Una pasión llamada Margarita Belén

Por Jorge Giles

El genocidio perpetrado por el Terrorismo de estado está siendo juzgado por la Justicia Oral y Pública.

El desafío es ensamblar esa reparación histórica con este presente donde la democracia se profundiza y somos más libres con la sanción de la ley del matrimonio igualitario.

La historia reniega de los vacíos y los compartimentos estancos. Todo sucede en armonía y contradictoriamente al mismo tiempo. Pero sucede en un devenir histórico que talla la identidad de los pueblos.

Estos juicios son a la memoria, lo que la Asignación Universal por Hijo es a la justicia social.

Elevan el piso de dignidad de nuestra condición humana, nos muestran orgullosos de ser argentinos, libres, esperanzados, sin miedos.

Esa generación diezmada soñaba con una patria que en mucho se parecía a la que estamos viviendo.

Sólo por eso vale la armonía entre tiempos tan distintos.

Los cambios producidos desde Néstor Kirchner hasta el gobierno de Cristina no provocan sensación de vértigo, sino apenas una brisa que despeina y alborota los sentidos. Es así de sereno, porque el modelo de desarrollo en curso tiene los tientos más firmes que nunca.

Crece la igualdad y crecemos todos como sociedad.

Por eso los demonios se desvanecen en su propio azufre.

Estamos protagonizando una nueva etapa en la cultura de esta gloriosa nación.

En el Chaco, se juzga la masacre de militantes peronistas presos durante la dictadura.

No son pocos los que sufrieron las estaciones del calvario que precedió a la matanza de aquel 13 de diciembre de 1976 en las afueras de un pueblo chaqueño llamado Margarita Belén y hoy dan su testimonio.

Los testigos no esconden sus dolores en la tibia comodidad de un olvido miserable.

Con el ala herida, vuelan sobre las ausencias y testimonian hasta donde pueden.

Estar allí, frente a los asesinos de tantos compañeros, es ponerse a prueba con uno mismo, con sus dolores más profundos.

A esa sensación remite testimoniar en un Juicio Oral frente a los genocidas.

No ser preso del dolor eterno, es otro reto.

Del odio, hace rato que escapamos.

No hay que ponerle adjetivos a la memoria; que el primer sustantivo sea el relato de la propia muerte. Y traer esa muerte al presente. Desenterrarla, tocarla con las yemas de los dedos, acariciarla, refrescar la frente del compañero y su martirio, hablarle al oído y decirle “estoy acá”, como queriendo decir un imposible.

Los viejos halcones de la guerra no son más que viejos bravucones llenos de odio. Si ayer quebraban huesos en las salas de tormentos, hoy pretenden quebrar la voluntad con la mirada hiriente.

Los ex presos de la dictadura que declaran tienen canciones en los labios. Y las dicen con ternura en nombre de los muertos.

La marchita tronó en la cárcel el día que los sacaron. Y la cantamos todos, peronistas y no.

Y el Flaco no se va, y el Flaco no se va…Pero Néstor Sala se fue.

Lo arrancaron de un tirón de nuestras manos.

En el Juicio, los muertos no regresan en rencores sino en amor y poesía.

Aunque la sangre se subleva buscando al que dicen que tiró el escopetazo final. Verlo es ver el lado oscuro de la belleza humana, su negación y mi vergüenza de ser parte de la misma especie. Nunca entenderé tanta crueldad.

Rindo mi homenaje al guardia aquel que arriesgando su vida me alcanzó un papel con los nombres de los que iban a ser trasladados hacia la muerte.

Pero ¿Y los demás civiles donde están? ¿Dónde los que fueron socios de estos uniformados de ayer? ¿Quién escribió los fallos, los decretos-ley, los bandos militares, los expedientes, los partes de prensa, los archivos, los pases de entrada y salida? ¿O querrán que creamos que fueron todos militares? ¿Quiénes fueron los jueces y los fiscales y los secretarios y los pinches de todos?

Es preciso hacer justicia.

Martínez de Hoz es un buen comienzo.

Anhelo que el Tribunal convoque a todas las personas que tengan algo para decir. No sólo por obligación moral, sino por igualdad ante la ley.

Los masacrados en Margarita Belén merecen descansar en paz.

Julio 2010
 

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