Manuel Xavier Rodríguez y Erdoíza
(1785-1818) es una figura legendaria en la
historia chilena. Hombre acaudalado, abogado de profesión,
diputado, secretario de guerra, capitán de Ejército y Director
Supremo. Pero ninguno de todos sus cargos oficiales le dieron
tanta fama como su trabajo en la clandestinidad, durante el
periodo de la Reconquista. En múltiples ocasiones cruzó la
cordillera de los Andes trayendo y llevando mensajes secretos de
José de San Martín y preparando el terreno en Santiago para la
ofensiva del Ejército Libertador. Llegó a ser el hombre más
buscado del reino. Su biografía está llena de escenas de
aventuras en las que aparece burlando a sus perseguidores una y
otra vez, disfrazado de fraile o de huaso, o desnudo en la noche
escabulléndose por entre decenas de soldados talaveras y
cruzando a nado el río Mataquito.
No obstante lo anterior, su trabajo para la causa patriótica
comenzó mucho antes de la Reconquista, luchando en las campañas
del sur en 1813, exhortando al ejército y aplicando toda su
locuacidad y persuasión en la prédica de los ideales
independentistas entre las clases populares.
Su relación con otros caudillos de la Independencia osciló entre
la alianza más estrecha y el más profundo de los odios. Trabajó
codo a codo con José Miguel Carrera, de quien había sido
compañero durante la enseñanza primaria en el colegio Carolino,
lo cual no impidió que Carrera lo enviara a la cárcel varias
veces. Con Bernardo O'Higgins, su vínculo fue aún más complejo;
Manuel Rodríguez era para él un personaje muy incomodo y
detestado, pero a la vez, necesario para la causa patriótica.
Manuel Rodríguez murió asesinado en Til-Til, cuando sólo contaba
con treinta y tres años de edad. Su figura, romántica y popular,
se convirtió en un mito que ha inspirado tanto a poetas y
compositores chilenos, como a cineastas, constituyendo el tema
de la primera película chilena El húsar de la muerte, de Pedro
Sienna.
Tonada de Manuel Rodríguez
Saliendo de Melipilla, corriendo por Talagante, cruzando por San Fernando, amaneciendo en Pomaire.
Pasando por Rancagua, por San Rosendo, por Cauquenes, por Chena, por Nacimiento: por Nacimiento, sí, desde Chiñigüe, por todas partes viene Manuel Rodríguez.
Pásale este clavel, vamos con él.
Que se apaguen las guitarras, que la Patria está de duelo. Nuestra tierra se oscurece: Mataron al guerrillero.
En Til-Til lo mataron los asesinos, su espalda está sangrando sobre el camino: sobre el camino, sí, quién lo diría, él, que era nuestra sangre, nuestra alegría.
Manuel Rodríguez, el guerrillero
olvidado que luchó con San Martín
Por Juan Godoy (Sociólogo, UBA)
“Quisiera, quisiera tener un hijo/Brillante, brillante como un clavel/Ligero,
ligero como los vientos/Para lla, para llamarlo Manuel/Y apellidarlo
Rodríguez,/El más preciado laurel”
[Violeta Parra. Hace falta un guerrillero]
Manuel Rodríguez ha sido un personaje escamoteado,
olvidado y/u ocultado por la historiografía oficial-liberal de nuestro país
fundada por Bartolomé Mitre. La superestructura cultural de colonización
pedagógica se ha ocupado de que la figura del legendario guerrillero de la
independencia no llegara a los colegios, universidades, libros, medios de
comunicación, etc. Lo que nos permite preguntarnos acerca del por qué este
silenciamiento sobre un personaje tan importante para las luchas por la
emancipación de la Patria Grande. En las siguientes líneas abordaremos algunos
rasgos del personaje para dar respuesta a nuestro interrogante.
Manuel Rodríguez nació en Santiago en el año 1785. Lo encontramos hacia 1809,
siendo un joven, luchando por la baja en el monto de los derechos que se pagaban
para poder graduarse de Doctor en Leyes, título (por estos derechos) al que solo
podían acceder las clases privilegiadas. El joven presenta documentos, defiende
su posición ante las autoridades de la Universidad de San Felipe para probar la
injusticia.
A fines de 1811 en Chile se había producido una insurrección liderada por José
Miguel Carrera. Allí aparece Manuel Rodríguez, como parte de los sectores más
revolucionarios de la misma. El nuevo gobierno protege la industria local,
aplica impuestos sobre los sectores más adinerados, e incorpora a los sectores
populares a la revolución. La figura de Rodríguez comienza a tener una estrecha
relación y un ascendiente sobre los oprimidos de la sociedad chilena de
entonces. Es en una de las figuras en que éstos encuentran representación.
Luego de la dura derrota de Rancagua para las fuerzas revolucionarias en 1814,
aparece en Mendoza a las órdenes del General José de San Martín. Este último
quedó impresionado con la figura de este joven entusiasta y revolucionario. Así
lo envía a Chile con el doble propósito de crear agitación en la sociedad, y que
le remitiera análisis políticos acerca de la situación en Chile. San Martín
instala en Chile una “guerra de zapa” (intrigas, rumores y noticias falsas,
promoción de discordia en el bando absolutista, etc.) implacable, Rodríguez es
una figura central en esta estrategia sanmartiniana. El historiador Gustavo
Opazo Maturana sostiene “San Martín, en Mendoza, estudiaba detenidamente su plan
para libertar Chile. Necesitaba no solo un elemento, sino muchos, y entre ellos
lo más importante, espías en Chile que le informaran de todo; y que por la razón
más primordial levantaran el ánimo de esta tierra, aterrorizada por la
opresión”.
El guerrillero instala su cuartel de espionaje en Santiago. Pero su espacio de
acción se extiende a varios pueblos. Antes del cruce de Los Andes, insurrecciona
a las poblaciones entre El Maipo y el Maule. Con sus montoneras tenía a maltraer
a las autoridades realistas que lo perseguían día tras día, sin lograr dar fin a
su lucha que a medida que corría el tiempo iba creciendo. Se mueve rápidamente,
conoce palmo a palmo Los Andes, Gerardo Leñeros, historiador, afirma que “está
comprobado que nuestro guerrillero utilizaba con mucho éxito un camino secreto
que se llamó de las 24 horas, porque permitía al prócer movilizarse dentro de
ese puñado de horas entre Mendoza y Santiago”. Además debemos resaltar que es
protegido por los sectores populares que no delatan donde se encuentra, que lo
esconden de los godos. René Balart Contreras establece acertadamente que “en
esta lucha no combatieron, como suele creerse, chilenos contra españoles, pues
la verdad es que los ejércitos que combatieron por la causa del rey estaban
compuestos casi totalmente por chillanejos, valdivianos y chilotes, tan chilenos
como los que defendían la bandera patria (…) la lucha por la Independencia de
Chile (como en el resto de América Latina) es, en el fondo, una guerra civil”.
Luego del cruce de los Andes, y de Chacabuco, San Martín le encomienda la
importante tarea de “cortar” la retirada de los realistas al Sur con la cual
cumple. En carta al Libertador, Manuel Rodríguez expresa “la gente media es el
peor de los cuatro enemigos que necesitamos combatir. Ella es torpe, vil, sin
valor, sin educación, capciosima (sic), y llena de pillería más negra. De todo
quieren hacer comercio: en todo han de encontrar un logro inmediato; y si no a
Dios promesas, a Dios fe; nada hay seguro en su poder, nada secreto (…) la
Nobleza es tan inútil y mala, como el estado medio” (Carta de MR a SM.
25-3-1817).
Después del desastre de Cancha Rayada para la causa revolucionaria, pesaba el
desánimo en las fuerzas patrióticas. Pero, el guerrillero no pierde tiempo, ni
piensa que la lucha se va a perder. Así, dos días más tarde le escribe al
Director supremo Delegado, Coronel Luis de la Cruz “no conozco amor a la vida,
ni me empeña (otra cosa) sino el crédito americano”. Se dedica entonces a la
formación de los “Húsares de la muerte”, regimiento caballería, y proclama en la
Plaza Pública, para levantar el ánimo de los derrotados: “Aún tenemos Patria,
ciudadanos; el tímido, el cobarde, que huya; pero los hombres de corazón deben
quedarse, organizarse, y tener la resistencia; el enemigo aún dista mucho de la
capital, los recursos sobran, y Chile exige de sus hijos un nuevo sacrificio, un
momento de resolución, y será libre”.
Los “Húsares” cumplirán una tarea muy importante luego de Cancha Rayada. En este
cuerpo, que tenía como divisa una calavera cruzada por detrás por dos huesos
(llamativamente muy similar a la que usaba El Tigre de los Llanos, Facundo
Quiroga, con la frase “religión o muerte”), participa el bisabuelo de Salvador
Allende, Ramón Allende Garcés. El regimiento contaba con unos quinientos o
seiscientos combatientes. Algunos historiadores afirman que participaron en la
Gloriosa Batalla de Maipú.
Los testimonios indican que Rodríguez tiene ciertos rasgos de indisciplina que
le traen problemas con sus pares. Juzga a O’Higgins conservador, y está
enemistado con los Carrera (hacía años, como vimos, había sido su colaborador).
Luego de ser apresado, muere, simulando que se había querido fugar, fusilado por
la espalda en Tiltil el 26 de mayo de 1818. Los “profetas del odio” pretendieron
endilgarle esta muerte a San Martín (que en realidad se encontraba en Buenos
Aires), nada más lejano de la verdad. José Zapiola afirma que “San Martín no
solo dio a Rodríguez pruebas de cariño, sino de confianza, nombrándolo Auditor
de Guerra del ejército que organizaba en Las Tablas, pocos meses antes de la
Batalla de Maipo”. El Libertador al morir el guerrillero, profundamente dolido,
expresó “hubiese perdido mi brazo derecho antes de que hubiese sucedido esto”.
Norberto Galasso argumenta en su gran biografía sobre San Martín que Manuel
Rodríguez “no es sólo agitador y guerrillero, sino que sustenta una profunda
cultura política nutrida de estudios diversos, entre ellos filosofía y derecho
(…) asume una posición revolucionaria sin vacilaciones y resulta una de las
figuras fundamentales de la revolución hispanoamericana”. Estas breves líneas
nos permiten observar el por qué del ocultamiento por parte de la historiografía
liberal. Pero los pueblos que hoy se han levantado nuevamente y luchan día a día
contra la oligarquía y el imperialismo por la segunda y definitiva emancipación
de Nuestra América lo tienen como el guerrillero heroico que luchó por la
emancipación de los pueblos latinoamericanos.
El 24 de febrero de 1785, nació Manuel Javier Rodríguez Erdoíza,
el hombre que se encargaría de atizar la llama de la libertad en
Chile. Al día siguiente lo bautizó en la parroquia del Sagrario
el doctor don Joaquín Gaete, Canónigo de la Santa Iglesia
Catedral.
La casa de sus padres se ubicaba en Agustinas con Morandé y,
calle de por medio, en la esquina del frente vivían los hermanos
Carrera. José Miguel, de quien le separaban diez meses de edad,
fue su inseparable compañero de aventuras. No sólo fue ese
barrio el escenario de sus travesuras, sino todo Santiago. El
cerro Santa Lucía, un arisco montón de rocas en ese tiempo, era
el lugar más propicio para las cimarras. Y después de recorrer
el barrio de la Chimba (actualmente Independencia), donde
robaban la sabrosa fruta de las huertas, iban a dar con su
pandilla a la Plaza de Armas. Era ésta un peladero, en cuyo
costado oriente se ubicaban numerosos tenduchos que vendían
ojotas. Y los compradores botaban en su alrededor las que
dejaban de usar, transformándose en los proyectiles más
codiciados por estos palomillas. Iniciaban así una verdadera
batalla de ojotazos, y en más de alguna ocasión recibió el golpe
un señor principal o una dama encopetada.
Y cuando los guardias los correteaban, vencedores y vencidos
iban a encumbrar el volantín en los potreros vecinos, junto a
las acequías anchurosas de los alrededores.
Sus Padres
Doña María Loreto de Erdoíza y Aguirre, emparentada con el
marqués de Montepío, don Nicolás de Aguirre, era una hermosa
muchacha de finos modales, cortejada por numerosos jóvenes
santiaguinos. Y entre sus pretendientes escogió al comerciante
español don Lucas Fernández de Leyva y Díaz, de avanzada edad,
que la dejó viuda muy joven.
No pasó mucho tiempo sin contraer un nuevo matrimonio, esta vez
con el joven peruano Carlos Rodríguez de Herrera y Zeballos, que
desempeñaba el cargo de oficial mayor de Aduana.
De su primer matrimonio quedó a doña María Loreto un hijo, don
José Joaquín Fernández de Leyva y Erdoíza, que ejerció el cargo
de diputado de Chile en las Cortes de Cádiz por el año 1809,
cuando su madre ya había fallecido.
De don Carlos Rodríguez tuvo a Manuel Javier, Carlos y Ambrosio
María.
El Estudiante
Si bien su madre había quedado con alguna situación económica de
su primer matrimonio, no daba ésta para pagar los 80 pesos
anuales que cobraba el Convictorio Carolino por la educación de
los niños provenientes de familias acaudaladas. Manuel Javier
tuvo que acogerse a una de las cuatro becas que el colegio
tenía, para lo cual sus debieron demostrar pureza de sangre,
legitimidad de nacimiento y buena conducta de sus antepasados.
Hablador, vivaz y rey de los motines, Manuel robusteció su
amistad con José Miguel Carrera. Juntos realizaron muchas
travesuras, desde cargarles la mano a los "soplones" del curso,
hasta hacerles pesadas bromas a los profesores. Fueron
sorprendidos en una de estas últimas y condenados a una "corrida
de palmeta", sanción aplicada con una regla de madera sobre los
nudillos de la mano. Los muchachos escaparon del castigo,
fugándose por los tejados hasta la calle.
Terminado el colegio, Manuel Rodríguez ingresó a la Real
Universidad de San Felipe a estudiar Cánones y Leyes.
Rodríguez destacó por la rapidez con que captaba los argumentos
del contrario y la facilidad con que los rebatía. De oratoria
rápida y fulminante, mezclada con un tono histriónico, terminaba
siempre diciendo la última palabra.
Pero no solamente estudiaba. Asistía a las riñas de gallos y a
las chinganas, donde buscaba el contacto y la amistad con la
gente del pueblo. Bailaba maravillosamente la zamacueca, las
contradanzas y el minuet, todos bailes de moda, y galanteaba
apasionadamente a las muchachas bonitas. Era diestro, también,
en el manejo del corvo y en los juegos populares. Se hizo asiduo
a las tertulias en que algunos privilegiados leían obras
prohibidas con el pensamiento de los intelectuales franceses a
una serie de petimetres que usaban rapé y tabaco. Más de noche,
asomaba su perfil por las peñas del Portal de Sierra Bella,
donde se comentaba el último chismorreo político.
Como alumno universitario fue destacado. En enero de 1807 se
recibió, sin mayores dificultades, de Bachiller en Cánones y
Leyes. En 1811 se presentó para obtener un doctorado, pero el
grado se concedía mediante el pago de trescientos pesos que
Rodríguez no tenía. Como su pobreza era implacable, ofreció "a
falta del pago de propina desempeñar gratuitamente los
interinatos en las cátedras de cánones, leyes decreto e
instituta". Pero se interpuso en su destino el gobernador García
Carrasco, vicepatrono de la Universidad, que dió orden de
suspender la decisión.
Se habían opuesto algunos doctores que veían en él un espíritu
renovador de oposición a los privilegios y de acercamiento a los
desamparados. Manuel Rodríguez no se doctoró jamás, y los
acontecimientos de 1810 cambiaron la toga del jurisconsulto por
la espada del Guerrillero.
Sembrando La Libertad
Mientras se desarrollaban los sucesos que culminaron con la
entrega del mando por parte de García Carrasco, Rodríguez se
mantuvo ocupado en ganar dinero con su profesión de abogado, y
en ir sembrando las ideas libertarias en los corrillos. El resto
de su tiempo lo compartía entre su afición al bello sexo y a los
juegos de naipes y trucos.
García Carrasco vio minada definitivamente su autoridad cuando
hizo apresar a los patriotas Rojas, Ovalle y Bernardo Vera, y
los envío a Valparaíso para desterrarlos al Perú.
A esto se sumaron las noticias llegadas desde Buenos Aires. Los
criollos habían cambiado de régimen y tomado el mando. El
Cabildo santiaguino y la aristocracia se manifestaron totalmente
en su contra y grupos de jóvenes exaltados, entre los que se
contaba Manuel Rodríguez, se instalaron fuera del Palacio de
Gobierno y pidieron a gritos su salida.
Ante la oposición generalizada, García Carrasco debió entregar
el gobierno a don Mateo de Toro Zambrano y Ureta.
Rodríguez comenzó su vida pública en mayo de 1811, cuando fue
nombrado procurador de la ciudad de Santiago. Era aún un
patriota moderado y en ese cargo tuvo la ocasión de tratar a
muchos hombres notables y de arraigar sus ideas revolucionarias,
que se acentuaron con la llegada a Chile de don José Miguel
Carrera, su antiguo condiscípulo, que arribó a Valparaíso en
julio de ese año.
Grande fue el contento de Rodríguez al reencontrarse con su
antiguo compañero, por el que sentía profunda admiración, y en
el que veía retratada su propia y compleja personalidad. Carrera
venía a constituirse en un estímulo ardiente para la causa
revolucionaria, por su rapidez entre la decisión y la acción.
El 4 de septiembre de 1811 Manuel Rodríguez fue elegido diputado
al Congreso por la ciudad de Talca.
Un Amigo... ¡Es Un Amigo!
Video para descargar - El húsar de la muerte Es el único
largometraje chileno del cine mudo que es posible ver en
la actualidad. Fue estrenado el 24 de noviembre de 1925
y hoy es considerado el filme más importante de su
época. En 1998 fue declarado monumento histórico.
La película que narra las aventuras de Manuel Rodríguez
entre 1814 y su muerte, fue dirigido y protagonizado por
Pedro Sienna. También tuvieron papeles protagónicos
María de Hanning y Dolores Anziani.
En la última restauración que se realizó al Húsar de la
muerte en 1995, se agregó una música incidental
compuesta por Horacio Salinas.
Dirección y guión: Pedro Sienna. Dirección de fotografía: Gustavo Bussenius. Elenco: Pedro Sienna, Piet Van Ravenstein, Clara
Werther, María de Hanning, Dolores Anziani, Hugo Silva,
Piet van Ravebstein, Luis Baeza, Octavio Soto, Federico
Geimza, Guillermo Barrientos, Emilia Sierra, Ángel Díaz
y Víctor Véjar.
Consejo Nacional de la Cultura y de las Artes Chile
Audiovisual
Rodríguez, que en un comienzo miró con calma los sucesos, se
identificó rápidamente con el entusiasmo y los argumentos de su
amigo Carrera.
Manuel Rodríguez fue uno de los personajes más desinteresados de
nuestra historia. Nunca buscó honores ni cargos importantes. Era
el descontento por naturaleza, el inquieto buscador del peligro,
y de lo único que adolecía, era la sumisión incondicional a los
que gobernaban. De extraordinario atractivo, era un hombre
delgado, de 1 metro 70 de estatura.
El 15 de noviembre fue elegido diputado por Santiago y al día
siguiente, tras asumir el mando José Miguel Carrera, le nombró
Secretario de Guerra. Su carrera militar comenzó el 2 de
diciembre de 1811, fecha en que se incorporó al Ejército con el
grado de capitán, y fue designado por Carrera como su
secretario.
A comienzos de 1813 empezó a enfriarse la amistad con Carrera.
Rodríguez, junto con sus hermanos Carlos y Ambrosio (este último
era capitán de la Gran Guardia) se transformó en crítico de los
rumbos gubernamentales. Los descontentos tenían distintos puntos
de reunión. El más pintoresco era la quinta del Carmen Bajo,
otrora residencia del corregidor Zañartu, donde existían unos
saludables baños.
Pero en ese tiempo las conspiraciones se sucedían unas tras
otras y los enemigos de un momento eran fuertes aliados en la
ocasión siguente. No obstante, Rodríguez y sus hermanos fueron
apresados y enjuiciados por conspirar contra Carrera. Manuel
Rodríguez alegó en el tribunal con argumentación irrebatible,
mas fue condenado a un año de destierro en la isla de Juan
Fernández.
El 19 de marzo presentó un documento, haciendo ver la
imposibilidad de cumplir tal condena, a causa de un doloro
absceso y el castigo no pasó de ser un golpe de autoridad.
En 1814, los viejos amigos se volvieron a reunir. La junta de
Gobierno fue reemplazada por el coronel De la Lastra, con el
cargo de Director Supremo, y Manuel Rodríguez comenzó a atacarlo
desde el periódico "El Monitor Araucano". Los Carrera, depuestos
del mando, huyeron desde el sur a Santiago. Rodríguez escondió a
José Miguel, primero en las haciendas "El Bajo" y en Lo Espejo,
y luego en su propia casa.
Finalmente, los conspiradores se apoderaron del gobierno. José
Miguel Carrera organizó una nueva Junta integrada por él, el
padre Uribe y el coronel Muñoz. Rodríguez fue nombrado
secretario de esa Junta.
Tras el desastre de Rancagua, el Guerrillero atravesó la
cordillera con rumbo a Mendoza. Antes de perder de vista su
patria, se envolvió en el ancho poncho maulino, encendió un
pitillo mientras lo embargaba la emoción, y juró reparar sus
calaveradas dedicándose por entero al servicio de la
independencia.
Agente Secreto y Montonero
Mendoza recibió a los emigrantes de Chile con hospitalidad. Y
mientras el gobernador de Cuyo, el coronel mayor don José de San
Martín y Matorras se aplicaba a la tarea de organizar un
Ejército Libertador que expulsara para siempre a los
monarquistas de Chile, los exiliados comenzaron a desempeñar
diferentes oficios para ganarse la vida. En tanto, la madre y
hermana de O'Higgins se dedicaban a confeccionar hermosos
tejidos para vender entre las damas acaudaladas, Diego José
Benavente instaló una imprenta donde se editaban partes y
proclamas. Don José Ignacio Zenteno, que más tarde desempeñaría
un importante papel, abrió una taberna que se convirtió en el
lugar de reunión de los emigrados. Manuel Rodríguez, por su
parte, redactaba bandos y pregones para la imprenta de
Benavente.
El gobernador de Chile, general Mariano Osorio, comenzó a enviar
espías para investigar el ánimo y las actividades de los
patriotas. Pero fueron sorprendidos y San Martín, devolviendo el
golpe, empleó sus firmas para mandar falsas informaciones a
Chile. El gobernante cuyano ya había despachado cuatro emisarios
para que desarrollaran una guerra de zapa: los oficiales
chilenos Aldunate, de la Fuente, Diego Guzmán y Ramón Picarte.
Y finalmente puso sus ojos en Manuel Rodríguez, al que había
observado detenidamente. Ambos conversaron con largura de sus
planes futuros. A Rodríguez le tentó la posibilidad que le
ofrecía San Martín. Estaba hecho a la medida para eso y comenzó
a idear disfraces y sistemas de comunicación. Vestiría de fraile
entre los que contaba con buenos amigos patriotas; de campesino
humilde, sirviente doméstico y vendedor ambulante. Para él, que
se había criado recorriendo las barriadas, le sería fácil pasar
por uno de ellos y conseguir su ayuda.
Las instrucciones de San Martín fueron claras. Comunicaría a
Mendoza datos rigurosos sobre la calidad y número de las tropas
españolas. Difundiría noticias falsas para sembrar el
descontento entre los realistas. Revelaría a los patriotas la
próxima invasión a Chile, para mantener en alto su espíritu.
Trataría de sembrar la discordia entre los realistas y
fomentaría el odio al rey, al gobernador y a los Talaveras, en
particular a San Bruno. Formaría partidas de gente armada, para
que al momento de la invasión no hubiera un patriota que no
organizara una guerrilla. Acarrearía armas desde Mendoza y las
mantendría en lugares ocultos.
Como agente secreto, Rodríguez firmaría sus comunicaciones como
el "Alemán", y, también usaría los sobrenombres de "Chancaca",
"Kiper", "Chispa" y "El Español".
Establecieron, además, un código secreto para los mensajes:
lluvia significaría expedición; nueces, soldados de infantería;
pasas, soldados de caballería; uvas, de artillería; higos,
victorias; papas, pérdidas para los españoles; tabaco, probable
protección de ingleses avecindados en Chile.
Luego de proveerse de algún dinero y unas órdenes de pago,
Manuel Rodríguez abandonó el colmenar humano del campamento de
Plumerillo y cruzó por el paso del Planchón, para dirigirse a
Colchagua.
Al llegar a Chile, ya había cambiado el gobierno. Don Francisco
Casimiro Marcó del Pont acababa de hacerse cargo del mando,
delegando la autoridad policial y represiva en el capitán
Vicente San Bruno, comandante del Regimiento de los Talaveras.
El hombre, antiguo fraile metido a militar, era bajo, fornido y
de cuello corto, rostro rubicundo, pelo castaño y mirada
penetrante.
Los Talaveras recorrían los campos llenando de pavor a los
campesinos. Les quitaban sus aves, registraban sus viviendas en
busca de conspiradores, les golpeaban y amenazaban con crueles
castigos.
Cierto día, Rodríguez iba al trote de su caballo camino de Los
Rastrojos (entre San Fernando y Curicó), a casa de su amigo José
Eulogio Celis, para concertar un plan de abastecimiento de
armas. Cuando se encontraban conversando, las mujeres de la casa
vinieron a avisar que se acercaban los Talaveras. Rápidamente,
Rodríguez pidió a su amigo Celis que en su calidad de juez de
subdelegación, lo pusiera preso en el cepo como si estuviera
borracho. Los realistas preguntaron por él y se limitaron a
darle unos puntapiés.
Bandido Neira
En sus andanzas a lo largo de Colchagua y Curicó, tomó contacto
con el temido bandido Neira y lo dió vuelta a la causa patriota.
El propio San Martín, desde Mendoza, le envió un uniforme de
oficial galoneado y vistoso. A partir de ese momento, José
Miguel Neira se dedicó a atacar las haciendas de los realistas,
apropiandose de su dinero y sus armas. Asaltaba correos,
columnas militares y sembraba el terror entre los monarquistas.
Entretanto, Manuel Rodríguez organizó a los arrieros que iban a
Cuyo, bajo las órdenes de José Godomar, para que internaran
armas de contrabando.
Cierto día, en Santiago, caminaba vestido de "roto" detrás de la
historiada carroza del gobernador Marcó del Pont. Le esperaban
unos cuantos funcionarios aduladores en la puerta del Palacio de
Gobierno. Cuando iba a descender, el andrajoso hombre se quitó
humildemente el bonete y se apresuró a abrirle la puerta. Su
Señoría, en un rasgo de esplendidez, dejó caer una moneda en su
mano.
Donde Caerán Las Tropas
San Martín le envió nuevas instrucciones: había que hacer creer
a los realistas que las tropas libertadoras caerían sobre las
provincias del sur. Y Rodríguez se movilizó hacía Colchagua para
activar a sus agentes. José Eulogio Celis y Godomar estaba en
tratos con Paulino Salas, un maulino cazurro, y con Bartolo
Araos, con quienes lograron internar armas y balas.
Manuel Rodríguez realizó una serie de viajes a Mendoza para
informar a San Martín. Conocía varios pasos, pero el que más
usaba era el de los "contrabandistas", también llamado "el
camino del fraile", que venía a caer en La Dominicos. Los
frailes, abiertamente patriotas, no sólo le cobijaban sino le
ayudaban además a llegar a Santiago. Muchas veces organizaron
procesiones desde el templo hacia la ciudad, y entre los
penitentes iban Manuel Rodríguez y su amigo el bandido Pancho
Falcato con sendos trabucos asomados por lo bajo de las sotanas.
Asalto A Melipilla
En aquellos tiempos, las faenas campesinas se suspendían entre
el 25 de diciembre y el 6 de enero, período que llamaban "las
pascuas". Los trabajadores de las haciendas concurrían al vecino
pueblo de San Francisco del Monte o a algunos lugares de
diversión de los contornos.
La noche del 2 de enero de 1817, Rodríguez cruzó el río Maipo
por el vado de Naltahua, acompañado por el antiguo soldado que
le servía de asistente. Pronto se le juntaron Ramón Paso y un
tal Galleguillos, campesino de la Isla de Maipo. El primero
llevaba un par de pistolas y el segundo un sable. Luego llegó
José Guzmán, un pequeño propietario de Lo Chacón, con otro
sable. El más armado era Rodríguez, que cargaba un par de
pistolas, una daga y un sable.
Cuando iba a partir, pasó un comerciante español de apellido
Damián que viajaba a Santiago con su familia en carreta.
Rodríguez lo hizo apresar y repartió la plata y los equipajes
entre los huasos que se habían juntado. Luego les arengó,
invitándolos a una correría que habría de procurarles dinero,
pues en nombre de la patria les repartiría los caudales que los
sarracenos habían quitado a los chilenos.
A las nueve de la mañana llegaba a Melipilla con ochenta huasos
alborotados, que penetraron al galope por las calles gritando
¡Viva la Patria! El Guerrillero apresó en el acto al subdelegado
Julián Yécora, a quien exigió la entrega de los fondos. En
cuanto tuvo el dinero, repartió una buena parte entre sus
acompañantes, y luego lanzó el resto a la muchedumbre que se
reunió.
Una melipillana, doña Mercedes, le contó que cerca de ahí, en
las casas de Codegua, estaba un Talavera de vacaciones. Los
insurgentes partieron en su busca y apresaron al teniente
Tejeros junto a su asistente. Pero se alejaron répidamente del
lugar, comprendiendo que debía haber varias partidas realistas
persiguiéndoles. Una noche se fugó el asistente, y Tejeros
comenzó a obstaculizar la marcha, fingiéndose fatigado.
Rodríguez le apuró, llegando a amenazarlo de muerte. Pero en un
descuido, el Talavera se lanzó por una quebrada. Dos certeros
disparos dieron cuenta de él, evitando que sus perseguidores les
siguieran la pista.
Estrategia
Ocho días después apareció Rodríguez en San Fernando, moviéndose
por los fundos de Colchagua. Esta vez le acompañban dos curiosos
personajes, Magno Pérez, hombre arriesgado y temerario, y el
otro obedecía al apodo del Enjergadito (o "chamullero"). Mezclas
de bandoleros y contrabandistas, se jugaban la vida con la misma
tranquilidad que una partida de naipes.
Entre el río Cachapoal y el cordón de cerros de la Cuesta de
Carén, vivía don Pedro Cuevas, hombre campechano, dicharachero y
muy criollo, famoso por su criadero de caballos chilenos: los
"cuevanos". El hacendado, profundamente patriota, sentía
admiración por Rodríguez. Cuando supo que se encontraba
escondido en las casas de Quilamuta, partió a buscarle y
ofrecerle su apoyo.
Entretanto, Rodríguez había enviado numerosos emisarios a San
Fernando. Don Francisco Salas juntó cien huasos armados con
instrumentos de labraza. Don Feliciano Silva, por su parte,
reunió otros cincuenta. El Guerrillero les hizo llegar armas y
municiones; sólo faltaban algunos caballos, que don Pedro Cuevas
se encargó de proporcionar.
Rodríguez hizo traer piedras grandes que metieron en unos
capachos de cuero, amarrados con lazo al pehual de las cinchas.
Al arrastrarlos, el ruido haría creer a los realistas que
llevaban artillería.
Era la noche del domingo 12 de enero de 1817. La aldea de San
Fernando descansaba confiadamente. De pronto, los pobladores
despertaron con el estruendo de las rastras de cuero que tiraban
los huasos. Los gritos de ¡Viva la Patria!, ¡abajo los
sarracenos!, lanzados por los montoneros, infundieron pánico
entre los realistas.
Al bullicio se sumaron algunas órdenes de mando. - ¡Avance la artillería! ¡Que se muevan pronto los cañones! El capitán Osores alcanzó a parapetar sus carabineros encima del
cuartel; pero cuando cundió la voz de que los montoneros
llevaban artillería, huyeron a la desbandada por encima de
tapias y paredes.
Los asaltantes quedaron dueños del lugar sin disparar un tiro.
Rompieron las puertas del estanco y se repartieron todas las
especies que encontraron. Comprendiendo que el capitán Osores
podía reunir sus carabineros y regresar a sorprenderlos,
emprendieron la retirada en dirección a la cordillera. De
acuerdo a lo convenido, la banda se fue dispersando de a poco.
Misión Cumplida
Las noticias volaron hasta Santiago produciendo enorme
consternación en las autoridades. Todos creyeron que la villa de
San Fernando se encontraba aún en manos de los insurgentes, y
Marcó del Pont comenzó a repartir órdenes disparatadas.
Una nueva misión había cumplido el Guerrillero Manuel Rodríguez.
El desconcierto estaba sembrado.
El Ejército de los Andes no llegó por el sur, como habían hecho
creer a las autoridades españolas. Cruzó simultáneamente por
seis pasos cordilleranos, pero el grueso de las tropas lo hizo
por Los Patos y por Uspallata, reuniéndose luego en Curimón. La
victoria patriota en Chacabuco marcó el término del dominio
español; mas los realistas retrocedieron para organizar la
resistencia en Talcahuano, aprovechando que San Martín no
realizó la persecución, labor indispensable después de un
triunfo.
O'Higgins debió marchar con sus tropas al sur para acabar con
los realistas. Mientras se encontraba allá, sitiando la
fortaleza de Talcahuano, San Martín recibió aviso de un posible
desembarco español en el litoral central: San Antonio o
Valparaíso, y envió un despacho a O'Higgins para que regresara
con sus fuerzas al norte. Entretanto, él reunió en la hacienda
de Las Tablas, cerca de Valparaíso, las dotaciones que se
encontraban en la capital.
El Ejército patriota fue atacado en Cancha Rayada
sorpresivamente, sufriendo una derrota durante la cual O'Higgins
fue gravemente herido en le brazo derecho.
Las desoladoras noticias llegaron a Santiago desde Cancha
Rayada: la noche del jueves 19 de marzo de 1817 las fuerzas
realistas destruyeron el ejército patriota.
En la capital cundió la amargura, y familias enteras se
aprontaron para iniciar el viaje a Mendoza a través de la
cordillera, antes que el enemigo invadiera triunfante Santiago.
En reemplazo de Bernardo O'Higgins, que se encontraba en el sur
al mando de las tropas, ejercía entonces el poder como Director
Supremo Delegado Luis de la Cruz. Los vecinos fueron convocados
a un Cabildo Abierto la mañana del 23 de marzo, cuatro días
después de la derrota patriota. Allí, en esa agitada asamblea,
habló Manuel Rodríguez. El Historiador Ricardo Latcham relata:
"Me toca una tarea muy penosa, la de comunicar a mis
conciudadanos los detalles del triste suceso de la noche del
jueves 19. El ejército ha sido sorprendido y derrotado tan
completamente que en ninguna parte se hallaban esa noche cien
hombres reunidos alrededor de sus banderas. El orgulloso
ejército en el que cifrábamos todas nuestras esperanzas, no
existe ya. Se anuncia que el Director O'Higgins ha muerto
después de la derrota y que el general San Martín, abatido y
desesperado, no piensa más que en atravesar los Andes".
El informe resultó desolador. Algunos vecinos pedían cambio de
gobierno y otros solicitaban que el mando se entregara a
Rodríguez. En definitiva, se decidió que éste asumiera el cargo
de Director Supremo Delegado junto a Cruz.
El Guerrillero supo devolver a los patriotas la fé y el
optimismo perdidos luego del desastre de Cancha Rayada,
animándolos mediante encendidas y vibrantes arengas y creando
los Húsares de la Muerte.
Es famoso el discurso que lanzó en la Plaza de Santiago, cuando
en forma enérgica habló a la multitud desalentada e inquieta.
Con brillante oratoria, llamó a la defensa del territorio hasta
las últimas fuerzas. La leyenda recuerda todavía aquella célebre
frase con que el Guerrillero conmovió al gentió: "¡Aún tenemos
Patria, ciudadanos...!"
Húsares De La Muerte
Rodríguez organizó los "Húsares de la Muerte", batallón que se
distinguía por una calavera de paño blanco sobre negro,
simbolizando la decisión de morir en la batalla antes que
permitir el triunfo del enemigo.
Entregó los puestos de oficiales a sus familiares y amigos.
Cuenta el historiador Ricardo Latcham que "el cuerpo llegó a
contar de doscientos hombres, armados de 200 tercerolas sin
terciados, 200 sables con sus tiros, 172 pares de pistolas, 80
piedras de chispa, dos cajones de cartuchos a bala y 6 de
instrucción. Todo fue sacado de la Maestranza del Ejército".
O'Higgins Aclamado
Pronto fue avisado O'Higgins acerca de los sucesos en la capital
y, aún herido, decidió regresar desde el sur. Llegó a Santiago
en la madrugada del 24 de marzo y de inmediato se reunió con
Cruz. Se informó acerca de los Húsares y de las acciones de
Rodríguez.
Horas más tarde, O'Higgins acudió al Cabildo. Relata Barros
Arana: "... cuando levantándose del sillón directorial, se puso
de pie con el brazo entrapajado y con el rostro pálido por la
fatiga, la concurrencia prorrumpió en calurosos aplausos. Con
palabras sencillas refirió la jornada del 19 de marzo y los
esfuerzos hechos para reorganizar el ejército, asegurando que la
Patria tenía recursos suficientes para salir victoriosa de
aquella tremenda crisis".
Allí mismo reasumió el poder, en medio de las aclamaciones de
los asistentes.
Menos de treinta horas había durado el Guerrillero en el cargo
de Director Supremo.
Ni Manuel Rodríguez ni los Húsares combatieron en la batalla de
Maipú. El general San Martín había dispuesto que la batalla era
decisiva y que en su éxito se pondría todo el empeño de los
patriotas. Por tanto, hombres desprovistos de instrucción
militar no podían participar.
Días más tarde, el general O'Higgins dio orden de disolver a los
Húsares por falta de disciplina y de espíritu militar.
En Til-Til Lo Mataron
Pero a pesar de esta drástica medida del Director Supremo, los
ánimos en Santiago no lograron calmarse. El 14 de abril de 1818
se conoció la noticia del fusilamiento de los hermanos Juan José
y Luis Carrera en Mendoza, lo que provocó gran revuelo en el
pueblo y violentas reacciones por parte de los carrerinos. Tres
días más tarde, en distintos lugares de Santiago, se reunieron
los vecinos, en Cabildo Abierto, para terminar con el continuo
desorden en la ciudad. Grupos disidentes gritaban contra "los
tiranos", "las contribuciones" y pedían "la disminución de las
atribuciones del Director Supremo", "cambio del Ministerio" y
"la injerencia del Cabildo de Santiago en el nombramiento de los
secretarios de Estado".
Entre esta multitud exaltada se encontraba Manuel Rodríguez
junto a Gabriel Valdivieso, joven inquieto y atrevido que no
desaprovechaba oportunidad para demostrar su descontento con el
general O'Higgins. Ambos jóvenes protagonizaron luego un
incidente que tuvo dramáticas consecuencias para el guerrillero.
¡A Caballo Por El Palacio De Gobierno!
El Cabildo nombró una comisión, formada por Agustín Vial, Juan
José Echeverría y Juan Agustín Alcalde, para que comunicaran a
O'Higgins las exigencias del pueblo. Mientras el Jefe de
Gobierno recibía en el Palacio a los comisionados del Cabildo,
se escuchó un gran estrépito producido por gritos y sonidos de
cascos de caballos. Manuel Rodríguez y Gabriel Valdivieso se
habían introducido al Palacio montando sus cabalgaduras,
seguidos por una multitud bulliciosa. Rápidamente la guardia
presidencial detuvo a Rodríguez y a Valdivieso y disolvió a los
revoltosos. Condujeron a los detenidos hasta el cuartel de San
Pablo, ubicado en la calle que aún lleva ese nombre (esquina de
Teatinos).
Una vez más, Rodríguez se encontraba prisionero. Su temperamento
impetuoso y el profundo dolor que le produjo la ejecución de los hermanos
Carrera, lo impulsaron a desafiar abiertamente a la autoridad, sin pensar en
las consecuencias. Este acto de Rodríguez sirvió de pretexto para que la
asociación secreta Logia Lautarina lo condenara a muerte.
Veredicto Implacable
La Logia Lautarina fue creada por San Martín en 1812, en Buenos
Aires, con el fin de trabajar activamente por la Independencia
Americana. Actuaba en forma secreta y eficaz y pronto se
extendió a Santiago, adquiriendo poder. Sin autoridad legal,
ejerció influencia en los acontecimientos. Implacable contra sus
enemigos y escondida en el anonimato, la Logia se ganó el
rechazo de muchos patriotas.
Manuel Rodríguez, que se movía independientemente de acuerdo a
su propio temperamento y espítitu inquieto, pronto se trasformó
en una molestía.
A medida que el Guerrillero se hizo más popular, se decidió
buscar la forma de eliminarlo. Y la ocasión se presentó propicia
a raíz de la irrupción del caudillo en el palacio de gobierno y
su posterior encarcelamiento.
Obra, Obra, Obra, Vente, Vente...
Preso en el cuartel de San Pablo, Manuel Rodríguez se encontraba
custodiado por una compañía del Batallón Cazadores de los Andes,
al mando del teniente coronel argentino Rudecindo Alvarado.
Cuentan que no obstante las precauciones que se tomaron para
vigilar a Rodríguez, él lograba burlar la autoridad de Alvarado
y sobornaba a los oficiales que lo cuidaban durante la noche
para que le permitieran realizar pequeños "paseos" por la
ciudad: "Por las noches, Rodríguez cambiaba el uniforme por un
espeso poncho y su sombrero militar por uno de anchas alas.
Vestido de civil se paseaba hasta la madrugada y dando su
palabra de honor al oficial de guardia alcanzaba hasta sitios
alegres y a otros donde lo aguardaban los amigos..." "Son las
últimas horas de libertad y muy pronto no respirará más el aire
familiar de las calles dilectas"
Aunque encarcelado, Manuel Rodríguez no descansaba y escribió
una carta a su amigo Carlos Cramer pidiéndole que fuera a su
lado. Decía: "Obra, obra, obra. Vente, vente, vente y vuela,
vuela Ambrosio al lado de Rodríguez". El mensaje fue
interceptado antes de llegar a su destino y, valiéndose de él,
acusaron a Rodríguez de seguir conspirando en contra de las
autoridades.
Después de estos hechos se realizaron misteriosas reuniones
entre tres personajes: el teniente coronel Rudecindo Alvarado,
el teniente Manuel Navarro, español al servicio del Ejército de
los Andes, quien posteriormente jugaría un importante rol en la
muerte del caudillo, y Bernardo Monteagudo, apodado "El Mulato",
quien pertenecía a la Logia Lautarina y había participado en la
muerte de los Carrera. Ellos tenían instrucciones precisas de la
Logia, que ordenaba la "exterminación del coronel don Manuel
Rodríguez por convenir a la tranquilidad pública y a la
existencia del ejército". El comandante Alvarado comisionó a
Manuel Navarro para que custodiara al prisionero y le diera
muerte. A partir de entonces la suerte del héroe popular estaba
echada y sus días contados.
Asesinado Por La Espalda
Aproximadamente diez días después de su arresto, Rodríguez fue
sacado en la madrugada de la prisión, supuestamente para
llevarlo a Valparaíso y de allí mandarlo al extranjero.
Partió la comitiva rumbo a Quillota por la cuesta Dormida y al
llegar a San Ignacio se le acercó su amigo, Manuel Benavente. En
un descuido de los soldados, Benavente le pasó un cigarrillo.
Rodríguez a hurtadillas logró leer el mensaje aconsejándole huir
en la primera oportunidad. "Huya Ud. que le conviene", decía
Benavente.
El Guerrillero rechazó de plano la idea y a partir de ese
momento pareció que presagiaba su muerte. Sus inquietos ojos
negros se volvieron vigilantes. Buscaban a su asesino en cada
uno de los soldados.
Sobre los pormenores de la muerte, el historiador Latcham cuenta
lo siguiente: "Los jinetes avanzan y Navarro, indicando unas
luces lejanas, convida a Rodríguez a visitar a unas "vivanderas"
que cantan y bailan. El rostro del criollo se enciende y acepta
la invitación.
Se aproxima entonces a Cancha del Gato, en cuyo margen se
erguían unos maitenes y las famosas sepulturas indigenas del
tiempo prehistórico.
Se alejan bastante del grupo de soldados que siguen a la
retaguardia. La luna en menguante aún no había salido. Por todas
partes los circundan las tinieblas y sólo a la distancia titilan
las lucecillas que excitaban la sensualidad del Guerrillero.
De pronto un grito de Navarro vuelve a meter una idea trágica en
el alma del infortunado preso.
¡Mire que ave tan extraña! grita Navarro y un pistoletazo
quiebra la dormida calma del campo.
Una puntiaguda bala ha picado en el pescuezo. Al caer, Rodríguez
grita: - ¡Navarro, no me mates! ¡Toma este anillo y con el serás feliz! El soldado Parra Y el cabo Pedro Aguero "rematan al tumbado
jinete, descargándole a boca de jarro las carabinas. Después lo
arrastran hasta un zanjón y lo cubren a medias con ramas de
árboles y con piedras". El cadáver quedó abandonado, a un lado
del camino".
Pedro Aguero fue encargado de informar que el prisionero había
sido muerto al tratar de escapar.
Los asesinos de Rodríguez nunca fueron castigados. En el primer
momento se puso preso a Navarro, pero pronto salió libre sin que
se hubiera realizado un proceso serio que tratara de aclarar la
verdad.
"El día 30 hizo Alvarado levantar un inventario de las ropas de
Rodríguez". Se halló una chaqueta verde bordada con trencilla y
una camisa, ambas agujeradas y empapadas de sangre. El reloj de
Rodríguez fue regalado a Navarro por Alvarado. Más tarde fue
vendido por el victimario al coronel Enrique Martínez. Las otras
prendas y el dinero del muerto se repartieron entre los que
secundaron el asesinato".
El Unico Testigo
El asesinato fue presenciado por el joven campesino Hilario
Cortés, quien escondido entre la vegetación fue involuntario
testigo del drama. Todavía horrorizado por lo que había visto y
sin poder borrar de su mente la imagen del caudillo moribundo,
corrió a dar aviso de lo sucedido a las autoridades de Til-Til.
Su Tumba: Un Misterio Cinco días después del asesinato, el juez de Til-Til, Tomás
Valle, muy amigo de Rodríguez, fue informado de que el cuerpo
estaba siendo devorado por avés de rapiña. Resolvió dejar de
lado temores y brindar al Guerrillero cristiana sepultura.
Una helada mañana de junio Tomás Valle partió con sus
trabajadores Hilario Cortés, uno de los testigos del crimen, y
José Serey y metió en un capacho de cuero los restos ya
desarticulados. Ocultos, los llevó luego a la capilla del pueblo
y allí el cuerpo fue sepultado, sin cajón, en el centro del
presbiterio.
Tomás Valle juramentó a sus trabajadores para no decir jamás una
palabra, por temor a represalias de las autoridades de Santiago.
Desde entonces se hizo silencio sobre la tumba de Manuel
Rodríguez. Quizás una que otra pregunta... sin respuesta.
Tomás Valle, al morir en 1832, fue sepultado en el mismo
presbiterio. Allí también se enterraría más tarde al vicepárroco
de la capilla, de apellido Figueroa.
Entre los papeles del difunto Valle, sus hijos encontraron un
mensaje de su puño y letra escrito en papel de fumar: "Si alguna
vez se buscan los restos de Manuel Rodríguez, sépase que fueron
enterrados por mi en la capilla de Til-Til en el presbiterio".
76 Años Más Tarde
Pasaron desde la noche del entierro, 76 años. En 1894 Enrique
Allende, Justo Abel Rosales y Abelardo Carvajal, solicitaron al
gobierno de Pedro Montt se les autorizara exhumar los restos.
"Podemos precisar ya el punto tan buscado donde yacen aquellos
preciosos restos", señalaron.
Una vez autorizados, formaron el "Comité Popular Manuel
Rodríguez", el que se encargó de interrogatorios minuciosos a
todos los vecinos de Til-Til, descendientes, parientes o que
algo tuvieran que ver con la sepultación. De sus averiguaciones
da cuenta el historiador Jaime González Colville: "Algunos
testimonios corresponden al nieto de Tomás Valle, Bernardino
Concha, quien refirió haber oído a su abuelo del asesinato de
Rodríguez y de su sepultación en Til-Til. Además, narró Concha
que su abuelo contaba que "una ventana que existía en la pared
norte del presbiterio, cuando para ese lado no existía la pieza
actual de la sacristía, permitía entrar el sol hasta la
sepultura de Rodríguez en las horas del mediodía y esto era
fijo..."
Dijo además este testigo que sólo tres hombres estaban
enterrados en la capilla su abuelo Tomás Valle al norte;
Rodríguez al medio, y un padre Figueroa, al sur.
Estas declaraciones fueron confirmadas por la hija de Tomás
Valle, Ursula. Ella también había oído a su padre narrar lo
mismo en la intimidad del hogar.
Testimonio importante fue el de Domingo Martínez, vecino de
Til-Til, quien dijo haber recibido el encargo, en 1854
aproximadamente, de efectuar trabajos en el presbiterio de la
capilla de Til-Til, los que hizo en compañía de Manuel Valdivia.
Al remover el citado presbiterio, hallaron un cadáver medio
destrozado, con pocos pedazos de ropa, pero que conservaba
pantalones que le parecieron de color oscuro o azul, ya
deshaciéndose; el cadáver estaba sin cajón y, suponiendo ellos
se trataba de Manuel Rodríguez de quien habían oído hablar,
consiguieron unas tablas y las colocaron sobre los restos a
manera de ataúd.
Cuarenta años más tarde, el 10 de junio de 1894, se abrió el
lugar señalado en presencia de la comisión. A las pocas horas
apareció el cuerpo.
Junto a los huesos se encontraron restos de una casaca,
compuestos de cordón distintivo de los Húsares y trozos de la
armadura interior del traje militar.
Este hallazgo ha sido motivo de polémicas, ya que los relatos
históricos describen a Manuel Rodríguez vestido con camisa
blanca y poncho de color cuando fue asesinado.
Una vez exhumados los restos, fueron sometidos al examen de una
comisión oficial integrada por Diego Barros Arana, Ramón
Sotomayor, Luis Montt y Gaspar Toro.
Las pruebas fueron juzgadas insuficientes.
Pero los despojos encontrados en el presbiterio de la capilla de
Til-Til y guardados como tesoro precioso, habían sido puestos en
una urna cerrada y lacrada. El 25 de mayo fue trasladada al
Cementerio General, donde se encuentra hasta hoy día.
Presunto Matrimonio
Manuel Rodríguez fue el romántico por excelencia. Su gallarda
estampa atraía las miradas de todas las muchachas de su tiempo;
pero el traqueteo incesante a que le obligaban sus actividades
de guerrillero no le permitían detenerse. No obstante, es
probable que haya contraído matrimonio con doña Francisca de
Paula Segura y Ruiz, hermosa joven nacida en Santiago el 25 de
enero de 1782, cuya familia era propietaria de tierras en
Pumanque, al interior de San Fernando.
De esta unión nació un hijo, Juan Esteban Rodríguez Segura, que
más adelante casó con doña Carmen Herrera Gallegos. Al enviudar,
contrajo nuevas nupcias con su cuñada Ignacia. En el acta de
este matrimonio, don Juan Esteban declara ser hijo legítimo de
don Manuel Rodríguez, y así lo consigna el párroco de la iglesia
San Lázaro el año 1855, lo que demuestra que el sacerdote debió
constatar primero dicha legitimidad.
Francisca Segura falleció a los 92 años y en la partida de
defunción de la parroquia Pumanque (fojas 161, año 1874) se deja
constancia de que era viuda de Manuel Rodríguez.
Don Juan Esteban Rodríguez dejó numerosa descendencia, entre la
cual destacó don Juan Esteban Montero Rodríguez, que fue
Presidente de Chile.
Un documento inédito proporcionado por Ricardo Walker Rodríguez,
descendiente de Manuel Rodríguez, prueba la legitimidad del único hijo, Esteban
Rodríguez Segura, nacido de su matrimonio con doña Francisca de
Paula Segura y Ruiz, aun cuando en la partida Rodríguez figura
como Luis Manuel y no como Manuel Javier.
El certificado dice a la letra: "Certifico que en la página 60
del libro No. 6 de "Matrimonios" se encuentra la siguiente
partida: "En esta iglesia parroquial del Señor San Lázaro a
veintidós junio de mil ochocientos, que dispone el Santo
Concilio de Trento, por el Señor Provisor e Vicario General
Doctor D. José Miguel Aristegui i dispensado el impedimento de
afinidad en primer grado proveniente de cópula lícita, el que
les ha sido dispensado por el ilustrísimo i Reverendisimo Señor
Arzobispo don Rafael Valentín Valdivieso, casé, según el orden
de Nuestra Santa Madre Iglesia a Don Juan Estevan Rodríguez,
natural de esta ciudad, hijo legitimo de Don Luis Manuel
Rodríguez i de doña Francisca Segura, viudo de doña Carmen
Herrera, con doña Ignacia Herrera Lavín i de doña María Josefa
Gallego. Fueron testigos don Amador Herrera i don Manuel Arcos,
de que doi fé: Manuel Antonio Valdivieso. Cura Rector Interino".
Hay una rúbrica".
1785 Nació en Santiago. 1790-1799 Estudios en el Colegio Carolino. 1809 Recibió su título de abogado en la Universidad de San
Felipe. 1811 Procurador de la ciudad de Santiago. 1811 Diputado por Talca. 1811 Participó en el golpe de Carrera y fue designado diputado
por Santiago. 1811 Ministro de Guerra. Ingresó al Ejército con el grado de
capitán. 1813 Tomó parte en las Campañas del Sur. 1813 Acusado de conspiración contra Carrera y sometido a
prisión. 1814 Secretario de Hacienda. 1814 Emigró a Mendoza, tras el desastre de Rancagua. 1816 Volcó a la causa patriota al bandido José Miguel Neira. 1817 Asalto a Melipilla y San Fernando. 1817 Fue nombrado teniente coronel de Infantería. 1818 Asumió el gobierno. 1818 Apresado y conducido al cuartel de San Pablo. Asesinado en
Til-Til. 1818 Enterrado en la capilla de Til-Til. 1894 Trasladado al Cementerio General. 1985 Año del bicentenario de su nacimiento.
Señora dicen que donde, mi madre dicen, dijeron, el agua y el viento dicen que vieron al guerrillero. Puede ser un obíspo puede y no puede puede ser sólo el viento sobre la nieve, sí, madre no mires, que viene galopando Manuel Rodríguez.
Ya viene el guerrillero por el estero.
Saliendo por Melipilla corriendo por Talagante cruzando por San Fernando amaneciendo en Pomaíre.
Pasando por Rancagua por San Rosendo, por Cauquenes, por Chena, por Nacimiento, sí, desde Chiñigue, por todas partes viene Manuel Rodríguez, pásale este clavel vamos con él.
Que se apague la guitarra que la Patria está de duelo. Nuestra Patria se obscurece. Mataron al guerrillero.
En Tiltil lo mataron los asesinos, su espalda está sangrando sobre el camino, sí... Quién lo diría, el que era nuestra sangre nuestra alegría.