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La dinámica de la transferencia [1912]
Sigmund Freud
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LVIII
El tema de la transferencia,
tan difícilmente agotable, ha sido tratado recientemente aquí mismo
por W. Stekel en forma descriptiva. Por mi parte quiero añadir algunas
observaciones encaminadas a explicar por qué la transferencia surge
necesariamente en toda cura psicoanalítica y cómo llega a desempeñar
en el tratamiento el papel que todos conocemos.
Recordaremos, ante todo, que la acción conjunta de la disposición congénita
y las influencias experimentadas durante los años infantiles determina,
en cada individuo, la modalidad especial de su vida erótica, fijando
los fines de la misma, las condiciones que el sujeto habrá de exigir
en ella y los instintos que en ella habrá de satisfacer.
Resulta, así, un clisé (o una serie de ellos), repetido, o reproducido
luego regularmente, a través de toda la vida, en cuanto lo permiten
las circunstancias exteriores y la naturaleza de los objetos eróticos
asequibles, pero susceptible también de alguna modificación bajo la
acción de las impresiones recientes.
Ahora bien: nuestras investigaciones nos han revelado que sólo una parte
de estas tendencias que determinan la vida erótica han realizado una
evolución psíquica completa. Esta parte, vuelta hacia la realidad, se
halla a disposición de la personalidad consciente y constituye uno de
sus componentes. En cambio, otra parte de tales tendencias libidinosas
ha quedado detenida en su desarrollo por el veto de la personalidad
consciente y de la misma realidad y sólo ha podido desplegarse en la
fantasía o ha permanecido confinada en lo inconsciente, totalmente ignorada
por la conciencia de la personalidad. El individuo cuyas necesidades
eróticas no son satisfechas por la realidad, orientará representaciones
libidinosas hacia toda nueva persona que surja en su horizonte, siendo
muy probable que las dos porciones de su libido, la capaz de conciencia
y la inconsciente, participen en este proceso.
Es, por tanto, perfectamente normal y comprensible que la carga de libido
que el individuo parcialmente insatisfecho mantiene esperanzadamente
pronta se oriente también hacia la persona del médico. Conforme a nuestra
hipótesis, esta carga se atendrá a ciertos modelos, se enlazará a uno
de los clisés dados en el sujeto de que se trate o, dicho de otro modo,
incluirá al médico en una de las «series» psíquicas que el paciente
ha formado hasta entonces.
Conforme a la naturaleza de las relaciones del paciente con el médico,
el modelo de esta inclusión habría de ser el correspondiente a la imagen
del padre (según la feliz expresión de Jung). Pero la transferencia
no tiene que seguir obligadamente este prototipo, y puede establecerse
también conforme a la imagen de la madre o del hermano, etc. Aquellas
peculiaridades de la transferencia sobre el médico, cuya naturaleza
e intensidad no pueden ya justificarse racionalmente, se nos hacen comprensibles
al reflexionar que dicha transferencia no ha sido establecida únicamente
por las representaciones libidinosas conscientes, sino también por las
retenidas o inconscientes.
Nada más habría que decir sobre esta conducta de la transferencia si
no permanecieran aún inexplicados dos puntos especialmente interesantes
para el psicoanalista. En primer lugar, no comprendemos por qué la transferencia
de los sujetos neuróticos sometidos al análisis se muestra mucho más
intensa que la de otras personas no analizadas, y en segundo, nos resulta
enigmático porque al análisis se nos opone la transferencia como la
resistencia más fuerte contra el tratamiento, mientras que fuera del
análisis hemos de reconocerla como substrato del efecto terapéutico
y condición del éxito. Podemos comprobar, cuantas veces queramos, que
cuando cesan las asociaciones libres de un paciente, siempre puede vencerse
tal agotamiento asegurándole que se halla bajo el dominio de una ocurrencia
referente a la persona del médico. En cuanto damos esta explicación
cesa el agotamiento o queda transformada la falta de asociaciones en
una silenciación consciente de las mismas.
A primera vista parece un grave inconveniente del psicoanálisis el hecho
de que la transferencia, la palanca más poderosa de éxito, se transforme
en ella en el arma más fuerte de la resistencia. Pero a poco que reflexionemos
desaparece, por lo menos, el primero de los dos problemas que aquí se
nos plantean. No es cierto que la transferencia surja más intensa y
desentrenada en el psicoanálisis que fuera de él. En los sanatorios
en que los nerviosos no son tratados analíticamente, la transferencia
muestra también máxima intensidad y adopta las formas más indignas,
llegando, a veces, hasta el sometimiento más absoluto, y no siendo nada
difícil comprobar su matiz erótico. Una sutil observadora, Gabriela
Reuter, ha descrito esta situación, cuando apenas existía aún el psicoanálisis,
en un libro muy notable, en el que revela, además, una penetrante visión
de la naturaleza y la génesis de las neurosis. Así, pues, no debemos
atribuir al psicoanálisis, sino a la neurosis misma, estos caracteres
de la transferencia. En cambio, el segundo problema permanece aún en
pie.
Vamos a aproximarnos a él, o sea a la cuestión de por qué la transferencia
se nos opone, como resistencia, en el tratamiento psicoanalítico. Representémonos
la situación psicológica del tratamiento. Toda adquisición de una psiconeurosis
tiene como premisa regular e indispensable el proceso descrito por Jung
con el nombre de introversión de la libido, proceso consistente en la
disminución de la parte de libido capaz de conciencia y orientada hacia
la realidad, y el aumento correlativo de la parte inconsciente, apartada
de la realidad confinada en lo inconsciente y reducida, cuando más,
a alimentar las fantasías del sujeto. La libido ha emprendido (total
o fragmentariamente) una regresión y no ha reanimado las imágenes infantiles.
En este camino es seguida por la cura analítica, que quiere descubrir
la libido, hacerla de nuevo asequible a la conciencia y ponerla al servicio
de la realidad. Allí donde la investigación analítica tropieza con la
libido, encastillada en sus escondites, tiene que surgir un combate.
Todas las fuerzas que han motivado la regresión de la libido se alzarán,
en calidad de resistencias, contra la labor analítica, para conservar
la nueva situación, pues si la introversión o regresión de la libido
no hubiese estado justificada por una determinada relación con el mundo
exterior (generalmente por la ausencia de satisfacción), no hubiese
podido tener efecto. Pero las resistencias que aquí tienen su origen
no son las únicas, ni siquiera las más intensas. La libido puesta a
disposición de la personalidad se hallaba siempre bajo la atracción
de los complejos inconscientes (o mejor aún: de los elementos inconscientes
de estos complejos) y emprendió la regresión al debilitarse la atracción
de la realidad. Para libertarla tiene que ser vencida esta atracción
de lo inconsciente, lo cual equivale a levantar la represión de los
instintos inconscientes y de sus productos. De aquí es de donde nace
la parte más importante de la resistencia, que mantiene tantas veces
la enfermedad, aun cuando el apartamiento de la realidad haya perdido
ya su razón de ser. El análisis tiene que luchar con las resistencias
emanadas de estas dos fuentes, resistencias que acompañan todos sus
pasos. Cada una de las ocurrencias del sujeto y cada uno de sus actos
tiene que contar con la resistencia y se presenta como una transacción
entre las fuerzas favorables a la curación y las opuestas a ella.
Si perseguimos un complejo patógeno desde su representación en lo consciente
(representación visible como síntoma o totalmente inaparente) hasta
sus raíces en lo inconsciente, no tardamos en llegar a una región en
la cual se impone de tal modo la resistencia, que las ocurrencias inmediatas
han de contar con ella y presentarse como una transacción entre sus
exigencias y las de la labor investigadora. La experiencia nos ha mostrado
ser este el punto en que la transferencia inicia su actuación. Cuando
en la materia del complejo (en el contenido del complejo) hay algo que
se presta a ser transferido a la persona del médico, se establece en
el acto esta transferencia, produciendo la asociación inmediata y anunciándose
con los signos de una resistencia; por ejemplo, con una detención de
las asociaciones. De este hecho deducimos que si dicha idea ha llegado
hasta la conciencia con preferencia a todas las demás posibles, es porque
satisface también a la resistencia. Este proceso se repite innumerables
veces en el curso de un análisis. Siempre que nos aproximamos a un complejo
patógeno, es impulsado, en primer lugar, hacia la conciencia y tenazmente
defendido aquel elemento del complejo que resulta adecuado para la transferencia.
Una vez vencido éste, los demás elementos del complejo no crean grandes
dificultades. Cuando más se prolonga una cura analítica y más claramente
va viendo el enfermo que las deformaciones del material patógeno no
constituyen por sí solas una protección contra el descubrimiento del
mismo, más consecuentemente se servirá de una clase de deformación que
le ofrece, sin disputa, máximas ventajas: de la deformación por medio
de la transferencia, Ilegándose así a una situación en la que todos
los conflictos han de ser combatidos ya sobre el terreno de la transferencia.
De este modo, la transferencia que surge en la cura analítica se nos
muestra siempre, al principio, como el arma más poderosa de la resistencia
y podemos deducir la conclusión de que la intensidad y la duración de
la transferencia son efecto y manifestación de la resistencia. El mecanismo
de la transferencia queda explicado con su referencia a la disposición
de la libido, que ha permanecido fijada a imágenes infantiles. Pero
la explicación de su actuación en la cura no la conseguimos hasta examinar
sus relaciones con la resistencia.
¿De qué proviene que la transferencia resulte tan adecuada para constituirse
en un arma de la resistencia? A primera vista no parece difícil la respuesta.
Es indudable que la confesión de un impulso optativo ha de resultar
más difícil cuando ha de llevarse a cabo ante la persona a la cual se
refiere precisamente dicho impulso. Esta imposición provoca situaciones
que parecen realmente insolubles, y esto es, precisamente, lo que quiere
conseguir el analizado cuando hace coincidir con el médico el objeto
de sus impulsos sentimentales. Pero una reflexión más detenida nos muestra
que esta ventaja aparente no puede ofrecernos la solución del problema.
Una relación de tierna y sumisa adhesión puede también ayudar a superar
todas las dificultades de la confesión. Así, en circunstancias reales
análogas, solemos decir: «Delante de ti no tengo por qué avergonzarme;
a ti puedo decírtelo todo.» La transferencia sobre el médico podría,
pues, servir lo mismo para facilitar la confesión, y no podríamos explicaros
por qué provoca una dificultad.
La respuesta a esta interrogación, repetidamente planteada ya aquí,
no nos es proporcionada por una más prolongada reflexión, sino por una
observación que realizamos al investigar las distintas resistencias
por transferencia durante la cura. Acabamos por advertir que, admitiendo
tan sólo una «transferencia», no llegamos a comprender el aprovechamiento
de la misma para la resistencia, y tenemos que decidirnos a distinguir
una transferencia «positiva» y una «negativa», una transferencia de
sentimientos cariñosos y otra de sentimientos hostiles, y examinar separadamente
tales dos clases de la transferencia sobre el médico. La transferencia
positiva se descompone luego, a su vez, en la de aquellos sentimientos
amistosos o tiernos que son capaces de conciencia y en la de sus prolongaciones
en lo inconsciente. Con respecto a estas últimas, demuestra el análisis
que proceden de fuentes eróticas, y así hemos de concluir que todos
los sentimientos de simpatía, amistad, confianza, etc., que entrañamos
en la vida, se hallan genéticamente enlazados con la sexualidad, y por
muy puros y asexuales que nos lo representemos en nuestra autopercepción
consciente, proceden de deseos puramente sexuales, habiendo surgido
de ellos por debilitación del fin sexual. Primitivamente no conocimos
más que objetos sexuales, y el psicoanálisis nos muestra que las personas
meramente estimadas o respetadas de nuestra realidad pueden continuar
siendo, para nuestro psiquismo inconsciente, objetos sexuales.
La solución del enigma está, por tanto, en que la transferencia sobre
el médico sólo resulta apropiada para constituirse en resistencia en
la cura, en cuanto es transferencia negativa o positiva de impulsos
eróticos reprimidos. Cuando suprimimos la transferencia, orientando
la conciencia sobre ella, nos desligamos de la persona del médico más
que estos dos componentes del sentimiento. El otro componente, capaz
de conciencia y aceptable, subsiste y constituye también, en el psicoanálisis
como en los demás métodos terapéuticos, uno de los substratos del éxito.
En esta medida reconocemos gustosamente que los resultados del psicoanálisis
reposan en la sugestión, siempre que se entienda por sugestión aquello
que, con Ferenczi, vemos nosotros en él; el influjo ejercido sobre un
sujeto por medio de los fenómenos de transferencia en él posibles. Paralelamente
cuidamos de la independencia final del enfermo, utilizando la sugestión
para hacerle llevar a cabo una labor psíquica que trae necesariamente
consigo una mejora permanente de su situación psíquica.
Puede preguntarse aún por qué los fenómenos de resistencia de la transferencia
surgen tan sólo en el psicoanálisis, y no en los demás tratamientos,
por ejemplo, en los sanatorios. En realidad surgen también en estos
casos, pero no son reconocidos como tales. La explosión de la transferencia
negativa es incluso muy frecuente en los sanatorios, y el enfermo abandona
el establecimiento, sin haber conseguido alivio alguno o habiendo empeorado,
en cuanto surge en él esta transferencia negativa. La transferencia
erótica no llega a presenciar tan grave inconveniente en los sanatorios,
pues en lugar de ser descubierta y revelada es silenciada y disminuida,
como en la vida social; pero se manifiesta claramente como una resistencia
a la curación, no ya impulsando al enfermo a abandonar el establecimiento
-por el contrario, lo retiene en él-, sino manteniéndole apartado de
la vida real. Para la curación es totalmente indiferente que el enfermo
domine en el sanatorio una cualquiera angustia o inhibición; lo que
importa es que se liberte también de ella en la realidad de su vida.
La transferencia negativa merecería una atención más detenida de la
que podemos concederle dentro de los límites del presente trabajo. En
las formas curables de psiconeurosis coexiste con la transferencia cariñosa,
apareciendo ambas dirigidas simultáneamente, en muchos casos, sobre
la misma persona, situación para la cual ha hallado Bleuler el término
de «ambivalencia». Una tal ambivalencia sentimental parece ser normal
hasta cierto grado, pero a partir de él constituye una característica
especial de las personas neuróticas. En la neurosis obsesiva parece
ser característica de la vida instintiva una prematura «disociación
de los pares de antítesis» y representar una de sus condiciones constitucionales.
La ambivalencia de las directivas sentimentales nos explica mejor que
nada la facultad de los neuróticos de poner sus transferencias al servicio
de la resistencia. Allí donde la facultad de transferencia se ha hecho
esencialmente negativa, como en los paranoides, cesa toda posibilidad
de influjo y de curación.
Pero con todas estas explicaciones no hemos examinado aún más que uno
de los lados del fenómeno de la transferencia, y es necesario dedicar
también alguna atención a otro de los aspectos del mismo. Quienes han
apreciado exactamente cómo el analizado es apartado violentamente de
sus relaciones reales con el médico en cuanto cae bajo el dominio de
una intensa resistencia por transferencia, cómo se permite entonces
infringir la regla psicoanalítica fundamental de comunicar, sin crítica
alguna, todo lo que acuda a su pensamiento, cómo olvida los propósitos
con los que acudió al tratamiento y cómo le resultan ya indiferentes
deducciones y conclusiones lógicas que poco antes hubieron de causarle
máxima impresión; quienes han podido apreciar justamente todo esto sentirán
la necesidad de explicárselo por la acción de otros factores distintos
de los ya citados hasta aquí, y en efecto, tales factores existen, y
no muy lejos; surgen nuevamente de la situación psíquica en la que la
cura ha colocado el analizado.
En la persecución de la libido sustraída a la conciencia hemos penetrado
en los dominios de lo inconsciente. Las reacciones que provocamos entonces
muestran algunos de los caracteres peculiares a los procesos inconscientes,
tal y como nos los ha dado a conocer el estudio de los sueños. Los impulsos
inconscientes no quieren ser recordados, como la cura lo desea, sino
que tienden a reproducir conforme a las condiciones características
de lo inconsciente. El enfermo atribuye, del mismo modo que en el sueño,
a los resultados del estímulo de sus impulsos inconscientes, actualidad
y realidad; quiere dar alimento a sus pasiones sin tener en cuenta la
situación real. El médico quiere obligarle a incluir tales impulsos
afectivos en la marcha del tratamiento, subordinados a la observación
reflexiva y estimarlos según su valor psíquico. Esta lucha entre el
médico y el paciente, entre el intelecto y el instinto, entre el conocimiento
y la acción, se desarrolla casi por entero en el terreno de los fenómenos
de la transferencia. En este terreno ha de ser conseguida la victoria,
cuya manifestación será la curación de la neurosis. Es innegable que
el vencimiento de los fenómenos de la transferencia ofrece al psicoanalista
máxima dificultad; pero no debe olvidarse que precisamente estos fenómenos
nos prestan el inestimable servicio de hacer actuales y manifiestos
los impulsos eróticos ocultos y olvidados de los enfermos, pues, en
fin de cuentas nadie puede ser vencido in absentia o in effigie.
[Traducción de Luis López-Ballesteros
y de Torres]