San Martín y Santa Marta

Por Enrique Manson *

“Señor don Tomás, no venga a V. con su sonrisa cachumbera a hacerse conmigo el Catón y privarme del sólo placer que me resta, es decir, el de recrearme la vista pues en cuanto a lo demás, Dios guarde a V. muchos años.”

Estaba terminando mi carrera y el profesor de Seminario de Historia Argentina, Gabriel Puentes, me mandó a trabajar al Archivo General de la Nación con la misión de Tomás Guido ante la corte de Brasil, entre 1841 y 1845. Me apasionaba el tratamiento que en su correspondencia, y en particular en la que mantenía con San Martín, daba a los temas políticos. Pero cuando me encontré con una carta en la que ¡el Padre de la Patria!, ¡El Santo de la Espada! hablaba del “carácter y sus maneras dulces como caramelos” y de los “bellísimos ojos” que lo apasionaban “¡a las 64 navidades!” , no pude menos que copiar textualmente la carta en que hablaba de una señora de Lisboa, que viajaba con su marido por Europa y lo había visitado por recomendación de don Tomás.

Copié la carta, y la guardé por décadas en mi escritorio. Nunca tuve la menor iniciativa para publicarla. Yo era un estudiante, y luego un profesor joven y solemnemente desconocido, pero ¿Por qué no se la llevé a Puentes para que la publicara y, aunque sea, me mencionara como colaborador? Lo cierto es que, por fin, la carta se me perdió en alguna mudanza. Cuando la ví publicada por Pasquali, sufrí un nostálgico ataque de envidia. No se, no creo, haber sido el primero en leer ese legajo, pero estoy seguro que en 1965 nadie lo había publicado. Sólo me quedó el consuelo de aconsejar a mis alumnos que no cometieran la misma estupidez que yo. Y el agradecimiento a Pasquali por haberme reencontrado, 35 años después, con un texto que mal recordaba de memoria.

Pero no se trata de excederme en lo autoreferencial y copiar al Stalin del cuento del monumento a Gorki, que sólo aprobó aquel que mostraba un Iósif Visariónovich Dzhugashvili gigantesco leyendo un pequeño librito del escritor. El estudiante de entonces se enteró de que San Martín, a quien siempre había venerado, era de carne y hueso. Y que le gustaban las mujeres –los ojos y el carácter, al menos- sin preocuparse por el estado civil de ellas, porque él era viudo.

Tal vez Galasso, en su gigantesca obra tan bien titulada –Seamos libres y lo demás no importa nada- sea quien mejor se ha adentrado en la descripción del San Martín niño, joven, adulto, militar y político. Más allá de su excesivamente firme convicción de su origen mestizo, que no parece estar comprobado y que se me ocurre que en Norberto prima una expresión de deseos.

Ese gallego, que había nacido por casualidad en estas tierras, pero que no tenía tonada correntina, y que se había formado en el Ejército del Rey, combatiendo moros y franceses, llegó a estas tierras cuando España había caído para siempre. Porque hoy sabemos –con el diario del lunes- ventaja que tenemos los que escribimos sobre el ayer, que los españoles terminaron por correr a los franceses, y que Napoleón fue derrotado en Waterloo. Pero ¿quien podía en 1812, en España, en América, en el Mundo, pensar que el Corso no se había adueñado de la península para todos los tiempos?

El espíritu de la tierra, del que hablaba Scalabrini Ortiz, otro correntino, se adueñó del joven oficial, y más allá de las razones ideológicas que lo movieran, se enamoró de esta tierra, de esta parte de su Patria Americana, y entregó su vida, su larga vida para los parámetros de entonces, para defenderla.

Se alejó del Perú, dejando en manos de Bolívar la conclusión de la tarea que él no podía terminar por la traición de los mercantilistas porteños. Ofreció con absoluta convicción sus servicios a Juan Manuel de Rosas ante la guerra colonialista de 1838. Es un clásico su emoción ante la gloria de Obligado. Y legó su sable al Restaurador, en su testamento “como una prueba de la satisfacción que como Argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los Extranjeros que trataban de humillarla. “Satisfacción que se afirmó después de haber estado preocupado, no por que temiera que Rosas fuera a aflojar un tranco de pollo, como solía decir él y como dice, afortunadamente, alguna figura que huy honra nuestra Patria. Al contrario. Le decía a Guido en una carta en que no hablaba de bellas brasileñas, “mis temores en el día son el que esta firmeza se lleve más allá de lo razonable”, y en carta al mismo gobernador de Buenos Aires agregaba de su preocupación de que “no tirase usted demasiado de la cuerda de las negociaciones seguidas cuando se trataba del honor nacional.”

Hoy recordamos una vez más al Libertador, y lo hacemos con orgullo. Hace pocos días, en Santa Marta, Colombia, tuvimos una prueba más -¡Y que prueba!- de que su espíritu y el de Bolívar está presente en nuestra América.

1. Pasquali, Patricia, San Martín confidencial, en Desmemoria nº 25, pag. 54
2. ¿Qué queda para uno que cuenta con 3 o 4 navidades más?

17 de agosto de 2010


* Profesor de Historia, funcionario en los ministerios de Educación de la Nación, de la Ciudad de Buenos Aires y de la provincia de Buenos Aires, docente universitario, autor, entre otros, de Argentina en el Mundo del Siglo XX y El Proceso a los argentinos
 

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