"No hay nada bueno que empiece por ser una herida" L.G.H. NOTAS EN
ESTA SECCION
LECTURAS RECOMENDADAS
Garcia Hernando, Leonor - El cansancio de los materiales (epub) | Garcia Hernando, Leonor - Tangos del orfelinato. Tangos del asesinato (epub)
La noche de los chacales, Ana María Ramb
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Gabriela Yocco: Leonor García Hernando: Colgar de un
clavo la memoria
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ARBOLES ESFUMADOS
Leonor García
Hernando nació en Tucumán, en 1955. Desde niña soñó otros mundos posibles, más
justos. Ella creía profundamente en la palabra y lo ha demostrado en una de las
obras poéticas más apasionantes. Algunos de sus libros, Mudanzas, Negras Ropas
de Mujer, La Enagua Cuelga de un Clavo en la Pared, Tangos del Orfelinato/Tangos
del Asesinato y El Cansancio de los Materiales, su último libro de poemas en el
que trabajó con una intensa fe digna de una verdadera atea. La lectura de estos
escritos son esenciales, no sólo para descubrir la luz de su poesía, también
para comprender desde su visión, una parte importante de nuestra cultura, de
nuestro país, del "crimen, el asesinato como código de educación hacia la
población civil, hacia los jóvenes", de las consecuencias en la cultura de una
nación fundada con sangre, traición y corrupción. Se intenta eliminar ciertas esperanzas de muchas maneras. No solamente alcanza con la fachada. Vemos como "el progreso" causa estragos en las ciudades, se asesina el pasado y de esa forma los conocimientos. La arquitectura ya no es la misma, los hombres tampoco, salvo raras excepciones, y esas excepciones son atacadas, rechazadas o perseguidas. Algunos podrán suspirar: "ya no veremos el sufrimiento en los bares, podremos pasear y practicar libremente nuestras imbecilidades y miserias cotidianas, sin culpas en nuestras conciencias". Ciertos insoportables mundillos culturales, ciertos patéticos ambientes poéticos del buen decir y de los enredos psicoanalíticos de Buenos Aires, y de sus cócteles y de sus discursos idiotas, podrán sentir algún alivio, otros que hasta hace poco huyeron y dieron la espalda ahora podrán ensalzarse en homenajes y falsos llantos, otros simplemente se verán en el espejo, en soledad, y tendrán que convivir con ese gusto amargo, a muchos otros no les importará y muchos otros ni se enterarán. Pero las excepciones nunca morirán, eso está muy claro y ese es el equilibrio que mueve todo. La luz, esa fuerza minoritaria pero poderosa, seguirá molestando con su verdad, con su belleza. La lucha de los diferentes se transmite. Seguiremos en el camino, aunque la oscuridad no lo permita. Aunque la convivencia sea imposible. Creo que es momento de reaccionar, de marcar las diferencias, de rebelarnos. De devolverle su real significado a las palabras amor, fe, ética, moral, solidaridad, lucha, espíritu, nobleza, lealtad. Y jamás temerle al fracaso. Jamás temerle al tiempo presente, al ahora. No seamos cobardes.
Muchos ya han
muerto. Demasiados. Pero no todos...
[Perro Negro Nº 2,
agosto/septiembre 2000] Leonor García
Hernando: Creo que tengo un recuerdo también ilusorio de mi infancia, es decir,
en un momento –que no puedo detectar cuál fue– me construí una memoria de la
infancia, que no es mi infancia misma, no es lo que ocurrió. Es una
reconstrucción idealizada de la infancia. Creo que no es de la infancia, sino
que es de esa reconstrucción que no me puedo despegar.
Leonor García Hernando, Cristian Di Nápoli, Rolando Revagliatti, Jorge Ariel Madrazo y Juan Terranova en 1999 - Foto Daniel Grad
Leonor García Hernando No hallarás nuevas tierras, no
hallarás otros mares.
caricia de tu mano breve Desde la mitad de su crecimiento las mujeres son cuidadosamente envenenadas MAX ERNST Todo es desorden. No pidas otro lugar que aquel espacio de cardúmenes. No devores otro pan, otro licor de sueño. No pidas otro rencor que esta mesa que tanto has codiciado. Yo no soy tu pesadilla y no puedo consolar el cansancio de los materiales. ¿Para qué deseas tu pequeña maceta con tulipanes misteriosos? ¿y las alfombras de pesada lana donde los pies se deslizan como algas en la oscuridad del mar para qué? Yo soy la que te dice que tu suerte es poca cosa. Sólo la trivialidad de tus cabellos cepillados para que brillen hoy en la tormenta. estúpida noche estúpida en todas sus ventanas sus bancos de cemento en parques vacíos. Llueve con agitación no hay horror si uno respira con suavidad sobre los vidrios. El paisaje se empaña. Regresan las hojas del nogal apretadas por el remolino y este rincón, esta mesa de estuque rojo, parecen ser pasión de muchachas advenedizas. Las invitaría a retirarse si la calle no fuese tan brutal; pero estos pasajes +que perfuma la mandrágora no abrigarían a unas mu- chachas que se alejan con perlas en las orejas. No soy tu araña de gruesas patas angulares. No soy tu destino errado. Responde al terror con otro veneno en los labios. Cuando miras a tu padre romper botellas contra el marco de la puerta cuando tu madre se mueve con un arrastrar de toallas en el pasillo y los niños están con sus opacas cabezas cubiertas por una sábana de lino. Si tu hermana clava su mano con el huso de vidrio y la belleza la duerme agotada y la enfermedad palpita en esos dormitorios donde no quieres entrar porque ahí es pobre tu cuerpo, porque allí tus uñas crecen curvas y los muebles tienen esa suavidad inconclusa de la demencia. No creas que mi rostro de barco es para esos corales. No soy tu naufragio. No soy el fuego que mentía un faro en la playa de piedra. La tormenta es inmensa sobre los autos estacionados en la avenida. Esa es la verdad: no queremos mojarnos se desbordan las alcantarillas, se deshacen los papeles arrojados por el paseante con dedos idiotas y una pasta hecha de sucios fragmentos, del reflejo de difíciles ojos impregnados; va cubriendo el asfalto de desviaciones. Sollozar no sería dramático es tan escasa esta noche, tan ingratos sus mástiles banderas de cenizas sobre nuestros hombros desnudos las nubes se mueven estremecidas y pequeñas, frías luces disminuyen en sombra y ustedes cuentan el gemido de la madre en el dormitorio de paredes bloqueadas. Ustedes, que han visto al padre golpear a la madre como un paisaje de campo desde la ventanilla del tren. Ustedes que no han nacido y están rotas como los pequeños huevos de codorniz hurgados por la comadreja. Yo no soy nada de esa corteza amarga que empujarán contra los dientes, invierno comido por invierno. Sube los peldaños de la escalera y mira yo no soy tu destino. Sólo soy la que lleva la vela en la mano e ilumina el descampado. Además están los sencillos manteles las hamacas donde el sol ilumina tu cuerpo temeroso el amante que te obsequia un collar de perlas y al inclinar la cabeza, escuchas el sonido del broche cerrándose los cuchillos que brillan sobre la mesa de la cocina, o el ruido de la loza en la pileta, serán todo el placer. No soy tu destino. Siempre es amargo el deseo entre objetos olvidados. Soy la que atraviesa la escena con su candelabro de hierro soy la que atraviesa descalza el monte fúnebre donde brillan los dientes de jabalí. LA INTENSIDAD DE LAS VICTIMAS con guantes de encaje vienes a romper mi frente, mi aleta de nadar en la avenida sucia ¿qué quieres de mí, más que ese corazón que comes de entre enaguas?. Tu delgada cucharilla de plata escarba su lenta carne idiota. No mires aún los círculos tristes de mi oído. No hables sobre la cabeza inclinada en el mimbre esta guillotinada debe todavía? ¿cuántas monedas de púrpura fiebre? la indigencia en túneles no es suficiente. Me quieres con el foco en la frente, como una muñeca de loza en el teatro cerrado este estrellado cielo contra mi nuca esta mano de tinta en el cuello quebrado hay una intensidad en las víctimas un esplendor en esos ojos alzados hacia el que ajusta un pañuelo de seda hay una intensidad en las víctimas en la sombría indiferencia con que levantan la frente cuando la piedra es lanzada desde las terrazas una impresión de sello en lacre tibio. He de dormir después atropelladamente un automóvil plateado sobre un gato tuerto, en la ruta a Dolores. Lo vi hace 16 años y el gato fascinaba con su único ojo abierto en el pavimento ardido. En la banquina blanda como un arrozal, el vapor saturaba los nervios. Lo brutal sucede tan rápido y ha quedado esa oscuridad del grisado asfalto extenso también en mi corazón detalles en los abismos flores que crecen rarísimas en la pendiente abrupta pétalos y agua fangosa que se estiran en un fondo atravesado el crimen que agita las sienes el sol contra el agua final de ese paisaje roto, para que llegue descalza la intensidad de las víctimas recuerdos que caen pesados y fatales en un deshacerse de plumas pequeño navío de velas pálidas que el atardecer consume suavemente detalles ¿sutilezas? pequeños bocados de un pan rancio desviaciones que son desgracia sólo para el desgraciado. Otros pasan rasantes sin hundirse sólo los intensos resbalan con la espina dorsal arran- cada como una mala hierba de entre los pulmones, los dedos negros de arañar terrones y el creciente cabello de los muertos en la noche de una tierra partida puedo contar algunas cosas porque he dormido en vigas secas y puedo hablar de algunos sucesos que ocurren en las estaciones de tren al contemplar a los amantes que tiemblan y puedo preguntar, sí, seguro que sí, puedo pedir alguna explicación porque la estafa ha sido altísima porque me han quitado dientes en los intervalos y perdí papeles en autos que sangraban una luz rojiza y puse mi rostro entre las uñas, sin poder respirar, pedí deseando verdaderamente que me den y no me dieron candelabros y fragmentos que el agua inunda bibliotecas en sótanos sumergidos algas en un temblor que es de rezo nocturno yo no pedí venir a esta casa a esta división de las manos sobre materia ácida quítenme este sombrero de paja de la frente estas enaguas estas construcciones que me señalan quítenme ese aire confuso ese olor a remedios en un cuarto cerrado y caliente ese manto sobre los hombros débiles y aún así la intensidad brillará, su rareza será un esplendor en la noche de ráfagas su estación será el verano de un agua estancada y todo por preguntar: ¿por qué somos intensas las víctimas? ¿por qué nos distingue el daño entre los nadadores de la piscina? ¿por qué vinimos al mundo para sostener un estuche de fósforo? no pedí esta docilidad de las sábanas que cubren el cuerpo desnudo no quise la gramilla del parque fisurada por fuentes de piedra no pedí esta fiesta de rosadas flores de hule y las pupilas dilatadas en el calor de boleros porque hay una intensidad en las víctimas porque camino entre jardines enrejados con un búho blanco en el hombro yo no pedí venir no quise que los altísimos techos negros fueran sostenidos por columnas doradas no quise esta losa grabada en mi boca me hiere como otro alfiler clavado du- rante mi trabajo de costura ver los labios de los que dicen amarme. La intensidad sumerge las palabras que se dicen al oído con el musitar de un moribundo no pedí venir bajo estos carteles que en la noche subida palpitan como animales cansados no quise estos gru -mos no besé su garganta para dormir con agua de es- malte frío sobre los párpados. Sólo ayer dormía con un cuerpo olvidado sobre la hierba y tuve unos días de sere- nidad sobre los lunares de mi pecho y pasaron días inmensos, de frías rajaduras en los vidrios, sin que nadie pregunte por mí, sin que a nadie aflija mi cabeza rapada yo no trato con pequeños incidentes aquí estoy mi boca de cine mudo aguardando su bermellón pastoso como una sangre reciente la capucha de piel caída en la espalda. En un cuenco de madera sostengo la vela de cebo marchito e ilumino el corredor hay una intensidad en las víctimas hay elegidos para la caricia y hay elegidos para la navaja he dado mi luz en un pasillo que se hundía en puertas entre esos grises deteriorados de paredes que no se ventilan es intenso el pasillo de los retenidos y es intenso y confuso el lecho de las asesinadas. estamos abiertos otra vez un peque- ño y húmedo batracio de piel lisa y ojos de desnudo azu- lejo vivo y sin domesticar sin respetar los estiletes eran ofrendas de musgo y papeles que se curvan al acercarles la llama de un fósforo .Todo era tinta que se derrama, niebla sobre el pastizal que se borra, cuadernos viejos de tapas arrancadas ¿Dónde estás sabor de la noche, sorpresa de los baños con puertas escritas por rouge, carteles flojos en un viento de astillas fijas? ¿Me querías delatora? al fin contando las vergüenzas de una garganta acariciada al fin confesa duerme sobre mi lengua, idioma que te pierdes en los asientos traseros de los taxis. Escombros de mi boca. Saliva de lentos mástiles. Bandera arrancada y tirada sobre el cabello de los muertos. ¿Me querías de uñas esmaltadas, estúpida, de tacos dejados en la escalera? ¿Me querías estimulante en una sábana cruda, mordiendo bordes, poseída y sin nadie? pídele paz a esas sienes insoladas, a ese tajo en el vientre en la pollera ese tajo de milonga arrastrada y sin domesticar afilando tu tijera en la caja de costura. tu cabello cae trenzado y aún escribes inclinada contra el foco. Todavía silvestre errabas entre mármoles y no había suavidad, ni misales con dorados rezos, ni pena tenías, ni un jarro para calentar café. Tu proximidad con el desastre era lo que tardarías en caer desde tus tacos de alto negro ¿para qué esa rasada tela nocturna? ¿y las escamadas estrellas que se estremecen, como un desparramado pez, en la saliva de una boca que es noche sueño que se repite incompleto pesadilla que habla por pasillos donde se apagaron las lámparas? deja tu lengua en mi lengua como a una hermana siamesa como criaturas que aman su imperfección. No quiero el reposo de los que se estiran al sol, apretados al agua lavada de las piscinas no confío en el pudor. Dame hambre y bestias y corrales de piedras encajadas y páramos lluviosos con sombra impresa de líquenes dame desorden muletas que derivan en sótanos inundados columnas encaladas y piedad quejidos en las cúpulas volcadas de la ciudad sin patria seres expulsados de las mesas familiares, heridos entre el estallido de las copas, entre pocillos de porcelana que transparentan la oscuridad de las manos seres sutiles vagamente sospechosos dame esa sangre de los atravesados por un familiar cuchillo de cocina porque no callaron cuando debían y cayeron con un trémulo ramito de perejil entre los dedos que son vapor ahora blancas desenvolturas de un aliento que pide. era turbada por algunas palabras. Completaban mi boca con un bocado enfermo "Pañol de Herramientas" nombre de un cofre alto, de un sufrido gris resquebrajado, abierto para mostrar sus tenazas y filos en un orden de amputación y de encastres; olor a trabajo, a dedos percudidos, a madera iluminada de lustres, a hierros domesticados. Eran hombres convirtien- do la materia en objetos y yo aullaba con la frente sujeta a un vidrio de esquina Montevideo lapicera fuente negra de tanque trans- lúcido pereza de la virtud que quiere sábanas rajadas como vendas jergón donde vas a tirar tu cabello a las débiles arañas de cabezas ocres, cuadradas, malignas. los ojos se derraman en una mirada aturdida. Las bocinas inyectan la noche de pánico. Un hotel incendiado se retuerce con su cúmulo de amantes desprovistos escribe hazme este reino amargo: un fruto de carozo verde intenta separarte de tu piel como un reptil en su época de mutaciones estás despojada de encanto idiota de medias negras esperando el deslizamiento del ascensor. Vives de esas imágenes desatadas escribe: era sospechosa entre los que avanzaban con el capote golpeando sus tobillos era escurridiza entre arcadas, donde los hierros rojos se imponen como una flora menstrual era ilusa y aún así, las mujeres ciegas anudan las perlas de sus collares. Aún así, con la mano abierta recibías las peinetas de vidrio otros hundimientos envolvían la garganta con un celofán que brillaba quejándose en la noche algo ardía hoteles del once y algo se inundaba. La boca iba hacia las sienes y sonreía el trapo sucio de la noche cubría mis piernas. Las visitas eran raras, con ropas enceradas, máscaras japonesas, extranjeros que sostenían escudillas de arroz con hongos la patria terminaba en un pastizal aguado. No tenías provincia no había lengua de los padres, no tenías otro exilio que las altas terrazas escribe relata la humedad de los bordes abismos donde la selva se arrastra como un animal de livianas vertebras líquenes acumulados sobre la placa negra de un disco girante en el cráneo roto y sin domesticar sin pausa en el destello de la hoja de toledo, encofrada en un pequeño mango de madera, sin adornar con jazmines el dormitorio sin sirvientas en tu corazón. era el país caluroso. Los hombres orina- ban junto a las carrocerías era tarde eras extraña como un objeto de barro la mórbida desnudez de tus ojos en las iglesias la mantilla caída sobre los hombros de clavículas expuestas una ilusión de frescura en el verano ponzoñoso escribe relata el pecho sofocado por fardos de calor, esa ilusión de pudor o de mar dame palabras necias escribe nadie abrigaba la boca de tu padre en la tumba nadie abrigaba tus cabellos fríos, lentos, amarillentos como un tigre nadie acercaba el cirio de los agonizantes a tus dedos con fiebre. ¿por qué no dejar que la tarde circule como el pez de plata en la redonda pecera? que la intemperie crezca en los techos de pizarra. Los mimbres de la hamaca son extraños en este cuarto quieto; los baúles, las botellas de vidrio azul, los íconos que la insolación fermenta la acumulación de objetos donde la belleza estuvo alguna vez temblores en la sombra que crece ¿por qué no dejar tus cabellos vendados sobre las duras hojas de hiedra?. Deja descansar mi cabeza sobre las hojas la fría aspereza del verde rodeando cabellos caídos y la suavidad del dolor que ya no espera calma sólo el abandono del musgo en las sienes puedo ofrecer las manos lavadas de anillos del inocente. Pero me alumbra rígida la lámpara del sospechado confesaría cualquier crimen con tal de tener las hojas del sueño refrescando mi nuca daría cualquier pista para terminar condenada y dormir. Deja mi cabeza en la húmeda hiedra que crece arrastrada. No tengo fuerzas para mantenerme erguida sobre el pupitre. No tengo rezo para incarme en los reclinatorios. No tengo balas para el revólver que dejó mi padre en la pequeña silla de mimbre. No hay pudor para ocultar mi mentira. Deja mi cabeza en la hierba, entre las hojas caídas de los plátanos, entre el murmurado peso de las agujas de pino sobre la tierra sombría. No es bueno que los amantes se acerquen en las mesas de mármol deja mi cansancio en el verde que Marzo mutila deja mi pasión en la escarcha que cubre los brotes del ligustro ¿para qué sonreir con un vidrio apartando los labios? ¿para qué esa insistencia en verter el rojo espeso de la copa en el mantel? estoy para las hojas livianas del almendro, estoy para las gruesas hojas del gomero luctuosas y sin perfume, para las hojas del nogal suavemente curvas y de nervaduras ocres y estoy para el silencio de los abetos cuajados de mínimas piñas o puedo, extensa como la Tuya Dorada, distraerme sobre jardines perezosos. No acerques mi cabeza a tu pecho. Bajo mi oído no quiero los golpes de tu corazón; la mentira de tu vientre como un suelo de tablas podridas dame la vida de los árboles que no mudan de entierro. Desean y persisten en un suelo aferrado como intrusos en un baldío visitado por el juez botellas quebradas en una vía angosta paisaje de descuidos uñas rotas en el desastre la mano lastimada sin trapos para cubrirla entre juncos móviles cae el dulce peso muerto de las flores de almendro. Es frío desganado el agua que se inclina seré estéril, sin codicia y sólo la cabeza hundida en líquenes será mi bienestar ceniza floja en la corriente viva sombra de las manos arrastradas en el limo y ese barro es mi vida. Es mi nombre. Es mi boca ligera, turbia, de agitación imbécil. La vida no ha sido sencilla. deja mi cabeza en la hojas. Perdona este cuerpo que tan temprano en la noche acaba su sangre perdona ese grisado del agua que no golpeó piedra alguna; sólo se escurrió entre pieles de batracios. Deja mi cabeza en la pendiente enredada ¿para qué fingir cuidados por un míni- mo jarro de loza que se quebró? ¿para qué fingir amistad con una extran- jera sin recursos? quiero las moradas hojas del cerezo como un fuego en la redonda intemperie. Dame ese rubor. Dame esa ver- güenza en la blusa arañada de los cuerpos NoAmados devuelve mi espalda al yuyal de los asesinados seré una buena chica. mi cabeza rodará como una perla del collar desatado seré muda con las pupilas dilatadas, aceitosas de belladona los párpados inmóviles los muslos excesivamente blancos sobre las hojas oscuras. La noche es de sábanas quietas de escarabajos que se deslizan en un aire de apretadas cortinas de un perfume a pájaros; a plumas quemadas con un hisopo. Arden las estrellas del puñal en el cielo alto. Abandona mi cabeza en las hojas. Dame el Bosque Real de la Matanza dame esas aguas sucias, de engangrenadas orillas, estancadas de drogadas serpientes y esa hermética, íntima, pobre soledad ese bosque brutal donde nunca estuve con nadie en este cuarto en este Hotel de Pasajeros estoy en maderas de un piso que cruje, con visitas que recorren el pasillo ajeno supondrás mi vida entre arrecifes entre piernas entre pespuntes y nada será cierto, más que este retiro sin puertas este encono de paredes sin aire donde estuve de roces colmada sin almuerzo sin abrigo en los hombros sin peinetas de carey y sin otra caricia que el monte recordado, los yuyales fangosos, las hojas amontonadas en húmedo cieno deja mis cabellos como algo líquido que se derrama en la tierra, dame tu desamparo. No hay amor en el barro del bosque atravesado. de delgadas uñas de arrepentida boca es la caricia del amante y de un dorado casi translúcido el cuerpo de las botellas desparramadas en el estante. El crimen es sólo espera reunida nada más para anotar: esta lámina de objetos que se derrumban. Fulgores de un intervalo pero, para quién suelta su música la máquina tragamonedas? son delgados labios sobre puertas cerradas son intensos párpados maletas que fermentan pañuelos bordados, ligas de encaje negro, un perfume intenso a mutilación. Sobre la ráfaga un hombre alza sus dedos remotos en el aire ¿dice "perdóname esta mano de cercenados dedos en el aire"? ¿dice "mírame la herida, por favor"? Inútil es la sombra de la arboleda. Sobre el empedrado el reposo es intranquilo y caliente. Otros días, miraba peces muertos girar en la superficie de los acuarios. Eran tristísimas esas escamas sangrientas, esos verdes como aquellos ojos de mi padre, esas desviaciones de lo que tiembla deja esas caricias en mi garganta para otra noche, para otro lugar inútil es la sombra rota de los párpados rotos en esos quemados ojos de mi padre inútil el crecimiento del jazmín sobre su ceniza floja. qué quieren de mí? ¿qué cinta debe atar mi trenza desilusionada en la espalda deshecha? ¿Qué quieren de mí? ¿cuántas líneas debe crecer el mercurio? ya está bien. No quiero esa insolación de voces sobre mi nuca. No quiero pedir, otra vez, en susurros amarguísimos, cubierta la cabeza por sábanas sucias. No quiero que anochezca sobre esta arena, esta boca repentina estaba entonces despidiéndome, dormida con el oído inclinado sobre el gotear del veneno y aún así sin domesticar aún así afilando la tijera de costura ¿que quieren de mí? qué espalda de desparramados cabellos qué corza dibujada en la frente como en una caverna qué niebla de arrugados párpados sobre el pantano que no tiene orilla? Bordes, son estos días de una tristeza que no se quiere vivir. Padre, fue mucho tiempo atrás que éramos buenos. Tú no habías muerto y yo era tu hija de cabellos rubios. Padre, ¿qué apariencia tenían entonces las catástrofes? cuando asesinaban a un hombre en un descapotable ¿qué apariencia tenían las rosas de sangre en el tapizado? Amanece papeles cansados rotan en el pavimento frío. Amanece sobre estos pocos sollozos. Un baño quitará la sorpresa de mi corazón, quitará la intriga padre, ¿cuando fue que dormía sin pesadillas, sin muérdago en el pecho? papá éramos buenos entre los alzamientos del ligustro los crímenes no cruzaban el Puente 12 la belleza era esa ciénaga de turbio temblor, esas estrías de serpientes rojas en la noche de un barro que insiste Es muy tarde para confesiones es muy tarde para ser en la arboleda que divaga, un padre y su hija. no hay buenas palabras nada para sonreir mientras giran los ventiladores de techo. La boca arruina la espuma de los vasos. no preguntes por la cicatriz en el dorso de la mano; ¿para qué iniciar una conversación? otras lunas han dejado su párpado roto en el cielo sin que nadie acaricie su herida sótanos para esas sombras de bocas huidizas nada que decir como alguien que aferró su mapa de los túneles así fue que estamos descorazonados pídeme los ojos alzados sobre los vidrios. En una cámara nupcial estamos de espejos coronados entre almohadas de un lupanar ¿para qué iniciar una conversación? ¿para qué errar entre palabras como en arrecifes? abiertos como esa paloma en el pupitre el foco colgante sobre las trenzas que se desatan así fue que estamos descorazonados y el sueño inunda nuestras sienes como terrones de un azúcar negro caídos en el té un fluir hacia el terror. Nada que decir. Ninguna pregunta que hacer son estos años el cabello que el viento mueve es todo lo que tiembla ¿para qué dorar la píldora? que un farmacéutico me pida en su cama y que sea viejo; con lentes donde yo pueda ver los reflejos de la vida eso estaría bien eso sería bueno ¿para qué iniciar una conversación? dime tu mentira sin agitación igual no me importa la verdad de musgo helado son las palabras de los sótanos carne de estrellas frías luz agria de hotel en la ruta pobrísimas hojas de un ligustro que crece ante la puerta de alcobas amantes así fue que estamos descorazonados acariciarnos sin horror y respirar. ¿Qué recordarás de este tatuaje en el muslo, esta"dalia negra"? Perfume de cosas dejadas se estiran bajo los techos donde las aspas del ventilador rotan en un calor fastidioso ¿para qué iniciar una conversación? ¿para qué demorarnos en un error? almendras amargas se suceden bajo los párpados, iguales manos alzan la capucha de piel sobre las nucas rapadas, iguales alambres atan el corazón como a un animal que va a ser carneado. ¿qué cuento de tristeza quieres darme, qué cal qué casa de expósitos? Mírame la frente como a la pizarra azul de una cúpula, tan extraña, tan perdida en ese cielo sin compasión ¿Qué Dios pudo hacer estos sótanos esta vulgaridad en las almas qué Boca nos arrojó de la pasión? oh, veneno que duras! no me dejes sola. No te vayas de mí feroces son los días cabellos sin inocencia enaguas sin temblor lámpara que la tormenta agita aletean como pájaros blancos en el espacio de un bosque quemado plumas en las cenizas así fue que estamos descorazonados así es de sospechoso nuestro impermeable que sacude la lluvia. Una naturaleza muerta que mueve su aliento cinematográfico, su atmósfera de conspiración en almacén cerrado ¿para qué iniciar una conversación? bordo "dalias negras" ceremonias para una muchacha asesinada en un sótano nada que preguntar nada que pedir esquela dejas en letrinas insinuaciones dejadas a un contestador automático blues que gimen en cráneos vacíos como un órgano en una catedral inundada sobreentendidos que no pueden explicar ni esos grumos de ceniza en el mantel un taco de billar que se te incrusta en la sien y te arroja en estos sótanos así fue que estamos descorazonados de qué hablar? Mira mi corazón como un puño cerrado que quiere golpear nada de Novios de muchachos que te corran la silla nada de sutiles deferencias. Aquí hay aguada para que descansen las bestias y sigan, en el polvo deshaciéndose; manada que subyuga la sed y el hastío espanta nada que retener un paisaje de cardos, el pobre azul de esas flores que dilata el calor será que estoy triste y el estallido de vidrios en el mosaico acerca aquellos latidos violáceo crespón escurriéndose entre paredones de curtiembres eran otros los sótanos eran otras torturas y la memoria, como un reducidor de cabezas, aprieta sus imágenes en cajas cada vez mas estrechas ¿qué pedir ahora que pesó tanta sombra sobre nuestros suaves vientres estériles? ¿qué esperar ahora? La espumosa noche crece como un mar de lonas negras y son friolentos los dedos sobre las cucharas de plata, los dátiles, sobre el lento cabello que la lluvia ilumina derramado en la espalda de tajos en la lengua son estos años, de paladares negros de lobos sin idioma ¿para qué iniciar una conversación? Pídeme la vida que es tan poca cosa en este país esta pampa de sótanos donde ningún Señor pregunta a Caín "¿dónde está tu hermano?" en los vestuarios permanecen encajados los fieltros de los sombreros, unos sobre otros, y la sombra maquilla las sedas de un reflejo agónico. la torpeza es el agua que alzamos con la mano y no alivia la rodilla raspada en escalones que se repiten en un ascenso carnívoro ¿existe una poética del amo y del esclavo? ¿quién es la sirvienta que limpia las manchas de sangre en su corazón? ella agota sus labios en pedir y no es calma lo que quieren los intranquilos. Es sólo la tristeza que puede llevarse con un sombrero negro entre plátanos blandos. Seré una desviación de pasto en la pendiente, una lengua de yuyal en el barro. Serán desahuciados los hombros que la enagua deja descubiertos los alambres separan la uvas del pasean- te en una tierra sembrada. Ves huéspedes donde sólo lle- gan intrusos con linternas vivo de escamas separadas vivo de mutilaciones sonriente a los pies inundados. Despierta entre casas de tolerancia. no es calma lo que quieren los asfixiados pedir macetas en el balcón laureles en el estante de la cocina un hogar sobre la nuca quebrada algo que viva en las manos como un animal de fiebre dime qué lugar en las sábanas dime qué rezo bajo las cúpulas altísimas dime qué final ayer y antes, cuando era una niña y ya pedías mi muerte estoy sólo para ser asesinada quiero ser tu sirvienta en el crimen y quiero ser la criatura que hace perverso un filo. es suave la caída del terraplén sobre la avenida. Los camiones saturan de faros el pavimento hasta convertirlo en un páramo blanco y en el deslumbramiento, el vestido flota como un bandera rendida es una conversación secreta que se sorprende en la alcoba contigua una lámpara volcada que comienza el incendio y te marchitas en ese raspar de luces en la velocidad. dime lo que quieres en el asfalto abierto como una cuchillada en la planicie dime lo que pides, Leonor qué buscas en la niebla, antigua, adherida al agua negra, pantano que desbordas y entonces, ayer, cuando eras niña y llegaban las frases de las visitas desde el cuarto en que estaba la estufa eras torpe y las medias caídas sobre los tobillos acentuaban las piernas torcidas. No querías contacto con esas bocas pintadas, con esos rostros afeitados del día anterior. Sus mentiras tenían la carne blanda de un molusco. Reían con desprecio. Tardaban en retirarse lo que la tarde en quitarse del ligustro palabras como hojas picantes que se prensan en un cuenco de jade desprendimientos de un fondo estancado, enjoyado de batracios cicatrices y atrás días que se evaden como humo del pastizal quemado atrás atrás los pájaros que picotean escarcha y eras extraña y sin caricias y pasabas las noches contando las formas romboides del alambre. gallineros plumas en el calor maíz desparramado en una tierra gris. Pocas palabras para relatar esos granos, ese suelo seco y desviado hacia extremos del tapial gallinas agónicas cuando atardece y quedan goteando sangre en la noche porosa y atrás eras niña y ya pedían tus cabellos atados. Ya querían olfatear tu sangre como la de un ciervo y la tormenta comía los límites del parque. Me lavaba las piernas, como un amante, con una esponja embebida en aceite qué pides, leonor? qué espera esa niña que miraba? qué temor guardas? desobedece sin temblar eras escurridiza y lagañas de sueño hacían amarilla tu frente eras vana y desprolija retama crecida en la intemperie torcido el delantal rígido de almidón eras descalza en la tierra invadida de cardos y con zapatos blancos en el parquet encerado. no había arrepentimiento en tu boca y del castigo guardo la trenza, quitada al rape desde la nuca. desobedece sin temblar duerme en esas anchas maderas. Ajusta los labios otra vez sobre el hilo de costura. Devora tu almuerzo de arroz con hongos verdes extasiada en tu pequeña soledad donde se mueven lentas las manos del amante. Como un disco rayado, tan antigua, te repites en su corazón desobedece sin temblar. Todavía es tarde. ¡oh; la vida que existe en los libros de aventuras infantiles, para recompensar- me a mí que he sufrido tanto ¿me lo darás tú? -Arthur Rimbaud- lejano, lejano parpadeo del reloj en la intimidad de la sombra. Huyen por el desfiladero embozados de amotinadas capas. La congoja de mis labios fue antes, en una copa que por minutos mordí. Ahora retiro con un pañuelo rouge, espuma rota los vidrios quedaron quebrados en la alfombra. Anchos mantos retroceden en el desfiladero con un estertor de pájaro alcanzado por la piedra. El tango completa el gesto de las piernas una forma de acercar el cigarrillo a la boca, herida que abre el rostro para que los besos se retiren lejano, lejano comprometerse a esas manos que apartan el pesado cabello de la frente y luego devorar la ceniza pequeña que ha quedado en el mantel. Estoy para perder tantas veces como caigan los dados de una forma maltrecha estoy para los grandes acontecimientos: un patio con un foso al fondo donde serán sumergidos los ahorcados, un pabellón de cal y las enfermas tocándose las ropas, el hundimiento de los barcos cargueros con pimienta negra y perlas de Malasia, con aceite crudo y navajas de Sevilla yo estoy para las mutilaciones para los mancos con voz profunda con sus únicos cinco dedos alzados, agitados en su incapacidad de extrangular. Como en un estuche, mi frente es la perla bajo las placas de fiebre. Los lisiados desnudan sus rodillas para acercarlas al mar y fatigados dejan que el agua oprima sus mansas piernas incompletas lejano, lejano soy para los asmáticos el puñado de hojas que quema la estufa; el espinazo de pánico en el descarrilamiento del Metró Port de Clinancurt - Port de Orleans y la sospecha de los devoradores encapotados apostados en el desfiladero lejano, lejano: ¿dónde estaba Dios cuando te fuiste? el tango propone reprochar escribir como un jadeo retener ese bote que quiere deslizarse en el pantano con mi cuerpo atravesado en la quilla rozar esa cicatriz que el paisaje dejó en los párpados estoy para rezongar para cubrir de trébol la nuca del sonámbulo y lentos canales de sueño desagüen en esa cabeza neutra, de cabellos cortados al rape. Cabeza errática en la mesa desnuda; evoca otra posesión, otra intensidad en los cubiertos. Las cabezas descubiertas, desprotegidas entre la fuerte circulación de las voces, de las copas donde el trago es de ansiedad. Nadie quiere ser consolado. Saturan esas manos que rozan la garganta. Perturban esos dedos las sienes escamadas de los que sólo quieren reposar y estoy para abrir las cajas de música y escuchar los sollozos de las muchachas que abrieron otras cajas de música otras puertas de cuartos de hotel sus blusas con botones de nácar abrieron uno a uno desprendían los ojales del corazón y miraron con una aflicción de bolero las piernas de los hombres. Estoy desnuda de situaciones poderosas. Si alguien me llamara desde una ventana oscura una voz que empu- jase mi nombre en la noche una voz descarnada con el rostro retrasado en la penumbra la desdicha de un barco guiado hacia el crecimiento de corales y el sonido de la brusca intemperie, de los mansos utensillos ahogados. Una voz en la sombra grita un nombre y promete otras zonas (y mi nombre es de reina dos veces construida y dos veces exiliada; fue hecho para el amor cortés, para las sofocaciones). La resonancia de una palabra es tan alta tan penetrente la atmósfera de un nombre que el amante desatento no encuentra donde abandonar el cuerpo desmayado de Leonor hecho de criaturas perplejas, de vacilaciones, la boca turbia de tierra: es mi reino que comí para que no me lo quitaran. Mi nombre gritado desde esa alta formación de vidrio, desde un ácido encierro y yo seré más buena seré un cachorro que alza sus lúcidos ojos a la promesa de una voz. Tendré el encanto de los que perdieron siempre. Estoy para los grandes acontecimientos para dormir con Robin, el de los bosques. CAFE DE EXPÓSITOS a María Fiorentino. maderas que desborda un conteiner, vidrios rotos como algo que partió la tormenta nos queda ese estrecho paso de baldosas. La enrojecida marca de la luna cuelga como una luctuosa res en la cámara helada. extraño sitio. Unas mujeres juntan el dinero tras el mostrador de piedra y madera laqueada he perdido mis horas, como el que más, bajo ese toldo de franjas de color, el espeso perfume de los frascos, plumas que adornan amorosas un fieltro roto, la espuma de esos dientes que ríen sobre el cuaderno, con tu tintero negro; ya no sabías de amantes con sacos cruzados que entraban sin llamar, de respiraciones escuchadas tras la puerta del baño en el techo, la sombra de una silla crecía gigantesca. Detenerse en ese estuche de mesas de granito extraño sitio la membrana del tímpano, como un ala de luciérnaga, brilla por palabras que se murmuran con la cara en la pared. Así contemplar las noches de una calle que muere, la vastedad de aberturas inmóviles y esas inútiles máquinas acumuladas bajo un resplandor de garito mampostería rota en un conteiner patria argamasa que la peste recalienta y los aullantes cachorros atados a los mástiles no nos dejan dormir, no nos dejan pensar. Sus aullidos persisten en la oscuridad como un perfume ciudad perdida en habitaciones de cortinas arrancadas, escalones de hierro, débiles susurrantes en vidrios que el alcohol ilumina después la lluvia borra los pocos rastros. Envases vaciados bogan en las cunetas y ya nadie tocará nuestro corazón no arderá su tenue alivio en la tiniebla ácida. alguna tarde un silencio de vigas de hierro y el viento otoñal entraban en el café desierto y la luz se movía anhelante en las lámparas de chapa extraño sitio el insomnio anuda un pañuelo en la trenza y los novios llegaban con ese ojo roto en la pelea ¿qué hacer con sus frentes arrancadas, con la bufanda muerta en el mosaico y ese dolor en la nuca que se pudre? ayer es esta memoria que llora en oscuridad mucho calor aquí un verano excesivo palpitaciones de viento como el cuello de un animal un conteiner que pierde el zumo de la noche. Ayer sería más blanca mi espalda, más desnudas las piernas, mas evasivas en el terciopelo ¿,lloré por ti cuando caías? no dormía en una cama de pino, Eso es seguro. Miraba la ciudad sitiada por camiones blancos SCORZA en letras plateadas a un costado de las carrocerías ¿eran de amianto nuestras sienes en el incendio? eran del papel lila de las cartas? era de espumosa ceniza nuestra boca en el aeropuerto? y entonces? Nada grumos en las terrazas que el viento azota plumas. Sólo pedimos un banco para ser más pálidas. Sólo una tela cruda para el cabello lujoso. Tatuajes de tango en la piel delgada de los hombros, en su perfume barato calor aquí calor o bestias de porcelana negra. ¿lloré por ti cuando caías? abrígame los pies abrígame la garganta abierta. No estoy para dulces afrentas, para abandonos raros los cuerpos crecen en ese tono de jazmines que la helada quema y un sangriento telón de teatro alzado a un costado del kiosco, deja ver los paquetes de tabaco y pequeñas latas de caramelos holandeses. Mi aflicción era inmensa esa noche que caíste, mujercita, pero no recuerdo si lloré o si me mojé la cara y vi mi rostro en el espejo y era sólo la boca que temblaba y el reflejo de azulejos blancos como nieve. Eso: amonto- nada nieve sucia y un rostro que se adelanta suplicante en el vidrio. Alguien hablaba en el cuarto contiguo una voz oscura: humo de hojas húmedas que se queman pero no recuerdo si lloré o si me desprendí el corpiño con uñas que se quebraban. Mirábamos una ciudad que se agitaba y desaparecía. Vimos andamios que se desprendían para caer con lentitud, papeles que el aire mueve con desidia, vimos grúas que alzaban al cielo impasible fardos de tablas rugosas. No había terror en nuestros dedos alzados que temblaban. Ni sonido en las bocas abiertas patéticas en ralenti fulguraciones en el clima de placas de caucho. ¿lloramos esa noche, María? llorábamos después, noche tras noche, en cuartos alquilados, autos dejados en la inundación, iglesias (su último banco de astillas agrias que nos corrían las medias), departamentos sórdidos, lavaderos de adobe húmedo, moteles de las rutas del sur llorábamos? No estoy para suposiciones de fiebre para amores tardíos. No estoy para las extravagancias del deseo lloraba? se trata de la naturaleza del dolor. El escarabajo de ese dolor mueve lentas alas lúgubres en las alcobas de la pasión. Se trata de la garganta mía eran trenes cargueros como en un túnel fugaban los rostros amados/supuestos/ofendidos entre bolsas de papa estábamos solas con nadie recordábamos "de qué color son los cerezos" no vendrían, después de todo, a calmar nuestro canto desdichado en baños de azulejos pálidos peces giratorios en los acuarios corazones que incrustados en la mesa escriben. Mirábamos fascinadas ese deslizamiento de escamas, como una herida deja tras de sí, en las tablas, desprolijos rasguños de sangre ¿llorábamos? ¿pedíamos igual delicadeza? no comprender las cámaras de vidrio, el encierro, la humillación? ¿pedíamos algún narcótico fuerte? que sabemos al fin? de la torpeza con que se mueve la saliva en los labios ¿qué recordar? un sombrero de paja con una cinta oscura ¿ es importante? los tacos peligrosos que tocan el mosaico con un sonido de pequeño, agudo martillo de plata fanfarronadas de minifalda negra, sonámbula en el aire escaso que mueven los ventiladores de techo, lycra apretada a las piernas disco de pasta que una púa escarba en su herida fatal y también aquel monedero secreto en la liga; con unas separa- das monedas de níquel. Porque alguien supuso que nos habían dejado pupilas en ese café; entre el raspado sonido de las tizas en los billares y la caída de los dados en lujosa intemperie. Porque alguien sospechó nuestras camitas de hierro encalladas en habitaciones de cal saliva quieta inmóvil venenosa, que supura cuadernos de lívida caligrafía Con zapatos de charol nos llevaron al cementerio de automóviles con vestidos de piqué almidonado con guantes de encaje blanco hemos visto el fuego de las fundiciones fotos en sepia con mujeres embalsamadas en sindicatos vacíos aguas infames cruzadas por un ballenero espectral aguas confusas y ese esfumado de cenizas de marzo ese musgo esa vergüenza en el corazón ¿lloraba? De túneles se hizo nuestro impermeable en la lluvia. Su sombra proyecta en el empedrado una naturaleza cinematográfica y los focos iluminaban el puente como algo construido para otras razones. El cielo suelta un agua acostumbrada a la oscuridad, espumas de crisálida en un patio encerado __ es cierto, después de la belleza no hay nada __ nos movemos en el circuito de arcilla empapada. Vemos entre la niebla nuestros vestidos alzados por el remolino de lluvias. Nuestros vientres baldíos, con el encerrado perfume de la desobediencia, se agitan bajo las sábanas como en un nacimiento Muchachita parda: stos roces estas anotadas palabras de tu hermana melliza de gemelas piernas untadas de la misma seda gris desprotegidas en los zaguanes /afligidas / en marchas furiosas sobre las plazas abiertas / acariciadas en autos de oxidadas carrocerías y orgullosas y lentas soberbias. Solas en estas calles de perdidas metáforas porque la belleza ocupó totalmente nuestro corazón. La nobleza puso su pluma rara de halcón en nuestra frente En una patria de canallas, de bocas errantes en salones reservados; nosotras fuimos buenas durmientes en cajas de vidrio curiosas entre vasos de cerveza negra, leíamos: "dicen que yo no he levantado para ti ni una sóla casa de música" entre papeles de tachadas cifras designios citas en esquinas alquitranadas el viento mezclaba nuestros cabellos a las lluvias que no cesaban y empapaban las banderas rápido se inundaban las alcantarillas y ya entonces se escuchaban los tristes acentos de la noche milonga turbia que abandona sus flores de fango en las sienes adolescentes. Llegábamos las ropas húmedas las sillas huesudas aumentaban su sombra en la pared y fuimos los mejores nuestros dulces cuerpos delgados fotografiados en todos los entierros en los amores neumáticos que se queman botellas con nafta arrojadas al hambre los tiroteos pensamientos desesperados ocultan con un pañuelo la luz del foco como algo desnudo generosos hasta el suplicio rencorosos de dignidad lastimados atravesando las avenidas el pavimento se hundía bajo el peso del Elefante Blanco de un generación que pidió mas allá de su muerte, que tocó su armónica más allá de los sótanos no quiso las costras del poder sobre su piel sin enaguas no cambió sus sueños por una botella de champagne Fuimos los mejores porque la belleza ocupó totalmente nuestro corazón nuestras espaldas no fueron ambiguas la promiscuidad no besó nuestros pechos en su catre de plata la pornografía no consume nuestros granos de arroz, nuestras medallas de peltre nuestra agonía era el paisaje donde los ciudadanos sacaban a pasear sus Dogos Argentinos nuestra noche fue inmensa grotesca nuestra aparición en las fiestas familiares desdichados los agujeros de la memoria con plazas que se vaciaban, como un tajo profundo deja sin sangre un rostro pálido embaldosado con crespones que el viento arremolina Nosotros también nos alejábamos ¿La derrota era ese mirarnos los unos a los otros como apuñalados? tristes azules las bocas y preguntas o perros muti- lados en las playas de invierno ¿lloré por ti cuando caías? ¿Estuve.frente al arenero que quita del corazón su lastre de ceniza fría, sus sorbos de veneno, su desmedida sombra? un resoplo de sollozo y turbación abeja que absorbes una flor inestable arenero nocturno arrancabas de nuestra sangre las porcelanas sucias de la fiesta ese cavar de agua enferma arenero y perturbas al que trata de conseguir un poco de sueño un sonido a sábanas frías, marchitas sobre la espalda estrecha; morboso de aluminio negro, sin jarro de agua con vinagre, sin jergón, sin séptimo día. "vivimos en un mundo de sutilezas. La materia no es grosera como parece; es sutil." con los ojos embotados del que atraviesa fumaderos de muebles corruptos las uñas aprietan esos cuerpos que se hunden en la zanja del corazón con sus alambres de púas, sus violetas del precipicio, las citas fracasadas y esquinas que doblan hacia el paredón de las curtiembres acumulada nieve sucia memoria donde la patinadora gira con una vela en la mano y su pasión impregna aquel pañuelo bordado con las iniciales de tu nombre y yo no lloraba cuando caías no respiraba con los párpados quemados no sonreía en las fotos no construía los altos peces del cielo pero de la agitación de esos días en el vacío, recito sus estremecimientos La belleza nos retuvo en su vientre como a un niño no nacido Como algo no acabado estuvimos en el mundo. Como alguien que no tiene párpados estuvimos insomnes en pasillos que nadan en círculos Y como alguien que no tiene cuerpo estuvimos en Hoteles donde nadie nos besaba pero fuimos los mejores porque la belleza ocupó totalmente nuestro corazón. Se escucha caer el agua sobre las lozas de la pileta. Llagas de la noche. Paseantes entre sillas desnudas. Boca sobre boca. Horas de la estación cerrada. Me pregunto si no seremos el espectro de aquellos que degollaron los hombres de Mataderos gargantas fijas que el crimen pule cabezas rapadas en celdas y ahora los meses de la peste y ahora envolvernos en capuchas monásticas Lloraba por ti? hay un espacio de mástiles vaciados donde el pensamiento es gangrena lámparas sobre nucas en las que gotean las noches de vidrio. En la avenida desierta giran errantes papeles como matas desgraciadas y sin rezar en la dañina oscuridad mercurio que se desprende de la caricia. El agua cae sobre cuchillos sucios alto muelle desde el que miras zambullirse a los buscadores de perlas y la aleta del tiburón desliza un triángulo de sombra en el agua abúlica. Todos somos hijos de la tormenta. Apaga ya esa luz en la cabina; que el macabro olor a cebo se desparrame en la niebla Hemos velado durante la inmensa noche. Tanta sombra tienen nuestros cabellos al viento. Todos somos hijos de la traición. Hemos visto la hemorragia fría de los faros perderse en un asfalto lento desvalidos dedos en un piano esa arena en la boca nuestras delgadas sienes en la pared que se derrumba saliva de los compañeros pero no cubrí tus hombros con el pañuelo de seda no cubrí tu vientre con las uñas esmaltadas de rojo de tu garganta no quité las cenizas y no pude no lloré cuando caías. PUERTO DE FILIBUSTEROS a Leandro Regúnaga con un canto en los labios para la oscuridad, amarran sus ocres barcazas. Las luces son ilusorias y tiemblan en la intemperie. El agua hasta las rodillas empobrece esos cuerpos que el mar ha preparado para las tormentas. Encaramados a la caldera escuchan el silbo de la pasión. Navegar ha sido ese desdoblamiento de metales y carbón, para que una tabla busque su isla entre sargazos. Una ambición de ligas prostibularias (lentos encajes adornando satén) anima los dedos que arrastran sogas hasta la muralla donde el agua termina: vaivén de caderas oscuras y licor derramado en esas mujeres que el sueño hace bestiales. El puerto es sólo una herida de luces en tierra y van con las bocas abiertas donde brilla el diente de oro; en los puños cosida la misteriosa perla que sólo el amigo íntimo quitará de las ropas. La muerte es ese olor a pólvora mojada a carne curada en un humo de astillas y vísceras trapo que la sal penetra la muerte es poca cosa un aleteo de pájaro en el hombro. Ahora enrollar la velas con un pesado deslizarse en cubierta. La muerte es esa lona que el viento ha trabajado como un amante brusco y ahora cae rota en la madera, retorcida en su abandono poca cosa esa lona una mujer caída. Los ojos tienen el temblor que aguarda ante un cuerpo desnudo. Atrás, la memoria contempla una mansa pradera y el nacimiento apretado de pobres casas contra un filo de piedra. El llanto de cachorros abre el aire, como un tubo inunda una estancia de desdichada ventilación atrás, el crimen era de los Príncipes y los ahorcados estaban en los caminos como un crecimiento fantástico del triste pendular de máquinas de relojería. ¿qué atavismo hace a un hombre comer el corazón que aún se contrae y dilata en su latir; enterrar entre dientes esa carne amorosa, como dicen que pudo El Olonés orgulloso en una iglesia de espadas? amarrar los barcos se tira un gancho hacia el muelle y la memoria padece ese esbozo de casas con lámparas que palpitan sobre arena fría retener un corazón para siempre El Olonés sería un enamorado eterno deslizar de un corazón tocado contra un paladar que el crimen manifiesta como luminosidad atravesando un vitró y luego ese arrastrar de baúles en la explanada tensa y la intimidad de los cofres perlas que coagulan en terciopelos magros obsceno deslizar de collares en el encierro esmeraldas apretadas por un hilo encerado el peso de las sedas acumuladas en bodegas turbias de moho esa mezcla promiscua de lujos y crímenes en el vientre de un barco sonámbulo Los brulotes con sus sombríos barriles de pólvora avanzan en la noche con un clavo de fuego enterrado en la tabla. El mar estalla su espuma convulsa. Verrugosos crecimientos de corales y algas, se adhieren al casco barco de desdichados rostros con un único ojo sombrío alzado contra el sol maloliente y los lastimados pidiendo ron olvido de esa mano que se deshace en el puente alucinados de un barco fijo, chalupas con sus tristes bancos que la lluvia alarga, aceites de lámparas que la tormenta mezcla con sus raros desvíos lenta penumbra contra fardos que cubre un turbio algodón ahora, explicar esas costras, esa costura en el muslo la boca apretada en un vidrio ahora explicar esos pómulos que la sal ha cavado ¿quién vive? en la noche de barcos ¿quién vive? ¿Quién desata el cordaje que sostiene a los demorados en un barco perpetuo? ¿Quién atraviesa, en altas horas, una plaza vacía? a un costado la fuente pierde su fúnebre saliva y en el borde de un espectro de jazmines; el espectro del hermano ahorcado en Maracaibo ¿quién sepulta al hermano en el abismo de aguas rápidas? calavera incrustada en telas negras única bandera que toca el hueso de los hombres Piratas de Tortuga Isla para los obstinados ningún objeto de la tierra merece que nuestros dedos entierren un doblón de plata en boca de banqueros. Ciudades con sus altas murallas de vidrio en la noche de barcos ¡quién vive? constelaciones de estrellas ingratas sobre nuestras cabezas rapadas, en el aire de ahorcados ¿quién vive! una híbrida acumulación de minicomponentes en los escaparates, eso es todo y los cantores de zarzuela caídos en un mostrador de mármol. Ya no hay Islas embrutecidas por el deseo, las galápagos rompen su frente contra las vidrieras que exhiben un lujo de compactos que cantarán sobre el oído de nuestras desdichas su pesado blues, su armónica rara quejándose en la piedra de las catedrales. Ya no hay Islas ya no hay nada que merezca una línea de sangre ya no hay sombras de las sombras de los barcos que el rencor echó al mar como un vómito de las tabernas, de los muelles de Liverpool, prostíbulos de Marsella, de los hospicios de Dúblin ciudades maliciosas estopa jergones del hambre, la pesadilla, el daño torturada rebanada de pan en una sopa de cebollas ya no hay ciudades. Ya no hay odio contra el crimen de los Príncipes sólo deseos de alcanzar un objeto sintético, girante tras el vidrio como un carrusel atrofiado ¡Quién vive en la noche de cabinas ardiendo? quién tiene un cuchillo en la media? quién entibia una máquina densa en el íntimo bolsillo de la campera de cuero? quién vive en la costa de ciudades pálidas como ese lento cadáver que no tuvo cuerpo? quién busca al ángel rubio y le pone una estaca de plomo en la frente? quién entra con altas botas en la Plaza de Maracaibo y quita al hermano de la horca; envuelta su triste sangre, su carne humillada en patio desolado y lo devuelve a las frías aguas rápidas y el rezo de los lastimados que suplican ron olvido de esa mano que el puente derrama ¡atrás los remos! ¡atrás los botes en la marea alta de los corazones que vuelven a los hoteles a pernoctar entre cal amarga! atrás los huérfanos! atrás los desobedientes en botes que el oleaje alza hacia un cielo de un clásico gris de dinamita ! Porfiados con sus desdichadas uñas arañando el ojo de Dios. No hay nada que mirar debajo de esa boca que habló para expulsarnos. No hay Jardines no hay Islas sólo rincones con hombres que tienen sus párpados flotando en un cuenco de cerveza. La velocidad de las avenidas concluye en aguas pardas, hinchadas como un golpe de Buenos Aires hablo de la niña sonriente en el bur- del. Nuestras ensoñaciones terminan en el estrecho mirar hacia la asfixia del agua donde bogan envases vaciados y un fantasmático desplomarse de oxidados cuerpos hacia las argollas de petróleo flotante costanera de los cobardes balcón donde la memoria llora apretando sus delgadas rodillas rotas ¡quién vive? quién deambula en la noche de hierros, con un frasco de ácida furia sostenido entre dedos nerviosos? quién pidió y no le dieron? y pidió y le pegaron? y pidió y lo mataron? en la corrosiva cúpula de las Metrópolis ¡quién vive con nucas marcadas por la alquimia de los orfelinatos? largos paredones de las curtiembres ampollas de pánico débiles comiendo en escudillas de estaño jeringas con líquidos fuertes quién vive después de mirar y comprender expulsados de la patria, del hogar, de las copas de borgoña, del papel suave de las cartas expulsados de la adolescencia, de canciones que derrama un disco negro Hombres de la Tortuga hermanos de una costa que es sueño y desobediencia memoria perpleja barco errado entre corales y los muertos sin docilidad sin nombres en la tumba sin dedos en la sombra arcillosa lenguas dobladas sobre una palabra que tembló en paredones de ese arrabal amargo hombres de Yucatán, de la Malasia, de la lunática Costa Bereber; hacinados en una barco palúdico febriles los astrolabios cartas de navegación bajo una lámpara de cinco puntas orilla enferma de una isla que es patria para los bucaneros, suposición la sífilis deja su grano de oro en el cráneo donde el pensamiento es ceniza lí- quido error espalda para los traidores animales de espinazo doblado sobre la pólvora camarotes que el sarro entristece y cubre al dormido de maderos cruzados. Honorata de Van Guld durmió envuelta en esa sábana de fiebre. Enlutado corsario frente al traje de una mujer maldita. La desolada Plaza de Maracaibo entre el amor de los cuerpos y un hombre que llora arrojado entre cuerdas y una mujer que la tormenta hace vana desleída en la lluvia alzada en un bote que la ráfaga consume. No hay olvido no hay Islas el perdón come mis uñas galletas húmedas humo de astillas verdes. Caen derrotados los dados en la mesa. Un estrecho corredor deja mirar la ciudad lejana en su abundancia de hoteles donde el asma hierve puñados de eucaliptus. No hay Islas no hay bosques con ganado salvaje no hay pasión que merezca una linea de tinta sólo mercados en veredas angostas sólo imbéciles mirando como caen las fichas en máquinas donde la derrota es segura llaves en las rajaduras de las puertas, escalones de asfalto. Todo es inundación y mujeres de rápidas piernas en la espuma de los colchones. Hombres de la Tortuga hombres sin otra fe que la velocidad de sus navajas remos acercados al agua jadeo cavan el agua donde el tiburón nada en círculos. Errabundos fanales de proa alumbran ese espacio mínimo renglón que mi mano tensa y es acero que repite una herida monótona despiertos bajo un foco blues de los que contuvieron su garganta con el luto de una media de los llevados a un baldío para llorar, extendidos en un catre de hierro, esa ausencia de goleta que el horizonte pierde como arena en un guante adiós, filibusteros que entraron a las ciudades arriando monjas negras con un pálido cuchillo; que pusieron sacos de pólvora en la capucha de los frailes y los hicieron avanzar entre tiendas abandonadas avanzar sobre las piedras de calles angostas y las casas tapiadas, duras de cal, eran una incesante floración de sudarios bordeando explanadas húmedas . Devoradores asaltando una ciudad perdida arrancando las copas de oro en las iglesias, la dura porcelana de las virgenes muñecas lascivas con largas cabelleras muertas y la tallada madera de los cristos y lo azul del manto incrustado de perlas; arrojados a un fuego más voraz que el Infierno que hierve mas allá de las islas. Hombres con un rústico fieltro caído sobre la ausencia de un ojo que miró lo suficiente en habitaciones donde la rapiña se instala desnudas las mesas de sus manteles de hilo crudo el viento morboso de los trópicos entra por ventanas reventadas y el hambre busca muslos blancos, gargantas españolas. Muchos días arrastrando cañones de bronce y pesadas cajas de arcabuces a través de la selva los abiertos ojos de la lechuza en el bosque cerrado las sienes insoladas los amputados con el triste muñón envuelto en trapos y todo para lanzar un furioso garfio contra la ciudad perdida botín perdido lengua castellana y todo para nada ese despertar bajo un sol malsano que pudre las maderas y fermenta huevos de mosquitos en las ciénagas y todo para nada el barco no está en el agua quieta. El barco no supo esperarlos. Se fue con la vajilla de los Príncipes y todo para nada Han quedado solos en una ciudad extraña . Desencajadas, las vigas caen entre un desangrar de flores. Las puertas, arrancadas de sus goznes, dejan entrever interiores trémulos donde las mujeres se arrastran hacia palanganas de un agua intranquila donde flota, inerte, una hoja de hiedra párpados caídos sobre la traición hombres absortos, sin barco; miran el agua donde el horizonte es fuga la boca sucia de ron el pecho tatuado por la Rosa de los Vientos abandonados en una ciudad peligrosa; inestable en sus consumidas murallas alcobas con un hedor a muertos, a humillación. Los ojos azules de los caimanes vigilan la debilidad de unos hombres que el abandono retiene en una ciudad española de mantillas rotas en los altares de cobardes sin respiración en los sótanos la mórbida niebla de los pantanos y la selva que los ciñe con el empecinamiento de una mulata nada una ciudad arrancada de si, entre dedos palúdicos. Eso es todo. ¡Atrás los botes! ¡atrás las chalupas en un mar impasible. La estática loza del cielo, desganada, se estira sin nubes ¡atrás las tablas y a los remos! con un canto en los labios ¡a quebrar la quietud donde Dios no tiene verbo! Hombres a los remos! oprimir el agua que se resigna con espuma en los labios orilla de la ciudad saqueada ¡a los remos! pluma desencajada pájaro de la traición picoteándoles la frente ¡a quebrar ese apacible relato de aguas y cielo!. La lengua de Dios conoce el ácido de sus cuchillos y no habla en el Caribe. El puerto es sólo una herida de luces en tierra remolcadores que guían un navío hemipléjico entre túneles líquidos. No hay Islas no hay costa para los hermanos que odiaron. Sólo camiones frigoríficos atraviesan las rutas heladas. Sólo adolescentes que la fiesta consume. Luego aparecen en un auto incendiado; las manos atadas por un breve corpiño de lacre. No hay mapas no hay brújulas con el cuadrante roto por el calor de los trópicos. errar incierto entre faros y oleaje Filibusteros hombres con un pobre designio en unos pobres barcos empujan los remos con un canto entre la oscuridad de los corazones. Un golpe de muleta sobre la madera hinchada de los botes.
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