Nacido
con el nombre de Iosif Solomonovich Grossman, en Berdichev (actualmente en
Ucrania) el 12 de diciembre de 1905, murió en Moscú el 14 de septiembre de 1964.
Una niñera rusa cambió su nombre por el de Vasili, cosa que agradó a su familia.
Su padre tenía convicciones social-demócratas y se adhirió a los mencheviques,
en cambio Vasili apoyó la revolución rusa de 1917.
Grossman comenzó a escribir historias cortas estudiando en la Universidad
Estatal de Moscú y más tarde siguió su actividad literaria al mismo tiempo que
trabajaba como ingeniero en la región ucraniana de Donbass. A mediados de los
años 30 Grossman dejó su trabajo como ingeniero y se dedicó en exclusiva a la
escritura. Hacia 1936 ya había publicado dos colecciones de historias, y en 1937
fue aceptado en la privilegiada Unión de Escritores. Durante la Gran Purga
algunos de sus amigos y parientes cercanos fueron detenidos, incluyendo a su
compañera. Durante meses presentó una solicitud sobre las autoridades para
liberarla, cosa que ocurrió en 1938.
Durante la Gran Guerra Patriótica, acompañó al Ejército Rojo durante su ofensiva
como corresponsal de guerra para el periodico Krasnaya Zvezda (Estrella Roja), a
partir de la batalla de Stalingrado hasta el fín de la guerra en Berlín.
Grossman describió la limpieza étnica en Ucrania y Polonia, y la liberación de
los campos de concentración de Treblinka y Majdanek. Su artículo El infierno de
Treblinka fue usado en los juicios de Nuremberg como evidencia de la persecución
que ejercía el régimen nazi.
Después de la guerra
participó en El Libro Negro, un proyecto de Comité Judío Anti-Fascista para
documentar los crímenes del Holocausto, pero al final este libro fue suprimido.
Su obra cumbre está considerada Vida y destino, una novela sobre la II Guerra
Mundial, que muestra los estragos causados por dos totalitarismos: el nazi y el
estalinista. Esta obra fue prohibida por el régimen de Kruschov. La KGB confiscó
los borradores e incluso la cinta de la máquina de escribir que había utilizado
el autor.
En los años ochenta se recuperó una copia del manuscrito y la novela se publicó
primero fuera de la Unión Soviética, y más tarde, en 1988 , en el citado país.
En España vio la luz una edición traducida del francés, y no directamente del
ruso. En 2007 fue publicada en español la traducción de la obra directamente del
ruso.
Hace unos días terminé de leer una de las grandes novelas del siglo XIX. Pero
hay libros de los que no se puede decir “terminé de leerlo”, y probablemente ésa
sea la prueba de su grandeza: aunque la haya terminado sigo, de diferentes
modos, queriendo, sin querer, leyendo esa novela.
Vasili Grossman fue, durante un tiempo, algo así como un héroe de la Unión
Soviética. Había nacido en 1905 y en Berdichev, Ucrania, en una familia judía
acomodada; la revolución lo entusiasmó desde el principio y decidió estudiar
ingeniería porque, en esos días, el camarada Lenin decía que el comunismo era el
poder soviético más la electricidad. Pero empezó a escribir desde muy joven y, a
sus 30, publicó sus primeros cuentos; en 1936, mientras el camarada Stalin
mataba a millones de comunistas con sus purgas, Grossman fue aceptado en la
oficialísima Unión de Escritores, con todos sus privilegios, y abandonó la
ingeniería. Al año siguiente su esposa Olga fue detenida por “no haber
denunciado las actividades antisoviéticas” de su primer marido, el poeta Boris
Guber. Desesperado, Grossman mandó una carta al jefe del servicio secreto,
pidiendo su liberación: “Todo lo que poseo –mi educación, mi éxito como
escritor, el alto privilegio de compartir mis pensamientos y mis sentimientos
con los lectores soviéticos– se lo debo al gobierno soviético”. Para su propia
sorpresa, su mujer fue liberada unos meses más tarde.
En 1941, la alianza entre Stalin y Hitler se rompió y los alemanes invadieron
Rusia. Grossman fue exceptuado del servicio militar, pero pidió ir al frente
como corresponsal: sus crónicas de guerra, publicadas en el diario del ejército
soviético, Estrella Roja, lo hicieron popular y respetado. Grossman acompañó a
las tropas rusas que liberaron el campo de Treblinka y fue uno de los primeros
en escribir sobre el holocausto nazi. Buscaba, entre otras cosas, rastros de su
madre, deportada y gaseada; sus artículos sirvieron como pruebas en los juicios
de Nüremberg. Cuando la guerra terminó su vida era, dentro de lo posible,
desahogada; hay distintas versiones sobre por qué decidió tirar todo por la
borda.
Quizás haya sido la decantación de lo que había visto y vivido en la Gran Guerra
o, más probablemente, la ola de antisemitismo lanzada entonces por el Kremlin.
Lo cierto es que, en algún momento, Grossman empezó a escribir una novela que
contaría esos años y que pensó llamar, sin el menor pudor, Vida y Destino.
Cuando la terminó, en 1960, Grosmann la mandó, como debía, al comité de censura.
No tenía grandes expectativas pero era el único modo de llegar, eventualmente, a
publicarla. La censura no sólo la vetó; poco después su departamento fue
asaltado por un comando KGB que se llevó todas las copias e incluso, por si
acaso, los carbónicos y las cintas de la máquina de escribir. Un jefe del
Politburó, Mikhail Suslov, le dijo que su novela no se publicaría en trescientos
años: “¿Por qué tendríamos que agregar su libro a las bombas atómicas que
nuestros enemigos preparan contra nosotros? ¿Por qué tendríamos que iniciar una
discusión sobre la necesidad de la Unión Soviética?”. En esos días todavía había
gente que creía en la literatura.
Vida y destino de V. Grossman.
Casa 6/1, una de las escenas más intensas del libro, reflejado en esta muestra.
Vasili Grossman se murió en 1964, a
sus 58, marginado, humillado, de un cáncer de estómago. Quince años más tarde un
amigo consiguió sacar a Suiza un borrador de la novela, y al tiempo se publicó
en inglés y francés; la traducción española apareció el año pasado. Vida y
destino es, insisto, una de las grandes novelas del siglo XIX.
Digo: una novela de cuando las novelas creían que podían –que debían– contar el
mundo sin pudor, sin ninguna modestia. Algunos la comparan con Guerra y Paz: yo
estoy de acuerdo. Vida y destino es un fresco espeluznante de los desastres de
la guerra y de la vida bajo el poder de un Estado total: los días en el frente
de Stalingrado donde cada cual sigue su pequeño camino personal bajo las bombas,
las agachadas de los funcionarios que obedecen por miedo o por codicia, la carta
estremecedora de una vieja judía a punto de viajar al exterminio, las noches en
un gulag soviético y en un campo alemán, las muertes heroicas, las muertes
tontas, las muertes olvidadas, las traiciones, las peleas de un científico ruso
con sus colegas y con su conciencia, las matanzas de campesinos durante la
colectivización de la agricultura, los amores y desamores donde también tercia
la mano del Estado, las semejanzas entre el sistema nazi y el soviético, las
reflexiones sobre la sucesión de Lenin por Stalin, la caída de un comunista
detenido y torturado sin saber por qué, los grandes odios, las pequeñas
miserias, contadas con un aliento extraordinario, sin miedo de la desmesura.
Y con un objetivo: se ve –se lee todo el tiempo– que Grossman escribió esta
novela como quien prepara meticulosamente la bomba suicida, con la conciencia de
que le costaría la vida o algo así pero que, de algún modo, le valdría la pena.
Una novela, digo, del siglo XIX: de cuando las novelas creían que debían y
podían. Después, a principios del veinte, la vanguardia se cargó aquella forma
ingenua, desmesurada de poner en escena “lo real” para cambiarlo, y buscó en la
experimentación sobre sí misma su sentido. Hasta que, en los setentas, ochentas,
esa idea chocó contra sus límites y no quedó ni lo uno ni lo otro: ni contar
para cambiar el mundo ni para buscar nuevas maneras.
Me da envidia el camarada Grossman, que sabía para qué escribía. Ahora no
sabemos: me parece que casi siempre no sabemos. Ya no sabemos dónde está el
coraje de un texto, dónde su necesidad. En general, creo, escribimos para
escribir. Porque es interesante, simpático, satisfactorio incluso, porque no
está mal ser escritor, porque se gana algo de plata y un poco de respeto, un par
de viajes, la admiración de algunos. Por eso, supongo, escribimos cositas. Por
eso, supongo, las librerías están llenas de libros que no dicen nada, que se
olvidan en un par de meses, que dan exactamente igual. Me da envidia, mucha
envidia Vasili Grossman, canceroso, olvidado, convencido quizá de que su
esfuerzo había valido todas esas penas: que si tenía una vida debía hacerla un
destino y que ese destino, extrañamente, era una novela.
Antony Beevor
edita los cuadernos de la II Guerra Mundial del escritor ruso
"En los campos de
trabajo de Polonia, las SS actuaban como si se tratara de cultivar coliflores o
patatas", escribió Vasili Grossman (Berdichev, 1905-Moscú, 1964) en su artículo
El infierno de Treblinka, publicado en noviembre de 1944 y que luego fue citado
en el Tribunal de Nuremberg. Poco antes había anotado que "sobriedad, tesón y
una limpieza extremada son buenas cualidades típicas de muchos alemanes". Lo que
venía después era una descripción exacta, que pone los pelos de punta, de cómo
funcionó la maquinaria de destrucción del campo de Treblinka.
Vasili Grossman había llegado allí junto a las tropas soviéticas en julio de ese
mismo año. "Su reconstrucción fue tan precisa, con tal lujo de detalles y tan
minuciosa porque pudo estar presente en los interrogatorios que hicieron los
oficiales rusos a cuantos habían sobrevivido, fueran víctimas o verdugos; con
todo ese material pudo elaborar una descripción de primera mano de lo fue el
horror", explica Antony Beevor, que acaba de publicar, junto a Luba Vinogradova,
Un escritor en guerra. Vasili Grossman en el Ejército Rojo, 1941-1945
(Crítica), la edición de los cuadernos de notas que el escritor ruso redactó
durante la II Guerra Mundial mientras acompañaba al Ejército soviético. Beevor
los descubrió cuando preparaba su libro sobre la batalla de Stalingrado en el
Archivo Estatal Ruso de Literatura y Artes. "Nadie sabía que se habían
conservado, ni cómo llegaron allí, ni cómo sobrevivieron a las pesquisas de la
eficaz investigación de los servicios secretos de Stalin".
El
observador meticuloso e implacable
Fragmentos de los apuntes de Vasili Grossman, que Antony Beevor y Luba
Vinogradova han editado en Un escritor en guerra.
- En el frente de Briansk (1941). "El interrogatorio de un traidor en un pequeño
prado, un día de otoño tranquilo y claro, con un sol suave y agradable. Lleva
barba crecida y viste un abrigo raído marrón rojizo y una gran gorra de
campesino. Desertó hace varios días y fue capturado la noche pasada en la
primera línea, cuando trataba de regresar a nuestra retaguardia vistiendo esa
ropa campesina que parece sacada del vestuario de una ópera. Los alemanes lo
habían comprado por 100 marcos. Volvía para localizar cuarteles generales y
aeródromos. 'Pero si sólo fueron 100 marcos', dice arrastrando las palabras.
Piensa que la modestia de esa suma podría hacer que lo perdonaran".
- En Stalingrado (1942). Testimonio del francotirador Anatoli Ivanovich Chejov:
"Cuando recibí el fusil no podía ni pensar en matar a un ser humano: un alemán
estuvo allí durante unos cuatro minutos, hablando, y le dejé ir. Cuando maté al
primero, cayó inmediatamente. Otro corrió y se inclinó sobre el muerto, y lo
tumbé también... Cuando maté por primera vez me eché a temblar: ¡Aquel hombre
sólo iba a conseguir algo de agua! Sentí miedo: ¡Había matado a una persona!
Entonces recordé a nuestro pueblo y comencé a matarlos sin piedad".
"Cuando uno entra en un búnker y en las oficinas subterráneas de los oficiales y
soldados, siente de nuevo un ardiente deseo de retener en la memoria los
notables rasgos de esa vida tan peculiar. Las lámparas y la chimenea hechas a
partir de vainas de artillería, tazas hechas con sus culotes junto a los vasos
de cristal sobre las mesas. Y un volumen de Shakespeare en la oficina
subterránea del general Gurov... Toda esa vida cotidiana son apacibles cosas
hogareñas rescatadas de los edificios incendiados".
- El campo de concentración de Treblinka (1944). "Sabemos de la muerte por
hambre, de la gente hinchada a la que llevaban en carretillas al otro lado del
alambre de espino y la fusilaban. Conocemos las increíbles orgías de los
alemanes, cómo violaban a las chicas y las mataban inmediatamente después, cómo
un alemán borracho le cortó los pechos a una mujer con un cuchillo, cómo
arrojaban a la gente desde una ventana a seis metros del suelo, cómo una
compañía borracha sacaba por la noche de los barracones entre 10 y 15
prisioneros para practicar diferentes formas de asesinato, sin prisa, disparando
a los hombres condenados en el corazón, en la nuca, en un ojo, en la boca, en la
sien...".
- Camino de Berlín (1945). "A las mujeres alemanas les están sucediendo cosas
horrorosas. Un alemán educado cuya mujer ha recibido 'nuevos visitantes'
[soldados del Ejército Rojo] explica con gestos expresivos y palabras rusas
entrecortadas que ha sido violada hoy por 10 hombres. La señora está presente".
El texto sobre
Treblinka lo elaboró Grossman a partir de las notas de sus cuadernos. Los empezó
el 5 de agosto de 1941 cuando partió hacia el frente por orden del general David
Ortenberg, director de Estrella Roja, el periódico oficial del Ejército Rojo que
era también leído con avidez por la población civil. No tarda en contar de la
fiereza de los alemanes cuando atacan borrachos, de las bombas que lanzan los
Junkers, del pavor que se desencadena cuando se escucha la presencia de los
Messerschmidts. Apunta: "La imagen de Gomel ardiendo en los ojos de una vaca
herida" y también que "un piloto escapó atravesando las líneas enemigas en ropa
interior, sin soltar su revólver", o que el cohete que se le escapó a un joven
recluta "alcanzó al jefe del Estado Mayor en el trasero". Su balance pocos días
después de ver lo que ocurre en primera línea es rotundo: "¡Sí, ha comenzado un
tiempo despiadado, un tiempo de plomo!".
"Lo más interesante
de las notas de Grossman es su capacidad para contar un sinfín de detalles
relacionados con los individuos", explica Beevor. "No sabía gran cosa de ciencia
militar y tuvo que ponerse a estudiar sobre estrategia y sobre armamento y
tecnología, pero lo más revelador es siempre su capacidad de reflejar la vida
del frente. No era uno de esos periodistas que cubren la guerra desde un hotel y
transmiten las notas oficiales de los comisarios. Iba con las tropas y supo
crear un clima de confianza tal que tanto soldados como oficiales le contaban lo
que padecían con todo detalle. Él no tomaba notas cuando le hablaban, lo que
suele intimidar. Escuchaba y luego escribía en sus cuadernos. Lo que cuenta es
verdad, pero seguramente no se corresponde palabra a palabra con lo que le
dijeron".
Cuando la temible Wehrmacht, el Ejército de Hitler, invadió Rusia el 22 de junio
de 1941, Vasili Grossman se presentó inmediatamente para alistarse como
voluntario en las tropas soviéticas. Tenía 35 años, pero lo consideraron inútil
para cualquier tarea militar. Había nacido en la ciudad ucrania de Berdichev, en
el seno de una familia judía. Sus padres se separaron, así que vivió una
infancia que lo llevó de un lado a otro. Estudió química, se casó y tuvo una
hija, se separó. Trabajó como ingeniero en una mina. Lo dejó pronto para
dedicarse a escribir. Publicó dos novelas siguiendo los patrones del realismo
socialista y uno de sus cuentos fue elogiado por Bulgakov y Gorki, dos de los
grandes referentes de la literatura rusa de entonces.
La posibilidad de cubrir lo que ocurría en el Ejército Rojo para publicarlo en
su periódico oficial lo salvó de la crisis en que la que cayó cuando lo
rechazaron como combatiente. Así que salió para el Frente Central. Vivió el
bombardeo de Gomel, la larga huida de Orel cuando se acercaron las tropas
alemanas, el cerco de Kiev, el frente de Briansk. Estuvo con el 50º Ejército,
que mandaba un general que había estado en la Guerra Civil española: "Petrov
grita palabras españolas que suenan fuera de lugar aquí, bajo este cielo de
otoño, sobre este suelo húmedo", anotó en sus cuadernos.
"Son muy pequeños", dice Antony Beevor, "llenos de apuntes escritos con una
letra menuda. Cuando Luba y yo los descubrimos, quedamos fascinados por la
cantidad de información que contienen sobre lo que ocurrió en el frente, sobre
cómo vivieron la guerra quienes la hicieron y quienes la padecieron. A las
autoridades soviéticas les interesaba que fueran escritores, y no sólo
periodistas, los que informaran sobre lo que ocurría en los campos de batalla.
Enviaron a Grossman, a Ehrenburg, a Simonov... Hay muchas similitudes entre los
que cubrían la guerra entonces y los que lo hacen ahora. Hay también
diferencias: hoy es más fácil escabullirse de la censura gracias a las nuevas
tecnologías. Entonces la información no era instantánea, tardaban unas semanas
en aparecer los textos, había más tiempo para elaborarlos".
"Stalingrado ha ardido. Tendría que escribir mucho para describirlo. Stalingrado
ha sido incendiada. Stalingrado está en cenizas. Está muerta. La gente está en
los sótanos. Todo ha ardido", escribió Grossman cuando le tocó contar que "la
guerra ha llegado al Volga". Corría el año 1942 y muchas de las notas que tomó
entonces le sirvieron para construir sus novelas, como la célebre Vida y
destino, que pasa por ser una de las piezas más brillantes sobre el estalinismo.
"Con el paso del tiempo, aquel hombre desgarbado que había sido rechazado como
soldado se convirtió en un tipo fornido, que aguantó todas las penalidades de la
guerra y en el que coincidían, cosa muy rara, la valentía física con la valentía
moral", comenta Beevor. "Contó cuanto había visto, incluso la violencia y la
brutalidad con la que trataron los soldados soviéticos a las mujeres alemanas en
su avance hacia Berlín. Fueron tan salvajes algunas violaciones que algunas
notas, que finalmente no se han incluido, eran pura pornografía y ofensivas para
cualquier mujer".
Fuente: www.elpais.com, 11/09/06. Imágen: Vasili Grossman por Sábat.
Vida y destino,
Vasili Grossman. Traducción de Marta Rebón. Círculo de Lectores/Galaxia
Gutenberg. Barcelona, 2007. 1.112 páginas.
De vez en cuando, la literatura y la historia rescatan a sus protagonistas,
revelando que el olvido sólo es un destino provisional. Vasili Grossman no
regresó a la actualidad hasta finales de los 80, cuando la URSS comenzó a
desintegrarse. Su reaparición no añadió un autor más a las letras rusas, sino
que situó en un lugar de excepción Vida y destino, una novela monumental, que
recobra el papel testimonial de la literatura. Testimonio que restituye el
sufrimiento individual y crónica de las ideas en su papel configurador.
Nos encontramos con la primera traducción del texto íntegro en castellano,
cuidadosamente editado, un verdadero lujo para el lector que anhela comprender
la violencia del siglo XX y aún cree en la literatura como forma de conocimiento
y transformación social. Con la batalla de Stalingrado como centro narrativo, el
personaje de Shtrum (podríamos decir Grossman), intelectual judío fascinado por
la relatividad y la física cuántica, encarna perfectamente la perplejidad de una
época ante sus propios logros y su incapacidad para dominarlos. Es posible
dividir el átomo, transformar la materia en energía, eliminar a millones de
seres humanos a una velocidad inconcebible.
Grossman ratifica el polémico análisis de Hannah Arendt: nacionalsocialismo y
comunismo pueden subsumirse bajo el mismo concepto. Utopías que trituran seres
humanos con la promesa del paraíso terrenal. Auschwitz, Hiroshima y Stalingrado
son los laboratorios donde se construye el hombre nuevo. Pero el hombre nuevo es
Shtrum, obligado a firmar un documento infame, que incrimina a inocentes y niega
la verdad. Es indiscutible que Grossman pensaba en su propia debilidad, firmando
una carta oficial que solicitaba un castigo ejemplar para los médicos judíos
implicados en un falso complot contra Stalin.
Vasili Grossman había crecido en un familia judía asimilada. Apegado a su madre,
que probablemente estimuló su vocación literaria, no pudo salvar su vida, cuando
los alemanes invadieron Ucrania. Yekaterina Savelievna, a cuya memoria está
dedicada Vida y destino, murió asesinada con los 30.000 judíos de Berdichev. En
los años 50, Vasili seguía escribiendo a la madre ausente: "He intentado
imaginar cientos de veces cómo fue tu muerte". Después de la guerra, obtuvo la
Bandera Roja del Trabajo y escribió sin problemas. No era un disidente. Su
espíritu crítico sólo empezó a despertar con sus dos últimas novelas. Todo fluye
relataba la hambruna que causó entre cinco y ocho millones de muertos en
Ucrania. Era imposible abordar el tema, ocultando la responsabilidad de Stalin.
La novela quedó inacabada.
Sólo una desconcertante ingenuidad explica que intentará publicar Vida y
destino, esperanzado por el aperturismo de Kruschev. El manuscrito sobrevivió al
KGB, que destruyó varias copias, sin imaginar que existían otras. Grossman
creyó, sin embargo, que no se había salvado ninguna y cayó en una depresión.
Murió poco después, de un cáncer de estómago. El tiempo transcurrido se ha
ocupado del desagravio. Ni la censura ni los cambios de sensibilidad estética o
moral han afectado a una obra que recrea las diferentes formas del sufrimiento
humano, sin renunciar a comprender la primera mitad de un siglo pródigo en
sueños utópicos, filigranas metafísicas y tentaciones faústicas. Ambiciosa, con
multitud de personsajes y escenarios, de inequívoco aliento tolstoiano pero con
la delicadeza y exactitud de Chejov, Vida y destino no se conforma con relatar
los hechos, sino que pretende comprender la relación entre el poder y las masas.
Vida y destino es una novela, pero también un estudio político, que identifica
la esencia del totalitarismo con la presunción de culpabilidad. La inocencia no
existe para Hitler o Stalin. Sus campos de concentración, apunta Grossman,
estaban "habitados por criminales que no habían cometido ningún crimen".
Vida y destino realiza una prodigiosa recreación del cerco de Stalingrado, que
resultó fundamental para la labor de Antony Beevor. Beevor utilizó la
información proporcionada por la novela y escribió una biografía sobre su autor:
Un escritor en guerra. Los personajes de Grossman se corresponden con los
diferentes rostros de la guerra. El general Yeremenko simboliza el esfuerzo de
los militares comprometidos con la victoria, sin ambiciones políticas ni
insensibilidad moral. Su serenidad contrasta con el histerismo y mediocridad de
Hitler y Stalin, incapaces de controlar los acontecimientos que han precipitado.
El dolor de Liudmila por la pérdida de su hijo concierne a todos los que han
vivido algo semejante: desgarro, incredulidad, locura. Mostovski, prisionero de
los alemanes, al menos conserva el alivio de estar recluido por el enemigo. Es
más fácil resistir cuando las alambradas no han sido levantadas por antiguos
camaradas.
La frustración de Zhenia, a la que se deniega una y otra vez el permiso de
residencia pese a ser hija de un héroe de la revolución, muestra la impotencia
de los ciudadanos ante una burocracia ciega e irracional. La vieja niñera
alemana que es deportada por la denuncia de una vecina interesada en su cuarto,
más amplio y luminoso, ejemplifica la degradación moral de las sociedades
gobernadas por dictaduras, donde se estimula la delación. Grossman posee un
enorme talento para describir al hombre en mitad de circunstancias terriblemente
adversas. Se ha comparado Vida y destino con Archipiélago Gulag; para algunos,
las dos obras más peligrosas para la estabilidad de la antigua URSS.
Es casi imposible medir la repercusión de un libro. Ni siquiera es sensato
plantearlo, si bien es cierto que los artículos de Ilya Ehrenburg sobre las
atrocidades de los nazis contribuyeron a incrementar las represalias del
Ejército Rojo. Las páginas de Vida y destino están dedicadas al sufrimiento de
los soldados, a las penalidades de los judíos, al dolor de las miles de familias
que enviaron a sus hijos al frente mientras sufrían las privaciones de la
retaguardia y las arbitariedades de un régimen que mostraba el mismo desprecio
por el ser humano que el Sexto Ejército del mariscal von Paulus. Vida y destino,
con sus decenas de historias que giran sobre la guerra, ciudades sitiadas, el
apego a la tierra y a los seres queridos, las dudas políticas, morales y
religiosas, la tenacidad del existir y la fatalidad del azar, se enfrenta a los
aspectos más terroríficos del siglo. Grossman percibe el campo de concentración
como el estrato más profundo de nuestra cultura. Su capacidad de organizarse por
sí mismo pone de manifiesto que el poder ya no es un centro visible, sino un
sistema que puede prescindir del hombre para seguir controlando la historia.
Aunque sea en el campo de la ficción, podemos afirmar que Grossman ha conseguido
penetrar en las cámaras de gas, un espacio nunca filmado o fotografiado en su
terrible funcionamiento. Claude Lanzman afirmaba que entre esas paredes se
hallaba la verdad de nuestro tiempo. El sacrificio de Sopia Osipovna, que
desprecia la oportunidad de salvarse para morir junto a David, un niño casi
desconocido, produce tanto horror como ternura. Es la misma ternura que
desprende la carta de la madre de Shtrum, que escribe a su hijo antes de ser
evacuada del gueto, sabiendo que nunca podrá leer sus palabras. La adaptación
teatral de la carta corrobora el poder narrativo de una obra que sólo necesita
unas páginas para urdir una historia.
Shtrum, como Grosmann, Jean Améry o Primo Levi, nunca habían pensado en el hecho
de ser judíos. "El antisemitismo es un fenómeno único porque el destino
histórico de los judíos es único". Su participación en la ciencia, las artes y
la política confirman que el progreso y la barbarie avanzan de la mano, como ya
advirtió Walter Benjamin. "El siglo de Einstein y Planck es el siglo de Hitler y
Stalin". La admiración que produce Vida y destino no puede evitar la náusea
moral y la congoja. Vida y destino es la prueba de que el Ángel de la Historia
recoge el dolor de las víctimas para ofrecerles un mañana y convocar a los vivos
para que atiendan su anhelo de paz y justicia.
Hijo de judíos, admirador de Chejov, apadrinado por Gorki y marxista menchevique
no afiliado al PC, Vasili Grossman se alistó en el Ejército Rojo como
corresponsal del Estrella Roja para huir del terror interno de las purgas
stalinistas. Aunque ya era un escritor al que Stalin tenía entre ceja y ceja,
sus crónicas desde el frente le dieron una notable popularidad. Sin embargo,
terminada la guerra, Vida y destino, su obra magna, una monumental novela de más
de mil páginas que atraviesa todos los géneros y los estilos para explorar las
cimas y las oscuridades de la condición humana, permaneció inédita hasta años
después de su muerte. Ahora, la reedición en castellano de esa novela y la
salida de Un escritor en guerra (biografía y recopilación de cuadernos de notas
durante sus años como corresponsal en Stalingrado) permiten acercarse a la obra
de quien se puede considerar el gran escritor ruso del siglo XX.
1. En la noche, en una barraca de Treblinka, un prisionero soviético le susurra
a sus compañeros de cautiverio: "Alguien debería escribir un tratado sobre los
tipos de angustia en los campos de concentración. Una angustia te oprime, otra
te agobia, la tercera te ahoga, no te deja respirar. Y hay una especial que ni
te ahoga ni te oprime ni agobia, sino que desgarra al hombre por dentro". En la
negrura, murmurando, los soviéticos discuten sobre la libertad como absoluto, el
Bien y el Mal, las virtudes del marxismo, y la ventaja moral de encontrarse
prisioneros del enemigo y no de sus compatriotas: es menos humillante.
Tranquiliza la conciencia no estar condenados en un gulag stalinista. Cerca, en
la niebla, los ferroviarios que llevan un convoy cargado de prisioneros hacia el
lager se fastidian con el cansancio de su trabajo.
Desde las primeras páginas de Vida y destino, Vasili Grossman establece las
reglas de su novela: capítulos que se conectan, a veces por corte, a veces en
zigzag, mostrando distintos ángulos de un hecho, situaciones antagónicas y
también complementarias, todo conjugado con el oficio de quien puede adoptar
tanto la voz de un narrador omnisciente, diálogos no faltos de causticidad, como
camuflarse, por ejemplo, en la primera persona de una madre que escribe una
carta al hijo que no volverá a ver. No hay tema que le sea ajeno: el amor, el
coraje, la traición, la soledad, la injusticia. Y, conectando siempre lo
individual con lo colectivo, Grossman ahonda en la experiencia truculenta de la
guerra y en las fisuras del pueblo ruso sometido a la persecución y la paranoia
del terror de Estado. Las ideologías de la bondad, plantea Grossman, responden a
la mala fe, son tramposas y, empezando por el autoengaño, se proyectan en la
destrucción colectiva. La cuestión no es novedosa: puede rastrearse en las
discusiones de Pierre y el príncipe Andrei en Guerra y Paz.
2. Grossman está más cerca de la tradición narrativa del siglo XIX que de las
vanguardias del XX, pero su proyecto narrativo tiene personalidad propia. El
tono del periodista que busca la crónica "objetiva" alterna con el dibujo
chejoviano que permite leer varios capítulos como relatos independientes. En
ocasiones, aborda al canto épico y la epifanía, y cada tanto, con una síntesis
aguda, incursiona en el ensayo. Porque Vida y destino es, como toda gran novela,
una novela de ideas. Entre los críticos que celebraron la publicación de Vida y
destino en Occidente figuran, entre otros, Levinas y Steiner. Según muchos
entendidos en literatura rusa, es el equivalente contemporáneo de Guerra y Paz.
Se ha dicho también que se trata de una de las novelas capitales de la
literatura rusa contemporánea, esencial para comprender el totalitarismo. El
crítico Edmund Wilson, experto en literatura rusa, a propósito de Solyenitzin
opinó que ésta expresaba un alma recogida sobre sus propios tormentos pero
fulminante como un rayo. Wilson subrayaba así una tendencia a lo oscuro,
proclive a la autoflagelación, característica quizá dostoievskiana por
excelencia. Pero, cabe preguntarse, ¿después de la experiencia concentracionaria
del zarismo en el sepulcro de los vivos siberiano o de los gulags soviéticos, se
puede escribir haciéndose el distraído?
En "Memoria del mal, tentación del bien", su ensayo sobre el totalitarismo,
Tzvetan Todorov dedica un capítulo íntegro a Grossman y, además, preside todos
los demás con citas de Vida y destino. Según Todorov, comunismo y nazismo (que
Grossman denomina fascismo) provocaron además de la muerte de incontables
millones de seres humanos, también la deportación, la humillación y la tortura.
Si un beneficio para nada secundario le otorgó a Stalin la invasión nazi y el
ingreso de la Unión Soviética a la guerra es el despertar del sentimiento
patriótico. El pánico a la vigilancia hasta en los rincones más íntimos, la
sospecha del prójimo, todo lo que convierte amigos, amantes y familiares en
alcahuetes potenciales que pueden mandarlo a uno a la Lubianka, la temible
cárcel de los interrogatorios previos a las sentencias, como también el tramiteo
kafkiano para satisfacer una mínima urgencia, todos los conflictos se postergan
ante la guerra. Si un beneficio tiene para Stalin la guerra es el logro de la
unión nacional.
3. Descendiente de dos familias judías acomodadas, Vasili Grossman nació en 1905
en Berdichev. De chico, pasó dos años con su madre en Ginebra, aprendió el
francés, y ya muchacho, mantenido en Kiev por un tío médico, estudió química.
Hasta reparar que le tentaba más la literatura. Admirador de Chejov, fue
apadrinado por Gorki. Pero si bien ser un escritor bajo Stalin era gozar de una
posición envidiada era también, al menor desvío, arriesgarse a la desaparición.
Sin afiliarse al Partido Comunista, Grossman se definía marxista, pero sus
amigos lo consideraban un menchevique. Los revolucionarios del ’17, acusados por
Stalin de contrarrevolucionarios, eran detenidos y despachados a Siberia cuando
no desaparecidos. Y entre ellos, lo mejor de la intelectualidad rusa. Más tarde
Stalin fue además sospechado de la muerte de Gorki.
En 1937 fue apresada una prima de Grossman que participaba de la Internacional
Sindical. Luego, dos amigos novelistas. En 1938 detuvieron y ejecutaron al tío
que lo había protegido. Grossman, en tanto, bajaba la cabeza, se cuidaba.
Schtrum, el físico protagonista de Vida y destino, alter ego de Grossman,
sospechado de "enemigo del pueblo", sufre el control, el acoso, y debe tocar
fondo en su cobardía para resistirse a la autoincriminación y no delatar a sus
camaradas y parientes. Una noche lo llama Stalin y lo confirma en su puesto.
Entonces, Schtrum respira. Por una experiencia similar había pasado Grossman
cuando Stalin le reclamó que ajustara una de sus novelas anteriores de acuerdo a
las normativas del realismo socialista.
El ex marido de la segunda mujer de Grossman, acusado de "enemigo del pueblo",
es detenido. Y poco después también ella va a la cárcel. Grossman se anima a
interceder y consigue que ella recupere la libertad. En 1941, mientras las
tropas alemanas avanzan, Grossman le propone a su mujer traer con ellos a su
madre, que vive en Berdichev. El matrimonio discute. La mujer se niega: se queja
de que carecen de lugar para la suegra. En tanto, los nazis arrasan Berdichev y
en una de sus matanzas de judíos fusilan a su madre y su hermana. Después, la
fosa colectiva.
4. Antony Beevor, especialista en la Segunda Guerra, Premio Pulitzer por su
libro Stalingrado, fue el compilador de los cuadernos de guerra de Grossman. Un
escritor en guerra, su ensayo más reciente, reúne los apuntes, aguafuertes y
crónicas de Grossman en el Ejército Rojo. Las notas de Grossman (que nada tienen
que envidiarle a los cuentos y apuntes de Babel durante las operaciones de la
Revolución) se leen como antecedente genético de Vida y destino. El estallido de
la guerra en 1941 resultó para Grossman un alivio. Al engancharse como
voluntario defendía su patria, pero también dejaba de mentirse a sí mismo con
respecto al miedo que padecía en la vida civil. La victoria sobre Hitler,
pensaba, sería también sobre los campos de concentración donde habían muerto su
madre y su hermana. Según Beevor, a la hora de alistarse, Grossman era un tipo
de anteojos, excedido en peso, que caminaba con un bastón. Con menos de treinta
años, las chicas del barrio lo llamaban tío. Fue rechazado en el reclutamiento.
A su colega, el escritor Ilyia Ehremmburg, amigo suyo, intelectual favorito del
régimen, le causó gracia la voluntad de Grossman en insistir con la
incorporación. Finalmente lo aceptaron: como corresponsal de Estrella Roja, el
diario de las fuerzas armadas. Pero esto tampoco garantizaba mucho: un
periodista o un corrector de pruebas podían ser deportados a Siberia simplemente
por una errata al escribir el nombre de Stalin. Tras un entrenamiento veloz,
Grossman partió al frente: ahora disparaba con puntería, había perdido unos
cuantos kilos y estaba en forma. Desde 1941 a 1945, aunque no le fuera simpático
a Stalin, Grossman fue uno de los corresponsales más populares.
5. En esos años le escribió a su padre que tenía un solo libro para leer en el
frente: Guerra y Paz. Lo leía una y otra vez. Así como Guerra y Paz sitúa las
intervenciones de los generales Kutúzov y Bagration y presenta a Napoleón en su
tienda de campaña, el conde Tolstoi, ex militar, documentadísimo, combina
imaginación y realidad convirtiéndose en un antecedente de la fiction-non
fiction. Grossman recurre al modelo tolstoiano al retratar en Vida y destino a
un enigmático y amenazador Stalin que extorsiona al pueblo ruso con el
chauvinismo o a un Nikita Kruschev irascible y corajudo, comandando
desplazamientos audaces en el frente. Muchos militares que participan en Vida y
destino fueron protagonistas reales de la batalla de Stalingrado. La lectura
obsesiva de Tolstoi explica la fascinación de Grossman por el fresco social, la
mirada abarcadora. En Vida y destino son numerosas las alusiones a la torrencial
novela tolstoiana. Incluso le cuestiona sus ideas de táctica y estrategia. Pero,
con todo, Vida y destino no es una imitación del clásico que describe la
resistencia del pueblo ruso a la invasión napoleónica un siglo atrás. Es que
Tolstoi no es un paradigma absoluto para Grossman. A grandes rasgos puede
arriesgarse que si Dostoievski plantea la búsqueda de Dios a través de la
angustia introspectiva, Tolstoi piensa al hombre ya no sólo en relación con Dios
sino con el cosmos. En cambio Chejov, sin volar más bajo, enfoca seres diminutos
cuya hondura se percibe en una pena, un altruismo o una mezquindad. Grossman
conjuga las tres perspectivas. De Dostoievski toma la preocupación metafísica,
de Tolstoi el aliento homérico, pero se siente más próximo a Chejov en la
captación de signos imperceptibles de lo cotidiano. "El camino de Chejov es el
camino de la libertad de Rusia", escribe Grossman.
6.
La batalla de Stalingrado (junio 1942, febrero 1943), que terminó con la
retirada alemana y definió la Segunda Guerra Mundial, fue la que arrojó el saldo
más pavoroso de víctimas: dos millones de muertes. Se luchó edificio por
edificio, en fábricas y depósitos. Los jóvenes soviéticos entregaban sus vidas
con un heroísmo desgarrador. Con la elegancia de Turguenev, Grossman es capaz de
escribir: "Toma mi mano, amable lector", para retratar artilleros y tanquistas.
Del Turguenev de Relatos de un cazador (admirado por Hemingway) extrae la
frialdad y la crudeza para describir un equipo de francotiradores de origen
campesino, reflejar sus miradas. Lo estremece que el gusto al liquidar un
enemigo sea el mismo que experimentaban en su tierra al acertarle a un lobo
amenazando sus rebaños. Grossman cuenta el combate con una agudeza en la que
contrastan, todo el tiempo, circunstancias y elementos de muerte y de vida. Una
ráfaga de ametralladora eleva la tierra "como una bandada de gorriones". En una
trinchera soviética, "en un cochecito de bebé color crema estaban colocadas las
minas antitanque". En estas imágenes, frecuentes en su narración, se advierte
una constante: conservar la confianza en el instinto en la vida aún en las
situaciones extremas. Desde esta perspectiva, Grossman desmenuza las ideologías
que, en nombre del bien de la humanidad, condujeron hacia su aniquilación.
Porque Grossman prefiere reinvindicar la bondad en gestos pequeños como el de un
oficial que, ante el peligro de un ataque depredador del enemigo, ordena el
traslado de dos enamorados, un soldado y una operadora de radio, lejos del
frente. Otro ejemplo: una médica, solterona y estéril, en un vagón atestado
camino a Treblinka apaña a un chico huérfano. Otro más: una vieja rusa que
perdió a su hijo le entrega un pedazo de pan a un prisionero alemán. Gestos
tibios, como una taza de té en medio de la nieve.
7. La desmesura de Vida y destino no responde a una vanidad titánica. Grossman
necesitó más de mil páginas para indagar los resortes del totalitarismo. Si bien
la novela empieza en Treblinka y lo espeluznante del campo le da pie a Grossman
para igualarlo a un gulag stalinista donde los hechos escalofriantes no se
quedan atrás; en el medio, Stalingrado civil, corazón de la novela; y en torno
giran, atemorizadas, famélicas, familias enteras. La vida diaria es un infierno
complementario del frente donde la resistencia tenaz de las tropas rusas,
muertas de frío y mal alimentadas, con más voluntad que armamento, frenan como
pueden cada ataque alemán. Grossman no le ahorra al lector lo siniestro de la
vida civil: por un lado, el sacrificio del pueblo por la causa nacional y por
otro, el mismo pueblo bajo la persecución, los interrogatorios, las
desapariciones. Sin perder pulso narrativo, con ductilidad, ensamblando un
capítulo sobre el stalinismo tras otro, Grossman analiza también la ingeniería
social nazi y su obsesión estética en la construcción de los lager. Hay un
capítulo magistral en este punto. La arquitectura como obsesión estética del
nazismo no podía ser pasada por alto en el diseño de los lager. Grossman dedica
todo un capítulo a la construcción del campo. Después cuenta la viveza de un
alemán provinciano que trepó socialmente por su incorporación al nazismo:
Eichmann. Cuando el oficial burócrata inaugura una cámara de gas, en el interior
lo espera un agasajo, una mesa con fiambres, entremeses y champagne. Grossman
detalla el funcionamiento de la cámara: su piso compuesto de losas se abre y
deja caer los cuerpos para que, en el subsuelo, los dentistas prisioneros
extraigan las piezas dentales de oro a las víctimas. Otro personaje zorro, un
soldado que regula el suministro de gas en las ejecuciones masivas, cuando puede
se roba algo del oro como ahorro para cuando esto sea apenas un recuerdo
molesto. Hitler también actúa en la novela. Cuando sus tropas comienzan a
retroceder en el sitio de Stalingrado, Hitler se aparta de su custodia y camina
solitario por un bosque. La derrota lo vuelve un chico con ganas de salir
corriendo. Por primera vez al pensar en el fuego de los hornos crematorios
siente un horror humano.
Grossman no elude narrar ni la matanza de bebés judíos ni la marcha hacia la
cámara de gas de las víctimas desnudas. Como hombre, sabe lo que ha visto. Como
periodista, sabe contarlo. Y como escritor sabe del estilo justo. Grossman
compara la no menos atroz ingeniería social soviética, la tremenda represión que
Stalin decretó contra los kulacos, los campesinos trasladados de una región
inhóspita a otra donde morirían de hambre y de frío. Una mujer, durante la
hambruna se comió a sus hijos. Para Grossman esto también cuenta. Y lo cuenta.
8. La cuestión judía es crucial en Vida y destino. El corresponsal Grossman, en
la vida real, ha entrado con las tropas rusas en aldeas y pueblos arrasados, ha
encontrado a su paso más que vestigios del espanto. No le basta con narrar
Treblinka. Busca explicarse el abismo. Entonces estudia su funcionamiento.
Entrevista vecinos, les pregunta acerca de la frecuencia de los trenes que
ingresaban diariamente al lager, calcula cuántas personas hacinadas cabían en un
vagón de carga, saca cuentas. "El antisemitismo nunca es un fin, siempre es un
medio", escribe. "Es un criterio para medir contradicciones que no tienen
salida, un espejo donde se reflejan los defectos de los individuos, de las
estructuras sociales y de los sistemas estatales. Incluso un genio como
Dostoievski vio un judío usurero allí donde debería haber visto los ojos
despiadados del contratista, el fabricante y el esclavista rusos". Un capítulo
clave de Vida y destino apunta la conversación entre el comandante SS del lager
y su prisionero más importante, un militar comunista. "Ustedes creen que nos
odian, pero se equivocan: se odian a ustedes mismos", afirma el nazi. Y agrega:
"Cuando damos un golpe a su ejército, lo infligimos contra nosotros mismos. El
terror de ustedes ha matado a millones de personas, y en todo el mundo, sólo
nosotros, los alemanes hemos comprendido que era algo necesario. ¿Cree que el
mundo nos mira a nosotros con horror y a ustedes con amor y esperanza? Créame,
quien ahora nos mira con horror, también los mirará con horror a ustedes. Stalin
nos ha enseñado muchas cosas. Para construir el socialismo en un solo país era
necesario privar a los campesinos de sembrar y vender libremente, y Stalin no
vaciló: liquidó millones de campesinos. Nuestro Hitler advirtió que al
movimiento nacional socialista le estorbaba un enemigo, el judaísmo. Y decidió
liquidar a millones de judíos". Hay una especularidad entre el nacional
socialismo y el comunismo staliniano, argumenta Grossman. La revelación de los
lager provocan en Grossman la toma de conciencia de su condición de judío.
9. Después de la guerra, para granjearse la simpatía de Occidente el bureau
soviético encargó a Grossman y Ehremburg un Libro Negro que reuniría testimonios
y documentos sobre la persecución y el aniquilamiento de los prisioneros judíos
en los campos nazis. Los dos escritores se dedicaron al libro. Pero después de
la guerra la Unión Soviética era otra. La unión nacional se había "consolidado".
No era de buen tono insistir con el asunto que podía sacar a relucir la
xenofobia de los años pasados. Además ahora pesaban la Guerra Fría y la
solidaridad internacional de los judíos. Las editoriales en yddish fueron
clausuradas. Se acusó también a los judíos de un complot y se habló de
deportarlos al Asia Central. La publicación del libro se atrasó y finalmente se
anuló. En Estados Unidos se publicó una versión abreviada con prólogo de
Einstein. La versión completa sirvió como elemento testimonial en los juicios a
los nazis. Y se publicó más tarde en Israel.
10. Grossman escribió Vida y destino sabiendo que le sería imposible publicarla.
Tras la muerte de Stalin, Krushev asumió el poder y en el XX Congreso del PC
intentó lavar culpas. También intentó galardonar a Grossman, integrarlo como
escritor oficial. Pero Grossman rehusó toda distinción. Los crímenes no habían
sido sólo responsabilidad de un hombre sino de un régimen. Desencantado con el
socialismo real, pero sin perder la esperanza chejoviana en que el mundo puede
ser un lugar mejor si los hombres miran como viven, Vasili Grossman murió en
Moscú en 1964. La noche anterior había terminado Todo pasa, su última novela.
Fue enterrado, de acuerdo a su voluntad, en un cementerio judío. Vida y destino
fue publicada en Suiza en 1980.
¿Cómo es el umbral hacia el infierno? Hay muchos. Uno de ellos lo muestra Vasili
Grossman en Por una causa justa (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores). Se
trata de la primera parte de Vida y destino, la obra que llevaría a Grossman
(1905-1964) a ser aclamado por la crítica y los lectores. Por una causa justa es
el resultado de su trabajo como corresponsal del periódico Estrella roja,
inmerso él aún en el realismo socialista, durante el primer año de la llegada de
los nazis a la URSS y a Stalingrado, que sería el comienzo del fin de la II
guerra Mundial. Babelia avanza hoy, en esta edición digital de EL PAÍS, las
primeras páginas de esta novela que llegará a las librerías a partir de mañana.
Publicada en 1952, una década después de los hechos narrados, el libro de
Grossman, se convierte, desde la primera línea, en una lección de historia,
política, sociología, psicología y de la condición humana en momentos
extraordinarios. 1.079 páginas en las que viven más de 200 personajes cuyos
destinos recuerdan a la gran narrativa rusa que busca retratar el curso del
Tiempo germinado de Historia. Y con ellas un mosaico de la sociedad soviética de
la época y sus seres en todos sus matices. Muchos de ellos aparecen en Vida y
destino.
Pero en medio de toda esta desolación, de la tragedia que se abate sobre
Stalingrado, y sobre el propio Grossman, éste no se olvida de la verdadera Vida
y su aliento superior; del amor, la bondad, la nobleza, la comprensión, la
belleza: "En momentos como aquel, el hombre percibe la luz, el espacio, el
susurro, el silencio, los olores dulces y las caricias de la hierba y las hojas
en su hermoso conjunto: todas aquellas centésimas o, tal vez, milésimas y
millonésimas partes que componen la belleza del mundo. Aquella belleza, la
auténtica belleza, solo quiere transmitir al hombre un mensaje: la vida es un
bien". Y eso es lo que recuerda Vasili Grossman en esta novela dura y
conmovedora.
Durante la noche el tren se detuvo dos veces, y todo el vagón oyó el crujido de
los pasos de los centinelas y captaba sus incomprensibles palabras en ruso y
alemán.
La lengua de Goethe sonaba horrible en medio de la noche en las estaciones
rusas, pero el ruso que hablaban los colaboradores de la policía alemana era
todavía más siniestro.
Por la mañana Sofía Osipovna sufría el hambre como todos y soñaba con un trago
de agua. Incluso había algo patético y esmirriado en su sueño. Veía una lata de
conservas abollada, en cuyo fondo quedaba un poco de líquido tibio. Y se rascaba
con pequeños movimientos rápidos y bruscos, como hacen los perros cuando se
buscan las pulgas.
Ahora creía haber comprendido la diferencia entre vida y existencia. Su vida se
había acabado, interrumpido, pero la existencia seguía, se prolongaba. Y aunque
aquella existencia era miserable, el pensamiento de una muerte cercana le
colmaba el corazón de terror.
Comenzó a llover; algunas gotas entraron por la ventanilla enrejada. Sofia
Osipovna rompió un ribete de tela del dobladillo de su camisa, se arrimó a la
pared del vagón y deslizó la tira por una hendidura. Luego esperó a que el trozo
de tela se empapara de agua de lluvia, lo sacó y se puso a masticar la tela
fresca y húmeda. También sus vecinos comenzaron a arrancar trozos de tela, y
Sofia Osipovna se sintió orgullosa de haber encontrado un medio de capturar la
lluvia.
Vida y destino, págs. 242-243.
El
destino
El juicio divino existe, y existe también el tribunal del Estado, de la
sociedad; pero existe un juicio supremo y es el juicio de un pecador sobre otro
pecador. El hombre que ha pecado conoce la potencia del Estado totalitario, que
es infinitamente grande; sirviéndose de la propaganda, el hambre, la soledad, el
campo, la amenaza de muerte, el ostracismo y la infamia, esa fuerza paraliza la
voluntad del hombre. pero en cada paso dado bajo la amenaza de la miseria, el
hambre, el campo y la muerte, se manifiesta siempre, al mismo tiempo que lo
condicionado, la libre voluntad del hombre. En la trayectoria vital recorrida
por el jefe del Sonderkommando, del campo a las trincheras, de la condición de
hombre sin partido a la de miembro consciente del partido nacionalsocialista,
siempre y por doquier estaba impresa su voluntad. El destino conduce al hombre,
pero el hombre lo sigue porque quiere y es libre de no querer seguirlo. El
destino guía al hombre, que se convierte en un instrumento de las fuerzas de
destrucción, pero cuando eso sucede no pierde nada; al contrario, gana. Este lo
sabe y va allí donde le esperan las ganancias; el terrible destino y el hombre
tienen objetivos diversos, pero el camino es uno solo.
Quien pronuncie el veredicto no será un juez divino, puro y misericordioso, ni
un sabio tribunal supremo que mire por el bien del Estado y la sociedad, ni un
hombre santo y justo, sino un ser miserable destruido por el poder del Estado
totalitario. Quien pronuncie el veredicto será un hombre que a su vez ha caído,
se ha inclinado, ha tenido miedo y se ha sometido.
Ese hombre dirá:
-¡En este mundo terrible existen los culpables! ¡Tu eres culpable!
Vida y destino, págs. 684-685.
Los
muertos
El cerebro de Naum Rozemberg, un contable de cuarenta años, realizaba sus
cálculos habituales. Caminaba por la carretera y contaba: en el de anteayer,
110; en el de ayer, 71; los cinco días antes, 612; eso suma un total de 783...
Qué lástima no haber llevado una cuenta separada de los hombres, los niños, las
mujeres... Las mujeres arden más fácilmente. Un Brenner experimentado dispone
los cuerpos de manera que los viejos huesudos, ricos en ceniza, ardan al lado de
los cuerpos de las mujeres. Ahora darán la orden -"desvíense de la carretera"-,
así mandaron un año antes a los que ahora vamos a desenterrar y a extraer de la
fosa con ganchos sujetados a cuerdas. Un Brenner experimentado puede determinar
a partir de un montículo cuántos cuerpos yacen dentro de una fosa: cincuenta,
cien, doscientos, seiscientos, mil... El Scharführer Elf exige que a los cuerpos
se les llame Figuren, cien figuras, doscientas figuras, pero Rozemberg los
llama: personas, hombre asesinado, niño ejecutado, viejo ejecutado... Los llama
así en voz baja, de lo contrario el Scharführer descargaría nueve gramos de
metal contra él, pero sigue musitando obstinadamente: "Ahora sales de la fosa,
hombre ejecutado... Niño, no te agarres a tu mamá con las manos, os quedaréis
juntos, no te irás lejos de ella...".
-¿Qué estás susurrando por ahí?
-Nada, se lo ha parecido.
Y susurra: "Lucha, en eso consiste su pequeña lucha...". Anteayer abrieron una
fosa donde había ocho muertos. El Scharführer gritaba: "Esto es una mofa, un
equipo de veinte Brenner para quemar ocho figuras". Tenía razón, pero ¿qué
podían hacer ellos si en la pequeña aldea sólo había dos familias de judíos? Una
orden es una orden: desenterrar todas las tumbas y quemar todos los cuerpos...
Ahora se han desviado de la carretera y caminan por la hierba y por ciento
quincuagésima vez, en medio del verde claro, he aquí un montículo gris: una
tumba. Ocho cavan, cuatro abaten troncos de robles y los sierran en leños de la
longitud de un cuerpo humano, dos los cortan con hachas y cuñas, dos acercan de
la carretera tableros viejos y secos, encendajas, recipientes con gasolina,
cuatro preparan el lugar para la hoguera, excavan la zanja para las cenizas: hay
que averiguar de dónde sopla el viento.
Enseguida desaparece el olor a podredumbre del bosque y los guardias ríen,
blasfeman, se tapan la nariz; el Scharführer escupe y se aleja hasta el lindero
del bosque. Los Brenner lanzan sus palas, cogen los ganchos, se tapan la nariz y
la boca con trapos... "Buenos días, abuelo, te toca ver el sol de nuevo, pero
cómo pesas..." Una madre asesinada junto a sus tres hijos: dos niños -uno de
ellos todavía escolar- y una niña que debió de nacer en 1939, enferma de
ra-quitismo, pero no importa, ahora ya está curada... No te aferres así a tu
mamá, no se irá a ninguna parte... "¿Cuántas figuras?", grita el Scharführer
desde el lindero. "Diecinueve", y en voz muy baja, casi para sus adentros,
"personas muertas". Todos maldicen: ya ha pasado media jornada. La semana
pasada, en cambio, abrieron una tumba de doscientas mujeres, todas jóvenes. Al
retirar la capa superior de la tierra, se levantó un vapor gris sobre la tumba y
los guardias se pusieron a reír. "¡Qué mujeres más calientes!" Sobre las zanjas
por donde circula el aire colocan la leña seca, después los leños de roble
-éstos arden bien-, luego los cadáveres de las mujeres; se añade leña, luego los
cadáveres de los hombres, más leña, después otros restos de cuerpos, luego un
tanque de gasolina, a continuación, en el centro, una bomba incendiaria; luego
el Scharführer da una orden y los guardias sonríen por anticipado. Los Brenner
cantan a coro: "¡La hoguera arde!". Después echan las cenizas en la fosa. De
nuevo se hace el silencio; se mantiene, se vuelve más profundo. Después los
condujeron a un bosque, esta vez no vieron un montículo en medio del claro
verde; el Scharführer ordenó cavar un agujero de cuatro metros por dos; todos lo
comprendieron, el trabajo había concluido: 89 pueblos, más 18 shtetl, más cuatro
aldeas, más dos ciudades de distrito, más tres sovjoses (1), dos cerealistas y
uno de leche; en total, 116 núcleos de población, los Brenner han desenterrado
116 túmulos... Mientras cava la fosa para él y sus compañeros, el contable Naum
Rozemberg sigue calculando: la semana pasada 783, y el mes antes 4.826; un total
de 5.609 cuerpos quemados. Calcula, calcula y el tiempo pasa sin que se dé
cuenta, calcula la media de figuras -no, de cadáveres- en cada fosa: 5.609 entre
el número de tumbas, 116; eso da una media de 48,35 cadáveres por fosa:
redondeando, 48 cadáveres por tumba.
Si tenemos en cuenta que veinte Brenner han trabajado durante treinta y siete
días, por cada Brenner eso da... "¡En fila!", grita el jefe de los guardias, y
el Scharführer ordena: "In die Grube marsch!" (2). Pero él no quiere ser
enterrado. Corre, se cae, se levanta, corre perezoso, el conta-ble no sabe
correr, pero no han logrado matarle, reposa sobre la hierba del bosque, en
silencio, y no piensa en el cielo que se alza sobre su cabeza, ni en Zlata,
Zlátochka, a la que asesinaron cuando estaba en el sexto mes de gestación, está
tendido en la hierba y calcula lo que no tuvo tiempo de calcular junto a la
fosa: veinte Brenner, treinta y siete días, el total de días por Brenner... eso
en primer lugar; ahora, en segundo, tiene que calcular la cantidad de leña por
persona; tercero, hay que calcular el tiempo medio de combustión por una figura,
cuánto...
(1) Acrónimo de sovétskoye joziáistvo. Explotación agrícola soviética.
(2) "Descended a la fosa."
Vida y destino, págs. 245 a 247.
Las
desapariciones
Todo el mundo se acordaba de 1937, cuando casi a diario se citaban nombres de
personas arrestadas la noche antes. La gente se telefoneaba para contarse las
novedades: "Hoy por la noche se ha puesto enfermo el marido de Anna
Andréyevna...". Le venía a la mente cómo hablaban por teléfono los vecinos sobre
los que habían sido arrestados: "Se fue y no se sabe cuándo regresará". Volvían
a aflorar los relatos sobre las circunstancias de los arrestos: "Llegaron a su
casa en el momento en que estaba bañando al niño; lo apresaron en el trabajo, en
el teatro, en plena noche...". Recordaban: "El registro duró cuarenta y ocho
horas, lo pusieron todo patas arriba, incluso rompieron el suelo... Apenas han
revisado nada; han hojeado los libros sólo para salvar las apariencias...".
Rememoraban a decenas de familias desaparecidas que nunca habían vuelto: el
académico Vavílov, Vize, el poeta Osip Mandelstam, el escritor Bábel, Boris
Pilniak, Meyerhold, los bacteriólogos Kórshunov y Zlatogórov, el profesor
Pletniov, el doctor Levin...
Pero el hecho de que los arrestados fueran eminentes y conocidos carecía de
importancia. La cuestión era que célebres o anónimas, modestas e
insignificantes, aquellas personas eran inocentes, y realizaban su trabajo
honestamente.
¿Es que todo aquello iba a comenzar de nuevo? ¿Era posible que después de la
guerra a uno le tuviera que dar un vuelco el corazón cada vez que oía pasos en
la noche, ante cada toque de claxon?