Tangos del orfelinato / Tangos del asesinato

"No hay nada bueno que empiece por ser una herida" L.G.H.

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Homenajes

 

ARBOLES ESFUMADOS

a Leonor García Hernando

la veo a Mardou apoyada en el estropeado Plymouth
y recuerdo que su novelista soñaba con los claros del
bosque
pero murió en un hospital
la veo al dorso de la última página siguiendo el recodo
del camino
acosada por un perro que le olfatea los zapatos
estoy pasando un mal momento memorias
del novelista muerto en un hospital cuando miro absorto
por la ventanilla
estoy pasando un mal momento y ya en abril
el sol esfuma los árboles del jardin zoológico
ella probablemente eche el pelo detrás de la oreja y los
flamencos alisaran sus plumas
estoy pasando un mal momento finales de lo mismo
melancólicas armonías.

Pedro Donángelo

Leonor García Hernando (1955-2001)

El viernes 30 de marzo de 2001 falleció en el Hospital Oncológico Marie Curie la poeta Leonor García Hernando. Había nacido en San Miguel de Tucumán en 1955. Integró el consejo de redacción de la revista Mascaró. Publicó los libros de poesía "Mudanzas" (1974), "Negras ropas de mujer" (1987), "La enagua cuelga de un clavo en la pared" (1994), "Tangos del orfelinato/Tangos del asesinato" (1999) y "El cansancio de los materiales" en el 2001, del que llegó a ver los primeros ejemplares dos semanas antes de morir.

Gran recitadora de su poesía, su última lectura pública fue el 22 de marzo de 2001 en la Universidad de las Madres.
Mauro Pereira, de la revista "Perro Negro" [http://www.perronegro.com.ar] escribió las palabras que a continuación transcribimos.

Ha muerto una niña rebelde

"La experiencia social, indica que el que eligió un camino de rechazo a la injusticia, al soborno, a la hipocresía, en la vida no le fue bien. Y aquí en la Argentina hay una experiencia muy clara: al que intenta algo distinto, lo matan".
Leonor García Hernando, en revista Perro Negro Nº 2, agosto 2000.

Leonor García Hernando fue, es y será, una de las personas más íntegras, éticas y coherentes que he conocido. Una verdadera representante de una clase en extinción. Su profunda ética, su voluntad, su moral, su pasión, su perseverancia, eran tan incorruptibles que generaban rechazo en muchos otros, esos "cómplices de ciertas inmensas porquerías" como dijo Artaud. Otro rechazo fue generado por su enfermedad tan temida por los ignorantes e hipócritas de turno. El cáncer lo genera esta sociedad. Pero Artaud también dijo: "la sociedad rendirá cuentas de su muerte prematura".

Muchos solamente vieron oscuridad. No pudieron, no quisieron, ver la luz, lo más importante. Y ella ofreció mucha luz, quizás demasiada para estos tiempos de decadencia y anestesia generalizada.


Leonor y sus hermanos

Leonor García Hernando nació en Tucumán, en 1955. Desde niña soñó otros mundos posibles, más justos. Ella creía profundamente en la palabra y lo ha demostrado en una de las obras poéticas más apasionantes. Algunos de sus libros, Mudanzas, Negras Ropas de Mujer, La Enagua Cuelga de un Clavo en la Pared, Tangos del Orfelinato/Tangos del Asesinato y El Cansancio de los Materiales, su último libro de poemas en el que trabajó con una intensa fe digna de una verdadera atea. La lectura de estos escritos son esenciales, no sólo para descubrir la luz de su poesía, también para comprender desde su visión, una parte importante de nuestra cultura, de nuestro país, del "crimen, el asesinato como código de educación hacia la población civil, hacia los jóvenes", de las consecuencias en la cultura de una nación fundada con sangre, traición y corrupción.

Leonor García Hernando murió el viernes 30 de marzo. ¿Pero aquí se termina todo? No.

Se intenta eliminar ciertas esperanzas de muchas maneras. No solamente alcanza con la fachada. Vemos como "el progreso" causa estragos en las ciudades, se asesina el pasado y de esa forma los conocimientos. La arquitectura ya no es la misma, los hombres tampoco, salvo raras excepciones, y esas excepciones son atacadas, rechazadas o perseguidas. Algunos podrán suspirar: "ya no veremos el sufrimiento en los bares, podremos pasear y practicar libremente nuestras imbecilidades y miserias cotidianas, sin culpas en nuestras conciencias". Ciertos insoportables mundillos culturales, ciertos patéticos ambientes poéticos del buen decir y de los enredos psicoanalíticos de Buenos Aires, y de sus cócteles y de sus discursos idiotas, podrán sentir algún alivio, otros que hasta hace poco huyeron y dieron la espalda ahora podrán ensalzarse en homenajes y falsos llantos, otros simplemente se verán en el espejo, en soledad, y tendrán que convivir con ese gusto amargo, a muchos otros no les importará y muchos otros ni se enterarán. Pero las excepciones nunca morirán, eso está muy claro y ese es el equilibrio que mueve todo. La luz, esa fuerza minoritaria pero poderosa, seguirá molestando con su verdad, con su belleza. La lucha de los diferentes se transmite. Seguiremos en el camino, aunque la oscuridad no lo permita. Aunque la convivencia sea imposible.

Creo que es momento de reaccionar, de marcar las diferencias, de rebelarnos. De devolverle su real significado a las palabras amor, fe, ética, moral, solidaridad, lucha, espíritu, nobleza, lealtad. Y jamás temerle al fracaso. Jamás temerle al tiempo presente, al ahora. No seamos cobardes.


García Hernando por Ingrid Pelícori

Muchos ya han muerto. Demasiados. Pero no todos...

Ha muerto una niña rebelde.
Pero su luz vive en mi corazón.
La rebeldía no ha muerto.

M. P.

Buenos Aires, Argentina, 2 de abril, 2001.
 


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Entrevista a Leonor García Hernando

[Perro Negro Nº 2, agosto/septiembre 2000]

Recuerdos de infancia...

Leonor García Hernando: Creo que tengo un recuerdo también ilusorio de mi infancia, es decir, en un momento –que no puedo detectar cuál fue– me construí una memoria de la infancia, que no es mi infancia misma, no es lo que ocurrió. Es una reconstrucción idealizada de la infancia. Creo que no es de la infancia, sino que es de esa reconstrucción que no me puedo despegar.

Y ya en esa infancia –esto sí más apegado a los hechos limpios, sin reconstrucción– la literatura tuvo un papel vital muy grande. Sobre todo en libros de piratería. Éramos tres hermanos y no solamente fueron libros leídos, devorados por nosotros, sino que además formaban parte de nuestro mundo de juegos, de reconstrucciones, del trabajo lúdico en todos sus aspectos, hasta en su aspecto “arquitectónico”, porque con maderas construíamos los barcos. Respetábamos las aberturas de las puertas, de las claraboyas, de los ojos de buey. Disputaba con mi hermano el rango de capitán.

Mauro Pereira: ¿Cuándo aparece la escritura?

L.G.H: Creo que la escritura aparece como una cita que se da entre dos hechos. Por un lado la pérdida de la infancia, como edad y como espacio. Mi infancia está vinculada a lo que hoy se llama “Ciudad Evita” –nombre que debió conservar siempre, pero cuando llegué a ese pueblito se llamaba “Ciudad Belgrano”–. Calles de barro, ausencia total de teléfonos, de hospitales. Mi padre para venir a trabajar a la Capital todos los días, usaba galochas, en invierno o en épocas de lluvia. Mi casa quedaba en la última línea de edificación sobre el bosque de Ezeiza. Frente a mi casa empezaba el bosque.

Cuando tengo 11 años nos mudamos a la Capital. Es el final de la infancia como edad y como lugar para tener infancia. Para mí fue seguramente una falla constitucional, psíquica. Una incapacidad total o muy grande de adaptación. Y viví eso como una pequeña muerte... Ahí empecé a escribir.

Esto va acompañado de que en mi casa, en mi mundo familiar, yo era la torpe, yo era la que trataba y no podía, como sí podían los otros que eran mis hermanos. Yo trataba de cantar y desentonaba, trataba de bailar y era pata dura, trataba de dibujar y tenía la mano de piedra. No creo en esos primeros años haber escrito mejor que mis hermanos. Mis hermanos no lo intentaron. No tuve con quien competir, no aparecí como la que peor hacía las cosas, entonces perseveré. Me quedé ahí, que era un territorio que nadie disputaba. Creo además, que era un territorio que gozaba de la satisfacción de mi padre que era periodista y veía la continuación de sí en esa hija que también escribía.

Desde que empecé a escribir, “la pérdida de la infancia” fue el tema. Y también fue el tema asociado a la muerte. Después, para la desgracia de todos y de la mía, éste país me dio muchos motivos para que pueda perseverar en estos temas. El crimen, el asesinato como código de educación hacia la población civil, hacia los jóvenes, en forma encarnizada, desgraciadamente permitió que yo me pueda demorar en este tema. Y además, no pienso salir de él... (silencio)

M.P: Escuché una vez que la historia argentina está escrita con sangre y traición...
 

Leonor García Hernando, Cristian Di Nápoli, Rolando Revagliatti, Jorge Ariel Madrazo y Juan Terranova en 1999 - Foto Daniel Grad


L.G.H: Creo que el mito de la traición, es fundante de la historia argentina. Si supuestamente la Revolución de Mayo es un hecho fundacional de la idea de Nación argentina, de Patria independiente, ésa historia de la Revolución está tan plagada de traición, de mezquindad, de villanía. Yo no soy una experta en historia argentina, me he acercado a través de la literatura, de la charla con gente que sí sabe, no quisiera hablar como si yo supiese de historia con la boca llena. Pero cuando uno roza, se permite espiar la documentación histórica, los historiadores más serios, más profundos, más críticos, en las obras que narran, reviven los hechos, como las traiciones y las villanías que sufrió todo el grupo más radicalizado de la Revolución de Mayo, Moreno, Belgrano, Monteagudo, Castelli, son de terror. Fue el libro de Ribera La Revolución es un Sueño Eterno, el que unió mi sensación y mi emoción –producto de la época en la que yo viví y vivo– al pasado no vivido de mi historia argentina, como un hecho cíclico. Además, están todas las inmensas y terribles cantidades de traiciones que no llegan al conocimiento de la ciudadanía común. Creo que esa idea kafkiana del poder como un lugar al que nunca se accede, al que nunca se llega, al que nunca se lo conoce y que domina gran parte de nuestras razones, de nuestros “para qué”, con nuestra absoluta ignorancia de lo que nos maneja, nos detiene y nos obliga a abstenernos de tantas cosas, creo que esa idea del poder que yo aprendí leyendo a Kafka, es válida en todo el mundo y acá también, de una forma tenebrosa.

Los hombres interesados en el poder no son los mejores. Y el poder parece traer en sí mismo, una obscenidad, que en hombres que no tienen una gran preocupación moral, los termina de corromper. Ya eran corruptos y el poder acentúa.

M.P: En Tangos del Orfelinato Tangos del Asesinato percibí cierta sensualidad y atracción por la oscuridad y lo marginal. Y al mismo tiempo ciertas preocupaciones políticas –muchas veces difíciles de descifrar en tu escritura– como, por ejemplo, en estos otros poemas inéditos, el recuerdo de Víctor Jara cuando hablás de los estadios y de las manos cortadas.

L.G.H: Sí... creo que hay dos temas diferentes. Uno es mi preocupación por lo político. Es una preocupación... no es ambigua la palabra, tampoco es contradictoria, no sabría como definirlo... Yo he sido y sigo intentando ser una mujer política, he militado en política, soy una mujer de izquierda. Ahora en literatura, he visto muchas veces que maquillado por la intención política, se han mostrado obras muy endebles literariamente, trabajos que a mi entender no guardan ningún esfuerzo creativo. También he conocido poesía profundamente política. Gran parte de la obra de Vallejo, sobre todo en el libro dedicado a la Guerra Civil española –España aparta de mí este cáliz–, la obra de Cardenal, la obra de Paul Eluard en la época en que militaba en la Resistencia francesa. He nombrado unos pocos, pero la poesía épica, política, es vieja como el hombre, o por lo menos desde que el hombre escribe poesía. Con esto quiero decir que me interesa muchísimo el tema político, pero sólo en la medida en que sea yo capaz de tratarlo con una dignidad creativa. Para mí, por ciertas características mías –una tendencia a la retórica y a la grandilocuencia– que me molestan, para mi idea de lo que es un trabajo poético digno, yo fracaso. Yo no logro hacer lo que quiero hacer. Pero me interesa mucho alcanzar una síntesis entre lo que es la crítica política más vasta y lo que es una visión crítica del mundo familiar vinculado a las criminalidades políticas. Porque creo que está ligado. Este país, es como un país saturnino, es decir, de hombres que fagocitan a sus hijos, como Saturno. Hay una pintura extraordinaria de Goya, en donde muestra a Saturno comiéndose a su hijo. Creo que esa imagen de Goya, está unida a mi emoción, en lo que hace a la temática de mi literatura.

Y es cierto. Vos hablaste de una suerte de sensualidad en esa mirada negra, oscura... Y hay una vanidad en el dolor. Hay una vanidad en no ocultarlo, porque no estoy de acuerdo con el ocultamiento. Esto para nada tiene que ver con una vida personal carente de motivos de felicidad. Yo he tenido tantos motivos de felicidad como cualquiera. Simplemente no es ése mi tema. Creo que ni a mí ni a los otros, les hace demasiada falta el hablar, el escribir, el poderse identificar con esas felicidades domésticas, que más o menos, cazás más cazás menos, podemos resolver. Hace falta hablar de lo que no podemos resolver, hasta resolverlo... cuando esté resuelto, tal vez aparezca un tema. Creo que lo que no podemos resolver, es la desgracia, el sufrimiento, la marginación. Y esto no está disminuyendo en Argentina, está aumentando. Todo tipo de marginación, la económica, laboral, trae otros tipos de marginaciones de forma inmediata.

Estoy en un momento, en el que me vuelve a afligir el no poder escribir una página feliz. Muchas veces me pesa y me jode, y quisiera que no sea así, quisiera escribir yo también sobre “la felicidad”. Y además sé que hay gente que me lo reprocha, que me dice “no te puedo leer porque me falta el aire cuando leo 10 poemas tuyos”. Y yo por un lado –así un poco rencorosa– pienso “pero si eso quiero yo, que te falte el aire”... Y después pienso, bueno, no todo el mundo puede soportar que alguien se esté quejando sobre su oído todo el tiempo. Pero si al final no lo resuelven diré “y bueno, ¿qué página querías encontrar?, no han leído bastante, con aire o sin aire...” En definitiva, yo voy a hacer como todo el que escribe, voy a hacer lo que pueda.

M.P: ¿No creés que tu lugar de la queja es digno?

L.G.H: (silencio) No me gusta citarme, pero hay una fracesita que dice “no hay nada bueno que empiece por ser una herida”... Yo creo que cuando alguien se queja de un dolor, de una herida verdadera, nunca hay dignidad, nunca hay elegancia. Porque por naturaleza, no es ni elegante ni digno el sufrimiento. Es siempre indigno. No pretendo ser digna... (silencio)

Imagino una pelea de muchachos en una esquina. Un tipo puede estar tirado en la vereda, lo pueden estar pateando, pero ese tipo vencido en la vereda puede estarle diciendo al que le pega más (porque es más fuerte o por lo que sea) “vos sos un hijo de puta y yo tengo razón, y mi motivo de queja es el justo”. Martín Fierro venció a un negro y lo mató a la entrada de un baile, y el Martín Fierro no tenía razón. El muerto –que ni se quejó– tenía la dignidad del que sufrió la afrenta, del que defendió a una mujer que no había jodido a nadie y que un bravucón a la entrada de un baile la ofendía sin motivo. Esta anécdota muchas veces la comentó Borges. Señalaba que el personaje del Martín Fierro no era un gran muchacho, que la muerte de ese hombre era un hecho indigno. Creo que la dignidad, si hay alguna, radica en decir cuándo se ha cometido una villanía, una maldad, un crimen, una afrenta en la vida de una persona que no jodió a nadie. Y el asesinato político es criminal, oscuro, es perverso, aún sobre aquel que hizo algo. Porque el asesinato no es una respuesta digna, ni la será jamás. Siempre será una villanía.

M.P: En Tangos... decís que sos una “pecadora”. ¿Por qué?

L.G.H: Qué sé yo... La iglesia me lo diría porque vine al mundo... ¿Yo digo que soy una pecadora?

M.P: En una parte decís “me querías pecadora? Yo te daré indolencia semejante al destierro”.

L.G.H: No, creo que no es pecadora... es otra palabra... creo que es “culpable”. Bueno, después buscálo. Ahora estoy usando en un poema la palabra pecadora, con una de mis frases jocosas más logradas de hace muchos años, uno de los chistes más alegres que tengo en mi repertorio, y es que “de los pecados tengo todas las putas y ninguno de los placeres”. De todas formas, yo he cometido casi todo el abanico de las villanías y de las miserias humanas. He envidiado, tuve celos, he mentido... Aunque hay algunas cosas que no quise hacer, porque me desagradan, la traición es una de ellas...

M.P: Eso te diferencia de la mayoría...

L.G.H: No, porque no creo que la mayoría sea traidora. Yo tengo otras quejas para hacer, con respecto a lo que generalmente fue algo indigno o reaccionario. Y sobre todo con una vocación esclava. Reprocho a la gente que en los grandes temas como... (silencio) Parece que ya decir la palabra “desaparecido” es como una guarangada... pero de ese tema hasta los temas más vulgares... Por ejemplo, yo padecí junto a muchas personas, los cortes de luz del 98 en esta ciudad. Cuando salíamos a la calle, éramos 30 personas que girábamos de una esquina a otra, de un barrio a otro, que quemábamos las cubiertas en una esquina y después íbamos a 15 cuadras más allá y quemábamos otra. Ya te digo, 30 personas, quizás 50, 100... siendo optimistas y ciegos a la realidad 200 personas... Las víctimas de ese apagón fueron 500.000 personas. El hecho de que sean solamente 100 personas las capaces de decir “esto no puede ser” y hacer un poco de barullo, mientras los otros soportan y aguantan y refunfuñan, pero operativamente no hacen nada... Vayan a las oficinas de Edesur, al ente que regula, no sé... pero hagan algo, actúen, defiéndanse, porque si no, como en ese viejo programa de Tato Bores, realmente “nos van a comer los albatros”. Y el hecho de que sean sólo 300 los que se quejan no sirve. Yo estaría siempre entre estos 300, pero no se pueden salvar ni a sí mismos porque son muy pocos, porque no tienen fuerza suficiente. Entonces los otros están en un estado catatónico, no saben que se joden a sí mismos, sino que además me joden a mí.

No me importaría que me maten con tal de que no me humillen más. (silencio) El lugar del humillado... (largo silencio) El lugar del humillado es un lugar desde donde se te quita tu naturaleza humana. El genocidio que se hace a los viejos en este país, la atención de su salud, sus jubilaciones miserables, el maltrato. El endiosamiento a la juventud y al cuerpo espléndido, a base de otras formas de hambre y de ayunos. Así que tampoco el lugar supuestamente espléndido de la juventud es carente de humillaciones. Las chicas de ahora, por centenares, por miles, padecen trastornos de alimentación de todo tipo. Todo forma parte de ese pastiche de humillación, de animales atrapados en un corral, de animales expuestos para lo que elige el matarife. En esa visión, hay muy poco lugar para el hombre.

No disfruto de la literatura panteísta, que alaba “el crecimiento alegre de los brotes de hierba, los atardeceres maravillosos”. Todo eso, además, ya está. Pero lo siento tan alejado de mí...

–Pausa en la grabación. Se habla de muchos temas. De vez en cuando, no puedo evitar observar las fotografías que ilustran las paredes de la casa de Leonor. Entre esas fotografías, se destaca la de Antonin Artaud y en especial las de Humphrey Bogart que se repiten en varios cuadros, como si su presencia custodiara el lugar. Le pregunto qué piensa de los hombres...–

L.G.H: Ensimismada en este rencor que siento hacia los hombres, me gusta decir –incluso a mis amigos– que me da la sensación y tengo indicios recurrentes, de que son todos putos. Yo respeto a un hombre homosexual, que dice “yo soy homosexual”, pero hay una diferencia entre eso y los “vivillos de oficina” o los “vivillos de cocina de bar”. En todo lugar donde haya un grupo de muchachos trabajando, jugando o en un vestuario de gimnasio, o lo que sea, como quien se macanea todo el tiempo se están toqueteando. “Mirá que te apoyo” o “te gusta que te la apoyen”. Y por ejemplo, el fenómeno de los travestis no parece impregnar la vida cotidiana y las relaciones cotidianas de las mujeres. Sí parece haber impregnado la vida cotidiana de los hombres, o que en todo caso, la aparición de ese fenómeno deslumbró de semejante manera porque es algo que parece estar no subyaciendo en capas profundas sino en capas muy superficiales de las relaciones de los hombres entre sí. Y creo que el que va recurrentemente a buscar travestis, tiene comprometido algo más que la curiosidad, porque además es repetitivo. Y los que hacen “uso” son señores “hechos y derechos”, con familia, casados, con supuestas vidas respetables.

Con respecto al machismo. Creo que como toda cultura de dominación, lleva en sí la certidumbre de la dignidad de la naturaleza contraria. Yo confío en un hombre capaz de desenvolverse en la vida respetando a sus semejantes, considerando a todos y cada uno, como un ser merecedor de todo respeto, de todo cuidado y de todo derecho. Todo hombre que no se esfuerce por sostener esta cultura y esta moral, me parece un hombre despreciable. A mí me gusta detenerme en el peronismo... Es extraño hablar con un peronista, porque cada vez que yo he hablado con un peronista, resultaba ser que el peronismo era siempre otra cosa. Para ellos resultaba ser que lo que el peronismo hacía en ese momento, no era el peronismo, que el peronismo era otra cosa. Lo he escuchado en el ’73, durante la dictadura, durante el menemismo, y lo sigo escuchando de cada persona que se reconoce peronista. Algo similar ocurre cuando uno habla con un hombre. Siempre es otra cosa que lo que hace. Conozco pocos hombres que respeten a la mujer como un par con el que deben ser solidarios, compañeros. Y sostenerlo en la misma medida en que él necesite compañía, solidaridad y sostén. Conozco pocos hombres que respeten la naturaleza de la vida de una mujer. El 90% de los hombres trata de la misma manera a una mujer enamorada que a una puta. La trata un poco peor... porque a la puta le paga. En estos últimos años he frecuentado sitios en donde se realizan tratamientos oncológicos a pacientes con cáncer. En todos estos sitios jamás he visto a un hombre enfermo solo. Siempre está acompañado por una mujer. En cambio, las mujeres, en el 90% de los casos, están solas. Eventualmente acompañadas por alguna amiga o hermana, nunca acompañadas por un hombre. Es un hecho llamativo.

Creo que todos los seres humanos somos intrínsecamente, físicamente, seres solos. Abandonados a la buena o mala fortuna. Dentro de ese panorama, las mujeres están aún más solas. (silencio)

Creo que se avanza hacia una cultura donde se va perdiendo el rastro, los logros, de muchas maneras. Así como se han perdido las grandes artesanías. Uno sale a caminar por Av. de Mayo o por cualquier barrio y ve esos balcones, esos detalles de molduras en las paredes, esos estucados, esos techos de pizarra. Son tantos los conocimientos que se van perdiendo, las tradiciones, porque además nadie paga por esos conocimientos. Uno se pregunta, cómo no valoran la poesía, cuando tantas cosas no han sido valoradas y tantas se han perdido.

A las tejedoras indúes les cortaban un dedo indispensable de la mano para manejar los telares, para que no pudiesen competir los tejidos indúes contra los tejidos ingleses. Entonces, la humanidad ha hecho cosas horrendas contra sí misma. Ha perdido y vuelto a perder. Ha pagado para que pueblos íntegros pierdan. A veces, da la sensación de que la humanidad, como naturaleza, no avanza ni un paso. Puede ser que avancen sus construcciones, pero no su naturaleza. Hay que construir más y más para parar a una bestia que quiere sangre.

“Así acabará el mundo, no como un estallido, sino como un sollozo”.

Más recuerdos...

En el año ’72 llegué por una cuestión fortuita, totalmente accidental, a un taller literario, el primero que existió en Argentina. Este taller se llamaba Mario Jorge De Lellis, en homenaje a este poeta. Fue creado –entre otra gente– por Jorge Ricardo Aulichino, Daniel Freidenberg, Jorge Asís, Marcelo Cohan, Irene Gruss, con un espíritu de generosidad intelectual invalorable del cual estoy muy agradecida. Después, con otros compañeros como Sergio Kiesilevski, Luis Eduardo Alonso, Pedro Donangelo, Jorge Barbikane, Nora Perusin, Juan Cristóbal Villafañe, tratamos de repetir esta experiencia de generosidad. Este taller siguió funcionando hasta el año ’77, en que secuestran a tres integrantes del taller, tres chicos de 19 años.

M.P: ¿Recordás sus nombres?

L.G.H: Sí. Claudio Valetti, María Helena San Martín de Valetti –se habían casado hace muy poco tiempo– y Claudio Oistrej. Cerramos el taller. Hicimos todo lo que estuvo en nuestro alcance todos esos años para tratar de ubicarlos, de recuperarlos, pero fue imposible. Hicimos hasta cosas, vistas a esta altura de los acontecimientos, necias y estúpidas, como mandar telegramas al poder ejecutivo, al primer cuerpo del ejército, con nuestros números de documento, nuestras firmas, nuestras direcciones, reclamando la aparición de estos chicos. Fue un hecho devastador. No son los únicos integrantes de talleres literarios que han desaparecido, sé que hay más, no recuerdo sus nombres. Para mí y el resto de estos compañeros, fue un hecho que no tiene consuelo, para el que jamás tendremos amparo alguno.

En el año ’84, nos volvimos a reunir en un trabajo en común, que fue sacar la revista Mascaró, junto a otra gente como Ricardo Mariño y Susana Silvestre. Fue una experiencia muy rica, salieron 6 números, tratamos de hacer un trabajo generoso en difusión cultural, literaria en particular. Fue una revista respetada y recordada hasta el día de hoy. Contó con una excelente diagramación del artista plástico Alvaro Jiménez. Ahora salieron estos 4 libros, Sudestadas de Alonso, Los Soles Oblicuos de Perusin, Electrificar Rusia de Kiesilevski y Tangos del Orfelinato Tangos del Asesinato escrito por mí. No hemos contado con demasiados comentarios ni demasiado apoyo para esta iniciativa de una colección de poesía que esperamos continúe. Estamos intentando poder lograr la aparición de otros libros de Villafañe y Barbikane. La impresión se realiza con dinero exclusivamente de nuestros bolsillos. Yo conté con un apoyo del Fondo Nacional de las Artes, pero lo puse en esto, tratando de zafar de los costos editoriales, tratando de reducir los costos a los de imprenta. Tenemos un imprentero amigo, con el cual tenemos una relación de hace muchos años, y nos hace precio de amigos. Ojalá contásemos con algún tipo de apoyo que nos permita abrir el fuego a propuestas más generosas que incluya la posibilidad de editar a gente que no cuente con dinero para editar.

Sobre el conocimiento...

¿Qué es lo que advierte una hormiga a la cual pisó un tractor? ¿Qué advierte la hormiga de ese fenómeno? ¿Qué reconoce del tractor?. Creo que mucha gente vive así. En todo caso, el tractor la aplasta, pero no vive nada del hecho dramático de ver venirse al tractor encima, de advertir que su velocidad no alcanza para salir del espacio por donde el tractor pasará. Entonces hay como un contento, porque no lo advierten.

El equilibrio está dado por grados de conocimientos. Nunca la felicidad del que comprendió algo, del que advirtió algo, será igual a la del que no sabe, a la del que ni siquiera sospecha. Parece ser que en “el libro de los libros” –La Biblia–, si hay algo castigado, es el conocimiento. Cuando Dios hecha al hombre del paraíso, lo hecha por haber probado el fruto del árbol del conocimiento. Se puede observar la historia también como un castigo sobre el conocimiento. Es una lectura posible de la historia. El conocimiento es siempre una desobediencia.

M.P: En Tangos... hablás mucho sobre la orfandad...

L.G.H: Como te decía antes, me interesa establecer esa vinculación entre el crimen político y sus formas germinales en la familia. Porque creo que en mi generación –la de los 70s– existió una forma de expulsión familiar, una forma de castigo a la desobediencia, de desobediencia al modelo cultural y moral que existía hasta esa época.

El tema de la orfandad registra o intenta registrar un lugar, un lugar de indefención social que nació en la familia. Un lugar en donde la familia participó para crear, donde participaron los vecindarios, los colegios, las universidades, los gerentes de fábricas... Por esto pudo ocurrir. Los grados de responsabilidad por supuesto no son los mismos. Digo solamente, que toda esta crueldad pudo existir, porque hubo una crueldad social que de alguna forma también participó de este hecho. Es muy amarga la visualización de estas cosas, porque no hay una interrupción profunda, porque no hay una seria revisión social de los sucesos. A mí no me gusta revolverlos con una suerte de gusto obsceno. Si no se aprenden nuevas conductas de amparo socialmente, como los asesinos están ahí y caminan por las calles, esto en algún momento volverá a ocurrir. En las primeras manifestaciones que logren rearmarse en repudio a formas de vida injustas, aquello volverá a ocurrir.

Yo ni glorifico ni defiendo el mundo del delito. De todas formas, creo que si una persona es expulsada de toda vida digna, útil, generosa y placentera, si no tiene oportunidad de desarrollarse armónicamente en la vida, la elección del mundo del delito es por lo menos, una forma instintiva de defensa de la vida. “No me dejás laburar, no puedo acceder a la salud, a la educación, a un lugar civilizado en el mundo, bueno, entonces me refugio con los míos, con quienes están en mi misma condición, en un mundo incivilizado y que se salve quien pueda”... Creo que ésto es lo que genera el mundo del delito. Hoy, cualquier persona mínimamente afectada por la posibilidad del robo, porque le entren a la casa y les saquen sus electrodomésticos, pide sangre, pide muerte... No se detiene ni por un instante, a pensar y a exigir el cambio de la situación que obliga a la gente o que le da un libreto incontestable a la gente que elige el delito como un lugar de retención de sus derechos a estar en la vida. Toda esa caída sumamente hipócrita sobre el dolor ajeno, es hipócrita porque nadie se anima a poner en su boca las palabras que hablan sus actos.

Los “escuadrones de la muerte” en Brasil, que donde encuentran a un chico durmiendo en un umbral lo matan, muestran el pensamiento cruel y mezquino de esta sociedad, sin hipocresía. Ese chico, cuando tenga 14 o 15 años saldrá con una navaja y le cortará la garganta al que pueda, para sacarle un anillo o la billetera, entonces lo matan. Como no están dispuestos a hacer algo para evitar que ese chico duerma en el umbral, lo matan. Ésa, es la expresión moral de este mundo, sin hipocresía. En cambio, en esta sociedad argentina, que dice “yo soy honrado, yo trabajo, yo todavía retengo un lugar en el mundo porque tengo un salario, una obra social, entonces no quiero que un desprovisto de éstos me ataque. Pero yo no le deseo la muerte a un pobre niño que duerme en un umbral, quiero que a los 14 o 16 años lo mate la policía”... Son juegos de espejos... (largo silencio)

M.P: En los niños, en los que están por nacer... ¿ves un cambio posible?

L.G.H: Por lo que uno ve en estos últimos 10 o 15 años a nivel mundial, yo no veo progresos, yo no veo un crecimiento del pensamiento humanista, una posibilidad de desarrollo... Ahora están en boga los derechos internacionales del niño, en los colegios les enseñan los derechos que supuestamente tienen los niños, pero basta de mentir... los chicos siguen siendo los desposeídos, porque nacieron en un lugar donde nada se posee, siguen siendo los menos elegidos, siguen creciendo los ofrecimientos de prostitución infantil hasta en internet... Yo creo que estamos en un mundo donde todo está todavía por hacerse. Tal vez se halla avanzado en el campo del pensamiento. Hoy se tienen herramientas de pensamiento, estructuras filosóficas complejas que repudian que esto suceda. Falta que se haga lo necesario para que esto no suceda...

La experiencia social, indica que el que eligió un camino de rechazo a la injusticia, al soborno, a la hipocresía, en la vida no le fue bien. Y aquí en Argentina hay una experiencia muy clara: al que intenta algo distinto, lo matan.


 

Leonor García Hernando

Tangos del orfelinato/Tangos del asesinato


Tangos del orfelinato

No hallarás nuevas tierras, no hallarás otros mares.
La ciudad te seguirá. Vagarás por las mismas calles. Y en los mismos barrios te harás viejo;
y entre las mismas paredes irás encaneciendo.
Siempre llegarás a esta ciudad.


C. P. CAVAFIS


si el desastre fuese pudoroso conmigo,
yo sería. pudorosa con él, supongo
pero siendo así las cosas, yo también soy lujosa.
Tener y no tener sería la novela de mi
pasión rota de lencería, inundada puntilla del corazón,
Tener y no tener

si esa rubia de peinado violento sonriera
con menos placer, la vida sería, en fin, menos canalla
la camisa que la cubre de seda blanca no mejora un paisaje de lenta desviación
y al fondo del mostrador, rancio, con anillo de sello en el
anular que se hunde en ceniza, un hombre mira a su
acompañante
Mejilla a mejilla sería la novela de mi
pasión

cheek to cheek cantaría mi novela la
voz de Sarah.

 

caricia de tu mano breve
el placer, el desdén, el vínculo perverso que retiene a los
desdichados en la pecera del abrazo
breve
el clima de la fiesta se pierde como aguas de riego entre las
franjas del balcón.
La fiesta se apagaba
era el vientre de un insecto luminoso que se sostuvo un
instante en el aire que encierran las manos de un niño
breve Tangos del orfelinato.



el cabello cortado a navajazos sobre la
frente
y el largo paredón de la curtiembre para que los ojos
miren agrandados en la delgadez del rostro
sombra de las niñas expósitas sobre los pómulos
soy la que mira con insistencia caer los granos de sal
sobre la babosa que se disuelve en las baldosas del patio
auyentar con la mano esos rotos
mechones que molestan la frente
soy la dejada con una manta en los hombros la tocada
por la sospecha

me querías pecadora? Yo te daré indo-
lencia semejante al destierro.

__esa blanda extensión de campo se ve
desde la curva de la ruta
murmurada en ajustados labios, estas palabras que a
nadie atraen, que nada piden como otra respiración.
Un alambre corta la planicie delgado arpón clavado en
un horizonte esquivo temblores en un páramo errado.
Se escucha rasante el quejido de los motores, exigidos
por una velocidad que es pánico
el pedregullo salta en la banquina escasa magros fuegos
de artificio que se extinguen en lo que tarda un camión en
recorrer la curva con su acoplado de bestias para entregar
a los matarifes
una palabra murmurada en ajustados labios
pronto la sombra apretará la tierra
desaparecerá el campo y las tenues flores de alfalfa en la
intemperie cenizas que el viento afloja
bocina atónita en el desvío de un muelle de cal
¿seré tan triste como esa palabra que en
mi boca se retuerce como un lagarto blanco?
rosa de piedra en la boca de un lastimado

cenizas en la curva.




y ella dijo: __ avanzar en la noche de
pasillos circulares con una vela en la mano.
A veces, un escalón de piedra me hacía tropezar hongos
de un rosa viejo, cicatrices
y después esa carpa de lona junto a las vías, un llanto de
animales atados, la ráfaga con un quejido de ruedas
girantes en carriles helados.
La noche era hundida como un balde en un pozo.

Temblorosa llama. Las gotas de sebo impregnaban el
vestido de viyela gris
era triste entonces?. Era descalza en un
corredor con su extrema claraboya cayendo en el
descampado?.
Supongo la mirada extraviada en una noche al fin plana
sobre el pastizal
y el miedo como una respiración en la nuca rapada

Atardecía cuando me cortaron la trenza. Cayó circular
al canasto.


el devoto paso de los animales a las
aguas.
En plástica humillación, ese recorrido elude todo infierno.
Ellos están mansos en su olfato. Conocen su deseo como
nosotros las marcas de la frente
una tensión de bestias en el polvo
y las lenguas pesadas, entregadas al paisaje que aguarda.
La huérfana soy yo entre los animales
que embisten empecinados.
La huérfana soy yo sin mandato que
termine con la sed
soy la que está en el fuego de la estampida.
quizás en mi monedero sostenga,
remota, un arma pequeña, de dama, adornada con
incrustaciones de nácar
un instrumento cursi para matar.


un vestido de viyela opaca, con pespun-
tes en los puños y el cuello que cae en envejecidos pétalos
bordeando la garganta. En la pechera también pespuntes
y botones de un menguado azul.
Para ese tablero agrio de escarcha
un derramado vestido en patios de invierno.
nada palpita en esta franja que la desidia
absorbe
una película que el ácido impregna
revelaciones en un ámbito negro


y después ese tiempo de convalecencia
el pabellón con una suave fila de camas de hierro frente a
largos ventanales
ir hasta los vidrios con un rengueante
camisón de franela cubriendo el deterioro
el campo es una helada curva hacia la ruta, el plateado
sonido de los álamos, portones movibles que separan
camiones tapados con lona, cortezas empalidecidas por la
cal, las líneas de alambre manchadas de ligustro
paisaje blanco espuma de la peste
el cartel de chapa se agita en la intemperie, como la
bandera de una patria se desparrama para cubrir el
cuerpo de sus tullidos
un amargo olor quemado desprende la
estufa con velas de loza entristecidas por el humo
las sábanas se derraman en los mosaicos
sin orden. El ventanal dilata un páramo de arcilla
empapada. Dibujos de agua adornan la tierra fría
ventanal de La Matanza

tengo mi zapato en la mano
de cordones apretando el cuero, de alta suela negra:
un zapato de invierno.


la taza debe parecer excesivamente
blanca en contraste con la boca pintada -- No deberíamos
acercarnos a objetos tan nítidos
envuelta la garganta por un extenso
pañuelo de gasa, todo rostro es más plácido y se esfuma
como una lancha en esa agua extrema donde el cielo deja
de fluir
no deberíamos acercarnos a objetos tan
nítidos
una taza un sobre en el que la lengua impone un
poder; las uñas esmaltadas de rojo y tres desnudas
cebollas en el mármol
no deberíamos acercarnos a esa brus-
quedad del objeto que satura como un golpe
no deberíamos ser honestos en el terror.
Mejor palidecer como esa línea de álamos en la tormenta.
Mejor estar callada mientras la fiebre unta las sienes con
grasa de ciervo
mejor esperar a que las hojas del nogal apacigüen el sende-
ro de piedras rojas. Parques con una pálida herida de
mármol pierden su agua rara, lastimosa hundimientos
en la frondosa oscuridad.
no deberíamos acercarnos a objetos tan
nítidos.
Zonas que no conocen piedad.



ortigas quiere la desilusión ortigas en
canastos con tierra removida y la boca de mi padre
hablando de los muebles de entre los que me sacó
"un remate, decía, de muebles rotos, sucios,
desclavados. Ahí estabas dormida y te compré"
_ ¿cuantas monedas, papá, quitaste de tu chaleco para mí,
por mí?
"pocas, hija, pocas"
_ ¿debo entonces unas monedas eternas?


el murió hace ya 6 años. Un hombre
viejo, rencoroso. Pasaba días sin afeitarse.


como si un hombre entrara a una habitación
y encontrase el brillo de un animal hundido entre
bambúes agudos
y la respiración de lo que sufre fuese el deshacerse de un
papel que el fuego consume entre los dedos
y la mujer __ese animal enfermo__ pidiese agua con los
labios abiertos hacia la noche que es tinta en los vidrios de
la ventana
como si un hombre entrase y cerrara tras
de sí la puerta.
El hombre se completa afirmándose en una herida que
sabe vulgar

la susurrante erótica es sólo ese estorbo entre bambúes.


un cuerpo lastimado está tendido, boca
abajo, sobre mi pecho. Un calor de sangre se derrama en
mis piernas el calor de un cuerpo que olvidó la
vanidad y sólo descansa
el desdén muerde del corazón como de
una escudilla el perro de la casa. La rotura que la lluvia
hizo en el techo está sobre mis ojos
si se dilata luz que el foco arroja, ya no
tendré verdad, ni mentira

el pudor requiere de tenues construcciones.



de aquel hombre no le creo la herida.
Cuando la cicatriz estire una línea de escurridizos bordes
llameantes
tampoco creeré su herida.
¿por qué confiar?. Si yo hubiese sido así
lastimada, a nadie le daría una verdad
ni daría dátiles. No le daría nada a nadie.
los desesperados no son confiables. Sería
un idiota el que arriesgara por mí su moneda. Sería un
encandilado por el quejido por el frenesí del que ruega
calmantes con labios blancos.
no hay gloria ninguna en la mutilación
ya no creo en heridas. No creo en la sangre derramada.
El viento se retuerce entre altos pastos. Los jugadores de
cartas miran sus diamantes y saben que es poco.
Las aguas turbulentas golpean ventanas opacas, de
vidrios empañados por un aliento roto y esa mirada
desvalida del que perdió, se entierra en mi garganta como
una respiración intrusa.

de su herida no es cierto el tajo ni el
olor de la gangrena ni la navaja que como un pez sutil,
ha quedado en el acuario negro de mosaicos.
Sólo esa manera de aproximar el cuerpo
al lavatorio, de raspar con una esponja la falta, tiene algo
de verdad
y no es amor lo que pierde la herida,
no es la fatalidad de una pasión insensata.
Es sólo sangre.



El gesto que con la mano en alto, los dedos molestando
el aire, dice adiós
es el gesto de las mutaciones
devorado por la intensidad de los aviones que cruzan la
pista.
N No volveremos a estrecharnos las cabezas desnudas
bajo la ráfaga.
N No volveremos.
Somos el desesperado giro del insecto tocado por el
veneno.



y ella dijo: __sueño y desorden. La noche
me da estos frutos porosos.
No me quejo del azar.
No me quejo del llanto de los animales atados,
ni del hambre de la noche que come los objetos y los hace
carne de su oscuridad
y ella dijo: __se supone que hay algo
pesado en mi corazón.
Mis piernas son blancas, sin solear y de una pereza que es
la turbia apariencia de la sangre.
Se me supone iluminada de frialdad y de astucia;
en el desorden pero estéril,
acabada por un aprendiz que hizo lo que pudo.



y ella dijo: __no verás las hiedras de la
inquietud,
ni de las piernas ese luto de medias retornar su lento flujo
hacia los tobillos
del corazón su aspecto de cuchara de alpaca no será para
que te ofrezcas como un moho
ni dejaré el cabello caído como otro rastro de sangre en la
madera.



y ella dijo: __la puerta se cierra con sólo
empujarla
creo, no te hablé del entierro la bandera de ébano
cruzada en la frente
del pantano no te hablé. Y es mucho escuchar una memo-
ria completa de fango ese gotear de abandonado
patio, ese deambular de araña delgada en un pozo
del entierro recuerdo la botella lacrada
envuelta en telas flojas y el pequeño cajón de madera de
sauce. No es mucho para celebrar palabras de la
ciénaga inundada boca que oprimen los labios raros
del amante
con sólo empujarla __dijo__ la puerta se cierra.



estoy rota de asperezas. Conocer la
trampa adelgaza los tobillos en la maleza. La belleza del
iluso es promiscua entre dientes. La sangre confunde
se vive de devoraciones. Se vive de pobres resultados
si la tensión entre sorpresa y desilusión
fuese otra, ¿qué haríamos recorriendo el cementerio de
automóviles?
Paseamos entre el engarce lujoso de viejas carrocerías,
cuerpos que la velocidad arrojó entre chatarras flores
consagradas de herrumbre y menstruación blancos
crecimientos de corpiños y faros pedazos de lo que el
clima agotó.
Sin responsabilidad se podría repetir la historia del
crecimiento desde la medias embebidas en callejones de
adobe y lluvia.

y ella dijo: __ todavía rastreo la rotonda
donde se desmayaban los ómnibus, sus macabros olores a
comida y abandono y la triste acumulación de diarios
junto a la chapa.
Nacimos para retroceder hasta este lugar de encono.
Algo del humillado deslizarse del escarabajo sobre
acumulaciones de turba.
Esa musiquita que supura el altoparlante del parque,
me puso enferma estoy de tobillos torcidos, de lenguaje
errado y vamos hacia la intensidad de una pared que fue
azul y ahora es ceniza fría
el relato de estas heridas
unos pocos objetos devorados con nosotros; amantes y
escombros
y crónicas de los cuerpos desnudos en las zanjas.



y ella dijo: __mira el desorden en el
espejo. Es mi rostro ese paisaje de arcillas húmedas, esa
confusión de ramajes en la niebla.
Quítame ese miriñaque bajo la camisa de viyela gris
quítame el deseo los amargos brotes del ligustro
quítame los párpados y que la tierra pese sobre los ojos
hartos
__ y después nena ¿vas a callarte?
y ella dijo: después si me quitas el deber
de apartar los labios y respirar,
si me quitas el orgullo de la frente,
si me deshaces como a una rosa manoseada por un enano,
si me haces daño sí, por favor, repite ese bolero
quítame la vida huérfana y todavía arrastraré mi
mano para que la sientas fría sobre tu vientre.



y ella dijo: __ no la dejes pensar
permite que la caja negra se hunda en aguas
no la dejes arrimarse a las palabras como a
un terreno anegado.
Ellos tienen el cierre de las braguetas abiertos y pierden
credenciales con números errados
¿qué juego están haciendo?
no se llevan las avispas que andan en los frutales
y los muñecos de felpa no duermen en los parabrisas
reventados
está anocheciendo en Austria pero ella no
debe pensar; no debe abrigar sospechas sobre botellas
caídas en el mármol
y ella dijo: __ son pasajeros en un taxi. No la dejes hablar.
Ellos protegen su locura con bocas vestidas
¿quién es ella para olfatear al animal que se
agita?
los desolados arriman sus frentes en el va-
cío
y la vida es esa cruel mirada femenina sobre las manos
que tiemblan.


TANGER

puerto al norte de Africa
prostíbulo al sur de Buenos Aires

animales del desierto
huesos de la noche helada en arenas inmensas brillan
como rústica nieve
insisten en blanquear en la noche esférica
alucinan como gasas de hospital caídas en un balde eterno
animales de la pobreza
huesos de fósforo frío fulgor de lo que inmóvil envejece
con una acumulación intensa de desprecio
una lepra del paisaje que el "pampero" raspa,
animales del ardor
espinazos de un agua consumida y la luna astillada como
otro hueso en el cielo seco
Tanger animales del prostíbulo
el puente pesado de camiones y reses que pierden su
sangre trágica en la velocidad
animales del calor que fermenta
del invierno que rasura las uñas con espuma rancia
animales del desorden
de lo que espantado, exige de los bordes otra dulzura que
no está
animales de presa de largos cuellos
dóciles, de gruesos hocicos ávidos
huesos de la belleza
lo que dura en la intemperie vasta y alumbra los túneles
con los lánguidos tallos de luz de las antorchas
huesos frágiles
animales del pudor de enrojecidos
pómulos silvestres, de cielos ingrávidos sobre pastizales
mansos
animales de la infancia en Tanger
en los focos purpúreos frente a los espejos
ciruelo de flores nítidas
y esos hombres acodados a un mostrador que es humo
los ojos desbastados, ilusos la lengua como un naipe
pesado
hombres marcados contra muros blancos de hospicio
con una sed que calma el gin y otra sed que persiste
como una cicatriz
bajo las arcadas el cementerio de automóviles y esos
animales del desastre
con camperas de un hule agobiado
un perfume a violencia el pulgar sellando muslos
ceñidos en redes negras sentados perplejos en bancos
del lupanar
animales de Tanger.



ha sido una tarde espléndida sobre los
viejos plátanos que rodean la terminal de ómnibus
y ella dijo: __ no hay nada bueno que empiece por ser una
herida.
No quiero esos obsequios miserables.
Era una niña de sienes desordenadas; una boca de
labios gruesos acurrucada y saliente como una cornisa
cuál era mi ofensa? qué perdería cerca de las lanchas
que derivan? qué perdón no alcancé entre cortezas
qué arrastrado manto, qué lunares y las palabras rarísimas
caídas en el umbral helado?
y ella dijo: __ atardece con hojas de una pobre suavidad.
No es poco ser olvidado. Quedar como una cáscara en
el verano del agua estancada.
No es poco tocar la repugnancia de tu madre al mirarte
y saberse tan cercana al musgo, tan porosa y ataviada de
vendas.
La tarde mueve sus pliegues caballos de tinta que se
acumulan esta ilusión de porvenir y derrota
nadie despide mi cuerpo
nadie pone su lengua en mi vientre
no quitarán mi blusa en las sombras. Las suaves
construcciones de seda japonesa adherirán poco más que
azulejos salpicados de sangre
y ella dijo: __ tenía una poética de lencería
qué hacer ahora con esas enaguas, esas caídas del satén en
los tobillos?
tantos pliegues el vestido de profundo escote para
bailar sobre baldosas frías el salón inmenso de tangos
donde he pedido
y me quitaron más y más
y todavía el pezón sobre el "cuore" lo han arrancado
tantos pliegues un borde marcado de encajes
mínimo telón para las piernas que se ocultan y aparecen
es tarde en las hojas que oscurecen impregnadas.
Oculta por un antifaz, podría acercarme a las carrozas
y collares de una palidez opaca, con sus lentos roces sobre
la herida; consumen el paisaje inestable de la fiesta.
Queda el desierto con su almendro de leche
y ahora, bajo los pliegues, el ancho cuchillo de cocina.



No tuve sueño. 0tros dormían en largas camas despo-
jadas.
Tardaba en regresar al Hotel para desnudarme.
Pude durar como un mostrador en el humo de la
inocencia.
Había astillas que enganchaban las medias para
dejarme suspendida como una araña de agudas patas
violetas.
Había un pequeño ventilador sobre la mesa de luz y al
rotar sus aspas, alguien murmuraba en la pieza
qué olvidar? esa caja de víctimas que guardaba celosa
entre enaguas esas adolescentes de acuario; sus
delantales desparejos, arrugados en el encierro
éramos bellas en el secreto de un cuarto agrio niñas de
mí bajo la hiedra pobres fotos arrancadas del relicario
familiar.
Alguien bajaba las escaleras y las maderas del pasillo
se estremecían.
El calor se podía tocar como el cuello de un animal.
Sonreía estúpida en el espejo del armario como quien
sella con lacre la carta que confiesa una infamia.
No dormía. No tenía sueño. Deseaba que un asesino
me visite y tenía 20 años
¿por qué no me lastimaron con un cuchillo?
estuve alerta bajaban las escaleras pero nadie las subía
por mí
un blando perfume de violencia se sacudía como un
insecto.
No tenía perchas. La ropa que lavaba se acumulaba sin
planchar.
Deseaba ser vaga y misteriosa. Sólo atinaba a desplegar
las manos en el lavatorio enjuagando pañuelos.
El invierno era azul en la ventana alta. No había
paisaje. Un vidrio helado era imagen de luz y de borrasca.



y ella dijo: __ estuve ausente en esos días
de invierno.
Retrocede la sombra de la hiedra, como un culpable en el
porche oscuro
y ajena a la rejilla que traga las lluvias en el patio
estuve en otra parte. El mundo era vastísimo exis-
tía otro rincón donde entregarme y allí estuve; sumida en
el temblor del acorralado.
Vuelve el verano como un animal lustroso y jadeante;
empecinado en embestir la puerta de mi casa
pero no estuve en los días de invierno. Necesito la helada
monótona, el brusco descenso de la luz.
y ella dijo: __ mañana otra vez es tarde.
No estuve frente a la estufa cuando repetía sus simulacros
de fulgor. No estuve sobre el plato de estaño. Delineada de
vicisitudes, mi boca era hambrienta, de una torpeza
antigua
suponía roces de arenas,
suponía el ascenso en desnivel de las vías congeladas
y ella dijo:__ ¿no es inútil recordar el
invierno en que dormía en otra estación aislada?
los contornos del banco en el andén se disolvían en
sombra
y no era invierno
y ningún clima cierto me daba su apariencia.

Fui quitada de la razón
apartada con sandalias en la nieve.



y ella dijo: __ sospecha de esas blancas
formaciones femeninas, con mucho taco, con mucho rubor
en los pómulos altivos.
Sospecha del rouge espeso que transforma la boca en
trazos de profunda herida
desconfía del raso, del satén, de aquello suave al tacto que
desparrama en tu vientre, como una mancha de aceite, tu
voluntad de asesinar
sospecha de los primeros pudores y de las últimas lágrimas.
Si ella es rubia y procaz, desea ser reducida a escombros.
Si es oscura y caprichosa, no se calmará hasta tener un
balazo apartando en mitades simétricas su larga garganta.
Padece esa suavidad sabiendo que su contacto es
venenoso.
y ella dijo: __ dime horror que me calle !
dame belleza y sabré ser estúpida.



y ella, dijo: __aceptaré otro día tu invitación
otro día, con otros ramos cayendo en adoquines
otra invitación, a otras sábanas,
a otro raspado paisaje que se demora inútil.
Tendré otro cúmulo de turba sobre mi boca,
otro aire encerrado entre el corsé de láminas de vidrio y la
piel como otra lámina de una revista antigua viejas
sofocaciones rostros con pómulos iluminados por
lámparas de estudio
y ella dijo: __ otro día tu invitación será estéril una y o-
tra vez.
Si rozas la cicatriz en mi cuello sabrás de mi trato con
otros criminales.
Si aferras mis muñecas la infancia caerá en un charco
de sangre.



Anochece sin dejar rastros.
Elefantes de sombra crecen desde la estación y avanzan
como pesada emanación de los trenes.
El calor se prende en los techos como un broche
antiguo y en las terrazas, el alquitrán reblandecido se
derrama como algo viudo que no encuentra orden
y ella dijo: __ han visto en la ventana mi
cara de víctima. Es marzo. Pronto mis amigos bailarán
boleros en el patio y es engaño esta liviana alfombra de
hojas en la vereda ancha.
Anochece y no quedan restos.
Se aglutinan las voces en un fango de.palabras. Durante
días llovió en Once y ahora el barro perdura.
De aquellas tardes, el resplandor del agua en las calles, el
viento agrio que apartaba y manoseaba las piernas de
mujeres fijas en la intemperie como un contorno en una
moneda, los zapatos con una humedad de pozo y la
tristeza con su resuello de animal carneado.
Pronto los amigos bailarán boleros en el patio porque
es bello querer en vano y girar en baldosas frías.
y ella dijo: __ el columpio en la nieve
continúa quieto. Nadie te recuerda con zapatos blancos
izada como un trapo rendido.
Nadie repite tu nombre con rencor
nadie te imagina,
lenta y delgada como una cinta de pasto crecida en el
fango.
Anochece y los escombros se hunden en la fuente del
parque.
Recibe de mí este arduo quitar las hojas secas de la
hiedra.
Los animales que maúllan entre arbustos, quítalos, no
les permitas continuar en mi nuca implorando
recibe de mí este lastre: la saliva de las enamoradas
corroyéndose en las bocas de piedra y aún el musgo que
cargan los objetos deslucidos y ajenos.
Se repiten las luces curvas de las lámparas en mitad del
empedrado. Se detienen los ómnibus en el galpón helado
y la pena es ese columpio vacío sobre la nieve.
Recibe de mí el aullido de cachorros atados; sus hocicos
húmedos que olfatean la sangre de los lastimados como
algo familiar
y entonces toma de mí el sombrero que oscurece la boca y
la enagua que resbala por los muslos como mercurio sobre
una mesa de billar.
Toma de mí esa inocencia: aceptar las caricias del
asesino.


Tangos del asesinato

Desde la mitad de su crecimiento las mujeres son
cuidadosamente envenenadas

MAX ERNST


Todo es desorden.
No pidas otro lugar que aquel espacio de cardúmenes.
No devores otro pan, otro licor de sueño.
No pidas otro rencor que esta mesa que tanto has
codiciado.
Yo no soy tu pesadilla y no puedo consolar el cansancio
de los materiales.
¿Para qué deseas tu pequeña maceta con tulipanes
misteriosos?
¿y las alfombras de pesada lana donde los pies se deslizan
como algas en la oscuridad del mar para qué?
Yo soy la que te dice que tu suerte es poca cosa. Sólo la
trivialidad de tus cabellos cepillados para que brillen hoy
en la tormenta.
estúpida noche estúpida en todas sus ventanas sus
bancos de cemento en parques vacíos. Llueve con
agitación
no hay horror si uno respira con suavidad sobre los
vidrios. El paisaje se empaña. Regresan las hojas del nogal
apretadas por el remolino
y este rincón, esta mesa de estuque rojo, parecen ser
pasión de muchachas advenedizas. Las invitaría a
retirarse si la calle no fuese tan brutal; pero estos pasajes
+que perfuma la mandrágora no abrigarían a unas mu-
chachas que se alejan con perlas en las orejas.
No soy tu araña de gruesas patas angulares. No soy tu
destino errado.
Responde al terror con otro veneno en los labios.
Cuando miras a tu padre romper botellas contra el marco
de la puerta cuando tu madre se mueve con un
arrastrar de toallas en el pasillo y los niños están con sus
opacas cabezas cubiertas por una sábana de lino. Si tu
hermana clava su mano con el huso de vidrio y la belleza
la duerme agotada
y la enfermedad palpita en esos dormitorios donde no
quieres entrar porque ahí es pobre tu cuerpo, porque allí
tus uñas crecen curvas y los muebles tienen esa suavidad
inconclusa de la demencia.
No creas que mi rostro de barco es para esos corales.
No soy tu naufragio. No soy el fuego que mentía un
faro en la playa de piedra.
La tormenta es inmensa sobre los autos estacionados en
la avenida. Esa es la verdad: no queremos mojarnos
se desbordan las alcantarillas, se deshacen los papeles
arrojados por el paseante con dedos idiotas y una pasta
hecha de sucios fragmentos, del reflejo de difíciles ojos
impregnados; va cubriendo el asfalto de desviaciones.
Sollozar no sería dramático es tan escasa esta noche,
tan ingratos sus mástiles banderas de cenizas sobre
nuestros hombros desnudos las nubes se mueven
estremecidas y pequeñas, frías luces disminuyen en
sombra
y ustedes cuentan el gemido de la madre en el dormitorio
de paredes bloqueadas. Ustedes, que han visto al padre
golpear a la madre como un paisaje de campo desde la
ventanilla del tren.
Ustedes que no han nacido y están rotas como los
pequeños huevos de codorniz hurgados por la comadreja.
Yo no soy nada de esa corteza amarga que empujarán
contra los dientes, invierno comido por invierno. Sube los
peldaños de la escalera y mira
yo no soy tu destino. Sólo soy la que lleva la vela en la
mano e ilumina el descampado.
Además están los sencillos manteles las hamacas donde
el sol ilumina tu cuerpo temeroso el amante que te
obsequia un collar de perlas y al inclinar la cabeza,
escuchas el sonido del broche cerrándose
los cuchillos que brillan sobre la mesa de la cocina, o el
ruido de la loza en la pileta, serán todo el placer.
No soy tu destino. Siempre es amargo el deseo entre
objetos olvidados. Soy la que atraviesa la escena con su
candelabro de hierro
soy la que atraviesa descalza el monte fúnebre donde
brillan los dientes de jabalí.



LA INTENSIDAD DE LAS VICTIMAS

con guantes de encaje
vienes a romper mi frente, mi aleta de nadar en la avenida
sucia
¿qué quieres de mí, más que ese corazón
que comes de entre enaguas?. Tu delgada cucharilla
de plata escarba su lenta carne idiota.
No mires aún los círculos tristes de mi oído. No hables
sobre la cabeza inclinada en el mimbre esta guillotinada
debe todavía? ¿cuántas monedas de púrpura fiebre?
la indigencia en túneles no es suficiente.
Me quieres con el foco en la frente, como una muñeca de
loza en el teatro cerrado
este estrellado cielo contra mi nuca
esta mano de tinta en el cuello quebrado
hay una intensidad en las víctimas
un esplendor en esos ojos alzados hacia el que ajusta un
pañuelo de seda
hay una intensidad en las víctimas
en la sombría indiferencia con que levantan la frente
cuando la piedra es lanzada desde las terrazas
una impresión de sello en lacre tibio.
He de dormir después atropelladamente un
automóvil plateado sobre un gato tuerto, en la ruta a
Dolores. Lo vi hace 16 años y el gato fascinaba con su
único ojo abierto en el pavimento ardido. En la banquina
blanda como un arrozal, el vapor saturaba los nervios. Lo
brutal sucede tan rápido
y ha quedado esa oscuridad del grisado asfalto extenso
también en mi corazón
detalles en los abismos flores que crecen rarísimas en
la pendiente abrupta pétalos y agua fangosa que se
estiran en un fondo atravesado el crimen que agita las
sienes el sol contra el agua final de ese paisaje roto,
para que llegue descalza la intensidad de las víctimas
recuerdos que caen pesados y fatales en un deshacerse de
plumas pequeño navío de velas pálidas que el
atardecer consume suavemente
detalles ¿sutilezas? pequeños bocados de un pan
rancio desviaciones que son desgracia sólo para el
desgraciado.
Otros pasan rasantes sin hundirse
sólo los intensos resbalan con la espina dorsal arran-
cada como una mala hierba de entre los pulmones,
los dedos negros de arañar terrones y el creciente cabello
de los muertos en la noche de una tierra partida
puedo contar algunas cosas porque he
dormido en vigas secas y puedo hablar de algunos
sucesos que ocurren en las estaciones de tren al
contemplar a los amantes que tiemblan
y puedo preguntar, sí, seguro que sí,
puedo pedir alguna explicación porque la estafa ha sido
altísima
porque me han quitado dientes en los intervalos
y perdí papeles en autos que sangraban una luz rojiza
y puse mi rostro entre las uñas, sin poder respirar,
pedí deseando verdaderamente que me den y no me
dieron
candelabros y fragmentos que el agua inunda bibliotecas
en sótanos sumergidos algas en un temblor que es de
rezo nocturno
yo no pedí venir a esta casa a esta
división de las manos sobre materia ácida
quítenme este sombrero de paja de la
frente estas enaguas estas construcciones que me señalan
quítenme ese aire confuso ese olor a
remedios en un cuarto cerrado y caliente ese manto
sobre los hombros débiles y aún así la intensidad brillará,
su rareza será un esplendor en la noche de ráfagas su
estación será el verano de un agua estancada
y todo por preguntar: ¿por qué somos intensas las
víctimas?
¿por qué nos distingue el daño entre los nadadores de la
piscina?
¿por qué vinimos al mundo para sostener un estuche de
fósforo?
no pedí esta docilidad de las sábanas
que cubren el cuerpo desnudo no quise la gramilla
del parque fisurada por fuentes de piedra
no pedí esta fiesta de rosadas flores de hule y las pupilas
dilatadas en el calor de boleros
porque hay una intensidad en las víctimas
porque camino entre jardines enrejados con un búho
blanco en el hombro
yo no pedí venir no quise que los altísimos techos
negros fueran sostenidos por columnas doradas no
quise esta losa grabada en mi boca
me hiere como otro alfiler clavado du-
rante mi trabajo de costura ver los labios de los que dicen
amarme.
La intensidad sumerge las palabras que se dicen al oído
con el musitar de un moribundo
no pedí venir bajo estos carteles que en la noche subida
palpitan como animales cansados no quise estos gru
-mos no besé su garganta para dormir con agua de es-
malte frío sobre los párpados. Sólo ayer dormía con un
cuerpo olvidado sobre la hierba y tuve unos días de sere-
nidad sobre los lunares de mi pecho
y pasaron días inmensos, de frías rajaduras en los vidrios,
sin que nadie pregunte por mí, sin que a nadie aflija mi
cabeza rapada
yo no trato con pequeños incidentes
aquí estoy mi boca de cine mudo aguardando su
bermellón pastoso como una sangre reciente
la capucha de piel caída en la espalda.
En un cuenco de madera sostengo la vela de cebo
marchito e ilumino el corredor
hay una intensidad en las víctimas
hay elegidos para la caricia
y hay elegidos para la navaja
he dado mi luz en un pasillo que se hundía en puertas
entre esos grises deteriorados de paredes que no se
ventilan
es intenso el pasillo de los retenidos
y es intenso y confuso el lecho de las asesinadas.



estamos abiertos otra vez un peque-
ño y húmedo batracio de piel lisa y ojos de desnudo azu-
lejo vivo
y sin domesticar sin respetar los estiletes
eran ofrendas de musgo y papeles que
se curvan al acercarles la llama de un fósforo .Todo era
tinta que se derrama, niebla sobre el pastizal que se borra,
cuadernos viejos de tapas arrancadas
¿Dónde estás sabor de la noche, sorpresa de los baños
con puertas escritas por rouge, carteles flojos en un viento
de astillas fijas?
¿Me querías delatora? al fin contando las
vergüenzas de una garganta acariciada al fin confesa
duerme sobre mi lengua, idioma que te
pierdes en los asientos traseros de los taxis. Escombros de
mi boca. Saliva de lentos mástiles. Bandera arrancada y
tirada sobre el cabello de los muertos.
¿Me querías de uñas esmaltadas, estúpida, de tacos
dejados en la escalera? ¿Me querías estimulante en una
sábana cruda, mordiendo bordes, poseída y sin nadie?
pídele paz a esas sienes insoladas, a ese
tajo en el vientre en la pollera ese tajo de milonga
arrastrada
y sin domesticar afilando tu tijera en la caja de costura.
tu cabello cae trenzado
y aún escribes inclinada contra el foco.
Todavía silvestre errabas entre mármoles
y no había suavidad, ni misales con dorados rezos, ni pena
tenías, ni un jarro para calentar café.
Tu proximidad con el desastre era lo que tardarías en
caer desde tus tacos de alto negro
¿para qué esa rasada tela nocturna? ¿y las escamadas
estrellas que se estremecen, como un desparramado pez,
en la saliva de una boca que es noche sueño que se repite
incompleto pesadilla que habla por pasillos donde se
apagaron las lámparas?
deja tu lengua en mi lengua como a una
hermana siamesa como criaturas que aman su
imperfección.
No quiero el reposo de los que se estiran al sol,
apretados al agua lavada de las piscinas
no confío en el pudor. Dame hambre y bestias
y corrales de piedras encajadas y páramos lluviosos con
sombra impresa de líquenes
dame desorden muletas que derivan en sótanos
inundados columnas encaladas y piedad
quejidos en las cúpulas volcadas de la ciudad sin patria
seres expulsados de las mesas familiares, heridos entre
el estallido de las copas, entre pocillos de porcelana que
transparentan la oscuridad de las manos
seres sutiles vagamente sospechosos
dame esa sangre de los atravesados por un familiar
cuchillo de cocina
porque no callaron cuando debían
y cayeron con un trémulo ramito de perejil entre los dedos
que son vapor ahora blancas desenvolturas de un
aliento que pide.
era turbada por algunas palabras.
Completaban mi boca con un bocado enfermo "Pañol de
Herramientas" nombre de un cofre alto, de un sufrido
gris resquebrajado, abierto para mostrar sus tenazas y
filos en un orden de amputación y de encastres; olor a
trabajo, a dedos percudidos, a madera iluminada de
lustres, a hierros domesticados. Eran hombres convirtien-
do la materia en objetos
y yo aullaba con la frente sujeta a un vidrio de esquina
Montevideo lapicera fuente negra de tanque trans-
lúcido pereza de la virtud que quiere sábanas rajadas
como vendas jergón donde vas a tirar tu cabello a las
débiles arañas de cabezas ocres, cuadradas, malignas.
los ojos se derraman en una mirada
aturdida. Las bocinas inyectan la noche de pánico. Un
hotel incendiado se retuerce con su cúmulo de amantes
desprovistos
escribe hazme este reino amargo: un fruto de carozo
verde
intenta separarte de tu piel como un reptil en su época de
mutaciones
estás despojada de encanto
idiota de medias negras esperando el deslizamiento del
ascensor.
Vives de esas imágenes desatadas
escribe:
era sospechosa entre los que avanzaban con el
capote golpeando sus tobillos
era escurridiza entre arcadas, donde los hierros rojos
se imponen como una flora menstrual
era ilusa y aún así, las mujeres ciegas anudan
las perlas de sus collares. Aún así, con la mano abierta
recibías las peinetas de vidrio
otros hundimientos envolvían la
garganta con un celofán que brillaba quejándose
en la noche algo ardía hoteles del once y algo se inundaba.
La boca iba hacia las sienes y sonreía
el trapo sucio de la noche cubría mis piernas. Las visitas
eran raras, con ropas enceradas, máscaras japonesas,
extranjeros que sostenían escudillas de arroz con hongos
la patria terminaba en un pastizal
aguado. No tenías provincia no había lengua de los
padres, no tenías otro exilio que las altas terrazas
escribe relata la humedad de los bordes abismos
donde la selva se arrastra como un animal de livianas
vertebras líquenes acumulados sobre la placa negra de
un disco girante en el cráneo roto
y sin domesticar sin pausa en el destello de la hoja de
toledo, encofrada en un pequeño mango de madera,
sin adornar con jazmines el dormitorio
sin sirvientas en tu corazón.
era el país caluroso. Los hombres orina-
ban junto a las carrocerías era tarde
eras extraña como un objeto de barro
la mórbida desnudez de tus ojos en las iglesias
la mantilla caída sobre los hombros de clavículas
expuestas
una ilusión de frescura en el verano ponzoñoso
escribe relata el pecho sofocado por fardos de calor, esa
ilusión de pudor o de mar
dame palabras necias escribe
nadie abrigaba la boca de tu padre en la tumba
nadie abrigaba tus cabellos fríos, lentos, amarillentos
como un tigre
nadie acercaba el cirio de los agonizantes a tus dedos con
fiebre.
¿por qué no dejar que la tarde circule
como el pez de plata en la redonda pecera?
que la intemperie crezca en los techos de pizarra.
Los mimbres de la hamaca son extraños en este cuarto
quieto; los baúles, las botellas de vidrio azul, los íconos
que la insolación fermenta la acumulación de objetos
donde la belleza estuvo alguna vez
temblores en la sombra que crece
¿por qué no dejar tus cabellos vendados
sobre las duras hojas de hiedra?.



Deja descansar mi cabeza sobre las hojas la fría
aspereza del verde rodeando cabellos caídos
y la suavidad del dolor que ya no espera calma
sólo el abandono del musgo en las sienes
puedo ofrecer las manos lavadas de
anillos del inocente. Pero me alumbra rígida la lámpara
del sospechado
confesaría cualquier crimen con tal de
tener las hojas del sueño refrescando mi nuca
daría cualquier pista para terminar
condenada y dormir.
Deja mi cabeza en la húmeda hiedra que crece
arrastrada.
No tengo fuerzas para mantenerme erguida sobre el
pupitre.
No tengo rezo para incarme en los reclinatorios.
No tengo balas para el revólver que dejó mi padre en la
pequeña silla de mimbre.
No hay pudor para ocultar mi mentira.
Deja mi cabeza en la hierba, entre las hojas caídas de los
plátanos,
entre el murmurado peso de las agujas de pino sobre la
tierra sombría.
No es bueno que los amantes se acerquen en las mesas
de mármol
deja mi cansancio en el verde que Marzo mutila
deja mi pasión en la escarcha que cubre los brotes del
ligustro
¿para qué sonreir con un
vidrio apartando los labios?
¿para qué esa insistencia en verter el rojo
espeso de la copa en el mantel?
estoy para las hojas livianas del almendro,
estoy para las gruesas hojas del gomero luctuosas y sin
perfume,
para las hojas del nogal suavemente curvas y de
nervaduras ocres
y estoy para el silencio de los abetos cuajados de mínimas
piñas
o puedo, extensa como la Tuya Dorada, distraerme sobre
jardines perezosos.
No acerques mi cabeza a tu pecho. Bajo mi oído no
quiero los golpes de tu corazón; la mentira de tu vientre
como un suelo de tablas podridas
dame la vida de los árboles que no mudan de entierro.
Desean y persisten en un suelo aferrado como intrusos en
un baldío visitado por el juez
botellas quebradas en una vía angosta paisaje de
descuidos uñas rotas en el desastre la mano lastimada
sin trapos para cubrirla
entre juncos móviles
cae el dulce peso muerto de las flores de almendro. Es frío
desganado el agua que se inclina
seré estéril, sin codicia y sólo la cabeza hundida en
líquenes será mi bienestar
ceniza floja en la corriente viva
sombra de las manos arrastradas en el limo y ese barro es
mi vida. Es mi nombre. Es mi boca ligera, turbia, de
agitación imbécil.
La vida no ha sido sencilla.
deja mi cabeza en la hojas. Perdona este cuerpo que tan
temprano en la noche acaba su sangre
perdona ese grisado del agua que no golpeó piedra
alguna; sólo se escurrió entre pieles de batracios.
Deja mi cabeza en la pendiente enredada
¿para qué fingir cuidados por un míni-
mo jarro de loza que se quebró?
¿para qué fingir amistad con una extran-
jera sin recursos?
quiero las moradas hojas del cerezo como un fuego en la
redonda intemperie. Dame ese rubor. Dame esa ver-
güenza en la blusa arañada de los cuerpos NoAmados
devuelve mi espalda al yuyal de los asesinados
seré una buena chica.
mi cabeza rodará como una perla del collar desatado
seré muda con las pupilas dilatadas, aceitosas de
belladona
los párpados inmóviles
los muslos excesivamente blancos sobre las hojas oscuras.
La noche es de sábanas quietas
de escarabajos que se deslizan en un aire de apretadas
cortinas
de un perfume a pájaros; a plumas quemadas con un
hisopo.
Arden las estrellas del puñal en el cielo alto.
Abandona mi cabeza en las hojas.
Dame el Bosque Real de la Matanza
dame esas aguas sucias, de engangrenadas orillas,
estancadas de drogadas serpientes
y esa hermética, íntima, pobre soledad
ese bosque brutal
donde nunca estuve con nadie
en este cuarto en este Hotel de Pasajeros
estoy en maderas de un piso que cruje, con visitas que
recorren el pasillo ajeno
supondrás mi vida entre arrecifes entre piernas entre
pespuntes
y nada será cierto, más que este retiro sin puertas
este encono de paredes sin aire donde estuve de roces
colmada
sin almuerzo
sin abrigo en los hombros
sin peinetas de carey
y sin otra caricia que el monte recordado, los yuyales
fangosos, las hojas amontonadas en húmedo cieno
deja mis cabellos como algo líquido que se derrama en la
tierra,
dame tu desamparo.
No hay amor en el barro del bosque atravesado.



de delgadas uñas de arrepentida boca
es la caricia del amante y de un dorado casi translúcido el
cuerpo de las botellas desparramadas en el estante.
El crimen es sólo espera reunida
nada más para anotar: esta lámina de
objetos que se derrumban. Fulgores de un intervalo
pero,
para quién suelta su música la máquina tragamonedas?
son delgados labios sobre puertas cerradas
son intensos párpados
maletas que fermentan pañuelos bordados, ligas de encaje
negro, un perfume intenso a mutilación.
Sobre la ráfaga un hombre alza sus dedos remotos en el
aire
¿dice "perdóname esta mano de cercenados dedos en el
aire"?
¿dice "mírame la herida, por favor"?
Inútil es la sombra de la arboleda. Sobre el empedrado
el reposo es intranquilo y caliente. Otros días, miraba peces
muertos girar en la superficie de los acuarios. Eran
tristísimas esas escamas sangrientas,
esos verdes como aquellos ojos de mi padre,
esas desviaciones de lo que tiembla
deja esas caricias en mi garganta para
otra noche, para otro lugar
inútil es la sombra rota de los párpados rotos en esos
quemados ojos de mi padre
inútil el crecimiento del jazmín sobre su ceniza floja.
qué quieren de mí?
¿qué cinta debe atar mi trenza desilusionada en la espalda
deshecha? ¿Qué quieren de mí?
¿cuántas líneas debe crecer el mercurio?
ya está bien. No quiero esa insolación de
voces sobre mi nuca. No quiero pedir, otra vez, en
susurros amarguísimos, cubierta la cabeza por sábanas
sucias. No quiero que anochezca sobre esta arena, esta
boca repentina
estaba entonces despidiéndome,
dormida con el oído inclinado sobre el gotear del veneno
y aún así sin domesticar
aún así afilando la tijera de costura
¿que quieren de mí? qué espalda de desparramados
cabellos qué corza dibujada en la frente como en una
caverna qué niebla de arrugados párpados sobre el
pantano que no tiene orilla?
Bordes, son estos días de una tristeza
que no se quiere vivir.
Padre, fue mucho tiempo atrás que
éramos buenos. Tú no habías muerto
y yo era tu hija de cabellos rubios.
Padre, ¿qué apariencia tenían entonces
las catástrofes? cuando asesinaban a un hombre en un
descapotable
¿qué apariencia tenían las rosas de sangre en el tapizado?
Amanece papeles cansados rotan en el pavimento frío.
Amanece sobre estos pocos sollozos. Un baño quitará la
sorpresa de mi corazón, quitará la intriga
padre, ¿cuando fue que dormía sin pesadillas, sin
muérdago en el pecho?
papá éramos buenos entre los
alzamientos del ligustro los crímenes no cruzaban el
Puente 12 la belleza era esa ciénaga de turbio temblor,
esas estrías de serpientes rojas en la noche de un barro
que insiste
Es muy tarde para confesiones
es muy tarde
para ser en la arboleda que divaga, un padre y su hija.



no hay buenas palabras
nada para sonreir mientras giran los ventiladores de
techo.
La boca arruina la espuma de los vasos.
no preguntes por la cicatriz en el dorso
de la mano; ¿para qué iniciar una conversación? otras
lunas han dejado su párpado roto en el cielo sin que nadie
acaricie su herida
sótanos para esas sombras de bocas
huidizas
nada que decir como alguien que aferró su mapa de
los túneles
así fue que estamos descorazonados
pídeme los ojos alzados sobre los vidrios. En una cámara
nupcial estamos de espejos coronados
entre almohadas de un lupanar ¿para qué iniciar una
conversación?
¿para qué errar entre palabras como en arrecifes?
abiertos como esa paloma en el pupitre el foco
colgante sobre las trenzas que se desatan
así fue que estamos descorazonados
y el sueño inunda nuestras sienes como terrones de un
azúcar negro caídos en el té
un fluir hacia el terror. Nada que decir.
Ninguna pregunta que hacer son estos años
el cabello que el viento mueve es todo lo que tiembla
¿para qué dorar la píldora?
que un farmacéutico me pida en su cama
y que sea viejo; con lentes donde yo pueda ver los reflejos
de la vida eso estaría bien
eso sería bueno ¿para qué iniciar una conversación?
dime tu mentira sin agitación igual no me importa la
verdad
de musgo helado son las palabras de los sótanos
carne de estrellas frías
luz agria de hotel en la ruta
pobrísimas hojas de un ligustro que crece ante la puerta de
alcobas amantes
así fue que estamos descorazonados
acariciarnos sin horror y respirar. ¿Qué recordarás de este
tatuaje en el muslo, esta"dalia negra"?
Perfume de cosas dejadas se estiran bajo los techos donde
las aspas del ventilador rotan en un calor fastidioso
¿para qué iniciar una conversación?
¿para qué demorarnos en un error?
almendras amargas se suceden bajo los párpados,
iguales manos alzan la capucha de piel sobre las nucas
rapadas,
iguales alambres atan el corazón como a un animal que va
a ser carneado.
¿qué cuento de tristeza quieres darme,
qué cal qué casa de expósitos?
Mírame la frente como a la pizarra azul de una cúpula,
tan extraña, tan perdida en ese cielo sin compasión
¿Qué Dios pudo hacer estos sótanos esta vulgaridad
en las almas
qué Boca nos arrojó de la pasión? oh, veneno que
duras!
no me dejes sola. No te vayas de mí
feroces son los días
cabellos sin inocencia enaguas sin temblor lámpara
que la tormenta agita
aletean como pájaros blancos en el espacio de un bosque
quemado
plumas en las cenizas
así fue que estamos descorazonados
así es de sospechoso nuestro impermeable que sacude la
lluvia. Una naturaleza muerta que mueve su aliento
cinematográfico, su atmósfera de conspiración en almacén
cerrado ¿para qué iniciar una conversación?
bordo "dalias negras" ceremonias para una muchacha
asesinada en un sótano
nada que preguntar nada que pedir
esquela dejas en letrinas insinuaciones dejadas a un
contestador automático blues que gimen en cráneos
vacíos como un órgano en una catedral inundada
sobreentendidos que no pueden explicar ni esos grumos
de ceniza en el mantel
un taco de billar que se te incrusta en la sien y te arroja en
estos sótanos
así fue que estamos descorazonados
de qué hablar? Mira mi corazón como un puño cerrado
que quiere golpear
nada de Novios de muchachos que te corran la silla
nada de sutiles deferencias. Aquí hay aguada para que
descansen las bestias y sigan, en el polvo deshaciéndose;
manada que subyuga la sed y el hastío espanta
nada que retener un paisaje de cardos, el pobre azul
de esas flores que dilata el calor
será que estoy triste y el estallido de vidrios en el mosaico
acerca aquellos latidos
violáceo crespón escurriéndose entre paredones de
curtiembres
eran otros los sótanos eran otras
torturas
y la memoria, como un reducidor de cabezas, aprieta sus
imágenes en cajas cada vez mas estrechas
¿qué pedir ahora que pesó tanta sombra
sobre nuestros suaves vientres estériles?
¿qué esperar ahora? La espumosa noche
crece como un mar de lonas negras
y son friolentos los dedos sobre las cucharas de plata, los
dátiles, sobre el lento cabello que la lluvia ilumina
derramado en la espalda
de tajos en la lengua son estos años,
de paladares negros de lobos sin idioma
¿para qué iniciar una conversación? Pídeme la vida que
es tan poca cosa en este país
esta pampa de sótanos donde ningún Señor pregunta a
Caín
"¿dónde está tu hermano?"



en los vestuarios permanecen encajados
los fieltros de los sombreros, unos sobre otros,
y la sombra maquilla las sedas de un reflejo agónico.
la torpeza es el agua que alzamos con la
mano y no alivia la rodilla raspada en escalones que se
repiten en un ascenso carnívoro
¿existe una poética del amo y del esclavo?
¿quién es la sirvienta que limpia las manchas de sangre
en su corazón?
ella agota sus labios en pedir y no es
calma lo que quieren los intranquilos. Es sólo la tristeza
que puede llevarse con un sombrero negro entre plátanos
blandos.
Seré una desviación de pasto en la pendiente, una lengua
de yuyal en el barro. Serán desahuciados los hombros que
la enagua deja descubiertos
los alambres separan la uvas del pasean-
te en una tierra sembrada. Ves huéspedes donde sólo lle-
gan intrusos con linternas
vivo de escamas separadas
vivo de mutilaciones
sonriente a los pies inundados. Despierta entre casas de
tolerancia.
no es calma lo que quieren los asfixiados
pedir macetas en el balcón laureles en el estante de la
cocina un hogar sobre la nuca quebrada algo que
viva en las manos como un animal de fiebre
dime qué lugar en las sábanas
dime qué rezo bajo las cúpulas altísimas
dime qué final ayer y antes, cuando era una niña y ya
pedías mi muerte
estoy sólo para ser asesinada
quiero ser tu sirvienta en el crimen
y quiero ser la criatura que hace perverso un filo.
es suave la caída del terraplén sobre la avenida. Los
camiones saturan de faros el pavimento hasta convertirlo
en un páramo blanco y en el deslumbramiento, el vestido
flota como un bandera rendida
es una conversación secreta que se sorprende en la alcoba
contigua una lámpara volcada que comienza el
incendio
y te marchitas en ese raspar de luces en la velocidad.
dime lo que quieres en el asfalto abierto
como una cuchillada en la planicie
dime lo que pides, Leonor
qué buscas en la niebla, antigua, adherida al agua negra,
pantano que desbordas
y entonces, ayer, cuando eras niña y llegaban las frases de
las visitas desde el cuarto en que estaba la estufa
eras torpe
y las medias caídas sobre los tobillos acentuaban las
piernas torcidas.
No querías contacto con esas bocas pintadas, con esos
rostros afeitados del día anterior. Sus mentiras tenían la
carne blanda de un molusco. Reían con desprecio.
Tardaban en retirarse lo que la tarde en quitarse del
ligustro
palabras como hojas picantes que se prensan en un cuenco
de jade desprendimientos de un fondo estancado,
enjoyado de batracios cicatrices
y atrás días que se evaden como humo del pastizal
quemado
atrás atrás los pájaros que picotean escarcha
y eras extraña y sin caricias
y pasabas las noches contando las formas romboides del
alambre.
gallineros plumas en el calor maíz
desparramado en una tierra gris. Pocas palabras para
relatar esos granos, ese suelo seco y desviado hacia
extremos del tapial gallinas agónicas cuando atardece
y quedan goteando sangre en la noche porosa
y atrás eras niña y ya pedían tus cabellos atados. Ya
querían olfatear tu sangre como la de un ciervo
y la tormenta comía los límites del parque. Me lavaba las
piernas, como un amante, con una esponja embebida en
aceite
qué pides, leonor? qué espera esa niña
que miraba? qué temor guardas?
desobedece sin temblar
eras escurridiza y lagañas de sueño hacían amarilla tu
frente
eras vana y desprolija retama crecida en la intemperie
torcido el delantal rígido de almidón
eras descalza en la tierra invadida de cardos
y con zapatos blancos en el parquet encerado.
no había arrepentimiento en tu boca
y del castigo guardo la trenza, quitada al rape desde la
nuca.
desobedece sin temblar
duerme en esas anchas maderas. Ajusta los labios otra vez
sobre el hilo de costura. Devora tu almuerzo de arroz con
hongos verdes
extasiada en tu pequeña soledad donde se mueven lentas
las manos del amante. Como un disco rayado, tan antigua,
te repites en su corazón
desobedece sin temblar. Todavía es tarde.



¡oh; la vida que existe en los libros de
aventuras infantiles, para recompensar-
me a mí que he sufrido tanto ¿me lo
darás tú?
-Arthur Rimbaud-
lejano, lejano
parpadeo del reloj en la intimidad de la sombra.
Huyen por el desfiladero embozados de amotinadas
capas.
La congoja de mis labios fue antes, en una copa que por
minutos mordí.
Ahora retiro con un pañuelo rouge, espuma rota
los vidrios quedaron quebrados en la alfombra.
Anchos mantos retroceden en el desfiladero con un
estertor de pájaro alcanzado por la piedra. El tango
completa el gesto de las piernas una forma de acercar
el cigarrillo a la boca, herida que abre el rostro para que los
besos se retiren
lejano, lejano
comprometerse a esas manos que apartan el pesado
cabello de la frente y luego devorar la ceniza pequeña que
ha quedado en el mantel.
Estoy para perder tantas veces como
caigan los dados de una forma maltrecha
estoy para los grandes acontecimientos: un patio con un
foso al fondo donde serán sumergidos los ahorcados, un
pabellón de cal y las enfermas tocándose las ropas, el
hundimiento de los barcos cargueros con pimienta negra
y perlas de Malasia, con aceite crudo y navajas de Sevilla
yo estoy para las mutilaciones para los
mancos con voz profunda con sus únicos cinco dedos
alzados, agitados en su incapacidad de extrangular.
Como en un estuche, mi frente es la perla bajo las
placas de fiebre.
Los lisiados desnudan sus rodillas para acercarlas al mar
y fatigados dejan que el agua oprima sus mansas piernas
incompletas
lejano, lejano
soy para los asmáticos el puñado de hojas que quema la
estufa; el espinazo de pánico en el descarrilamiento del
Metró Port de Clinancurt - Port de Orleans
y la sospecha de los devoradores encapotados apostados
en el desfiladero
lejano, lejano: ¿dónde estaba Dios cuando
te fuiste? el tango propone reprochar
escribir como un jadeo
retener ese bote que quiere deslizarse en el pantano con mi
cuerpo atravesado en la quilla rozar esa cicatriz que el
paisaje dejó en los párpados
estoy para rezongar
para cubrir de trébol la nuca del sonámbulo y lentos
canales de sueño desagüen en esa cabeza neutra, de
cabellos cortados al rape. Cabeza errática en la mesa
desnuda; evoca otra posesión, otra intensidad en los
cubiertos. Las cabezas descubiertas, desprotegidas entre la
fuerte circulación de las voces, de las copas donde el trago
es de ansiedad. Nadie quiere ser consolado.
Saturan esas manos que rozan la garganta. Perturban esos
dedos las sienes escamadas de los que sólo quieren
reposar
y estoy para abrir las cajas de música y escuchar los
sollozos de las muchachas que abrieron otras cajas de
música otras puertas de cuartos de hotel sus blusas
con botones de nácar abrieron uno a uno desprendían los
ojales del corazón y miraron con una aflicción de bolero
las piernas de los hombres.
Estoy desnuda de situaciones poderosas. Si alguien me
llamara desde una ventana oscura una voz que empu-
jase mi nombre en la noche una voz descarnada con
el rostro retrasado en la penumbra la desdicha de un
barco guiado hacia el crecimiento de corales y el sonido de
la brusca intemperie, de los mansos utensillos ahogados.
Una voz en la sombra grita un nombre y promete otras
zonas (y mi nombre es de reina dos veces construida y
dos veces exiliada; fue hecho para el amor cortés, para las
sofocaciones).
La resonancia de una palabra es tan alta tan
penetrente la atmósfera de un nombre que el amante
desatento no encuentra donde abandonar el cuerpo
desmayado de Leonor hecho de criaturas perplejas, de
vacilaciones, la boca turbia de tierra: es mi reino que comí
para que no me lo quitaran.
Mi nombre gritado desde esa alta formación de vidrio,
desde un ácido encierro
y yo seré más buena seré un cachorro que alza sus
lúcidos ojos a la promesa de una voz. Tendré el encanto de
los que perdieron siempre.
Estoy para los grandes acontecimientos
para dormir con Robin, el de los bosques.



CAFE DE EXPÓSITOS

a María Fiorentino.

maderas que desborda un conteiner,
vidrios rotos como algo que partió la tormenta
nos queda ese estrecho paso de baldosas.
La enrojecida marca de la luna cuelga como una luctuosa res en la
cámara helada.
extraño sitio. Unas mujeres juntan el
dinero tras el mostrador de piedra y madera laqueada
he perdido mis horas, como el que más, bajo ese toldo de
franjas de color, el espeso perfume de los frascos, plumas
que adornan amorosas un fieltro roto, la espuma de esos
dientes que ríen
sobre el cuaderno, con tu tintero negro; ya no sabías de
amantes con sacos cruzados que entraban sin llamar, de
respiraciones escuchadas tras la puerta del baño
en el techo, la sombra de una silla crecía
gigantesca. Detenerse en ese estuche de mesas de granito
extraño sitio la membrana del tímpano, como un ala
de luciérnaga, brilla por palabras que se murmuran con la
cara en la pared.
Así contemplar las noches de una calle que muere, la
vastedad de aberturas inmóviles y esas inútiles máquinas
acumuladas bajo un resplandor de garito
mampostería rota en un conteiner
patria argamasa que la peste recalienta y los aullantes
cachorros atados a los mástiles no nos dejan dormir, no
nos dejan pensar. Sus aullidos persisten en la oscuridad
como un perfume
ciudad perdida en habitaciones de cortinas arrancadas,
escalones de hierro, débiles susurrantes en vidrios que
el alcohol ilumina
después la lluvia borra los pocos rastros. Envases vaciados
bogan en las cunetas y ya nadie tocará nuestro corazón
no arderá su tenue alivio en la tiniebla ácida.
alguna tarde un silencio de vigas de
hierro y el viento otoñal entraban en el café desierto y la
luz se movía anhelante en las lámparas de chapa extraño
sitio el insomnio anuda un pañuelo en la trenza y
los novios llegaban con ese ojo roto en la pelea ¿qué
hacer con sus frentes arrancadas, con la bufanda muerta
en el mosaico y ese dolor en la nuca que se pudre?
ayer es esta memoria que llora en oscuridad
mucho calor aquí un verano excesivo palpitaciones
de viento como el cuello de un animal un conteiner que
pierde el zumo de la noche. Ayer sería más blanca mi
espalda, más desnudas las piernas, mas evasivas en el
terciopelo
¿,lloré por ti cuando caías?
no dormía en una cama de pino, Eso es seguro.
Miraba la ciudad sitiada por camiones blancos SCORZA
en letras plateadas a un costado de las carrocerías
¿eran de amianto nuestras sienes en el incendio? eran del
papel lila de las cartas? era de espumosa ceniza nuestra
boca en el aeropuerto?
y entonces? Nada grumos en las
terrazas que el viento azota plumas.
Sólo pedimos un banco para ser más pálidas.
Sólo una tela cruda para el cabello lujoso.
Tatuajes de tango en la piel delgada de los hombros, en su
perfume barato calor aquí
calor o bestias de porcelana negra.
¿lloré por ti cuando caías?
abrígame los pies abrígame la garganta abierta. No
estoy para dulces afrentas, para abandonos raros
los cuerpos crecen en ese tono de jazmines que la helada
quema
y un sangriento telón de teatro alzado a un costado del
kiosco, deja ver los paquetes de tabaco y pequeñas latas de
caramelos holandeses.
Mi aflicción era inmensa esa noche que caíste,
mujercita, pero no recuerdo si lloré o si me mojé la cara y
vi mi rostro en el espejo y era sólo la boca que temblaba
y el reflejo de azulejos blancos como nieve. Eso: amonto-
nada nieve sucia y un rostro que se adelanta suplicante
en el vidrio.
Alguien hablaba en el cuarto contiguo una voz
oscura: humo de hojas húmedas que se queman
pero no recuerdo si lloré o si me desprendí el corpiño con
uñas que se quebraban.
Mirábamos una ciudad que se agitaba y
desaparecía. Vimos andamios que se desprendían para
caer con lentitud, papeles que el aire mueve con desidia,
vimos grúas que alzaban al cielo impasible fardos de
tablas rugosas.
No había terror en nuestros dedos alzados que
temblaban.
Ni sonido en las bocas abiertas patéticas
en ralenti fulguraciones en el clima de placas de caucho.
¿lloramos esa noche, María?
llorábamos después, noche tras noche, en cuartos
alquilados, autos dejados en la inundación, iglesias (su
último banco de astillas agrias que nos corrían las
medias), departamentos sórdidos, lavaderos de adobe
húmedo, moteles de las rutas del sur
llorábamos?
No estoy para suposiciones de fiebre para amores
tardíos.
No estoy para las extravagancias del deseo
lloraba? se trata de la naturaleza del dolor. El escarabajo
de ese dolor mueve lentas alas lúgubres en las alcobas de
la pasión.
Se trata de la garganta mía
eran trenes cargueros como en un túnel fugaban los
rostros amados/supuestos/ofendidos entre bolsas de
papa
estábamos solas
con nadie recordábamos "de qué color son los cerezos"
no vendrían, después de todo, a calmar nuestro canto
desdichado en baños de azulejos pálidos peces
giratorios en los acuarios corazones que incrustados
en la mesa escriben. Mirábamos fascinadas ese
deslizamiento de escamas, como una herida deja tras de
sí, en las tablas, desprolijos rasguños de sangre
¿llorábamos?
¿pedíamos igual delicadeza? no comprender las
cámaras de vidrio, el encierro, la humillación?
¿pedíamos algún narcótico fuerte?
que sabemos al fin? de la torpeza con que se mueve la
saliva en los labios ¿qué recordar?
un sombrero de paja con una cinta oscura ¿ es
importante?
los tacos peligrosos que tocan el mosaico con un
sonido de pequeño, agudo martillo de plata
fanfarronadas de minifalda negra, sonámbula en el
aire escaso que mueven los ventiladores de techo,
lycra apretada a las piernas disco de pasta que una
púa escarba en su herida fatal y también
aquel monedero secreto en la liga; con unas separa-
das monedas de níquel.
Porque alguien supuso que nos habían dejado pupilas
en ese café; entre el raspado sonido de las tizas en los
billares y la caída de los dados en lujosa intemperie.
Porque alguien sospechó nuestras camitas de hierro
encalladas en habitaciones de cal saliva quieta inmóvil
venenosa, que supura cuadernos de lívida caligrafía
Con zapatos de charol nos llevaron al cementerio de
automóviles
con vestidos de piqué almidonado
con guantes de encaje blanco hemos visto el fuego de las
fundiciones
fotos en sepia con mujeres embalsamadas en sindicatos
vacíos aguas infames cruzadas por un ballenero
espectral aguas confusas
y ese esfumado de cenizas de marzo ese musgo esa
vergüenza en el corazón ¿lloraba?
De túneles se hizo nuestro impermeable en la lluvia. Su
sombra proyecta en el empedrado una naturaleza
cinematográfica y los focos iluminaban el puente como
algo construido para otras razones.
El cielo suelta un agua acostumbrada a la oscuridad,
espumas de crisálida en un patio encerado
__ es cierto, después de la belleza no hay nada __
nos movemos en el circuito de arcilla empapada.
Vemos entre la niebla nuestros vestidos alzados por el
remolino de lluvias.
Nuestros vientres baldíos, con el encerrado perfume de la
desobediencia, se agitan bajo las sábanas como en un
nacimiento
Muchachita parda:
stos roces estas anotadas palabras de
tu hermana melliza de gemelas piernas untadas de la
misma seda gris
desprotegidas en los zaguanes /afligidas / en marchas
furiosas sobre las plazas abiertas / acariciadas en autos de
oxidadas carrocerías y orgullosas y lentas
soberbias. Solas en estas calles de perdidas metáforas
porque la belleza ocupó totalmente nuestro corazón. La
nobleza puso su pluma rara de halcón en nuestra frente
En una patria de canallas, de bocas errantes en salones
reservados; nosotras fuimos buenas
durmientes en cajas de vidrio curiosas entre vasos de
cerveza negra, leíamos: "dicen que yo no he levantado para ti
ni una sóla casa de música"
entre papeles de tachadas cifras designios citas en
esquinas alquitranadas
el viento mezclaba nuestros cabellos a las lluvias que no
cesaban y empapaban las banderas rápido se inundaban
las alcantarillas y ya entonces se escuchaban los tristes
acentos de la noche milonga turbia que abandona sus
flores de fango en las sienes adolescentes.
Llegábamos las ropas húmedas las sillas huesudas
aumentaban su sombra en la pared
y fuimos los mejores
nuestros dulces cuerpos delgados fotografiados en todos
los entierros en los amores neumáticos que se queman
botellas con nafta arrojadas al hambre los tiroteos
pensamientos desesperados ocultan con un pañuelo la luz
del foco como algo desnudo
generosos hasta el suplicio
rencorosos de dignidad lastimados
atravesando las avenidas el pavimento se hundía bajo
el peso del Elefante Blanco de un generación que pidió
mas allá de su muerte, que tocó su armónica más allá de
los sótanos
no quiso las costras del poder sobre su piel sin enaguas
no cambió sus sueños por una botella de champagne
Fuimos los mejores porque la belleza ocupó totalmente
nuestro corazón
nuestras espaldas no fueron ambiguas
la promiscuidad no besó nuestros pechos en su catre de
plata
la pornografía no consume nuestros granos de arroz,
nuestras medallas de peltre nuestra agonía era el
paisaje donde los ciudadanos sacaban a pasear sus Dogos
Argentinos
nuestra noche fue inmensa grotesca nuestra aparición
en las fiestas familiares desdichados los agujeros de la
memoria
con plazas que se vaciaban, como un tajo profundo deja
sin sangre un rostro
pálido embaldosado con crespones que el viento
arremolina
Nosotros también nos alejábamos
¿La derrota era ese mirarnos los unos a los otros como
apuñalados?
tristes azules las bocas y preguntas o perros muti-
lados en las playas de invierno
¿lloré por ti cuando caías?
¿Estuve.frente al arenero que quita del corazón su
lastre de ceniza fría, sus sorbos de veneno, su desmedida
sombra?
un resoplo de sollozo y turbación abeja que absorbes
una flor inestable arenero nocturno
arrancabas de nuestra sangre las porcelanas sucias de la
fiesta ese cavar de agua enferma arenero y perturbas
al que trata de conseguir un poco de sueño un sonido
a sábanas frías, marchitas sobre la espalda estrecha;
morboso de aluminio negro, sin jarro de agua con vinagre,
sin jergón, sin séptimo día.
"vivimos en un mundo de sutilezas. La materia
no es grosera como parece; es sutil."
con los ojos embotados del que atraviesa fumaderos de
muebles corruptos
las uñas aprietan esos cuerpos que se hunden en la zanja
del corazón con sus alambres de púas, sus violetas del
precipicio, las citas fracasadas y esquinas que doblan
hacia el paredón de las curtiembres
acumulada nieve sucia memoria donde la patinadora
gira con una vela en la mano y su pasión impregna aquel
pañuelo bordado con las iniciales de tu nombre

y yo no lloraba cuando caías
no respiraba con los párpados quemados
no sonreía en las fotos
no construía los altos peces del cielo
pero de la agitación de esos días en el vacío, recito sus
estremecimientos
La belleza nos retuvo en su vientre como a un niño no
nacido
Como algo no acabado estuvimos en el mundo.
Como alguien que no tiene párpados estuvimos
insomnes en pasillos que nadan en círculos
Y como alguien que no tiene cuerpo estuvimos en
Hoteles donde nadie nos besaba
pero fuimos los mejores
porque la belleza ocupó totalmente nuestro corazón.

Se escucha caer el agua sobre las lozas de la pileta.
Llagas de la noche. Paseantes entre sillas desnudas. Boca
sobre boca. Horas de la estación cerrada.
Me pregunto si no seremos el espectro de aquellos que
degollaron los hombres de Mataderos
gargantas fijas que el crimen pule
cabezas rapadas en celdas
y ahora los meses de la peste
y ahora envolvernos en capuchas monásticas
Lloraba por ti?
hay un espacio de mástiles vaciados donde el
pensamiento es gangrena lámparas sobre nucas en las
que gotean las noches de vidrio. En la avenida desierta
giran errantes papeles como matas desgraciadas
y sin rezar en la dañina oscuridad mercurio que se
desprende de la caricia. El agua cae sobre cuchillos sucios
alto muelle desde el que miras zambullirse a los
buscadores de perlas y la aleta del tiburón desliza un
triángulo de sombra en el agua abúlica.
Todos somos hijos de la tormenta.
Apaga ya esa luz en la cabina; que el macabro olor a
cebo se desparrame en la niebla
Hemos velado durante la inmensa noche. Tanta sombra
tienen nuestros cabellos al viento.
Todos somos hijos de la traición.
Hemos visto la hemorragia fría de los faros perderse en
un asfalto lento
desvalidos dedos en un piano
esa arena en la boca nuestras delgadas sienes en la
pared que se derrumba saliva de los compañeros
pero no cubrí tus hombros con el pañuelo de seda
no cubrí tu vientre con las uñas esmaltadas de rojo
de tu garganta no quité las cenizas
y no pude no lloré cuando caías.



PUERTO DE FILIBUSTEROS

a Leandro Regúnaga

con un canto en los labios para la oscuridad, amarran sus
ocres barcazas.
Las luces son ilusorias y tiemblan en la intemperie.
El agua hasta las rodillas empobrece esos cuerpos que el
mar ha preparado para las tormentas.
Encaramados a la caldera escuchan el silbo de la pasión.
Navegar ha sido ese desdoblamiento de metales y carbón,
para que una tabla busque su isla entre sargazos.
Una ambición de ligas prostibularias (lentos encajes
adornando satén) anima los dedos que arrastran sogas
hasta la muralla donde el agua termina: vaivén de caderas
oscuras y licor derramado en esas mujeres que el sueño
hace bestiales.
El puerto es sólo una herida de luces en tierra
y van con las bocas abiertas donde brilla el diente de oro;
en los puños cosida la misteriosa perla que sólo el amigo
íntimo quitará de las ropas.
La muerte es ese olor a pólvora mojada a carne curada
en un humo de astillas y vísceras
trapo que la sal penetra la muerte es poca cosa
un aleteo de pájaro en el hombro.
Ahora enrollar la velas con un pesado deslizarse en
cubierta. La muerte es esa lona que el viento ha trabajado
como un amante brusco y ahora cae rota en la madera,
retorcida en su abandono
poca cosa esa lona una mujer caída. Los ojos tienen el
temblor que aguarda ante un cuerpo desnudo.
Atrás, la memoria contempla una mansa
pradera y el nacimiento apretado de pobres casas contra
un filo de piedra.
El llanto de cachorros abre el aire, como un tubo inunda
una estancia de desdichada ventilación atrás,
el crimen era de los Príncipes y los ahorcados estaban en
los caminos como un crecimiento fantástico del triste
pendular de máquinas de relojería.
¿qué atavismo hace a un hombre comer
el corazón que aún se contrae y dilata en su latir; enterrar
entre dientes esa carne amorosa, como dicen que pudo El
Olonés orgulloso en una iglesia de espadas?
amarrar los barcos se tira un gancho hacia el muelle y
la memoria padece ese esbozo de casas con lámparas que
palpitan sobre arena fría
retener un corazón para siempre El
Olonés sería un enamorado eterno deslizar de un
corazón tocado contra un paladar que el crimen
manifiesta como luminosidad atravesando un vitró
y luego ese arrastrar de baúles en la explanada tensa
y la intimidad de los cofres perlas que coagulan en
terciopelos magros obsceno deslizar de collares en el
encierro esmeraldas apretadas por un hilo encerado
el peso de las sedas acumuladas en bodegas turbias de
moho
esa mezcla promiscua de lujos y crímenes en el vientre de
un barco sonámbulo
Los brulotes con sus sombríos barriles de pólvora
avanzan en la noche con un clavo de fuego enterrado en la
tabla.
El mar estalla su espuma convulsa. Verrugosos
crecimientos de corales y algas, se adhieren al casco
barco de desdichados rostros con un único ojo sombrío
alzado contra el sol maloliente
y los lastimados pidiendo ron olvido de esa mano que
se deshace en el puente alucinados de un barco fijo,
chalupas con sus tristes bancos que la lluvia alarga,
aceites de lámparas que la tormenta mezcla con sus raros
desvíos
lenta penumbra contra fardos que cubre un turbio
algodón
ahora, explicar esas costras, esa costura en el muslo la
boca apretada en un vidrio ahora explicar esos pómulos
que la sal ha cavado
¿quién vive? en la noche de barcos ¿quién vive?
¿Quién desata el cordaje que sostiene a los demorados en
un barco perpetuo?
¿Quién atraviesa, en altas horas, una plaza vacía? a un
costado la fuente pierde su fúnebre saliva y en el borde de
un espectro de jazmines; el espectro del hermano
ahorcado en Maracaibo
¿quién sepulta al hermano en el abismo de aguas rápidas?
calavera incrustada en telas negras única bandera que
toca el hueso de los hombres
Piratas de Tortuga Isla para los obstinados
ningún objeto de la tierra merece que nuestros dedos
entierren un doblón de plata en boca de banqueros.
Ciudades con sus altas murallas de vidrio en la noche
de barcos ¡quién vive?
constelaciones de estrellas ingratas sobre nuestras cabezas
rapadas, en el aire de ahorcados ¿quién vive!
una híbrida acumulación de minicomponentes en los
escaparates,
eso es todo
y los cantores de zarzuela caídos en un mostrador de
mármol.
Ya no hay Islas embrutecidas por el deseo, las
galápagos rompen su frente contra las vidrieras que
exhiben un lujo de compactos que cantarán sobre el oído
de nuestras desdichas su pesado blues, su armónica rara
quejándose en la piedra de las catedrales.
Ya no hay Islas ya no hay nada que merezca una línea
de sangre
ya no hay sombras de las sombras de los barcos que el
rencor echó al mar como un vómito de las tabernas, de los
muelles de Liverpool, prostíbulos de Marsella, de los
hospicios de Dúblin ciudades maliciosas estopa
jergones del hambre, la pesadilla, el daño torturada
rebanada de pan en una sopa de cebollas ya no hay
ciudades.
Ya no hay odio contra el crimen de los Príncipes
sólo deseos de alcanzar un objeto sintético, girante tras el
vidrio como un carrusel atrofiado
¡Quién vive en la noche de cabinas ardiendo?
quién tiene un cuchillo en la media?
quién entibia una máquina densa en el íntimo bolsillo de
la campera de cuero?
quién vive en la costa de ciudades pálidas como ese lento
cadáver que no tuvo cuerpo?
quién busca al ángel rubio y le pone una estaca de plomo
en la frente?
quién entra con altas botas en la Plaza de Maracaibo y
quita al hermano de la horca; envuelta su triste sangre, su
carne humillada en patio desolado y lo devuelve a las frías
aguas rápidas y el rezo de los lastimados que suplican
ron olvido de esa mano que el puente derrama
¡atrás los remos! ¡atrás los botes en la
marea alta de los corazones que vuelven a los hoteles a
pernoctar entre cal amarga!
atrás los huérfanos! atrás los desobedientes en botes
que el oleaje alza hacia un cielo de un clásico gris de
dinamita !
Porfiados con sus desdichadas uñas arañando el ojo de
Dios. No hay nada que mirar debajo de esa boca que habló
para expulsarnos.
No hay Jardines no hay Islas
sólo rincones con hombres que tienen sus párpados
flotando en un cuenco de cerveza.
La velocidad de las avenidas concluye en aguas pardas,
hinchadas como un golpe
de Buenos Aires hablo de la niña sonriente en el bur-
del.
Nuestras ensoñaciones terminan en el estrecho mirar
hacia la asfixia del agua donde bogan envases vaciados y
un fantasmático desplomarse de oxidados cuerpos hacia
las argollas de petróleo flotante
costanera de los cobardes
balcón donde la memoria llora apretando sus delgadas
rodillas rotas
¡quién vive? quién deambula en la
noche de hierros, con un frasco de ácida furia sostenido
entre dedos nerviosos?
quién pidió y no le dieron? y pidió y le pegaron?
y pidió y lo mataron?
en la corrosiva cúpula de las Metrópolis
¡quién vive con nucas marcadas por la alquimia de los
orfelinatos?
largos paredones de las curtiembres ampollas de pánico
débiles comiendo en escudillas de estaño jeringas con
líquidos fuertes
quién vive después de mirar y comprender
expulsados de la patria, del hogar, de las copas de
borgoña, del papel suave de las cartas expulsados de
la adolescencia, de canciones que derrama un disco negro
Hombres de la Tortuga hermanos de
una costa que es sueño y desobediencia memoria
perpleja barco errado entre corales
y los muertos sin docilidad sin nombres en la tumba
sin dedos en la sombra arcillosa lenguas dobladas sobre
una palabra que tembló en paredones de ese arrabal
amargo
hombres de Yucatán, de la Malasia, de la lunática Costa
Bereber; hacinados en una barco palúdico febriles los
astrolabios cartas de navegación bajo una lámpara de
cinco puntas orilla enferma de una isla que es patria
para los bucaneros, suposición la sífilis deja su grano
de oro en el cráneo donde el pensamiento es ceniza lí-
quido error
espalda para los traidores
animales de espinazo doblado sobre la pólvora
camarotes que el sarro entristece y cubre al dormido de
maderos cruzados.
Honorata de Van Guld durmió envuelta en esa sábana
de fiebre.
Enlutado corsario frente al traje de una mujer maldita.
La desolada Plaza de Maracaibo entre el amor de los
cuerpos
y un hombre que llora arrojado entre cuerdas
y una mujer que la tormenta hace vana desleída en la
lluvia alzada en un bote que la ráfaga consume.
No hay olvido no hay Islas
el perdón come mis uñas galletas húmedas humo de
astillas verdes.
Caen derrotados los dados en la mesa.
Un estrecho corredor deja mirar la ciudad lejana en su
abundancia de hoteles donde el asma hierve puñados de
eucaliptus.
No hay Islas no hay bosques con
ganado salvaje
no hay pasión que merezca una linea de tinta
sólo mercados en veredas angostas sólo imbéciles
mirando como caen las fichas en máquinas donde la
derrota es segura llaves en las rajaduras de las puertas,
escalones de asfalto.
Todo es inundación y mujeres de rápidas piernas en la
espuma de los colchones.
Hombres de la Tortuga hombres sin
otra fe que la velocidad de sus navajas
remos acercados al agua jadeo cavan el agua donde
el tiburón nada en círculos.
Errabundos fanales de proa alumbran ese espacio mínimo
renglón que mi mano tensa y es acero que repite una
herida monótona
despiertos bajo un foco blues de los que contuvieron su
garganta con el luto de una media
de los llevados a un baldío para llorar, extendidos en un
catre de hierro, esa ausencia de goleta que el horizonte
pierde como arena en un guante
adiós,
filibusteros que entraron a las ciudades arriando monjas
negras con un pálido cuchillo; que pusieron sacos de
pólvora en la capucha de los frailes y los hicieron avanzar
entre tiendas abandonadas avanzar sobre las piedras
de calles angostas y las casas tapiadas, duras de cal, eran
una incesante floración de sudarios bordeando
explanadas húmedas .
Devoradores asaltando una ciudad perdida arrancando
las copas de oro en las iglesias, la dura porcelana de las
virgenes muñecas lascivas con largas cabelleras muertas
y la tallada madera de los cristos y lo azul del manto
incrustado de perlas; arrojados a un fuego más voraz que
el Infierno que hierve mas allá de las islas.
Hombres con un rústico fieltro caído sobre la ausencia de
un ojo que miró lo suficiente
en habitaciones donde la rapiña se instala desnudas las
mesas de sus manteles de hilo crudo el viento morboso
de los trópicos entra por ventanas reventadas y el hambre
busca muslos blancos, gargantas españolas.
Muchos días arrastrando cañones de bronce y pesadas
cajas de arcabuces a través de la selva los abiertos ojos
de la lechuza en el bosque cerrado las sienes insoladas
los amputados con el triste muñón envuelto en trapos
y todo para lanzar un furioso garfio contra la ciudad
perdida botín perdido lengua castellana
y todo para nada ese despertar bajo un sol
malsano que pudre las maderas y fermenta huevos de
mosquitos en las ciénagas
y todo para nada el barco no está en el agua quieta.
El barco no supo esperarlos. Se fue con la vajilla de los
Príncipes
y todo para nada Han quedado solos en una ciudad
extraña .
Desencajadas, las vigas caen entre un desangrar de flores.
Las puertas, arrancadas de sus goznes, dejan entrever
interiores trémulos donde las mujeres se arrastran hacia
palanganas de un agua intranquila donde flota, inerte,
una hoja de hiedra
párpados caídos sobre la traición hombres absortos, sin
barco; miran el agua donde el horizonte es fuga
la boca sucia de ron el pecho tatuado por la Rosa de los
Vientos
abandonados en una ciudad peligrosa; inestable en sus
consumidas murallas
alcobas con un hedor a muertos, a humillación.
Los ojos azules de los caimanes vigilan la debilidad de
unos hombres que el abandono retiene en una ciudad
española
de mantillas rotas en los altares
de cobardes sin respiración en los sótanos
la mórbida niebla de los pantanos y la selva que los ciñe
con el empecinamiento de una mulata
nada una ciudad arrancada de si, entre dedos
palúdicos.
Eso es todo.
¡Atrás los botes! ¡atrás las chalupas en
un mar impasible.
La estática loza del cielo, desganada, se estira sin nubes
¡atrás las tablas y a los remos! con un
canto en los labios ¡a quebrar la quietud donde Dios no
tiene verbo!
Hombres a los remos! oprimir el
agua que se resigna con espuma en los labios orilla de
la ciudad saqueada ¡a los remos! pluma desencajada
pájaro de la traición picoteándoles la frente
¡a quebrar ese apacible relato de aguas y cielo!. La lengua
de Dios conoce el ácido de sus cuchillos y no habla en el
Caribe.
El puerto es sólo una herida de luces en tierra
remolcadores que guían un navío hemipléjico entre
túneles líquidos.

No hay Islas no hay costa para los hermanos que
odiaron.
Sólo camiones frigoríficos atraviesan las rutas heladas.
Sólo adolescentes que la fiesta consume. Luego aparecen
en un auto incendiado; las manos atadas por un breve
corpiño de lacre.
No hay mapas no hay brújulas con el cuadrante roto
por el calor de los trópicos.



errar incierto entre faros y oleaje Filibusteros
hombres con un pobre designio en unos pobres barcos
empujan los remos con un canto entre la oscuridad de los
corazones.
Un golpe de muleta sobre la madera hinchada de los
botes.

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