La Argentina y las guerras coloniales

Serie El día de la Soberanía

Por Enrique Manson *

I) LA ARGENTINA Y LAS GUERRAS COLONIALES

"¿Guerra con Francia, con Inglaterra, cuándo? –se interesó (Ghandi). Me pareció que buscaba el pie para la burla.
Con Francia hubo dos intervenciones: la de 1838, y la conjuntamente con Inglaterra de 1845. –aclaré.
¡Ah... los bloqueos! –respondió como no dándole importancia.
Pero… un bloqueo es un acto de hostilidad, y además no se limitaron los interventores a bloquear; también bombardearon a Martín García, Atalaya, la Vuelta de Obligado"

(Interrogatorio del Capitán Ghandi a José María Rosa En la Penitenciaria Nacional, fines de 1955)

Todavía hoy, los episodios de la agresión francesa de 1838, primero y anglo-francesa de 1845, después siguen siendo llamados, cuando los nombran, “bloqueos”. Parafraseando a José María Rosa, en su diálogo con el insano capitán cuando lo tenían preso bajo la libertadora, un bloqueo es un acto de hostilidad y, en todo caso, también hubo bombardeos.

Es que se trataba de una guerra colonial.

Estas guerras se diferencian de aquellas que se libran entre potencias que dirimen supremacías -como las Guerras Púnicas o las Guerras Mundiales del siglo XX-, de las causadas por límites territoriales -como la Guerra del Chaco en la década de 1930-, y de las que reconocen odios ancestrales como el interminable conflicto árabe-israelí. (Naturalmente, éstas tampoco se dan en estado puro, y se les suman causas de otro tipo, como la cuestión del petróleo en algunas de las nombradas).

En las guerras coloniales se enfrentan un imperio con una colonia o con un país pequeño –en cuanto a su poderío-, y no son movidas por odios o rivalidades nacionales, más allá de los que se despierten y alimenten por la guerra misma. El agresor busca una ganancia. Puede ser económica, al conquistar un territorio con una riqueza determinada. Puede buscar apropiarse de un punto de importancia estratégica, como cuando el imperio británico formó una cadena de enclaves para dominar los mares en el siglo XIX. También se puede buscar la fácil conquista de prestigio, como cuando la Francia de Luis Felipe buscó rendir a la Confederación Argentina en tiempos de Rosas.

Siempre se trata de una inversión. En dinero, en sangre, en materiales y armamento. El costo no debe superar el beneficio esperado. Por eso, los franceses hicieron la paz con Rosas en 1840, y abandonaron a sus colaboradores nativos. Por eso la primera potencia del mundo abandonó Vietnam no muy elegantemente, en la década de 1970. La resistencia de pueblos dispuestos a luchar hasta sus últimos esfuerzos, quebró la voluntad de los imperios. Estaban gastando demasiado en armas, en dinero, en sangre propia, en relación al botín buscado.

La gloriosa batalla de Obligado fue el punto culminante de una guerra colonial. En ella se destacó el heroísmo de los guerreros argentinos que, como diría San Martín, no son empanadas que se comen sin más trabajo que abrir la boca. Pero las guerras contra las potencias no se ganan sólo con heroísmo. No menos necesaria es la conducción de un estadista que, como Juan Manuel de Rosas, apoyado por su pueblo, condujo con firmeza y talento la guerra contra las dos potencias de su época.

Cuando la agresión francesa, Rosas no tenía experiencia en la relación con las potencias imperiales. Los agresores utilizaron, todos los métodos de la guerra colonial: Azuzaron al partido de oposición, los unitarios, para que enfrentaran al gobierno. Promovieron el levantamiento de los estancieros de Chascomús y Dolores, antes rosistas, que cambiaron de idea cuando lo vieron hacer pata ancha y no aflojar un tranco de pollo. ¡Atreverse con Francia! Y provocar un bloqueo que impedía que salieran al exterior el cuero y el tasajo de sus estancias. Hubo también una rebelión militar, la de Maza. Y no faltó el ejército nativo colonial, que se llamó a sí mismo Libertador, que encabezaba Juan Lavalle. El héroe de Río Bamba, el guerrero victorioso contra el Brasil, se dejó embaucar otra vez –como cuando asesinó a Dorrego- y atacó Buenos Aires transportado por barcos franceses y financiado por francos de oro.

Cuando toda la Argentina parecía estallar, resistió y venció. Los agresores enviaron un diplomático que reconoció nuestra victoria e hizo desagraviar nuestra bandera con veintiún cañonazos.

En 1845 vinieron Inglaterra y Francia juntas. Pero Rosas había aprendido. Se anticipó a las conspiraciones y, salvo algún levantamiento menor en Corrientes, no hubo ejércitos libertadores, ni libres del norte, ni libres del sur.

Al contrario, trabajó sobre el frente interno enemigo, subvencionando periodistas venales y alentando republicanos de Francia e Inglaterra que admiraban su gobierno popular. Y tocando la víscera más sensible de los ingleses: empezó a pagar la deuda del empréstito Bahring.

Los pagos estaban congelados desde años atrás, y los tenedores de bonos los desempolvaron cuando ni soñaban con sacarles algún provecho. Cuando Buenos Aires fue bloqueada, se suspendieron los pagos. La Confederación Argentina quería honrar su deuda, pero no tenía recursos por que no cobraba impuestos de aduana.

¡Los acreedores se convirtieron en los más fanáticos defensores de nuestra soberanía en la bolsa de Londres!

Las dos primeras potencias, con sus vapores y sus cañones hicieron cuentas y se convencieron que con la Argentina de Rosas no se podía. El mismo San Martín, el primero en apoyar la defensa de la soberanía, llegó a preocuparse: “No vaya a creer… que jamás he dudado que nuestra patria tuviese que avergonzarse de ninguna concesión humillante presidiendo usted sus destinos; por el contrario, mas bien he creído no tirase usted demasiado de la cuerda… cuando se trataba del honor nacional.” (carta a Rosas desde Boulogne-Sur-Mer, 2 de noviembre de 1848)

Esta conducta lo llevaría a establecer en su testamento: “El Sable que me ha acompañado en toda la Guerra de la Independencia de la América del Sud, le será entregado al General de la República Argentina Don Juan Manuel de Rosas, como una prueba de la satisfacción que como Argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los Extranjeros que trataban de Humillarla”

Octubre de 2010

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Profesor de Historia, funcionario en los ministerios de Educación de la Nación, de la Ciudad de Buenos Aires y de la provincia de Buenos Aires, docente universitario, autor, entre otros, de Argentina en el Mundo del Siglo XX y El Proceso a los argentinos
 

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