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Grassi
en el país de las maravillas
Por Guillermo Marín*
Al momento de escribir esta columna, Julio César Grassi, condenado a 15 años de
prisión por abuso sexual agravado y corrupción de menores, sigue libre. Su
sentencia, a más de un año del juicio, no está firme. En el final del proceso,
llevado a cabo en junio del año pasado por el Tribunal Oral 1 de Morón, los
jueces dejaron al sacerdote en libertad y le impusieron, como única condición,
que visite la Fundación Felices los Niños, en horario diurno y acompañado “por
una persona de su confianza”. Mientras tanto, el cura, según los querellantes,
se encuentra alojado en una casa quinta con pileta, quincho y parrilla ubicada
enfrente de su fundación, donde ocurrieron los hechos que terminaron con la
condena.
Casi en forma paralela al caso Grassi, Jenny Woolf, autora de una biografía
inédita a Lewis Carroll, el escritor de la famosa novela “Alicia en el país de
las maravillas”, le revelaba al mundo que, luego de su investigación, su
biografiado iba a dejar de ser considerado un pederasta; sombra que persiguió a
Carroll durante toda su vida. Parece ser que Charles Lutwidge Dogson, nombre
real de Carroll, un modesto clérigo anglicano, tenía la afición de fotografiar a
niñas y niños desnudos, que estaban bajo su custodia. Todo eso llevó a que en
recientes décadas se comenzara a hablar de una posible viciosa relación del
prosista con infantes. Pese a todo, lo que en verdad sorprende por lo
insostenible del las explicaciones, son los argumentos que esgrime Woolf en su
biografía, The Mistery of Carroll. La cronista se basa en que el novelista, por
el sólo hecho de haber realizado donativos secretos a entidades como la Sociedad
para la Protección de Mujeres y Niños de Inglaterra, dedicada a perseguir a
hombres que abusaban física o sexualmente de chicos, quedaba libre de toda
culpa. “Alguien que fuera culpable”, aclara la historiadora, “habría querido
decirle a todo el mundo acerca de sus donaciones con el fin de mostrar que no
era pederasta. Él las mantuvo en privado”.
Es inevitable pensarlo: la similitud de estas dos historias parecen extraídas de
la mente de un mismo autor de novelas fantásticas, puesto que los argumentos que
tratan de limpiar la imagen nefasta de Carroll, se asemejan a aquellos que han
manifestado los que forman parte del círculo íntimo de Grassi, y que aún quedan
en el imaginario social como ciertos. En cambio, para los denunciantes, la
acusación dada por el Tribunal que le permite al cura gozar de libertad
restringida, es “absurda y arbitraria”. Diríase tan extraordinaria como la
evidencia propuesta por la biógrafa de Lewis Carroll. Tanto es así, que la
directora del Comité Argentino de Seguimiento del Convenio Internacional por los
Derechos del Niño, Nora Schulman, sostuvo en estos días que va a apelar la
libertad de Grassi, si fuera necesario, ante la Corte Interamericana de Derechos
Humanos. Si bien el autor inglés nunca fue acusado de abusador de menores por un
tribunal, queda la sensación de que el cura argentino, aun sin sentencia firme,
tiene el guiño de ¿Dios? La duda aparece cuando se sabe que muchos condenados
por delitos, incluso menores como los que se le imputan a Grassi, quedaron tras
las rejas, con dictamen y todo, ni bien terminaron de escuchar su acusación. ¿Y
entonces? ¿Se puede decir que este es un típico caso de justicia blanda? ¿O todo
es pura fábula, como la de Alicia en el país de las maravillas? La contemplación
que tiene la Justicia con Grassi parece no tener antecedentes.
“En la provincia de Buenos Aires, el 73% de la población de los penales está
presa sin sentencia firme. Y lo que es peor, más de la mitad de esa gente ni
siquiera tuvo todavía un juicio oral”, explicó a un matutino Paula Litvachky del
CELS (Centro de Estudios Legales y Sociales).
Más allá de que para la defensa del sacerdote la causa fue armada por el ciclo
televisivo “Telenoche investiga”, la libertad con la que se ve beneficiado
Grassi no es un tema menor. La imparcialidad en los niveles en que se discute un
caso de pederastia agravado, debería ser creíble por todos los ciudadanos,
residentes sensibilizados por un Estado que no le da garantías ni de seguridad,
ni de educación, y al parecer, ni de justicia. Pero no lo es. No es admisible en
los términos en las que están planteadas las circunstancias que rodean el caso
de un hombre que ha abusado de un menor, y que tiene una condición vincular con
la sociedad distinta a la mayoría de los mortales, y sobre todo, ante esos
mismos chicos. Julio César Grassi está enfermo. No hay duda de eso. Pero también
conviene decir que celibato y abuso de menores no van de la mano, aunque el Papa
admita que la Iglesia debería controlar más y mejor a sus ministros y
representantes.
Sin embargo, el caso del párroco de Hurlingham, es apenas un hecho más entre los
miles que el Vaticano se ha encargado de negar, ocultando una realidad que
llevó, en estos días, a que doce mil manifestantes londinenses se movilizaran
contra la visita del pontífice. Hace un tiempo, de hecho, dos intelectuales
ingleses ateos, pidieron el arresto del Papa por su presunto encubrimiento de
sacerdotes implicados en el escándalo de abuso sexual contra menores. Al
parecer, Roma aun no tiene en su agenda limpiar su imagen, y menos, teniendo en
cuenta la controvertida decisión papal de levantarle la excomunión al obispo
lefebvriano negador del Holocausto, Richard Williamson, que vivió durante años
en la Argentina. Con todo, hay algo que aun se espera del Obispado de Buenos
Aires: si excomulga o no a un cura pedófilo.
Como si fuese la trama de una novela de ficción, un sacerdote condenado por
delitos sexuales, confirmados por la Cámara de Casación está en libertad.
Condicional, claro, pero goza de un beneficio al que pocos inculpados en este
país han accedido por esas mismas circunstancias sobre las que pesan sobre las
espaldas del fundador de una institución dedicada a la minoridad desamparada.
Grassi no es un ladrón de gallinas, por supuesto, y al parecer, sigue utilizando
muchos de los artilugios de Alicia, el personaje de la saga de Carroll: esa niña
que, tras haber caído en el agujero de los sueños, implora que alguien la salve
y le diga que todo fue una pesadilla. Pero Grassi no pertenece a una novela
infantil. Todo lo contrario, aunque su historia sea como la del lobo feroz.
*Periodista y biógrafo
desechosdelcielo@gmail.com