![]() |
|
Jacques Lacan
|
|
Seminario
3, Las Psicosis, Clase 14
11 de Abril de 1956
La noción de estructura. La subjetividad en lo real. Como situar
el comienzo del delirio. Los entre-yo (je)
Ad usum autem orationis, incredibile est, nisi diligenter attenderis,
quanta opera machinata natura sit.
Cuántas maravillas esconde la función del lenguaje si quieren diligentemente
prestarle atención: como saben a eso nos dedicamos aquí. No les
extrañará entonces que ponga como epígrafe esta frase de Cicerón,
ya que sobre ese tema vamos, este trimestre, a retomar el estudio
de las estructuras freudianas de las psicosis.
En efecto, se trata de lo que Freud dejó en lo concerniente a las
estructuras de las psicosis, y por lo cual las calificamos de freudianas.
1
La noción de estructura merece de por sí que le prestemos atención.
Tal como la hacemos jugar eficazmente en análisis, implica cierto
número de coordenadas, y la noción misma de coordenadas forma parte
de ella. La estructura es primero un grupo de elementos que forman
un conjunto co-variante.
Dije un conjunto, no dije una totalidad. En efecto, la noción de
estructura es analítica. La estructura siempre se establece mediante
la referencia de algo que es coherente a alguna otra cosa, que le
es complementario. Pero la noción de totalidad sólo interviene si
estamos ante una relación cerrada con un correspondiente, cuya estructura
es solidaria. Puede haber, por el contrario, una relación abierta,
a la que llamaremos de suplementariedad. A quienes se han dedicado
a un análisis estructural, siempre les pareció que lo ideal era
encontrar lo que ligaba a ambas, la cerrada y la abierta, descubrir
del lado de la apertura una circularidad.
Pienso que ya tienen la orientación suficiente para comprender que
la noción de estructura es ya en sí misma una manifestación del
significado. Lo poco que acabo de indicarles acerca de su dinámica,
sobre lo que implica, los dirige hacia la noción de significante.
Interesarse por la estructura es no poder descuidar el significante.
En el análisis estructural encontramos, como en el análisis de la
relación entre significante y significado, relaciones de grupos
basadas en conjuntos, abiertos o cerrados, pero que entrañan esencialmente
referencias recíprocas. En el análisis de la relación entre significante
y significado, aprendimos a acentuar la sincronía y la diacronía,
y encontramos lo mismo en el análisis estructural. A fin de cuentas,
al examinarlas de cerca, la noción de estructura y la de significante
se presentan como inseparables. De hecho, cuando analizamos una
estructura, se trata siempre, al menos idealmente, del significante.
Lo que más nos satisface en un análisis estructural, es lograr despejar
al significante de la manera más radical posible.
Nos situamos en un campo distinto al de las ciencias naturales,
y como saben, decir que es el de las ciencias humanas no basta.
¿Cómo hacer la demarcación? ¿En qué medida debemos tender hacia
los ideales de las ciencias de la naturaleza, me refiero a la forma
en que se han desarrollado para nosotros, esto es, a la física ante
la cual estamos? ¿En qué medida no podemos evitar distinguirnos
de ella? Pues bien, en relación a las definiciones esas de significante
y estructura es que se puede trazar la frontera.
En física, nos impusimos como ley partir de la idea que, en la naturaleza,
nadie se sirve del significante para significar. Nuestra física
se distingue en esto de una física mística, y aún de la física antigua,
que nada tenía de mística, pero que no se imponía estrictamente
esta exigencia. Para nosotros se ha convertido en ley fundamental,
exigible de todo enunciado del orden de las ciencias naturales,
que nadie se sirve del significante.
Pero, el significante a pesar de todo está ahí, en la naturaleza,
y si en ella no estuviera el significante que buscamos, no encontraríamos
nada. Establecer una ley natural es despejar una formula insignificante.
Mientras menos signifique, más contentos nos ponemos. Por eso nos
contenta tanto la culminación de la física einsteniana. Se equivocan
si creen que las formulitas de Einstein que relaciónan la masa de
inercia con una constante y algunos exponentes, tiene la menor significación.
Son un puro significante. Y por eso, gracias a el tenemos el mundo
en la palma de la mano.
La noción de que el significante significa algo, de que alguien
se vale de ese significante para significar algo, se llama la Signatura
rerum. Es el titulo de una obra de Jakob Boehme. Con lo cual quería
decir que, en los fenómenos naturales, esta el susodicho Dios hablándonos
en su lengua.
No por ello debemos pensar que nuestra física implica la reducción
de toda significación. En el limite hay una, pero sin nadie que
la signifique. Dentro de la física, la sola existencia de un sistema
significante implica al menos esta significación: que hay uno, un
Umwelt. La física implica la conjunción mínima de los dos significantes
siguientes: el uno y el todo—que todas las cosas son una o que el
uno es todas las cosas—.
Esos significantes de la ciencia, por reducidos que sean, seria
un engaño creer que están dados, y que el empirismo que fuere permite
despejarlos. Ninguna teoría empírica es capaz de dar cuenta de la
mera existencia de los primeros números enteros. Por más esfuerzos
que haya hecho el señor Jung para convencernos de lo contrario,
la historia, la observación, la etnografía, muestran que en cierto
nivel de uso del significante, en tal cultura, comunidad o población,
acceder al número cinco, por ejemplo, es una conquista. Es muy posible
distinguir, por los lados del Orinoco, entre la tribu que aprendió
a significar el número cuatro, y no más allá, y aquélla para la
cual el número cinco abre posibilidades sorprendentes, coherentes,
por cierto, con el conjunto del sistema significante en que se inserta.
Esto no es chiste. Debe tomarse al pie de la letra. El efecto fulgurante
de la llegada del número tres a cierta tribu del Amazonas fue notado
por gente que sabía lo que decía. El enunciado de las series de
números enteros no va de suyo. Puede concebirse perfectamente, y
la experiencia muestra que es así, que más allá de determinado límite
en esta serie, las cosas se confunden, y que sólo se ve la confusión
de la multitud. La experiencia también muestra que, como el número
1 sólo adquiere su eficacia máxima retroactivamente en la adquisición
del significante el no nos permite poner el dedo en el origen.
Estas consideraciones parecen contradecir las observaciones que
hice acerca de que todo sistema de lenguaje entraña, recubre, la
totalidad de las significaciónes posible. No es así, porque ello
no quiere decir que todo sistema de lenguaje agote las posibilidades
del significante. Es totalmente diferente Prueba de ello es, por
ejemplo, que el lenguaje de una tribu australiana puede expresar
determinado número con el creciente de la luna.
Estos comentarios pueden parecer lejanos. Son, sin embargo, esenciales
para retornar el comienzo de nuestro discurso de este año. Nuestro
punto de partida, el punto al que siempre volvemos, pues siempre
estaremos en el punto de partida, es que todo verdadero significante
es, en tanto tal, un significante que no significa nada.
2
La experiencia lo prueba: mientras más no significa nada, más indestructible
es el significante.
Quienes bromean sobre lo que podemos llamar el poder de las palabras,
demostrando, lo cual es siempre fácil, las contradicciónes en las
que se entra con el juego de tal o cual concepto, quienes se burlan
del nominalismo, como suele decirse, de tal o cual filosofía, toman
una dirección insensata.
Es fácil, desde luego, criticar lo que puede tener de arbitrario
o de huidizo el uso de una noción como la de sociedad, por ejemplo.
No hace tanto tiempo que se invento la palabra, y resulta irónico
ver a que impasse concreto lleva, en lo real, la noción de la sociedad
como responsable de lo que le ocurre al individuo, cuya exigencia
ha dado lugar finalmente a las construcciónes socialistas. En efecto,
en el surgimiento de la noción de sociedad—no digo de ciudad—hay
algo radicalmente arbitrario. Piensen que para nuestro amigo Cicerón,
y en la misma obra que hemos citado, la nación es solamente, por
decirlo así, la diosa de la población: preside los nacimientos.
De hecho, la idea moderna de nación ni siquiera esta en el horizonte
del pensamiento antiguo, y no es simplemente el azar de una palabra
lo que lo demuestra.
Son todas cosas que no existen de suyo. De ello es lícito deducir
que la noción de sociedad puede ser puesta en duda. Pero precisamente
en la medida misma en que podemos ponerla en duda es un verdadero
significante. Y por esa misma razón entró en nuestra realidad social
como una roda, como la cuchilla de un arado.
Cuando se habla de lo subjetivo, e incluso cuando aquí lo cuestionamos,
siempre permanece en la mente el espejismo de que lo subjetivo se
opone a lo objetivo, que esta del lado del que habla, y que por
lo mismo esta del lado de las ilusiones: o porque deforma o porque
contiene a lo objetivo. La dimensión hasta ahora eludida de la comprensión
del freudismo, es que lo subjetivo no esta del lado del que habla.
Lo subjetivo es algo que encontramos en lo real.
Sin duda, lo real en juego no debe tomarse en el sentido en que
lo entendemos habitualmente, que implica objetividad, confusión
que se produce sin cesar en los escritos analíticos. Lo subjetivo
aparece en lo real en tanto supone que tenemos enfrente un sujeto
capaz de valerse del significante, del juego del significante. Y
capaz de usarlo del mismo modo que nosotros lo usamos: no para significar
algo, sino precisamente para engañar acerca de lo que ha de ser
significado. Es utilizar el hecho de que el significante es algo
diferente de la significación para presentar un significante engañoso.
Esto es tan esencial que, hablando estrictamente, es el primer paso
de la física moderna. La discusión cartesiana acerca del Dios engañoso
es el paso imposible de evitar para todo fundamento de una física
en el sentido en que entendemos este termino.
Lo subjetivo es para nosotros lo que distingue el campo de la ciencia
en que se basa el psicoanálisis, del conjunto del campo de la física.
La instancia de la subjetividad en tanto que presente en lo real,
es el recurso esencial que hace que digamos algo nuevo cuando distinguimos
esa serie de fenómenos, de apariencia natural, que llamamos neurosis
o psicosis.
¿Son las psicosis una serie de fenómenos naturales? ¿Entran en el
campo de la explicación natural? Llamo natural al campo de la ciencia
en el que no hay nadie que se sirva del significante para significar.
Les ruego retengan estas definiciones, pues sólo se las doy luego
de haberme tomado el trabajo de decantarlas.
Las creo particularmente adecuadas para aportar la mayor claridad
al tema de las causas finales. La idea de causa final repugna a
la ciencia tal cual está constituida actualmente, pero ésta la usa
incesantemente de manera encubierta, en la noción de retorno al
equilibrio por ejemplo. Si por causa final se entiende sencillamente
una causa que actúa por anticipación, que tiende hacia algo que
esta por delante, es absolutamente ineliminable del pensamiento
científico, y hay tanta causa final en las fórmulas einstenianas
como en Aristóteles. La diferencia es muy precisamente la siguiente:
ese significante nadie lo emplea para significar cosa alguna—a no
ser ésta: que hay un universo.
Leí un autor que se maravillaba por la existencia del elemento agua:
hasta que punto ella da fe de los cuidados que ha tenido el Creador
por el orden y nuestro placer, pues Si el agua no fuese ese elemento
a la vez maravillosamente fluido, pesado y sólido, no veríamos los
barquitos bogar tan fundamente sobre el mar. Esto está escrito,
y seria un error pensar que el autor era un imbécil. Simplemente,
estaba todavía en la atmósfera de una época en que la naturaleza
estaba hecha para hablar. Esto se nos escapa debido a que nuestras
exigencias causales han sufrido cierta purificación. Pero estas
pretendidas ingenuidades eran naturales en gente para quien todo
lo que se presentaba con una naturaleza significante estaba hecho
para significar algo.
Actualmente se esta realizando una operación muy curiosa, que consiste
en salirse de ciertas dificultades que presentan algunos dominios
limítrofes, en las cuales, por fuerza, entra a jugar la cuestión
del uso del significante como tal, utilizando precisamente la noción
de comunicación, sobre la cual hemos conversado aquí de cuando en
cuando. Si incluí en ese numero de la revista, con la que todos
ustedes están algo familiarizados, el articulo de Tomkins, es para
darles un ejemplo del modo ingenuo de usar la noción de comunicación.
Verán que se puede llegar muy lejos, y que no falto quien lo hiciera.
Hay quien dice que en el interior del organismo los diversos órganos
de secreción interna se envían mensajes entre sí; bajo la forma,
por ejemplo, de hormonas que le vienen a anunciar a los ovarios
que las cosas andan muy bien, o al contrario, que están fallando
un poco. ¿Es éste un uso legítimo de las nociones de comunicación
y de mensaje? ¿Por que no? Si el mensaje es simplemente del orden
de lo que ocurre cuando enviamos un rayo, invisible o no, sobre
una célula fotoeléctrica. Esto puede llegar muy lejos. Si, barriendo
el cielo con el pincel de un proyector, vemos aparecer algo en el
medio, eso puede ser considerado como la respuesta del cielo. La
crítica se hace sola. Esto empero, es aún tomar las cosas de un
modo demasiado fácil.
¿Cuándo se puede hablar verdaderamente de comunicación? Me dirán
que es evidente: se necesita una respuesta. Esto puede sostenerse,
es cuestión de definición. ¿Diremos que hay comunicación a partir
del momento en que la respuesta se registra? Pero, ¿qué es una respuesta?
Hay una sola manera de definirla, decir que algo vuelve al punto
de partida. Es el esquema de la retroalimentación. Todo retorno
de algo que, registrado en algún lado, desencadena por ese hecho
una operación de regulación, constituye una respuesta. La comunicación
comienza ahí, con la auto-regulación.
¿Pero estamos ya acaso a nivel de la función del significante? Yo
digo que no. En una máquina termo-dinámica sustentada en una retroalimentación,
no hay uso del significante. ¿Por qué? El aislamiento del significante
en tanto tal necesita otra cosa, que primero se presenta de modo
paradójico, como toda distinción dialéctica. Hay uso estricto del
significante a partir del momento en que, a nivel del receptor,
lo que importa no es el efecto del contenido del mensaje, no es
el desencadenamiento en el órgano de determinada reacción debida
a la llegada de la hormona, sino lo siguiente: que en el punto de
llegada del mensaje, se toma constancia del mensaje.
¿Implica esto una subjetividad? Examinémoslo muy detenidamente.
No es seguro. ¿Qué distingue la existencia del significante en tanto
tal, como acabo una vez más de intentar precisar su fórmula, en
tanto sistema correlativo de elementos que toman su lugar sincrónica
y diacrónicamente unos en relación a otros?
Estoy en el mar, capitán de un pequeño navío. Veo cosas que se agitan
en la noche de un modo que me hace pensar que puede tratarse de
un signo. ¿Cómo voy a reacciónar? Si no soy todavía un ser humano,
reaccióno mediante todo tipo de manifestaciones, como suele decirse,
modeladas, motoras y emocionales, satisfago las descripciones de
los psicólogos, comprendo algo, en fin, hago todo lo que les digo
que hay que saber no hacer. En cambio, si soy un ser humano escribo
en mi bitácora: A tal hora, en tal grado de longitud y latitud,
percibimos esto y lo otro.
Esto es lo fundamental. Salvo mi responsabilidad. La distinción
del significante esta ahí. Tomo constancia del signo como tal. El
acuse de recibo es lo esencial de la comunicación en tanto ella
es, no significativa, sino significante. Si no articulan fuertemente
esta distinción, recaerán sin cesar en las significaciónes que sólo
pueden enmascarar el resorte original del significante en tanto
ejerce su función propia.
Retengamos bien esto. Incluso cuando en el interior de un organismo,
viviente 0 no, se producen transmisiones fundadas en la efectividad
del todo o nada, aún cuando, debido a la existencia de un umbral,
por ejemplo, hay algo que no llega a cierto nivel, y luego, de golpe,
produce determinado efecto—tengan presente el ejemplo de las hormonas—no
podemos todavía hablar de comunicación, si en la comunicación implicamos
la originalidad del orden del significante. En efecto, algo es significante
no en tanto que todo o nada, sino en la medida en que algo que constituye
un todo, el signo, esta ahí Justamente para no significar nada.
Ahí comienza el orden del significante. en tanto que se distingue
del orden de la significación.
Si el psicoanálisis nos enseña algo, si el psicoanálisis constituye
una novedad, es precisamente que el desarrollo del ser humano no
puede en modo alguno ser directamente deducible de la construcción,
de las interferencias, de las composiciones de las significaciónes,
vale decir, de los instintos. El mundo humano, el mundo que conocemos,
en el que vivimos, en medio del cual nos orientamos, y sin el cual
de ningún modo podemos orientarnos, no implica solamente la existencia
de las significaciónes, sino el orden del significante
Si el complejo de Edipo no es la introducción del significante,
les pido que me den de él alguna Concepción distinta. Su grado de
elaboración sólo es tan esencial para la normalización sexual porque
introduce el funcionamiento del significante en tanto tal en la
conquista del susodicho hombre o mujer. No es porque el complejo
de Edipo es contemporáneo de la dimensión, o de la tendencia genital,
que podemos un sólo Instante concebir que sea esencial a un mundo
humano realizado a un mundo que tenga su estructura de realidad
humana.
Piensen un momento en ello: si hay algo que con seguridad no está
hecho para introducir la articulación y la diferenciación en el
mundo, es precisamente la función genital. Lo que por su esencia
propia alcanza la más misteriosa de las efusiones, es Justamente
lo más paradójico en relación a toda estructuración real del mundo.
La dimensión instintiva no es la operante en la etapa a superar
del Edipo. Al respecto, por el contrario, el material tan variado
que muestran las etapas pregenitales permite concebir con mayor
facilidad como, por analogía de la significación, el mundo de la
materia, para llamarlo por su nombre, se relacióna con lo que el
hombre tiene en su campo inmediatamente. Los intercambios corporales,
excremenciales, pregenitales, son harto suficientes para estructurar
un mundo de objetos, un mundo de realidad humana completa, vale
decir, en el que haya subjetividades.
No hay definición científica de la subjetividad, sino a partir de
la posibilidad de manejar el significante con fines puramente significantes
y no significativos, es decir, que no expresan ninguna relación
directa que sea del orden del apetito.
Las cosas son simples. Pero aún es necesario que el sujeto adquiera
el orden del significante, lo conquiste, sea colocado respecto a
él en una relación de implicación que lo afecte en su ser, lo cual
culmina en la formación de lo que llamamos en nuestro lenguaje el
superyó. No hace falta buscar demasiado en la literatura analítica
para ver que el uso que se le da a este concepto se adecua bien
a la definición del significante, que es la de no significar nada,
gracias a lo cual es capaz de dar en cualquier momento significaciónes
diversas. El superyó plantea la cuestión de saber cual es el orden
de entrada, de introducción, de instancia presente del significante
que es indispensable para que un organismo humano funcione, organismo
que no sólo debe vérselas con un medio natural, sino también con
un universo significante.
Volvemos a encontrar la encrucijada en que los dejé la vez pasada
respecto a las neurosis. ¿En que estriban los síntomas, si no es
en la implicación del organismo humano en algo que está estructurado
como un lenguaje, debido a lo cual determinado elemento de su funcionamiento
entrara en juego como significante? Avance más acerca de este tema
la vez pasada, tomando como ejemplo la histeria. La histeria es
una pregunta centrada en torno a un significante que permanece enigmático
en cuanto a su significación. La pregunta sobre la muerte, la del
nacimiento, son en efecto las dos preguntas últimas que carecen
justamente de solución en el significante. Esto da a los neuróticos
su valor existencial.
Pasemos ahora a las psicosis. ¿Qué quieren decir.? ¿Cual es la función
de las relaciones del sujeto con el significante en la psicosis?
Intentamos ya delimitarla en varias ocasiones. Que nos hayamos visto
de este modo obligados a abordar las cosas de manera siempre periférica,
debe tener su razón de ser en la pregunta misma. Nos vemos obligados
por el momento a constatarlo. Hay allí un obstáculo, una resistencia
que sólo nos librará su significación en la medida en que hayamos
extremado las cosas lo suficiente para darnos cuenta de por que
es así.
3
Abordemos otra vez el problema con la intención de dar, como siempre
lo hemos hecho, un paso más.
Recuerdan el esquema al que llegamos. Les señalé que debía haber
algo que no se había realizado, en determinado momento, en el dominio
del significante, que había sido Verworfen. Lo que así fue objeto
de una Verwerfung reaparece en lo real. Este mecanismo es diferente
a todo lo que por otra parte conocemos de la experiencia, en cuanto
a las relaciones de lo imaginario, lo simbólico y lo real.
Freud articuló enérgicamente, incluso en el texto sobre el presidente
Schreber que estamos trabajando, la radical distinción que existe
entre convicción pasional y convicción delirante. La primera surge
de la proyección intencional: por ejemplo, los celos que hacen que
esté celoso en el otro de mis propios sentimientos, en los que imputo
al otro mis propias pulsiones de infidelidad. En lo que respecta
a la segunda, Freud tiene esta fórmula: lo que fue rechazado del
interior reaparece en el exterior, o también, como se intenta expresarlo
en un lenguaje amplificador, lo que ha sido suprimido en la idea
reaparece en lo real. Pero, precisamente ¿qué quiere decir esto?
Vemos también en la neurosis ese juego de la Impulsión y sus consecuencias.
¿No hay en esta formula algo que deja que desear, algo confuso,
defectuoso, incluso insensato ? Todos los autores se limitan a esta
formula, y cuando se las presente bajo esta forma, nada original
quería yo aportar. Espero encontrar entre ustedes alguien que me
ayude a examinar más detalladamente los trabajos en que Katan intentó
precisar el mecanismo de neoformación psicótico. Verán a que impasse
extravagante llega, impasse del que sólo logra salir al precio de
fórmulas contradictorias. Lo cual da fe de las dificultades conceptuales
en las que uno se ve envuelto si confunde, aunque más no sea un
poco, la noción de realidad con la de objetividad, incluso con la
de significación, si se pasa a una realidad diferente a la de la
experiencia de lo real, a una realidad en el sentimiento de lo real.
Toda una pretensión fenomenológica, que desborda ampliamente el
campo del psicoanálisis, y que sólo reina en el en la medida en
que reina igualmente en otras partes, está fundada en la confusión
entre el dominio de la significancia y el dominio de la significación.
Partiendo de trabajos de gran rigor en la elaboración de la función
del significante, la fenomenología, supuestamente psicológica, cae
en el dominio de la significación. Esa es su confusión fundamental.
Es llevada a ese terreno como una perra es llevada tras una pista,
y lo mismo que la perra, nunca la llevará a ningún resultado científico.
Conocen la pretendida oposición entre Erklären y Verstehen. Debemos
mantener que sólo hay estructura científica donde hay Erklären.
El Versteben, es la puerta abierta a todas las confusiones. El Erklären
para nada implica significación mecánica, ni cosa alguna de ese
orden. La naturaleza del Erklären, es el recurso al significante
como único fundamento de toda estructura científica concebible.
En el caso Schreber, vemos al comienzo un período de trastornos,
un momento fecundo. Presenta todo un conjunto sintomático que, a
decir verdad, por haber sido en general escamoteado, o más exactamente
por habérsenos deslizado de las manos, no ha podido ser elucidado
analíticamente, y la mayoría de las veces es tan sólo reconstruido.
Ahora bien, reconstruyéndolo, podemos encontrar, salvando algunos
detalles, toda la apariencia de la significación y de los mecanismos
cuyo juego apreciamos en la neurosis. Nada se asemeja tanto a una
síntomatología neurótica como una síntomatología prepsicótica. Una
vez hecho el diagnóstico, se nos dice entonces que ahí el inconsciente
está desplegado afuera, que todo lo que es del id paso al mundo
externo, y que las significaciónes en juego son tan claras que justamente
no podemos intervenir analíticamente.
Esta es la posición clásica, la cual guarda su valor. La paradoja
que supone no escapa a nadie, pero todas las razones que se dan
para explicarla tienen un carácter tautológico o de contradicción.
Son superestructuraciones de hipótesis totalmente insensatas. Basta
interesarse en la literatura analítica como síntoma para percatarse
de ello.
¿Donde esta la clave? ¿Se carácterizan las psicosis porque el mundo
del objeto esta capturado, inducido de algún modo por una significación
relaciónada con las pulsiones? ¿Se distinguen las psicosis por la
edificación del mundo externo? Si hay algo, empero, que podría definir
igualmente a las neurosis es realmente esto. ¿A partir de qué momento
decidimos que el sujeto paso la barrera, que esta en el delirio?
Tomemos el período prepsicótico. Nuestro presidente Schreber vive
algo cuya índole es la perplejidad. Nos da, en estado viviente,
esa pregunta que yo les decía estar en el fondo de toda forma neurótica.
Es presa—nos lo dice retroactivamente— de extraños presentimientos,
es invadido bruscamente por esa imagen, la que menos hubiera uno
pensado que iba a surgir en la mente de un hombre de su especie
y estilo, que debe ser muy agradable ser una mujer sufriendo el
acoplamiento. Es un período de confusión pánico ¿Como situar el
límite entre ese momento de confusión, y el momento en que su delirio
terminó construyendo que el era efectivamente una mujer, y no cualquier
mujer, la mujer divina o más exactamente, la prometida de Dios?
¿Basta esto para ubicar la entrada en la psicosis? De ningún modo.
Katan relata un caso que observo declararse en un período mucho
más precoz que el de Schreber, y del cual pudo tener una noción
directa, ya que llegó justo en el momento en que el caso viraba.
Tratase de un hombre joven en la época de la pubertad, cuyo período
pre-psicótico analiza muy bien el autor, dándonos la noción de que
en ese sujeto nada había del orden de un acceso a algo que pudiese
realizarlo en el tipo viril. Todo falto. Si intenta conquistar la
tipificación de la actitud viril es mediante una identificación,
un enganche, siguiendo los pasos de uno de sus camaradas. Al igual
que este, y siguiendo sus pasos, se entrega a las primeras maniobras
sexuales de la pubertad, a saber, la masturbación, renuncia luego
a ella inducido por dicho camarada, y comienza a identificarse con
él en toda una serie de ejercicios destinados a la conquista de
sí mismo. Se comporta cual si tuviera un padre severo, que es el
caso de su camarada. Como él, se interesa por una joven, que como
por azar, es la misma en que se interesa su camarada. Una vez suficientemente
avanzado en su identificación a su camarada, la joven caerá en sus
brazos.
Encontramos manifiestamente allí el mecanismo del como si, que Helene
Deutsch destaco como una dimensión significativa de la síntomatología
de las esquizofrenias. Es un mecanismo de compensación imaginario—verificarán
la utilidad de la distinción de los tres registros—, compensación
imaginaria del Edipo ausente, que le hubiera dado la virilidad bajo
la forma, no de la imagen paterna, sino del significante, del nombre-del-padre.
Cuando la psicosis estalla, el sujeto se comportará como antes,
como homosexual inconsciente. Ninguna significación profunda diferente
a la del período prepsicótico emerge. Todo su comportamiento en
relación al amigo que es el elemento piloto de su tentativa de estructuración
en el momento de la pubertad, reaparece en su delirio. ¿A partir
de qué momento delira? A partir del momento en. que dice que su
padre le persigue para matarlo, para robarlo, para castrarlo. Todos
los contenidos implícitos en las significaciónes neuróticas están
ahí. Pero el punto esencial, que nadie subraya, es que el delirio
comienza a partir del momento en que la iniciativa viene de un Otro,
con O mayúscula, en que la iniciativa está fundada en una actividad
subjetiva. El Otro quiere esto, y quiere sobre todo que se sepa,
quiere significarlo.
En cuanto hay delirio, entramos a todo trapo en el dominio de una
intersubjetividad, de la cual todo el problema está en saber por
qué es fantasmática. Pero en nombre del fantasma, omnipresente en
la neurosis, atentos como estamos a su significación, olvidamos
la estructura, a saber, que se trata de significantes, de significantes
en tanto tales, manejados por un sujeto con fines significantes,
tan puramente significantes que a signiticación a menudo permanece
problemática. Lo que encontramos en esta síntomatología siempre
lo que ya les indique el año pasado en relación al sueño de la inyección
de Irma: los sujetos inmiscuidos
Lo propio de la dimensión intersubjetiva, es que tienen en lo real
un sujeto capaz de servirse del significante en tanto tal, esto
es, no para informar, sino muy precisamente para engañarlo a uno.
Esta posibilidad es la que distingue la existencia del significante.
Pero esto no es todo. En cuanto hay sujeto y uso del significante,
hay uso posible del entre-yo (je), es decir del sujeto interpuesto.
Estos sujetos inmiscuidos son uno de los elementos más manifiestos
del sueño de la inyección de Irma. Recuerden los tres practicantes
en filandia, llamados uno tras otro por Freud, quien quiere saber
que hay en la garganta de Irma. Y los tres personajes bufonescos
operan, sostienen tesis, no dicen sino necedades. Son unos entre
yo (je), que desempeñan un papel esencial.
Están al margen de la interrogación de Freud, cuya preocupación
principal es en ese momento la defensa. Escribe al respecto, en
una carta a Fliess: Estoy en todo el medio de lo que está fuera
de la naturaleza. La defensa, en efecto, es eso, en tanto tiene
una relación esencial con el significante, no con la prevalencia
de la significación, sino con la idolatría del significante en tanto
tal. Esta no es más que una indicación.
Los sujetos inmiscuidos ¿no es eso precisamente lo que se nos aparece
en el delirio? Es éste un rasgo tan esencial de toda relación intersubjetiva,
que puede decirse que no hay lengua que no suponga giros gramaticales
estrictamente especiales para indicarla.
Tomo un ejemplo. Toda la diferencia que hay entre: el medico jefe
que hizo operar al enfermo por su interno, y el medico jefe que
tenía que operar al enfermo, lo hizo operar por su interno. Se dan
cuenta de que aunque culmine en la misma acción quiere decir dos
cosas completamente diferentes. En el delirio todo el tiempo se
trata de eso. Se les hace hacer esto. El problema esta ahí, lejos
de poder decir sencillamente que el id está presente con toda brutalidad,
y reaparece en lo real.
En el fondo, se trata en las psicosis, de un impasse, de una perplejidad
respecto al significante. Todo transcurre cual si el sujeto reacciónase
a él mediante una tentativa de restitución, de compensación. La
crisis, sin duda, se desencadena fundamentalmente por una pregunta:
¿Qué es... ? No sé. Supongo que el sujeto reaccióna a la ausencia
de significante por la afirmación tanto más subrayada de un otro
que, en tanto tal, es esencialmente enigmático. El Otro, con mayúscula,
les dije que estaba excluido en tanto portador de significante.
Es tanto más poderosamente afirmado, entre el sujeto y él, a nivel
del otro con minúscula, del imaginario. Allí ocurren todos los fenómenos
de entre-yo (je) que constituyen lo aparente en la fenomenología
de la psicosis: a nivel del otro sujeto, de ése que tiene la iniciativa
en el delirio, el profesor Flechsig en el caso de Schreber, o el
Dios capaz de seducir que hace peligrar el orden del mundo debido
a su atractivo.
Es a nivel del entre-yo (je), vale decir del otro con minúscula,
del doble del sujeto, que es y no es a la vez su yo, donde aparecen
palabras que son una especie de comentario corriente de la existencia.
Vemos ese fenómeno en el automatismo mental, pero aquí está todavía
más acentuado, puesto que hay un uso de algún modo provocador del
significante en las frases comenzadas y luego interrumpidas. El
nivel del significante que es el de la frase incluye un medio, un
comienzo y un final, exige por lo tanto un término. Esto permite
un juego sobre la espera, un enlentecimiento que se produce al nivel
imaginario del significante, como si el enigma, por no poder formularse
de modo verdaderamente abierto, sino mediante la afirmación primordial
de la iniciativa del otro, diera su solución mostrando que de lo
que se trata es del significante.
Así como en el sueño de la inyección de Irma, la fórmula en grandes
letras que aparece al final, está hecha para mostrar la solución
de lo que está al cabo del deseo de Freud—nada más importante en
efecto que una fórmula de química orgánica—asimismo encontramos
en el fenómeno de delirio, en los comentarios y en el zumbido del
discurso en estado puro, la indicación de que se trata de la función
del significante.