|
|
Neurosis y psicosis [1924]
Sigmund Freud
|
|
En un trabajo recientemente
publicado (El «yo» y el «Ello») hemos atribuido al aparato anímico una estructura
que nos permite representar, en forma sencilla y clara, toda una serie de
procesos y relaciones. En otros puntos, por ejemplo en lo que se refiere
al origen y a la función de super-yo, queda aún mucho que aclarar. Habremos
de exigir ahora que tal hipótesis resulte también útil y provechosa en otros
terrenos, aunque no sea más que ara mostrarnos, desde otro punto de vista,
lo ya conocido, agruparlo de otra manera y describirlo más convincentemente.
A esta aplicación de la nueva hipótesis podría también enlazarse un provechoso
retorno desde la teoría a la experiencia.
En el trabajo indicado se describen las múltiples dependencias del yo, su
situación intermedia entre el mundo exterior y el Ello y su tendencia a
servir, al mismo tiempo a todos sus amos. Relacionando estas circunstancias
con otra ruta mental iniciada en un punto distinto, llegamos a una fórmula
sencilla, que integra quizá la diferencia genética más importante entre
la neurosis y la psicosis: la neurosis sería el resultado de un conflicto
entre el «yo» y su «Ello», y, en cambio, la psicosis, el desenlace análogo
de tal perturbación de las relaciones entre el «yo» y el mundo exterior.
Nunca conviene confiar mucho en la solución de un problema cuando la misma
se presenta tan fácil; pero en este caso recordamos inmediatamente una serie
de descubrimientos que parecen confirmarla. Según todos los resultados de
nuestro análisis, las neurosis de transferencia nacen a consecuencia de
la negativa del yo a acoger una poderosa tendencia instintiva dominante
en el Ello y procurar su descarga motora, o a dar por bueno el objeto hacia
el cual aparece orientada tal tendencia. El yo se defiende entonces de la
misma por medio del mecanismo de la represión; pero lo reprimido se rebela
contra este destino y se procura, por caminos sobre los cuales no ejerce
el yo poder alguno, una satisfacción sustitutiva -el síntoma- que se impone
al yo como una transacción; el yo encuentra alterada y amenazada su unidad
por tal intrusión y continúa luchando contra el síntoma, como antes contra
la tendencia instintiva reprimida, y de todo esto resulta el cuadro patológico
de la neurosis. No puede objetarse que al proceder el yo a la represión
obedece en el fondo los mandatos del super-yo, los cuales proceden a su
vez de aquellas influencias del mundo exterior que se han creado una representación
en el super-yo. Siempre resultará que el yo se ha puesto al lado de estos
poderes cuyas exigencias tienen más fuerza para él que las exigencias instintivas
del Ello, siendo él mismo el poder que impone la represión en contra de
aquellos elementos del Ello y la afirma por medio de la contracarga de la
resistencia. Así, pues, el yo ha entrado en conflicto con el Ello en servicio
del super-yo y de la realidad. Tal es la situación en todas las neurosis
de transferencia.
De otra parte, nos es también muy fácil extraer del conocimiento adquirido
hasta ahora sobre el mecanismo de la psicosis ejemplos que nos indican la
perturbación de la relación entre el yo y el mundo exterior. En la amencia
de Meynerts, la demencia aguda alucinatoria forma quizá la más extrema e
impresionante de las psicosis; la percepción del mundo exterior cesa por
completo o permanece totalmente ineficaz. Normalmente el mundo exterior
domina al yo por dos caminos.
En primer lugar, mediante las percepciones actuales continuamente posibles,
y en segundo, con el acervo mnémico de percepciones anteriores, que constituyen,
como «mundo interior», un patrimonio y un elemento del yo. En la amencia
no sólo queda excluida la acogida de nuevas percepciones, sino también sustraída
al mundo interior su significación (carga). El yo se procura independientemente
un nuevo mundo exterior e interior y surgen dos hechos indubitables: que
este nuevo mundo es construido de acuerdo con las tendencias optativas del
Ello y que la causa de esta disociación del mundo exterior es una privación
impuesta por la realidad y considerada intolerable. Esta psicosis muestra
una gran afinidad interna con los sueños normales. Pero la condición del
fenómeno onírico normal es, precisamente, el estado de reposo, entre cuyos
caracteres hallamos el apartamiento del mundo real y de toda percepción.
De otras formas de psicosis, las esquizofrenias, sabemos que culminan en
un embotamiento afectivo; esto es, en la pérdida de todo interés hacia el
mundo exterior. Con respecto a la génesis de los delirios, algunos análisis
nos han enseñado que el delirio surge precisamente en aquellos puntos en
los que se ha producido una solución de continuidad en la relación del yo
con el mundo exterior. Si el conflicto con el mundo exterior, en el cual
hemos visto la condición de la enfermedad, no se hace aún más patente, ello
depende de que en el cuadro patológico de la psicosis quedan a veces encubiertos
los fenómenos del proceso patógeno por los de una tentativa de curación
o de reconstrucción.
La etiología común a la explosión de una psiconeurosis o una psicosis es
siempre la privación, el incumplimiento de uno de aquellos deseos infantiles,
jamás dominados, que tan hondamente arraigan en nuestra organización, determinada
por la filogenia. Esta privación tiene siempre en el fondo un origen exterior,
aunque en el caso individual parezca partir de aquella instancia interior
(en el super-yo) que se ha atribuido la representación de las exigencias
de la realidad. El efecto patógeno depende de que el yo permanezca fiel
en este conflicto a su dependencia del mundo exterior e intente amordazar
al Ello, o que, por el contrario, se deje dominar por el Ello y arrancar
así a la realidad. Pero en esta situación, aparentemente sencilla, introduce
una complicación la existencia del super-yo, que reúne en sí, en un enlace
aún impenetrado, influencias del Ello y otras del mundo exterior, constituyendo,
en cierto modo, un modesto ideal hacia el que tienden todas las aspiraciones
del yo: la conciliación de sus múltiples dependencias. En todas las formas
de enfermedad psíquica habría de tenerse en cuenta la conducta del super-yo;
cosa que no se ha hecho hasta ahora. Pero ya podemos indicar, provisionalmente,
que ha de haber también afecciones cuya base esté en un conflicto entre
el yo y el super-yo. El análisis nos da derecho a suponer que la melancolía
es un ejemplo de este grupo, al que daríamos entonces el nombre de «psiconeurosis
narcisistas». El hecho de que encontremos motivos para separar de las demás
psicosis estados tales como la melancolía, no concuerda mal con nuestras
impresiones. Pero entonces advertimos que podríamos completar nuestra fórmula
genética sin abandonarla. La neurosis de transferencia corresponde al conflicto
entre el yo y el super-yo, y la psicosis, al conflicto entre el yo y el
mundo exterior.
Al principio no podemos decir, ciertamente, si hemos conquistado, en realidad,
nuevos conocimientos o si tan sólo hemos enriquecido nuestra colección de
fórmulas; pero, a mi juicio esta posibilidad de aplicación debe darnos ánimos
para mantener la indicada articulación del aparato anímico en un yo, un
super-yo, y un Ello.
La afirmación de que las neurosis y las psicosis nacen de los conflictos
del yo con sus distintas instancias dominantes, esto es, que corresponden
a un fracaso de la función del yo, el cual se esfuerza, sin embargo, en
conciliar las distintas exigencias, precisa aún de nuevas investigaciones
para ser completada. Quisiéramos saber en qué circunstancias y por qué medios
consigue el yo escapar, sin enfermar, a tales conflictos, constantemente
dados. Es éste un nuevo campo de investigación en el que habremos de encontrar
los más diversos factores.
Por lo pronto, ya podemos indicar dos. El desenlace de todas estas situaciones
habrá de depender, indudablemente, de circunstancias económicas, de las
magnitudes relativas de las tendencias combatientes entre sí. Además, el
yo podrá evitar un desenlace perjudicial en cualquier sentido, deformándose
espontáneamente, tolerando daños de su unidad o incluso disociándose en
algún caso. De este modo, las inconsecuencias y las chifladuras de los hombres
resultarían análogas a sus perversiones sexuales en el sentido de ahorrarles
represiones.
Para terminar, recordaremos la interrogación de si el proceso en el cual
se aparta el yo del mundo exterior constituirá un mecanismo análogo a la
represión. A mi juicio, esta cuestión no puede ser resuelta sin nuevas investigaciones;
pero, de todos modos, sí puede afirmarse ya que habrá de entrañar, como
la represión, una retracción de la carga destacada por el yo.
(Traducción de Luis
López-Ballesteros y de Torres. Ilustración: Tullio Pericoli)