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Una nueva modalidad del síntoma |
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Una nueva modalidad del síntoma
Partiendo de la articulación significante
lacaniana y la investidura libidinal freudiana, Jacques-Alain Miller efectúa
un recorrido que ubica la mortificación del cuerpo en el fantasma en contrapunto
con la conexión del síntoma y la pulsión.
I. La relación entre la articulación y la investidura
La última vez opuse articulación significante e investidura libidinal (*).
Un binario
La articulación en tanto tal está impregnada de formalismo. Permite dar cuenta
de la operación-reducción, de los fenómenos de repetición, de convergencia,
de evitación y se desarrolla en la dimensión de lo necesario y de lo imposible.
A la articulación le opuse la investidura, tomando prestado para componer este
binario, un término de Lacan y éste último de Freud.
Ciertamente, la investidura misma
está articulada, si puedo decirlo, con la articulación y hay lugar para hablar
de los fenómenos de repetición libidinal, de convergencia libidinal, de evitación
libidinal; pero queda un rasgo diferencial. En la dimensión de la investidura
encontramos necesariamente, en psicoanálisis, el tope de la contingencia. Toda
salida de la investidura, toda desinvestidura y por esa misma vía toda salida
de la experiencia analítica de una manera conforme a su lógica, permanece marcada
únicamente por lo posible.
Escribo aquí contingente y posible. Dije particularmente que el pase nunca es
más que posible.
La oposición de lo necesario con lo imposible por un lado y de lo contingente
y lo posible por el otro, es evidentemente de orden lógico. Es una oposición
construida sobre el fondo más clásico de la lógica, incluso si la formalización
de estas categorías siempre planteó problemas específicos a los lógicos. No
me interno en esa vía, al menos por hoy.
Es una lógica. Y considero que si Lacan recurrió a esta lógica de las modalidades,
como la llama en un momento de su enseñanza, es precisamente porque respecto
de las modalidades brota la oposición entre articulación e investidura. Si no
trajo al psicoanálisis esta lógica de las modalidades antes de los años '70,
es precisamente -al menos, es lo que sostengo a partir de mi construcción- porque
permite captar perfectamente, desde el punto de vista lógico, la oposición entre
la articulación y la investidura.
Aquí tienen resumido, de alguna manera, lo que expliqué la última vez.
Su declinación
Al partir de esta ubicación, pude indicar las tres formas principales bajo las
cuales Lacan pensó la relación entre la articulación y la investidura.
La primera forma es la separación, la oposición entre articulación e investidura.
Repercute la oposición entre lo simbólico y lo imaginario, que al comienzo de
su enseñanza es una no-relación; el acento estaba puesto en la distinción entre
las formas de la articulación y de la investidura y de alguna manera su incompatibilidad,
la enojosa interferencia de la investidura en los asuntos de articulación. Al
punto de invitar al analista a dejar de lado los asuntos de investidura, para
reconocer en la articulación significante el resorte mismo de la cura.
La segunda gran solución de Lacan fue pensar una forma de relación entre la
articulación y la investidura esencialmente a partir de la identificación y
más especialmente aún, a partir de la identificación fálica, que dio una forma
de solución a la relación articulación-investidura.
Allí vemos en particular las expresiones que desentonan en los Escritos de Lacan
y que durante muchos años me suscitaron dificultades para situar en su lugar;
en particular, cuando evoca el falo como significante imaginario en su escrito
sobre la psicosis. La expresión misma de significante imaginario desentona,
porque leído sobre el fondo de la primera enseñanza de Lacan, no se comprende
-en una lectura rápida- cómo se comunican de ese modo estas dos dimensiones.
Pero la expresión de significante imaginario muestra bien que Lacan construye
el falo como un intermediario, un ser mixto entre articulación e investidura,
entre el orden simbólico y el orden imaginario.
Entonces, para simplificar, el falo encarna esta relación y el falo como significante
identificatorio, en tanto la identificación misma concentra la cuestión del
factor cuantitativo -como dice Freud- investido en los significantes, ya que
los significantes identificatorios son significantes que capturan al sujeto,
lo atraen -no desfilan simplemente-.
La tercera solución -también una forma de la relación articulación-investidura-
es el fantasma, el famoso $ a. Reúne, bajo una forma elemental, un elemento
dado deducible de lo simbólico -el $ del significante- con algo que es la versión
lacaniana del factor cuantitativo freudiano, a saber, el objeto a.
Aquí tienen entonces resumida una declinación, a través de la enseñanza de Lacan,
de la relación entre articulación e investidura.
Articulación e investidura
El predominio de la articulación significante
La última vez tomé, para hacerme comprender, algunas palabras extraídas
del primer Lacan. Lo llamé Jacquot. Enseguida me corregí al marcar que estamos
verdaderamente, en un primer nivel, en la ruptura lacaniana. Si consideramos
precisamente la coyuntura de partida de la enseñanza de Lacan, llegó con la
espada, llegó con la guadaña. Primero tuvo que segar la maleza -y su guadaña
era la guadaña del significante. De ese modo liberó el campo. Precisamente el
campo del lenguaje.
Una vez operada esta ruptura, con sus paradojas, con su costado unilateral,
por supuesto, enseguida emprendió la elaboración del problema que esta ruptura
misma acababa de hacer surgir: el problema de la relación entre el significante
y sus articulaciones, por un lado, y lo que es del orden de la investidura libidinal.
Su enseñanza -que yo había reconstruido hace ya dos o tres años- no cesó de
retomar este problema.
Pero de golpe, por cierto, su enseñanza está marcada por la predominancia de
la articulación significante.
Sucesivamente, Lacan puso en relieve el carácter significante de los principales
conceptos freudianos. El fantasma es significante. El objeto es significante.
La pulsión es una cadena significante. La libido se traduce, se encarna en significantes;
son otras tantas traducciones del concepto freudiano de libido en un campo regido
por el predominio del significante. El concepto mismo de objeto a, que como
sabemos, no es un significante, pertenece sin embargo a este régimen de predominio
del significante y traduce la captura de la libido en el sistema significante.
La diferencia es que, en lugar de intentar traducir la libido en términos de
significante, con el objeto a Lacan traduce la libido en términos de significado.
El sentido gozado
Justifica la escritura que propuse la última vez.
Quiere decir que las diferentes tentativas de traducir la libido en términos
significantes, al manipular el significante fálico, ceden en definitiva al intento
de escribir la libido del lado del significado. Exactamente aquí, a este nivel,
se inscribe esta fórmula que figura una vez en Lacan, en su Televisión -a la
que desde hace tiempo había echado mano y me entrenaba en manejar-, la del sentido
gozado.
El sentido gozado es también una figura de la relación entre articulación e
investidura. El gozado indica la dimensión de la investidura. La palabra sentido
está del lado de la articulación significante, considerado a partir del significado.
Pero, desde el punto de vista sintáctico, sentido gozado -que Lacan escribe
en Televisión en 1973-, es exactamente lo mismo que lo que escribe en la "Una
cuestión preliminar..." en 1958 como significante imaginario. Desde el punto
de vista sintáctico, es un acercamiento de la puesta en continuidad de dos términos
que pertenecen a estas dos dimensiones. También se trata de lo mismo en la fórmula
del fantasma, $ a. Todas estas fórmulas obedecen estrictamente a la misma lógica.
Y Lacan ya había tenido, en verdad, la idea de inscribir la dimensión de la
investidura del lado del significado cuando recreó el concepto del deseo para
traducir la libido en términos de significado.
Si toman el gran grafo de Lacan con sus dos pisos, la pulsión está aquí como
cadena significante y llama el deseo a este vector que se presenta como un vector
significado retrógrado, sobre el cual inscribe d y el fantasma. La noción que
está presente en el sentido gozado, es decir, la de transcribir nuevamente la
libido del lado del significado, es de hecho la misma idea que anima su concepto
del deseo.
Esto para resumir y, si era necesario, clarificar lo que aporté la última vez.
II. La significación de menos-uno
Prosigamos ahora, e intentemos animar un poquito el valor a darle a esta
fórmula: a es equivalente a s. Intentemos representarnos la investidura libidinal
de una significación, que ciertas significaciones tengan un valor excepcional,
determinante para un sujeto.
¿Qué significación podríamos elegir? me pregunté. Una de las más comunes, por
ejemplo: ser excluido. ¡Ah! es lo más común, precisamente porque la exclusión
es el estatuto original del sujeto. Cuando escribimos el matema del $, lo escribimos
como excluido de la cadena significante que se inscribe en significantes positivos.
Sólo encontramos este sujeto entre los significantes, donde no emerge más que
para desaparecer al instante. Su estatuto lógico es de exclusión.
Lacan lo demuestra de diversas maneras. El sujeto se produce como un menos-uno
y podemos decir que la libido inviste de manera electiva este menos-uno.
Dos versiones clínicas
La histeria, ¡ah! Ahí verdaderamente habría que ser sordo y ciego para no constatar
-ni siquiera se necesita la experiencia analítica para esto; a decir verdad,
me mantengo aquí a un nivel de la percepción común, esclarecida evidentemente
por el análisis- la presencia, el exceso de presencia del sentimiento, del afecto
de no estar nunca en su lugar, el gusto de no estar en su lugar y el dolor de
no estar en su lugar. A nosotros no nos molesta que haya gusto y dolor. Cuando
decimos goce, esto vale tanto para una como para la otra de estas vertientes,
el no estar en su lugar. En lo simbólico, el sujeto histérico se desvela por
verificar, de todas las formas posibles, que de cierta manera, es rechazado,
que se lo separa de su lugar. Su lugar le fue sustraído, por no se sabe qué
demonio: el dém-on. Ahí está, el on (**) es el demonio. Por otra parte esta
exclusión pude encarnarse clínicamente en el vértigo, en el desvanecimiento,
que es una realización de esta investidura del menos-uno. En verdad es: no estoy
más para nadie.
Obsesión. La obsesión también inviste a su manera la significación de menos-uno,
la exclusión. Esta vez bajo la forma de la supresión "voluntaria" del sujeto,
su sustracción respecto de todos los otros, que por esta misma vía constituye
un todos los otros, salvo yo. Y por este hecho, una sobreinvestidura de su lugar,
su auto-encierro en un lugar que construye como una fortaleza, un fuerte, dice
Lacan, que lo protege de la intrusión del Otro. Pero lo hace al precio de apresarse
él mismo. Es la paradoja de la posición del obsesivo -parece el título de una
novela de los años treinta, Prisionero de sí mismo-. Y en este fuerte, parapetado
en su Fuerte Chabrol, goza sólo de su soledad, bajo una forma que puede comportar
el goce masturbatorio o, también, la atracción a este dominio de partenaires
momificados, que tendrán que mantenerse en su lugar.
Aquí tienen, de la manera más simple, dos versiones del menos-uno: la versión
histérica y la versión obsesiva típicas; son dos versiones de la investidura
de la significación de exclusión. La primera se realiza bajo el modo de la evanescencia,
la segunda bajo el modo de la densidad.
Se siguen dos conductas típicas. Del lado de la histeria, la intriga por todos
lados, y del lado obsesivo, la obstinación malévola.
Incluso podemos incluir aquí la psicosis paranoica, en la que la significación
del menos-uno está igualmente investida como la del ser-a-parte, el ser excepcional,
blanco de la hostilidad universal, incluso de una persecución divina, ser excepcional
prometido, sin embargo, a un destino incomparable. Precisamente en este punto
observamos clínicamente, llegado el caso, las afinidades entre la obsesión y
la paranoia o las afinidades entre la histeria y la paranoia. Hay casos en los
que uno permanece mucho tiempo, o en todo caso un cierto tiempo, intentado captar
el rasgo diferencial. Tuvimos ejemplos de ello en algunas de las discusiones
clínicas durante la Conversación de Arcachon el año pasado y esto fue publicado
en un volumen que tiene todo su interés.
Sólo propongo éste como otro de los tantos ejemplos de la investidura libidinal
de una significación.
¿Cuál es la idea de Lacan al respecto? Su idea fue pensar la investidura de
la significación, pensar la significación libidinalmente investida, pensar el
sentido gozado, pensar a equivalente a s sobre el modelo del cálculo del significado.
¿De qué se trata? Lacan admitió y enseñó que el efecto de significado era deducible
de una articulación del significante, e incluso fue cuando introdujo este cálculo
del significado que todo el mundo verdaderamente tuvo el sentimiento de que
había nacido el lacanismo.
Lo realiza en "La instancia de la letra...", sobre la cual por otra parte se
ejerció la ingeniosidad de los filósofos que reconocieron en ella, en efecto,
un cierto pasaje al límite y el nacimiento de un nuevo enfoque. Ahora bien,
La instancia de la letra presenta un cálculo del significado y explica que el
efecto de significado es engendrado por las relaciones internas al significante
de dos maneras diferentes. Como recuerdan, es la fórmula de la metáfora, que
indica que es función de una sustitución significante respecto de un contexto
que significa la emergencia de un significado bajo la forma metafórica y que,
a partir de la conexión significante, en un contexto significante, se obtiene
otro tipo de efecto significado, un efecto retenido, llamado metonímico.
¿Qué son estas fórmulas? Son las fórmulas de un cálculo del significado a partir
del significante. Si el significante está en una cierta organización, el significado
que resulta responde a ciertos criterios. Llamo a esto un cálculo del significado.
El efecto-sujeto, un efecto neutro
Así voy a presentar las cosas ahora. Voy a decir que estas dos fórmulas se resumen
en definitiva en una -que encontramos en Lacan si nos servimos de algunas modificaciones-,
que consiste en decir que es función de toda relación significante S1-S2, un
cierto efecto significado que Lacan escribe $. Escribe el efecto-sujeto.
Son innumerables las circunstancias en que Lacan explica que el primer efecto
de la relación del significante como tal -sea metafórico o metonímico-, es la
emergencia del sujeto barrado. Y llegado el caso expresa simplemente que a partir
de que hay una cadena significante y que hay dos significantes, hay un intervalo
y el sujeto es ese intervalo mismo, por ejemplo. El sujeto es, entonces, el
efecto principal, mayor, de la articulación significante.
Pero lo que agrego, lo que les invito a advertir aquí, es que se trata de un
efecto, si se quiere, neutro, en tanto no está investido libidinalmente. Este
$, como Lacan mismo lo subraya, es un sujeto mortificado, un sujeto, si podemos
decirlo así, sin el cuerpo. Es el puro sujeto del significante que permanece
allí, incluso mucho tiempo después de que ustedes hayan desaparecido, bajo las
especies de sus nombres y así continúan siendo transmitidos. Por otra parte,
este sujeto del significante está allí antes que ustedes -para imaginarlo: cuando
los padres ya están allí hablando del niño por nacer-. Y hoy, lo más importante
de la existencia de alguien se pone en cuestión antes de su nacimiento: ¿Vamos
a dejarlo vivir?, como dicen algunos. Su estatuto de sujeto del significante
está claramente allí, y hasta qué punto, antes que llegue a la existencia. Este
$ está allí antes del nacimiento, incluso antes de la concepción y permanece
después de ustedes. Entonces, es casi indiferente a la existencia física. Este
significante es el que Lacan ve emerger, por ejemplo, en el sueño del padre
que vela a su hijo; ese sujeto que si estuviese muerto ni siquiera lo sabría,
porque ya lo está. Este $ es entonces un efecto neutro del significante -digo
neutro desde el punto de vista de la libido-; es un efecto de libido cero. Este
concepto de $ es un pivote de la enseñanza de Lacan.
Un efecto de significado investido
Respecto de este efecto neutro debe ser pensado esta vez, un efecto cargado,
un efecto investido. Lacan lo intenta, a saber, escribir en función de la relación
entre los significantes otro tipo de efecto significado, que es precisamente
a, el efecto de significado investido. Este es un nuevo cálculo, diferente del
cálculo de metáfora y metonimia. Un cálculo que está hecho desde el punto de
vista de la libido y que distingue dos efectos. No la metáfora y la metonimia,
sino el efecto-sujeto y el efecto-a, que distingue el efecto de mortificación
y este efecto que es, por el contrario, un efecto del plus-de-gozar.
Se trata aquí de dos efectos significados del significante que están precisamente
reunidos en el matema llamado por Lacan del discurso del amo, pero que es también
llamado por Lacan el discurso del inconsciente. Podemos decir que representa
la articulación significante en el inconsciente con sus dos efectos principales
y opuestos, el efecto $ y el efecto a, es decir el lado desinvestido y el lado
investido.
En la línea superior encontramos la articulación significante mínima, S1-S2
y en la línea inferior, los dos efectos contradictorios o antinómicos del significante:
el efecto muerto del lado de $ y del otro lado el producto, el goce, que por
el contrario, supone la vida.
Advertimos una vez más la necesidad de la fórmula del fantasma, que reúne $
y a y la razón por la cual pudo atravesar la enseñanza de Lacan casi en su conjunto.
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III. El lugar de efectuación
del pase
En la enseñanza de Lacan -cuando leemos a Lacan, cuando con esta lectura intentamos
guiar nuestros pasos en la experiencia analítica y en la teoría-, siempre es
en el fantasma donde la libido aparece conjugada por excelencia con el efecto
del significante. En la vía romana de la enseñanza de Lacan, el fantasma es
el lugar por excelencia de la investidura -estoy simplificando-, y de cierta
manera es allí que está el hueso de la cura, la piedra del camino analítico
de la palabra. Allí, entonces, se juega en el análisis el destino de la desinvestidura,
del que depende el fin del análisis como pase y esta desinvestidura Lacan la
llama el atravesamiento del fantasma.
Propongo ahora señalar lo que esta solución puede tener de coja, de insatisfactoria,
lo que tuvo de insatisfactorio para Lacan mismo. Lo hago con mucha prudencia.
Tengo interés en ello.
El momento de la desinvestidura libidinal
No es cualquier cosa formular un concepto como el pase. Con este concepto Lacan
tomó la responsabilidad de intervenir en el curso mismo de los análisis, de
innumerables análisis.
Por otra parte introdujo ese concepto en medio de sus alumnos, para quienes
no era un desconocido. Era Lacan. Vean quien es. Ellos lo frecuentaban, algunos
hacían su análisis con él.
Lo habían conocido, brillante personaje de la Sociedad de París, le habían solicitado
que les explicara un poco de Freud. Se ocupó de ello, primero en su casa y luego,
como había más gente, encontró un anfiteatro de cien personas como máximo.
De este modo les llevó, a lo largo de los años "Los escritos técnicos de Freud",
"El yo...", "Las psicosis". Había escrito para ellos un cierto número de textos
que luego fueron leídos en todo el mundo. Luego trajo "Los conceptos fundamentales
del psicoanálisis" y lo que siguió.
Entonces, en el '67, propuso el concepto del pase, que hoy es para nosotros
algo precioso. Hay que representarse cómo fue recibido cuando trajo su "Proposición
del pase".
En primer lugar, no obtuvo la mayoría. Era una proposición, la puso a votación,
pidió que se pronunciaran con fórmulas latinas, que decían más bien a favor,
más bien en contra o no me pronuncio.
El resultado no fue extraordinario, pero el debate fue más sabroso: se dijo
que era verdaderamente una fórmula sadiana. Este debate -que tuvo lugar en noviembre,
un mes después de la Proposición- dejó a los A.M.E. y a los A.E. tiempo para
captar bien el jugo de lo que les traía y Lacan respondió con su Discurso a
la EFP publicado en Scilicet 2/3 -donde se lo ve muy enojado-; este debate nunca
fue publicado. Es una lástima porque se hubiese visto cómo se recibe una verdad
en el medio analítico, incluso y sobre todo cuando era dicha por Lacan. Había
cajones de tomates así de altos.
De todos modos recuerdo haber leído una estenografía de ese debate -me digo
que Lacan debe haberme pasado en algún momento la estenografía de ese debate,
ya que hay fórmulas que recuerdo-. Tengo que encontrar esos papeles, para devolverles
la medida de cómo esto que está tan bien establecido hoy entre nosotros, entró
en el mundo, abrió su camino. También hay gente para imaginarse que, en los
tiempos de Lacan, las cosas eran absolutamente sweet. Apelo entonces, no a todas
las madres, sino a todos los viejos que todavía se acuerdan -quedan algunos
que se pueden acordar- de lo que era la vida de la institución analítica.
En efecto, no había tantos medios en la institución -salvo ocasiones como ésta-
para expresarse largamente, para atestar un golpe a las instancias, etc. Era
especial. Hay que leer el Discurso a la EFP de Lacan dándole el tono. No es
irónico, es un tono de combate. La resistencia de sus auditores dio constantemente
el ritmo a la enseñanza de Lacan. También lo estimuló. En esa época no era el
momento de hacer críticas sobre el pase. Por otra parte, tampoco voy a hacerlas
hoy.
Simplemente quiero recordar, indicar que el pase fue formulado en primer lugar
por Lacan a partir del fantasma. En "La proposición del '67" el pase designa
el momento de la desinvestidura libidinal, e incluso de una desinvestidura libidinal
"total", en tanto que el fantasma sería el lugar de su efectuación.
Cambiar "la ortodoxia" lacaniana
Me dirijo con precaución, con astucias de Sioux, hacia la noción que conviene
cambiar en nuestra concepción -toco mi frente, pero no es seguro que la concepción
se haga allí, en todo caso Lacan consideraba que pensaba con los pies, lo escribió-,
el lugar de la efectuación del pase, y también del pensamiento. Este lugar no
es por excelencia el fantasma. Al mismo tiempo, el término de atravesamiento,
que Lacan no utilizó más que una o dos veces, no es forzosamente el más adecuado
para aquello de lo que se trata, ni siquiera el concepto de desinvestidura cuyo
uso soporta. Preciso que sólo me aventuro en esta dirección porque la leo en
la elaboración de Lacan mismo.
Plantea dificultades que, llegado el caso, se me oponga lo que dije. Lo que
dije hace quince años me es reenviado ahora como constituyendo la ortodoxia
lacaniana y entonces se me mira de costado, encontrándome quizás un poco desviado
respecto de la ortodoxia de Lacan. Y estoy aquí para decir: Pero soy yo quien
hizo esta ortodoxia, en fin, con algo. Pero hay cosas que a veces Lacan dijo
sólo una vez, y nosotros empezamos a decirlas diez veces, cien veces, mil veces,
diez mil veces. Hubo, entonces, un peso de la ortodoxia, pero no debemos dejarnos
impresionar por nosotros mismos. Lo que pusimos a punto nos vuelve bajo la forma
de la ortodoxia: es el efecto boomerang de haber explicado tan bien las cosas,
tan claramente.
¡Qué claro es, señor Miller!
Calma. Por empezar, no es tan claro. Si fuese tan claro diría las cosas más
rápido, haría algunas fórmulas y no daría vueltas todo el tiempo alrededor de
las mismas cosas, siguiendo a Lacan, husmeando la pista, dándose contra la pared
más de la cuenta.
El aporte de Lacan no está hecho para tomar la forma de una ortodoxia. Entonces,
no nos dejemos impresionar por los enunciados, incluso los más asegurados. Sí,
sí, asegurados. Somos los alumnos de un ser que iba por su camino, que fue por
su camino hasta el final, que ni siquiera nos dio el descanso de tomarse él
mismo un descanso.
Una vez que hizo "Función y campo de la palabra y del lenguaje...", hubiera
podido detenerse allí. Francamente, bastaba para toda una vida. Cuando dio a
luz los Escritos, cuando se pone semejante huevo, todo el mundo, particularmente
sus alumnos, esperaba que pare un poco -era el turno de ellos para hablar-,
y, sin desanimarse, recomenzaba.
Fue el comentador de Freud. Mientras era el comentador de Freud, estaban los
otros que también daban vuelta las páginas de Freud, viciosamente, para encontrar
adónde Lacan se había equivocado en la página tal: Freud no dijo exactamente
eso. En su enseñanza se lo ve batallar con uno, con otro, simpáticamente.
Luego de un cierto tiempo, evidentemente, Lacan se puso a hablar, no sólo de
Freud, sino de sí mismo, de lo que había dicho antes, para decir eventualmente
lo contrario o desplazarlo. En ese momento algunos se fueron, para seguir leyendo
solos a Freud. No tenían necesidad de Lacan para embrollarlos con todo ese asunto:
ya tenían para pensar la metáfora y la metonimia. Esto nos valió eminentes producciones
universitarias. Mi excelente colega, hoy retirado, Jean Laplanche, se propulsó
en todo esto, como dijo Chateaubriand, evocando a Talleyrand y Fouché que se
iban, con el crimen apoyado en la corrupción. Laplanche se fue del brazo con
la metáfora y la metonimia -de moralidad muy superior a Talleyrand y Fouché,
por supuesto-.
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IV. Introducción del cuerpo
Cuerpo y goce
En la exploración que propongo, el primer jalón, el primer punto de referencia,
es que el goce no es pensable sin referencia al cuerpo. Hace falta un cuerpo
para gozar y sólo un cuerpo puede gozar.
Esta observación, que no es más que un eco de lo que profiere Lacan en su seminario
Aún, toma aquí su valor del hecho de que la articulación significante es en
tanto tal independiente de toda referencia al cuerpo. Por ejemplo, la articulación
de los alpha, beta, gamma, delta, no se sostiene en ninguna referencia al cuerpo.
Es un hecho de lógica significante pura.
Segunda observación. El primer Lacan, indexado de un modo un tanto desenvuelto
por mi parte como Jacquot, creyó poder prescindir de la referencia al cuerpo,
dejando el cuerpo como exterior a lo simbólico. El mismo sentido se revela aquí
a partir de su distinción clásica entre lo imaginario y lo simbólico. Al comienzo
situó el cuerpo en su reflexión en el orden imaginario, como saben. El cuerpo
lacaniano fue esencialmente el cuerpo especular, el del Estadio del espejo,
y justamente por ello, lugar electivo de la libido freudiana concebida a partir
del narcisismo, circulando entre a y a'. Cuando Lacan despejó el orden simbólico,
lo corporal sólo intervino en tanto que simbolizado. Pero, intervenir en tanto
que simbolizado comporta precisamente la mortificación del cuerpo. Al mismo
tiempo señalé ya aquí que la construcción que descansa sobre la oposición entre
lo simbólico y lo imaginario no podía prescindir de situar una satisfacción
interna a lo simbólico.
Lacan dejaba la libido y el cuerpo para lo imaginario, pero su construcción
no podía sostenerse sin que en lo simbólico mismo hubiese una satisfacción a
la que apunta el sujeto. Le hacía falta necesariamente una satisfacción puramente
significante, es decir, precisamente un goce sin el cuerpo -un goce sin el cuerpo
no existe en esta definición, por supuesto-, le hacía falta una satisfacción
que no sea un goce del cuerpo.
Ya indiqué que la llamaba el reconocimiento en el sentido hegeliano, de la que
volví a hablar aquí con frecuencia. Así la situamos exactamente. Mantuvo este
lugar en la primera enseñanza de Lacan, porque el reconocimiento era en el fondo
algo a lo que apuntaba el sujeto, que le aportaba una satisfacción, pero una
satisfacción de orden puramente simbólico. Así, Lacan podía decir: en el psicoanálisis,
se paga con palabras. Apuntaba allí a una satisfacción puramente simbólica,
distinta de la satisfacción libidinal física. Incluso de ese modo, reconocer
el deseo que estaba presente y en espera, a falta de reconocimiento, para él
era susceptible de levantar el síntoma.
Todo lo que explica el primer Lacan, es la enfermedad del reconocimiento, es
decir, que hay una satisfacción que no es la satisfacción libidinal, que es
una satisfacción bien propia, una satisfacción de orden simbólico.
Así, por ejemplo, en su Seminario de "Las Formaciones del inconsciente", a lo
largo de las siete primeras lecciones que comentan el libro de Freud sobre el
Witz, vemos que Lacan contornea todo lo que Freud enuncia acerca de la satisfacción
relativa al lenguaje del niño -un contorneo de una elegancia extrema, que de
todos modos es muy visible-, para elaborar de algún modo otra satisfacción,
una satisfacción que consiste para el sujeto en ser escuchado más allá de lo
que dice, que se reconozca su deseo más allá de los enunciados que pueda traer.
Es la noción de una satisfacción puramente interna a lo simbólico, si ustedes
quieren, y que proviene del reconocimiento del Otro. En ese Seminario, estamos
justo en el borde donde Lacan, al final del año, va a liquidar el concepto de
reconocimiento. Comienza el año con eso, luego eso bascula, y finalmente él
mismo lo criticará en su informe de "La dirección de la cura..." -hace tiempo
lo indiqué con mucha precisión-.
Subjetivación y mortificación
¿Cómo es introducido el cuerpo en la enseñanza de Lacan? Debe serlo, en la medida
en que la libido exige la referencia al cuerpo.
¿Qué responde a esta exigencia en Freud, allí donde el aparato psíquico es por
excelencia capaz de Lust? El punto de vista económico en Freud ya está presente
en su obra sobre el Witz, como lo mostré hace dos años. El aparato psíquico
para Freud produce gastos, economiza y cuando economiza, puede haber un Lustgewinn,
una ganancia de placer, de la que Lacan hará el plus-de-gozar.
¿Qué responde a esta exigencia en Freud de la referencia al cuerpo? El concepto
de la pulsión, en tanto interesa a zonas particulares del cuerpo, las llamadas
zonas erógenas; en tanto interesa objetos del cuerpo, en particular aquellos
que pierde -el objeto oral, donde interviene el destete, el objeto anal- que
pierde por naturaleza. El concepto de castración mismo exige la referencia al
cuerpo, mientras que, en la vena principal de la enseñanza de Lacan, el cuerpo
sólo es introducido con la condición de ser significantizado, simbolizado, es
decir, mortificado.
El primer cuerpo, el que ya está presente en "Función y campo de la palabra
y del lenguaje...", es un cuerpo de algún modo subjetivizado, y hace tiempo
señalé muchas veces este pasaje. Los estadios instintivos, decía, están ya,
cuando son vividos, organizados en subjetividad. Lacan evoca la subjetividad
del niño que registra como victorias y derrotas el gesto de la educación de
sus esfínteres, gozando allí de la sexualización imaginaria de sus orificios
cloacales, haciendo agresión de sus expulsiones excrementicias, seducción de
sus retenciones, y símbolos de su relajación. Este es el cuerpo tal como Lacan
lo presenta en los primeros momentos de su enseñanza. Es un cuerpo subjetivizado,
un cuerpo cuyos orificios, cuyos objetos, cuyos avatares del desarrollo son
retomados como subjetividad y reciben sentido. Entonces, es un cuerpo significantizado
y subjetivizado que, de algún modo, tal como es presentado aquí, es el lugar
de la epopeya del sujeto.
El cuerpo es aún introducido por Lacan en tanto que falo, es decir en tanto
que parte significantizada, es decir, mortificada. El cuerpo es introducido
profundamente del lado de $.
El cuerpo es introducido en tanto pulsión, sin duda, en Lacan; pero la pulsión
está hecha al comienzo equivalente a una demanda donde el sujeto se desvanece
y la pulsión está hecha equivalente a una articulación significante.
El cuerpo es también introducido por el lado de sus objetos parciales, pero
en la época justamente de "La dirección de la cura..." y del Seminario "Las
formaciones del inconsciente", los objetos son objetos significantes de la demanda:
el objeto oral, el objeto anal. Los objetos pulsionales son introducidos como
objetos significantes de la demanda.
Un poco más tarde, el cuerpo es introducido siempre en tanto mortificado por
el significante, con la excepción de los restos. Ahí Lacan puede poner su objeto
a. Pero el mismo objeto a, es el objeto en tanto resto que escapa a la mortificación
del conjunto.
La mortificación -la subjetivización y la mortificación- domina el enfoque de
Lacan. E incluso cuando nos habla del objeto a, en los últimos años de su enseñanza,
es como de un plus-de-gozar, es decir, como el suplemento que escapa a la mortificación.
El goce es pensado sobre el fondo de la mortificación.
Así, encuentran enunciada en Radiofonía la equivalencia entre el Otro y el cuerpo.
Nada puede indicar mejor que el cuerpo es aquí cuerpo mortificado. Como dice
Lacan, es el corpse, el cadáver. Y este cadáver, es una manera de representarnos
la anulación de la libido y del goce. El horror es pensar que el cadáver tenga
aún necesidad de gozar. Se nos representa bajo las especies de los vampiros:
muertos, quieren seguir gozando. Es un punto de vista a examinar, iría demasiado
rápido si lo repeliera. Hay muchos testimonios que muestran, efectivamente,
de qué manera los muertos viven de nosotros, de qué manera los muertos nos chupan
la sangre.
Es seguro, por ejemplo que nosotros vivimos de Lacan, nos alimentamos de la
bestia. Pero desde otro punto de vista, podríamos decir -hay personas a las
que esto les inquieta- que, justamente, es también por nosotros que la enseñanza
de Lacan, su palabra, su articulación significante, mantiene presencia y fuerza.
Para que viva es necesario que nosotros mismos aportemos nuestro plus-de-gozar.
Es necesario que nos dediquemos, o que nos consagremos a ello. Sin esto, desde
el momento en que nos detengamos, veremos la diferencia. Apenas nos detengamos
vendrán los empresarios de la Universidad. Harán la lista: tomemos esto y comencemos
a recortarlo en pedazos. Como hicieron con Racine o con Gide. Un patrón de la
Universidad dirá a uno de sus alumnos: usted tome la juventud de Lacan y luego
tome al Lacan de tal año a tal año. Y si a uno de estos sinvergüenzas se le
ocurre tomar el año del otro, habrá alguien para hacerlo volver a su casillero
... Esto ocurrirá algún día, pero es cierto que nosotros ponemos de lo nuestro
para continuar, si puedo decirlo, haciendo gozar al muerto. Dejo esto de lado;
es un tema demasiado delicado para entregarme aquí a improvisaciones. Volveré
a pensar en ello reposadamente.
El corpse, el cuerpo, es el equivalente del Otro, del significante. Lo formula
Lacan en Radiofonía.
A él también se le hace presente que pasa, efectivamente, un cadáver por su
obra. Pasa un cuerpo de significante. Afortunadamente está el plus-de-gozar,
el resto de goce que permanece afuera de la mortificación, pero que conserva
la huella del significante. El objeto a conserva la huella del significante,
aunque más no fuera porque es un objeto.
Siempre hubo algo que compensaba esto. Estaba lo imaginario y cuando no fue
más lo imaginario, fue el objeto a, ese resto que es una excepción. Son las
excepciones libidinales a la mortificación.
La fórmula del fantasma, central en la teoría de la cura, se inscribe al comienzo
en este orden. Esta fórmula resume lo que acabo de decir: al cuerpo mortificado
del sujeto debe responder de todos modos, como una compensación, como un complemento
o como un suplemento, un cierto factor cuantitativo de libido. Es decir que
el substrato del fantasma, es el cuerpo mortificado. Esta es la referencia.
Una conversión de perspectiva
En Bahía presenté el siguiente ordenamiento, que pone en orden dos dimensiones
siempre presentes en Lacan: aquí la del Otro, aquí la de la cosa; aquí la articulación,
aquí la investidura. El deseo es del Otro, según una célebre fórmula, mientras
que el goce se refiere a la Cosa. Escribo aquí $, aquí a. Ubico aquí el cuerpo
mortificado y aquí el plus-de-gozar; aquí el objeto perdido de Freud, para volver
a decirlo en términos freudianos y aquí la pulsión freudiana y su felicidad,
para decirlo como Lacan. Coloco aquí el menos phi de la castración y aquí el
phi mayúscula no negativizable introducido por Lacan. Podría, por otra parte,
continuar esta puesta en serie de términos.
Allí se hace necesaria una conversión de perspectiva. El $ quiere decir el cuerpo
mortificado. Ahora bien, hay goce, incluso si es el goce residual del plus-de-gozar
y para que haya plus-de-gozar, es necesario el cuerpo, el cuerpo viviente. Si
hay un efecto del significante sobre el cuerpo que es la mortificación, hay
otro efecto que es la producción del plus-de-gozar. A todo lo que, en la enseñanza
de Lacan, hace repercutir que el significante mata al goce, hay que oponerle
que el significante produce el goce bajo las especies del plus-de-gozar.
Incluso agregaré que esta bipartición permite ver claramente el rol mediador
de la fórmula del fantasma, que une estas dos dimensiones e incluso, permite
ver en qué sentido hay entre los dos lados de la banda una especie de relación
moebiana, una relación de banda de Moebius, que es necesario poner de algún
modo en continuidad como sobre una banda de Moebius. También está presente en
los comentarios que Lacan pudo dar de su fórmula del fantasma.
Justamente por esto Lacan pudo hacer del objeto a la causa del deseo y pudo
hacer del significante del Otro una causa del goce. Estas son relaciones que
indican que es necesario considerar estos dos lados en relación moebiana uno
con el otro.
¿Cuál es la conversión de la perspectiva a la que llamo, no haciendo más que
redoblar el llamado de Lacan mismo? Es considerar que el significante no tiene
en primer lugar un efecto de mortificación sobre el cuerpo, que lo esencial
es que es causa de goce y que se trata entonces de pensar la unión del significante
y del goce, que el significante tiene una incidencia de goce sobre el cuerpo.
Lacan lo elabora en sus Seminarios cercanos al Seminario 20. Privilegia el efecto
de goce del significante, no su efecto de mortificación.
sinthome y pulsión
Lacan llama el sinthome, digámoslo exactamente, a esta incidencia de goce sobre
el cuerpo que tiene el significante. Y crea el concepto de sinthome precisamente
porque está más allá del fantasma. El fantasma está esencialmente ligado al
cuerpo mortificado y a ese residuo de goce que es el a en esta configuración;
mientras el sinthome se refiere al cuerpo vivificado por el significante, el
cuerpo en tanto goza intensamente por el hecho del significante.
Esto se juega en los mismos textos. Podemos tomar "Pegan a un niño", tomar ese
gesto augusto del que pega, y decir: allí está, es el cuerpo en tanto está mortificado
y marcado por el significante. Podemos ver allí la representación, abyecta quizás,
de la mortificación; pero podemos, por el contrario, leer en esta misma imagen
la producción del goce por el significante. Estropear el cuerpo, golpearlo,
tropezarlo, incluso destruirlo, son también las vías de su goce. Aquí es revelado
por Lacan -que demuestra por otra parte una curiosa simpatía por las palabras
que expresan ruidos secos, golpes- que lo marcó un cierto sadismo del significante;
pero la mortificación tiene como reverso la intensificación del goce.
Esta es la conversión de perspectiva que opera Lacan. ¿Vamos a pensar de algún
modo, a a partir de $, dándole el dominio a $, o vamos a pensar al $ mismo a
partir de a, es decir, a privilegiar el significante como causa de goce más
bien que al significante mortificante?
Por ello Lacan pasa del síntoma al sinthome. El síntoma, como lo escribimos
habitualmente, es precisamente captado por Freud -al menos antes de "Inhibición,
síntoma y angustia"- antes que nada como un fenómeno de verdad pensada en el
significante. Por otra parte, cuando decimos esto hace síntoma, nos referimos
a esta noción del síntoma-verdad. Mientras que, si Lacan modifica la palabra
para hablar del sinthome, es porque pone en primer lugar el efecto de goce,
el síntoma-goce, que nos fue presentado por Freud ya en "Inhibición, síntoma
y angustia".
De donde surge una nueva definición del significante. El significante se refiere
al cuerpo bajo la modalidad del sinthome.
A partir de ahora, no esperen de mí que respete la diferencia fonética. Hablo
del síntoma para designar también al nuevo sinthome de Lacan.
¿Cuál es a partir de entonces el lugar teórico del síntoma en Lacan? El síntoma
viene precisamente al mismo lugar en que Freud inscribe la pulsión. Es el concepto
mismo de la relación del inconsciente con el cuerpo. Por ello Lacan es conducido
a decir que el sinthome es real -y lo repetimos como loros-. Pero hay que captar
que esta fórmula toma todo su sentido cuando la oponemos a la fórmula de Freud:
Las pulsiones son nuestros mitos. Dicho de otro modo, la fórmula de Lacan el
síntoma es del orden de lo real sólo toma su verdadero sentido si hacemos surgir
la fórmula freudiana a la cual responde, a saber las pulsiones son nuestros
mitos.
Para pensar la relación entre el inconsciente y el cuerpo, Freud recurrió a
un concepto-mito. Con el síntoma, Lacan intenta elaborar un concepto operatorio.
Evidentemente el mito es una manera de aproximar lo real, como lo subraya Lacan.
Justamente cuando desfallecen los medios operatorios de lo simbólico recurrimos
al mito para designar el punto de real.
Dicho de otro modo, detrás de la pulsión de Freud está el sinthome de Lacan.
La pulsión freudiana es la interfaz todavía mítica entre lo psíquico y lo somático,
mientras que el síntoma lacaniano es la conexión real entre significante y cuerpo.
13 de mayo de 1998
(*)Lección n°17 del curso de J.-A. Miller del año 1997-98, La orientación lacaniana
II, 15, pronunciado en el marco del Departamento de Psicoanálisis de la Universidad
de París VIII. Texto establecido por Catherine Bonningue. Publicado con la autorización
de J.-A. Miller.
(**) (N. de la T.) pronombre personal aproximado al se español.
[Traducción: Nieves Soria; revisión: Patricia Schnaidman]
"Yo soy el periodista de Lacan"
Jacques-Alain Miller, en su visita a Buenos Aires (2000)
Lacan se ubicó allí donde todo se cruza: y el inconsciente es eso. De su paso
por el maoísmo; de su encuentro "clásico" con la hija de Jacques Lacan; del
posible lugar de los psicofármacos en tratamientos psicoanalíticos; de las "psicosis
no desencadenadas", de los lazos entre Borges y Lacan y del "supuesto saber"
del presidente electo Fernando de la Rúa: de casi todo habló con Página/12 Jacques-Alain
Miller, coordinador general de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, en su
visita a Buenos Aires. Por María Esther Gilio
--Es difícil que pase un año sin que usted venga a Buenos Aires. ¿La razón de
estas visitas es sólo trabajo o hay otras que tienen que ver tal vez con la
ciudad, con la gente?
--Hubo años en que vine varias veces. Durante el proceso de creación de la Escuela
de Orientación Lacaniana, venía cada dos meses. Luego de eso empecé a venir
sólo una vez al año. ¿Se sorprende? Argentina es una suerte de capital del mundo
analítico. Dalí decía que la estación de Perpignan era el centro del mundo.
Buenos Aires es, sin duda, el ombligo del mundo analítico.
--Esta aseveración suya no dejará a nadie indiferente. Usted sabe que en este
país es amado y odiado.
--¿Odiado?
--Sí, también. Creo que respecto de usted no hay términos medios. ¿Recuerda
la primera vez que vino? Tal vez sería en el ochenta. Una joven psicoanalista
vivió en la sala del SHA, donde usted habló, un extraño episodio que parecía
provocado por la emoción de su presencia.
--Sí, sí, lo recuerdo bien, pero ¿también odiado? ¿Usted cree? dice, y queda
pensativo--.
--Han pasado más de 30 años de los movimientos franceses de los sesenta. Usted
tenía veintitantos años y era prochino. ¿Qué esperaba de esa ideología?
--Yo era prochino a comienzos de los sesenta. ¿Qué esperaba? Estábamos en plena
Revolución Cultural ÷-dice con aire pensativo--, pero yo era más espontaneísta
que maoísta. Había varias corrientes maoístas. Los dogmáticos, los espontaneístas.
Yo era espontaneísta.
--Al pasar los años se bajó de ese carro.
--No, yo no me bajé. Me bajaron. Me echaron.
--De cualquier manera no habría sido fácil seguir siendo maoísta con las cosas
que luego pasaron en China.
--Mmm..., nunca fui maoísta por amor a lo que pasaba afuera, en China. Para
mí el maoísmo era algo para Francia. Algo que tenía que ver con una posición
dogmática de fe en la voluntad de rebeldía de lo que se concebía como el pueblo.
--¿Y qué pasó con esa esperanza?
--No se verificó, no se verificó --dice, menos para mí que para sí mismo--.
--No se verificó en Francia.
--No se verificó en ninguna parte. Hablé sobre esto con Lacan en aquel momento.
Yo estaba bastante entusiasmado y le explicaba mi interés en aquello que veía.
Yo hablaba de la situación general, de los valores. Y de cómo aquellas cosas
que hasta el momento parecían inamovibles en la sociedad humana habrían comenzado
a moverse o, por lo menos, a mostrar que eran posibles de ser movidas. Yo hablaba
de una novedad absoluta. Era como si el sol y los planetas hubieran cambiado
de lugar.
--¿Qué dijo él?
--Lacan me escuchó con gran atención y dijo: "Ohhh... bien, pero ¿cuánto tiempo
va a durar?". Y ésa era la buena pregunta. Porque si bien hubo una conmoción,
lo que en un momento se levantó volvió a caer. Y hoy no sé si hay un país en
el mundo donde el capitalismo sea más salvaje que en China. La de Lacan era
la buena pregunta, la que había que hacer. La Revolución Rusa fue más larga
que la Comuna de París, 70 años, pero ¿qué es en la historia? Apenas un paréntesis.
--¿Cuando ocurrían estas conversaciones con Lacan, ya era novio de su hija?
--Nooo, casado.
--Disculpe una pregunta impertinente. ¿Qué fue primero: la pasión por Lacan
o la pasión por la hija?
Jacques-Alain Miller mira hacia la ventana en silencio.
--¿De eso no se puede o no se debe hablar?
--No en términos de pasión. Conocí a la hija en el ámbito del padre, por supuesto.
Algo muy clásico.
--Se podría decir que usted llegó al psicoanálisis a partir de la filosofía
de Althusser y de Foucault. ¿Piensa que el estudio de estos filósofos lo condujo
al estudio de Lacan?
--No, no. Althusser me invitó a leer a Lacan a fin de participar con él en un
seminario sobre Lacan. Así fue que leí a Lacan --dice y sonríe--.
--¿Qué está recordando?
--Al poco tiempo Althusser comprobó que yo me había inclinado fuertemente hacia
Lacan, lo cual lo disgustó un poco, lo desencantó.
--¿Empezó profundizando en aquellos textos de Lacan más vinculados con la filosofía,
Hegel, Marx, lógica moderna?
--No, no. No sería posible leer lo filosófico de esa manera, separadamente.
En Lacan no hay una sola trama. No hay una parte filosófica aquí y una clínica
allá. Todo está junto y así lo leí.
--Usted trató en los lejanos sesenta de transmitir Lacan de manera que fuera
inteligible. Pasó su obra a un lenguaje más comprensible y...
Es evidente que a Jacques Alain Miller no le gusta este juicio sobre su trabajo
y, aunque espera pacientemente que termine, su mirada se ha endurecido.
--Aunque... ¿tal vez no sea ésta la mejor manera de expresar lo que hizo?
--Veamos ÷-dice con aire paciente y sereno--. A partir de mi ponencia en el
seminario de Althusser cobré fama en el Barrio Latino de que yo entendía a Lacan,
cuando todo el mundo estaba convencido de que...
--... era incomprensible.
--No, no de que era incomprensible sino complicado. Eso terminó consolidándome
en esa posición.
--En definitiva, que su lectura permitió a mucha gente acercarse al pensamiento
de Lacan. ¿Qué quiere decir exactamente cuando en los seminario de Lacan editados
después de su muerte usted dice: "Texto establecido por Jacques Alain Miller"?
--En los seminarios reales está la charla de Lacan, que, a pesar de la extensa
preparación, es una charla improvisada, con frases inacabadas, palabras repetidas.
En fin, está allí la fluidez y la incertidumbre de la palabra oral. Sabe cómo
es eso. ¿Qué hará usted con el texto de esta entrevista? Deberá, entre otras
cosas, corregir mi castellano.
--Agradezco su castellano con algunos errores y mucha riqueza.
--Usted ya se habrá dado cuenta de que yo soy el periodista de Lacan.
--Es una linda broma ésa. ¿Qué diría usted sobre las diferencias entre la clínica
en tiempos de Freud y la clínica de hoy?
--No conozco todo lo producido por las escuelas, pero aun así cualquiera puede
percibir que algo de la clínica ha cambiado desde Freud. Algunos analistas tienen
hoy una suerte de sueño que consiste en pensar que aquella clínica de principios
de siglo puede ser suplantada por no sé qué clínica de las neurociencias, que
han estado de moda aunque cada día pierden prestigio, por ejemplo en Estados
Unidos.
--¿Considera que no tiene valor la neurociencia?
--Tiene su valor, claro. Pero pensar que va a solucionarlo todo... No lo creo.
--¿En qué sentido la neurociencia tendría valor para el analista?, ¿en qué sentido
serían beneficiosos los medicamentos?
--Para empezar, los medicamentos están. Están presentes en la vida de la gente.
En cuanto al terapeuta, ellos le permiten tener acceso a sujetos psicóticos
a quienes, en el pasado, no era posible acercarse. Los medicamentos son formas
de anestésicos.
--Que no resuelven el problema. No curan.
--No curan pero, como le dije, permiten trabajar con determinados pacientes.
De la misma manera que la anestesia permite hoy trabajar al dentista.
--Ahí tendríamos una diferencia entre la clínica de hoy y la del pasado.
--Otra diferencia con la vieja clínica son las psicosis a las que, entre comillas,
llamamos "inclasificables".
--¿Sería lo que también se llama borderline?
--Son formas de psicosis no desencadenadas. Es decir, esas formas no típicas
ni francas que hoy llegan a las instituciones de salud mental como no llegaban
antes.
--¿No se producían en el pasado, o simplemente no llegaban?
--No llegaban, carecían del carácter espectacular de las grandes psicosis, de
aquellas que son las más fácilmente reconocibles como la paranoia. Se trata
de psicosis más modestas, no tan manifiestas, cuya identificación no es inmediata
porque no son posibles de ser tan fácilmente diferenciadas de la simple neurosis.
Podemos decir que esta diferenciación nos ayudó a refinar la clínica.
--No tiene dudas entonces sobre los beneficios que el psicoanálisis puede proporcionar
al psicótico.
--Sí, hace muchos años que esto es así. Yo diría que es así a partir de la medicación
que pacificó al psicótico permitiéndole el habla. Aun cuando el psicoanálisis
en estos casos no pueda desarrollar toda su potencia, es beneficioso para el
paciente.
--Hay algunos fenómenos del mundo moderno con los cuales se ha metido poco el
psicoanálisis. La televisión, por ejemplo. ¿Qué pasa con la cabeza de la gente
a partir de la televisión?
--La televisión anestesia al ser humano. Le permite dormir con los ojos abiertos.
No tengo televisión.
--Si pensamos en el psicoanálisis y en su aplicación a individuos de culturas
diferentes, ¿son iguales las técnicas que utiliza el analista para trabajar
con un paciente de Africa que con un paciente de Berlín? ¿Las técnicas usadas
por el analista serán las mismas en uno y otro caso?
--El ministro de Relaciones Exteriores de la República del Congo, marido de
quien fue secretaria de Lacan, me ha dicho, unos días antes de venirme, que
cada día piensa en lo que ha aprendido de Lacan. El conversa sobre Lacan con
el cardenal de Kinshasa, a quien dediqué el último seminario.
--Sí, pero ése no es exactamente un ejemplo de lo que le pregunto. Por lo que
usted dice, este hombre está muy vinculado con Francia y a la cultura francesa.
Pensaba en alguien más sumergido en su propia cultura. ¿Se juega igual el Edipo,
por ejemplo, cuando las culturas son profundamente diferentes?
--La lógica del Edipo es la misma en cualquier cultura aunque los personajes
no sean los mismos.
--Es decir que, en aquellas culturas donde el tío ocupa el lugar del padre,
ocupa también el rol que aquél tiene dentro de la familia y dentro del mito.
--Exactamente.
--Desde hace un siglo, el psicoanálisis ha pesado más y más en la cultura de
Occidente: ¿sería posible pensar cómo habrían sido en este siglo la literatura,
la pintura y el cine, por ejemplo, sin esta influencia?
--Pensemos en algún autor no tocado por el psicoanálisis. Creo que Borges, en
cierto modo, se presenta como alguien intocado. Pero a la vez no sé si esto
es tan exacto, ya que él definía al psicoanálisis como una suerte de ciencia-ficción.
Lo cual, en verdad, también se puede decir de su literatura. Por otra parte,
Lacan consideraba la obra de Borges como muy resonante con lo que él mismo hacía.
--Quiere decir que encontraba en Borges ecos de su obra. Lo sentía cerca. Qué
curioso.
--No tan curioso. La idea borgiana de Pierre Menard reescribiendo el mismo texto
cuyo significado van cambiando el tiempo y la historia...
--Podríamos decir que el mismo texto cambia cuando cambia el contexto. Se vuelve
otro.
--Claro. Y eso, se puede decir, es la esencia misma de la interpretación analítica.
--¿Qué podría decirnos de la relación psicoanálisis-política?
--El tema de nuestras jornadas no es ajeno a este punto, ya que vamos a hablar
de "sujeto supuesto saber", tema que no existe solamente en el análisis, ya
que opera también en el campo político. El presidente electo Fernando de la
Rúa ÷-esto lo he visto en los periódicos-- tiene fama, precisamente, de haber
obtenido un voto de confianza sin develar los puntos fundamentales de su futura
política. Es decir que se le supone un saber para hacer las cosas bien. Por
otra parte pienso iniciar las jornadas con una frase bíblica atribuida al actual
presidente: "El hombre es amo de sus silencios y esclavo de sus palabras". Me
gusta ese pensamiento, muy aplicable a la situación que se da en la clínica,
donde el analista es el amo de sus silencios mientras el analizado es esclavo
de sus palabras.
--¿Qué cree usted que busca quien se somete a un análisis?
--Uy, uy, las respuestas posibles son muchas ya que cada uno buscará cambios
diferentes.
--Es decir que hay algo que siempre se busca, un cambio. El cambio es lo común.
--Sí, eso es así, nadie va al análisis con el pedido de quedar tal como es.
A veces el cambio que busca es imposible. Por razones que el analista es capaz
de ver, aquel cambio deseado no podrá producirse. En este caso, claro, deberá
manejar la situación para no permitir que se creen falsas expectativas. No todo
se arregla en el análisis. El analista deberá, en esos casos, moderar algunas
esperanzas. La edad puede poner límites. El análisis es posible a cualquier
edad, pero hay determinados cambios que la edad hace imposibles. Y hay también
trastornos que, vaya a saber por qué, la mayoría de las personas creen inmodificables
y no lo son.
--¿Por ejemplo?
--La eyaculación precoz es un ejemplo. En definitiva, creo que si algo podemos
decir es que nadie ve al analista sino es para obtener un cambio.
--¿Qué piensa sobre la cultura judía y el psicoanálisis? ¿No cree que en esta
cultura hubo algo que se abrió al psicoanálisis, como si éste encontrara en
ella su ambiente natural?
--¡Eso es una evidencia! El psicoanálisis nació dentro de una tradición de lectura;
de desciframiento apasionado del texto sagrado. Lacan decía: "Los judíos saben
leer" y ésa fue la conexión más esencial con el psicoanálisis. De cualquier
manera, sobre este punto he escuchado los comentarios más diversos e incluso
contradictorios. Después de un curso mío sobre Lacan una persona se acercó y
me dijo: "Pero Lacan es el Corán". Y otro: "No es posible entender a Lacan si
no conocemos la lógica matemática". A un amigo de Roma, que pronunció sus votos
de cura, y más tarde eligió una mujer para vivir con ella, lo he oído decir:
"Lacan es toda la cultura eclesiástica". Y a otro: "En Lacan, como en la Biblia,
está todo".
--¿Qué significan para usted estos comentarios tan diferentes?
--Creo que está aquí la fascinación de Lacan, la cual viene del hecho de que
con pocas palabras logra un eco que refiere cosas muy distintas. Para mí significa
que él se ubica en el lugar donde todo eso se cruza. Y el inconsciente es eso.
El inconsciente es algo como el aleph de Borges, en el cual todo se concentra.
Si uno logra ubicarse en su centro, todo se iluminará de otra manera. Yo lo
veo así.