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Vida
real o ficción dogmática
Por Carlos “Caco” Fernández *
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Durante mucho tiempo, la vida real fue lo que se oponía a la ficción. La vida
real era la que vivían las personas, mientras la ficción era lo que actuaban los
actores o contaban los escritores. Así, primero el teatro y la literatura, luego
el cine y más recientemente la televisión, se ocuparon y se ocupan de la ficción
en un abanico tan amplio y diverso como para ir desde La odisea a Terminaitor y
desde Romeo y Julieta a Rolando Rivas taxista. Hay una larga tradición
filosófica y religiosa que insta a los artistas y políticos a mostrar como
“real” aquello a lo que se aspira.
Al insistir en que “la familia” es un hombre, una mujer y los hijos que
procreen, muchas personas viven dentro de esa tradición. La vida real no les
devuelve ese espejo, pero al definir la familia como aquello que según ellos
debería ser, permanecen fieles a sus ideales. Son, efectivamente, idealistas. El
problema con esos sectores, cuando son dogmáticos, fundamentalistas y
consecuentemente intolerantes, es que suelen poner en pugna la ficción con la
vida real desde la perspectiva de que una ficción, para seguir funcionando como
tal, nunca debe ser interferida, y así ellos poder no sólo continuar viviendo
como desean, sino además obligar al resto a vivir como ellos creen que se debe
vivir. Pero claro, para que su ficción funcione, no debe haber vida real a su
alrededor y entonces combaten a quienes por el solo hecho de existir ponen en
duda o desmienten esa ficción. No hace falta que nadie los ataque: la vida misma
es la que pone en peligro su ficción.
La ley de matrimonio igualitario viene a decir que para la mayoría de los
Argentinos, representada en el Congreso, la vida real y la ficción se imbrican
de otros modos, y que este “cambio de paradigma” del que se está hablando
significa, antes que nada, que nuestras nociones de la vida real y la ficción
han cambiado, que percibimos la vida real, la nuestra, esa que vivimos en
contacto con las de quienes nos rodean, de una manera mucho más humana y frontal
que la que precedió.
Si la jerarquía eclesiástica pretendía que su posición tuviera eco, que fuera
aceptada, ¿por qué no puso a sus mejores “cabezas” a expresar argumentos y
razones? En lo personal no escuché manifestaciones en contra de a Ley que no
fueran estrictamente religiosos, o más precisamente “eclesiásticos”. No hubo en
esas argumentaciones elementos jurídicos, sociológicos, psicológicos,
culturales, antropológicos ni nada que se le parezca. La cúpula de la iglesia
católica, con Bergoglio a la cabeza, sólo vociferó palabras llenas de iracundia
y profirió condenas y amenazas. Un obispo comparó a los homosexuales con el
Diablo, otro dijo que “esta ley pone en riesgo el futuro de la Patria” y otro
más llegó a decir que se descargaría “sobre todos nosotros la guerra de Dios”.
¿De quién estaban hablando?¿En qué estaban pensando? Hablaban del matrimonio
igualitario, no hacía falta ninguna guerra, solo era necesario reconocer los
hechos, aceptar la realidad y a partir de allí entablar un diálogo profundo y
civilizado; pero, según parece, sumando las palabras “Diablo”, “guerra” y
“Dios”, se obtiene una especie de afrodisíaco para legionarios impotentes. De
ese modo, una vez más y como viene sucediendo desde hace siglos, la jerárquica
eclesiástica priorizó la subjetividad de sus dogmas, los antepuso a la realidad
y, con el fanatismo propio de los intolerantes, objetó la diversidad oponiéndose
a los gritos. Así, solo atinó a gritar cada vez más fuerte… y perdió.
Creo que gran parte de esta “derrota” de la Iglesia estuvo en sus propias filas,
en haber elegido la vía del dogmatismo a ultranza y ejercido la confrontación y
no el diálogo. Si se hubiera aprendido de la historia, la lejana y la presente,
a lo mejor los obispos hubieran optado por otro camino y elegido otros voceros.
Creo que ellos mismos parecen haber decidido perder esta guerra que nadie les
declaró. Y ahora, claro, hay un problema, porque en la madrugada del miércoles
el Senado, por 33 votos de los “infieles y paganos” contra 27 de los modernos
Cruzados, se sancionó “una ley inspirada por Lucifer”, y cuando la malvada
Presidenta vuelva de China y la promulgue, listo: Se terminó la “guerra” que
según aquel Obispo declararía Dios sobre todos nosotros. ¿O sea que Dios perdió
otra guerra? A mí me parece que nó. Que en esto, como en muchas otras cosas,
Dios no tuvo nada que ver. Que el matrimonio igualitario es ley porque así lo
dispuso una mayoría parlamentaria por medio de la política, que es la práctica
consagrada a administrar la vida real y no la ficción que se le oponía.
Los conservadores quedaron expuestos en su reacción de-sesperada por defender,
amparados en una presunta “ley natural”, una construcción cultural montada sobre
un hecho biológico como es “la familia”. Los progresistas, en cambio,
propugnaron y lograron este cambio de paradigma plasmado en una Ley que sin duda
tiene una innegable relación con la vida real. Porque los hombres, las mujeres y
los niños que esta ley defiende, ya existían desde mucho antes de que esta Ley
se sancionara; están presentes entre nosotros y participan de nuestras vidas
reales y sabemos que su existencia no pone en peligro nada. Que los derechos que
la ley les otorga no conculca ningún otro derecho para ellos ni para nadie. Que
en todo caso evidencia que la diversidad es uno de los núcleos del nuevo
paradigma. Y sobre todo, demuestra que la bandera de la diversidad no le
pertenece a un partido, ni a una ideología politica ni a esta o aquella
orientación religiosa, sino que flamea libre y airosa a favor de un nuevo viento
que sopla en esta dirección, mal que les pese a ciertos católicos cada vez más
alejados del verdadero cristianismo.
Mientras tanto, la “perversa” Presidenta Cristina, estando en China, al
enterarse de la sanción de la Ley sostuvo que: “Ha sido un triunfo de la
sociedad”, y agregó: “algunos de los que hoy están en contra de esta Ley, con el
paso del tiempo se van a dar cuenta que estuvieron equivocados, porque estas
cosas toman perspectiva con el paso del tiempo. Si uno piensa que hace 58 años
yo no hubiera podido votar y hoy soy Presidenta, o que antes no podía haber
matrimonios interraciales, que hasta hace poco se discriminaba a las personas
por el color de su piel y que divorciarse era pecado, y que mucha gente que en
su momento estuvo a favor de esas cosas ahora se arrepiente y hasta siente
vergüenza de ello, entonces uno comienza a comprender alguna cosas. Por eso hay
que tomarlo con mucha naturalidad, sin dramatismos, sin enfrentamientos. Esto no
es una guerra, al contrario es la paz que nos iguala a los diferentes. Es un
hito más en el camino hacia la ampliación de los derechos civiles, es otorgarle
a todas las personas el derecho que tiene cada cual a ejercer una opción de
vida”… “Se pretendió encubrirlo como una cuestión religiosa, pero es
estrictamente social. Se trata, simplemente, de reconocer a alguien que ha
elegido tener una sexualidad que no es la de la mayoría de la sociedad, pero que
es parte de esta sociedad”
Simultáneamente y de manera casual, por estos dias visita Buenos Aires Baltasar
Garzón, un señor que sabe mucho de guerra santa. Porque no investigó sólo a
Pinochet, la ETA, los narcos gallegos y los parapoliciales de España. También
investigó a los fundamentalistas. Y en uno de sus libros, “Cuento de Navidad”,
los define por sus objetivos: “imponer un Estado teocrático sobre la Tierra”, y
explica que la forma de lograr esa meta sería la guerra santa.
Garzón sin dudas tiene autoridad para hablar de guerras santas. España y la
Argentina las sufrieron. Un destino común feo, pues tanto aquí como allá el
Estado terrorista fue bendecido como instrumento de guerra santa por la
jerarquía de la Iglesia Católica. Y este es otro tema que Garzón conoce muy
bien. Cuando en 2008 presentó otro de sus libros, “El alma de los verdugos”,
dijo que la mayoría de los obispos argentinos “estaba en sintonía con el
estamento militar en la lucha contra el comunismo y la eliminación de las malas
hierbas que, según ellos, perturbaban la pureza cristiana de Argentina”.
En estos días tambien pasó por la Argentina Benigno Blanco Rodríguez, ex
secretario de Estado de José María Aznar y presidente del Foro Español de la
Familia. Este católico militante, activo dirigente del nacionalcatolicismo,
llamó a los católicos argentinos a movilizarse aquí como en España, y dijo que
“hay un consenso sobre lo posible que es a lo que se llega en cada situación o
época; pero si ese consenso posible no es el óptimo moral, hay que seguir
trabajando para lograr un consenso sobre lo mejor”. También habló de lo que
califica como “la nueva intransigencia totalitaria de los presuntamente
transigentes”, que él lama “laicismo sonriente”; o sea que los laicistas, aunque
sean democráticos, son totalitarios: Sonríen de puro fallutos.
¿La “guerra de Dios”, entonces, será contra la sonrisa? Si es así, habría que
avisarle a Garzón que se quede serio, pues bastantes problemas tiene ya en
España. Y a Cristina. Para que siga siendo soberbia y autoritaria, no vaya ser
cosa que se le ocurra comenzar a ser simpática y sonreír sólo para caerle bien a
Hugo Biolcati, a Cecilia Pando y a Monseñor Bergoglio.
* Leída por el autor en su micro “Puntos de vista” del programa “La minka”, que
podes escuchar en directo los domingos de 9 a 12 por FM 102,9 y
www.gospel1029.com.ar/online.htm y todos los días en cualquier momento
entrando en
www.laminkaradio.blogspot.com.ar
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