![]() |
|
Principios directores del acto psicoanalítico
Eric Laurent
|
|
ORNICAR?
Digital
Revue électronique multilingue de psychanalyse publiée a Paris.
Parution hebdomadaire, le vendredi
« L’orientation lacanienne du Champ freudien »
N°293 –Viernes 28 de Julio 2006
Director: Jacques-Alain Miller
Consejo Editorial: Miquel Bassols * Eric Laurent * Pierre-Gilles
Gueguén * Luis Solano * Oscar Ventura
EDITORIAL
Ornicar? Digital les presenta en este número el texto: Principes
directeurs de l’acte psychanalytique, que el nuevo delegado general
de la Asociación Mundial de Psicoanálisis Eric Laurent ha presentado
a la Asamblea General el día 16 de Julio en la ciudad de Roma en
el marco del Vº Congreso de la Asociación.
Este documento que ha sido adoptado por unanimidad reúne de forma
precisa y rigurosa las coordenadas por las cuales se orienta la
posición del discurso analítico y la praxis que de él se desprende
en la escena contemporánea. Estamos ante la presencia de un texto
que tiene el enorme mérito de sintetizar en cada uno de sus apartados
tanto la fidelidad a lo inaugural de la letra freudiana como la
profunda rectificación que introduce la enseñanza del Dr. Lacan
en la historia del movimiento analítico y que revela que el Psicoanálisis
de orientación lacaniana mantiene la consistencia suficiente para
dar cuenta tanto de las consecuencias de su clínica sobre las diversas
formas en las que se presenta el sufrimiento del sujeto del siglo
XXI; como de los impasses de una civilización que pretende, en un
empuje inédito, reducir lo real a un cálculo matemático.
No cabe duda que estos principios sabrán orientar la discusión conceptual
de las Escuelas de la AMP y que su presentación por el nuevo delegado
general no puede ser más oportuna. Un vedadero acto inaugural que
ya ha conseguido gracias a la claridad, la solvencia intelectual
y la enorme erudición que caracterizan a Eric Laurent ubicar de
una forma cada vez más precisa la naturaleza de nuestra presencia
y la diferencia que ella implica en el conjunto de los discursos
por los que transita la subjetividad de la época.
Con el privilegio de la publicación del texto que tienen por delante
Ornicar? Digital comienza su receso anual hasta el próximo mes de
Octubre.
Hasta Pronto.
Oscar Ventura.
Julio de 2006
Principios directores
del acto psicoanalítico
Eric Laurent
Preámbulo
Durante el Congreso de la AMP en Comandatuba, en el 2004, la Delegada
General presentó una "Declaración de principios" ante la Asamblea
General. Luego, esta "Declaración" fue leída atentamente en las
diferentes Escuelas. Los Consejos hicieron llegar los resultados
de sus lecturas, de sus observaciones y señalamientos. Después de
ese trabajo, presentamos ahora, ante la Asamblea, esta "Carta Magna
para el psicoanálisis" que les pedimos adopten.
Primer principio: El psicoanálisis es una práctica de la palabra.
Los dos participantes son el analista y el analizante, reunidos
en presencia en la misma sesión psicoanalítica. El analizante habla
de lo que le trae, su sufrimiento, su síntoma. Este síntoma está
articulado a la materialidad del inconsciente; está hecho de cosas
dichas al sujeto que le hicieron mal y de cosas imposibles de decir
que le hacen sufrir. El analista puntúa los decires del analizante
y le permite componer el tejido de su inconsciente. Los poderes
del lenguaje y los efectos de verdad que este permite, lo que se
llama la interpretación, constituyen el poder mismo del inconsciente.
La interpretación se manifiesta tanto del lado del psicoanalizante
como del lado del psicoanalista. Sin embargo, el uno y el otro no
tienen la misma relación con el inconsciente pues uno ya hizo la
experiencia hasta su término y el otro no.
Segundo principio: La sesión psicoanalítica es un lugar donde pueden
aflojarse las identificaciones más estables, a las cuales el sujeto
está fijado. El psicoanalista autoriza a tomar distancia de los
hábitos, de las normas, de las reglas a las que el psicoanalizante
se somete fuera de la sesión. Autoriza también un cuestionamiento
radical de los fundamentos de la identidad de cada uno. Puede atemperar
la radicalidad de este cuestionamiento teniendo en cuenta la particularidad
clínica del sujeto que se dirige a él. No tiene en cuenta nada más.
Esto es lo que define la particularidad del lugar del psicoanalista,
aquel que sostiene el cuestionamiento, la abertura, el enigma, en
el sujeto que viene a su encuentro. Por lo tanto, el psicoanalista
no se identifica con ninguno de los roles que quiere hacerle jugar
su interlocutor, ni a ningún magisterio o ideal presente en la civilización.
En ese sentido, el analista es aquel que no es asignable a ningún
lugar que no sea el de la pregunta sobre el deseo.
Tercer principio: El analizante se dirige al analista. Pone en el
analista sentimientos, creencias, expectativas en respuesta a lo
que él dice, y desea actuar sobre las creencias y expectativas que
él mismo anticipa. El desciframiento del sentido no es lo único
que está en juego en los intercambios entre analizante y analista.
Está también el objetivo de aquel que habla. Se trata de recuperar
junto a ese interlocutor algo perdido. Esta recuperación del objeto
es la llave del mito freudiano de la pulsión. Es ella la que funda
la transferencia que anuda a los dos participantes. La formula de
Lacan según la cual el sujeto recibe del Otro su propio mensaje
invertido incluye tanto el desciframiento como la voluntad de actuar
sobre aquel a quien uno se dirige. En última instancia, cuando el
analizante habla, quiere encontrar en el Otro, más allá del sentido
de lo que dice, a la pareja de sus expectativas, de sus creencias
y deseos. Su objetivo es encontrar a la pareja de su fantasma. El
psicoanalista, aclarado por la experiencia analítica sobre la naturaleza
de su propio fantasma, lo tiene en cuenta y se abstiene de actuar
en nombre de ese fantasma.
Cuarto principio: El lazo de la transferencia supone un lugar, el
"lugar del Otro", como dice Lacan, que no está regulado por ningún
otro particular. Este lugar es aquel donde el inconsciente puede
manifestarse en el decir con la mayor libertad y, por lo tanto,
donde aparecen los engaños y las dificultades. Es también el lugar
donde las figuras de la pareja del fantasma pueden desplegarse por
medio de los más complejos juegos de espejos. Por ello, la sesión
analítica no soporta ni un tercero ni su mirada desde el exterior
del proceso mismo que está en juego. El tercero queda reducido a
ese lugar del Otro.
Este principio excluye, por lo tanto, la intervención de terceros
autoritarios que quieran asignar un lugar a cada uno y un objetivo
previamente establecido del tratamiento psicoanalítico. El tercero
evaluador se inscribe en esta serie de los terceros, cuya autoridad
sólo se afirma por fuera de lo que está en juego entre el analizante,
el analista y el inconsciente.
Quinto principio: No existe una cura estándar ni un protocolo general
que regiría la cura psicoanalítica. Freud tomó la metáfora del ajedrez
para indicar que sólo había reglas o para el inicio o para el final
de la partida. Ciertamente, después de Freud, los algoritmos que
permiten formalizar el ajedrez han acrecentado su poder. Ligados
al poder del cálculo del ordenador, ahora permiten a una máquina
ganar a un jugador humano. Pero esto no cambia el hecho de que el
psicoanálisis, al contrario que el ajedrez, no puede presentarse
bajo la forma algorítmica. Esto lo vemos en Freud mismo que transmitió
el psicoanálisis con la ayuda de casos particulares: El Hombre de
las ratas, Dora, el pequeño Hans, etc. A partir del Hombre de los
lobos, el relato de la cura entró en crisis. Freud ya no podía sostener
en la unidad de un relato la complejidad de los procesos en juego.
Lejos de poder reducirse a un protocolo técnico, la experiencia
del psicoanálisis sólo tiene una regularidad, la de la originalidad
del escenario en el cual se manifiesta la singularidad subjetiva.
Por lo tanto, el psicoanálisis no es una técnica, sino un discurso
que anima a cada uno a producir su singularidad, su excepción.
Sexto principio: La duración de la cura y el desarrollo de las sesiones
no pueden ser estandarizadas. Las curas de Freud tuvieron duraciones
muy variables. Hubo curas de sólo una sesión, como el psicoanálisis
de Gustav Mahler. También hubo curas de cuatro meses como la del
pequeño Hans o de un año como la del Hombre de las ratas y también
de varios años como la del Hombre de los lobos. Después, la distancia
y la diversificación no han cesado de aumentar. Además, la aplicación
del psicoanálisis más allá de la consulta privada, en los dispositivos
de atención, ha contribuido a la variedad en la duración de la cura
psicoanalítica. La variedad de casos clínicos y de edades en las
que el psicoanálisis ha sido aplicado permite considerar que ahora,
en el mejor de los casos, la duración de la cura se define "a medida".
Una cura se prolonga hasta que el analizante esté lo suficientemente
satisfecho de la experiencia que ha hecho como para dejar al analista.
Lo que se persigue no es la aplicación de una norma sino al acuerdo
del sujeto consigo mismo.
Séptimo principio: El psicoanálisis no puede determinar su objetivo
y su fin en términos de adaptación de la singularidad del sujeto
a normas, a reglas, a determinaciones estandarizadas de la realidad.
El descubrimiento del psicoanálisis es, en primer lugar, el de la
impotencia del sujeto para llegar a la plena satisfacción sexual.
Esta impotencia es designada con el término de castración. Más allá
de esto, el psicoanálisis con Lacan, formula la imposibilidad de
que exista una norma de la relación entre los sexos. Si no hay satisfacción
plena y si no existe una norma, le queda a cada uno inventar una
solución particular que se apoya en su síntoma. La solución de cada
uno puede ser más o menos típica, puede estar más o menos sostenida
en la tradición y en las reglas comunes. Sin embargo, puede también
remitir a la ruptura o a una cierta clandestinidad. Todo esto no
quita que, en el fondo, la relación entre los sexos no tiene una
solución que pueda ser "para todos". En ese sentido, está marcada
por el sello de lo incurable, y siempre se mostrará defectuosa.
El sexo, en el ser hablante, remite al "no todo".
Octavo principio: La formación del psicoanalista no puede reducirse
a las normas de formación de la universidad o a las de la evaluación
de lo adquirido por la práctica. La formación analítica, desde que
fue establecida como discurso, reposa en un trípode: seminarios
de formación teórica (para-universitarios), la prosecución por el
candidato psicoanalista de un psicoanálisis hasta el final (de ahí
los efectos de formación), la transmisión pragmática de la práctica
en las supervisiones (conversaciones entre pares sobre la práctica)
Durante un tiempo, Freud creyó que era posible determinar una identidad
del psicoanalista. El éxito mismo del psicoanálisis, su internacionalización,
las múltiples generaciones que se han ido sucediendo desde hace
un siglo, han mostrado que esa definición de una identidad del psicoanalista
era una ilusión. La definición del psicoanalista incluye la variación
de esta identidad. La definición es la variación misma. La definición
del psicoanalista no es un ideal, incluye la historia misma del
psicoanálisis y de lo que se ha llamado psicoanalista en distintos
contextos de discurso.
La nominación del psicoanalista incluye componentes contradictorios.
Hace falta una formación académica, universitaria o equivalente,
que conlleva el cotejo general de los grados. Hace falta una experiencia
clínica que se trasmite en su particularidad bajo el control de
los pares. Hace falta la experiencia radicalmente singular de la
cura. Los niveles de lo general, de lo particular y de lo singular
son heterogéneos. La historia del movimiento psicoanalítico es la
de las discordias y la de las interpretaciones de esa heterogeneidad.
Forma parte, ella también, de la gran Conversación del psicoanálisis,
que permite decir quién es psicoanalista. Este decir se efectúa
en procedimientos que tienen lugar en esas comunidades que son las
instituciones analíticas. El psicoanalista nunca está solo, sino
que depende, como en el chiste, de un Otro que le reconozca. Este
Otro no puede reducirse a un Otro normativizado, autoritario, reglamentario,
estandarizado. El psicoanalista es aquel que afirma haber obtenido
de la experiencia aquello que podía esperar de ella y, por lo tanto,
afirma haber franqueado un "pase", como lo nombró Lacan. El “pase”
testimonia del franqueamiento de sus impases. La interlocución con
la cual quiere obtener el acuerdo sobre ese atravesamiento, se hace
en dispositivos institucionales. Más profundamente, ella se inscribe
en la gran Conversación del psicoanálisis con la civilización. El
psicoanalista no es autista. El psicoanalista no cesa de dirigirse
al interlocutor benevolente, a la opinión ilustrada, a la que anhela
conmover y tocar en favor de la causa analítica.
Traducción: Carmen Cuñat