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Cuando
(casi) todos callaban
Por Enrique Manson *
José María Rosa y los militares del Proceso
El año 1978 la dictadura cívico-militar que se había bautizado Proceso de
Reorganización Nacional pasaba por su mejor momento.
La guerrilla estaba liquidada. En realidad su capacidad combatiente ya no
existía en marzo de 1976, pero a mediados del ’78 la cacería de disidentes había
pasado con éxito la prueba, y las mazmorras estaban colmadas de desaparecidos.
El 25 de junio, un exultante Videla había entregado, en un estadio de River
colmado, la copa de campeones del mundo a Daniel Passarella. Como decía Massera,
el triunfo demostraba que la Argentina estaba para grandes logros.
La gestión económica de Martínez de Hoz parecía funcionar viento en popa,
abandonando el “decadente intervencionismo estatal” que, según el súper
ministro, había frenado a la Argentina por décadas. Los políticos se
manifestaban conformes con la marcha de la gestión. Así lo habían dicho, al
cumplirse el primer aniversario del secuestro helitransportado de Isabel Perón,
hombres como el dirigente radical que proponía “una solución a la portuguesa,
con un primer ministro”. Un ex ministro peronista decía que los justicialistas
eran optimistas “ma non tropo,” en cuanto a la salida política. Tales
afirmaciones se publicaron en el diario La Opinión por pluma de Fanor Díaz, en
un artículo titulado El silencio de los políticos. “Los restantes políticos
consultados,” señala Díaz, “más allá de críticas parciales y secundarias, se
mostraron coincidentes en el apoyo al gobierno militar, especialmente en lo que
hacía a la guerra sucia.”
La organización sindical había sido aplastada, aunque algunos gremios producían
acciones aisladas, como los paros de Luz y Fuerza de 1976 –que costaron la
desaparición de Oscar Smith- y los realizados en empresas automotrices. Pero
habría que esperar a abril del año siguiente para asistir a un paro general.
Sólo un grupo de mujeres, que el diario Buenos Aires Herald llamaba The mad
women, el sábado 30 de abril de 1977 a las tres y media de la tarde, se habían
reunido en la plaza de Mayo para iniciar sus rondas en las que reclamaban por
sus hijos desaparecidos.
En ese escenario, el 27 de julio, se dio a conocer un libro en el que el
periodista Pablo José Hernández relataba sus Conversaciones con un historiador
nacionalista en el que los dictadores parecían no haberse interesado. Era José
María Rosa.
Era un volumen de memorias en forma de largo reportaje. Pero entre los
acontecimientos familiares, los orígenes del nacionalismo y del revisionismo
histórico en los años ’30, y las andanzas políticas y diplomáticas del
protagonista en tiempos aparentemente lejanos, se filtraban inocentes
comentarios sobre la política griega reciente que, en su condición de embajador
argentino, había podido observar.
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Con minucioso interés, Rosa –observador imparcial- describía el fin de la
dictadura de los coroneles, y especialmente, el juicio al que se sometió a esos
militares golpistas al reestablecerse el régimen constitucional.
“Poco antes de las elecciones… el ambiente contra los militares era total, se
ordenó la prisión de los revolucionarios de 1967, acusados ‘por la alta traición
de deponer a las autoridades constitucionales’. Creo que fue un proceso único en
la historia: comparecieron ante la Corte de Casación de Atenas, el más alto
tribunal griego …, unos revolucionarios acusados de haber triunfado en su
revolución...
Grecia sentó una jurisprudencia que encontró favorable resonancia en Europa….
fueron apresados Papadoupoulus (presidente del gobierno militar EM) y la junta
de coroneles sin darse el motivo. Se creyó en una maniobra política de (el
primer ministro) Caramanlis porque el prestigio de los militares estaba muy en
baja, y los opositores… hacían cargos al gobierno de lenidad con los tiranos. El
aplauso de la gente fue total, y Caramanlis ganó las elecciones por un margen
que no se esperaba, 54% de los votos.
…Al poco tiempo se supo que el Supremo Tribunal de Atenas… los juzgaría por la
denuncia de un particular –no del gobierno- que les imputaba nada menos que
‘traición a la patria’. En una primera audiencia…, el abogado del acusador dijo
‘que la constitución obliga a un soldado a defender a la patria y a las
autoridades constituidas y no haberlo hecho era una traición a la patria misma.’
…las cosas fueron poniéndose graves. Veinte jefes que aceptaron haber dado las
órdenes que movilizaron a las tropas…, fueron detenidos por el juez de
instrucción … Mientras se sustanciaba el sumario…, el parlamento votó por
unanimidad… una ley estableciendo que el delito de ‘traición a la patria’ es
imprescriptible.
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…al abrirse ante el Supremo Tribunal, con gran estrépito de fotografías, radio,
televisión, periodistas extranjeros, el proceso a los veintiún coroneles. No se
los acusaba de rebelión sino de traición a la patria. La requisitoria del fiscal
(que al hacérmela traducir me pareció una brillante pieza) hacía un distingo
entre el delito de rebelión que comete un civil cuando se alza contra el
gobierno, y el de traición de un grupo de militares que valiéndose de la
instrucción, organización y armas que les da la patria para combatir al enemigo
o defender el orden interno, levantan las fuerzas armadas contra las autoridades
constituidas. (negrita EM) No obran como ciudadanos –decía- sino como militares
en un campo ajeno a su profesión. No importaban las buenas intenciones que los
hubieran movido, su proceder era una traición y pedía para ellos la pena de
muerte.
…Papadoupoulus leyó una defensa basada en la ‘necesidad de salvar a la patria
del desorden, la corrupción y el comunismo’ (negrita EM) dijo “encontrarse en
paz con su conciencia” y terminaba apelando “al tribunal de la historia”
…la sentencia del tribunal fue inmediata: ‘Pena de muerte por delito de traición
a la Patria’. De inmediato un ujier trajo una nota del gobierno: en atención a
la buena fe de los imputados que ignoraban que su hecho constituía una traición
a la patria, se les conmutaba la pena de muerte por la de reclusión perpetua...
En esa época, yo integraba un grupo de profesores de Historia que colaboraba con
el Maestro en otra publicación, y Rosa nos comentaba en su estudio lo que le
estaba dictando a Hernández para el libro. Lo hacía con una fruición que
coincidía con lo que alguna vez le señaló su amigo Arturo Jauretche: “Vos hablás
de la historia con rencor de contemporáneo”
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Es que no estaba hablando de historia. En alguna oportunidad, Pablo le hizo una
entrevista al locutor Antonio Carrizo. A la hora del café, éste le preguntó:
“Che ¿Cuando usted le preguntaba sobre los militares griegos, estaban hablando
de la Argentina?”
Es que a Pepe Rosa, al decir de su compañero de exilio Miguel Unamuno, “no le
entraban las balas”. ¿Lo hubieran desaparecido los chacales si hubieran sido
capaces de entender el mensaje oculto? No nos interesa escribir sobre lo que
habría pasado, si hubiese pasado lo que no pasó. Lo cierto es que el hombre que
había creído alguna vez en Uriburu, por antiyrigoyenismo confeso, el que había
apoyado al movimiento del 4 de junio por creer que ese era el camino para
afirmar la soberanía nacional en los años ’40, hacía rato que se había alineado
con el pueblo. Y así como se había jugado la vida con Valle contra los
fusiladotes de 1956, seguía poniéndose en la línea de fuego, cuando los
dirigentes políticos actuaban con comprensible prudencia, porque los castigos
eran terribles.
Su expresión de deseos, que eso era lo que sentía cuando hablaba “con rencor de
contemporáneo” –como decía Jauretche- de Grecia para no mencionar a “la
Argentina” -como supuso Carrizo- no fue su último choque con los más salvajes
tiranos que soportó nuestra historia.
En la revista Línea, en noviembre de 1981, los llamó pendejos, aunque poniendo
la expresión en boca del rey Alfonso el Sabio, y los tildó de Subversivos y
corruptos, lo que le valió una querella por injurias, que le iniciaron Videla,
Massera y Agosti. De ese juicio cuenta Alberto González Arzac: “Íbamos a las
audiencias como quien va a la guerra, salíamos de Línea… con un grupo de
muchachos… acompañándolo a Don Pepe. En los pasillos quedaba la muchachada
esperando la suerte de él; a la sala de audiencias entrábamos Pepe y yo, que era
su abogado; adentro, un juez del proceso que presentaba en todas sus paredes
fotos de él codeándose con almirantes, generales y brigadieres. Las partes eran
representadas por brigadieres, generales y almirantes, todos ellos auditores que
señalaban con el dedo a Don Pepe. Y ¿cuál era la reacción de Don Pepe? … no
perdía el humor y decía ‘El gobierno del Partido Militar’… y cuando le llamaban
la atención decía: ‘Bueno, disculpe Su Señoría’…
A mí me corría frío por la espalda y el ni se inmutaba… todavía desaparecían
personas… los operativos se sucedían por doquier y ¡Don Pepe, con ese par de
pelotas que tenía, manifestándose allí de esa manera!”
Enrique Manson
2 de agosto de 2010
En el cumpleaños de Videla,
nominado día del Hijo de Puta.
* Profesor de Historia, funcionario en los ministerios de Educación de la
Nación, de la Ciudad de Buenos Aires y de la provincia de Buenos Aires, docente
universitario, autor, entre otros, de Argentina en
el Mundo del Siglo XX y El Proceso a los argentinos
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