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Certezas y mitos del crecimiento económico
Por Arturo H. Trinelli *
Hoy en día casi no existen dudas respecto del gran crecimiento de la economía
nacional de los últimos años. Los indicadores macroeconómicos son contundes y
una simple lectura de los mismos ratifica la recuperación argentina luego de la
debacle de la Convertibilidad y de la crisis del 2001.
Al respecto, el último informe del Instituto Argentino de Mercado de Capitales (IAMC)
refleja las mejoras de las variables económicas más importantes en relación al
último año.
La recaudación tributaria de septiembre alcanzó los $ 35.649 millones, monto que
reflejó un aumento interanual nominal de 36%. Los ingresos por IVA crecieron un
35.3% interanual y representan en sentido amplio un tercio del crecimiento
global de la recaudación, lo cual explica el estímulo permanente al consumo y al
dinamismo del mercado interno como elemento fundamental de incentivo al
crecimiento. La recaudación por comercio exterior (aranceles y exportaciones)
creció 81% interanual. De este modo, el acumulado entre enero y septiembre de
este año sumó $ 299.260 millones, lo que significó un aumento nominal interanual
del 33.4%.
Según las cifras del Estimador Mensual Industrial (EMI) elaborado por el Indec,
la actividad manufacturera también creció, registrando un volumen acumulado de
producción industrial en lo que va del año de 9,4%, un 8,7% más respecto al
2009. Sin dudas, el auge de la producción automotriz explica en gran medida este
incremento. Para tomar los últimos datos de la Asociación de Fábricas de
Automotores (ADEFA) entre enero y octubre la producción trepó a 579.988 unidades
contra 403.279 de igual período del año anterior, al sumar las 67.495 fabricadas
el mes último.
Pero también ha habido incrementos directamente relacionados al consumo. Así,
según datos del Indec, las ventas de supermercados totalizaron $ 40.330
millones, lo cual representó un alza interanual del 22.2%. Este aumento sin
dudas fue motorizado por medidas como la Asignación Universal por Hijo, pues sus
beneficiarios destinan mayoritariamente sus recursos nuevos a la compra de
alimentos básicos. Las ventas en Shoppings, a su vez, representaron un aumento
nominal interanual del 32%.
El Sector Externo también arroja cifras promisorias que revelan la notable
recuperación de la economía argentina. Las exportaciones de agosto totalizaron
u$s 6.369 millones, lo que representó el quinto mes consecutivo con un nivel
superior a los u$s 6000. La balanza comercial registrada en el mes de
septiembre, según el Indec, arroja un superávit de u$s 1.067 millones, lo que
significa un aumento del 23% con respecto al año anterior. A esta continua
evolución superavitaria del sector externo, se le agrega una marcha de la
economía con indicadores locales sólidos, como la cantidad de reservas del Banco
Central, con más de u$s 52.000 (contra todos los pronósticos apocalípticos de
principios de año cuando se debatía su utilización para el pago de parte de la
deuda) y bajas de los índices de desempleo y pobreza, que marcan una senda
consecuente con el crecimiento destacado del PBI y de los indicadores más
importantes de la economía.
Viento de cola
Sin embargo, a pesar que nadie duda de la recuperación del país, en lo que no
hay acuerdo es sobre las razones o causas del crecimiento. Desde algunos
sectores se continúa sembrando un manto de sospecha sobre el modelo económico
vigente, diciendo que no es sustentable a largo plazo, como ha declarado en su
última visita al país el economista Nouriel Roubini.
En este sentido algunos analistas y medios de comunicación han repetido
frecuentemente que el mismo se debe al “viento de cola” actual. La expresión
remite a un impulso recibido por parte de una serie de factores internacionales
registrados durante el presente período. Aunque simplistas en exceso, en general
estas explicaciones se atribuyen a los precios de los commodities, en su mayor
parte soja o sus derivados, que estarían empujando casi por peso propio al
crecimiento del país. También este proceso sería facilitado por la caída de
tasas de interés a escala internacional.
La polémica en cuanto a las razones del crecimiento ha encontrado en los últimos
tiempos respuestas heterodoxas a las constantes críticas del establishment sobre
lo azaroso (y en consecuencia peligroso) que resulta, para esta visión, forzar
un crecimiento sobre circunstancias tan volátiles.
Así, los economistas de CENDA (Centro de Estudios para el Desarrollo Argentino)
Nicolás Arceo y Axel Kicillof (La Anatomía del nuevo patrón de crecimiento y la
encrucijada actual, Editorial Atuel, 2010) sostienen que el crecimiento de 8,5%
sostenido durante cinco años consecutivos fue mucho mayor que el incremento de
las materias primas y de los productos de exportación de la Argentina. En lugar
de ubicar al contexto internacional como única explicación-sostienen los
autores- en verdad la misma debería incluir como elemento fundamental la matriz
ideológica, que provocó una ruptura con la etapa anterior: la idea de que el
Estado podía volver a intervenir en la economía. Eso supuso transferencias hacia
el capital que dieron lugar a procesos de inversión y a políticas de
recuperación de empleo para alentar el consumo y el mercado interno. La novedad
no fue solo la recuperación estatal en la toma de decisiones sino también el
cambio en las fracciones de clase y entre clases, entendiendo a la política
económica como resultado de disputas entre diferentes clases sociales y
fracciones de capital, más allá del Gobierno que la ejecute.
Al mismo tiempo, un informe de hace unos años, elaborado por Bernardo Kosacoff y
Sebastián Campanario (La revalorización de las materias primas y sus efectos en
América Latina, Cepal, 2006) también puede ayudar a relativizar esta idea del
crecimiento reducido a la mera suerte de contar con un contexto internacional
favorable. Los autores advierten que una asociación directa entre el aumento del
precio de las commodities, por la constante demanda de India y China, y el
crecimiento de los países productores de materias primas puede dar lugar a
interpretaciones equivocadas, en la medida en que ese crecimiento no impactó en
todos de la misma manera. Uno de los casos más ilustrativos quizás haya sido el
de Chile, beneficiado por una importante suba del cobre (que involucra casi la
mitad de sus exportaciones) pero con México como perdedor de un proceso que,
siguiendo la lógica, debería haberlo beneficiado. Argentina, hasta el 2006,
parece entonces haber crecido por el volumen de toneladas exportadas más que por
el precio internacional de su producción, pues la variación del precio de la
soja en el período 2002-2006 fue de 5,9% mientras que el país crecía a tasas
superiores al 8% en esos años, crecimiento por cierto muy significativo teniendo
en cuenta la crisis de la que se venía hacía muy pocos años. La conclusión es
que no se pueden establecer asociaciones lineales entre aumento de precios de
las commodities y crecimiento de los países, sino ver caso por caso para evaluar
de qué manera esos incrementos incidieron en cada país. Los autores se ocupan de
demostrar que en el caso argentino el crecimiento fue mucho mayor al precio
internacional de su principal producto.
No se trata de minimizar el contexto internacional favorable al crecimiento, sin
duda importante, sino de relativizar esa vinculación directa que pretende atar
el crecimiento únicamente a la dinámica del comercio exterior, cuando en verdad
vemos que el mismo en el caso argentino no fue tan lineal. Además de reducir el
fenómeno del crecimiento, por demás complejo, a una única causa, en realidad la
crítica es hacia lo que induce este argumento, que es relativizar las políticas
económicas diseñadas desde el Gobierno y dejar librado el crecimiento del país
simplemente al azar. Consecuentemente, lo que se sugiere es que cualquier
administración bajo estas circunstancias podría lograr la misma recuperación
económica registrada hasta ahora.
Pero además de lo cuestionable que resulta reducir la explicación del
crecimiento a la suerte, con conclusiones semejantes también se dispersan
opiniones que deberían contribuir al debate sobre la manera de mejorar
debilidades estructurales de la economía, como el aumento de precios por la
presión de grandes empresas, la concentración industrial, la explotación privada
de recursos naturales y su consecuente deterioro ambiental, o la estructura
regresiva del sistema tributario, entre otros aspectos a considerar.
Resulta imposible entonces pensar en el mito del viento de cola soplando a favor
durante tantos años. Por el contrario, lo que se observa es una política
económica y social con mirada autónoma, sensible a factores externos pero con
decisiones de macroeconomía interna consistentes, cuyo elemento más
significativo quizás esté relacionado a un cambio de paradigma ideológico con
respecto a la etapa anterior, basado en el fomento al mercado interno y a la
recuperación de los trabajadores como agentes dinamizadores del consumo y la
actividad económica, antes que a cuestiones coyunturales del comercio
internacional y del lugar que ocupa hoy la Argentina como productora de
alimentos. La superficialidad de estos análisis provenientes de la ortodoxia
reduce en explicaciones simplistas procesos donde intervienen múltiples
factores. Cuanto menos deberían reconocer, aunque les cueste, la aplicación por
parte del Gobierno de medidas domésticas de política contracíclica que
apuntalaron el crecimiento sobre bases sólidas.
* Politólogo UBA-CLICeT