
NOTAS EN ESTA SECCION
Una voz subterránea
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Fui al río, Juan L. Ortiz
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Selección poética
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Anticipo de "La casa de los pájaros" (abril 2021)
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La brisa profunda, (video), Biblioteca Nacional La intemperie sin fin, documental de Juan José Gorasurreta (2008) |
Reseña de la película
LECTURA RECOMENDADA
Agustín Alzari - Ese otro Ortiz: Juan L.en revista Claridad
| Juan L.
Ortiz - El alba sube |
La soledad internacional

  Una
voz subterránea
Ilustración: El Tomi.
Puerto Ruíz
(Entre Ríos) es el lugar que vio nacer a Juan Laurentino Ortíz el 11 de junio de
1896. Al poco tiempo la familia se traslada a las selvas de Montiel; el paisaje
de su provincia marcarán a fuego al niño que años más tarde convertirá esos
elementos en protagonistas de su poesía. Estudia en la Escuela Normal Mixta de
Maestros de Gualeguay. Temprano lo atrapa el ideario socialista; hace vigorosos
discursos y comienza a escribir en la prensa gráfica. Tiene un breve paso por
Buenos Aires, realiza estudios de Filosofía y Letras, se relaciona con el
ambiente bohemio y literario de la capital, hace amigos entrañables entre
escritores y poetas y regresa a su provincia en la búsqueda de su aire, de sus
elementos, de su paisaje. Nunca militó en grupos literarios ni en partidos
políticos. Construye así una de las obras cumbres de la literatura en lengua
castellana.
Este poeta no necesitó el fasto luminario de la metrópolis para concebir una
obra cuya
dimensión es tan vasta como profunda; su cuerpo lírico contiene una insospechada
renovación que sostiene como ejes su entorno/paisaje, su indagación metafísica,
junto a su capacidad para rastrear en la realidad cotidiana. Su voz
extraordinaria aún continúa en secreto y confinada por el mundo oficial de la
literatura por haber asumido Ortíz su derecho a ejercer su libertad sin
concesiones, pagando por ello el alto precio del olvido a una poesía fiel a sí
misma, auténtica, que deja fuera de ella todo lo que no es digno de su
contenido. Celebró la revolución rusa del año '17 y la liberación de París;
denunció el asesinato de García Lorca y los horrores del nazismo; padeció la
cárcel durante el golpe del '55 y en 1957 fue invitado a visitar China y la ex
Unión Soviética encabezando una delegación de intelectuales argentinos. Sus
libros también fueron alcanzados por la barbarie de la última dictadura teniendo
como destino trágico la hoguera.
Desarrolló una activa labor con la poesía extranjera traduciendo a Paul Eluard,
los poetas chinos, Guisseppe Ungaretti y Ezra Pound. La revolución fue una idea
permanente en Ortíz, un motivo que organiza y da sentido, pero no por ello puso
en lugar secundario sus inquietudes filosóficas y estéticas magistralmente
transformadas en uno de los cuerpos líricos más auténticos de las letras
latinoamericanas.
Juan L Ortiz
muere un 2 de setiembre de 1978 y consolida así la leyenda que con el tiempo
instalará definitivamente su verdadera estatura de poeta.
Obra de Juan L. Ortiz: "El agua y la noche" (1924-1932); "El alba
sube..." (1933-1936); "El ángel inclinado" (1938); "La rama hacia el este"
(1940); "El álamo y el viento" (1947); "El aire conmovido" (1949); "La mano
infinita" (1951); "La brisa profunda" (1954); "El alma y las colinas" (1956);
"De las raíces y del cielo" (1958); "En el aura del sauce" (Obras completas
1970-1971, incluye "El junco y la corriente", "El Gualeguay" y "La orilla que se
abisma", inéditos hasta el momento). El cuarto tomo de sus obras completas, que
el vate entrerriano había dejado listo para su impresión con la producción de
sus últimos años (su etapa más fructífera) se perdió durante la última dictadura
militar.
[IslaPoetica]
 Fuí
al río...
Foto: Juanele
junto a Juan José Saer
Introducción
Cuando Juan
Laurentino Ortiz, nacido el 11 de junio de 1896 en Puerto Ruiz, Departamento de
Gualeguay, Provincia de Entre Ríos, escribe en el poema "Deja las letras", de su
libro "De las raíces y del cielo":
"El sol ha bebido sus propias perlas
y hay apenas de ellas una memoria por secarse...
No temas, no temas, y mira, mira hasta las islas...
¿Viste alguna vez la melodía de los brillos?
¿La viste ondular, todavía de gasa,
desde tus pies al cielo, sobre el río?"
también está bien lejos de describir un paisaje. Apenas si se apoya suavemente
en él, lo hace penetrar en su corazón y lo transforma en poesía. Una poesía de
esplendorosa espiritualidad donde convive su decir siempre delicado y leve con
una infinita piedad hacia la condición humana.
Para que su poética sea a la vez completamente localista y absolutamente
universal, Juan L. Ortiz no necesitó viajar demasiado a lo largo de su vida. El
complejo recorrido por sus senderos interiores, poblados de "cielos que se
cerraban sobre un monte lleno de largos brazos negros y miradas lívidas" que
había comenzado en Gualeguay, continuó en Mojones Norte, enclavado en plena
selva de Montiel donde su padre fue capataz de estancia, continuó luego en
Villaguay para regresar, a los diez años, a su amada Gualeguay.
Entre estos pocos
kilómetros, sin embargo, se fue conformando un niño contemplativo inclinado a la
soledad, actitud que se constituirá en una de sus marcas indelebles. Tanto, que
a pesar de recordar con afecto sus escapadas a Buenos Aires, de la que rescataba
la bohemia de una pobreza enriquecida por sus estudios libres en Filosofía y
Letras, las clases de literatura en la Universidad de La Plata, su relación con
algunos amigos entrañables y, sobre todo, la lecturas de poetas que le fueron
abriendo su propio camino, nunca pudo soportar el movimiento vertiginoso y
agitado de la gran ciudad.
Era dueño de una
formación literaria envidiable. Rilke, Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado,
Mallarmé, Pound, Eliot, Maeterlinck, Tolstoi, entre una lista interminable de
autores, fueron sus inseparables compañeros junto al sereno transcurrir del río
Gualeguay. No obstante, o precisamente por ello , su primer libro "El agua y la
noche", selección de poemas manuscritos, apareció recién en 1933, gracias a la
insistencia de Córdoba Iturburu, César Tiempo y, especialmente, de su gran amigo
Carlos Mastronardi.

Revista de poesía Xul Nº 12 (octubre 1997) - Los poemas perdidos de Juan L.
Ortiz. Clic para descargar. |
En su segundo libro
"El alba sube", publicado en 1937, no sólo el paisaje cobra mayor protagonismo
sino que va afirmándose con más fuerza su despojamiento de las cosas materiales.
Este desapego será uno de los pilares que le permitirá alcanzar el sello
distintivo de una exquisita espiritualidad. En el poema "Hay entre los árboles"
se pregunta:
"¿Hay entre los
árboles una dicha pálida.
final, apenas verde, que es un pensamiento
ya, pensamiento fluido de los árboles,
luz pensada por éstos en el anochecer?"
Pero ha de ser en "Fui al río" de su tercer libro "El ángel inclinado" (1938),
donde Juanele celebra con incontenible alegría su fusión con la naturaleza, la
que ya nunca volvería a ser la otra parte de la ceremonia dialógica. Por fin, él
era el río y el río era él.
"Regresaba
--¿Era yo el que regresaba?--
en la angustia vaga
de sentirme solo entre las cosas últimas y secretas.
De pronto sentí el río en mí,
corría en mí
con sus orillas trémulas de señas,
con sus hondos reflejos apenas estrellados.
Corría el río en mí con sus ramajes.
Era yo un río en el anochecer,
y suspiraban en mí los árboles,
y el sendero y las hierbas se apagaban en mí.
¡Me atravesaba un río, me atravesaba un río!"
Esta
consustanciación no excluía, ciertamente, un agudo dolor por la guerra civil que
en ese momento padecía España. Cuando Rilke decía que el día de nuestro
nacimiento encamina tanto a morir como a vivir, estaba hablando con dulce piedad
acerca de la inevitable angustia que le producía la finitud del ser, angustia
que mitigó a través de la lectura de la Biblia y su profunda fe en Dios. La
sensibilidad de Juanele tenía el mismo tono mayor que la de su admirado Rilke,
sólo que fue depositando la esencia de su fe en un sincretismo, abarcador por
definición, que fusionó lo inefable de sus percepciones con los elementos
concretos del paisaje. Esta maravillosa fuente fenoménica le permitió elaborar
una poética de gran belleza lírica, de hondo sentimiento de misericordia tanto
hacia lo humano como hacia los elementos y criaturas de la naturaleza. Modeló
cada palabra creando delicados matices de una sutileza incomparables,
emergiendo, así, una suerte de continuidad entre inmanencia y trascendencia.
En "La rama hacia el este" (1940) pero más aún en "El álamo y el viento" (1947),
muestra el conflicto anidado en su alma: Vivía en la natural serenidad de su
entorno y, a la vez, sentía una desgarrada impotencia por el espanto que
significó la segunda guerra mundial. Los temas insisten sobre el dolor, la
angustia y el mal, como odiosos contaminantes.
Por otra parte, en
"El álamo y el viento" se pueden leer sus primeros poemas extensos donde, a
pesar de que el seguimiento de su decir se asemeja a un andar por meandros, no
desdeña por cierto el ordenamiento de la narrativa. En estos poema es posible
internarse en su particular cosmovisión del universo, a través de sus constantes
percepciones y su permanente lirismo. Los poemas "Las colinas" de "El alma y las
colinas" y "Gualeguay" de "La brisa profunda", son dos claros ejemplos de ello.
Y es en este libro donde intenta, además, el develamiento de la esencia de todo
cuanto le rodea bajo la forma de interrogaciones. Preguntar y preguntarse.
Traspasar lo oscuro y ver en qué consiste el misterio, llegar hasta la
despersonalización si fuese necesario para poder así informar acerca de sus
hallazgos. Sólo que la luz que esplende detrás de la oscuridad nos observa y nos
retacea su grandiosidad, quizá porque nuestra capacidad de comprensión es
insuficiente para aprehenderla.
En sus libros posteriores "El aire conmovido" (1949), "La mano infinita" (1951),
"La brisa profunda" (1954), "El alma y las colinas" (1956) y "De las raíces y
del cielo" (1958), la red que va tejiendo con su natural compasión por todas las
criaturas vivientes, la memoria recreadora de lo que amó, y la captación de los
sutiles colores y las voces que emanan de la naturaleza, se va haciendo cada vez
más compleja y, paradójicamente, también sus visiones se despojan más.
En 1942 se radicó en Paraná hasta donde llegaban, a manera de una peregrinación
laica, amigos entrañables, estudiosos de su poética y poetas de todas las edades
pero, y sobre todo, lo visitaban los jóvenes atraídos no sólo por la calidad de
su poesía sino por la transparencia de su conducta. En Juan L. Ortiz, poesía y
vida son por completo inseparables. Tanto que de su ética surge su estética y su
estética profundizará su ética.
En 1971, con prólogo de Hugo Gola, apareció en Rosario "En el aura del sauce"
que incluye diez libros editados más dos inéditos: "El junco y la corriente",
producto de lo vivenciado en su viaje a China y otros países de Oriente y "La
orilla que se abisma". En 1996, El Centro de Publicaciones, Universidad Nacional
del Litoral, Santa Fe, edita "Obra Completa" , antologías ambas de lectura
imprescindible, gracias a las cuales es posible sentir placer por la
multiplicidad de imágenes y riqueza de símbolos en una poética casi despojada de
metáforas, profundizar en la riqueza de su poesía gracias a los valiosos
estudios publicados, y advertir la estatura de Juan L. Ortiz, ese gran renovador
de la poesía argentina.
El 2 de setiembre de 1978 Juanele abandonó definitivamente su cuerpo, el que fue
llevado de regreso a su amado Gualeguay, quedando su espíritu con nosotros,
caminando para siempre entre las páginas de sus libros.
FUI AL RÍO...
Fui
al río, y lo sentía
cerca de mí, enfrente de mí.
Las ramas tenían voces
que no llegaban hasta mí.
La corriente decía
cosas que no entendía.
Me angustiaba casi.
Quería comprenderlo,
sentir qué decía el cielo vago y pálido en él
con sus primeras sílabas alargadas,
pero no podía.
Regresaba
-¿Era yo el que regresaba?-
en la angustia vaga
de sentirme solo entre las cosas últimas y secretas.
De pronto sentí el río en mí,
corría en mí
con sus orillas trémulas de señas,
con sus hondos reflejos apenas estrellados.
Corría el río en mí con sus ramajes.
Era yo un río en el anochecer,
y suspiraban en mí los árboles,
y el sendero y las hierbas se apagaban en mí.
Me atravesaba un río, me atravesaba un río!
ELLA...
Ella anuda hilos entre los hombres
y lleva de aquí para allá la mariposa profunda
-ala del paisaje y del alma de un país, con su polen...
Ella hace sensible el clima de los días, con su color y su
perfume...
a su pesar, muchas veces, como bajo un destino.
Testimonio involuntario, ella,
de un cierto estado de espíritu, de un cierto estado de las cosas,
en que la circunstancia da su hálito. ..

Publicado en Revista "Los Libros" Nº 7.
Enero de 1970
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Pero se dirige
siempre a un testigo invisible,
jugando naturalmente con la tierra y el ángel,
el infinito a su lado y el presente en el confín...
Mas es el don absoluto, y la ternura,
ella que es también el término supremo y la última esencia
con las melodías de los sentidos y los símbolos y las visiones y
los latidos
para el encuentro en los abismos...
Mas tiene cargo de almas, y es la comunicación,
el traspaso del ser, "como se da una flor", en el nivel de los
niños,
más allá de sí misma, en el olvido puro de ella misma...
Y no busca nunca, no, ella...
espera, espera toda desnuda, con la lámpara en la mano,
en el centro mismo de la noche...
AH, MIS AMIGOS, HABLÁIS DE RIMAS...
Ah, mis amigos, habláis de rimas
y habláis finamente de los crecimientos libres...
en la seda fantástica os dan las hadas de los leños
con sus suplicios de tísicas
sobresaltadas
de alas...
Pero habéis pensado
que el otro cuerpo de la poesía está también allá, en el Junio
de crecida,
desnudo casi bajo las agujas del cielo?
Qué haríais vosotros, decid, sin ese cuerpo
del que el vuestro, si frágil y si herido, vive desde "la división",
despedido del "espíritu", él, que sostiene oscuramente sus
juegos
con el pan que él amasa y que debe recibir a veces
en un insulto de piedra?
Habéis pensado, mis amigos,
que es una red de sangre la que os salva del vacío,
en el tejido de todos los días, bajo los metales del aire,
de esas manos sin nada al fin como las ramas de Junio,
a no ser una escritura de vidrio?
Oh, yo sé que buscáis desde el principio el secreto de la tierra,
y que os arrojáis al fuego, muchas veces, para encontrar el
secreto...
Y sé que a veces halláis la melodía más difícil
que duerme en aquellos que mueren de silencio,
corridos por el padre río, ahora, hacia las tiendas del viento...
Pero cuidado, mis amigos, con envolveros en la seda de la
poesía
igual que en un capullo...
No olvidéis que la poesía,
si la pura sensitiva o la ineludible sensitiva,
es asimismo, o acaso sobre todo, la intemperie sin fin,
cruzada o crucificada, si queréis, por los llamados sin fin
y tendida humildemente, humildemente, para el invento del
amor...
ELLA IBA DE
PANA AZUL
(música de Claudio Alsuyet)
Ella iba de pana azul entre las manzanillas. Ella.
La mañana pesaba ya dulcemente.
¿De qué color la sombrillas contra el amor de Octubre?
Entre las manzanillas ella iba.
Entre la nieve ardiente ella iba.
¿En qué ligerísima penumbra sus labios florecían?
(Oh, sin la penumbra,
toda la abeja del aire,
toda, sobre sus labios...).
Entre las
manzanillas ella iba.
La voz, la voz de niña, algo indecisa aún,
con pudor, con cierto pudor, de los pétalos ebrios...
Esa edad de Jacinto, ay, y ese aire...
Entre las manzanillas ella iba toda de pana azul,
de un azul más grave que el del Domingo, azul,
porque ya era el destino
de ojos a veces bajos o turbados... mi destino.
Mi destino... Y yo a su lado, qué?
Ella iba de pana azul entre las manzanillas. Ella.
 En
la ciudad de Rosario, provincia de Santa Fe, los militares usurparon la
Biblioteca Popular Constancio C. Vigil, La Vigil, una institución que tenía una
biblioteca de 55.000 volúmenes en circulación y 15.000 en depósitos, a
principios de la década del setenta. El 25 de febrero de 1977 fue intervenida
mediante el decreto Nº 942. Ocho miembros de su Comisión Directiva detenidos
ilegalmente, su control de préstamos bibliográficos utilizado para investigar a
los socios. Miles de libros de la entidad fueron quemados, por ejemplo
seiscientas colecciones de la obra completa del poeta Juan L. Ortíz. (+info) |
PARA QUE LOS HOMBRES
Para que los hombres no tengan vergüenza
de la belleza de las flores,
para que las cosas sean ellas mismas: formas sensibles
o profundas de la unidad o espejos de nuestro esfuerzo
por penetrar el mundo,
con el semblante emocionado y pasajero de nuestros sueños,
o la armonía de nuestra paz en la soledad de nuestro pensamiento,
para que podamos mirar y tocar sin pudor
las flores, sí, todas las flores
y seamos iguales a nosotros mismos en la hermandad delicada,
para que las cosas no sean mercancías,
y se abra como una flor toda la nobleza del hombre:
iremos todos hasta nuestro extremo límite,
nos perderemos en la hora del don con la sonrisa
anónima y segura de una simiente en la noche de la tierra.
TODOS AQUI
Todos aquí para mirar arder y consumirse ese fuego.
Fuego sólo?
No es un corazón apasionado que se ilumina en los cielos?
La pasión de la luz antigua abriéndose en flores encendidas
para mirarse en el espejo humano.
El corazón dice: criaturas terrestres, la vida es gloriosa,
alzaos hasta el fuego armonioso como hasta la sangre
del éxtasis para que todos seáis como simientes ardiendo
para las cosechas sucesivas de la luz común que encenderá hasta la sombra
y la estrellará como un jardín.
OH, ALLA MIRARIAS
Oh, allá mirarías
con un noviembre de jacarandaes… sí,
sí.
Pero, amigo,
si no habrá, del otro lado, domingos
de niñas…
ni menos en lo ido
lilas
de prometidas…
O mirarías
con un infinito de islas y otra vez
morirías, sin morir
en unas como ultra-islas?
Mas amigo, qué otro infinito, allá, podría repetirme
y aun desdecirme
en el juego con un confín
que no sería
confín?
O entonces con lo que restase
de río
en el estuario que dicen?
Qué tiempo, amigo,
qué tiempo, por Dios, para los
tiempos
en lo que a ellos los ahogara…
todavía?
Ni con un junco, así?
Dónde los juncos, niño mío, en un inconcebible
de orillas?
Un sentimiento, pues,
soñado por el no, el no, sin
límites?
O un crecimiento, allá, en un modo
de existencia y no de vida?
O donde nada, por tanto, sería,
de la negación misma, una manera de
fermentación hacia el sí
de unas espumas de jardín…
o hacia ése que las ramas y las
hojas, póstumamente, habrían
perdido
pero en un ir
sin fin… :
espíritus, entonces, por momentos,
de unas
azucenas a la deriva…
Mas, qué allí…
qué de los ojos de violeta, y de los
ojos de verdín,
y de los ojos de los narcisos,
y de esos ojos que les transfiguran,
en iris
de la eternidad, sus minutos,
mas desde las arenillas
de aquí?
EL JACARANDA
Está por florecer el jacarandá…
amigo…
Es cierto que está por florecer… lo
has acaso sentido?
Pero dónde ese anhelo de morado,
dónde, podrías
decírmelo?
En realidad se le insinúa en no se sabe qué de las ramillas…
Cómo, si no, esa sobre-presencia, o
casi, que aún de lo invisible,
obsede, se aseguraría,
el centro de la media tarde misma,
sobre qué olvido?
llamando desde el sueño o poco
menos, todavía,
cuando un rosa en aparecido,
lo cala, indiferentemente, y lo
libra, lo libra
a su limbo.

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