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Freud - Recuerdo, repetición y elaboración [1914]
Sigmund Freud
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LXIll
No me parece inútil recordar una y otra
vez a los estudiosos las profundas modificaciones experimentadas por la técnica
psicoanalítica desde sus primeros comienzos. Al principio, en la fase de la catarsis
de Breuer, atendíamos directamente a la génesis de los síntomas y orientábamos toda
nuestra labor hacia la reproducción de los procesos psíquicos de aquella situación
inicial, para conseguir su derivación por medio de la actividad consciente. El recuerdo
y la derivación por reacción eran los fines a los que entonces tendíamos con ayuda
del estado hipnótico. Más tarde, cuando renunciamos a la hipnosis, se nos planteó
la labor de deducir de las ocurrencias espontáneas del analizado aquello que no
conseguía recordar. La resistencia había de ser burlada por la interpretación y
la comunicación de sus resultados al enfermo. Conservamos, pues, la orientación
primitiva de nuestra labor hacia las situaciones en las que surgieron los síntomas
por vez primera y hacia aquellas otras que íbamos descubriendo detrás del momento
en que emergía la enfermedad, pero abandonamos la derivación por reacción, sustituyéndola
por la labor que el enfermo había de Ilevar a cabo para dominar la crítica contra
sus asociaciones, en observancia de la regla psicoanalítica fundamental que le era
impuesta. Por último, quedó estructurada la consecuencia técnica actual en la cual
prescindimos de una orientación fija hacia un factor o un problema determinado,
nos contentamos con estudiar la superficie psíquica del paciente y utilizamos la
interpretación para descubrir las resistencias que en ella emergen y comunicárselas
al analizado. Se establece entonces una nueva división del trabajo. El médico revela
al enfermo resistencias que él mismo desconoce, y una vez vencidas éstas, el sujeto
relata sin esfuerzo alguno las situaciones y relaciones olvidadas. Naturalmente,
el fin de estas técnicas ha permanecido siendo el mismo: descriptivamente, la supresión
de las lagunas del recuerdo; dinámicamente, el vencimiento de las resistencias de
la represión.
Debemos conservar agradecimiento a la antigua técnica hipnótica por habernos presentado
aislados y esquematizados los distintos procedimientos psíquicos del análisis. Sólo
así hemos podido arriesgarnos luego a crear situaciones complicadas en el análisis,
sin que el mismo perdiera para nosotros su transparencia.
La evocación de los recuerdos no suscitaba grandes dificultades en el tratamiento
hipnótico primitivo. El paciente se transfería a una situación anterior que no parecía
confundir nunca con la actual, comunicaba los procesos psíquicos a ella correspondientes
en cuanto los mismos habían permanecido anormales y añadía todo lo que podía resultar
de la traducción a lo consciente de Ios procesos inconscientes entonces.
Enlazaré aquí algunas observaciones que todo analista habrá podido comprobar prácticamente.
EI olvido de impresiones, escenas y sucesos se reduce casi siempre a una «retención»
de los mismos. Cuando el paciente habla de este material «olvidado», rara vez deja
de añadir: «En realidad, siempre he sabido perfectamente todas estas cosas; lo que
pasa es que nunca me he detenido a pensar en ellas», y muchas veces se manifiesta
defraudado porque no se le ocurren suficientes cosas que pueda reconocer como «olvidadas»
y en las que no ha vuelto a pensar desde que sucedieron. Este deseo queda a veces
cumplido, sobre todo en las histerias de conversión. El «olvido» queda nuevamente
restringido por la existencia de recuerdos encubridores. En algunos casos he experimentado
la impresión de que la amnesia infantil, tan importante para nuestra teoría, es
totalmente compensada por los recuerdos encubridores. En éstos no se conserva únicamente
una parte de nuestra vida infantil, sino todo lo que en ella tuvo importancia esencial.
Trátase tan sólo de saberlo extraer de ellos por medio del análisis. En realidad,
constituyen una representación tan suficiente de los años infantiles olvidados,
como el contenido manifiesto del sueño lo es de las ideas oníricas latentes.
El otro grupo de procesos psíquicos susceptibles de ser opuestos como actos puramente
internos a las impresiones y los sucesos vividos, o sea el constituido por las fantasías,
las asociaciones, los sentimientos, etc., ha de ser estudiado separadamente en cuanto
a su relación con el olvido y el recuerdo. Sucede aquí muy frecuentemente que se
«recuerda» algo que no pudo nunca ser «olvidado», pues nunca fue retenido ni llegó
a ser consciente, y además, para el curso psíquico, parece totalmente indiferente
que tal elemento fuera consciente y quedase luego olvidado o que no penetrase jamás
hasta la consciencia. La convicción que el analizado adquiere en el curso del análisis
es independiente de tal recuerdo.
Sobre todo en las diversas formas de las neurosis obsesivas, el olvido se limita
a destruir conexiones, suprimir relaciones causales y aislar recuerdos enlazados
entre sí.
Por lo general, resulta imposible despertar el recuerdo de una clase especial de
sucesos muy importantes correspondientes a épocas muy tempranas de la infancia y
vividos entonces sin comprenderlos, pero perfectamente interpretados y comprendidos
luego por el sujeto. Su conocimiento nos es procurado por los sueños, y la estructura
de la neurosis nos fuerza a admitirlos, pudiendo, además, comprobar que una vez
vencidas sus resistencias, el analizado no emplea contra su aceptación la ausencia
de la sensación de recordar (de la sensación de que algo nos era ya conocido). De
todos modos, requiere este tema tanta prudencia crítica y aporta tantas cosas nuevas
y desconcertantes, que preferimos reservarlo para un trabajo aislado, en el que
lo estudiaremos en material adecuado.
Con la nueva técnica, el curso del análisis se hace mucho más complicado y trabajoso;
algunos casos ofrecen al principio la serena facilidad habitual en el tratamiento
hipnótico, aunque no tarden en tomar otro rumbo, pero lo general es que las dificultades
surjan desde un principio. Ateniéndonos a este último tipo, para caracterizar la
diferencia, podemos decir que el analizado no recuerda nada de lo olvidado o reprimido,
sino que lo vive de nuevo. No lo reproduce como recuerdo, sino como acto; lo repite
sin saber, naturalmente, que lo repite.
Por ejemplo: el analizado no cuenta que recuerda haberse mostrado rebelde a la autoridad
de sus padres, sino que se conduce en esta forma con respecto al médico. No recuerda
que su investigación sexual infantil fracasó, dejándole perplejo, sino que produce
una serie de sueños complicados y ocurrencias confusas y se lamenta de que nada
le sale bien y de que su destino es no conseguir jamás llevar a buen término una
empresa. No recuerda haberse avergonzado intensamente de ciertas actividades sexuales
y haber temido que los demás las descubriesen, sino que se avergüenza del tratamiento
a que ahora se encuentra sometido y procura mantenerlo secreto, etc.
Sobre todo, no dejará de iniciar la cura con tal repetición. Con frecuencia, cuando
hemos comunicado a un paciente de vida muy rica en acontecimientos y largo historial
patológico la regla psicoanalítica fundamental y esperamos oír un torrente de confesiones,
nos encontramos con que asegura no saber qué decir. Calla y afirma que no se le
ocurre nada. Todo esto no es, naturalmente, más que la repetición de una actitud
homosexual que se ofrece como resistencia a todo recuerdo. Mientras el sujeto permanece
sometido al tratamiento no se libera de esta compulsión de repetir, y acabamos por
comprender que este fenómeno constituye su manera especial de recordar.
Como es natural, nos interesará, en primer término, la relación de esta repetición
obsesiva con la transferencia y la resistencia. No tardamos en advertir que la transferencia
no es por sí misma más que una repetición y la repetición, la transferencia del
pretérito olvidado, pero no sólo sobre el médico, sino sobre todos los demás sectores
de la situación presente. Tendremos, pues, que estar preparados a que el analizado
se abandone a la obsesión repetidora que sustituye en él el impulso a recordar no
sólo en lo que afecta a su relación con el médico, sino también en todas las demás
actividades y relaciones simultáneas de su vida; por ejemplo: cuando durante el
transcurso de la cura elige un objeto erótico, se encarga de una labor o acomete
una empresa. Tampoco resulta difícil reconocer la participación en la resistencia.
Cuanto más intensa es ésta, más ampliamente quedará sustituido el recuerdo por la
acción (repetición). La facilidad con la cual emergía en la hipnosis el recuerdo
de lo olvidado, se debía precisamente a que el estado hipnótico anula de momento
la acción de la resistencia. Cuando la cura comienza bajo el patrocinio de una transferencia
positiva no muy acentuada nos permite penetrar al principio, profundamente, en los
recuerdos, como antes la hipnosis y hasta los mismos síntomas patológicos permanecen
acallados mientras tanto. Pero cuando en el curso ulterior del análisis se hace
hostil o muy intensa esta transferencia, el recuerdo queda sustituido en el acto
por la repetición, y a partir de este momento, las resistencias van marcando la
sucesión de las repeticiones. EI enfermo extrae del arsenal del pasado las armas
con las cuales se defiende contra la continuación de la cura y de las cuales hemos
de ir despojándole poco a poco.
Hemos visto ya que el analizado repite en lugar de recordar, y que lo hace bajo
las condiciones de la resistencia. Vamos a ver ahora qué es realmente lo que repite.
Pues bien: repite todo lo que se ha incorporado ya a su ser partiendo de las fuentes
de lo reprimido: sus inhibiciones, sus tendencias inutilizables y sus rasgos de
carácter patológico. Y ahora observamos que al hacer resaltar la obsesión repetidora
no hemos descubierto nada nuevo, sino que hemos completado y unificado nuestra teoría.
Vemos claramente que la enfermedad del analizado no puede cesar con el comienzo
del análisis y que no debemos tratarla como un hecho histórico, sino como una potencia
actual. Poco a poco vamos atrayendo a nosotros cada uno de los elementos de esta
enfermedad y haciéndolos entrar en el campo de acción de la cura, y mientras el
enfermo los va viviendo como algo real, vamos nosotros practicando en ellos nuestra
labor terapéutica, consistente, sobre todo, en la referencia del pasado.
La evocación de recuerdos durante la hipnosis tenía que producir la impresión de
un experimento de laboratorio. La repetición en el tratamiento analítico, según
la nueva técnica, supone evocar un trozo de vida real, y, por tanto, no puede ser
innocua en todos los casos. A este punto viene a enlazarse todo el problema de la
«agravación durante la cura», inevitable a veces.
La iniciación del tratamiento trae ya consigo una modificación de la actitud consciente
del enfermo ante su enfermedad. Generalmente, se ha limitado a dolerse de ella y
a despreciarla, sin estimar debidamente su importancia; pero, por lo demás, ha continuado
observando, con respecto a sus manifestaciones, la misma política de represión que
antes en cuanto a sus orígenes. De este modo, puede muy bien no haber llegado aún
a conocer precisamente las condiciones de su fobia, no haber advertido el contenido
justo de sus ideas obsesivas o no haber aprehendido la verdadera intención de su
impulso obsesivo. La cura no puede pasar por esto. El sujeto ha de tener el valor
de ocupar su atención con los fenómenos de su enfermedad, a la cual no debe ya despreciar,
sino considerar como un adversario digno, como una parte de su propio ser, fundada
en motivos importantes y de la cual podrá extraer valiosas enseñanzas para su vida
ulterior.
De esta forma preparamos desde un principio la reconciliación del sujeto con lo
reprimido que se manifiesta en sus síntomas, pero, por otro lado, concedemos también
a la enfermedad un cierto margen de tolerancia. Si esta nueva relación con la enfermedad
agudiza algunos conflictos y hace pasar a primera Iínea síntomas hasta entonces
poco precisos, podemos consolar fácilmente al enfermo observándole que se trata
de agravaciones necesarias, pero pasajeras, y que, en definitiva, no es posible
vencer a un enemigo que se mantiene ausente o no está suficientemente próximo. Pero
la resistencia puede aprovechar la situación para sus fines e intentar abusar de
la tolerancia concedida a la enfermedad, y entonces parece decirnos: «Mira lo que
sucede cuando me veo forzada a ocuparme de estas cosas. ¿Ves cómo estaba en lo cierto
abandonándolas a la represión ?»
Otro peligro es el de que en el curso de la cura lleguen también a ser reproducidos
impulsos instintivos nuevos situados en estratos más profundos, que no habían emergido
aún. Por último, aquellos actos que el paciente ejecuta fuera del campo de acción
de la transferencia pueden acarrearle daños pasajeros e incluso ser elegidos de
manera que anulen por completo el valor de la salud que el tratamiento tiende a
restablecer.
No es difícil justificar la táctica que en esta situación ha de seguir el médico.
Su fin continúa siendo, como en un principio, la evocación del recuerdo, la reproducción
en el terreno psíquico, aunque sabe muy bien que no ha de serle posible conseguirlo
por medio de la nueva técnica. Se dispondrá, pues, a iniciar con el paciente una
continua lucha por mantener en el terreno psíquico todos los impulsos que aquél
quisiera derivar hacia la motilidad, y considera como un gran triunfo de la cura
conseguir derivar por medio del recuerdo algo que el sujeto tendía a derivar por
medio de un acto. Cuando la adhesión producto de la transferencia integra ya algún
valor, el tratamiento consigue impedir al paciente todos los actos de repetición
algo importantes y utilizar in statua nascendi el propósito de ejecutarlos como
material para la labor terapéutica. La mejor manera de proteger al enfermo de los
daños que puede acarrearle la ejecución de sus impulsos es comprometerle a no adoptar
durante el curso del tratamiento ninguna resolución importante (elegir carrera o
mujer, por ejemplo) y a esperar para ello el momento de la curación.
AI mismo tiempo, respetamos la libertad personal del paciente en cuanto sea compatible
con estas precauciones; no le impedimos la ejecución de propósitos poco trascendentales,
aunque se trate de evidentes simplezas y no olvidemos que sólo la propia y personal
experiencia hace al hombre sabio. Hay también casos en los que nos es imposible
disuadir al sujeto de acometer una empresa totalmente inadecuada a sus circunstancias
y que sólo mucho después van madurando y haciéndose asequibles a la elaboración
analítica. En ocasiones, sucede también que no nos da tiempo de imponer a los instintos
impetuosos el freno de la transferencia o que el paciente rompe, en un acto de repetición,
los lazos que le ligaban al tratamiento. Como caso extremo citaremos el de una señora
ya madura que había sufrido repetidamente estados de obnubilación, en los que abandonaba
su casa y a su marido, sin que jamás hubiera podido alegar la existencia de un motivo
consciente para tales fugas. Al iniciar el tratamiento analítico, mostraba una transferencia
positiva bien desarrollada, pero esta transferencia creció de un modo inquietantemente
rápido en los primeros días, y aI cabo de una semana la paciente me «abaldonó» también
a mí, antes que yo hubiera tenido tiempo de hacerle alguna indicación que hubiese
podido impedirle tal repetición.
Pero la mejor manera de refrenar la compulsión repetidora del enfermo y convertirla
en un motivo de recordar la tenemos en el manejo de la transferencia. Reconociendo
en cierto modo sus derechos y dejándola actuar libremente en un sector determinado,
conseguimos hacerla inofensiva y hasta útil. Le abandonamos, pues, la transferencia
como un campo en el que puede desarrollarse con libertad casi completa y en el que
cumplirá la función de hacer surgir ante nuestros ojos todos los instintos patógenos
ocultos en la vida anímica del analizado. Cuando el paciente nos presta la mínima
cooperación, consistente en respetar las condiciones de existencia del tratamiento,
conseguimos siempre dar a todos los síntomas de la enfermedad una nueva significación
basada en la transferencia y sustituir su neurosis vulgar por una neurosis de transferencia,
de la cual puede ser curado por la labor terapéutica. La transferencia crea así
una zona intermedia entre la enfermedad y la vida, y a través de esta zona va teniendo
efecto la transición desde la primera a la segunda. El nuevo estado ha acogido todos
los caracteres de la enfermedad, pero constituye una enfermedad artificial, asequible
por todos lados a nuestra intervención. Al mismo tiempo, es también un trozo de
vida real, pero provisorio y hecho posible por circunstancias especialmente favorables.
De las reacciones de la repetición que surgen en la transferencia parten luego los
caminos ya conocidos para la evocación de los recuerdos, los cuales surgen sin esfuerzo
aparente una vez vencidas las resistencias.
Podía dar ya por terminada mi exposición si el título del presente ensayo no me
obligase a describir aún otra parte de la técnica analítica. Como ya sabemos, el
vencimiento de las resistencias se inicia revelando el médico al analizado la existencia
y condición de las mismas, ignorada siempre por el sujeto. Ahora bien: parece ser
que algunos analistas principiantes se inclinan a creer que esta labor inicial es
toda la que han de llevar a cabo. En muchas ocasiones he sido llamado en consulta
por médicos que se lamentaban de haber revelado al paciente su resistencia sin haber
obtenido resultado positivo alguno, sino más bien una intensificación de la resistencia
descubierta y una mayor complicación de la situación general. La cura parecía haber
quedado estancada. Pero semejante temor resultaba siempre infundado. En realidad,
la cura seguía su camino. Lo único que sucedía es que el médico había olvidado que
la revelación de la resistencia no puede tener por consecuencia inmediata su desaparición.
Ha de dejarse tiempo al enfermo para ahondar en la resistencia, hasta entonces desconocida
para él, elaborarla y dominarla, continuando, a su pesar, el tratamiento conforme
a la regla analítica fundamental. Sólo al culminar esta labor llegamos a descubrir,
en colaboración con el analizado, los impulsos instintivos reprimidos que alimentaban
la resistencia. En todo esto, el médico no tiene que hacer más que esperar y dejar
desarrollarse un proceso que no puede ser eludido ni tampoco siempre apresurado.
No olvidándose de esto se ahorrará muchas veces el error de suponer fracasado el
tratamiento, cuando el mismo sigue, en realidad, directamente su camino.
En la práctica esta elaboración de las resistencias puede constituir una penosa
labor para el analizado y una dura prueba para la paciencia del médico. Pero también
constituye parte de la labor que ejerce sobre el paciente mayor acción modificadora
y la que diferencia al tratamiento analítico de todo influjo por sugestión. Teóricamente,
podemos equipararla a la derivación por reacción de las magnitudes de afecto aprisionadas
por la represión, proceso sin el cual no lograba, eficacia alguna el tratamiento
hipnótico.
[Traducción de Luis López-Ballesteros
y de Torres]