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Roberto Santoro

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Hijo de inmigrantes judíos ucranianos, Luis Yanischevsky, su nombre real, nació el 11 de octubre de 1921. Fue un hombre enamorado y unido de por vida a la poesía -«desde hace muchos años es algo central para mí», llegó a comentar- y muy reconocido durante los años 60 y 70 en los ámbitos más alejados de la cultura oficial bonaerense.

Formó el grupo Gente de Buenos Aires con el poeta Roberto Jorge Santoro, el actor Héctor Alterio, el músico Eduardo Rovira y el artista plástico Pedro Gaeta. El objetivo era acercar la cultura al pueblo.

Militó en el Partido Comunista y simpatizó con el anarquismo y, como miles de argentinos más, tuvo que emigrar tras el golpe de Estado de Videla.

Cambió el barrio de Parque Chas de Buenos Aires por el Raval barcelonés, que inspiró muchos de sus textos. Además de por su actividad cultural, Luchi será recordado como un nombre luchador, comprometido y solidario y por ser un referente para todos los exiliados argentinos.

La obra

El obelisco y otros poemas (1959)
El ocio creador (1960)
Poemas de las calles transversales (1964)
La vida en serio (1964)
Vida de poeta (1966)
El muerto que habla (1970)
Poemas cortos de genio (1970)
Ave de paso (1973)
Los rostros (1973)
Poemas 1946-1955 (1976)
La pasión sin Mateo (1976)
¡Gracias, Gutenberg! (1980)
Resumen del futuro (1984)
Antología poética (1986)
Fuera del margen (1992)
Mishiadura en las dos ciudades (1993)
Jardín zoológico (1995)
Contestarse a sí mismo en el canto (1997)
Poemas y pinturas (1999)
Amores y poemas en Parque Chas (2001, póstumo)

Asimismo, intervino en los discos Tango de música a lo lejos (1966), con música de Eduardo Rovira; Antología por mí (1969); A medio hacer todavía (1982) y Todos se dan vuelta y miran (1999), los dos últimos con música de Jorge Sarraute.

Exilado en Barcelona desde 1976, murió en esta ciudad el 21 de octubre de 2000. En vida nunca obtuvo más premio y reconocimiento que el de sus lectores e innumerables amigos


 

Una vacuna contra qué

Por Juan Sasturain

El imborrable poeta Luis Luchi nació en Buenos Aires 1921 y murió en Barcelona –donde vivió casi veinticinco años, desde que se exilió a comienzos de la dictadura– en el 2000. No muchos saben que Luchi se llamaba casi secretamente Luis Yanischevsky, pues desde El Obelisco y otros poemas –que es de 1959– siempre firmó así. Aunque empezó relativamente tarde a publicar, siempre escribió mucho. Y los libros –alrededor de veinte, de poesía– se fueron acumulando. Siempre con muchísima coherencia, siempre con una voz absolutamente propia, un registro pegado a la oralidad único y reconocible. Dejó discos memorables: (se) leía muy bien, si cabe.

Entre otros títulos, publicó El ocio creador (1960); Poemas de las calles trasversales y La vida en serio (1964); Vida de poeta (1966); Poemas cortos de genio (1970); Ave de paso (1973); La pasión sin Mateo (1976); ¡Gracias, Gutenberg! (1980); Resumen del futuro (1984); Jardín zoológico (1995) y Contestarse a sí mismo en el canto (1997), editados en Buenos Aires y en Barcelona. Hay dos buenas recopilaciones de sus poemas: una Antología poética que realizó con saber y perspicacia Eduardo Romano en 1986, y otra más reciente, Paseo por la capital de Luis Luchi, del 2003, elegida por Lilian Garrido, y con un epílogo lindísimo de Alberto Szpunberg.

Lo primero que uno percibe en Luchi es la infalible respiración de los versos escritos / dichos, y después, sucesivamente, el equívoco tono jodón, la ironía y el sarcasmo siempre ahí, como una vacuna contra qué, las transiciones bruscas, la falta de costuras, los versos apilados por familias, las enumeraciones abiertas pero coherentes, el abrupto corte del chorro final. Todo un programa, una poética sólida sin necesidad de postulados explícitos.

Los poemas elegidos: “Paseo por la capital de la plata” es de La vida en serio; “Los nombres y el amor”, de Poemas cortos de genio y “Admiración por los próceres”, de ¡Gracias, Gutenberg!

15/02/10 Página|12

 


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Luis Luchi: Triunfo de la antiretórica, victoria del antihéroe

Por Martín Micharvegas

Cada uno tiene sus formas de arreglárselas con el azar. Dicen – Napoleón dixit – que sólo el cálculo podría vencerlo. Nosotros o una generación de argentinos como nosotros, lo que intentábamos vencer no era precisamente al azar, sino al cálculo. Siendo poeta, escritor de versos, la responsabilidad era por por partida doble.

Como hombres que querían encontrar un sentido no ya individualístico para sus viditas, nos vimos en la obligación de probar con cualquier cosa que estuviera medianamente regulada. Lo que se denomina la poesía, era un campo propicio. Terrenitos jamás ni totalmente explorados ni explotados siquiera, terrenitos de nadie ( y no tierras de nadie , ya que desde siempre y por las peculiaridades de aquellos territorios, nos estuvo vedado poner los pies sobre esas extensiones latifundistas ) y donde uno, con tenacidad y trabajo, podía levantar su ranchito de palabras.
Las muchachas y muchachos de los ’60 ( claro que también tiene que ver con la línea de colectivos que hacían la ruta Constitución – Tigre Hotel! ), nos considerábamos mucho mas alienados que los correspondientes humanos de generaciones precedentes. No era algo cuantitativo, no era sólo estar mas rayados que algunos de los que nos antecedieron. Era la nuestra una ponderación cualitativa, un fenómeno extrañamente solitario, de mejor tela. Era una soledad superpoblada de acontecimientos vitales y desastre mortíferos: biográficos, históricos, sociales. Recuerden: Revolución Cubana, CONINTES, nevada de votos en blanco. El Onganiato. El Che en Bolivia, los provincianazos. Como se ve no había mucho lugar para el azar. La tarea era contra el cálculo.

La poesía, el poema, la poética ( formas discursivas que en el mejor de los casos se realizan cuando encuentran orejas y corazones que las oigan y abriguen ), era uno de aquellos potreros baldíos de nadie. Quien más, quien menos, traía un despiste mas grande que el de un turco en la neblina. Y si hoy yo historiso, a grandes rasgos, mi relación con el poeta Luchi, no estoy dándole cuerda a habladurías sobre relaciones interpersonales, sino que significo una manera de ser de muchos inquietos en aquella búsqueda del terrenito propio en la poesía que va del ’60 hasta los funestos ’76.

1958. Estudiantes del Centro de Medicina de Buenos Aires organizan una lectura de poemas. Eran muchachos de los barrios cercanos a la Facultad y otros, como yo, venido de los suburbios ( recuerden que hasta 1955 no había filtro selectivo y aristocratizante que impidieran que los hijos de los trabajadores ingresaran a la Universidad ). La memoria no me falla: “El evento fue todo un éxito!”, como comentaría un viejo amigo cuentista de un boliche de la Avenida Corrientes: Luchi figuraba entre los poetas que aquello jóvenes habían seleccionado para participar. Su personalidad era ya un secreto a voces: un tipo extraordinario que publica su primer libro ya casi con 40 abriles. Un personaje áspero y ácido como un vino berreta, un pelirrojo con voz de ginebra desastrosa, entonces vendedor callejero de libros que pateaba la ciudad de costa a costa, buen amigo con un gran maletín muy sobado, mejor hermano en las mesas quemadas por puchos del bar “El estaño”, hombre convocante, reunidor y dulce y profundo como una puñalada en duelo.


El Sena para mí, en la voz de Luis Luchi

Su poesía era de una compleja sencillez. Nombraba cosas y situaciones que conocíamos todos pero que, dichas por él – en eso residía su inigualable gracia -, se convertían en elementos universales. Y estoy hablando de un pan, de un afecto, de una mujer que estaba despidiéndose siempre, de un desasosiego, de un río francés.

Como no podía ser de otra forma, Luchi agrupado con una basca de amigos, tenían su propia editorial autogestionaria, “El matadero”, desde la cual, cuando los bolsillos podían porque las ganas no faltaban nunca, publicaban sus sueños. La poesía de Luchi ya andaba de boca en boca. Los ejemplares editados eran pocos y se esfumaban enseguida. Toda esta actitud era claramente una opción. Ya vendría el tiempo de la multiplicación de los panes,mientras nos íbamos bebiendo toda el agua transformada en vino.

Todos ustedes saben que conocer a un hombre no quiere decir haberlo visto, haberse empedado juntos o haber mirado juntos adentro del pan abierto para ver si la feta era de justicia social.

Fuimos conociendo a Luchi a través de sus poemas. Es decir: de su manera de estar y ver el mundo. Su poesía es coloquial, charlada, extraída de lo oído, de lo hablado con otros o de lo dicho para sí mismo en esas largas caminatas citadinas y enciclopédicas. Pero lo bueno en Luchi era que también escribía vergüenzas que otros sepultaban, cosas dañinas y dañosas que se sorprendía poseer. Y no era autocompasivo ( ya que serlo en aquellos años era tan espantoso como ser estalinista! ) No lamía sus llagas en público como para que la barra de amigos viniera y le quitara la piedra de la mano o le recetara Cicatul para sus quemaduras. Según le diera la loca, también podía descolocarnos haciéndose el necio, el recio, el feroz. Estuvimos con él en días de auténtica ira, puteando contra viento y marea por tanto oportunismo, tanto tipo de carne convencional que se creía de bronce. Luchi era algo como el Superyó – la conciencia sobrexigente – de un submundo abismado.

Quienes les fuimos tratando, tuvimos que acostumbrarnos, sin solemnidad, a tomar la vida rigurosamente en serio. Y así el amor y las mujeres, la fraternidad y la calle, la locura, la miseria y la muerte, la velocidad del éxito y la empecinada satisfacción de andar lento a contrapelo, debieron ser tomadas como cuestiones estrictamente serias. De Luchi aprendimos que el prestigio, esa maldición de ser “un artista conocido” en esta sociedad sostenida por millones de desgracias anónimas, era algo que, sistemáticamente, habríamos de expulsar de nuestros terrenitos. Muchos se consideraban poetas – apuntaba – porque no terminan de rellenar el renglón.

Para hacer poesía no se precisaban más que un lápiz y un papel.

Y no eran puntos programáticos. Un afirmar: “ así hay que hacer!”

No era el dogmatismo al revés de un libertario. Luchi nos mostraba que hombres y mujeres estábamos hechos de contradicciones. Quie todos nuestros días no eran otra cosa que una inmensa contradicción. Y que había sepultureros de esas contradicciones que, ya puestos a palear, sepultaban de paso cañazo nuestros días.

En él la seriedad no era la falta de alegría. Ni el rigor una circunspección. Antes bien, seriedad y rigor eran reclamar por la falta de alegría, de dignidad humana, de igualdad de oportunidades, de hambres carencias que ningún grito de rabia podría nutrir.

Habiendo tantos hombres alrededor con tan pesadas cargas, el futuro ( soñado, exaltado, reconvenido ) era una furibunda tarea del presente. No sé cuántos millones de desposeídos y marginados atraviesan por sus versos. Pero con un dedo mocho nos señaló:

Todo lo que se nos acerca, si estamos atentos con los ojos abiertos, cabe en nuestros poemas.

Luchi es uno de esos tipos que tienen sueños que no les dejan dormir. Y estaban, sí, cómo no! Las fórmulas de la cataplasma oficial, gilitos autores de confesiones publicables en suplementos literarios de grandes tiradas. O el recurso del hermetismo: colmillos retorcidos, la escritura entrelíneas, el contrabando codificado que una élite de padecedores devoraban como Genioles. Lo hablábamos ayer, en el asado criollo que siguió como fiesta al 1º de mayo: Vos, Luisito, viviste, vivís y vivirás con los ojos abiertos.

El día que Roberto Santoro conoció al poeta Luis Luchi. Audio de una hora de duración que registra el encuentro de ambos, un día de 1974, en el taller del artista plástico Pedro Gaeta. Gentileza de la revista La Más Médula y Pedro Gaeta.

Sí, por ser hombre de lo más dilecto de nuestro pueblo, a él – y a otros como él -, no le estará permitido el juego o el refugio o la derrota de la ceguera. Poetas como éste no pueden cerrar los ojos ante tanta iniquidad actual, tanto estropicio deliberado, tanta estulticia masacradora. Luchi sabe que se puede esperar todo de aquellos que jamás tuvieron nada. De allí su amor por los que sufren y su no-adhesión abstracta al puro dolor.

En su poesía, cada palabra, a veces deliberadamente trastocada en su grafía, en su sintaxis, violada en su sacro valor semántico, no es otra cosa que el acto de una afirmación. Seguirlo en la lectura y en la comprensión polivalente de su poética, significará aceptar esa violencia constante de nuestras existencias absurdizadas.

La famosa lucidez – tan prístina en otros, tan mot just, palabra justa, pulcra, abrillantada o tan concepto diamantino, acicalado, pretensioso –, en Luchi la encontraremos como una presencia tambaleante, un haz de luz que marcha a tropezones, como idas y vueltas de un ser confuso. Reconocer esto es dar credibilidad y existencia a una poética del humano trastocado, sustraído, forzado y extrañado de sí mismo.

Hace mucho que nos habla. Y, para nuestra fortuna, por mucho tiempo nos seguirá hablando. Eligió el verso. Su sentimiento del mundo encontró allí la herramienta más efectiva de darse a conocer. Y si no acentúa, si pareciera que no corrige, si lo que propone no aguarda conseguir toda la razón, si juega con todos los agujeros de la perforada, acribillada esperanza argentina, lo hace para hacernos sentir imperfectos, posibles, futuros y, a la vez, los más próximos a una manera de ser que no necesitará de tanteos, ni de ojos cegados o bastones blancos para enfrentar la atroz realidad laberíntica que, como argentinos, nos toca transformar.

Madrid, 2 de mayo de 1980

Fuente: http://www.ipoetinomadi.com/triunfo%20de%20la%20antiretorica.htm

 

Todo a veinte, años después

(Poema muy largo)

El barrio aquí
igual
y nada
una verja
la primera vez que toqué metal
la flor fuera del alcance.

Sic


Homenaje tributado en su barrio, Parque Chas, al cumplirse 10 años de su muerte

Lo dicho dicho está,
inútil será borrarlo,
ése es mi deseo;
me siento caer y es cierto
y medio fanfarrón elijo el lugar.
El cansancio es dueño de mi cuerpo
y yo alegre escribo versitos de mi cansancio
tal cual soy excepto las hipocresías habituales.
No limpiaré nada,
dejaré a la lluvia generosa interpretarme.
De un montón de errores creció una montaña
y sentado en la cúspide
esperaba el crepúsculpo.
Faltaba lo principal,
No aprovechar la oportunidad de las ocasiones
para mejorarme.
No fuí pastor ni oveja
única posibilidad para un desarmado
y encima este maquinaje se me va de los dedos
con que acaricio.

(De La pasión sin Mateo)


La cama caliente

Qué lindo en invierno
después de atravesar el día helado
rendido y frío
con ganas de besar y que me besen
encontrar las sábanas calientes y limpias
con vapor de mujer.
Qué lindo en invierno
y qué lindo también en el verano.

(De La vida en serio)


Las antítesis

Está la humanidad,
Está.
Si aguantamos una generación más
ya casi llegaremos al final,
y veremos del otro lado.
La fisiología se ocupará del dolor,
la duda será curada
con ondas ultrasónicas de saber,
la amistad y el amor
reflejos que producen placer
abundarán como el pan regalado,
y si no es así
de todas maneras
está la humanidad,
está.
Lo que somos cabe dentro de ella.

(De Vida de poeta)


Frac

Qué gracioso debo quedar metido en el frac.
Supongamos que estoy invitado al banquete
y por una componenda ineludible
debo colgarme el elegante uniforme.
Entrar al salón
donde vestidos iguales
se ponen de acuerdo
en la catadura de la risa,
establecida en el concilio
de los más ricos y poderosos.
Una flor perfumada de blanco
ilumina el armisticio de mi hombro,
disfrazada en mi pavada de vida
con plata prestada,
curiosidad prestada que exigen devolución.
Consideran mi claudicar
en sus cambios de mirada,
me aferro al pasado,
solicito que lo llenen,
al principio con timidez,
y empiezo mi cantinela de ropa mameluco
terminando tan igual
que ayer y que mañana
con un vaso de vino volcado.

(De Vida de poeta)
 


Con Alberto Szpunberg

Cada uno tiene su desgracia y yo te perdí

En todos los años
en que tus besos fueron míos
rendí el peso de la piel
el amor en oleadas, el paraíso,
la mano sobre tu corazón palpitando;
por lo que recuerdo
no sólo fue el beso,
una posesión completa
cuerpo y alma
compartiendo el aprendizaje
y para mí era total
la primera vez y siempre,
después no tanto, el resto es largo;
pero tus besos
fueron y serán para siempre míos,
no termino de enumerarlos
y olvidarlos
para que su cantidad
alcance hasta
el fin de mis días.

(De Contestarse a sí mismo en el canto)


Octubre

Color de pureza en las flores
decisión de revoluciones.
El fresco temblor nocturno
distiende su contraído semblante
y sopla un chorrito de leche
para cortar la oscuridad cerrada.
El cielo tan alto como las estrellas,
la espalda húmeda
por el beso que ha puesto en mis labios
la noche de octubre.
Octubre,
mi mes de besos puestos en mis labios.
Las aromas ya se sienten;
están.Estoy impregnado de Octubres
buenos y malos y sin importancia
Soy Octubre jardín y cambiante,
mi piel es nueva, mi lamento es otro.
Comienzo el año en Octubre
porque soy jardín y cambiante,
Comienzo el año en Octubre sereno.

(De Poemas de las calles transversales)


Dejar la casa por la guerra

Salgo para la guerra
llegó el momento
la mochila se pasó toda la vida preparada
le faltaba mi espalda
y el final de los finales de mi incertidumbre
despilfarrada mi acción
en ingenuidades de heroismo
en los campos de teruel
sierras morenas los angeles
vietnams norte y sur
en salta dejándome la barba
en canelones usando peluca de oruro
aprendiendo a revolear el machete
yo que temblaba cuando hervía la pava
me incorporo y da vueltas el disco
a veces cantando a veces silbando;
estado asambleario
todo el poder a los soviets
derribar los muros de las cárceles
de los palacios de justicia
de las panaderías de las confiterías
de los canales de televisión
con premios para todos
destituyendo a los jefes
reirnos de las competencias
y ganar con la mayor cantidad
de gente posible
para que den todas sus posibilidades
y se lleven todo lo que necesitan
y algo más,
que eso va a haber.

(De Mishiadura en las dos ciudades)


El Sena para mí

Sé un poco para mí
Sena, que otros poetas te poseyeron.
Me encuentro tan lejos
para nadarte o andarte en bote.
Si tuviera montones de dinero
bien sabes que apoyaría en las barandas
de tu ruta encajonada
mi cabeza con penas.
Y diría, esto lo imaginaba,
aquello está en su lugar.
O pronto descubriría un recodo
que gocé y viví
y estaré en condiciones de prever:
ahora voy a ejecutar tal palabra,
tendré una aventura
imitaré la luna
o reconoceré que estoy soñando.
Lo más seguro es que estaré soñando.
Y cómo me gustaría, Sena, andar por tus orillas
en una ola sin reposo
de tus períodos de paz.
Presiento que las primaveras
me envolverán
y estarán inquietas cuando no me sienta feliz
y yo les explicaré,
nunca podría dejar de explicarles,
que no estoy triste por ellas,
que todo lo que pueda irme bien
aquí me ocurre.
Que a pesar de haber llegado
sin ser joven,
es posible que me miren y estimen
nada más
que porque escribo versos,
nada más que por eso.
Y puede ser que me decida,
por qué no,
a tirarme en tus aguas y morir.
Y contarán de mí,
eso espero,
un poeta,
argentino,
dejaré mis documentos en regla;
se hundió en el Sena porque lo quería
habiendo tantos ríos en el mundo
y en su país.

(De La vida en serio)


Volviendo a casa

Como soy un ciudadano de estos tiempos
no voy para mi casa en un caballo.
El banco de la nación
no confía en mis promesas
y mis conocimientos
sobre travesuras comerciales
no asombran a nadie.
Si me palmean en la espalda
y me preguntan de improviso
diría sin ponerme colorado:
soy poeta.
Entonces a colocarse en la cola:
con el albañil
con el matasellos de las sucursales
con el mozo de café.
Con la suave damita
que ni de reojo me mira,
con el vigilante que sí me mira de reojo,
con el carpintero que no oculta su olor a gomalaca,
con el reglamento que cobra el boleto de distancia.
Todo recorrido termina, insisto y bajo.
Podrán averiguar de mí mucho pasado,
nunca olvido sus caras.
He leído por qué enferman mis vecinos,
por qué la frente distrae sus sonrisas.
Entro a mi casa,
el día menos pensado me voy a mudar.
Busco un rincón con un poco de luz,
todos tenemos un rincón, y libero a los astronautas,
a Colón a Tomás Moro
a los proyectos de la capital de la alegría.
Y después en la comida,
sin comer no se puede vivir,
¿No trajo la paloma un aletear?
¿No vino un telegrama con saludos?
¿No hubo un llamado con cantos
que incluyan mi nombre?
¿Nadie golpeó la puerta
y dejó un regalo para mí?
Porque espero una visita
hoy o mañana
algún día será.

(De Poemas de las calles transversales)


Ordenanza municipal (11 de abril de 1902)

La guerra del catorce no había comenzado.
La revolución de mil novecientos cinco
estaba por afirmar
la disolución del capitalismo.
Mi ciudad,
Buenos Aires,
afrontaba los temibles problemas
con tranquilidad.
De la fiebre amarilla estaban inmunes,
a lo obreros polacos
con campesinos correntinos a caballo
los calmaban.
España seguía rezando,
India soñaba.
El puerto de la ciudad
insistía en vender,
los araucanos estaban liquidados.
El abuelo del Che Guevara acumulaba dinero
para asegurar a su nieto
la carrera de médico.
Los gauchos sin horizonte
robaban con cuchillo en los callejones.
Muchas más cosas pasaban
cuando el intendente de mi ciudad,
Buenos Aires,
encontró en el blanco mármol
de su azul residencia
un grueso escupitajo verde
con leves estrías anaranjadas.
Logrando no pisarlo
convocó a una junta de vecinos
que aceptaron sin objeciones de fondo
prohibir escupir fuera de las salivaderas
para limpieza de la población.

(De Poemas de las calles transversales)


Contestarse a sí mismo en el canto

¡¡¡Voy!!!
No contesta-no está.
¡Esperame, falta poco!
¿Estará festejando mi ausencia?
Oigo voces. Están en curda,
suben, cruzan el río,
pasan el bosque,
y se escucha en el valle:
¡Estoy por llegar!
¡No terminé! ¡Esperen!
El zapato me queda chico, la media grande;
hace mucho que no me vestía.
¿Cómo se hace?
¡Eh! ¿Con qué viajo?
Sí, sí, ando, es el viento en contra,
me falta poco, estoy,
es el último descanso que tomo
pero verán, ya veremos, hay niebla,
justo hoy se les ocurre un eclipse de sol,
nunca es total, llevo un farol,
una vela, tus ojos en la memoria.

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