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Aún un cuerpo [1972]
Jacques Lacan
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Clase 12
21 de junio de 1972
Lo que se diga como hecho queda olvidado detrás de lo que es dicho, en lo que
se escucha este enunciado asertivo por su forma, pertenece a lo modal por lo
que expresa de existencia.
Hoy me despido de ustedes, de los que vinieron, de los que no vinieron, y de
los que vienen a esta despedida. No hay por qué echar las campanas al vuelo
¿Qué puedo hacer? Que me resuma, como se dice comúnmente, está totalmente excluido.
Que marque algo, un punto, un punto suspensivo. Por supuesto, podría decir que
he continuado circunscribiendo ese imposible donde converge lo que es para nosotros
—para nosotros en el discurso analítico— fundable como real.
A último momento, a fe mía, por una cuestión de suerte, tuve el testimonio de
que lo que digo se escucha. Y lo tuve porque alguien quiso —es un gran matemático—
hablar en el último momento de este año, probándome así que efectivamente para
algunos, para más de uno, por vetas que no podría decir en qué sesgos se producen,
es interesante lo que trato de enunciar. Agradezco entonces a la persona que
dio, no sólo a mi, que nos dio a todos, una especie de ... espero que sea suficiente
para quien tuvo el eco, que se den cuenta que rinde, aunque siempre es difícil
saber hasta donde se extiende.
En Italia, y vuelvo sobre eso porque después de todo no me parece superfluo,
conocí a alguien muy amable que está en la historia del arte, en la idea de
la obra. No sé por qué pero se puede llegar a entender: lo que se enuncia con
el nombre de estructura, y especialmente lo que yo mismo pude producir, le interesa.
Le interesa por razones personales. Esa idea de la obra, esa historia del arte,
esa veta, esclaviza, es cierto.
Eso se puede ver bien cuando se ve lo que alguien que no es ni crítico ni historiador,
pero sí un creador, ha formado como imagen de esa veta: el esclavo, el prisionero.
Hay un tal Miguel Angel que nos lo mostró. Entonces, al margen, está el historiador
y crítico que ruega por el esclavo... En suma, es una chiquilinada como cualquier
otra. Una especie de servicio divino que puede practicarse. Para hacer olvidar
a quién comanda, porque la obra, aún para Miguel Angel, viene, por encargo.
El que comanda- eso fue lo primero que intenté enseñarles este año con el título
de "hay Uno"-, lo que comanda es el Uno. El Uno hace al Ser. Les pedí que buscaran
eso en Parménides, y quizás algunos de ustedes me hayan obedecido. El Uno hace
al Ser, como la histérica hace al hombre. Evidentemente ese Ser que el Uno hace,
no es el Ser, hace al Ser. Evidentemente eso le resulta insoportable a cierta
infatuación creativista y en el caso de la persona de quien les hablé, que fue
realmente muy gentil conmigo y me explicó cómo se había enganchado con lo que
se llama "mi sistema" para denunciar —es picante y por eso hoy lo destaco para
evitar ciertas confusiones— que encuentra que hago demasiada ontología. ¡No
deja de ser gracioso! No es que yo crea que ustedes son todo oídos; es más,
creo que, como en todas partes, hay una buena cantidad de sordos. Pero decir
que hago ontología es bastante cómico, y encima ubicarla en ese gran Otro que
precisamente muestro como debiendo ser barrado y prendido con alfileres precisamente
del significante de esa misma tachadura, es curioso. Porque lo que hay que ver
en la resonancia, en la respuesta que se obtiene, es que después de todo la
gente nos responde con sus problemas, y como el problema de él es que la ontología
y el propio Ser le quedan atravesados en la garganta, a causa de esto: que si
la ontología es simplemente la mueca del Uno, evidentemente todo lo que se hace
por encargo deviene suspendido en el Uno, y, ¡por Dios, eso lo joroba!. Entonces,
lo que él querría, es que la estructura estuviera ausente. Sería lo más cómodo
para el escamoteo.
Lo que se querría es que el escamoteo, el escamoteo que tiene lugar, que es
la obra de arte, que el escamoteo no tenga necesidad de cubilete. No tienen
más que mirar esto, hay un cuadro de Breughel, un artista que estaba muy por
encima de todo eso y que no disimula cómo se cautivan los incautos. Pero aquí,
evidentemente, no nos ocupamos de eso. Nos ocupamos del discurso analítico y
con respecto al discurso analítico pienso que no estaría mal puntualizar algo
—antes de despedirme— que les dé justamente la idea de que no sólo no es ontológico,
ni filosófico sino solamente necesidad para cierta posición, cierta posición
que, les recuerdo, es aquella donde creí poder condensar la articulación de
un discurso y al mismo tiempo mostrarles qué relación tiene con ese hecho con
el cual los analistas están en relación —se equivocan si creen que lo desconozco—
y que se llama ser humano. Claro, por supuesto, yo no lo llamo así para que
no se hagan ilusiones, para que se queden quietos donde deben estar, en la medida
que puedan, por supuesto, ser capaces de percibir cuáles son las dificultades
que se ofrecen al analista. No hablamos, desde ya, de conocimiento, porque la
relación del hombre con un mundo suyo, es evidente que despegamos de ahí hace
tiempo y que eso ha sido desde siempre no otra cosa que un melindre al servicio
del discurso del Amo. No hay mundo como suyo sino el que el amo hace marchar
puntualmente. Y en cuanto al famoso conocimiento de uno mismo, que supuestamente
hace al hombre, partamos de esto que es más o menos fácil y palpable y que tiene
lugar en el cuerpo: el conocimiento de uno mismo es la higiene. Arranquemos
de ahí. Entonces, durante siglos, quedaba por supuesto la enfermedad, porque
sabemos que no la arreglamos con la higiene. La enfermedad —que es algo enganchado
al cuerpo— , la enfermedad ha durado siglos y se suponía que el médico la conocía.
Conocer, quiero decir conocimiento. Pienso que ya subrayé suficientemente, durante
uno de nuestros últimos encuentros, no sé bien dónde, el fracaso de esos dos
sesgos. Todo eso es patente en la historia, donde se instala en toda suerte
de aberraciones.
Pero con todo, la cuestión que yo querría hacer sentir hoy es esta: es el analista
quien está allí y parece tomar el relevo. Se habla de enfermedad y al mismo
tiempo se dice que no hay, que no hay enfermedad mental, por ejemplo, con justa
razón, en el sentido de que es una entidad nosológica, como se decía antes.
No es de ninguna manera "entitaria" la enfermedad mental, más bien es la mentalidad
que tiene fallas. En fin, digámoslo rápidamente. Entonces tratemos de ver lo
que ese ejemplo supone, por ejemplo lo que está escrito en el pizarrón y que
supuestamente enuncia dónde se ubica cierta cadena que con toda certeza y sin
ninguna ambigüedad es la estructura. Vemos sucederse dos significantes y el
sujeto no está sino en la medida en que un significante lo represente para otro
significante. Y luego hay algo que resulta de allí y que hemos desarrollado
ampliamente a través de los años, con muchas razones para motivar que lo connotemos
como objeto a. Evidentemente si es en esta forma, en esta forma de tétrada,
no se trata de una topología desprovista de sentido. Esa es la novedad aportada
por Freud, y vaya si tiene peso esa novedad.
Hubo alguien que hizo algo muy bien hecho situando, cristalizando el discurso
del amo a la luz de un enfoque histórico, que fue Marx. Ese es un paso que no
hay que reducir de ninguna manera al primero. Pero tampoco es cosa de hacer
de ambos una mixtura. Es posible preguntarse a santo de qué deberían concordar.
No concuerdan, son absolutamente compatibles, encajan bien. Y después hubo uno
que estuvo en su lugar con toda comodidad y ese fue Freud.
¿Qué fue lo que Freud aportó de esencial en definitiva? Aportó la dimensión
de la sobredeterminación. La sobredeterminación es exactamente eso que metaforizo
con mi manera de formalizar, del modo más radical, lo esencial del discurso
en tanto está en posición giratoria con respecto a lo que acabo de llamar un
soporte. Es a pesar de todo del discurso de donde Freud hizo surgir esto, que
lo que se producía a nivel del soporte tenía que ver con lo que se articulaba
del discurso. El soporte es el cuerpo. Es el cuerpo y hay que prestar atención
cuando se dice que es el cuerpo. No forzosamente un cuerpo, puesto que a partir
del momento en que se parte del goce quiere decir exactamente que el cuerpo
no está solo, que hay otro cuerpo. No es por eso que el goce sexual, puesto
que les expliqué este año que lo menos que se puede decir es que ese goce no
está relaciónado, es el goce del cuerpo a cuerpo. Lo propio del goce es que
cuando hay dos cuerpos —y mucho más cuando hay más— naturalmente no se sabe,
no se puede decir cuál goza. Eso es lo que hace que en este asunto puedan estar
involucrados varios cuerpos, y hasta series de cuerpos.
Entonces, la sobredeterminación consiste en esto: que las cosas que no son el
sentido, donde el sentido estaría sostenido por un significante, justamente
lo propio del significante- no sé, me puse a deducir, ¡sabrá Dios por qué! y
por otra parte no importa- encontré algo en un seminario que hice a principios
de un trimestre, justo el trimestre de fin de año, sobre lo que se llama "El
caso del Presidente Schreber" —fue el 11 de Abril de 1956, precisamente a partir
de esa fecha, los dos primeros cuatrimestres que están resumidos en "Acerca
de una cuestión previa a cualquier tratamiento de la psicosis"- al final, el
11 de Abril de 1956, cuando planteé lo que era, y lo llamo por su nombre, en
fin el nombre que tiene en mi discurso, la estructura, que no es lo que banalmente
se piensa, sino que está perfectamente dicho a ese nivel: me gustaría reeditar
ese seminario, si la tipeadora no hubiese hecho demasiados agujeritos por no
haber reproducido correctamente la frase latina que había escrito en el pizarrón
y que ahora no recuerdo de quién es, lo haría, no sé, tal vez en el próximo
número de Scilicet. Encontrar esa frase latina me va a hacer perder mucho tiempo
¡pero no importa!...
Todo lo que dije en ese momento del significante, cuando realmente no se puede
decir que estuviera de moda, en 1956, queda acuñado en un metal donde no hay
nada que retocar. Lo que quiero precisar es que se distingue en el hecho de
que no hay ninguna significación. Lo digo de una manera tajante porque en ese
momento me tenía que hacer entender, se dan cuenta, ¡eran médicos los que me
escuchaban! ¡Qué demonios podía importarles! Simplemente escuchaban a Lacan,
escuchaban "Lacan", es decir esa especie de payaso que se colgaba maravillosamente
del trapecio, por supuesto. Durante todo ese tiempo pispiaban la manera de volver
a hacer la digestión. Porque no se puede decir que soñaran, eso hubiera sido
muy lindo: no sueñan, digieren. Y bueno, después de todo, es una ocupación como
cualquier otra.
Lo que sin embargo hay que tratar de entender bien es que lo que Freud introduce
es algo que —ellos imaginan que no lo sé porque hablo del significante— es el
retorno a ese fundamento que está en el cuerpo y que hace que, independientemente
de los significantes a los cuales se articulan, los cuatro polos que determinan
la aparición como tal del goce justamente como inasible, y bien, eso es lo que
hace surgir a los otros tres, y en respuesta el primero, que es la verdad.
La verdad implica ya al discurso, lo cual no quiere decir que pueda decirse.
Me desgañito diciendo que no puede decirse o que solamente puede decirse a medias.
Pero, en fin, para que el goce exista es preciso que se pueda hablar de él,
mediante lo cual hay algo que no es otro y que se llama el decir. En resumen,
ya les expliqué durante un año, me tomé bastante tiempo para articularlo porque
es allí donde ustedes deben ver que la necesidad, necesidad que es mía, mi manera
de proceder, justamente nunca pude articularla como una verdad. Es necesario,
según el destino común a todos ustedes, hacer un giro, o más exactamente ver
cómo gira, como bascula, como bascula una vez que se lo toca, y cómo, hasta
cierto punto, es bastante inestable para prestarse a toda suerte de errores.
Sea como fuere, si he dicho, si he establecido —lo cual muestra cierto caradurismo—
el título. "De un discurso que no sería apariencia", pienso que fue para hacerles
sentir, y que ustedes hayan sentido que el discurso como tal es siempre discurso
de apariencia y que si hay algo que se autoriza del goce es justamente aparentar.
Y es desde ese punto de partida que podemos llegar a concebir ese algo que sólo
podemos atrapar allí, pero de una manera más firme, tan asegurada por alguien
cuya memoria hay que saludar —memoria, así como lo escribo, dándole al "me"
el mismo sentido que al "des" de desconocimiento— aquel que memorizó tan bien
que sus palabras fueron el hazmerreír, es decir Platón.
Realmente si alguien captó lo que es del plus-de-goce, algo que hace pensar
que Platón no es sólo las ideas y la forma y todo lo que hay con cierta clave
que, lo admito, es verosímil, que traduce sus enunciados. Platón fue quien anticipó
la función de la díada como siendo ese punto de caída donde todo pasa, donde
todo huye. No hay más grande sin más pequeño, ni más viejo sin más joven. Y
el hecho de que la díada sea el lugar de nuestra pérdida, el lugar de las huídas,
el lugar gracias al cual es forzoso forjar ese Uno de la idea, de la forma,
ese Uno que por otra parte tan pronto se demultiplica, se vuelve inasible, es
porque está allí, como todos nosotros, hundido en ese único suplemento- hablo
de eso el 11 de Abril de 1956 —el suplemento, la diferencia que hay entre el
suplemento y el complemento. En fin, yo había dicho muy bien todo eso. Desde
1956 podría haber servido, parece, para cristalizar algo del lado de esa función
a cumplir, la del analista, y que parece tan imposible —más que otras— que no
se piensa sino en camuflarla.
Entonces por ahí gira todo eso y hay que ver bien ciertas cosas: que entre ese
soporte, lo que ocurre a nivel del cuerpo y de donde surge todo sentido, pero
inconstituído, porque después de lo que acabo de enunciar del goce, de la verdad,
de la apariencia y del plus-de-goce como haciendo el fondo, el "ground", como
decía la vez pasada la persona que tuvo a bien venir a hablarnos de Pierce,
por cuanto fue en la nota de Pierce donde había entendido lo que yo decía. Es
inútil que les diga que más o menos para la misma época saqué los cuadrantes
de Pierce, lo cual, por supuesto, no le sirvió a nadie de nada, porque lo que
ustedes pueden pensar de mis observaciones sobre la ambigüedad total de lo Universal,
sea afirmativo y negativo, y también de lo Particular, ¡qué podría hacerles
eso a quienes no soñaban más que con reencontrar su propia cantinela! El "ground"
está allí: efectivamente, se trata del cuerpo.
Se trata del cuerpo con sus sentidos radicales sobre los cuales no hay ningún
asidero porque no es con la verdad, y la apariencia, el goce y el plus-de-goce
que se hace filosofía. Se hace filosofía a partir del momento en que algo tapona
ese soporte que sólo es articulable a partir del discurso. ¿Que lo tapona con
qué? Hay que decir que con eso de lo cual ustedes están hechos, en fin, tanto
más porque son un poco filósofos, a veces pasa pero es raro, ustedes son sobre
todo "a-estudiados", como ya dije una vez, y están en el lugar donde el discurso
universitario los sitúa, tomados como "a-formados": desde hace un tiempo se
produce una crisis, pero ya hablaremos de eso, es secundario. La cuestión es
diferente, es preciso que se den cuenta de que de lo que más fundamentalmente
dependen —porque después de todo la Universidad no nació ayer— es del discurso
del amo, que fue el que primero surgió, y que dura y no tiene posibilidades
de quebrantarse. Podría compensarse, equilibrarse con algo que sería, cuando
eso ocurra, el discurso analítico. A nivel del discurso del Amo, podemos decir
perfectamente lo que hay, entre el campo del discurso, entre la función del
discurso tal como se articula entre el S1, S2 el S y el a, y luego ese cuerpo
que los representa aquí y al cual, en tanto analista, me dirijo, porque cuando
alguien viene a verme a mi consultorio, por primera vez, y yo escando nuestra
entrada en el asunto mediante algunas entrevistas previas, lo importante es
eso, es esa confrontación de los cuerpos. Es justamente porque de ahí parte,
ese encuentro de los cuerpos, que cuando se entra en el discurso analítico ya
no será más cuestión de eso.
Si ocurre que en el nivel donde el discurso funciona, que no es el discurso
analítico, se plantea la cuestión de "cómo ha logrado ese discurso atrapar los
cuerpos", a nivel del discurso del amo, está claro: a nivel del discurso del
amo, donde, como cuerpos, ustedes están modelados —no se lo disimulen, sean
cuales fueren sus cabriolas— es lo que yo llamaría los sentimientos y muy precisamente
los buenos sentimientos. Entre el cuerpo y el discurso está eso con que los
analistas se relamen llamándolo pretenciosamente los "afectos".
Es evidente que estamos afectados en un análisis. Si eso es lo que hace un análisis-
evidentemente es lo que ellos pretenden y para eso tienen que sujetar la cuerda
de algún lado para no deslizarse —los buenos sentimientos, ¿con qué se hacen?
Es forzoso llegar aquí. A nivel del discurso del amo está claro: se hace con
la jurisprudencia, y es bueno no olvidarlo cuando hablo, cuando soy huésped
de la Facultad de Derecho, y no desconocer que los buenos sentimientos los funda
la jurisprudencia y sólo la jurisprudencia. Y cuando algo así aparece de golpe
y les agita el corazón porque no saben muy bien si no son un poco responsables
de cómo ha girado mal un análisis, escuchen, seamos claros: si no hubiera deontología,
si no hubiera jurisprudencia ¿dónde estaría ese "dolor del corazón", ese "afecto",
como se dice comúnmente?
Habría que tratar de vez en cuando de decir un poco la verdad. "Un poco" quiere
decir que no es exhaustivo lo que acabo de decir. Podría hasta llegar a decir
algo que es incompatible con lo que acabo de decir, y también sería verdad.
Eso es lo que pasa, eso ese lo que pasa sencillamente cuando sencillamente,
no por efecto de un cuarto de giro, sino de una mitad de giro completo, de dos
cuartos de giro, dos deslizamientos de esos elementos de función de discurso,
en fin, encontramos, encontramos porque hay en esa tétrada vectores cuya necesidad
podemos establecer y que no tienen que ver con la tétrada, ni con la verdad,
ni con el semblante, ni con nada de esa especie, tienen que ver con que la tétrada
es cuatro por la sola condición de exigir que haya vectores en los dos sentidos,
es decir, que sean dos vectores que lleguen o dos que partan, o uno que llegue
o uno que parta. Y para ustedes es absolutamente necesario saber cómo engancharse:
eso tiene que ver con el número cuatro y con nada más. Por supuesto, el semblante,la
verdad, el goce y el plus-de-goce no se suman, entonces evidentemente no pueden
dar cuatro. Justamente en eso consiste lo Real, en que el número cuatro existe.
Eso también es algo que dije el 11 de Abril de 1956, pero con más precisión.
Todavía no había sacado todo esto, ni siquiera había construido todo esto. Eso
me demuestra que estoy en el buen camino, por que el hecho de haber dicho en
ese momento que el número cuatro era un número esencial, si recuerdan, prueba
que estaba bien encaminado, porque ahora no encuentro nada superfluo alrededor
de eso: lo dije en el momento oportuno, en el momento en que hablábamos de psicosis.
Entonces la cuestión es esta: si los sentimientos, no se molesten por las personas
que se van: tienen que hacer, van a los funerales de alguien cuya memoria saludo,
alguien de nuestra Escuela a quien yo apreciaba realmente. Lamento que mis compromisos
no me permitan ir a mí también... (Pierre Fizlewicz)
¿Qué hay en el discurso analítico entre las funciones de discurso y ese soporte
que no es la significación del discurso, que no tiene que ver con lo dicho?
Todo lo dicho es apariencia, todo lo dicho es verdadero, y encima de todo, todo
lo dicho hace gozar: todo lo que es dicho. Y tal como lo repito, como lo he
vuelto a escribir en el pizarrón: "lo que se diga como hecho- el decir- queda
olvidado detrás de lo que es dicho". Lo que es dicho no está en ninguna otra
parte más que en lo que se escucha. Y es eso, la palabra.
Sólo que el decir es otro plano, es el discurso. Es eso que, de relaciones,
de relaciones que a ustedes los mantienen a todos y a cada uno juntos con personas
que no son forzosamente las que están ahí, lo que se llama la relación, la religión,
el engranaje social, eso ocurre a nivel de cierto número de conexiones que no
se hacen por casualidad y que necesitan —con Mayor o menor errancia— cierto
orden en la articulación significante. Y para que algo sea dicho allí, es necesario
algo distinto de lo que ustedes imaginan, lo que imaginan con el nombre de realidad,
porque la realidad emana precisamente del decir.
El decir tiene sus efectos en eso que constituye lo que llamamos fantasma, es
decir esa relación entre el objeto a, que es lo que me concentra del efecto
del discurso para causar el deseo y ese algo que, alrededor y como una hendidura,
se condensa y que se llama el sujeto. Es una hendidura porque el objeto a, él,
está siempre entre cada uno de los significantes y el que sigue. Y por eso el
sujeto ha estado siempre no "entre" sino por el contrario abierto.
Volviendo a lo de Roma, pude captar, pude palpar con mis propias manos el efecto
bastante sobrecogedor, el efecto donde yo me reconocía muy bien, de las placas
de cobre que cierto Fontana, muerto, según parece, y que después de haber mostrado
grandes capacidades como constructor, escultor, etc., consagró sus últimos años
a hacer- en italiano parece que se dice "squarcio", pero yo no sé italiano y
me lo tuvieron que explicar: es una hendidura —una hendidura en una placa de
cobre. Eso tiene cierto efecto, cierto efecto para quienes son sensibles, aunque
no es necesario haber escuchado mi discurso sobre la Spaltung del sujeto para
ser sensible a eso. El primero que venga, sobre todo si es del sexo femenino,
puede tener una pequeña vacilación así. Hay que creer que Fontana no era de
los que desconocen totalmente la estructura, de los que creían que era demasiado
ontológica.
Entonces, ¿de qué se trata en el análisis? Porque, de creer en lo que digo,
hay que pensar que es tal como lo enuncio, a título de lo que todavía, con toda
la ambigüedad de ese término que es justificada, que es porque el analista en
cuerpo instala el objeto en el lugar del semblante, que hay algo que existe
y que se llama el discurso analítico. ¿Qué quiere decir eso? En el punto en
que estamos, es decir en haber comenzado a ver tomar forma a ese discurso, vemos
que, como discurso y no en lo que es dicho, en su decir, nos permite aprehender
lo que es del semblante. Lo asombroso es ver que al término de una tradición,
cosmológica, como nos lo hicieron sentir la última vez; ¿cómo pudo nacer el
universo? ¿No les parece que esto data, que eso data de la noche de los tiempos,
y no por eso queda menos datado? Lo asombroso es que conduzca a Pierce a una
articulación puramente lógica, incluso lógica. Es un punto de separación del
fruto del árbol de cierta articulación ilusoria, diría yo, que, desde el más
remoto pasado, había desembocado en esta cosmología unida a una psicología,
a una teología y a todo lo que le sigue. Estamos así tocando con el dedo, como
se dijo la última vez, que no hay discurso sobre el origen sino origen del discurso,
de un discurso, que no hay otro origen atrapable sino el origen de un discurso
y que eso es lo que nos importa cuando se trata de la emergencia de otro discurso,
de un discurso que, con respecto al discurso del amo, cuyos términos y disposición
puedo volver a trazar, rápidamente, comporta la doble inversión precisamente
de los vectores oblicuos, y esto es de suma importancia.
Lo que Pierce se atreve a articularnos está en la coyuntura de una antigua cosmología:
es la plenitud de eso de lo que se trata en el semblante del cuerpo, es el discurso
en su relación, nos dice, con la nada. Quiere decir eso alrededor de lo cual
necesariamente gira todo discurso.
Por esta vía es que, promoviendo este año la Teoría de los Conjuntos, trato
de sugerir a los que sostienen la función del analista, que sea en esta veta,
la que explota esos enunciados que se formalizan en la lógica, donde se adiestren
para formarse. ¿Formarse en qué? En lo que debe distinguir a eso que recién
llamé el taponamiento, el intervalo, la hiancia que hay entre el nivel del cuerpo,
del goce y del semblante y el discurso, para apercibirse de que es allí donde
se plantean la cuestión de lo que hay que poner, y que no son los buenos sentimientos,
ni la jurisprudencia, que hay otra cosa, que esa otra cosa tiene un nombre y
que se llama interpretación.
Es lo que se puso el otro día en el pizarrón en forma del triángulo llamado
"semiótico", en la forma del "representamen", del interpretante y aquí del objeto,
para mostrar que la relación es siempre ternaria, es decir que es la dupla representante/objeto
la que siempre debe ser reinterpretada y que de eso se trata en el análisis
El interpretante es el analizante. Eso no quiere decir que el analista no esté
allí para ayudarlo, para impulsarlo un poco en el sentido de lo interpretado.
Hay que decirlo, eso no puede hacerse a nivel de un sólo analista, por la simple
razón de que, si lo que digo es cierto, es decir que es sólo de la veta lógica,
de la extracción de las articulaciones de lo que es dicho y no del decir, que
si, para decirlo de una buena vez, el analista en su función no sabe, quiero
decir en cuerpo, recoge bastante de lo que escucha del interpretante, de ese
a quien, con el nombre de analizante, le da la palabra. Y bien, el discurso
analítico permanece en lo que efectivamente fue dicho por Freud sin mover una
línea. Pero a partir del momento en que eso forma parte del discurso común,
como es el caso ahora, entra en la armadura de los buenos sentimientos.
Para que la interpretación progrese, para que sea posible según el esquema de
Pierce que se les mostró la última vez, es en la medida en que la relación interpretación
y objeto —fíjense, ¿de qué se trata? ¿Cuál es ese objeto en Pierce?— es desde
allí que la nueva interpretación, no tiene fin eso a lo cual puede advenir,
salvo que haya un límite, precisamente, que es justamente aquello a lo cual
el discurso analítico debe advenir, a condición de que no se corrompa en su
atascamiento actual.
gráfico
¿Qué hay que sustituir en el de Peirce para que pegue con mi articulación del
discurso analítico? Algo tan simple como decir buenos días: para el efecto de
lo que se trata en la cura analítica no hay otro representamen que el objeto
a, objeto a del cual el analista se hace representamen, justamente él mismo
en el lugar del semblante.
El objeto del cual se trata no es otro que lo examinado aquí de mis dos fórmulas,
no es sino esto: como olvidado, el hecho del decir. Eso es el objeto de lo que
para cada uno es la pregunta: ¿dónde estoy en el decir? Porque si está claro
que la neurosis se muestra es precisamente en eso que nos explica la fluctuación
de lo que Freud expresó respecto del deseo, y especialmente respecto del deseo
en el sueño. Es muy cierto que hay sueños de deseo, pero cuando Freud analiza
uno de esos sueños, vemos de qué deseo se trata: del deseo de plantear la ecuación
del deseo con el "igual a cero".
En una época no muy posterior al 11 de Abril de 1957 justamente, analicé el
"sueño de la inyección de Irma". Eso fue transcripto, como pueden imaginarse,
por un universitario en una tesis que anda dando vueltas por ahí actualmente.
La manera en que eso fue no diría escuchado, porque la persona no estaba aquí
sino que trabajó sobre la base de notas y creyó posible agregar otras de su
propia cosecha... Pero, sin embargo, está claro que si hay algo que el sueño
de esta inyección de Irma, sublime, divino, permite mostrar, eso que es evidente
y que debería haber sido explotado desde el momento que lo anuncié por cualquiera
en el análisis (yo lo dejé pasar porque después de todo, como ya verán, la cosa
no tiene tantas consecuencias) si no fuera que, como les recordaba recientemente,
la esencia del sueño es justamente la suspensión de la relación del cuerpo con
el goce. Es evidente que el deseo que, por su parte, se suspende del plus-de-goce,
no va a ser sin embargo puesto entre paréntesis. Lo que el sueño trabaja, aquello
sobre lo cual el sueño teje, y vemos cómo y con qué: con los elementos de la
vigilia, como dice Freud, es decir con lo que está todavía en la superficie
de la memoria, no en las profundidades, lo único que liga al deseo del sueño
con el inconsciente es la manera de trabajar para resolver el problema de una
fórmula con "igual a cero" hasta encontrar la raíz gracias a la cual el modo
de funcionamiento se anula: si no se anula, como se dice vulgarmente, está el
despertar, mediante el cual por supuesto, el sujeto continuará soñando en su
vida.
Si el deseo está interesado en el sueño, Freud lo subraya, es en la medida en
que hay casos en que el fantasma no se puede resolver, es decir percibir que
el deseo —permítanme decirlo pues estoy llegando al final— no tiene razón de
ser, que se ha producido algo que es el encuentro de donde procede la neurosis,
la cabeza de la Medusa, la hendidura de la cual hablábamos recién vista directamente
en tanto no tiene solución. Es por eso que en los sueños de la Mayoría de nosotros
se trata efectivamente de la cuestión del deseo, la cuestión del deseo en tanto
se remita a mucho más lejos, a la estructura gracias a la cual el 0 es la causa
de la Spaltung del sujeto.
Entonces, ¿qué nos liga a aquel con quien nos embarcamos, franqueada la primera
aprehensión del cuerpo? ¿Acaso el analista esta ahí para reprocharlo, esta ahí
para reprocharlo no ser lo bastante sexuado, no gozar bastante bien? ¿Y qué,
en cuerpo, todavía? (Juego de palabras, por homofonía, a partir de "en corps",
"encore") ¿Qué nos liga a aquel que se embarca con nosotros en la posición llamada
del paciente? ¿No les parece que si ponemos en ese lugar el término "hermano",
que está en todos los frontispicios —"Libertad, Igualdad, Fraternidad"— les
pregunto, en el punto de la cultura en que estamos ¿de quién somos hermanos?
¿De quién somos hermanos en cualquier otro discurso que no sea el analítico?
¿El patrón es hermano del proletario? ¿No les parece que el término "hermano"
es justamente aquel al cual el discurso analítico da su presencia, aunque más
no sea por comportar todo el rollo familiar? ¿Creen que es sólo para evitar
la lucha de clases? Y bien, se equivocan. Tiene que ver con muchas cosas más
que con el circo de la familia. Somos hermanos de nuestro paciente en la medida
en que, como él, somos hijos del discurso y que, para representar ese efecto
que llamo objeto a, para hacernos a eso "Je-ser" de ser el soporte, el desecho,
la abyección a los que puede engancharse eso que nacerá, gracias a nosotros,
del decir, de decir que sea interpretante, por supuesto, con la ayuda de esto
a lo que invito al analista: a sostenerse de manera de ser digno de la transferencia,
a sostenerse en ese saber que puede, por estar en el lugar de la verdad, interrogarse
como tal sobre lo que es desde siempre la estructura de los saberes, desde el
saber-hacer hasta los saberes de la ciencia.
Desde allí, por supuesto, interpretamos. Pero ¿quién puede hacerlo sino el que
se compromete en el decir y que del hermano que ciertamente somos nos dará la
exaltación?, quiero decir que lo que nace de un análisis, lo que nace a nivel
del sujeto, del sujeto que habla, del analizante, por medio, (Aristóteles decía
que el hombre piensa con su alma), el analizante analiza con esa mierda que
le propone, en la figura de su analista, el objeto a. Es con eso que algo, esa
hendija, debe nacer y que no es sino, al fin de cuentas, para retomar algo de
lo que se dijo el otro día a propósito de Pierce, el fiel que constituye a una
balanza y que se llama justicia. Nuestro hermano transfigurado es lo que nace
del conjuro analítico y es lo que nos liga a quien impropiamente llamamos nuestro
paciente.
Ese discurso "parasexual", admitámoslo, puede tener sus retorcimientos. No todo
es azuquita. La noción de hermano, tan sólidamente anclada gracias a todo tipo
de jurisprudencia durante épocas, si volviera a ese nivel, a nivel de un discurso,
tendrá lo que recién llamé sus retorcimientos a nivel del soporte. No les hablé
en todo esto para nada del padre porque consideré que ya dije bastante, que
he explicado bastante, para mostrarles que es alrededor del que "uniega", del
que dice que no, que puede fundarse, que debe fundarse, que no puede sino fundarse
todo lo que hay de universal. Pero cuando volvemos a la raíz del cuerpo, si
revalorizamos la palabra hermano, vamos a entrar a toda vela a nivel de los
buenos sentimientos.
Puesto que no es cuestión de pintarles un porvenir color de rosa, sepan que
lo que trepa, lo que no hemos visto hasta sus últimas consecuencias y que se
enraiza en el cuerpo, en la fraternidad del cuerpo, es el racismo, del cual
ni siquiera han terminado de oír hablar.