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“¡Viva
la muerte!” gritan los defensores de la vida
Por Diego Nieto *
“¡Viva la muerte!” fue el grito entonado por los fascistas en la universidad de
Salamanca en 1936. Narró la anécdota, si la memoria no me traiciona, Miguel de
Unamuno, quien falleció poco tiempo después, quizás de tristeza.
“¡Viva la muerte!” es la expresión que mejor resume la esencia del fascismo y el
por qué de la toma de posición como antagonista de muchos.
Los que exclamaron “¡Viva la muerte!” fueron los mismos que afirmaron ser
defensores de occidente, de la civilización y, como no, de la vida.
Hoy, en defensa de la vida, se oponen a la regulación del aborto por parte del
Estado. Puede parecer obvio, puede parecer que están en lo correcto, pero la
realidad nunca es simple.
Todas las mujeres condenadas por aborto tienen una característica en común: son
pobres.
Las hijas de los ricos no son denunciadas. Esos abortos, que también existen,
nunca salen a la luz. ¿Y saben por qué? Porque los pudientes pagan clínicas con
tecnología de punta y las intervenciones se realizan en condiciones sanitarias
óptimas, con riesgos mínimos.
La mujer pobre debe abortar en el comedor de una vecina. Sin atención
profesional, sin elementos esterilizados, con peligro de infección letal o
desangramiento o ambas cosas. Y no hablemos de la carencia total de contención
afectiva.
Ambos son procedimientos clandestinos y, de momento, ilegales, pero creo que hay
una diferencia evidente. ¿O acaso no sabemos todos cuales son los nosocomios de
la ciudad en la que se practican estas operaciones?
La hija del señor juez no arruinará su figura ni su futuro. Asistirá a X
clínica, saldrá, será doctora en leyes y vivirá una vida color rosa.
La hija de mi vecino abrirá las piernas para que alguien le introduzca una aguja
de tejer por la vagina, contraerá una infección, dejará huérfanos a sus otros
cinco hijos y tendrá una muerte roja sangre.
No obstante, hay algo que es común a toda mujer que alguna vez abortó, sin
distinción de clases: ambas, pobres y ricas, sufren un trauma.
Y lo sufren, en buena medida pero no exclusivamente, a causa de los valores
establecidos por la hegemonía. Históricamente este milico país ha sufrido los
abusos de dos instituciones: la Iglesia Católica y las Fuerzas Armadas. Y
conocemos bien a ambas, pero no está de más hacer un breve repaso por
significativos hechos como la inquisición, las cruzadas, el genocidio de las
culturas precolombinas, entre otros; no está de más hacer un breve repaso por
significativos hechos como catorce dictadores, miles de desaparecidos, represión
absoluta de la libertad de expresión, entre otros.
Por supuesto este no es el factor que desencadena el trauma, en países con mayor
tradición democrática, como la ininterrumpida de USA, también la mujer debe
lidiar con sus fantasmas. Pero apostaría a que el peso de la historia del sitio
en que nació potencia la angustia y el dolor.
¿Pero es matar el aborto? Sí. Pero también lo es recoger una flor. La vida es,
desde el punto de vista biológico, “un estado o carácter especial de la materia
alcanzado por estructuras moleculares específicas, con capacidad para
desarrollarse, mantenerse en un ambiente, reconocer y responder a estímulos y
reproducirse permitiendo la continuidad”, según Wikipedia, la fuente más
accesible pero no necesariamente la más próxima a la exactitud. Si tomamos esto
como verídico un feto de treinta semanas está tan vivo como una flor.
Me dirán que no es lo mismo arrancar una flor que abortar, y estoy de acuerdo.
Pero yo conozco mis motivos, por eso pregunto los de ustedes: ¿por qué es
diferente?
No acepto dubitativas respuestas de manuales religiosos. Quiero convicciones. O,
al menos, que admitan que no tenemos que hablar de vida, sino de persona.
¿Cuando se es una persona? Quizás es una pregunta necesaria pero muy poco
realizada.
Miro mis uñas. Son parte de mí. Lo mismo mi pelo. Mi barba. Pero no son yo. Son
puñados de células que, en general, se mantienen con fines estéticos.
¿Y un feto es una persona? Lamento informar que en el momento inmediato
posterior a la concepción un feto no es más que un espermatozoide (una célula)
fusionado con un óvulo (una célula). No posee emociones. Ni recuerdos. Ni tiene
modo alguno de sufrir porque no tiene sentidos y, por ende, es incapaz de
recibir estímulos de orden empírico.
El aborto anula la existencia de una persona en potencia, pero no acaba con una
persona real, nunca más claro, no acaba con una persona de carne y hueso.
Y acá hay un dato interesante: la cantidad de personas permitidas por nuestro
ADN supera con creces el número de personas que existen. Cada espermatozoide que
no alcanzó un óvulo es una persona en potencia que jamás conoceremos.
Guitarristas mejores que Blackmore. Poetas superiores a Blake. Científicos más
brillantes que Darwin. O, sin más, buena gente.
Dicho en otros términos: la naturaleza tiene un mecanismo donde juega la
potencialidad de la existencia. Y esto, mis amigos, tiene el significado que
ustedes quieran darle. Yo sólo les menciono un hecho.
Permítanme mencionar otro hecho. Hay fetos que se gestarán por completo y, aún
así, no vivirán. Hay ocasiones en que, simplemente, el organismo no será capaz
de sobrevivir fuera del útero, por diversos motivos. Esto, con la tecnología
actual, puede saberse desde las primeras semanas de embarazo.
Una mujer en tal situación debe sufrir un trauma muy superior al del aborto.
Debe gestar durante nueve meses un hijo que no vivirá. En la práctica lleva en
sus entrañas un cadáver que se muere. Jamás hablará. Jamás la abrazará. Jamás lo
sostendrá en sus brazos. Todo cuanto podrá hacer es enterrarlo.
En algunos países, aunque el aborto sea ilegal, en tales condiciones,
excepcionales sin duda, se permite interrumpir la gestación. Reitero: en algunos
países. No en todos.
Y en este punto me gustaría señalar algo que debiera tener en cuenta la mitad de
ustedes antes de tomar posición: es fácil oponerse cuando se es hombre. Nosotros
no lo experimentamos más que como testigos. No es nuestro el peligro de morir en
el comedor de la vecina, no es nuestro el cuerpo donde debe gestarse el feto.
Me atrevo a decir que, en demasiadas oportunidades demasiados de nosotros,
juzgamos por el simple hecho de vivir insertos en una sociedad patriarcal que,
aún hoy, privilegia al género masculino.
Son demasiados los factores que no tomamos en cuenta a la hora de hablar. Sí,
hay preservativos gratuitos provistos por el estado, pero no educación para
todos. Todos los que nacimos a partir de 1980 fuimos bombardeados por la
televisión con el mensaje que nos indicaba que usáramos preservativos, pero eso
no significa que estemos formados. Sólo estamos informados. Y con eso no
alcanza.
¿Qué hay del sempiterno “de eso no se habla”, aún tan presente en muchos sitios,
como por ejemplo las provincias feudales? Si una chica de trece años no puede
preguntar a un adulto cómo cuidarse a la hora de disfrutar de su cuerpo, ¿cómo
podemos pretender que exija a su compañero que utilice un profiláctico?
Esto se nota mucho más en los sectores humildes. En las villas, entre gallinas,
en los chiqueros, los excluidos, los silenciados, los que desconocen la
existencia de un mundo más allá de la mugre...
Saben que existen los métodos anticonceptivos pero, quizás, nunca se plantearon
el utilizarlos. Porque el chico de 15 años que trabaja como jornalero se limitó,
como mucho, a decirle a su noviecita de 12 “Tomá pastillas” y ella no tiene idea
de cómo conseguirlas, o no comprende que el ingerirlas, para que sean efectivas,
debe ser un hábito.
Y lo cierto es que al sistema nada le conviene más que una sociedad ignorante,
porque así es más dócil y, por ende, más manipulable, funcional a sus fines; a
los fines de las corporaciones, que están interesadas en vender miles de cosas
que nadie en verdad necesita. Sí, amigos míos, el cartonero también tiene
celular.
Y la Iglesia, esa que no dudó en masacrar culturas enteras, sólo se preocupa por
los nacimientos. Defiende el parto, no al individuo. Defiende el bautismo,
defiende su bolsillo, repleto gracias al trabajo de todos nosotros, ya que la
mantiene el Estado. ¿Y luego me hablan de moral? Excluyan tal concepto de esta
discusión, por favor.
Así nos quieren: pobres e ignorantes, meras ovejas guiadas por un siniestro
pastor.
Y luego los hijos de los pobres nacen al desamparo. Al frío. Al hambre. A las
calles. Vienen a soportar la exclusión económica, social y cultural. Y tienen
que ser buenos pobres, conocedores de su lugar, allá, al fondo de la putísima
jerarquía. El resultado es violento. Pero no importa, pedimos manos dura y, tras
defender a ultranza la vida, reclamamos al gobierno la pena de muerte.
Porque al negarnos a una debida regulación del aborto, gratuita y en condiciones
sanitarias dignas, este es el resultado. Una vez más, “¡Viva la muerte!”. La de
la mujer en el comedor, la del crío en las calles, la del peatón en un asalto.
No han cambiado nada desde 1936.
Por un aborto legal, seguro y gratuito, para los que DE VERDAD defienden la
vida.
Diego Nieto | Maldito Lobo
www.unamaldicion.com.ar