Que florezcan cien flores

Por Julio Ruiz

“Era el cimiento de la nación que asomaba”
Raúl Scalabrini Ortiz – El 17 de Octubre

“Y nadie pone vino nuevo en odres viejos;
de otra manera el vino nuevo rompe los odres,
y el vino se derrama y los odres se pierden”

San Marcos, 2;22


Un estremecimiento recorre la Argentina. Una presencia la recorre, la atraviesa, se hace presente en una manifestación caudalosa y trascendente.

Vinieron desde el “subsuelo de la patria”, ese de la genial metáfora escalabriniana; emergieron a la luz desde las tinieblas en que pretendían invisibilizarlos los viejos personeros de la derrota y el desaliento; vinieron con sus sentimientos a flor de piel, llorando pero también cantando, alentando y alentándose, expresando lo esencial de la cultura y la política popular. Los que nunca entienden nada, siguieron sin entender. No pueden, pero tampoco quieren entender. Porque la verdad es demasiado elocuente para sus oscuros corazones. Ellos, lo pretendían definitivamente sepultado tras la orgía de sangre y muerte de 1976.

Nos encontramos en la bisagra histórica en la que parecen apagarse los últimos rescoldos de la hoguera que encendiera la última dictadura. Los personajes y los hechos quedaron al desnudo, a la vista de todos los que quieran ver.

Los enemigos de la nación así lo comprendieron y su reacción fue acorde a sus oscuros designios de violencia y mezquindad.

El pueblo en marcha ha reaparecido en el horizonte de la patria. La “gente” se diluye en medio de una nueva conciencia de comunidad en movimiento. La “gente – masa” moldeada por décadas de demolición del alma popular; del aluvión contracultural destinado a exaltar la ignorancia, a anestesiar conciencias y destruir memorias y solidaridades, ha comenzado un nuevo camino de reconstrucción del ser.

Es el movimiento nacional que renace de sus cenizas, de su sangre y su memoria histórica. Es el mismo pueblo de la Reconquista, del Cruce de los Andes, de la Vuelta de Obligado, el de la gesta de la “Causa contra el Régimen falaz y descreído” de Yrigoyen, el del 17 de Octubre y la Resistencia de Perón.

Pretendieron invisibilizarlos a través de la Matrix de los medios hegemónicos que proyectan sus deseos imaginarios a través de una realidad virtual desconectada de toda verdad.

Ese pueblo, munido de antiguos saberes, renovada conciencia y plagado de frescos rostros juveniles está en la calle, en las plazas, en las reuniones, en las discusiones, visible nuevamente, y nuevamente rebelado frente a la sordidez obscena del poder.

Las multitudes que desbordaron las calles de Buenos Aires en las festivas, inolvidables y movilizantes jornadas del Bicentenario, así como en la despedida final a Néstor Kirchner que alcanzaron su punto máximo en Río Gallegos, trayendo a la memoria aquella plebeya manifestación de fervor y afecto que arrebatara el féretro de Yrigoyen hace casi ochenta años, transportándolo a pulso, marcan un hecho fundacional, un quiebre en la historia de nuestro país, inaugurando una nueva época. En esos actos están reflejadas las esperanzas intactas de nuestro pueblo y éstas no pueden, no deben quedar frustradas.

El movimiento nacional ha renacido vigoroso, con nuevos fuegos y no acepta viejos encuadramientos. Porque el movimiento nacional asume la forma de la conciencia del pueblo argentino en su conjunto. Demanda conducción, pero no aceptará encorsetamientos en “odres viejos” que nada le significan y no lo pueden contener.

“Que florezcan cien flores” es la consigna y la tarea del momento. Los viejos partidos políticos que fueran sepultados en la ciénaga de principios de siglo, podrán tener una existencia latente, pero la marea es muy fuerte para que se pueda siquiera pensar que sólo ellos sean los depositarios del ímpetu popular; éste los trasciende, así como a todas las estructuras que tuvieran protagonismo a lo largo del siglo XX.

En esta nueva época histórica no habrá lugar de preeminencia para los mercaderes de la política; el burdo pragmatismo como único método de construcción; la política de “negocios”; los “mariscales de la derrota y el desaliento” o los cotos cerrados del “cliente” del funcionario de turno. El pueblo sólo acepta el testimonio de vida de sus dirigentes como horizonte de conducción. De ahí el reconocimiento a Néstor Kirchner. Sólo podrá conducir quien ofrezca pruebas de estar comprometido hasta el fin con un proyecto que cambie definitivamente el rumbo que se había impuesto desde marzo de 1976. Conducción que garantice la reparación, la restitución, la devolución, de los derechos que anidan en la cultura y la memoria histórica del pueblo argentino.

No se podrá encerrar el vino nuevo en envases desvencijados. No sólo los jóvenes – pero sobre todo ellos – están dispuestos a recorrer un camino de promisión. Un camino antiguo como la patria, hoy renacido nuevo. La conducción se vislumbra garantizada; necesitamos estructuras políticas nuevas que puedan dar cobijo y direccionalidad al cimiento popular de la nación que asoma.

17 de noviembre de 2010

ruifor@bvconline.com.ar

 

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