El estatuto teórico-clínico del grupo [1996]

De la psicología social al psicoanálisis

Por René Kaës

Notas adicionales
Entrevista a René Kaës: "El dolor social no se cura en el diván"  |  Catástrofe psíquica (los efectos de la dictadura militar)

 

El estatuto teórico-clínico del grupo [1996]

[Conferencia dictada el 16 de Abril 1996 en la Universidad Autonoma de Mexico - Xochimilco]

Señoras y señores, queridos colegas, quisiera decirles a mi vez el gusto que me da encontrarme en esta ilustre Universidad; no son únicamente fórmulas de cortesía, sino que se trata de lo que sentí escuchando las generosas palabras del Dr. Guillermo Villaseñor. Pienso que quizá solamente en una universidad como la de ustedes es posible inscribir algo tan preciso como el grupo sobre el trasfondo político, cultural, económico y social. Creo que tienen una comprensión quizá natural del hecho de que el grupo es la interferencia de muchas dimensiones, que es un encuentro polifónico de discursos y ante todo un encuentro problemático entre diferentes sujetos, constituídos en sus historias y en sus estructuras con características específicas que intentan mantener juntos el aspecto de la alteridad y la diferencia, así como el de su identidad común. Hay en el grupo efectivamente un juego a veces trágico donde erramos al mismo tiempo a la identidad y a la alteridad. Fui muy sensible a las palabras que fueron dichas que no se inscriben solamente en una preocupación interdisciplinaria, sino que se hallan ya presentes profundamente en la cultura de ustedes, constituida precisamente por el encuentro con los otros, por el mestizaje de las culturas. Por ello les agradezco de me hayan invitado a participar en este conjunto.

Cuando algunos psicoanalistas se encontraron ante la necesidad de inventar una alternativa para la cura individual, el dispositivo de grupo fue considerado por algunos como adecuado para el tratamiento de ciertos pacientes. La mayoría de estos psicoanalistas estaban comprometidos en situaciones donde tenían que tratar con problemas de psiquiatría bastante pesados y trataban estos problemas en instituciones que no hacían sino agravarlos, según una lógica loca que asociaba la locura de los sujetos con la locura de la institución, instituciones cuya tarea primordial es la de justamente tratar la locura,

José Bleger ya mostró muy claramente como las instituciones de salud terminan por organizarse sobre la lógica de la misma locura que intentan tratar. Si mencioné a Bleger es para nombrar a uno de los que, junto con Pichon-Rivière en Buenos Aires, y como Foulkes y Bion en Londres, tuvieron que buscar alternativas para el tratamiento individual pero que encontraron inmediatamente algunas dificultades específicas para el tratamiento grupal en las instituciones. Los acondicionamientos necesarios eran entonces difícilmente concebibles en el interior de las distorsiones teórico-clinicas que producían, con las categorías del psicoanálisis mismo.

Otros más debieron aprender de las situaciones de emergencia, de las neurosis traumáticas engendradas por la guerra, y tuvieron que inventar dispositivos económicos para tratarlas, descubriendo así su eficacia: fue el caso de W. R. Bion al comienzo de la Segunda Guerra Mundial. También hubo quienes se preocuparon por tomar en cuenta los imperativos de salud pública y de gestión de los recursos terapéuticos: en Francia, por ejemplo, el desarrollo de las prácticas de grupo se realizó bajo el efecto de obligaciones de seguridad social y del proyecto de reforzar los procesos de socialización al final de la segunda guerra mundial.

Al abrir el camino para el conocimiento de esta parte de la psique individual comprometida en el alma de grupo, estos psicoanalistas se vieron confrontados con problemas clínicos, metodológicos y teóricos que los condujeron a los confines del psicoanálisis y de otras disciplinas. Éstas, fundadas sobre otras concepciones de la vida psíquica, estaban dotadas de hipótesis que tarde o temprano debían revelarse como estando en oposición con la hipótesis fuerte constitutiva del psicoanálisis: un inconsciente psicosexual de origen infantil separado de la consciencia pero que actúa sobre ella de manera específica y constante.

La teoría psicoanalítica de los grupos no se constituyó de una sola vez sobre bases psicoanalíticas, por diversas razones: unas estaban fundadas sobre la resistencia a trabajar con los conceptos del psicoanálisis en una situación diferente de la de la cura; las otras daban prioridad a los planteamientos teóricas de la psicología social lewiniana, a las concepciones socio-culturales de G. H. Mead, o a los elementos críticos del marxismo sobre los procesos de alienación mental producidos por el sistema económico capitalista.

Si dejamos de lado la exclusión del grupo del campo de la práctica y del pensamiento psicoanalíticos en nombre de una ortodoxia purista, el trabajo de teorización se abría en tres direcciones: 1°. la aculturación de los conceptos extraterritoriales en el campo del psicoanálisis, corriendo el riesgo de teorizaciones a veces bastardas y de prácticas ambiguas, pero que planteaban preguntas que hasta ese momento estaban excluidas del campo de la investigación psicoanalítica: los conceptos de intersubjetividad y de alienación fueron producto de esta aculturación; 2°. la invención de una problemática que podía producir una teoría psicoanalítica de las formaciones y de los procesos psíquicos que encuentran su lugar en el grupo; 3°. la construcción de una metapsicología de la intersubjetividad y de una teoría del sujeto del inconsciente en tanto que es conjuntamente sujeto del grupo. Esta última vía, que es la mía, encara el enfoque psicoanalítico del grupo como una contribución general del psicoanálisis.
 


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1. El grupo como entidad psíquica. Incidencias teórico-clínicas.

Las construcciones teóricas se organizaron principalmente alrededor de los modelos propuestos por W.R.Bion y por S.H.Foulkes en Inglaterra, Pichon Rivière en Buenos Aires, en Francia por D.Anzieu y por mí. Todos estos modelos de funcionamiento del grupo tienen como fundamento la hipótesis de que el grupo es una organización y un lugar de producción de la realidad psíquica, una entidad relativamente independiente de la de los individuos que lo constituyen.

2. Aspectos del modelo de Bion: cultura y mentalidad de grupo. Supuestos básicos.

Bion fue el primero en proponer una teoría puramente psicoanalítica del grupo. Funda su análisis sobre categorías centrales del psicoanálisis cuando distingue dos modalidades del funcionamiento psíquico en los pequeños grupos: el grupo de trabajo donde prevalecen los procesos y las exigencias de la lógica secundaria que organizan la representación del objeto y del objetivo del grupo, la organización de la tarea y de los sistemas de comunicación que permiten su realización. El grupo básico, donde predominan los procesos primarios en forma de supuestos básicos (basic assumption) en tensión con el grupo de trabajo.

La mentalidad de grupo garantiza la concordancia de la vida del grupo con los supuestos básicos que organizan su curso. La mentalidad de grupo es definida como la actividad mental que se forma en un grupo a partir de la opinión, de la voluntad y de los deseos inconscientes, unánimes y anónimos de sus miembros. Las contribuciones de éstos en la mentalidad de grupo, que constituye su continente, permite cierta satisfacción de sus pulsiones y de sus deseos; sin embargo, deben estar de acuerdo con las demás contribuciones del fondo común, y estar apoyadas por él. La mentalidad de grupo presenta así una uniformidad, en contraste o en oposición con la diversidad de las opiniones, de los pensamientos y de los deseos propios de los individuos que contribuyen a formarla.

Tres supuestos básicos (Dependencia, Ataque-Fuga, Emparejamiento) califican los diferentes contenidos posibles de la mentalidad de grupo. Son los representantes de tres estados emocionales específicos. Desempeñan un papel determinante en la organización de un grupo, en la realización de su tarea y en la satisfacción de las necesidades y deseos de sus miembros. Son y permanecen inconscientes, expresan fantasmas inconscientes y están sometidos al proceso primario. Los miembros del grupo los utilizan como técnicas mágicas destinadas a lidiar con las dificultades con que se topan, y especialmente a evitar la frustración inherente al aprendizaje por medio de la experiencia. Bion puso en evidencia la semejanza de sus rasgos con los fenómenos descritos por M.Klein en sus teorías sobre los objetos parciales, las angustias psicóticas y las defensas primarias. Desde ese punto de vista, los supuestos básicos son reacciones grupales defensivas contra las angustias psicóticas reactivadas por la regresión impuesta al individuo por la situación de grupo.

3. Algunas aportaciones de Foulkes y de Ezriel: el grupo como matriz psíquica, la resonancia fantasmática.

S.H.Foulkes, J.Rickman y H.Ezriel constituyeron la corriente de la Group-Analysis sobre bases teóricas y metodológicas sensiblemente diferentes.

De los años que pasó trabajando con K.Goldstein en el Instituto Neurológico de Frankfurt antes de emprender su formación psicoanalítica, Foulkes conservó la idea central del Gestaltismo y del abordaje estructural del comportamiento. Lo aplicó a su concepción del individuo y del grupo: la totalidad antecede a las partes, es más elemental, no es igual a la suma de sus elementos. El individuo y el grupo forman un conjunto del tipo figura-fondo. El individuo en un grupo es como el punto nodal en la red de las neuronas.

De esta idea fundamental deriva, para Foulkes, la de que el grupo posee propiedades terapéuticas específicas: justifica así la práctica del análisis de grupo que él elabora en Londres al comienzo de los años cuarenta: "la idea del grupo como matriz psíquica, el terreno común de las relaciones de operaciones, incluyendo todas las interacciones de los miembros participantes del grupo, es primordial para la teoría y el proceso de la terapia. Todas las comunicaciones sobrevienen en el interior de este marco de referencia. Un fondo de comprensión inconsciente, en el cual se producen reacciones y comunicaciones muy complejas, está siempre presente" (S.H.Foulkes, 1964, trad. Francesa, 1970, pág. 109).

El postulado primario de Foulkes es que "la naturaleza social del hombre es un hecho fundamental e irreductible". Como toda enfermedad se produciría en el interior de una red compleja de relaciones interpersonales, la psicoterapia de grupo es un intento de tratar la red entera de los trastornos, ya sea en el punto de origen, en el grupo de origen -primitivo-, y colocando al individuo perturbado en condiciones de transferencia en un grupo ajeno" (Ibíd., pág. 108).

En el sentido amplio, el Group-Analysis es un método de investigación de las formaciones y de los procesos psíquicos que se desarrollan en un grupo; funda sus conceptos y su técnica sobre ciertos datos fundamentales de la teoría y del método psicoanalíticos, y sobre elaboraciones psicoanalíticas originales requeridas por la toma en consideración del grupo como entidad específica. En un sentido más restringido, el Group-Analysis es una técnica de psicoterapia de grupo y un dispositivo de experiencia psicoanalítica del inconsciente en situación de grupo. Cinco ideas principales están en la base del Group-Analysis de Foulkes: la opción de escuchar, de entender y de interpretar al grupo como totalidad en el "aquí y el ahora"; la toma en consideración de la única transferencia "del grupo" sobre el analista y no de las transferencias intragrupales o laterales; la noción de resonancia inconsciente (Ezriel aclara: fantasmática) entre los miembros de un grupo; la tensión común y el denominador común de los fantasmas inconscientes del grupo; la noción de grupo como matriz psíquica y el marco de referencia de todas las interacciones.

Las primeras teorías del grupo, ya sea que hayan sido propuestas por Lewin (1947), Moreno (1954), Foulkes o Bion, tratan al grupo como una entidad generadora de efectos psíquicos propios. Las contribuciones de los sujetos son consideradas como procesos y contenidos anónimos y desubjetivados. En este aspecto, las primeras teorías del grupo son teorías donde el sujeto desaparece en lo que lo singulariza: su historia, su ubicación en el fantasma inconsciente, la idiosincrasia de sus pulsiones, de sus representaciones, de su represión.

Estos conceptos constituyen al grupo como el destinatario de la interpretación. Si la interpretación se piensa y se da en términos de grupo, sus efectos son evidentemente reducidos en cada individuo, a través de los vínculos que lo atan a la matriz del grupo o que lo sitúan en su campo de fuerzas. Pero ese vínculo y lo que para cada uno se juega en él no se interpreta directamente. Foulkes, al igual que Bion, supone que el Inconsciente produce efectos específicos en el grupo, pero lo trata más como una cualidad relativa a los fenómenos producidos que como una instancia o un sistema constitutivo de las formaciones y de los procesos intersubjetivos.

4. Enrique Pichon-Rivière: del psicoanálisis a la psicología social.

Los caminos tomados por Pichon-Rivière en Buenos Aires son claramente diferentes: proponen una comprensión del grupo en términos de psicología social psicoanalítica, esbozan una teoría del sujeto situada en la articulación entre algunas hipótesis psicoanalíticas y unas hipótesis tomadas de la psicología y de diversas corrientes filosóficas. La lectura de los textos de Pichon producen la impresión de un hombre en búsqueda, más preocupado por dar nacimiento a un campo de investigaciones que por unificar los enunciados teóricos.

Pichon-Rivière realizó un trabajo de pionero, que alimentó las investigaciones de sus sucesores en Argentina, en numerosos países de América Latina y en la diáspora consecutiva al exilio ante la dictadura .

La psicología social de Pichon-Rivière

Existen razones para que su trayecto le otorgue progresivamente a la psicología social la referencia prevaleciente, como lo atestiguan estas líneas escritas en 1972 y que recapitulan bastante bien las principales hipótesis de su investigación:

"La psicología social que buscamos se inscribe en una crítica de la vida cotidiana. Lo que abordamos es al hombre sumergido en sus relaciones cotidianas. Nuestra conciencia de estas relaciones pierde su carácter trivial en la medida en que el instrumento teórico y su metodología nos permiten buscar la génesis de los hechos sociales. Compartimos entonces la línea de pensamiento abierta por H.Lefèvre, que considera que las ciencias sociales encuentran su realidad en ‘la profundidad sin misterios de la vida cotidiana’. La psicología social que postulamos tiene como objeto de estudio el desarrollo y la transformación de una relación dialéctica que se establece entre la estructura social y el fantasma inconsciente del sujeto, y que reposa en relaciones fundadas sobre las necesidades de ésta. Dicho de otro modo, se trata de la relación entre la estructura social y la configuración del mundo interno del sujeto, relación que es abordada a través de la noción de vínculo. En nuestra concepción, el ser humano es un ser de necesidades que no se pueden satisfacer más que socialmente, en unas relaciones que lo determinan. El sujeto no solamente es un sujeto en relaciones, es también un sujeto producido en una praxis: no existe nada en él que no sea la resultante de la interacción entre individuo, grupos y clases. Como esta relación es el objeto de la psicología social, el grupo constituye entonces el campo operacional privilegiado de esta disciplina, por el hecho de que permite la investigación del juego entre lo psico-social (grupo interno) y lo socio-dinámico (grupo externo) por medio de la observación de las formas de interacción, de los mecanismos por los cuales los papeles se adjudican y se asumen. Y el análisis de las formas de interacción es el que nos permite establecer allí las hipótesis sobre los procesos determinantes."

En Argentina, mis trabajos se consideraron como eco y continuación de los de Pichon. En la medida en que partí de otras premisas y de otra experiencia distinta de la de él, quise confrontar mi concepción con la suya, particularmente a propósito del grupo interno, del grupo, del sujeto, del vínculo y del porta-palabra. Estas nociones son comunes a los dos, aunque hayan sido desarrolladas en contextos diferentes y de acuerdo con acciones distintas e independientes.

Quisiera presentar brevemente dos conceptos pichonianos y confrontarlos con mis propias elaboraciones.

Los grupos internos y la cuestión del vínculo en Pichon-Rivière

El acceso a esta noción se realiza, para Pichon-Rivière, a partir de la psicopatología: el tratamiento de los pacientes psicóticos le impone la evidencia de "la existencia de objetos internos, de múltiples imago que se articulan en un mundo construido de acuerdo con un proceso progresivo de interiorización". Este mundo interno tiene, tanto para él como para mí, la configuración de una escena, pero para Pichon-Rivière es en esta escena donde es "posible reconocer el hecho dinámico de la interiorización de los objetos y de sus relaciones."

Lo que Pichon-Rivière llama el mundo interno o grupo interno es la reconstrucción de la trama relacional, del sistema de relaciones intersubjetivas y sociales de los que el sujeto emerge: describe así las relaciones intersubjetivas, o estructuras de vínculos interiorizados y articulados en un mundo interno. Son producidas por un proceso de interiorización a través del pasaje fantasmático de un sistema de relaciones exteriores (intersubjetivas y sociales) a una interrelación "intrasistémica". Los grupos internos son modelos internos que orientan la acción hacia los demás en las relaciones intersubjetivas: sobre este punto me siento cercano a él, pero me distingo por la proposición de acuerdo con la cual los grupos internos son también organizadores de las acciones intrapsíquicas.

Semejante concepción de los grupos internos es fuertemente tributaria de una problemática psico-social. Para Pichon-Rivière, lo intrapsíquico es en definitiva un efecto psico-social. Expresa cómo "el grupo constituye (por lo tanto) el campo operacional privilegiado de esta disciplina [la psicología social]" y precisa lo que es importante para nuestro planteamiento, que esta propiedad viene del "hecho de que permite la investigación del juego entre lo psico-social (grupo interno) y lo socio-dinámico (grupo externo)" . Para Pichon-Rivière, el campo de lo psico-social es también, en algunas definiciones, el de lo intrapsíquico, y ambos están opuestos y articulados al campo de lo socio-dinámico (grupos externos relacionados con lo intersubjetivo).

Las referencias de Pichon a la psico-sociología de Lewin, a la de G.H.Mead, a la Crítica de la razón dialéctica de Sartre, al marxismo de Henri Lefèvre, parecen haber prevalecido sobre la invención de una problemática fundada sobre las proposiciones fundamentales del psicoanálisis. Con todo, experimento dificultades para representarme si esa preeminencia reposó para él sobre una verdadera crítica del psicoanálisis -hasta donde llegan mis conocimientos, no la emprendió - o sobre opciones y postulados ideológicos personales que le parecían más apropiados para abrir el espacio de una acción terapéutica trabajando sobre toda la cuestión de las relaciones de lo social, de la intersubjetividad y del espacio intrapsíquico . Es cierto que numerosos psiquiatras de Europa, especialmente en Francia, hicieron coexistir la hipótesis del psicoanálisis con los principios extraídos de otros universos de pensamiento: particularmente, la corriente de la psicoterapia institucional.

El segundo concepto de Pichon que quisiera hacer resaltar es el de vínculo, cuestión central en la obra de Pichon. El punto de partida de su reflexión es aquí, una vez más, el de los problemas planteados por el tratamiento de la locura en el marco de la psiquiatría social en la cual trabaja para darle forma e instrumentos conceptuales. Un gran número de éstos son tomados de la psico-sociología de la comunicación y de la teoría de los roles. Este enfoque da de entrada al sujeto no como ser aislado, sino como incluido en un grupo, cuya base es la familia: la conceptualización que resulta de ella es, entonces, según Pichon, esencialmente psico-social, socio-dinámica e institucional, pues el grupo familiar está inserto en el campo social que le confiere su significación. Así, la aparición de la psicosis en un miembro de la familia es un "emergente" original que expresa y toma a su cargo la enfermedad mental de toda la familia: el delirio que construye un miembro de la familia debe entonces comprenderse como una tentativa de resolución de un conflicto determinado y, al mismo tiempo, como un intento de reconstruir no solamente su mundo individual, sino principalmente el de su grupo familiar y, secundariamente, el social mismo.

Éste es el trasfondo de su concepción del vínculo, que él diferencia de la relación de objeto. "¿Por qué utilizamos el término de vínculo? En realidad, estamos acostumbrados a utilizar la noción de relación de objeto en la teoría psicoanalítica, pero la noción de vínculo es mucho más concreta. La relación de objeto es una estructura interna del vínculo. Un vínculo es, sin embargo, un tipo particular de relación de objeto; la relación de objeto está constituida por una estructura que funciona de una manera determinada. Es una estructura dinámica, en movimiento continuo, que funciona activada y movida por factores instintuales, por motivaciones psicológicas. [...] Así, nos enfrentamos con dos campos psicológicos en el vínculo: un campo interno y un campo externo. Sabemos que existen objetos externos y objetos internos. Es posible establecer un vínculo, una relación de objeto con un objeto interno y, por lo mismo, con un objeto externo. Podemos decir que lo que nos interesa más desde el punto de vista psico-social es el vínculo externo, mientras que desde el punto de vista de la psiquiatría y del psicoanálisis, el que nos interesa más es el vínculo interno, es decir, la forma particular que adopta el yo al ligarse con la imagen de un objeto localizado en él..." Teoría del vínculo, 1980, págs. 35-36.

El concepto de vínculo propuesto por Pichon-Rivière es el resultado de otro tipo de determinación: no oculta su proyecto de efectuar la sustitución del concepto de instinto por la estructura de vínculo, entendiendo la estructura de vínculo como el efecto de un proto-aprendizaje, como el vehículo de las primeras experiencias sociales que constituyen al sujeto mismo, sobre la negación del narcisismo primario . Una constante de su teoría del vínculo es en efecto sostener que la interiorización de la estructura de relación se produce en la interacción: ésta se vuelve intrasubjetiva bajo los efectos de la identificación introyectiva y proyectiva, pero Pichon la describe también en términos interaccionistas y comunicacionales (emisor-receptor).

La suerte que corre lo pulsional en el vínculo, ¿no conduce forzosamente a Pichon a trazar un camino que va del psicoanálisis a la psicología social? Al tratar a la intersubjetividad y al vínculo a lo largo de su recorrido, Pichon-Rivière corría el riesgo de perder de vista una problemática del sujeto articulable con la del grupo.

5. Los trabajos de la Escuela Francesa

Los trabajos de la Escuela Francesa primero restituyeron al grupo su valor de objeto psíquico para los sujetos. A partir de ese punto de vista se inició un proceso de ruptura epistemológica en la concepción del grupo, y esta ruptura se efectuó esencialmente con la psicología social. Era necesario romper con la psicología social para permitir que entrara, imperativamente, el grupo en el campo del psicoanálisis, porque en Francia, al comienzo de los años 60, los enfoques frontales se encontraban en este terreno particularmente fustigados y eran sospechosos de derivaciones extra-psicoanalíticas.

Esta ruptura recibe lo esencial de su legitimidad de aquélla, epistemológica, que el psicoanálisis introdujo en las ciencias humanas. La hipótesis del inconsciente cambia las perspectivas sobre el estatuto del objeto: esencialmente observado y manipulado en la acción de la medicina y de la psicología, el objeto es considerado por el psicoanálisis desde el aspecto en que es investido por la pulsión y por el fantasma del sujeto epistémico. Así, el grupo ya no es considerado electivamente como la forma y la estructura de un sistema estabilizado de relaciones interpersonales objetivadas, en las cuales se operan fuerzas de equilibración, representaciones productoras de normas y de procesos de influencia, presiones conformistas, creación de estatutos y de papeles. En el campo psicoanalítico, es esencialmente un objeto de investiduras pulsionales y de representaciones inconscientes, un sistema de ligazón y de desligazón de las relaciones de objeto y de las cargas libidinales o mortíferas que están asociadas con ello.

Lo esencial de los cambios operados con ocasión de esta ruptura se apoyan en las proposiciones siguientes:

  • La hipótesis del Inconsciente: que unos procesos inconscientes actúan en el seno de los grupos es un hecho admitido por todos los modelos anteriores. Precisamos que son diferentes niveles, regulados por la naturaleza de las identificaciones, de los mecanismos de defensa, de los conflictos psico-sexuales. Son, por un lado, edípicos y se organizan alrededor de la ambivalencia ante la figura del jefe; pero son también preedípicos y pregenitales, y movilizan fantasmas, identificaciones, mecanismos de defensa y relaciones de objetos parciales, especialmente los que tienen que ver con la organización oral de la libido. Las tensiones conflictivos oscilan entre estos tres polos de la organización estructural del aparato psíquico: neurótico, narcisista, psicótico.

  • El pequeño grupo como objeto: Pontalis escribe en 1963 que "no basta con revelar los procesos inconscientes que actúan en el seno de un grupo, cualquiera que sea el ingenio que se demuestre en ese caso: mientras se ubique fuera del campo del análisis la imagen misma del grupo, con los fantasmas y los valores que porta, se elude de hecho cualquier cuestión sobre la función inconsciente del grupo".

  • El grupo como realización de los deseos inconscientes: D. Anzieu propuso una tesis decisiva al sostener que el grupo es, como el sueño, el medio y el sitio de la realización imaginaria de los deseos inconscientes infantiles. De acuerdo con este modelo, los fenómenos diversos que se presentan en los grupos están emparentados con contenidos manifiestos. Derivan de un número limitado de contenidos latentes. Los procesos primarios, velados por una fachada de procesos secundarios, son en él determinantes. El grupo, ya sea que cumpla eficazmente la tarea que se asignó o que esté paralizado, es un debate con un fantasma subyacente. Como el sueño, como el síntoma, el grupo es la asociación de un deseo inconsciente que busca su camino de realización imaginaria, y de defensas contra la angustia que suscitan en el yo esos cumplimientos.

Pudimos describir mecanismos precisos, unos generales y propios de cualquier producción del inconsciente, los otros específicos de la situación de grupo: así lo que D. Anzieu llamará la ilusión grupal, o lo que yo despejaré como la ideología y las alianzas inconscientes. Se trata aquí de fenómenos sobre los cuales no actúa la mayoría de los métodos de formación y de discusión que pretenden mejorar las comunicaciones.

Aunque he contribuido para establecer la hipótesis de acuerdo con la cual el grupo es el lugar de una realidad psíquica propia, mis investigaciones difieren de las que acabo de presentar en varios puntos, y ahora quisiera dar cuenta de esto.

6. Visión de conjunto sobre mis propias investigaciones

El acceso a la noción de grupo interno se realizará, para mí, a través del estudio de las representaciones del grupo como objeto, en el sentido que acababa de dar a esta problemática J.B.Pontalis. Llevé a cabo mis investigaciones en tres tiempos: sobre las representaciones del grupo cuyos organizadores inconscientes y culturales (1965-68) busqué descubrir; describí los organizadores inconscientes como "grupos de adentro", estructurados de acuerdo con leyes de composición que obedecen a los procesos primarios de la asociación y de la permutación. En un segundo momento (1968-69), empecé a estudiar los efectos de la grupalidad psíquica en la organización de los procesos de grupo y a poner a punto el modelo del aparato psíquico grupal, distinguiendo dos principales modalidades de acoplamiento (isomórfico y homomórfico). Entonces amplié la extensión del concepto articulando los grupos internos con la realidad propia del grupo.

En un tercer tiempo, le otorgué una atención particular a las formulaciones freudianas relativas a la representación de la psique como grupo y como actividad de agrupamiento/desagrupamiento. Del Esquema hasta el final de su obra -y especialmente en el momento de la construcción de la segunda tópica- el modelo del grupo no dejará de constituir para Freud uno de los modelos más constantes del aparato psíquico. A partir de estas investigaciones pude sostener que la grupalidad psíquica es una noción original del psicoanálisis.

a. Grupos internos y grupalidad psíquica

Precisemos los conceptos. Desde mi punto de vista, el concepto teórico de grupo interno puede describir formaciones y procesos intrapsíquicos desde el punto de vista en que las relaciones entre los elementos que los constituyen están ordenados por una estructura de grupo. Un grupo interno es una configuración de vínculos entre pulsiones y objetos, sus representaciones de palabra o de cosa, entre instancias, imago o personajes. En estas configuraciones de vínculos, el propio sujeto se representa directamente o a través de sus delegados. Este abordaje estructural de los grupos internos hace hincapié en el sistema de relaciones entre elementos definidos por su valor de posición correlativa, reunidos y ordenados por una ley de composición: la desviación diferencial entre los elementos engendra la tensión dinámica de la estructura. Semejante sistema está dotado de principios de transformación que movilizan diversos mecanismos asociados con los procesos primarios: condensación, desplazamiento, permutación, negación, inversión, difracción. Una propiedad funcional de los grupos internos es su disposición de libreto y sintagmática, disposición apropiada para dramatizar las colocaciones de los objetos y sus desplazamientos, de acuerdo con apuestas de la acción psíquica por realizar, según las necesidades de la dinámica y de la economía psíquicas.

En esta definición, la estructura fundamental de los grupos internos define tanto los fantasmas originarios como los sistemas de relación de objeto, el Yo, la estructura de las identificaciones, los complejos y las imago, incluyendo la de la psique, la imagen del cuerpo. Entre los grupos paradigmáticos, distinguí el fantasma por dos razones: su concepción estructural describe perfectamente el concepto de grupo interno; la relación de objeto recibe su consistencia del hecho de ser referida a la fantasmática que la sostiene.

Yo había propuesto al final de los años 60 la fórmula "El inconsciente estructurado como un grupo": desde esa época me parecía necesario pensar la grupalidad psíquica en su relación con el Inconsciente. Al proponer esta hipótesis, sostengo un punto de vista diferente del de Pichon-Rivière: en lo que a mí concierne, los grupos internos son formas de la grupalidad psíquica. No son el producto exclusivo de la interiorización o de la internalización de los procesos intersubjetivos o sociales. Las formas de la grupalidad psíquica están dadas por la estructura de la materia psíquica. Se trata, por un lado, de estructuras intrapsíquicas fundamentales, primarias o primordiales, que ya se encuentran ahí.

Si bien le doy de este modo una consistencia a la formación y a la lógica endopsíquica, no descuido el proceso intersubjetivo de la formación y de la función de ciertos grupos internos. La tesis epigenética goza aquí de mi preferencia en la medida en que acepta una eficiencia de la internalización a condición de que existan estructuras previas que se activen y se auto-organicen en el movimiento mismo en que son solicitadas. En estas condiciones, los grupos internos se me presentan secundariamente como adquisiciones y creaciones, por incorporación o introyección de los objetos perdidos y reconstruidos.

Precisé esta perspectiva en mis dos últimas obras al tratar de mostrar que el análisis de los grupos internos es el del proceso asociativo/disociativo en el cual el sujeto organiza su actividad psíquica y la representa para sí mismo y para los otros.

b. El trabajo de la intersubjetividad y las alianzas inconscientes

Las teorías de la relación de objeto no son teorías de la intersubjetividad; apuntan a describir la relación de objeto desde el punto de vista en que es constituyente del sujeto (del Yo, del self), pero no desde el punto de vista en que el objeto de la relación de objeto es el término de un proceso de intercambio psíquico, es decir que es, como sujeto otro, otro sujeto que insiste y resiste en tanto que otro. "El otro es otro" escribe E.Levinas.

Término de un intercambio quiere decir: de objetos de deseo, de figuración, de mecanismos de defensa, donde uno garantiza los del otro para garantizar los suyos propios. Este término implica una ley que regula las relaciones entre los sujetos, vuelve posible el descubrimiento de la verdad de su historia en tanto que es vínculo.

Esta concepción del vínculo intersubjetivo como vínculo entre relaciones de objeto de sujetos distintos permite articular esa relación. Lo que diferencia al vínculo de la relación de objeto es que en el vínculo nos enfrentamos a lo del otro. Estos "otros" no solamente son figuraciones o representantes de las pulsiones, objetos parciales, representaciones de cosa y de palabra, del sujeto mismo; son también otros irreductibles a lo que representan para otro. Cuando me encuentro en un vínculo intersubjetivo, me tropiezo con algo del otro, que no puedo reducir a mi representación: el objeto de la relación de objeto no coincide exactamente con el otro, en tanto que es un objeto irreductible al objeto de la relación de objeto, siempre más o menos marcado con imaginario.

Inscribo la cuestión del vínculo en el marco más general de una teoría psicoanalítica de la intersubjetividad. El campo teórico por constituir está organizado por la investigación de las estructuras y de los procesos psíquicos que se constituyen en los puntos de anudamientos de las formaciones del inconsciente entre el sujeto singular y los conjuntos intersubjetivos, por sus divergencias y los límites de sus transformaciones. La metapsicología de este campo requiere de la hipótesis de una tópica doblemente determinada, de una economía mixta de las investiduras y de los intercambios, de una dinámica interferente y, si admitimos este punto de vista, de una co-génesis (o de una co-epigénesis) de estas formaciones y de estos procesos.

Para ser más preciso, mencionaré dos áreas de investigación que mantienen el cuestionamiento del lado de la hipótesis del inconsciente.

  • La noción de trabajo psíquico de la intersubjetividad: a partir de mis investigaciones sobre el proceso asociativo y las funciones fóricas del porta-palabra y del porta-síntoma, he llamado trabajo de la intersubjetividad al trabajo psíquico del Otro o de más-de-un-otro en la psique del sujeto del inconsciente. Esta proposición tiene como corolario que la constitución intersubjetiva del sujeto impone a la psique ciertas exigencias de trabajo psíquico: imprime a la formación, a los sistemas, instancias y procesos del aparato psíquico, y por consiguiente al inconsciente, contenidos y modos de funcionamiento específicos. La noción de trabajo psíquico de la intersubjetividad concierne entonces a las condiciones en las cuales el sujeto del inconsciente se constituye.

  • Las alianzas inconscientes (alianzas, pactos y contratos): las alianzas inconscientes son uno de los efectos del trabajo de la intersubjetividad. Aseguran funciones específicas en el espacio intrapsíquico y, al mismo tiempo, sostienen la formación y los procesos de los vínculos intersubjetivos que, a su vez, benefician formaciones y procesos intrapsíquicos. Dicho de otro modo, las alianzas inconscientes no se constituyen solamente para mantener inconscientes unas representaciones de acuerdo con el interés conjunto y mutuamente garantizado de varios sujetos, sellando así su vínculo; las alianzas mismas permanecen inconscientes del mismo modo que los vínculos que en ellos se encuentran fundados. Uno de los objetivos del trabajo psicoanalítico en los grupos consiste en desligar, por medio del trabajo del análisis, estas alianzas necesariamente producidas para y por el vínculo intersubjetivo grupal.

La producción de síntomas compartidos tiene también la función y la finalidad siguientes: sujetar a cada sujeto a su síntoma en relación con la función que cumple en y para el vínculo. El síntoma recibe de allí un reforzamiento multiplicado. Las alianzas inconscientes intersubjetivas cumplen en efecto en el más alto grado la función de desconocimiento que viene con el síntoma. Si sólo tomáramos en consideración la función económica y dinámica que cumple el síntoma para el sujeto que lo produce inscribiéndolo en su historia singular y su estructura propia, dejaríamos de lado su valor en la economía de los vínculos intersubjetivos: no podríamos evaluar las investiduras que recibe por parte de sus sujetos para que se mantenga sólido el vínculo, a un precio que remunera a la represión mantenida en el otro y en cada uno en el marco de la alianza.

c. El sujeto del grupo como sujeto del inconsciente

No podemos no estar dentro de la intersubjetividad: es nuestra condición de sujeto, en ella nos constituimos. La hipótesis básica sobre la que inicié mis investigaciones sobre la cuestión del sujeto es que el psicoanálisis freudiano sostiene una concepción intersubjetiva del sujeto del inconsciente. El psicoanálisis requiere de la intersubjetividad como una condición constitutiva de la vida psíquica humana; esta concepción no se puede oponer a la exigencia que asignó inicialmente de tratar la vida psíquica del sujeto considerado en su singularidad a partir solamente de sus determinaciones internas. El sujeto con el que se enfrenta no es el sujeto social, sino el sujeto del inconsciente. Sin embargo, y en ello reside la insistencia de mi investigación desde hace muchos años, debemos integrar en el campo del psicoanálisis todas las consecuencias teórico-metodológicas que derivan de la toma en consideración de la exigencia de trabajo psíquico que impone a la psique, y especialmente a las formaciones y a los procesos del inconsciente, la dimensión intersubjetiva del objeto. Precisamente esta toma en consideración es lo que me condujo a proponer el concepto de sujeto del grupo.

La noción de sujeto del grupo se me presentó como necesaria para calificar ciertas dimensiones del sujeto del inconsciente. El sujeto del grupo se constituye como sujeto del inconsciente siguiendo dos determinaciones convergentes: la primera se refiere a su sujetamiento al conjunto (familia, grupos, institución, masas...). Se transmiten formaciones del inconsciente por la cadena de las generaciones y de los contemporáneos; una parte de la función represora se apoya y adquiere estructura (neurótica o psicótica) en ciertas modalidades de la transmisión psíquica, por ejemplo, de acuerdo con modalidades fijadas por las alianzas, los pactos y los contratos inconscientes; el proceso de cifrado, la formación del Superyo y de las funciones del Ideal siguen también esta determinación intersubjetiva.

La segunda es tributaria del funcionamiento propio del inconsciente en el espacio intrapsíquico. Ya he subrayado que los grupos internos no adquieren su formación y su función solamente de la incorporación o de la introyección de los objetos y de los procesos constituidos en los vínculos intersubjetivos y trans-subjetivos, sometidos a un trabajo de transformación en el aparato psíquico por la identificación y el apuntalamiento. Su formación resulta también de las propiedades inmediatamente grupales de pensamientos reprimidos que, en tanto que están separados de lo consciente y agrupados entre ellos en el inconsciente, ejercen una atracción sobre los elementos aislados que se desprenden del sistema Pcs-Cs.

El sujeto del grupo se constituye como sujeto del inconsciente siguiendo dos determinaciones: unas se refieren a su apertura del lado de la exigencia del objeto, generadora de discontinuidad, y las demás se remiten a la exigencia narcisista, generadora de continuidad.

El sujeto del grupo es un sujeto estructuralmente dividido entre su realización en tanto que individuo y su condición de eslabón, beneficiario, servidor y heredero de una cadena intersubjetiva a la cual está sujetado. Esta división aumenta, confirma o retoca la división del sujeto del inconsciente: estas dos divisiones se sostienen mutuamente. La hipótesis de la grupalidad psíquica agrega más particularidades a la situación conflictiva del sujeto singular-plural. El sujeto singular-plural es simultáneamente múltiple y uno, consiste en el acoplamiento de sus objetos, de sus pulsiones y de sus representantes. El sujeto se constituye en la negociación de sus hiatos, en los compromisos que es capaz de crear.

El concepto de sujeto del grupo define un área y una economía de la conflictividad psíquica en la cual se inscriben todos los componentes del conflicto y de la división propios del sujeto del inconsciente. La conflictividad que lo divide y lo lleva a buscar compromisos está por un lado inscrita en la intersubjetividad y en las apuestas de las alianzas inconscientes. Pero el sujeto del inconsciente, de manera idéntica al sujeto del grupo y al sujeto de la grupalidad psíquica, está también siempre en conflicto, en división, en clivaje o en compromiso para apuestas que le son propias: entre las exigencias que le impone el movimiento que lo empuja a ser en sí mismo su propio fin, y las que derivan de su estructura y de su función de miembro de una cadena intersubjetiva, en la que es conjuntamente servidor, eslabón de transmisión, heredero y protagonista.

Según esta perspectiva, supuse que la represión y la denegación ordenadas por las exigencias intrapsíquicas se apuntalan sobre las exigencias de represión y de denegación impuestas por las alianzas, los pactos y los contratos inconscientes inherentes a la intersubjetividad. Por esto, y de acuerdo con modalidades distintas, estas alianzas participan de la función represora y de la estructuración del inconsciente .

El proyecto de constituir la intersubjetividad como objeto teórico y como dispositivo metodológico en el psicoanálisis no puede ahorrarse una doble metapsicología: la del sujeto del inconsciente en tanto que es un "sujeto del grupo", y la de los conjuntos intersubjetivos en tanto que forman y administran una parte específica de la realidad psíquica. La puesta en perspectiva recíproca de estos dos espacios parcialmente heterogéneos, dotados de lógicas y de formaciones específicas, define el campo de una nueva clínica psicoanalítica localizable tanto en la práctica de la cura individual como en la práctica del trabajo psicoanalítico en situación de grupo.

[Traducción: Silvia Pasternac; revisión técnica: José Perrés]


El dolor social no se cura en el diván

ENTREVISTA A RENE KAES, 21/04/02

El psicoanalista francés Rene Kaes se especializa en el vinculo entre el psiquismo y las relaciones institucionales, como las del mundo del trabajo. Opina que los males de raiz social no se solucionan con Freud, aunque toma nota de que dejan huellas muy fuertes.

Héctor Pavón. DE LA REDACCION DE CLARIN

Las psicopatologías también cruzan fronteras y culturas. Esta es una clara conclusión que surge de la conversación que Zona mantuvo con el psicoanalista francés René Kaës. De raíz freudiana, fue invitado por la Escuela de Psicoterapia para Graduados de Buenos Aires y ofreció una conferencia en la Biblioteca Nacional. Entre sus libros más conocidos aquí se encuentran Sufrimiento y psicopatología de los vínculos institucionales; La institución y las instituciones; Transmisión de la vida psíquica entre generaciones; y Las teorías psicoanalíticas del grupo.

—En el diván, ¿se observan patologías clasificables como "globales"?

—Tal vez haya algo así en el mundo laboral. Se ha observado que la organización del trabajo dentro de las empresas "neoliberales" prescribe normas y procedimientos para la ejecución del trabajo que son en cierto modo inaplicables por su extrema racionalidad. Los empleados sufren el conflicto entre obedecer las nuevas directivas y la necesidad de hacer funcionar su trabajo según su conocimiento y experiencia anteriores. Ese saber previo es el que los define en su identidad de trabajadores. Suelen ser descalificados en la medida en la que ese procedimiento no puede ser cumplido. Entonces, no sólo hay un conflicto entre lo ordenado y lo que es realizable sino que también hay un conflicto interno que toca la identidad, la iniciativa y creatividad que tiene cada trabajador. Otra situación de sufrimiento común en escenarios diferentes es la que surge en torno de los refugiados políticos, los "sin papeles", los que piden asilo y cuya situación precaria les trae una incertidumbre tal que sus posibilidades de inserción en la comunidad están muy reducidas. Surgen síntomas psíquicos y físicos que demandan, primero, cuidados físicos. Así, no se pueden trabajar sufrimientos psíquicos en forma aislada.

—¿Cuál es la consecuencia más grave en la psiquis del desocupado?

—En el contexto de los valores en la sociedad contemporánea, el trabajo no es sólo un medio para ganarse la subsistencia. Es también tener un lugar en la sociedad y participar en un proceso de producción. Creo que el desocupado es alguien expulsado de su función, que no tendrá existencia de otro modo, que no puede participar de un proceso social. Lo esencial de los valores de trabajo tienden cada vez más a la remuneración material del trabajo, no a un valor de creación y participación colectiva. Esto tiene consecuencias sobre el sentimiento de ser útil o inútil en el proceso social. Su ausencia provoca sufrimientos que descalifican al sujeto en su lugar en la sociedad, que lo hacen vivir la sensación de que todo aquello que adquirió como saber hacer, como experiencia, no es reconocido por los otros.

—¿Qué puede hacer el trabajador para defenderse de situaciones así?

—No hace falta psicopatologizar estas problemáticas. El tratamiento psíquico no debe desviar la movilización de los obreros de la toma de conciencia de los problemas sociales y políticos que están ligados a las nuevas tecnologías. No se puede decir que su sufrimiento no esté en consideración, pero no podemos tratar psíquicamente problemas políticos y sociales. Creo que cambia el nivel de análisis. Y en relación a esto me pregunto algo que no sé si debo enunciar.

—¿Cuál es su pregunta?

—Me pregunto si el desarrollo de la cultura psicoanalítica en la Argentina no ha sido un factor de disminución en la elaboración de propuestas políticas y sociales, de poner el acento en otra parte, de desviar la fuerza a esos campos. Es una pregunta que me hago.

—Sin embargo, los profesionales argentinos dicen que se observa un número importante de somatizaciones...

—Mis colegas argentinos observan cuán importantes son los problemas psicosomáticos. Seguro que hay que tratarlos pero esto no arregla el origen social del sufrimiento individual. En el diván los analistas son interpelados. Pero no se puede responder a este nivel sin tomar consideración del origen social y político. Con todo este dimensionamiento económico del sufrimiento psíquico, los psicoanalistas disponen de pocos medios para conceptualizar la relación entre el sufrimiento psíquico y la organización social. Otra problemática a responder, es la de los padres de quienes decidieron emigrar, son preguntas dolorosas que afectan la relación entre las generaciones cuando parten. Yo soy muy sensible a esta pregunta porque tiene un paralelo en Europa. Es una experiencia que se transmite generacionalmente. Lo mismo sucedió con los genocidios, la Shoah, las dictaduras. Se aborda una situación que se transmite a la generación siguiente porque no pudo ser elaborado por sus padres y abuelos.

—En algunos países, como la Argentina, parece haber renacido cierta idea comunitaria que deja al individualismo de lado...

—He leído que aquí hay un reaprendizaje de fundamentos básicos de la vida social y política para los intercambios, es una forma de economía y de sociabilidad elemental. Tal vez sea necesario volver a esas formas porque aún la sociedad no es solidaria en su conjunto. La noción de "red" es importante para pensar a la vez los efectos beneficiosos de lo que llamamos globalización a condición de saber que también permite intercambios que antes no eran posibles. El desafío inmediato es integrar la idea de vivir simultáneamente en varias comunidades, no en una sola.


Catástrofe psíquica. Los efectos de la dictadura militar

Todo y nada en Hiroshima

No he vivido la misma experiencia que mis colegas argentinos, confrontados con la violencia que la dictadura ha impuesto a su vida y a su práctica. No he sido sometido como ellos a la necesidad de vivir y pensar la historia singular, de ellos y de sus pacientes, cuando fue quebrada por la irrupción de la Historia colectiva. ¿A título de qué hablaré? He buscado una vía que no fuera ni un comentario ni un complemento ni una interpretación. Sólo podía buscar un contacto que no anulara la distancia de una experiencia diferente. Me acordé de un pasaje del guión escrito por Marguerite Duras para Hiroshima mon amour: cuando Emmanuelle Riva repetía “He visto todo en Hiroshima”, su amante japonés le contestaba que no había visto nada. En el amor que la salvaguarda de la rememoración y mientras la separación la ha devuelto a su historia singular, ella misma nada sabrá de lo que le hace decir que ha visto todo en Hiroshima. ¿Todo? Bastante para que la violencia de la historia, que quiebra su propia historia, pueda representarse en aquella de Hiroshima. Ella es Nevers, él es Hiroshima. La catástrofe que conmocionó su vida, el amor matado en Nevers, no sólo tomó sentido en Hiroshima, sino que se significa a través de Hiroshima.

Catástrofe psíquica*

La noción de catástrofe psíquica permite considerar diversas situaciones en las cuales recurrir al único determinismo interno del traumatismo no daría cuenta satisfactoriamente de las condiciones de su formación y de su devenir. Una catástrofe psíquica se produce cuando las modalidades habituales empleadas para tratar la negatividad inherente a la experiencia traumática se muestran insuficientes, especialmente cuando no pueden ser utilizadas por el sujeto debido a cualidades particulares de la relación entre realidad traumática interna y medio ambiente.

Una constante de la catástrofe psíquica es la dependencia narcisista y la violencia correlativa ejercida sobre las relaciones recíprocas de los sujetos singulares y del conjunto del cual son sujetos y además lo constituyen. En esta conjunción, no se trata realmente de un simple “agregado” traumático sino de una verdadera coproducción traumática que afecta el conjunto del espacio psíquico compartido: el sujeto del trauma es el mismo traumatizante para quienes comparten con él un espacio contenido en los límites de una envoltura narcisista común, transubjetiva y co-inherente a cada una de las psiques constitutivas. Puede decirse que el trauma vivido por uno adquiere el valor de recuerdo traumático e insoportable y de herida narcisista incurable (en francés, impansable) para el otro (o para aquellos otros). Aquello que no quedó reprimido, inelaborable, impensable (en francés, impensable), se observa en una repetición que no es concebida como realmente afuera, sino en un espacio psíquico intermediario entre lo interno y lo externo. Se representa al sujeto traumatizado como en el origen del recuerdo traumático. Es precisamente sobre aquel sujeto donde se efectúa la proyección de lo negativo. Esta proyección será efectuada por aquellos con una cierta eficiencia sádica y aquellos cuya zona traumática propia se ha activado. La catástrofe psíquica debe su efecto desorganizador y mortífero al hecho de que el sujeto fue ubicado ante la imposibilidad de conservar en su propio inconsciente o en el de algún otro la carga y la representación del traumatismo, debido a la destrucción de los continentes internos y externos.

Así como el primer acto de los torturadores es siempre el de quebrar los ritmos temporales fundamentales de la vida, el primer acto de la violencia social catastrófica es el de establecer el terror mediante la desarticulación de los procesos del pensamiento. Es por ello por lo que la abolición del orden simbólico da al objeto desaparecido el status enloquecedor de una representación fantasmática en el psiquismo. La angustia que suscita el terror no puede ser reprimida ni proyectada, ni ligarse a representaciones de cosas y de palabras, ni encontrar representaciones y objetos en el simbolismo lingüístico y social. El ataque contra la identidad de la especie (genocidio) y de la sociedad (tortura, desaparición) es un ataque contra el orden simbólico.

Grupos subversivos

Las reuniones de grupo, aun aquellas que el poder legitima, son siempre sospechosas para los totalitarismos. Los pequeños grupos son acusados por ellos de ser la fuente de la subversión, de fomentar los ataques contra la unidad y la integridad del Cuerpo Social con el cual el Estado totalitario se identifica, intentando transformarlo en idéntico a sí mismo. El cuerpo social y el cuerpo del sujeto deben coincidir en el imaginario del Estado que lo representa, ya no como símbolo, sino como metonimia del cuerpo social.

Pero existen razones más profundas para atacar a los grupos. El grupo y el agrupamiento mismo constituyen para sus miembros, sobre todo cuando están confrontados a vivir rupturas catastróficas, un recurso y una fuente de apuntalamiento, de envoltura, de defensa y de apoyo narcisista compartido. Todos los totalitarismos tienen en común el hecho de promover la prevalencia del individuo o de la sociedad, reducir al sujeto singular a la condición de elemento aislado, anónimo, objeto parcial sometido a un Conjunto (social o ideológico), al cual se otorga la función de dominación omnipotente. El sujeto de la realidad psíquica, en su doble dimensión de yo y su aplicación a un nosotros, que lo constituye en heredero de la trama de sus identificaciones y de sus indicadores de identidad, es el obstáculo que opone al poder de la violencia de Estado la resistencia más tenaz: dislocar los conjuntos y desarticular los vínculos que sostienen al sujeto en las situaciones de ruptura catastrófica fue un objetivo de la dictadura en la Argentina.

Las actividades de los grupos terapéuticos fueron especialmente reprimidas durante los años de la dictadura: fueron perseguidos, prohibidos o disueltos, pues eran sospechosos por ser considerados lugares de subversión social. En los hospitales, el desmantelamiento de los servicios que mantenían tales encuadres fue silencioso o racionalizado de manera autorrepresiva.

En su testimonio sobre los comportamientos individuales y de masas en los campos de concentración nazis, Bruno Bettelheim describe una situación de desamparo extremo, donde la ruptura de la continuidad narcisista y de las relaciones de objeto es una amenaza mortal para la capacidad de mantener una actividad psíquica de ligadura.

Bettelheim precisa que la decisión de emprender una observación sistemática del comportamiento de sus compañeros y del suyo propio en tal situación no se debió, por cierto, al propósito de satisfacer un interés científico, sino esencialmente a la necesidad de sobrevivir. Este trabajo, escribe, ha sido “un mecanismo puesto en marcha intencionalmente, a fin de poder, por lo menos, gracias a una actividad intelectual, sentirse mejor armado para soportar la vida en los campos. Un comportamiento creado personalmente por el autor y fundado sobre su propio pasado, su formación y los sujetos hacia quienes dirigía su interés”. (El corazón consciente.) Notamos que el primer beneficio de esta actividad fue una restauración narcisista y un restablecimiento del placer del funcionamiento psíquico. El placer derivado del apuntalamiento se reforzaba mutuamente: estimulados por el interés que Bettelheim les demostraba, reconfortados en su amor propio y percibiendo el interés que Bettelheim tenía para consigo mismo, los prisioneros hablaban de ellos mismos y sentían el placer que esta actividad de sostén les prodigaba.

Bettelheim describió minuciosamente el estado de desamparo inicial de los prisioneros: pérdida brutal de los derechos civiles, encarcelamiento ilegal, shock producido por los primeros actos de tortura. Ante el traumatismo extremo, los individuos reaccionaban de maneras diferentes.

Bettelheim discernió diferencias significativas en los comportamientos de los prisioneros en función de su clase socioeconómica y de la capacidad de apoyarse en una ideología, una cultura, un ideal poderoso y coherente. Aquellos que no podían proteger la integridad de sí no encontraban la fuerza de resistir a los nazis y no podían comprender lo que les ocurría: “Aquellos que encontraban en su vida pasada una base que les permitiera levantar una fortaleza capaz de proteger su yo salían mejor parados que los otros.”

Sin embargo, el apoyo sobre objetos del pensamiento, sobre la actividad misma de la mente, supone la posibilidad de encontrar un apuntalamiento sobre el grupo actual, mucho más cuando los nazis tenían por objeto desintegrar al individuo mismo: “La manera más eficaz de quebrar esta influencia era formar grupos democráticos de resistencia compuestos por personas independientes, maduras y seguras de ellas mismas, donde cada miembro reforzaba su capacidad de resistencia apoyándose sobre todos los demás. Sin estos grupos hubiera sido extremadamente difícil no someterse al lento proceso de desintegración de la personalidad causado por la presión constante que ejercían la Gestapo y el sistema nazi”.

Este no es un testimonio aislado, y conocemos ahora la extrema importancia del apuntalamiento grupal en las situaciones de crisis: el grupo, especialmente, asegura la gerencia colectiva de las funciones de la memoria y del olvido, articula el pasaje de la fantasmatización a la palabra (al mito), que se topa con lo real. Mantiene el apoyo vital sobre la creencia.

Impensable

La especificidad del traumatismo provocado por la dictadura es la desaparición muda. Se revela en el terror imponiendo el silencio a la palabra. El agujero de la desaparición provoca efectos patológicos no sólo actuales sino también sobre varias generaciones, conmueve en cada uno las fundaciones del vínculo, del pensamiento y de la identidad.

El orden de las cosas, el orden de las causas han sido pervertidos por la confusión a la cual todos fueron sometidos por la dictadura: ante la desaparición, se imponía el silencio, la culpabilidad y la denegación. Cada uno debía guardar silencio para asegurar su propia sobrevivencia, denegar toda información que podía dar una significación política a la desaparición; inducía a salvaguardar la dictadura al precio del silencio y de la culpabilidad. Cultivaba, en efecto, sentimientos de culpabilidad aplicados al desaparecido, que debía ser considerado culpable por el solo hecho de su desaparición.

Las presiones ejercidas sobre las familias iban todas en la misma dirección para producir un efecto de sin sentido: que declararan al desaparecido como muerto sin conocer la causa, que olvidaran el pasado o que consideraran la disidencia política como una inadaptación social y como una causa de encierro para trastornos mentales o comportamientos antisociales. Aceptar aquellos modelos era una condición para sobrevivir, al precio de un clivaje del yo y de la realidad: de no querer saber acerca de la desaparición y de activar una denegación masiva del vínculo con el desaparecido.

El trabajo psíquico del duelo, que lleva a admitir la pérdida y la separación del ser querido, remite en esta ocasión al trabajo de duelo por los primeros objetos de amor, con la consecutiva ambivalencia de sentimientos; se despliega siempre sobre una inscripción colectiva, social, cultural o religiosa, y toma apoyo sobre actos rituales y enunciados del conjunto que dicen algo importante y necesario sobre el origen, sobre el fin y sobre la sucesión de las generaciones. En este sentido, no hay duelo estrictamente privado, si bien el trabajo de duelo es, como todo trabajo psíquico, una creación que compromete la singularidad íntima de cada sujeto.

Las psicoterapias emprendidas por nuestros colegas con familiares de desaparecidos parecen mostrar que el trabajo de duelo no es posible si no se apuntala sobre una inscripción política y no sólo social de las desapariciones referidas a la guerra silenciosa hecha por la dictadura contra su propia nación. El trabajo que se efectúa en la Argentina intenta evitar la valla del doble reduccionismo que psiquiatrizaría o socializaría los trastornos patológicos sobrevenidos durante el tiempo de la dictadura. Se trata de una elaboración colectiva e individual en el après-coup de un traumatismo sin nombre, de una pérdida impensable, de un duelo aún imposible, que comprende la dimensión de una sociedad.

*Fragmentos del trabajo “Rupturas catastróficas y trabajo de la memoria”, incluido en Violencia de Estado y psicoanálisis, por Janine Puget y René Kaës (comps.), que se reedita en estos días [abril 2006]

Página/12, 30/03/06
 

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