Escuela de militancia

Cacho Narzole
Reproducido con autorización de la editorial

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Daniel De Santis - A vencer o morir - documentos del PRT-ERP

Entre 1977 y 1980 un grupo de combatientes del PRT-ERP se refugió con sus familias en un pueblo del norte de Italia para planificar su regreso a la Argentina, compartiendo una experiencia inédita que Cacho Narzole testimonia por primera vez en este libro.

Tributo a Naviante - Escuela de Militancia

Sinopsis

La historia de la militancia en la década del 70 tuvo en quienes la vivieron fuera de las fronteras de Argentina algunos rasgos muy particulares, que este libro cuenta desde una óptica distinta a la que habitualmente se lee o se ha escuchado.

"Tributo a Naviante" narra con un lenguaje por momentos muy poético la historia de un grupo de treinta personas, miembros activos del Ejercito Revolucionario del Pueblo (ERP), que dejaron el país cumpliendo orientaciones de la dirección del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) y se instalaron en el norte de Italia para crear y mantener una de las principales Escuelas de Cuadros que, en esos años, se desarrollaron como modo concreto de seguir la lucha contra la dictadura desde el extranjero, mientras se preparaban para retornar al país.

No es una historia más de exiliados nostálgicos que se lamentan por el terruño perdido. Es un cuadro vivo de combatientes que continuaron su trabajo revolucionario entre 1977 y 1980 vinculándose con los partidos de izquierda europeos, los sindicatos y, particularmente, los antiguos partisanos que en Italia resistieron el avance del nazismo durante la Segunda Guerra Mundial. Es una historia de destierro, eso sin duda, pero desde el punto de vista de quienes, aún en la derrota militar, no se consideraron políticamente derrotados.

Narrado en una primera persona del singular que desde los primeros párrafos se convierte en un yo colectivo, "Tributo a Naviante" está contado adrede sin darle mucha relevancia a las historias individuales. Importa aquí menos lo que le pasó a tal o cual de los protagonistas (todos los cuales son mencionados por sus nombres o apodos de guerra) como los perfiles de los italianos que los acogieron. Importan menos las historias de melancolías o de amor personales como la gesta épica de todos en conjunto, militantes activos de una estructura disgregada y prácticamente acéfala, que no quisieron resignarse al escepticismo o a la apatía.

Por las páginas de este libro desfilan los meses de asentamiento durante el crudo invierno europeo, en una escuela abandonada de un pequeño pueblo del norte de Italia; el contacto con las organizaciones de izquierda locales, que los reciben con calidez y solidaridad; los trabajos de guerrilleros sin armas en tareas rurales, tanto para vincularse con el medio que los amparó como para sobrevivir; las largas discusiones entre éstos y los italianos nativos, para tratar de explicar las peculiaridades de la política argentina; la inserción posterior de varios de sus miembros en otros pueblos de la península mediterránea; las instancias interminables del regreso…

Pero también se muestran, sin concesiones anacrónicas, las ambivalencias y las dudas, el sufrimiento y el debate interno, profundo y autocrítico, que llevó a los miembros del grupo a dividirse y encarar la vuelta a América en dos fracciones muy diferentes, ya sea para reinsertarse en la experiencia democrática argentina de 1983, ya sea para mantener la lucha en los mismos términos de hasta entonces pero en otros territorios considerados por ellos merecedores de su idealismo a toda prueba.


A Ana María y Mauro,
Quienes junto con sus documentos nos dieron sus identidades.

Transformados en ellos viajamos a México, donde vivimos y trabajamos durante dos años preparando el regreso a Argentina donde llegamos sanos y salvos el 8 de octubre de 1983 sorteando obstáculos, pasando fronteras y superando controles cobijados por sus nombres. Mi sentido agradecimiento a esta pareja de jóvenes de limpio espíritu que con su gesto de amor y solidaridad derrotaron a las fuerzas más agresivas del poder mundial, demostrando que el tamaño de nuestros enemigos depende solo del temor que les tengamos.

PLAN DE LA OBRA [Se publican para lectura online los 3 primeros capítulos]

Advertencia

Palabras Previas

Otra versión digital del libro puede descargarse de Ayesha Libros, en tanto la versión en papel fue publicada por Imago Mundi con la siguiente reseña:

El libro relata la experiencia de un grupo de militantes del PRT-ERP que salieron del país en 1976 ante la ofensiva de la dictadura militar, para afincarse en un pequeño pueblo del Piemonte italiano «Naviante». Allí crean una escuela de formación de cuadros en el marco de una suerte de vida comunal con sus familias con un objetivo: volver para continuar la lucha. El testimonio es importante porque no solo brinda elementos para pensar la cultura política y las prácticas de la organización, sino también para poner en negro sobre blanco que no todas las experiencias de exilio en esos años están marcadas por la descomposición y la decadencia.

Allí se vinculan con una pluralidad de organizaciones de izquierda, sindicatos y viejos combatientes antifascistas que ven en sus camaradas argentinos la continuidad de sus luchas. Italianos que en el crudo invierno del Norte de Italia, dejan en la puerta de estos conosureños ropa y comida, obreras textiles que juntan dinero de su jornal para colaborar con una causa lejana, militantes que salen en defensa de sus compañeros sudamericanos ante los embates de la policía y la derecha. Los seres humanos somos injusticia, degradación e individualismo, pero también entrega solidaria, mano tendida y desinterés. Quienes protagonizan por decirlo, quizá, en términos teatrales Tributo a Naviante no son héroes homéricos: son mujeres y hombres del pueblo llano, que no dudaron en tender su mano solidaria cuando hizo falta.

Editorial: Imago Mundi
ISBN: 950-973-053-1
Edición: Febrero de 2007
Páginas: 224
Formato: 14x20
Terminación: Cosido
Precio: $ 34 (2008)

Capítulo I
El largo regreso
Regreso a Buenos Aires en 1982 – La división del ERP en 1979 (la reunión de París) La clandestinidad en Buenos Aires en 1976 – Salida a Brasil en 1977 y encuentro con Leopoldo para coordinar la partida de los compañeros hacia el extranjero.

Capítulo II
Europa
Coordinación hacia Europa – Llegada a Roma y toma de contacto con los italianos – En tren a los Alpes.

Capítulo III
El embeleso
El Devotazo y la caída de Cámpora en 1973  El golpe en Chile del ‘73 El asesinato de Santucho y la solidaridad de su familia europea  Instalación en la escuela abandonada de Naviante – Mini y Stella – La situación política en Italia.

Capítulo IV
Guerrilleros y partisanos
Mario y Sara, reencuentro veinte años después  Las brigadas rojas en 1979 – Primera comparación con los partisanos – Hisoria de la resistencia italiana – Contactos políticos en la región.

Capítulo V
La derrota a cuestas
El mundial del 78: triunfalismo deportivo y derrota política – Los contactos institucionales (Festival de L´Unitá) – Las cinco Escuelas de Cuadros en el norte de Italia – Recuerdos de una amistad que perdura.

Capítulo VI
Religiosidad y blasfemia
El pesebre viviente del campesino – Las blasfemias del militante –Vida cotidiana y revolución (de bagna cauda, chanfaina y chimichurri)  El cura en bicicleta – Bautismo de Lenin.

Capítulo VII
Amor militante
Familiares y personajes de visita – Las grandes discusiones  Explicando el peronismo  Historia de Paco (el preso liberado en el Devotazo)  La historia de amor de Oscarcito y Eleonora  El cartero llama cien veces.

Capítulo VIII
La decisión tomada
Preparando el regreso – Traslado de Naviante  Contacto en Ivrea con la CGIL (Confederación General Italiana del Trabajo) – Primeros actos públicos: el relato del horror  Obreras italianas.

Capítulo IX
La despedida
La peluca de regalo – Nueces, clavos y serigrafías  Ultimos trabajos manuales: pintando postes al pie de los Alpes  El carnaval.

Capítulo X
De la cosecha al buró
La cosecha de manzanas  Segundo encuentro con Leopoldo, en Madrid – Cacho secretario del nuevo buró político.

Capítulo XI
Los pasos de los libres
Ultima visita a Naviante – Documentos – Paseo por Venecia  Años fugaces en Mexico (19801983) – La entrada final por Paso de los Libres – Democracia y reencuentro.

Epílogo veinte años después

Palabras finales


Tributo a Naviante - Escuela de Militancia


Casi todo el grupo en Villa Berina, Farigliano,
Diciembre 1977 (el autor con pulóver marrón, abajo a la derecha

Advertencia

La voz que narra esta historia ya no existe. No es que haya sido acallada por muerte o desaparición, si bien es cierto que cualquiera de estos dos destinos pudo haberle cabido. No existe porque el mundo en el que se hizo oír, y donde se desarrollan las historias que aquí se cuentan, desapareció llevándose consigo las circunstancias pero no las razones por las que sus palabras se convirtieron en grito de lucha. El mundo de hoy no es ni mejor ni peor, es simplemente un mundo diferente en el que los desafíos son otros y donde las causas que impulsaron a generaciones enteras a enrolarse en las filas de los que luchaban por construir un mundo mejor parecen haberse diluido o no tener lugar en nuestros días. Hoy ya no son las grandes mayorías las que están dispuestas a entregar sus vidas en pos de un ideal. Es verdad que muchos jóvenes de esta época siguen buscando caminos, ideas, propuestas que ayuden a entender hacia donde se dirige la humanidad, es verdad que siguen buscando qué hacer para evitar el desastre que parece inminente (pero que siempre ofrece alternativas). El poder se ha unificado y amenaza ocupar todo el espacio con su enorme cuerpo que engorda cada día más, relegando a quienes no participan de él a lugares cada vez más estrechos y más pobres. Mientras esa búsqueda no se detenga el mundo mirará con esperanzas su futuro, sabedor de que cuando el horizonte se aclare y el camino se despeje, por él transitarán otra vez los mejores hombres y mujeres encabezando a los pueblos decididos a vencer o morir.

Buenos Aires, julio de 2005


Palabras previas

1.
En los años 60 el llamado de la revolución sonó fuerte, alto y claro convocándonos para que con el corazón abierto a las necesidades del pueblo y las mentes dispuestas a las nuevas ideas, nos lanzáramos al combate engrosando las columnas de los que en todo el mundo empujaban al imperialismo al basurero de la historia. Eran los tiempos en que se veía asomar en el horizonte el nuevo mundo, y la victoria estaba al alcance de la mano.
En todos los ámbitos de la vida nacional, y sobre todo entre los jóvenes, se discutía acerca de los acontecimientos mundiales y argentinos y sobre la necesidad de participar o no de lo que estaba ocurriendo. La vida estaba perdiendo la apacibilidad de los años anteriores y no era posible mantenerse al margen. La actividad política llenaba todos los espacios de la vida cotidiana, y sólo los que únicamente pensaban en sí mismos continuaban la suya mirando sin interrogarse. La nueva clase obrera, nacida de la modernización de los sistemas industriales, imponía sus puntos de vista y sistemas organizativos en un enfrentamiento inédito en pos de la conquista de nuevos y más amplios espacios de participación económica, política y social. La mayoría de las publicaciones, incluso aquellas ligadas a las artes y las ciencias, estaban impregnadas de ideología. Y la literatura, el cine y el teatro planteaban permanentemente la problemática del mundo y de la sociedad en aquellos años, haciéndose eco de los acontecimientos, jugándose en cada opinión al tomar partido por las posiciones en pugna.
Tras unos primeros años de desconcierto provocados por el abandono de las más sentidas reivindicaciones sociales y políticas, las organizaciones armadas tomaron la iniciativa y, dejando atrás las discusiones teóricas, se lanzaron a enfrentarse cara a cara con el enemigo en el convencimiento de que había llegado el tiempo de la acción. El PRT avanzó con decisión hacia las formas leninistas de construcción del partido revolucionario de vanguardia. Desarrolló su línea política sobre la base de la continuidad de las luchas por la independencia en el camino hacia la definitiva liberación, reivindicando todas las luchas populares en la certeza de la necesidad de unir las fuerzas revolucionarias para conformar una gran corriente popular que fuera capaz de derrotar a las estructuras del poder oligárquico, asociadas con el imperialismo norteamericano. Esta propuesta tuvo una gran acogida en los sectores intelectuales y obreros con más elevado concepto ideológico, provocando una verdadera explosión de entusiasmo revolucionario que conmovió a la juventud. Su desarrollo y crecimiento, tanto en número de militantes y simpatizantes como en influencia política en las zonas con mayor experiencia de lucha, convirtió al PRT en uno de los referentes más importantes y respetados.
El lanzamiento de la lucha armada y la construcción del Ejercito Revolucionario del Pueblo, en julio de 1970, despejaron las dudas acerca de la determinación de dar pelea en todos los frentes. Pronto se removieron las últimas resistencias, poniendo en evidencia el alineamiento del pueblo argentino con todos aquellos que en el mundo entero luchaban contra el intento de imperialismo hegemónico liderado por Estados Unidos, con todos sus componentes de oligarquías feudales, patronazgos coloniales, corporaciones financieras, monopolios económicos, esbirros militares, burocracias sindicales, corruptelas políticas, oscuridades religiosas y vacilaciones ideológicas.
Las grandes movilizaciones populares de esos años se transformaron en verdaderas canteras de militancia, y la combinación de las tareas de construcción de la organización en forma clandestina con aquellas del trabajo político legal, afianzaron de manera muy poderosa la relación del partido con el pueblo movilizado. En este marco, y a partir de la nueva concepción ética que nacía, donde la solidaridad y el compromiso revolucionario se ubicaban en lo más alto de la escala de valores, me uní a los que buscaban caminos para encauzar un impulso desbordante poniendo todo mi empeño y dedicación para tratar de llegar a lo que, en palabras del Che, era el más alto escalón de la especie humana: ser un revolucionario.

2.
La visión montonera de la historia y de la militancia de los 70 tiene el carácter propio de los movimientos multitudinarios que creen ser la expresión mas genuina y hegemónica de las mayorías, cuando en realidad expresaron a un sector muy importante y con gran convocatoria sobre la juventud pero no la única ni la más representativa, aunque haya sido la más numerosa.
Nuestra experiencia era totalmente diferente, tanto en las motivaciones como en el desarrollo de la participación conciente de quienes militábamos y en la consideración de ciertos valores éticos y morales, que debían plantearse como básicos a la hora de tomar decisiones. Para nosotros nunca el fin justificó los medios. Asumimos la lucha armada como lo que creíamos que era, una herramienta más para luchar contra un enemigo muy poderoso que ejercía violencia contra quienes nosotros visualizábamos como las grandes mayorías sojuzgadas. Las bases marxistas y leninistas que asumimos como herramientas siempre dejaron en claro que el papel definitorio en las luchas no lo tienen las vanguardias sino los pueblos. El rol de las vanguardias nunca fue reemplazar, sino conducir al pueblo hacia el poder. Muy diferente era la posición montonera que reivindicaba la doctrina de Perón y luchaba por su vuelta, tratando de modificar su propio pensamiento.
El temor ante la posibilidad concreta de ser barridos para siempre del escenario histórico impulsó a los representantes más reaccionarios de la sociedad a emplear todos sus recursos en la defensa de sus privilegios cruzando todas las fronteras conocidas hasta entonces en materia de crueldad y brutalidad represiva. Desde los bombardeos con napalm sobre los campos y las poblaciones civiles de Vietnam, pasando por el terrorismo de los franceses en Argelia y de los belgas en el Congo, hasta llegar a las dictaduras latinoamericanas con su coordinación continental para la tortura, la desaparición y el robo de bebés, la imaginación al servicio del dolor y la muerte alcanzaron su más alta escala.
Los pueblos, y sus hijos mas preclaros agrupados en las organizaciones revolucionarias conformadas por personas de altos principios éticos y morales incapaces de concebir semejantes aberraciones, se vieron sobrepasados por el uso indiscriminado de conceptos ideológicos que justificaban y promovían el empleo, como arma de combate, de estos elementos tan abyectos. Su capacidad de reacción se vio sobrepasada por la magnitud de la maquinaria de muerte y sucumbieron ante el horror, dejando miles de víctimas en el campo de batalla.

3.
Pero la cruel derrota en lo militar no lo fue en el terreno de las ideas y de los conceptos éticos que se han mantenido incólumes, identificando y engrandeciendo a quienes no vacilaron en ofrecer todo de sí para participar en la construcción de un sistema social basado en la solidaridad y la hermandad entre los pueblos. Y por eso nuestra salida de Argentina no debe entenderse como un exilio, fue una opción de continuidad que buscó en el exterior el recogimiento necesario para restañar las heridas y fortalecer las convicciones.
Es probable que cada una de las personas que participaron de esta historia tenga una visión diferente de los sucesos que aquí se narran. No sería extraño que cualquiera de ellos detecte errores de fechas, lugares, personajes o acontecimientos y seguramente tendrán razón. Pero no es eso lo más importante que se propone este texto que, además de haber sido reconstruido con la ayuda precaria de una memoria ya frágil por la cantidad de eventos sucedidos desde entonces, intenta dejar un testimonio válido de una experiencia maravillosa realizada por un grupo de personas en los tiempos en que el combate por la dignidad de la humanidad lucía como una llamada irresistible. También es probable que aquellos niños hoy adultos no consideren como demasiado valiosas las vivencias de esos días, que se corresponden con un mundo hoy inexistente y totalmente ajeno a sus realidades cotidianas.
Los conceptos y las motivaciones que nos impulsaban encuentran sin dudas su continuación en el accionar de nuestros hijos que, junto a los hijos de los desaparecidos, de los caídos, de los exiliados y de los que heroicamente resistieron en Argentina, construyen sus propias herramientas de lucha para enfrentar los combates como verdaderos protagonistas de su tiempo. Esto nos llena de orgullo y justifica de alguna manera lo hecho, en la certeza de que aceptando la crítica de los que puedan no acordar, hemos legado a las nuevas generaciones un comportamiento ético irrenunciable y un compromiso sin límites con nuestras propias convicciones.

El Autor


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I
EL LARGO REGRESO

Una mattina mi sono svegliato… O bella ciao, bella ciao...
Una mañana me he despertado… Bella, adiós; bella, adiós…

El viaje no estuvo exento de ansiedades y desconfianzas. Si bien las noticias que llegaban a México mostraban una cierta distensión en la represión, la Dictadura en retirada continuaba siendo muy peligrosa. El carreteo del avión sobre la pista agudizó mis temores y dudas acerca de la calidad del pasaporte y las explicaciones preparadas como respuestas a eventuales interrogatorios. Nervioso, me fui acercando al control migratorio sin dejar de recordar las listas de buscados por los grupos de tareas siete años atrás. La tensión crecía a medida que la fila me acercaba, inexorablemente, a la ventanilla. Los ojos aburridos de la oficial de la fuerza aérea se pasearon por el pasaporte y la visa de entrada rellenada a las apuradas en el avión antes del aterrizaje y mientras me miraban, apoyó con desgano la primera página sobre un detector electrónico.
El golpe del sello dejando constancia de la fecha de entrada detuvo el ligero temblor de mis manos que agarraban con fuerza las manijas del bolso, y mi respuesta a su burocrático deseo de bienvenida se confundió con la chicharra que abría la puerta hacia las cintas donde las valijas giraban. Noté que inconscientemente solté un suspiro entre aliviado y feliz, al tiempo que recordaba las recomendaciones de los compañeros para no relajarme y mantenerme siempre alerta. Los controles aduaneros y de seguridad en Ezeiza dejaban ver los estragos de la corrupción sobre los sistemas que habían sido casi invulnerables en los tiempos de máxima prepotencia militar, y pasar por ellos con documentación adulterada, procedente de un país lleno de refugiados políticos resultó menos difícil de lo pensado.
La mañana otoñal me hizo sonreír al recordar las veces que le había contado a Leopoldo sobre las bellezas de mayo en Buenos Aires.
Como hombre del interior él no alcanzaba a comprender mi excitación al hablar sobre mi ciudad. Muchas veces le había dicho que el otoño es la estación más hermosa, porque el color de las plazas y los árboles se suavizan con el brillo lejano del sol que ya no derrite el asfalto y se vuelve tibio y agradable al caminar por las calles. La humedad y los calores sofocantes del verano dejan lugar a las mañanas frescas y soleadas, mientras los primeros fríos anticipan el invierno. Es un tiempo de melancolías que le va muy bien a Buenos Aires.
Mientras el taxi recorría la autopista Ricchieri rumbo al centro, trataba de tomar las primeras impresiones charlando amigablemente con el taxista, sin dejar de mirar por la ventanilla para localizar las pinzas y retenes militares que todavía estaban muy frescos en mi memoria. Sólo la pulcritud de los jardines a los lados del asfalto y las interminables líneas blancas que lo limitaban, se mostraban como las únicas señas de la presencia militar.
La verborrágica queja del chofer se mezclaba con algunas reflexiones acerca de la guerra de Malvinas, dejando entrever el clásico sentido amargo de los argentinos cuando hablan de las cosas del país. Los movimientos en los suburbios dejaban ver una especie de desinterés de la gente, que al bajar por la 9 de Julio hacia el bajo, me hizo percibir una sensación de hartazgo que parecía buscar un cambio. Se advertía un sentimiento de crispación que se mostraba pronto a estallar.
El 2 de abril de 1982, la multitud se había reunido en la plaza vociferando consignas antibritánicas, de un nacionalismo atávico alejado de cualquier conciencia política dando rienda suelta a su necesidad catártica de participación. "Argentina, Argentina", "Que venga el Principito" se escuchaba en medio de un mar de banderas celestes y blancas agitadas con fervor pasional. "Si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla", decía desde el balcón de la casa de gobierno el genocida Leopoldo Fortunato Galtieri, después de apurar un par de tragos de su vaso rebosante de Johnnie Walker etiqueta negra de doce años de añejamiento. La dictadura feroz, sabedora de la memoria frágil de los argentinos, buscaba legitimarse a través de la invasión militar a las Islas Malvinas convocando los más bajos instintos ideológicos del pueblo en un intento por encontrar salida a su ya insostenible permanencia en el poder. La crisis económica, las divisiones internas, las ambiciones personales, el surgimiento de cuestionamientos e investigaciones, el giro de la política mundial y sobre todo el reavivamiento de los reclamos populares, jaqueaban a la Dictadura y ya los recambios de generales en la cúpula no conseguían garantizar la continuidad del proceso. Había llegado el tiempo de emprender la retirada, y la mejor forma de hacerlo era a través de una ofensiva que contara con el aval de los argentinos, para conseguir un golpe de efecto que dejara en el imaginario colectivo la última gestión que debería culminar con una victoria. En los primeros días ese objetivo pareció lograrse. El país se embanderó en los símbolos patrios, haciendo renacer un fervor nacional que unió a todos dejando de lado diferencias y matices. Eran pocos los que en ese momento de éxtasis patriotero pensaban o se acordaban de las atrocidades, las torturas, las desapariciones, los asesinatos, los saqueos, los robos de niños, los familiares y amigos exiliados, los cierres de fabricas, la extranjerización de las finanzas, el crecimiento de la deuda externa, el sometimiento al Departamento de Estado norteamericano, el entrenamiento para los tormentos en Centroamérica, el crecimiento despiadado de la pobreza y la marginalidad, la agudización brutal de las diferencias sociales, la supresión de la actividad política y sindical, la abolición de la justicia... Habiendo conseguido la unidad de todos en defensa de la Patria, la Dictadura logró que cesaran las críticas y los cuestionamientos. No eran tiempos de desunión.
De modo que en ese mayo otoñal de 1982, poco antes de la vergonzosa rendición frente a los ingleses, llegaba yo desde México con pasaporte italiano falsificado, con otro nombre y sin historia, para hacerme una composición de la situación del país y volver a informar a los compañeros que me esperaban para poner en marcha el operativo retorno.

También una mañana neblinosa pintada de otoño, pero de septiembre de 1979, la obsesión del regreso pareció disolverse, y por primera vez.
Había salido desde Italia en un barco, o más bien un trasbordador parecido al Buquebús que hace el trayecto Buenos Aires-Colonia, pensando que ya estábamos por volver a la Argentina. Tras vislumbrar el paisaje laborioso del puerto de Génova las puertas del Mediterráneo se abrieron ante mis ojos. La travesía bordeaba la bellísima Costa Lígure y desde el salón vidriado se alcanzaba a divisar como se sucedían Savona, San Remo, Ventimiglia alcanzando la Costa Azul francesa para adivinar a lo lejos cuál era Mónaco, Niza o Saint Tropez. Sólo nuestra vocación de militantes nos permitía comprender cómo era posible que estuviéramos allí, cruzando el Mediterráneo para llegar a Barcelona todavía hoy recuerdo, no sé porqué, la réplica de la Santa María anclada en el puerto, la gran estación de trenes y a los circunspectos catalanes, tan diferentes de los madrileños ruidosos, graciosos y chispeantes en sus dichos y modismos y de allí en tren a Paris, donde nos encontraríamos con los compañeros llegados de varios países de Europa y América.
Mi contacto era Elena, la compañera de Documentación que había conseguido a través del ACNUR una ubicación en un barrio parisino destinado a los refugiados. Llegué hasta su casa después del llamado telefónico convenido, pero hubo todavía un nuevo paréntesis de varias horas, las de una recorrida por algunos lugares que mi fantasía hacía imperdibles: desde la Gare du Lyon me metí en el laberinto fascinante del metro y sin preguntar, pero verificando el plano de los recorridos, decidí bajar en la estación Bastilla con la ansiosa inquietud de encontrarme con los restos de la fortaleza asaltada; la solitaria columna y la inscripción que recuerdan la epopeya en medio de la amplia plaza serenaron mis latidos y lentamente me encaminé hasta el primer bar para sentarme y pedir, en mi francés elemental, café au lait et croissant.
El lugar de la reunión lo conocían unos pocos.
Yo fui con Leopoldo y al entrar sentí la tensión. Se habían formado dos grupos muy diferenciados que se esforzaban por mantener una actitud cordial que ya se notó en los primeros saludos. No había agresiones, el respeto mutuo se basaba en el conocimiento y en la certeza de estar entre compañeros con diferentes puntos de vista e interpretaciones, pero compañeros. Eso no estaba en duda. Los que no querían regresar para retomar la lucha ya no estaban. Por un sentido de pertenencia o tal vez de inconsciente autodefensa nos ubicamos a ambos lados de la larga mesa, cara a cara según el agrupamiento. No faltaron los comentarios del tipo "Qué haces de ese lado, si siempre estuvimos de acuerdo, esperaba encontrarte de nuestro lado".
Desde el inicio de la reunión quedaron claras las posiciones: partiendo de los mismos antecedentes y reivindicando iguales objetivos, planteaban estrategias muy diferentes. No hubo chicanas sino discusiones muy fuertes acorde con lo que estaba en juego. Éramos apenas una veintena entre los miembros de la Dirección Nacional y los representantes de los compañeros, pero si bien todos teníamos en claro que al cabo de esos dos años se daba por cumplida la etapa de la salida del país para la reorganización, también lo éramos en cuanto a que una vez terminada la reunión, y cualquiera fuera su resultado, se iniciaría una fase de decisiones trascendentales.

¿Qué se discutió aquel otoño en Paris?


En las colinas de Dogliani, con Andrea (de barba),
Coco (chaleco y mochila) y un grupo de amigos italianos
(el autor en el centro, con pulóver al cuello)

La reunión se había acordado entre los más experimentados y con mayor ascendencia como una forma de evitar lo que se presentaba como una ruptura frente a la decisión de muchos militantes de exigir una definición acerca de la línea. Y bien, las posiciones eran muy diferentes ya que se habían agrupado en torno a dos puntos de vista, tanto en el análisis de la situación política nacional e internacional como en el referente a los métodos de lucha.
El grupo con mayor experiencia militar planteó la necesidad de incorporarse a la lucha en la Nicaragua sandinista recién liberada donde el pueblo, comandado por el FSLN, estaba construyendo en medio de grandes dificultades su camino hacia una nueva sociedad más justa e independiente. Las tareas eran enormes y la posibilidad de participar en esa experiencia maravillosa de la revolución triunfante, verdaderamente atrayente. Nadie podía oponerse a una propuesta como ésa, ya que colmaba las expectativas de ver plasmada en la realidad la línea histórica de la revolución latinoamericana. Los contactos con el gobierno cubano garantizaban la incorporación en tareas de gran responsabilidad honrando el prestigio ganado por la organización y sus dirigentes durante los años de lucha en el país. Pero además, este se consideraba un paso importante en el fortalecimiento ideológico de los compañeros para reconstruir la estructura de cuadros que permitiera regresar a la Argentina con una organización vigorosa y experimentada. De modo que la euforia por el triunfo de la revolución Sandinista y la posibilidad de la conformación del eje CubaNicaragua como motor de la lucha continental, sacudía con fuerza la modorra del exilio europeo y ponía en lo más alto el espíritu revolucionario.
Nuestro grupo había desarrollado una tarea muy importante en la consolidación de los nuevos cuadros. A través de las escuelas políticas y en el contacto con las experiencias de los partidos políticos de la izquierda europea y los viejos cuadros partisanos y antifascistas, habíamos estudiado en profundidad la línea del frente popular y logrado definir la situación de Argentina después de la derrota de las organizaciones armadas como un proceso de reivindicaciones democráticas en la que, concientes de la debilidad extrema en que se encontraba el Partido, se debía participar en conjunto con las otras fuerzas progresistas. Desde esta perspectiva, si bien respetábamos la opción del otro grupo, asumiendo incluso la posibilidad de enviar algunos compañeros para incorporarse al proceso en Centroamérica que partiendo de Nicaragua se extendía con fuerza a El Salvador, Honduras y Guatemala, propiciábamos el retorno inmediato al país para iniciar un proceso de reinserción. Sin perder la organicidad, éste debía basarse en la tarea individual de cada compañero, con vistas a lograr una base de trabajo que permitiera retomar las actividades políticas y fortalecer una opción democrática con sentido progresista, de acuerdo con las condiciones específicas en que había quedado la Argentina después de la Dictadura. Por otra parte, tampoco la revolución triunfante en Nicaragua planteaba por entonces una postura sectaria; sus planteos impulsaban un sentido unitario, democrático y popular acorde con la propuesta política, posición que era compartida por la línea del Frente Farabundo Martí de El Salvador, el Frente Cinchonero de Honduras, la dirigencia de las organizaciones guatemaltecas y el M19 de Colombia.
Las dos posiciones expuestas no pudieron alcanzar consensos y la decisión final fue que cada agrupamiento llevara adelante su línea, en el convencimiento de que no eran antagónicas. Si respetábamos mutuamente ambos puntos de vista teníamos la certeza de que íbamos a volver a converger en el desarrollo de la lucha. Y sin embargo, una sensación extraña quedó flotando entre el humo del tabaco. Los que iban a Nicaragua sabían que iban a la guerra; los que volvíamos a Argentina, que nos enfrentaríamos nuevamente a la represión y la clandestinidad.

A Daniel lo conocí ni bien entramos al Partido, cuando él ya era responsable nacional de Propaganda y yo pugnaba por desembarazarme de mis vergüenzas pequeño burguesas. Fue él quien con paciencia fue inculcándome los fundamentos básicos de la línea del Partido haciéndome comprender la trascendencia de aprovechar las condiciones propias de cada militante, sin importar su origen social o su ubicación en el espectro económico y laboral en tanto que asumiera el compromiso de impulsar la causa revolucionaria desde el puesto de lucha que a cada uno le tocara ocupar. Me hizo comprender la enorme importancia de defender la legalidad en un tiempo de proscripciones y ocultamientos, donde las limitaciones que impone a los movimientos de los militantes la estrechez de la clandestinidad conspiran contra el desarrollo de las tareas y la difusión de las ideas.
Daniel vivió en nuestra casa durante varios meses y desde allí coordinó las tareas de publicación de "El Combatiente" a la vez que guió con mano segura nuestro avance político, cuidando con esmero nuestra formación y vigilando el crecimiento de nuestro compromiso revolucionario. Se mostraba afable, cordial, comprensivo y muy seguro de sí mismo en el trato cotidiano pero siempre riguroso en la aplicación de las medidas de seguridad, avanzando con cuidado y delicadeza en la importancia y el riesgo de las tareas que nos encomendaba. Cuando cayó nuestra casa entregada por la delación de un cobarde, fue él quien nos avisó para que la abandonáramos apenas unos minutos antes de que llegara el brutal operativo militar que la destruyó, salvando nuestras vidas.
Perdida la preciada legalidad, no pudimos continuar con nuestra tarea de alternarnos con Juanita para llevar semanalmente los originales de "El Combatiente" hasta Córdoba, para que desde allí se difundiera a todo el norte del país. Ya no era seguro seguir con las citas nocturnas para recibir los originales, debidamente ocultos entre papeles contables cuando simulábamos los viajes de trabajo relacionados con nuestra profesión. No podíamos prolongar la combinación de viajes de ida en ómnibus hasta la estación terminal de Córdoba para concurrir a la cita y, después de entregar el paquete a los compañeros de la regional, regresar por vía aérea justo a tiempo para entrar al trabajo. Sin la legalidad no estábamos en condiciones de atravesar las pinzas y controles militares que a lo largo de la ruta y en las estaciones revisaba brutalmente a cada uno que transitaba sospechándolo de subversivo, y debimos separarnos. El obligado pase a la clandestinidad nos llevó hacia otros caminos de militancia, pero cada vez que nos llegaba la prensa partidaria sabíamos que allí estaba su mano. Poco tiempo después, cuando cayeron las imprentas clandestinas delatadas por el mismo traidor que entregó nuestra casa, supimos con alegría que Daniel estaba bien.
El impacto de esa noticia me golpeó con brutalidad en Paris pocos días después de la reunión con los compañeros del Partido. La gravísima situación imponía la toma inmediata de trascendentes decisiones y la aplicación urgente de severas medidas de resguardo y seguridad. Un compañero de la Dirección había recibido informaciones fidedignas por parte de los contactos del Partido en Cuba, de la evidencia de la existencia de una infiltración en el Comité Central que se había conformado después de la caída de Santucho y el Buró Político. Junto con el informe se recibió también la recomendación de llevar a cabo las pruebas de confirmación habituales, consistentes en simular un secuestro por parte de los servicios de inteligencia del enemigo, pero realizado por compañeros camuflados como agentes para tratar de inducir al presunto infiltrado a delatarse.
Habiéndose dispuesto el operativo, se comenzaron las tareas de selección del equipo que tomaría a cargo la tarea, además de la preparación de la infraestructura necesaria consistente en varios móviles y algunas casas apropiadas para el interrogatorio. Pero pocos días antes de su realización se produjo una grave discrepancia entre los miembros de la Dirección, que en medio de acusaciones mutuas y diferencias de criterios, llevó al grupo que en la reunión de París había planteado sus desacuerdos impulsando la línea de unirse al FSLN, a tomar la decisión de separarse en un nuevo proceso de fraccionamiento que el Partido creía superado.
La división, además de desnudar de manera patética la endeblez y el desconcierto político en los que había caído el Partido en estas graves circunstancias comenzadas con la caída del Buró y profundizadas al extremo con la salida del país, dejó sin posibilidades de esclarecimiento esta terrible amenaza que comenzó a sobrevolarnos a partir del ocultamiento de Daniel cuando quedó en evidencia el operativo en marcha para su simulado secuestro, impidiendo su realización y dejando sin confirmar o desmentir su lealtad revolucionaria, pero cubriéndolo de una pesada sospecha.
El traslado veloz hacia Nicaragua para unirse al Frente Sandinista de los miembros del grupo que se había separado confirmó que la disposición de apartarse estaba tomada desde antes de aquella reunión, y que habían estado trabajando para su concreción a pesar de los votos de confianza mutua y de los augurios de convergencia y reencuentro en la lucha en Argentina.
Recibí el informe con desazón rechazando a priori, por absurda, la acusación hecha a Daniel; no porque no pudiera inscribirse en las posibilidades sino por lo irrazonable de la situación en que se producía y por la intolerable muestra de internismo que estaba poniéndose en evidencia, mucho más inaceptable aún teniendo en cuenta que por fin se comenzaban a vislumbrar las primeras reacciones favorables en la disposición y preparación de todos en el camino hacia el regreso al país, y cuando había evidencias importantes del apoyo conseguido de los compañeros y organismos italianos dispuestos a prestar su ayuda incondicional para nuestro reingreso desde Italia a la Argentina, que sin embargo demoraría todavía cuatro años más en producirse en forma definitiva.

Retorné a Italia con una combinación de frustración y angustia por las graves novedades recibidas que volvían a poner al Partido en situación de repetir los errores de los últimos tiempos en Argentina, cuando se priorizó el enfrentamiento armado por encima de la construcción política revirtiendo la mirada hacia el interior de la organización y desatendiendo la necesaria ligazón con las verdaderas necesidades del pueblo. Me preocupaban los difíciles momentos que debería enfrentar al informar a los compañeros que aguardaban ansiosos mi regreso, ignorantes de los sucesos y alentando esperanzas de recibir instrucciones precisas para ponernos en movimiento hacia el país, además de la información que debería darles a los italianos y que seguramente les causaría una profunda herida al dejar en evidencia tamaña muestra de inmadurez.
Llegué a Naviante tarde en la noche y como era habitual encontré la escuela llena de gente y en medio del bullicio alegre y ruidoso donde se escuchaban canciones revolucionarias mezcladas con las tradicionales italianas y alguna que otra zamba melancólica. Reno había traído su fisarmonica y el ambiente festivo estaba a pleno. Sobre la gran mesa se veían algunas botellas de vino y restos de la comida que se había compartido en esa noche de finales del verano que seguramente habría comenzado apenas caída la tarde. Las expresiones de júbilo se multiplicaron cuando entré y todos me recibieron con bromas, saludos y abrazos mientras yo ponía todo mi empeño tratando de evitar que mi estado de ánimo pudiera perturbar la algarabía reinante. Las miradas inquietas e interrogantes de los compañeros al cruzarse con la mía notaron que algo no andaba bien, pero apelando a nuestros códigos secretos continuamos departiendo sin dejar que la preocupación se transmitiera.
De a poco se fueron retirando los amigos italianos hasta que al final solo quedaron Reno con su familia y Mini con Stella, con los que por ser los mas cercanos siempre compartíamos los momentos de mayor intimidad. Habiendo percibido nuestra necesidad de quedarnos solos y con un alto grado de delicadeza e inteligencia decidieron partir. En el saludo final Reno notó mi preocupación. Me tomó afectuosamente por el hombro camino hacia su auto:
No importa cual sea el problema, lo vamos a solucionar dijo.
Mini, por su parte, dio los primeros pasos lentos hacia su casa y mientras Stella, más retrasada, bromeaba entre risas, con su voz siempre grave y la mirada muy seria agregó:
Insomma, ci sono sempre problemi .
Conteniendo la ansiedad pospusimos hasta la mañana siguiente la reunión para que yo contara cuáles eran las novedades y resolvimos juntarnos todos dejando de lado el orden celular que habíamos establecido para el funcionamiento interno. La gravedad de la situación justificaba la suspensión de las actividades programadas y su reemplazo por un análisis grupal a la luz de lo que yo debía informar.
En la mañana temprano se realizaron las tareas habituales relacionadas con el desayuno, la limpieza y el envío de los niños a la escuela, y nos reunimos en la sala de estudios quedando en la planta baja María, la esposa de Miguel, que no era militante, con la función de atender la puerta y recibir a quienes pudieran pasar a saludar, aunque todos sabían que eran las horas destinadas al estudio y con un respeto conmovedor por nuestro empeño, evitaban perturbarnos.
Mi informe fue escueto, nervioso y seguramente poco claro además de shoqueante, y provocó una catarata de preguntas, opiniones, propuestas, aclaraciones, dudas, inquietudes y en definitiva desconcierto y preocupación. Todos queríamos saber de qué manera se alteraban los planes. Las conjeturas acerca de los motivos que habían impulsado a esos compañeros a separarse y la posibilidad de enfrentarnos con una operación de inteligencia del enemigo nos empujaron a la conclusión de que era necesario convocar de inmediato a algún compañero de la dirección para discutir en conjunto y tomar las resoluciones pertinentes.
Resolvimos mantener en secreto el tema y solo informárselo a Mini, pero sin entrar en detalles, de manera que no se sintiera excluido al notar nuestras preocupaciones y se me delegó la delicada tarea de hacerlo.
Por otra parte reforzamos las tareas de vigilancia y seguridad además de decidir mi viaje a las otras escuelas para informar y recabar la opinión de los demás compañeros acerca de la compleja situación planteada.
Las nerviosas semanas que siguieron apresuraron los tiempos y dos meses después se daba por terminada la escuela habiendo conseguido un nuevo apoyo para la instalación de otra para un nuevo grupo de compañeros recién llegados desde otros países, esta vez en el castillo de Ivrea, donde pronto iríamos con Juana y las niñas para ayudar en la organización de la nueva escuela. El resto de los integrantes de la Escuela de Naviante tomó su camino para el largo regreso a la Argentina. Recobraban el tabicamiento como método organizativo para cumplir los planes trazados.

El tránsito desde la legalidad a la vida clandestina supone una especie de desaparición repentina de los ámbitos en los que se desarrolla la vida hasta el momento en que resultamos detectados por el aparato represivo. Al adquirir una nueva identidad es preciso armar una historia diferente, alejándose de los familiares, amigos y compañeros de trabajo anteriores para preservar la propia seguridad al mismo tiempo que se le da coherencia a la personalidad adoptada. La nueva vida exige adaptar los hábitos y los movimientos a las condiciones propias de la persona que tomamos como modelo. A partir de los documentos que nos daban nueva personalidad para continuar viviendo y poder llevar a cabo las tareas militantes, que generalmente cambiaban de características insertándonos en nuevos frentes de tareas, quienes tuvieron condiciones más complicadas de seguridad pasaron a formar parte de lo que se llamó "el aparato del Partido", es decir de las estructuras internas, y los demás pasamos a los frentes de masas para desarrollar la tarea de propaganda y difusión de la línea a la vez que seguir captando compañeros para incorporar.
Un año antes de salir de la Argentina y poco después de la caída de nuestra casa yo había pasado a la clandestinidad siguiendo las orientaciones del Partido; para reinsertarme socialmente conseguí trabajo en una pequeña fábrica de pinturas. En las empresas chicas no solían ser muy cuidadosos en el análisis de los antecedentes y se conformaban con contratar personal que reclamara poco a la hora de definir las remuneraciones y los beneficios.
Las necesidades impuestas por la tarea legal me habían obligado a desempeñarme en ámbitos empresariales donde era muy común convivir con el enemigo de clase compartiendo conceptos absolutamente opuestos a los que formaban parte de lo que se había asumido como la ética revolucionaria. Para alguien como yo, que deseaba desembarazarse de ese ambiente donde me ahogaba sin poder expresar mis verdaderos puntos de vista, la experiencia resultó fascinante.
El trabajo era muy simple y consistía básicamente en atender unas máquinas mezcladoras, compuestas por unas bateas que giraban alrededor de un eje y donde se debía volcar el contenido de unas bolsas de pigmentos, polvos, resinas, aglomerantes y solventes, en las proporciones indicadas en los instructivos, de acuerdo con el color deseado y el tipo de pintura a elaborar. El galpón no era muy grande y las cinco máquinas funcionaban coordinadamente, con dos personas para servirlas y vigilarlas. Parecía muy sencillo, pero no eran pocas las oportunidades en que, por descuido o apresuramiento, se acercaba demasiado la bolsa al eje giratorio y éste atrapaba la punta enrollándola a velocidad de vértigo, provocando una polvareda infernal a la vez que emitía un ruido ensordecedor que obligaba a detener de inmediato la máquina, para despegar la bolsa, limpiar el desastre, ventilar el lugar y reiniciar la tarea tratando que los efectos del cataclismo no llegaran hasta la planta superior, donde funcionaban las oficinas administrativas y de control. Cuando el trabajo era normal, cada uno atendía su tarea mientras el ruido de las máquinas girando hacía imposible cualquier intento de comunicación entre los que allí trabajábamos, pero en los momentos en que se detenía el procedimiento para cambiar las combinaciones o para limpiar las bateas y prepararlas para los nuevos productos, el silencio permitía escuchar el tarareo de algunas canciones con la que cada uno trataba de hacer mas llevadera la jornada y que eran inaudibles cuando todo estaba en pleno funcionamiento. Cierta mañana me sorprendió escuchar que un muchacho de no más de veinte años silbaba insistentemente, y con la evidente intención de ser escuchado, la canción "Hasta Siempre", que en esos años, como todo lo relacionado con el Che y Cuba, estaba prohibida. El joven miraba a su alrededor tratando de captar alguna señal que le indicara si impactaba en alguno de sus compañeros. Pero ninguno parecía conocerla o por lo menos no daba indicios de mostrar interés o inquietud. Yo traté de no levantar la vista de lo que estaba haciendo y cuando se pusieron nuevamente en funcionamiento las máquinas, el ruido volvió a aislarnos.
Al cabo de un par de días noté que este muchachito entablaba conversación con el resto del grupo, sobre todo en los momentos en que parábamos para almorzar, cuando la charla se distendía y permitía algún intercambio de pareceres que generalmente no salían de las trivialidades propias de la vida cotidiana y que a pesar de su insistencia se centraban en el fútbol o los problemas para viajar. Trataba de hablar sobre los precios altos, las luchas sindicales, los operativos represivos, pero no conseguía interesar a ningún compañero ya que todos preferían reiterar los temas comunes. Era evidente que a pesar de tratarse de una pequeña fábrica donde no había organización, los trabajadores con más experiencia evitaban involucrarse, mostrando los primeros efectos de la amenaza de la represión como instrumento silenciador de las conciencias.
Decidí avanzar con cautela y al día siguiente, cuando se produjo el momento de calma en los rumores de la fábrica, comencé a silbar muy bajito "Hasta Siempre" vigilando de reojo sus reacciones, hasta que se me acercó para preguntarme:

¿La conocés?

Y así fue cómo conocí a Oscarcito, el último de nosotros en llegar a la escuela de Naviante. Diré por ahora que cuando llegó y se encontró de frente conmigo, que lo recibía en mi carácter de responsable político, el abrazo intenso no pudo borrar una sonrisa cómplice, que yo respondí con emoción, embargado por el recuerdo de los tiempos de confianza mutua que habíamos compartido en la clandestinidad.

Un año después de que cayera nuestra casa recibimos la orden para salir del país rumbo a Brasil.
Leopoldo era el miembro de la Dirección Nacional a cargo de coordinar y hacer cumplir lo que se había decidido en relación a la formación de nuevos cuadros políticos con miras a la reconstrucción de la organización, seriamente dañada por los brutales golpes recibidos en el último año. Hasta unos pocos meses atrás había participado activamente en la construcción del apoyo político a la Compañía de Monte, en Tucumán; su tarea era realizar contactos con los campesinos de la zona para llevarles la línea del Partido, para lo que utilizaba pequeños volantes diseñados y escritos en hojas simples con dibujos y consignas que esclarecían las razones de la presencia de la guerrilla en los montes. Cuando el Partido decidió desactivar el accionar de la guerrilla rural, como muestra autocrítica de los errores de apreciación política y desviación militarista cometidos en los últimos meses, dramáticamente expresado en el desastre de Monte Chingolo, él continuó durante varios meses con su trabajo político en Tucumán, hasta que regresó a la ciudad para retomar las tareas en el Comité Central. Al producirse la caída, primero, de la Dirección Nacional y las posteriores de los meses siguientes, fue el último en salir del país después de dejar reordenado el Partido.
Los pocos sobrevivientes de la Dirección histórica instalados en España trataban de analizar, junto a los cuadros de mayor experiencia, los cambios operados en la situación del país y las necesidades de definir la línea de acción, en medio de la extrema debilidad en que nos encontrábamos. A pesar de las muy serias dificultades resultantes de la salida de decenas de compañeros con sus familias, en condiciones muy precarias, la disciplina y organicidad con que se realizó la tarea, junto con la lealtad inquebrantable de todos, permitieron resolver los graves problemas que planteaba la estadía en Brasil, un país gobernado por un régimen tan brutal como el existente en Argentina, aunque en un momento de mayor permisibilidad.
Después de muchos años de militancia clandestina no resultó difícil prolongar el concepto conspirativo como método para la continuidad de la actividad, y al cabo de pocos días ya estábamos todos ubicados, con la situación legal relativamente controlada y habiendo reordenado los contactos para mantener el funcionamiento celular. La ansiedad de los compañeros se reflejaba en el requerimiento permanente por conocer la línea del Partido y las orientaciones precisas para ponerse en acción cuanto antes. Habiendo concluido la tarea de recibir y reorganizar a todos, era necesario dar indicaciones claras acerca de las conclusiones de la Dirección y de las tareas inmediatas para orientar el camino a seguir.
En medio del vértigo, empujado por la brutalidad de la represión, me convertí sin esperarlo en un integrante del comité encargado de recibir y organizar a los compañeros que llegaban a Río de Janeiro cumpliendo la orden del Partido de reagruparse en el exterior.

La cita era en la playa de Copacabana.

Ahí estaba yo, caminando por Copacabana en dirección a Fluminense. Leopoldo vendría hacia Ipanema. La mañana estaba plena de sol y la Bahía de Guanabara, que yo veía por primera vez a pesar de las dos semanas pasadas en el lugar, exhibía todo su maravilloso encanto. Trataba de mostrarme lo más distendido posible mientras buscaba con la mirada a mi contacto. Teniendo como tenía en la cabeza el estereotipo conspirativo me sorprendió el abrazo repentino de un joven rubio tostado por el sol que, caminando sonriente con sus sandalias, se mostraba muy distendido y afable. Las preguntas eran tantas y los problemas tan urgentes que temí no poder trasmitirlos con la precisión que el momento requería.
Pero cuando nos sentamos a tomar una cerveza y me preguntó por mi familia y por los compañeros, la ansiedad dejó paso a la cordialidad. Sin perder la seriedad del momento me indicó con claridad lo que debíamos hacer. Me indicó que escuchara con interés las opiniones de los compañeros y atendiera a sus inquietudes informándoles de la situación del Partido y de los planes e instrucciones recibidas, que transmitiera, me dijo, siempre la preocupación por cada uno de ellos, evitando las posturas derrotistas, sin ocultarles la verdadera condición de precariedad y dificultades en las que nos hallábamos. Me recomendó ser sincero y transparente en el trato, sin permitir que las necesarias medidas de seguridad se transformaran en un elemento negativo, así como que alentara a los compañeros para que, dentro de la debilidad organizativa y de medios, aprovecharan la oportunidad para conocer el país y se relacionaran con la gente, sin abandonar la continuidad en el estudio y la lectura de las noticias. No sabía yo en ese momento que desde entonces serían innumerables los caminos que transitaríamos juntos, casi siempre armonizando o al menos complementando nuestros puntos de vista, como cuando volvimos a coincidir en Buenos Aires en el otoño de 1983, para trabajar juntos en la elaboración de un documento sobre la situación nacional que sería la base para el regreso, ahora sí definitivo, de nuestro grupo de compañeros.


II
EUROPA

Una mattina mi sono svegliato, E ho trovato l'invasor...
Una mañana me he despertado, y encontré al invasor…

Los cuatro meses pasados en Brasil y la falta de definiciones políticas habían creado un clima de impaciencia que comenzaba a conspirar contra los esfuerzos hechos hasta entonces por mantener la unidad y la organicidad. No resultaba posible continuar en la incertidumbre, ya que todos habíamos acatado la orden de salida en la convicción de estar participando de una planificación precisa.
Las esperadas orientaciones de la Dirección, lejos de serenar los ánimos, abrieron un fuerte debate que tensó de manera dramática la situación, hasta el punto de provocar algunas deserciones. Había que recurrir a los organismos internacionales de ayuda a los refugiados y perseguidos políticos con el fin de conseguir el apoyo necesario para que todos los compañeros se trasladaran a Europa, con el objeto de integrarse a las escuelas de cuadros que se estaban organizando con el sostén solidario de partidos políticos y organizaciones sindicales.
Frente a esta definición, un grupo de compañeros planteó su disconformidad criticando lo que consideraban una muestra de debilidad y falta de confianza en la capacidad de lucha y resistencia del pueblo, expresando su opinión acerca de la necesidad de un regreso inmediato al país para continuar militando acompañando la suerte del pueblo, que suponían dispuesto a resistir los embates furiosos de la Dictadura.
Se produjo un intenso debate donde no faltaron las argumentaciones a favor y en contra de esta posición que expresaba el deseo de la mayoría, pero que en casi todos se moderaba ante el análisis de la situación de extrema debilidad de las estructuras partidarias masacradas por las caídas y desorientadas por la incapacidad para interpretar la situación política del país bajo la Dictadura, situación que había quedado patéticamente expuesta en los fracasos de las acciones militares y políticas llevadas adelante en el último año. Además era evidente la falta de experiencia y formación política de quienes debíamos ocupar los lugares de los cuadros caídos.
El grupo de compañeros que planteó su discrepancia decidió no acatar la orientación de preparar nuevos cuadros y, separándose del grueso de la militancia, intentó regresar a la Argentina. La información recibida a los pocos días confirmaba que la mayoría de ellos habían sido capturados por las fuerzas represivas pasando a engrosar la dolorosa lista de desaparecidos, corroborando que la decisión de la retirada hacia el exterior era la forma mas adecuada para preservar la vida de los compañeros y garantizar la continuidad de la acción política.
Una vez más se puso en evidencia la fortaleza ideológica y la cohesión interna que caracterizaba a los militantes del Partido ya que, pese a las serias contradicciones que planteaba la orientación recibida, la explicación de la debilidad organizativa y de recursos expuesta por la Dirección en coincidencia con la situación real producida por las enormes perdidas, movilizaron al conjunto y de manera ordenada se concretó el traslado a diversos países de Europa, de acuerdo con los destinos conseguidos por cada uno.
Muchos compañeros carecían de documentación legal y, para resolver el problema que esta situación planteaba, llegó un equipo de trabajo especializado con los elementos necesarios para proveer a quien lo necesitara de pasaportes y elementos para viajar.
Se organizaron los contactos y las citas en los lugares de llegada, de manera de garantizar la continuidad del funcionamiento, y al cabo de dos semanas el grueso de los compañeros que participamos de la operación de salida, nos encontrábamos en Europa. Por mis responsabilidades en la coordinación de las tareas en Brasil, fui uno de los últimos en viajar. Había conseguido los pasajes hacia Italia, que era nuestro punto de llegada. Ya contaba con los documentos necesarios donde además de adoptar una identidad nueva, incorporamos a nuestras dos hijas y nos dispusimos recorrer el itinerario que teníamos trazado con precisión. Debíamos seguir las instrucciones para los traslados desde el aeropuerto y los cambios de trenes hasta llegar a nuestro destino y hacer la llamada telefónica para establecer el contacto con quienes nos esperaban.
Estábamos habituados a movernos con citas y contraseñas. La confianza absoluta en la responsabilidad de los compañeros para cumplir con ellas había sido confirmada en infinidad de ocasiones y a nadie se le ocurría pensar que al llegar a un punto de encuentro en el momento indicado pudiera fallar el contacto. A lo sumo se debería utilizar la cita de recambio. La solidez organizativa se plasmaba en el cuidado y la atención hacia los compañeros y en la confianza sin límites en la seriedad del compromiso de todos. De allí la alegría de los encuentros y el sentimiento de pertenencia que se reforzaba como una muestra de orgullo, al comprobar en cada ocasión que el Partido estaba allí donde había compañeros.
El vuelo directo Río-Roma nos dejó en el aeropuerto de Fiumicino. El viaje de doce horas había transformado el verano de la Cidade Maravigliosa en el invierno húmedo y desapacible que nos recibió en Italia. Era de madrugada, y los trámites aduaneros y de migraciones pusieron a prueba nuestros nervios, hasta comprobar que los pasaportes falsificados resistían los controles.
Era tal nuestra excitación que no reparamos en nuestras ropas veraniegas mientras abordábamos el autobús que nos conduciría a Roma Termini, la estación de trenes desde donde debíamos tratar de encontrar la casa de unos italianos que nos esperaban y donde encontraríamos las primeras muestras de la solidaridad que después se multiplicaría hasta el infinito. Ana y Amanda parecían comprender la situación, y lejos de quejarse o mostrarse fastidiosas, miraban asombradas ese mundo extraño que se movía a su alrededor, teniendo como único referente de seguridad la mano de su mamá que las asía firmemente, mientras yo trataba de encontrar la salida sin olvidar ningún bulto.
Salimos de la estación desplegando un plano de Roma que habíamos conseguido en un mostrador de la oficina de turismo, esforzándonos para entender como se organizaba esa ciudad que no tenía ninguna calle derecha y donde los números de las casas no seguían otro esquema que el de la continuidad, uno tras otro, sin definir las "alturas" de las calles a las que estábamos habituados en las ciudades argentinas, con sus cuadras de cien metros que se organizaban siguiendo escalas de cien números por cada una, haciendo muy fácil el cálculo de las distancias. Alzamos la vista a lo largo de la amplia avenida que pasaba por delante para comprobar que, luego de rodear una espléndida fuente, se bifurcaba en tres o cuatro direcciones que además de asombrarnos por su belleza nos desorientaban sin remedio. Un llamado telefónico a la casa donde nos esperaban ayudó a resolver el problema y tranquilizar mi ánimo un tanto alterado por haber dejado atrás lo conocido y encontrarme frente al misterio de lo inexplorado. No sin dificultades seguimos las instrucciones recibidas de nuestros anfitriones y dieciocho horas después de haber dejado América del sur empezábamos nuestra aventura en Europa.

El nerviosismo que me acompañó desde la llegada al aeropuerto de El Galeao en Río de Janeiro no me impidió notar que junto a nosotros viajaron Maty y Mariano, una pareja de compañeros que tenían nuestro mismo destino. Durante todo el trayecto creyeron que los ignoraba por la aplicación estricta de medidas de seguridad. En realidad no reparé en su presencia hasta que, parado frente a la cinta donde giraban las maletas, me encontré de pronto frente a frente con sus sonrisas. Su expresión de asombro ante mi sorpresa se tradujo de inmediato en las bromas propias de quienes sienten el alivio después de pasar una situación de tensión como la que significó emprender un viaje internacional, pasando por controles aduaneros y policiales en nuestras condiciones.
Cada uno tenía su propio itinerario, pero contábamos con unos pocos días antes de partir hacia el lugar donde nos esperaban. En el autobús que nos llevaba hasta el centro de Roma acordamos encontrarnos al día siguiente para recorrer un poco la ciudad y al final del viaje nos separamos para buscar la casa donde debíamos alojarnos. Los amigos italianos nos ubicaron en su casa en un barrio no muy alejado del centro y pusieron a nuestra disposición todo lo que tenían. Era un departamento confortable y no demasiado amplio, pero con una habitación suplementaria donde estábamos un poco apretados, pero muy cómodos y seguros.
Nos indicaron el mecanismo de cada artefacto de uso doméstico, dejándonos amplia libertad para movernos mientras ellos continuaban su rutina cotidiana. Esta generosidad nos avergonzaba un poco y tratábamos de ocupar el menor espacio posible, además de evitar el uso innecesario de los elementos de la casa. Con profundo sentido solidario nos invitaban a compartir desde sus comidas hasta sus ropas, pero a pesar de su insistencia evitábamos traspasar el límite de lo estrictamente necesario.
Los tres días pasados en Roma nos fascinaron haciéndonos olvidar un poco la realidad de la que veníamos. Caminábamos por las calles cruzando una y otra vez, en un sentido y en el contrario, para comprobar asombrados cómo los automóviles se detenían para cedernos el paso apenas pisábamos las líneas blancas de la calzada.


"Por cada golondrina que parte, un pedacito de cielo para recordar"

Recorrimos la Vía de los Foros Imperiales desde el Coliseo hasta Piazza Venecia; nos maravillamos con el Foro Romano, el Campidoglio, las escaleras de Piazza Spagna, la Fontana del Tritone, la Fontana di Trevi; cruzamos el Tevere hacia el Vaticano por la via de la Cociliazzione y caminamos entre las columnas paralelas de Piazza San Pietro; llegamos hasta Campo dei Fiori; vimos la estatua de Giordano Bruno; subimos por la Cordonata; tomamos un refresco frente al Pantheon admirando la estatua de Santa María Sopra Minerva, ese increíble elefantito con un obelisco encima producto del genio inigualable de Bernini; y dejamos volar nuestra fantasía cuando, sentados al borde de la fuente de los ríos, miramos los balcones que rodean Piazza Navona pensando que ese era el lugar ideal para vivir.
Nos sorprendimos primero y nos conmovimos después, al ver en casi todas las esquinas unas plaquetas de mármol donde se hacía referencia a la caída heroica de algún combatiente en las luchas contra el fascismo. Se mencionaban sus nombres y las circunstancias en que habían sido muertos por las balas innobles del dictador y no eran pocas las ocasiones en que algún ramo de flores, a veces secas, señalaban el respeto y la admiración que todavía seguían vivos en la memoria cotidiana, como una muestra innegable de compromiso democrático.
Paseamos por via Condotti admirando los elegante negocios donde las más famosas marcas de ropa, que sólo conocíamos por los avisos publicitarios, nos demostraban que las fantasías se pueden hacer realidad, y que Gucci, Armani y Valentino, además de ser una foto en una revista, eran la expresión cabal de un increíble nivel de vida que se comprobaba con solo mirar el porte y el buen gusto de las personas que caminaban lentamente por la distinguida calle, o que se detenían en una de las mesas que avanza sobre las veredas rodeadas de una baranda, alargando las confiterías que detrás de las vidrieras ejercían un influjo difícil de resistir.
Los tranvías y autobuses, con sus diseños muy modernos y el fuelle que une sus dos coches, nos asombraban tanto como los policías de tránsito, que ataviados con sus uniformes azules con correaje, guantes hasta los codos y cascos blancos trataban de ordenar el caos subidos a unos minúsculos banquitos, que parecía iban a ser atropellados cada vez que daban paso a la ola de autos que giraba por las calles permanentemente atascadas.
Ante la pregunta de las niñas ya cansadas de andar, les dije que antes de volver íbamos a ver a un amigo mientras caminábamos sorteando una verdadera multitud de ciclomotores estacionados frente a la facultad de ingeniería, ubicada en una pequeña colina a pocos metros del Coliseo. En realidad quería llegar a San Pietro in Víncoli, la iglesia que guarda en su interior uno de los tesoros más maravillosos del renacimiento, el Moisés de Miguel Ángel. Aún hoy mis hijas, ya adultas, recuerdan a ese señor serio amigo de su papá sentado en esa especie de trono con sus poderosas piernas donde se nota el golpe de martillo del genio cuando al finalizar su obra le dijo: Adesso parla .
Nuestro primer viaje en el transporte público nos puso ante las incongruencias propias que producían los hábitos extranjeros al chocar con nuestra ignorancia más absoluta. Al encontrarnos frente al autobús detenido en la parada, vimos con incredulidad que un cartel con la leyenda Salita estaba escrito al costado de la puerta que teníamos delante y haciendo una rápida traducción dedujimos que significaba Salida, e intentamos subir por la otra puerta que, para nuestro asombro, decía Uscita, que tradujimos como una localidad hacia donde se dirigía el autobús. La mirada impaciente del conductor nos indujo a hacerle una seña para que continuara y nos quedamos sin subir. No podíamos creer que ninguna de las puertas fuera la de acceso, pero con el temor de cometer alguna infracción que nos pusiera frente a la posibilidad de un problema decidimos caminar.
Al regresar por la tarde a la casa nuestros amigos nos tranquilizaron al explicarnos que la palabra Salita en italiano quiere decir subida, y que Uscita no es una localidad, sino que significa salida, y que en definitiva podríamos haber subido por cualquiera de las dos, porque en Roma a nadie le importa el cartel que tienen las puertas.

Pronto!
"Me manda Enrique".
 Chi parla?
Cacho…
¿Cacho? Ah. Un átimo… dijo la voz que me atendió, y se hizo un silencio.
Me respondió el compañero que nos esperaba; había reconocido la contraseña:
Hola… ¿Cacho?
Sí. Estoy en Roma.
¡Qué bueno oírlos! Por fin…
Y me dio las indicaciones para llegar a la ciudad de Cúneo, donde me estarían esperando en la estación cuando bajáramos del tren. La provincia de Cúneo se encuentra en el norte hacia el oeste haciendo límite con Francia. Situada al pie de los Alpes su geografía montañosa no hace prever la belleza de sus colinas y valles. Está tan alejada de los centros más reconocidos que resulta difícil, para quien la descubre, encontrar su nombre mirando el mapa de Italia.
El hábito conspirativo y la convicción de estar participando de la batalla global contra el imperialismo hacían que las indicaciones estuvieran escritas con códigos y sistemas de lecturas encriptados. A pesar de haberlas leído muchas veces y repasado con tanto detalle hasta memorizarlas, sentíamos la necesidad de consultarlas cada vez que pasábamos por una estación para verificar su coincidencia con lo esperado. Sabíamos que era inútil, ya que el tren era rápido y su destino final no podía ser otro que la estación de Torino.
Los pasillos estrechos a cuyos lados se abren las puertas corredizas de los compartimiento con los seis asientos enfrentados, tan diferentes de los vagones de los trenes argentinos, nos remitían sin quererlo al romanticismo de las películas italianas o francesas, que formaban parte de nuestras fantasías antes de la decisión de militar y comprobar la diferencia entre los sueños heroicos que impulsan el deseo de incorporarse a la lucha y el verdadero compromiso revolucionario hecho de sacrificios y entrega.
El sistema de trenes eléctricos, con unos troles que como brazos articulados se extienden desde el techo hasta apretarse contra los cables para alimentar de energía los motores, es capaz de superar todos los obstáculos geográficos que se le presentan de manera verdaderamente inverosímil, con larguísimos túneles que atraviesan montañas, o puentes de una extensión sorprendente que a alturas de vértigo cruzan precipicios de profundidades insondables y que al verlos cuando las curvas los muestran, se asemejan a finos alambres de equilibristas suspendidos en el vacío.
Al viajar en los trenes de Europa y especialmente en los italianos, me resultaba inevitable sentirme dentro de un ámbito particular que mi imaginación hacía propio de los tiempos de la guerra. A pesar de las vestimentas muy modernas de los pasajeros, de los sistemas automáticos para abrir las puertas que comunican los coches entre sí, con esos botones verdes que también se usan para abrir las puertas al llegar a las estaciones y que sólo se accionan cuando el tren está completamente detenido; a pesar de la velocidad y confort del viaje, las formas de las estaciones, las paradas, las señales, los indicadores parecían ser parte de ciertas solemnidades con un dejo aristocrático, corroboradas por la presencia de los guardas con sus elegantes uniformes controlando los boletos y de los camareros con impecables chaquetas blancas empujando sus carritos de meriendas, con un tintineo casi infantil de sus campanillas para atraer la atención de los pasajeros; sin mencionar la refinada atmósfera del confortable salón comedor con sus manteles, lámparas y cortinados.
Torino Porta Nuova resultó ser una estructura monumental de hierro y cemento con enormes columnas, techos vidriados y una increíble cantidad de andenes que mostraban un movimiento de trenes hacia todas las direcciones de Italia y sus combinaciones con fascinantes destinos europeos. Paris, Venecia, Hamburgo, Lausana, Ginebra se escuchaban en una reverberación que surgía de los altavoces, indicando la hora y el lugar de partida.
La capital del Piemonte nos recibió con los primeros fríos de un invierno desconocido que se transformaría en un difícil enemigo durante toda nuestra estadía. Los primeros encuentros con la nieve pusieron al descubierto la ligereza de nuestras ropas, en particular del calzado, que en vez de protegernos de la humedad y el frío eran verdaderos agentes trasmisores que nos congelaban los pies. No sólo la salida apurada de Argentina y el paso por el verano brasileño eran responsables de nuestra endeble indumentaria, sino que el desconocimiento y en parte la soberbia típica del militante acostumbrado a enfrentarse con los más grandes desafíos armado solo con su decisión, hicieron el resto para que nos encontráramos sin abrigos en una noche de pleno invierno en dirección a los Alpes. Aprendimos que la palabra binario es el equivalente italiano para nombrar los andenes y luego de estar una hora en la calefaccionada sala de espera, abordamos el último tren con destino a Cúneo que, partiendo a las ocho de la noche, llegaría pasadas las nueve.
Cúneo no era la estación final, por lo que deberíamos estar muy alertas para prever la llegada y prepararnos para bajar. Estábamos tranquilos porque en el tren que nos había traído desde Roma anunciaban por parlantes las estaciones siguientes. Pero al emprender la marcha notamos que este ramal, siendo secundario, además de tener vagones generales sin los compartimientos no tenía ese servicio, por lo que nuestra inquietud comenzó a crecer a medida que pasaba el tiempo y se sucedían las estaciones. Tratando de leer los nombres de las paradas, nos asomábamos a las ventanillas empañadas por la diferencia de temperatura entre el caldeado coche y el exterior nevado, y limpiando el vaho acumulado en los vidrios escrutábamos la oscuridad sin lograr ver los carteles de las estaciones intermedias. Sólo conseguimos leer Savigliano cuando se detuvo en una parada que parecía ser más importante y un poco mas iluminada. Con esa referencia verificamos en nuestro plano para corroborar la cantidad de estaciones que faltaban y las fuimos contando, a pesar de no tener la certeza de los lugares en que se detenía. La oscuridad era muy cerrada y entrevimos un paisaje montañoso y nevado.
A las nueve y media de una noche de crudísimo invierno bajamos, con las manos y las orejas expuestas a las inclemencias del aire gélido y con los ojos muy abiertos, a un andén vacío en medio de una estación barrida por el viento helado y en medio de una copiosa nevada que agigantaba la sensación de aventura e inquietud. Verifiqué en el bolsillo de mi campera el papel con el teléfono de emergencia, y después de orientarnos nos dirigimos hacia el túnel para cruzar las vías en dirección al hall central que alcanzamos a entrever en esa especie de tiovivo visual que se produce al mirar entre los vagones cuando el tren pasa por delante.
Los pocos pasajeros que bajaron con nosotros ya se habían alejado rápidamente tratando de evitar el frío dejando desierto el pasillo subterráneo. Caminábamos en silencio arrastrando los bultos sin desprendernos de las manos de las niñas. Ana caminaba a mi lado agarrada a la manija de la valija más grande y sus hermosos ojos oscuros nos miraban interrogantes pero sin decir una palabra. Amanda, a upa de su mamá, sonreía entre sueños y apoyaba su cabeza en el hombro cálido y seguro. Subimos por las últimas escaleras y vimos, encogida en las sombras para evitar el viento, una silueta que comenzó a acercarse decididamente. Enrique, con la parquedad que después le conoceríamos, se presentó y luego de acariciar a las niñas y preguntarnos por el viaje, nos ayudó con las maletas hasta el auto que nos esperaba a la salida.
La plaza, característica de las estaciones de Italia, nos embrujó con los montones de nieve acumulados en las veredas, los árboles blancos con las ramas vencidas, las aceras encharcadas, el aire con los copos flotando y el agua de la fuente congelada.
Habíamos llegado.


III
EL EMBELESO

O partigiano portami via…
Oh, guerrillero llévame al monte…

Cuatro meses antes del golpe de estado en Chile, el pueblo argentino escribía una de las páginas más gloriosas de su historia. Desde la Plaza del Congreso, donde se había congregado para festejar el triunfo aplastante contra el intento de los sectores más reaccionarios, que enmascarados detrás de los militares se habían constituido como fuerza política en un último ensayo por asumir el poder por vías legales, la multitud marchó entre cánticos y consignas hasta la cárcel de Villa Devoto para exigir la liberación de los presos políticos.
Paco había sido uno de los liberados por esa movilización popular que logró arrancarlo de las garras de la represión junto a cientos de presos políticos, convirtiéndolo en protagonista de uno de los acontecimientos más trascendentes de la historia reciente de la Argentina.
Desde el 25 de mayo de 1973 y durante cuarenta días, el avance del pueblo sobre las instituciones amenazaba con producir cambios de contenido verdaderamente revolucionario, a partir de un estado de movilización permanente que crecía a medida que se constataba la posibilidad real de avanzar sobre los privilegios y se consolidaba la fuerza incontenible de todo un pueblo dispuesto a asumir su responsabilidad histórica.
La reacción no se hizo esperar y recurrió a todos sus medios para enfrentar lo que se presentaba como un peligro real a la estabilidad del sistema de dominación, instaurado a sangre y fuego desde los albores de la historia, asaltando una vez más el poder ahora a través de un golpe institucional que expulsó de la legitimidad democrática a Cámpora y su gobierno, pese a que había obtenido un rotundo triunfo en las urnas apenas dos meses antes, y reemplazándolos por un grupo de grotescos mascarones sin conciencia ni formación cultural ni política, dispuestos a someterse a las órdenes de los poderosos de siempre, a cambio de miserables prebendas personales. El peronismo progresista perdía así su gran ocasión para demostrar su disposición de avanzar en la construcción de una sociedad verdaderamente democrática, viéndose rebalsados por la prepotencia de los sectores más reaccionarios.
Un año después, Isabel Perón firmaba el decreto de aniquilamiento de las fuerzas guerrilleras con el aval de Ruckauf, Cafiero y Luder, abriendo el período más trágico de la historia Argentina. Las fuerzas armadas ya habían diseñado su modelo contrainsurgente de acuerdo con el plan continental liderado por la CIA y el gobierno norteamericano con la conducción de Henry Kissinger, que habiendo sido probado en Chile con Pinochet, continuaba con los golpes militares de Bolivia, Uruguay, Paraguay y Brasil.
Ya la Triple A se había lanzado en su cruzada mesiánica contra todos los militantes populares, inaugurando los métodos de asesinatos selectivos, secuestros y torturas para tratar de detener la acción decidida de los sectores más comprometidos con el cambio social dispuestos a dar pelea y avanzar en las conquistas de más y más derechos.
El golpe de estado del 24 de marzo de 1976 completaba el cuadro de Latinoamérica y se ejecutaba dentro del Plan Cóndor, coordinando no sólo las acciones represivas, sino la implantación de modelos socioeconómicos delineados por los sectores más reaccionarios del poder mundial.
El 19 de julio de 1976, después de una prolija operación de inteligencia militar, es atacada la casa de Villa Martelli donde vivía Santucho con su mujer Liliana Delfino, embarazada de siete meses, junto con otros importantes dirigentes del PRT-ERP, y más allá de las noticias publicadas en los diarios dando cuenta de sus muertes, no se pudo corroborar la veracidad de la suerte corrida por cada uno de ellos.
Los ecos de este aberrante suceso llegaron hasta Italia a oídos de Luciana, prima de Liliana Delfino. Horrorizada al constatar de manera cruelmente directa la ferocidad de la Dictadura en su furiosa arremetida contra todos aquellos que osaban alzarse para enfrentar el poder sagrado de las oligarquías sociales y económicas, decidió tomar contacto con sus familiares en Argentina para tratar de colaborar en la búsqueda de información sobre el destino de su prima y del hijo que esperaba.
Junto con Vera, su hija menor, viajaron desde Cuneo y comenzaron un peregrinaje agotador para chocar contra el muro de la indecencia, la impunidad y la indignidad de quienes manejaban la información, en un país sometido a la abyecta arbitrariedad de los militares ensoberbecidos en su poder omnímodo.
Recorrieron incansablemente varias provincias, haciendo antesala ante funcionarios hipócritas y altaneros, que escudados en la soberbia de su imperio, las sometían a vejámenes insultantes en las oficinas de gobierno. También la iglesia se mostró indiferente ante sus ruegos y, agotadas por el esfuerzo pero conscientes de la tragedia, regresan a Cuneo con el compromiso de continuar en contacto con los familiares, manifestándose dispuestas a colaborar en la denuncia pública de este hecho y de otros igualmente terribles.
Su esposo Reno, antiguo partisano y activo combatiente en las luchas antifascistas que había pasado por el horror del campo de concentración de Dachau, se transformaría en nuestro protector ni bien pisáramos suelo piamontés.
Uno de los hermanos de Santucho, activo militante del Partido, había tomado contacto con él poniéndolo al tanto de la decisión de formar las escuelas de cuadros, encontrando rápido eco en su sensibilidad de combatiente y hombre comprometido con las causas del progreso y la libertad. Toda la familia de Reno, incluida su otra hija, Ornella, aceptó el reto de convertirse en el principal apoyo del grupo de compañeros que conformaríamos la primera escuela de cuadros del PRT-ERP en Europa.

Pocos centenares de metros separan la estación de Cuneo de la casa de Reno y hacia allí nos dirigimos en el auto que nos esperaba. La sensación extraña que produce la falta de certezas sobre el futuro inmediato se mezclaba con una especie de inseguridad, como quien camina tanteando el suelo en una calzada desconocida en medio de la oscuridad.
A través de las ventanillas redondeadas por la nieve acumulada en sus bordes, entrevimos las veredas en forma de recovas que recorreríamos con gran placer en los próximos meses y en las esporádicas visitas después de muchos años. Nos pareció estar en una ciudad de elegantes construcciones, no muy moderna, de costumbres serenas y conservadoras. Las anchas avenidas, algunas con bulevares y jardines, se abrían en amplias plazas contrastando con las calles adyacentes angostas pero de trazo recto, muy diferentes a las deliciosamente caóticas ciudades antiguas con sus recovecos y serpenteos.
El edificio de departamentos no parecía ser muy grande y detrás de su puerta vidriada, protegiéndose del intenso frío y de la nevada, esperaban los cuatro con una ansiedad que amenazaba desbordarlos. El primero en hablar fue Reno. Con su decir fino y pausado con un dejo levemente afrancesado nos dio la bienvenida, liberando a las tres mujeres que se contenían inquietas por abrazar a las niñas murmurando dulces palabras de cariño. Los hombres del Piemonte no tienen el hábito de los abrazos y el contacto físico y muestran sus emociones con gestos y palabras, que con ser parcas, no logran esconder la calidez. Las mujeres, más expresivas nos acariciaban y se preocupaban por el frío y el poco abrigo mientras nos llevaban hacia el 5º piso haciendo mil preguntas y respondiéndose a si mismas en un idioma mezcla de italiano y dialecto piamontés, que no entendíamos pero que empezábamos a adoptar.
El departamento confortable nos recibió con el calor tranquilizador de la calefacción y la mesa tendida. Mientras acomodaban nuestras maletas en un cuarto y colgábamos los precarios abrigos en el infaltable perchero de la entrada, comenzamos a sentir como nuestras inhibiciones y tensiones se aflojaban al influjo de las atenciones y las muestras de afecto. Después de muchos meses de sortear peligros y acechanzas volvimos a experimentar un sentimiento de seguridad que emanaba de esa familia y de su preocupación por nosotros.
Rápidamente se ocuparon de dar de comer a las niñas que, rendidas por el esfuerzo pero excitadas por los acontecimientos, se resistían a nuestros intentos por llevarlas a la cama. Nos habían asignado un cuarto donde pasaríamos la noche y allí las acostamos bien tapadas y cada una abrazada a su muñeca.
La exquisita cena fue una verdadera ceremonia que se repetiría en cada ocasión de encuentro en su casa, donde no faltaba la preocupación de Luciana para que cada plato estuviera en su punto exacto de sabor y cocción. Mientras Reno asumía la responsabilidad de las ensaladas y el vino, Vera y Ornella no paraban de preguntarnos cosas, repitiendo a cada frase palabras afectuosas para nosotros y blasfemias ingenuas contra la Dictadura y todos los fascistas del mundo. Por primera vez asistimos al rito del vino cuando, para nuestra sorpresa, Reno se dirigió a la cantina ubicada en el sótano, con el objeto de elegir una botella que abrió con esmero. Luego de oler cuidadosamente su contenido chasqueó la lengua y dio su veredicto:
Buono! mientras servía suavemente apenas un poco en cada copa.
El brindis fue por el triunfo de la revolución y la derrota de todos los dictadores, acompañados por los augurios de felicidad compartida. Agradecimos la cálida acogida y la sobremesa se extendió por horas, tratando de responder con altura a las inquietudes de nuestros anfitriones y hablando en ese idioma extraño surgido de los afectos que no requiere de lenguajes comunes porque se nutre de coincidencias. Recorrimos los más variados temas hasta llegar a las inquietudes prácticas de Reno, que comenzó a plantear los problemas que deberíamos resolver, desde los asuntos legales hasta el lugar de residencia hasta los recursos para solventar nuestras necesidades.
Hombre de bien ganado prestigio en la zona, Reno trabajaba en la oficina de recaudación de la Comuna y tenía acceso muy directo a las personalidades e instituciones más importantes de la provincia. De forma inmediata comenzó a desarrollar una actividad frenética para hacer conocer nuestra presencia en el lugar en carácter de refugiados políticos, asumiendo todas las responsabilidades que exigían las reglamentaciones y sorteando todos y cada uno de los impedimentos formales que no preveían un caso como el nuestro. Tuvo que enfrentar también la manifiesta hostilidad de algunos sectores de la derecha política y de las fuerzas de seguridad, que desconfiaban de los objetivos que justificaban nuestra presencia, teniendo en cuenta que en ese tiempo en toda Europa y en Italia con especial énfasis operaban grupos armados con la forma de guerrillas urbanas que eran severamente criticados por todo el arco político y social.
Nuestro grupo ya estaba conformado por trece compañeros, entre los que había dos parejas con hijos, dos parejas sin hijos, una compañera sola, dos compañeros solos y otros dos solteros. Además de nosotros, llegaron Coco y Ani con su hijita que fueron ubicados en casa de Ornella. El resto se dirigió hacia Farigliano, una pequeña localidad rural muy cercana, donde algunas personas habían sido contactadas para albergarlos en sus casas.
Juanita junto con Ana y Amanda, y Ani con Clarisa se quedaron en Cúneo, mientras los demás nos reunimos en Farigliano con todos los que nos habían recibido, para analizar las alternativas y los caminos a seguir.

Hacía más de cincuenta años que no nevaba de esa manera. La fuente estaba congelada y su calle principal, en realidad la ruta que desde Cuneo sigue hacia Dogliani, se mostraba completamente cubierta de una espesa capa de nieve endurecida. El viento helado, que atravesaba impunemente nuestros precarios abrigos, nos golpeaba en la cara haciéndonos entrecerrar los ojos.
Farigliano es un pequeño pueblo de 1.700 habitantes fundado por los romanos con el nombre de Farillanum. En sus comienzos estuvo dividido en un burgo superior y otro inferior, construidos sobre una secuencia inacabable de colinas que descienden hacia el Tanaro, un río que la arrincona y la separa de la llanura, marcando profundamente toda su vida. De ella dijo el poeta: "Subid a una colina, a cualquiera de ellas, para admirar el panorama que se pierde en una sucesión rítmica que recuerda a las olas del mar. Sólo rompe la sucesión de líneas suaves la silueta cuadrada de una torre o un castillo. No hay pueblo que no exhiba por lo menos un pequeño castillo; las residencias de los señores locales han pasado a formar parte del paisaje, como las viñas o los avellanos." En el año 1001 el emperador Ottone III cedió el feudo al marqués Olderico de Susa, y durante el siglo XII paso a poder del marqués de Saluzzo, hasta que en 1796, finalizada su condición de feudo, nació como municipio autónomo.
Entre nosotros y los italianos sumábamos casi veinticinco personas, y de entre ellos pronto se destacó un joven muy afable al que llamaban Edo, para decirnos sin preámbulos que tenía una vieja casa abandonada donde podríamos instalarnos, después de una serie de trabajos necesarios para hacerla habitable. Lo directo del ofrecimiento nos situó frente al hecho de enfocarnos en cuestiones de orden práctico, abandonando nuestro hechizo ante el paisaje encantador y el país extraño que nos recibía con propuestas concretas, en medio de un durísimo clima invernal que se complotaba para hacer más irreal toda la escena. Hasta ese momento habíamos dejado en manos de ellos todos los asuntos, como si suya fuera la responsabilidad de hacerse cargo de nosotros, no por propia decisión sino porque todavía no alcanzábamos a comprender en su totalidad el momento que estábamos viviendo. La posibilidad de pasar a la acción nos revitalizó y no habiendo otras alternativas para considerar, nos dirigimos en grupo hasta allí, para ver con angustia unas ruinas que conservaban el techo solo de milagro y que nadie sabía cómo se mantenían en pié. Era una típica construcción rural, con un cerco perimetral de alambre, techos de tejuelas desparejas y las puertas y ventanas semiderruidas. Constaba de varias habitaciones y una cocina económica que en sus tiempos de gloria también se usaba para calefaccionar toda la casa. Una especie de corral hecho con palos y ramas secas contenía a duras penas una cabra que golpeaba insistentemente con sus cuernos tratando de salir, y más atrás, un pequeño cobertizo que hacía las veces de letrina.
El frío no daba tregua y la amenaza de la noche inquietaba a los italianos que hablaban entre ellos, midiendo las posibilidades reales de utilizar Villa Berina como lugar para instalar al grupo completo. Su preocupación mayor eran los niños, ya que los adultos, de alguna manera, estábamos formados en la lucha clandestina y suponían que contábamos con la decisión de afrontar las adversidades. Era el mes mas frío del año y nos esperaban cuatro más de un invierno que se presentaba muy crudo.
Como una verdadera brigada de trabajo nos pusimos en acción para limpiar y adecuar la casa con el mismo entusiasmo y dedicación con que cada uno llevaba a cabo sus tareas militantes. Habíamos adquirido en nuestra práctica política un estilo de trabajo y lo aplicábamos casi de manera mecánica, organizando las labores por equipos definiendo responsabilidades y tareas. Por su parte, y más allá de nuestro entusiasmo, los italianos habían asumido que esa casa no soportaría por mucho tiempo el uso intenso que necesitábamos darle y comenzaron a deliberar en búsqueda de otras opciones más apropiadas. Muchos de ellos tenían gran ascendencia en la zona y participaban activamente en las cuestiones políticas de la Comuna, generalmente como fuerzas de oposición, teniendo enfrentamientos muy agudos en los temas de interés local con quienes ejercían el gobierno. Siendo una provincia de composición social mayoritariamente campesina la iglesia ejercía una influencia muy marcada y los sectores más avanzados, ligados a las diferentes expresiones de la izquierda, estaban dando una gran batalla tratando de conseguir mayor influencia sobre la población con el objeto de acceder a posiciones más favorables en sus aspiraciones de disputar el poder con la tradicional Democracia Cristiana, que gobernaba ininterrumpidamente desde la instauración de la república.
Nuestra llegada sacudió la tranquilidad del lugar, introduciendo una problemática inédita que fue definiendo las diferentes posturas políticas e ideológicas de los vecinos, en función de la forma en que cada uno tomaba nuestra presencia, y de la manera en que intentaban relacionarse con el hecho irrefutable de contar con un grupo de exiliados latinoamericanos en un pueblo no habituado a compartir con extraños. Naturalmente el grupo de jóvenes ligado a la izquierda extraparlamentaria, como se llamaban aquellas agrupaciones que se habían conformado como alternativas a las propuestas del Partido Comunista, fueron quienes de manera más rápida asumieron la actitud de mayor compromiso. A ellos les dijimos con claridad que no éramos refugiados ni exiliados, sino que formábamos parte de una estrategia política, inscripta en los planes de reconstrucción de la estructura de cuadros para recuperar la capacidad de acción de nuestro Partido en el camino de regresar al país, para retomar la lucha revolucionaria. A partir de allí se produjo un importante cambio en su actitud y abordaron la resolución de los problemas que se presentaban con nuestra llegada como una forma de ayuda conducente a facilitar la concreción de nuestros planes. La mayoría de ellos comenzaron a interesarse por conocer nuestras posiciones y las discusiones sobre temas referidos a la línea política y a las características de la lucha en Argentina fueron ineludibles y permanentes mientras estuvimos en el lugar. Nuestra decisión de llevar adelante una escuela de cuadros los conmovió y a partir de allí su apoyo no tuvo límites.
A los pocos días habían conseguido quebrar la resistencia de los representantes mas conservadores de la Comuna, logrando que nos concedieran la ocupación temporal de la abandonada escuela elemental de Naviante, para instalarnos y concretar el proyecto, pero con el compromiso de mantener en reserva nuestra pertenencia política y la obligación de no perturbar la vida de los vecinos.
Naviante es una especie de caserío muy típico de la campiña del norte italiano que, con el nombre de fracción, forma parte de la comuna de Farigliano, de la que depende administrativamente y se encuentra en sus suburbios, separada por pocos centenares de metros. El camino que se dirige hacia la ciudad de Cuneo mostraba, antes del trágico aluvión , un pequeño desvío que, descendiendo por una especie de terraplén, atravesaba un pequeño bosquecillo y, después de cruzar el puente sobre un recodo del Tanaro, recorría todo su trazado hasta llegar al final del poblado. Las casas se encuentran a ambos lados de esta calle y unas pocas callejuelas irregulares que se cruzan entre sí dan cabida a las ciento treinta y cinco personas que conforman su población total. Hermosos árboles de cerezas y algunas escasas hectáreas cultivadas con trigo se mezclan con las típicas plantaciones de avellanas, en medio de unas colinas maravillosas, donde en primavera se pueden recoger hierbas silvestres para preparar la deliciosa ensalada de erbe del prato o encontrar los increíbles hongos de tamaños y sabores fantásticos, que hasta permiten que se los cocine en milanesa.
Caminar por las vías del tren, que transcurren en una especie de túnel abierto entre dos altas paredes, era una manera de acortar el trayecto y a pesar de la dificultad de acompasar el andar a la distancia entre los durmientes, muchas veces era la ruta preferida para llegar desde Farigliano.
Reparar la escuela abandonada desde hacía muchos años exigía un trabajo intenso para dejarla en condiciones de albergar a cinco parejas, cuatro niños, cuatro solteros, visitas eventuales de compañeros y profesores, además de prever donde dar las clases y hacer las reuniones partidarias, y por supuesto un lugar para recibir y compartir con los amigos italianos. El edificio era una sólida construcción cuadrada de dos pisos, ubicada a unos doscientos metros del puente sobre el río que marcaba el límite. Hundido unos cinco metros detrás de la línea de construcción de las casas vecinas, dejaba ver al frente un amplio espacio que hacía las veces de plaza seca, utilizada como estacionamiento por los amigos que nos visitaban o como lugar de juego al sol para los niños. A ambos lados, un pasillo que se unía en la parte de atrás en un patio donde se amontonaban trastos viejos, herramientas y una enorme pila de leña. Sobre la pared vecina de la derecha, una especie de estantería rústica estaba llena de panochas de maíz prolijamente acomodadas, que habrían servido para alimentar algún cerdo que los antiguos cuidadores criarían. El techo de tejas mostraba buenas pendientes a cuatro aguas, no sólo para guardar el estilo y la estética de la zona sino para facilitar el deslizamiento de las gruesas capas de nieve que, de no haber sido así, se acumularían en la parte superior produciendo mucho peso y enfriando el interior de toda la casa. Bordeándola, una canaleta de chapa recogía el agua del deshielo, que en el ángulo derecho corría en un chorro permanente por un caño de desagote hacia el vacío que en los días de mayor crudeza invernal se congelaba, transformándose en una suerte de lengua transparente que colgaba de su boca.

Se accedía a la planta baja subiendo cuatro escalones desde la calle, para evitar los efectos de la acumulación de nieve, entrando a un amplio espacio que decidimos dedicar a cocina, comedor y lugar de reuniones. A un costado una habitación alargada que después se dividió en dos, un pequeño cuarto que destinamos a almacenar alimentos y ropas, y un baño. En el piso superior, las antiguas aulas que se encontraban a lo largo de un pasillo fueron transformadas en dormitorios, mientras el baño completaba las instalaciones. Lo que parecía ser una especie de salón más importante por su tamaño, se transformó en la sala de estudio y reuniones políticas, y detrás una habitación más que fue acondicionada para albergar una pareja. En una semana de intenso trabajo, con la ayuda de los amigos italianos y su inestimable aporte de materiales, muebles y utensilios, estuvimos listos para la mudanza. Sólo quedaba un problema por resolver, que por su envergadura se presentaba como muy difícil. Había que calefaccionar ese enorme espacio.
La solución llegó como siempre de la mano de uno de los italianos, que trajo una antigua cocina económica a leña y una cantidad increíble de tubos metálicos, que a la vez que se utilizaron como tiraje para extraer el humo, extendiendo su recorrido por todos los ambientes lograban expandir el calor. Para la parte superior llegaron estufas para casi todas las habitaciones. Antiguos colchones de paja en desuso, guardados en los establos, fueron revitalizados y rústicas mantas increíblemente cálidas se mezclaron con enormes sábanas de otras épocas, que los más viejos guardaban en recónditos rincones de sus desvanes.
Abandonamos Villa Berina y nos instalamos en la escuela elemental de Naviante casi un mes después de nuestra llegada a Italia, dispuestos a cumplir el objetivo de desarrollar la escuela de cuadros para la que habíamos sido convocados por el Partido. Se nos unieron Ani y Juanita, que junto a las niñas habían esperado en Cúneo, mientras llegaban los últimos compañeros para integrar el grupo total. En las semanas siguientes comenzó a llegar un verdadero aluvión de apoyo en forma de alimentos, ropas, muebles, abrigos, elementos para cocinar, aparatos de radio, platos, cubiertos, vasos, copas, cacerolas, toallas, lámparas, alfombras, mantas, acolchados, cortinas, manteles, una cantidad incontable de cosas que en la mayoría de los casos eran aportados de manera anónima, pero siempre con la intención de ayudar. No eran pocas las veces que al abrir la puerta de entrada nos encontrábamos con una canasta con frutas o verduras, huevos o pan, azúcar, fideos, arroz, leche y hasta damajuanas y botellones de vino, dejados como una muestra inequívoca de afecto y solidaridad. Y no sólo este grupo de jóvenes valientes y decididos nos rodeó de afecto; todas las familias de Naviante y Farigliano, más allá de su condición económica y su posición política o ideológica, abrieron generosamente sus corazones para albergarnos entre ellos y brindarnos inmediatamente una maravillosa acogida. Ellos y no otros eran quienes, cuidadosos por no lastimar nuestra dignidad, dejaban sus tributos de ayuda sin identificarse, exaltando de manera maravillosa su humildad y respeto. Pueblo sufrido que había pasado por los horrores de la guerra, conocían del sufrimiento y las carencias.

Mini se destacaba nítidamente del resto por su ascendiente indiscutido sobre el conjunto, logrando que sus opiniones fueran muy respetadas más allá de las diferencias de pertenencias políticas. Vivía con Stella, su mujer, y Serena, su pequeña hija, en una casa donde el pueblo se confunde con las colinas, a pocos metros de la de sus padres que, como todas en la zona, mantenía una fuerte estructura que contrastaba su rusticidad exterior con el confort y la modernidad de sus interiores de amplias y cómodas habitaciones, rematadas con un gran baño y la cocina muy bien equipada.
Stella se mostraba como una mujer de carácter fuerte, con convicciones muy firmes, y siempre dispuesta a expresar sus puntos de vista, con el ardor y la vehemencia de los que no tienen dudas a la hora de tomar posiciones. Trabajaba de operaria en una hilandería y transfería a su vida cotidiana sus hábitos ordenados y prácticos, donde no se notaban tiempos muertos, ya que se la veía siempre atareada. Era habitual verla hacer más de una cosa al mismo tiempo, siempre sin perder un minuto en la atención de sus ocupaciones domésticas o laborales, lo que no le quitaba la posibilidad de participar con alegría y decisión a la hora de proponer soluciones rápidas a los problemas, o de entonar con fervor las canciones con fuerte contenido político cuyas letras conocía a la perfección. Esas letras que aprendimos, y todavía hoy entonamos con melancolía.
El porte serio de Mini y su voz de bajo armonizaban perfectamente con su profesión de profesor, dándole una apariencia de hombre de más edad. Sus ojos transparentes, agigantados por el aumento de los anteojos, delataban una mente ágil y una inteligencia muy aguda. La barba, muy de moda en aquellos años entre los intelectuales europeos, no conseguía ocultar un dejo de permanente ironía que usaba como arma para esconder su calidez y ternura. Tenía fama de duro y al principio asustaba un poco por su característica de hombre práctico y ocupado en resolver los asuntos más importantes. Personaje político por antonomasia, fue quien captó con mayor rapidez y profundidad el momento que vivíamos, tanto en lo personal como en el seno de la organización y nos trató con extrema consideración desde el primer día, mostrando gran interés por la seriedad de nuestros planteos y la firme decisión que mostrábamos en el cumplimiento de nuestros objetivos. De inmediato se ganó el respeto y el cariño de todos nosotros, que lo transformamos en referente y consultor ante cada dificultad o duda acerca de la forma de actuar, o incluso pidiendo su opinión sobre temas de nuestra línea política, que por esos días estaba en permanente búsqueda de equilibrio y claridad. Su sólida formación política se trasuntaba cada vez que discutíamos acaloradamente sobre temas referidos a la realidad europea y su contraste con las condiciones de lucha en América Latina. De convicciones muy firmes, no compartía nuestro fervor y entusiasmo como muestra más elevada de compromiso, y prefería la contundencia de los argumentos a la decisión inquebrantable de lucha. Integrante de una sociedad con larga trayectoria de construcción filosófica y política, chocaba con el ímpetu a veces alocado de nuestras posiciones casi siempre extremas y definitivas. Su alta calidad humana se mostró en cuanta ocasión fue necesaria, desde asumir el compromiso cotidiano de llevar y traer con su auto a los niños más pequeños hasta el jardín de infantes de ida y regreso de su trabajo, hasta enfrentar a las fuerzas de seguridad asumiendo la responsabilidad por nuestra permanencia en el lugar.
Pasaba todos los días por la escuela para saludar, mientras se interesaba por las novedades y el desarrollo de nuestras actividades. Le gustaba saber lo que estudiábamos y como funcionaba nuestra organización. Se fascinaba ante las explicaciones de la forma en que resolvíamos los problemas prácticos de convivencia y la manera de aplicar los conceptos organizativos del Partido a la vida cotidiana. Se asombraba de la continuidad de los métodos conspirativos, que no se relajaban a pesar de estar tan lejos de nuestros enemigos y que incluían esquemas de guardias nocturnas para velar por la tranquilidad de todos y la rigurosidad con que se cumplían los turnos, como así también la distribución de tareas y responsabilidades que mantenían la estructura celular para organizar todas las actividades.
Muchas de sus reservas sobre nuestras precauciones tambalearon la noche en que fuimos atacados por un grupo de esbirros de extrema derecha, que habiéndose enterado de nuestra presencia y sabedores de nuestra posición política, pasaron por delante de la escuela arrojando pintura negra y piedras como amenaza tangible que tensó la situación haciéndola cambiar de estatus. A partir de allí dejamos de ser un grupo de exiliados latinoamericanos escapados de su país para transformarnos a los ojos de todos en lo que realmente éramos, un puñado de revolucionarios preparándose para continuar la lucha. Lejos de amilanarse Mini convocó a sus amigos y compañeros para redoblar la apuesta y asumir con mayor firmeza el compromiso de apoyarnos. A partir de este hecho se amplió el radio de alcance del influjo de nuestra presencia y la red de protección y seguridad que nos brindaban los sectores progresistas y de izquierda se hizo aún más poderosa.

En una reunión de la que participaron los principales y más cercanos sostenes que teníamos en Naviante se decidió, de común acuerdo, comenzar una tarea de contactos con organizaciones populares de toda la provincia e incluso de la Región, para difundir y denunciar la situación política de Argentina y solicitar su colaboración para nuestra estadía y para el cumplimiento de los planes de retorno. Cada uno recibió una zona donde debía cumplir ese cometido y se le asignó un compañero italiano para que lo guiara y lo acompañara.
Comenzó a destacarse la actividad y el compromiso de los que se convertirían en nuestros sólidos puntales: lo mismo que la mujer de Mini, Stella, pronto resaltaron con nitidez Ricardo y María Rosa, Beppe y Lucia, Adriano y Laura. Y luego también, Andrea y Graziela, Mario y Sara…

Un año y medio antes de nuestra llegada, mas precisamente en mayo de 1976, Mini había sido uno de los más entusiastas impulsores de la fundación del periódico quincenal PAESI TUOI (Pueblos tuyos), cuando los jóvenes langarolos decidieron lanzarlo después de muchos meses de discusiones, reuniones y asambleas. La idea era poner en foco los problemas locales, capitalizando el trabajo político que se hacía en la zona, para desarrollar y llevar adelante nuevos temas de lucha y enfrentar nuevas batallas. Siendo ésta una de las comarcas con menor incidencia de las ideas de izquierda, crecía una especie de despertar del interés político que, aunque sin mucha claridad, se mostraba firme y decidido. Y el periódico, que nacía como un instrumento de lucha al calor de los recientes triunfos electorales de la izquierda, marcaba desde su nombre la decisión de resistirse a la norma de esos días, cuando las líneas políticas y las consignas llegaban desde los centros importantes de la política con discursos genéricos muy alejados de la realidad de los problemas cotidianos. Querían enfocar toda la atención en las inquietudes de la gente del lugar donde vivían y actuaban, adecuando a las necesidades locales esas líneas nacionales, cambiando radicalmente las formas y los métodos de la militancia, oponiéndose al sistema tradicional de la llegada de los militantes que, desde Torino, traían línea y noticias elaboradas en un escenario muy distinto del que se vivía en los pequeños pueblos de las colinas.
La decisión de llevar adelante este magnífico ejemplo de coherencia política y compromiso lugareño quedó en claro al cabo del primer año de trabajo, cuando la fatiga y las desilusiones provocaron la deserción de los primeros componentes de la redacción; la continuidad de su publicación quedó en manos de los más entusiastas con el desafío de enfrentar las dificultades que surgieron cuando las imprentas de la zona se negaron a imprimir el periódico. Los mismos jóvenes, con voluntad inquebrantable, fundaron una imprenta propia en la zona de Carrú con el nombre de Imprenta Ramolfo, con la que vencieron todos los escollos formales y económicos ya que los mismos que lo producían y editaban eran quienes lo debían distribuir e incluso a veces financiar.
El principal inconveniente radicaba en la transferencia, al interno de la redacción, de las mismas diferencias existentes en la actividad política de cada uno, haciendo complicada la convivencia entre comunistas, socialistas, anarquistas, ecologistas, radicales e incluso los pertenecientes a esa izquierda de grupos desencantados con los ámbitos organizados. Como todo grupo joven de nobles sentimientos con formación de izquierda, en esos años las discusiones giraban en torno a los principios fundamentales de la filosofía marxista como mecanismo adecuado para cambiar el mundo.
Superando todos estos obstáculos, fue Mini quien con mayor pasión asumió la conducción del periódico transformándose cada vez más en un verdadero referente político y social de toda la amplia zona de la langhe cuneese que, cubriendo más de cincuenta kilómetros a la redonda, incluía localidades, pueblos y ciudades con características, condiciones de vida, historias y culturas comunes. Así se gano por mérito propio la confianza y la consideración de los vecinos, campesinos, obreros e intelectuales que lo impulsaban a asumir mayores responsabilidades, tanto en la actividad política como en la organización de la vida comunitaria. Las cooperativas de nociole (avellanas) y formaggi (quesos) y la cantina de vinos como herramientas para apoyar el trabajo de los pequeños productores rurales, le permitieron aplicar en la práctica sus ideas y puntos de vista dejando en claro la coherencia de su pensamiento.
En los días de más crudo invierno, cuando el frío transformaba la ropa tendida en rígidas y frágiles porcelanas que se quebraban con solo tocarlas, su preocupación se centraba en organizarnos para ir a buscar la suficiente cantidad de leña silvestre que, una vez acumulada en el patio trasero de la escuela, nos diera la tranquilidad de enfrentar la crudeza del clima. Mientras charlábamos en torno a la gran mesa al calor de la cocina económica, su voz de trueno se hacía sentir diciendo en su dialecto piemontés duro y cerrado:
Sara la porta Cristo! cada vez que algún compañero entraba corriendo y dando un portazo, que inevitablemente hacía que la puerta rebotara contra el marco y se abriera de par en par dejando entrar las ráfagas de viento helado.

El 20 de junio de 1976, mientras en Argentina la Dictadura desarrollaba en plenitud su raid de secuestros, torturas y asesinatos, en Italia se producía un hecho político de gran trascendencia. En las elecciones, la izquierda liderada por el PCI no conseguía superar el 38 por ciento de los votos, y la DC volvía a triunfar, terminando con las esperanzas de todos los italianos progresistas, que estaban seguros de ser el primer país europeo en el que la izquierda lograría alcanzar el gobierno por la vía democrática, para llevar adelante profundos cambios sociales y políticos.
No fueron suficientes los centenares de miles de afiliados al Partido Comunista más grande de occidente, ni la coyuntura internacional favorable para vencer el temor de los italianos frente a la campaña de todos los sectores de la derecha que, con la activa participación de la iglesia, lanzaron una andanada de burdas amenazas sobre el carácter incivilizado del comunismo y su condición de devorador de niños y destructor de iglesias.
Las grandes movilizaciones y la activa militancia para lo que se presentaba como una victoria segura dejaron paso a un sentimiento generalizado de frustración e impotencia, sobre todo en aquellos que, siendo críticos del PCI, se habían conformado como expresiones más avanzadas del pensamiento marxista. El PSIUP, PDUP, DP, LC , constituidos masivamente por la juventud más comprometida, vieron vaciarse sus organizaciones corroídas por las discusiones acerca de la necesidad de continuar en el mismo camino o buscar alternativas de mayor enfrentamiento con el sistema, acercándose a las posturas de los movimientos de liberación de los países del tercer mundo.
Después del golpe de estado en Chile de 1973, el PCI lanzó su propuesta de Compromiso histórico como base y fundamento de su línea política, consistente en un acuerdo con la DC para garantizar la gobernabilidad marcando una profundización de sus posiciones conciliadoras a partir de su interpretación del fracaso de la experiencia chilena. Esta postura agudizó la crisis de los partidos minoritarios llamados de la izquierda extraparlamentaria, que se vieron frente a la difícil opción de apoyar una línea con la que no estaban de acuerdo, pero que representaba una fuerza muy vigorosa en número y presencia política, o intentar el camino independiente, que se presentaba como muy difícil a partir de las condiciones generales del desarrollo económico de una Europa que se recuperaba rápidamente después de la guerra y que formaba un bloque muy poderoso enfrentado a la URSS.
El vértigo de los acontecimientos provocó una especie de diáspora en el ámbito de la izquierda donde muchas organizaciones y partidos se vieron vaciados de contenido y de militantes desencantados por las proclamas grandilocuentes que, lejos de reflejar las inquietudes de la gente que decían representar, se alejaban rápidamente hacia discursos genéricos, disputando espacios y posiciones unos contra otros.
Casi todos estaban en un proceso de asimilación de ese marco tan complejo, y las opiniones abarcaban todo el espectro de posibilidades, haciendo que en cada uno de sus encuentros las discusiones y planteos alcanzaran altos voltajes en la defensa de posiciones muchas veces muy distantes. Ya no hacían reuniones en búsqueda de puntos en común y cada grupo se recluía en sí mismo tratando de encontrar la coherencia necesaria para plantear alternativas de acción frente a la consolidación de un sistema que los marginaba. Sólo quienes apoyaban, aunque con reservas, al PCI se sentían respaldados por líneas y propuestas orgánicas.
La noticia de nuestra presencia se expandió rápidamente entre ellos superando largamente los límites del lugar y abarcando casi toda la región, y generó un polo de atención que fue transformándose en punto de encuentro reflejando, además del sincero interés solidario, el deseo de contactarse con el grupo de revolucionarios latinoamericanos llegados desde un continente en ebullición política y que representaba, para ellos, un importante escenario donde se dirimía gran parte de la disputa ideológica mundial, obligándolos a tomar posiciones ante los programas de acción y las líneas políticas y organizativas de quienes combatían en ese frente.
Generalmente se acercaban al anochecer y sobre todo los fines de semana, para quedarse horas conversando amablemente o discutiendo acaloradamente con algunos de nosotros sobre temas de política internacional o acerca de temas filosóficos o de actualidad, y no eran pocos los que contaban anécdotas o historias que los habían tenido como protagonistas o que formaban parte de las tradiciones del lugar. Nuestras respuestas a sus inquietudes acerca de la composición del espectro político argentino siempre los dejaban atónitos. No alcanzaban a comprender las complicadas explicaciones sobre el fenómeno del peronismo y la ausencia de partidos de izquierda con tradición de lucha y continuidad. La irrupción de las organizaciones armadas como ((expresión más)) avanzada del proceso de participación de las vanguardias en la lucha por el poder, y el enfrentamiento con las fuerzas militares como representantes últimos de las derechas más reaccionarias, eran vistas como propias de un continente semisalvaje, que todavía dirimía sus diferencias por medio de la violencia, pero a su vez se veían reflejados en sus propias luchas partisanas, donde la resistencia al fascismo había traspasado las fronteras del tiempo, hasta transformarse en el hito mas importantes de la reciente historia política del país y sobre todo en Cuneo, que a pesar de tener una larga rutina de apoyo a la DC y con fortísimos lazos de sumisión con los sectores mas retrógrados de la iglesia, era sin dudas la provincia con mayor y más heroica tradición de resistencia y lucha partisana.
Fueron muchos los atardeceres que se transmutaron en noches y madrugadas, donde se repitieron incansablemente canciones entonadas por ellos y nosotros en un ambiente siempre caldeado, entre la discusión política y sus obsesivos reclamos sobre el frío frente a nuestra falta de conciencia acerca de sus nefastos efectos sobre la salud de todos y en especial de los niños, en esos crudos inviernos que nos asombraban con sus copiosas nevadas, vistas con recelo por ellos y agradecidas por nuestro embeleso.


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