente, y conquista, a consecuencia de la represión, una cierta independencia.
Correlativamente, habría de ser mantenido, durante la noche, un cierto montante
del esfuerzo de represión (de la contracarga), para eludir el peligro instintivo,
aunque la oclusión de todos los caminos que conducen al desarrollo de afecto y a
la motilidad, tiene que disminuir considerablemente el nivel de la contracarga necesaria.
Así, pues, describiríamos en la forma siguiente, la situación que conduce a la formación
de sueños: el deseo de dormir intenta retraer todas las cargas emanadas del Yo y
constituir un narcisismo absoluto. Este propósito no puede ser conseguido sino a
medias, pues lo reprimido del sistema Inc. no obedece al deseo de dormir. Por lo
tanto, tiene que ser mantenida también una parte de la contracarga, y la censura
entre el sistema Inc. y el Prec. ha de permanecer vigilante aunque no tanto como
durante el día. En la esfera de acción del Yo, quedan despojados de sus cargas todos
los sistemas.
Cuanto más fuertes son las cargas instintivas inconscientes más incompleto será
el reposo. Existe también un caso extremo, en el cual el Yo abandona su deseo de
dormir, por sentirse incapaz de coartar los impulsos libertados durante el sueño,
o dicho de otro modo, renuncia a dormir por miedo a sus sueños.
Más adelante, estimaremos en toda su amplia importancia, la hipótesis de la desobediencia
de los impulsos reprimidos. Por ahora, nos limitaremos a proseguir nuestro examen
de la formación de los sueños.
Como segunda excepción del narcisismo consignaremos la posibilidad antes citada,
de que también algunas de las ideas diurnas preconscientes opongan resistencia y
conserven una parte de su carga. Ambos casos pueden ser, en el fondo, idénticos.
La resistencia de los restos diurnos puede depender de su conexión, existente ya
en la vigilia, con impulsos inconscientes. Pero también puede suceder algo menos
sencillo, o sea que los restos diurnos no despojados totalmente de su carga, se
pongan en relación con lo reprimido, durante el estado de reposo, merced a la mayor
facilidad de comunicación entre los sistemas Prec. e Inc. En ambos casos tiene efecto
el mismo progreso decisivo de la formación onírica, esto es, queda constituído el
deseo onírico preconsciente, que da expresión, con el material de los restos diurnos
preconscientes, al impulso inconsciente. Este deseo onírico debe ser distinguido
de los restos diurnos. No existía en la vigilia y puede mostrar ya el carácter irracional
que todo lo inconsciente manifiesta cuando lo traducimos a lo consciente. El deseo
onírico no debe tampoco ser confundido con los sentimientos optativos que pueden
existir entre las ideas preconscientes (latentes) del sueño. Pero cuando tales deseos
aparecen integrados en dicho material, se asocia a ellos, intensificándolos.
Examinemos ahora los destinos subsiguientes de este impulso optativo, representante
de una tendencia instintiva inconsciente, que se ha formado, como deseo onírico
(fantasía realizadora de deseos) en el sistema Prec. Este impulso podría hallar
su satisfacción por distintos caminos. Podría seguir el que consideramos normal
durante la vigilia, o sea pasar desde el sistema Prec. a la consciencia, o crearse
una descarga motora directa, eludiendo el sistema Cc. Pero la observación nos muestra
que sigue un tercer camino, totalmente inesperado. En el primer caso, se convertiría
en una idea delirante, cuyo contenido sería la realización del deseo, pero esto
no sucede nunca durante el estado de reposo. (Aunque nos hallamos todavía muy poco
familiarizados con las condiciones metapsicológicas de los procesos anímicos, podemos
quizá deducir, de este hecho, que la descarga total de un sistema lo hace poco sensible
a los estímulos). El segundo caso, o sea el de la descarga motora directa, debería
quedar excluído por el mismo principio, pues el acceso a la motilidad se halla normalmente
más allá de la censura de la consciencia, pero puede presentarse, excepcionalmente,
constituyendo el sonambulismo. Ignoramos en qué condiciones surge esta posibilidad
y a qué obedece su poca frecuencia. Pero lo que realmente sucede en los sueños es
algo tan singular como imprevisto. El proceso nacido en el sistema Prec. e intensificado
por el sistema Inc., toma un camino regresivo a través del sistema Inc., en dirección
a la percepción que tiende a la consciencia. Esta regresión es la tercera fase de
la formación onírica y la calificamos de tópica, para diferenciarla de la temporal,
antes mencionada. Ambas regresiones no coinciden necesariamente siempre, pero sí
en el caso presente. La regresión de la excitación desde el sistema Prec. hasta
la percepción, a través del sistema Inc., es al mismo tiempo, un retorno a la fase
de la realización alucinatoria de deseos.
Por la interpretación de los sueños, conocemos de qué modo se desarrolla la regresión
de los restos diurnos preconscientes en la elaboración onírica. Las ideas quedan
transformadas en imágenes, predominantemente visuales, o sea reducidas las representaciones
verbales a las objetivas correspondientes, como si todo el proceso se hallase dominado
por la tendencia a la representabilidad. Una vez realizada la regresión, queda en
el sistema Inc., una serie de cargas de recuerdos objetivos, sobre las cuales actúa
el proceso psíquico primario hasta formar, por medio de su condensación y desplazamiento,
el contenido manifiesto del sueño. Las representaciones verbales existentes entre
los restos diurnos no son tratadas como representaciones verbales y sometidas a
los efectos de la condensación y el desplazamiento, más que cuando constituyen residuos
actuales y recientes de percepciones y no una exteriorización de pensamientos. De
aquí, la afirmación desarrollada en nuestra «Interpretación de los sueños» y demostrada
luego hasta la evidencia, de que las palabras y frases integradas en el contenido
del sueño no son de nueva formación sino que constituyen una imitación de las palabras
pronunciadas el día inmediatamente anterior, o, correspondientes a impresiones recibidas,
durante el mismo, en la lectura, conversación, etcétera. Es harto singular la poca
firmeza con que la elaboración onírica retiene las representaciones verbales, hallándose
siempre dispuesta a cambiar unas palabras por otras, hasta encontrar aquella expresión
que ofrece mayores facilidades para la representación plástica.
Se nos revela aquí, la diferencia decisiva entre la elaboración onírica y la esquizofrenia.
En ésta, son elaboradas, por el proceso primario, las palabras mismas en las que
aparece expresada la idea preconsciente, mientras que la elaboración onírica no
recae sobre las palabras sino sobre las representaciones objetivas a que las mismas
son previamente reducidas. El sueño conoce una regresión tópica. En cambio, la esquizofrenia,
no. En el sueño, no se opone obstáculo ninguno a la relación entre las cargas (Prec.)
de las palabras y las cargas (Inc.) de los objetos, relación absolutamente coartada
en la esquizofrenia. La interpretación onírica disminuye, sin embargo, el alcance
de esta diferencia. Al revelarnos, en su labor interpretadora, el curso de la elaboración
de los sueños, explorando los caminos que conducen desde las ideas latentes a los
elementos del sueño, descubriendo el aprovechamiento de los equívocos verbales e
indicando los puentes de palabras, tendidos entre diversos sectores del material,
hace la interpretación onírica una impresión tan pronto chistosa como esquizofrénica,
y nos impulsa a olvidar que todas las operaciones verbales no son, para el sueño,
sino una preparación de la regresión a los objetos.
El final del proceso onírico consiste en que el contenido ideológico, regresivamente
transformado y convertido en una fantasía optativa, se hace consciente bajo la forma
de una percepción sensorial, transformación durante la cual recibe la elaboración
secundaria a la que es sometida toda percepción. Decimos entonces, que el deseo
onírico es alucinado, y su cumplimiento encuentra, como tal alucinación, completo
crédito. Esta parte final de la formación de los sueños presenta ciertos puntos
oscuros, para cuyo esclarecimiento vamos a comparar el sueño con los estados patológicos
afines.
La formación de la fantasía optativa y su regresión a la alucinación constituyen
los elementos más importantes de la elaboración onírica, pero no le son exclusivamente
peculiares. Por el contrario, los hallamos igualmente en dos estados patológicos:
en la demencia aguda alucinatoria (la «amencia» de Meynert) y en la fase alucinaría
de la esquizofrenia. El delirio alucinatorio de la amencia es una fantasía optativa
claramente visible, y a veces, tan completamente ordenada como un bello sueño diurno.
Pudiera hablarse en general de una psicosis optativa alucinatoria y reconocerla
tanto en el sueño como en la amencia. Existen también sueños, que no consisten sino
en fantasías optativas de amplio contenido y nada deformadas. La fase alucinatoria
de la esquizofrenia no ha sido tan detenidamente estudiada. Parece ser, generalmente,
de naturaleza compuesta, pero podría corresponder a una nueva tentativa de restitución,
que tendería a devolver a las representaciones objetivas la carga libidinosa. Los
demás estados alucinatorios que observamos en diversas afecciones patológicas, no
pueden ser integrados en este paralelo, por carecer nosotros de experiencia propia
sobre ellos y sernos imposible utilizar la de otros.
La psicosis optativa alucinatoria -en el sueño o en otro estado cualquiera -realiza
dos funciones nada coincidentes. No sólo lleva a la consciencia deseos ocultos o
reprimidos, sino que los representa como satisfechos y encuentra completo crédito.
No puede afirmarse que los deseos inconscientes hayan de ser tenidos por realidades
una vez que han logrado hacerse conscientes, pues nuestro juicio es muy capaz de
distinguir las realidades, incluso de deseos y representaciones tan intensos como
éstos. En cambio parece justificado admitir que la creencia en la realidad se halla
ligada a la percepción sensorial. Cuando una idea ha encontrado el camino regresivo
que conduce hasta las huellas mnémicas inconscientes de los objetos y desde ellas,
hasta la percepción, reconocemos su percepción como real. Así, pues, la alucinación
tendría como premisa obligada, la regresión. El mecanismo de esta última se nos
revela fácilmente en el fenómeno onírico. La regresión de las ideas preconscientes
del sueño hasta las imágenes mnémicas de las cosas, se nos revela, en efecto, como
una consecuencia de la atracción que estas representaciones instintivas inconscientes
-por ejemplo, los recuerdos reprimidos de sucesos vividos- ejercen sobre las ideas
concretadas en palabras. Pero observamos en seguida, que seguimos aquí una falsa
pista. Si el misterio de la alucinación no fuera otro que el de la regresión, toda
regresión suficientemente intensa, habría de producir una alucinación con creencia
en su realidad, y conocemos casos en los que una reflexión regresiva lleva a la
consciencia imágenes mnémicas visuales muy precisas, que, sin embargo, no consideramos
ni un solo instante como percepciones reales. Podríamos también representarnos,
que la elaboración onírica avanza hasta tales imágenes mnémicas, haciendo conscientes
las que eran inconscientes y presentándonos una fantasía optativa, que sentimos
placenteramente, pero en la que no reconocemos la satisfacción real del deseo. La
alucinación tiene, pues, que ser algo más que la animación regresiva de las imágenes
mnémicas Inc. en sí.
Es de una gran importancia práctica distinguir las percepciones, de las representaciones
intensamente recordadas. Toda nuestra relación con el mundo exterior, o sea con
la realidad, depende de esta capacidad. Hemos admitido la ficción de que no siempre
la poseíamos, y de que, al principio de nuestra vida anímica, provocábamos la alucinación
del objeto satisfactorio cuando sentíamos su necesidad. Pero la imposibilidad de
conseguir por este medio la satisfacción, hubo de movernos muy pronto a crear un
dispositivo, con cuyo auxilio conseguimos diferenciar una tal percepción optativa
de una satisfacción real. O dicho de otro modo: abandonamos la satisfacción alucinatoria
de deseos y establecimos una especie de examen de la realidad.
Nos preguntaremos ahora en qué consiste este examen de la realidad y cómo la psicosis
optativa alucinatoria del sueño y de la «amencia» consiguen suprimirlo y reconstituir
la antigua forma de la satisfacción.
La respuesta a esta interrogación se nos revela en cuanto emprendemos la labor de
determinar más minuciosamente el tercero de nuestros sistemas psíquicos, el sistema
Cc., que hasta ahora no hemos diferenciado con gran precisión del sistema Prec.
Ya en la interpretación de los sueños, hemos tenido que considerar la percepción
consciente como la función de un sistema especial, al que atribuimos determinadas
cualidades y al que añadiremos ahora, justificadamente, otros distintos caracteres.
Este sistema, al que dimos el nombre de sistema P., lo haremos coincidir ahora con
el sistema Cc., de cuya labor depende la percatación. Pero ni aun así coincide por
completo el hecho de la consciencia con la pertenencia a un sistema, pues ya hemos
visto, que nos es imposible reconocer un lugar psíquico en el sistema Cc. o en el
P.
Aplazando la resolución de esta dificultad hasta entrar de lleno en la investigación
del sistema Cc., nos limitaremos a anticipar la hipótesis de que la alucinación
consiste en una carga del sistema Cc. (P.), carga que no es efectuada, como normalmente,
desde el exterior, sino desde el interior, y que tiene por condición el avance de
la regresión hasta este sistema, pasando así por alto el examen de la realidad.
En páginas anteriores y al tratar de los instintos y sus destinos, admitimos que
el organismo, inerme en sus comienzos, pudo crearse, por medio de sus percepciones,
una primera orientación en el mundo, distinguiendo un «exterior» y un «interior»,
por la diversa relación de estos elementos con su acción muscular. Aquellas percepciones
que le era posible suprimir por medio de un acto muscular, eran reconocidas como
exteriores y reales. En cambio, cuando tales actos se demostraban ineficaces, es
que se trataba de una percepción interior, a la que se negaba la realidad. La posesión
de este medio de caracterizar la realidad es valiosísima para el individuo, que
encuentra en él un arma de defensa contra ella y quisiera disponer de un poder análogo
contra las exigencias perentorias de sus instintos. Por esta razón, se esfuerza
tanto en proyectar al exterior aquello que en su interior le es motivo de displacer.
Esta función de la orientación en el mundo por medio de la distinción de un «exterior»
y un «interior», hemos de adscribirla, exclusivamente, al sistema Cc. (P.). Este
sistema tiene que disponer de una inervación motora, por medio de la cual comprueba
si la percepción puede o no ser suprimida. El examen de la realidad no necesita
ser cosa distinta de este dispositivo. Por ahora, nada más podemos decir, pues la
naturaleza y la función del sistema Cc. nos son insuficientemente conocidas. El
examen de la realidad forma parte, como las censuras que ya conocemos, de las grandes
instituciones del Yo. Dejándolo así establecido, esperaremos que el análisis de
las afecciones narcisistas nos ayude a descubrir otras de estas instituciones.
En cambio, la patología nos revela ya de qué modo puede ser interrumpido o anulado
el examen de la realidad, circunstancia que se nos muestra en la amencia o psicosis
optativa, más claramente que en el sueño. La amencia es la reacción a una pérdida
afirmada por la realidad, pero que ha de serle negada al Yo, que no podría soportarla.
En este caso, el Yo interrumpe su relación con la realidad y sustrae, al sistema
de las percepciones Cc., su carga, o mejor dicho, una carga cuya especial naturaleza
habrá de ser aún objeto de investigación. Con este apartamiento de la realidad,
queda interrumpido su examen y las fantasías optativas no reprimidas y completamente
conscientes pueden penetrar en el sistema y son reconocidas como una realidad más
satisfactoria.
La amencia nos ofrece el interesante espectáculo de una disociación entre el Yo
y uno de sus órganos, precisamente aquel que con más fidelidad le servía y se hallaba
más íntimamente ligado a él.
Aquello que en la amencia lleva a cabo la represión, es realizado en el sueño, por
la renuncia voluntaria. El estado de reposo no quiere saber nada del mundo exterior
y retrae las cargas de los sistemas Cc., Prec., e Inc. en tanto en cuanto los elementos
en ellos integrados obedecen al deseo de dormir. Con la falta de carga del sistema
Cc., cesa la posibilidad de un examen de la realidad, y las excitaciones independientes
del estado de reposo, que toman el camino de la regresión, lo encontrarán libre
hasta el sistema Cc., en el cual pasarán por realidades indiscutibles.
La psicosis alucinatoria de la demencia precoz, no puede, pues, pertenecer a los
síntomas iniciales de la misma, y sólo surgirá cuando el Yo del enfermo llega a
una tal descomposición, que el examen de la realidad no evita ya el proceso alucinatorio.
Por lo que respecta a la psicología de los procesos oníricos, concluímos que todos
los caracteres esenciales del sueño son determinados por la condición del estado
de reposo. Aristóteles tuvo razón al decir que el fenómeno onírico constituía la
actividad anímica del durmiente. Ampliando esta afirmación, diremos nosotros que
el fenómeno onírico es un residuo de la actividad anímica del durmiente, permitido
por el hecho de no haberse logrado totalmente el establecimiento del estado narcisista
de reposo. Esto no parece muy distinto de lo que los psicólogos y filósofos vienen,
desde siempre, afirmando, pero se funda en opiniones muy diferentes sobre la estructura
y la función del aparato anímico, opiniones que presentan, sobre las anteriores,
la ventaja de conducirnos a la inteligencia del fenómeno onírico en todas sus particularidades.
Consideraremos, por último, la significación que una tópica del proceso de la represión
puede tener para nuestro conocimiento del mecanismo de las perturbaciones anímicas.
En el sueño, la sustracción de la carga psíquica (libido, interés) alcanza por igual
a todos los sistemas; en las neurosis de transferencia, es retraída la carga Prec.;
en la esquizofrenia, la del sistema Inc.; y en la amencia, la del sistema Cc.
[Traducción de Luis López-Ballesteros
y de Torres]