Una
muchacha de Los Toldos
Por Enrique Manson
En 1935, plena Década Infame, se aceleró la migración de desocupados del
interior a Buenos Aires. Se los llamó “cabecitas negras”, aunque muchos llegaban
de la pampa gringa, el centro del granero del mundo que, atacado por la crisis
dejaba sin ocupación a los trabadores agrícolas y empobrecía a los pueblos.
La atracción de Buenos Aires venía de lejos. Desde que el puerto había empezado
a crecer a costa del empobrecimiento de las provincias, la rutilante Capital
empezó a atraer a muchos jóvenes sin horizontes. Estos llegaban, ahora, del
interior bonaerense, del sur santafecino o de las cuchillas entrerrianas,
regiones hasta ayer opulentas.
Entre ellos llegaría a Buenos Aires una quinceañera que venía de Junín, aunque
había nacido en Los Toldos, la tierra de Coliqueo, y que esperaba triunfar como
actriz. Era Eva Duarte pero su destino la llevaría a protagonizar un papel
trascendente en la historia real.
Una noche de enero de 1944, San Juan fue destruida por un terremoto. De
inmediato apareció la solidaridad, y la ayuda llegó desde todos los rincones del
país. En el gobierno militar surgido el año anterior, un oficial del Ejército se
destacaba como Secretario de Trabajo y Previsión. El coronel Juan Perón, con su
laboriosidad desbordante, se puso a la cabeza de la colaboración y, por ello,
estuvo presente en el festival que los artistas organizaron el 22 en el Luna
Park. Allí se conoció con Evita Duarte. “Quiero hacer algo por esa pobre gente
que en este momento es más mísera que yo”, dijo al coronel. “Yo la miraba”,
decía este a la revista italiana “Tempo”, en 1956, “y sentí que sus palabras me
conquistaban; estaba casi subyugado por el calor de su voz y de su mirada.” Al
poco tiempo vivían juntos, con escándalo del ambiente militar. En los siguientes
ocho años, la unión de los dos impulsaría la transformación de un país.
Estuvieron juntos, como se dice ahora, desde ese día y para siempre. No faltan
en la crónica las leyendas y los mitos pero, como decía Fermín Chávez, cuando
hay Historia, el mito es innecesario. No fue Evita la que levantó a los
trabajadores para liberar al coronel el 17 de octubre. No tiene valor alguno la
leyenda que la pone a la cabeza de las masas o la hace circular por los gremios,
lanzando consignas. Evita no tenía en octubre de 1945 ni la experiencia que
ganaría aceleradamente en los años siguientes, ni mucho menos las relaciones
políticas y sindicales indispensables.
Hizo todo lo que podía entonces, para lograr la libertad de su compañero, más
allá de toda especulación política. Pero no pudo entrar al Hospital Militar ni
conseguir el abogado que buscaba para gestionar un habeas corpus y, según
parece, fue reconocida por un taxista que la entregó a los heroicos estudiantes
que ocupaban la antigua facultad de Derecho en la Avenida Las Heras. Estos la
golpearon y
Evita se refugió aparentemente en la casa de su amiga, la actriz Pierina
Dealessi.
Tuvo que seguir los acontecimientos por radio y, sólo después de medianoche pudo
reunirse con Perón.
Pero no necesitaba de aventuras para convertirse en lo que fue después. El odio
hace decir al embajador de Videla, Américo Ghioldi “Todo lo que Eva Perón es
resulta del poder dictatorial. No hay ningún aporte personal. Un robot
electrónico habría cumplido parecidas funciones. La llegada a la Casa Rosada es
su solo camino de Damasco que la convierte de una doña Nadie en 1943, en una
Reina en 1946”. Nuestro Fermín, quien cita al maestro socialista, responde que
“en la historia, como en la vida misma, nada se crea ex nihilo.
Por eso es que resulta casi una tontería sociológica esa observación... Sin
Evita Duarte no podía haber Eva Perón”.
“En cada necesidad, un derecho”, veía, y se entregó a satisfacerlos. Para
algunos fue sólo un “invento” de Perón. Para otros, manejaba a su antojo a un
pusilánime coronel. Se entregó a su marido con la misma pasión con que lo hizo a
la causa de los desposeídos.
Consciente de las debilidades de su instrucción se esmeró en capacitarse.
Se le atribuye resentimiento, por su condición de hija natural y por la pobreza
de sus primeros años. De ahí habría surgido su gusto por las joyas y la ropa
suntuosa y el odio a las familias patricias. Pero éstas no la detestaron menos,
y en todo caso, las veía, acertadamente, como las enemigas de Perón y de sus
grasitas. Con respecto a la frivolidad de sus atuendos -tenía menos de treinta
años entonces- terminó abandonándola cuando podía ser un inconveniente para su
quehacer social.
La política social impulsada por Perón tenía mucho que ver con sus expectativas
reivindicatorias. No se trataba de acompañar al Coronel en una aventura política
personal, sino de hacerlo en una patriada con un contenido social cuya
coincidencia con sentimientos muy profundos de Evita se fue haciendo consciente.
A poco de asumir el gobierno constitucional, se instaló en una oficina en el
Correo Central, pero fue su traslado a la antigua Secretaría de Trabajo y
Previsión, en septiembre de 1946, lo que comenzó su proyección política. El
accionar del Movimiento Obrero Organizado, al que Evita no era ajena desde 1946,
atendía las postergadas necesidades de los trabajadores sindicalizados. Pero el
inmenso número de marginales, de ancianos que no habían trabajado nunca dentro
de un sistema conveniado, de madres solteras, de niños sin padres, y de tantos
otros, que no estaban cubiertos por la legislación que protegía a los
trabajadores, encontró solución a sus dramas, primero en la Secretaría y, más
adelante, en la Fundación.
En sus entrevistas cotidianas con los pobres y los trabajadores, con los
ancianos y las mujeres humildes -que concluían siempre con la satisfacción de
las demandas- fue adquiriendo una experiencia que consolidaba su personalidad
política. Sus primeros discursos -vacilantes se fueron perfeccionando, hasta
culminar arrolladoramente con el que pronunció el 17 de octubre de 1948. La
Compañera Evita, se convertía poco a poco en la referente de los trabajadores y
los dirigentes gremiales encontraban en ella un liderazgo interno.
Su liderazgo político, complementaba al de Perón, cubriendo las espaldas del
Líder, y sin competir con él. Al mismo tiempo, nutría su natural agudeza
política que la iba convirtiendo en única e imprescindible interlocutora de
Perón, aislado en la soledad del poder.
La sanción de la ley 13010 de sufragio femenino la tuvo como directa: El 27 de
enero siguiente, habló por radio, diciendo: “La mujer argentina ha llegado a la
madurez de sus sentimientos y sus voluntades. La mujer argentina debe ser
escuchada, porque la mujer argentina supo ser aceptada en la acción. Se está en
deuda con ella. Es forzoso restablecer, pues, esa igualdad de derechos, ya que
se pidió y se obtuvo, casi espontáneamente, esa igualdad en los deberes.”
El 9 de septiembre de 1947 se sancionó la ley, que establecía que “las mujeres
argentinas tendrán los mismos derechos y estarán sujetas a las mismas
obligaciones que les acuerdan o les imponen las leyes a los varones argentinos”
y que fue votada por unanimidad. El 23, ante una Plaza de Mayo colmada de nuevas
ciudadanas, Evita afirmó que le temblaban las manos “al contacto con el laurel
que proclama la victoria [...] Aquí está, hermanas mías, resumida en la letra
apretada de pocos artículos, una historia larga de luchas, tropiezos y
esperanzas”.
Fue la pareja presidencial la que lanzó el rumor acerca de la fórmula Perón-Eva
Perón para las elecciones de 1951. En otra parte hemos analizado el tema, pero
en síntesis: Perón y Evita trataron de taponar la candidatura a vicepresidente
ante posibles sorpresas. (También en otra parte hemos comentado la desconfianza
del General hacia lo que Sarmiento llamó La precaución inútil. Y los argentinos
de 2008 a 2010 han aprendido de su peligrosidad). Las resistencias -sobre todo en
el Ejército- no parecen haber tenido fuerza para oponerse. Muchos se
entusiasmaron con lo que en realidad no habría sido otra cosa que una maniobra distractiva del Líder y su principal colaboradora, y la propia Evita debió
impresionarse con la masiva demanda del Cabildo Abierto del Justicialismo. En
realidad, con la vicepresidencia, estaba lejos de ganar espacio o poder. Siendo
Evita era mucho más.
Los primeros síntomas de su enfermedad fueron el acicate que la impulsó a
aprovechar hasta el último segundo de lo que le restaba de vida. La actividad
febril de los meses siguientes superó con creces lo que había sido su ritmo de
trabajo anterior.
El 6 de noviembre de 1951 fue sometida a una tardía operación, a cargo del
destacado cancerólogo norteamericano George Pack. Cinco días después, mediante
una excepción especial a las leyes electorales votada por el Congreso, pudo
votar -¿como no iba a hacerlo?- en las primeras elecciones en que lo hacían las
mujeres.
El 1º de mayo de 1952 habló por última vez desde el histórico balcón: “Mis
queridos descamisados: Otra vez estamos aquí reunidos los trabajadores y las
mujeres del Pueblo; otra vez estamos los descamisados en esta plaza histórica
del 17 de Octubre de 1945, para dar la respuesta al Líder del Pueblo, que esta
mañana al concluir el mensaje dijo: ‘Quienes quieran oír que oigan; quienes
quieran seguir que sigan.’ Aquí está la respuesta mi general. Es el Pueblo
trabajador, es el Pueblo humilde de la Patria, que aquí y en todo el país está
de pie y lo seguirá a Perón, el Líder del Pueblo, porque ha levantado la bandera
de la redención y de la justicia de la masa trabajadora.
[...] Compañeros, compañeras: otra vez estoy en la lucha, otra vez estoy con
ustedes, como ayer, como hoy, como mañana. [...] Yo saldré con el Pueblo
trabajador, yo saldré con las mujeres del Pueblo, yo saldré con los descamisados
de la Patria, para no dejar en pie ningún ladrillo que no sea peronista, porque
nosotros no nos vamos a dejar aplastar por la bota oligárquica y traidora de los
vendepatrias que han explotado a la clase trabajadora”.
Recuerda Marysa Navarro que “El día antes de morir, cuenta Perón, lo mandó
llamar porque quería hablar a solas con él. Se sentó sobre la cama y ella hizo
un esfuerzo por incorporarse. Su respiración era apenas un susurro: ‘No tengo
mucho por vivir -dijo, balbuceante–. Te agradezco lo que has hecho por mí. Te
pido una sola cosa más... No abandones nunca a los pobres. Son los únicos que
saben ser fieles”… A las ocho y veinticinco, una hora que miles de argentinos
recordarían por muchos años, dejó de respirar.
Tenía treinta y tres años
La ausencia de Evita dejaría en un enorme vacío a Perón. El Líder había tenido
en su mujer a su invalorable colaboradora, a su persona de confianza, a la
interlocutora que paliara la soledad del poder. Y también un vacío afectivo, que
los adulones tratarían de aliviar inventando distracciones que ayudaron a
reducir la tradicional capacidad de trabajo del presidente. Sin caer en
explicaciones psicologistas de los hechos históricos, que en la Argentina de
1952-55 se desarrollaron por sus propias causas y su propia dinámica, puede
afirmarse que Perón, aunque seguía siendo el mismo, sintió el impacto en su
entusiasmo y en su fuerza.
Viejos peronistas que la conocieron de cerca imaginan que con ella no hubieran
ocurrido los trágicos hechos de 1955. Los montoneros, en su momento, la
imaginaban opuesta revolucionariamente a un Perón conservador y afirmarán que "si
viviera, sería montonera”. Conociéndola y sabiendo su absoluta identificación
con el Conductor, es fácil suponer que sería peronista.
¿Tiene sentido en Historia especular sobre lo que pudo ser? Si la Historia no es
lo que pasó antes, sino lo que empezó entonces, continúa hoy y se proyecta al
futuro, si como decía Jauretche, entendemos que somos eslabones de una cadena
que no empezó, ni terminará, con nosotros, lo que queda es comprender ese pasado
y, para quienes compartimos los ideales de quien ha sido justamente consagrada
como Mujer del Bicentenario, cumplir con su profecía: “Yo se que ustedes
recogerán mi nombre y lo llevarán como bandera a la Victoria.”
Enrique Manson
Julio de 2010