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La
experiencia argentina en tiempos de crisis internacional
Por Arturo H. Trinelli
Un informe del JP Morgan publicado por el Diario La Nación el 10 de octubre de
2000 afirmaba que la economía argentina era la más estancada del mundo en aquél
año. Con un aumento en su PBI de apenas 0,5%, el análisis internacional Global
Data Watch elaborado por ese banco preveía que la Argentina sería el país con
menor crecimiento a escala mundial, a partir de un pobre rendimiento de sus
indicadores macroeconómicos proyectados en el corto plazo. Por entonces ni los
más pesimistas preveían la debacle económica posterior, que conduciría a las
jornadas de diciembre del 2001, los asesinatos en las calles y la declaración
del default.
Hoy los desequilibrios financieros amenazan a las principales economías del
mundo. Actualmente, hablar de ajuste, crisis, déficit y desocupación parece lo
más común en el discurso de los dirigentes de los países industrializados. Así
como la Argentina durante los noventa había naturalizado la posibilidad de
achicar el Estado, despedir trabajadores, privatizar empresas y desmantelar su
industria nacional, ahora algunos países del primer mundo aparecen como las
principales víctimas de ese modelo de especulación financiera y sus poblaciones,
desacostumbradas a padecer las consecuencias de economías que tradicionalmente
posibilitaban altos estándares de vida, hoy asisten perplejas a un contexto de
crisis general que hasta el momento sólo conocían por referencias ajenas.
Algunos de esos países están atravesando esta crisis con penosas consecuencias.
Irlanda ha sido el caso más resonante, pero en los últimos meses muchos otros
vienen sufriendo los efectos de la especulación financiera.
El mes pasado, Francia vivió gran cantidad de protestas por la reforma
jubilatoria que impulsaba el Presidente Sarkozy, donde miles de personas
reclamaban por la ampliación de la edad jubilatoria mínima de los 60 a 62 años,
y de 65 a 67 años la edad para cobrar una pensión completa. Con un crecimiento
previsto para el año que viene de apenas 1.6%, el Gobierno estará obligado a
revisar su gasto público si pretende evitar mayores costos sociales.
La canciller alemana Angela Merkel impulsó hace unos meses un presupuesto que
fue el más duro desde la Segunda Guerra Mundial. Se prevén ahorrar 11.200
millones de euros, con ajustes presupuestarios en casi todos los sectores de su
economía. Para ello, entre otras cosas se modificará la política de subsidios a
desempleados y personas con derecho a ayuda para el alojamiento, y se reducirán
los subsidios por hijos. Estos ajustes le permitirán al Gobierno encarar la
última parte del año con un aumento de su PBI de 2.2% en relación al primer
trimestre.
España vive en la actualidad una muy delicada situación económica, con recesión
hace dos años y una desocupación que, según el FMI, alcanza casi el 20%. La
situación de su vecino Portugal no es menos preocupante: el pobre crecimiento de
los últimos tiempos ha generado una deuda pública de 161.000 millones de euros
(unos 220.000 millones de dólares), es decir más del 82% de su PBI, según
sostuvo en declaraciones recientes Joao Cravinho, director del Banco Europeo
para la Reconstrucción y el Desarrollo. En ese contexto, el parlamento portugués
se dispone a votar un presupuesto de austeridad que incluye baja de salarios y
alza de impuestos, para recortar el déficit de 7.3% del PBI al 4.6%, lo cual ha
provocado una huelga masiva con un acatamiento que en el país no se vivía desde
1988.
Por su parte, el Gobierno británico acaba de anunciar en el Parlamento la mayor
reducción del gasto público desde la Segunda Guerra Mundial, un plan que prevé
recortar beneficios y eliminar medio millón de puestos de trabajo en el sector
estatal de aquí a cinco años. El Ministro de Economía, George Osborne, ordenó
recortes de gastos por 83.000 millones de libras (130.000 millones de dólares)
hasta 2015 y una suba de impuestos que, según afirmó, serán necesarios para
contener el déficit fiscal del país, que el año pasado llegó a 255.000 millones
de dólares. La idea del gobierno del primer ministro conservador David Cameron
es la de reducir el rojo británico del 11 por ciento del Producto Bruto Interno
(PBI) a un 3 por ciento. Esto provocó la lógica reacción de sindicatos que han
estado reclamando y manifestando su malestar por el ajuste.
El Gobierno de Obama vive hoy por hoy también una delicada situación económica,
que le lleva a financiar su déficit comercial a través de emisión monetaria, lo
que está impulsando una “guerra de divisas” que en la última Cumbre del G-20 fue
la principal discusión entre las principales potencias. El tema principalmente
enfrenta a EE.UU. y a China, que resiste las presiones norteamericanas para
apreciar su moneda, y muchos especialistas ya están hablando de un problema sin
solución en el corto plazo.
Un ejemplo desde Latinoamérica
Los casos se multiplican y las crónicas que nos hablan de la delicada situación
en el resto del mundo ya son parte de la agenda diaria. En paralelo, el
deterioro en los sistemas políticos es muy fuerte, con caída de popularidad en
la mayoría de los casos, donde España e Irlanda aparezcan quizás como los más
emblemáticos.
Todos estos países han sido víctimas del capital financiero especulativo. La
desregulación de la actividad financiera ha demostrado ser un obstáculo
fundamental al crecimiento y parece ser incompatible con el comportamiento
ordenado de las relaciones económicas internacionales. El camino siempre ha sido
el mismo: orientar la economía hacia la exportación, de manera de conseguir la
mayor cantidad de recursos posibles para hacer frente a los pagos
internacionales. Pero esto al mismo tiempo plantea el interrogante de quién
absorberá la producción de esos países que buscan salir de la crisis o evitar el
default vía sistemáticos ajustes que deprecian su demanda interna. El peligro
conduciría así a un callejón sin salida: si se produce para vender más y
fortalecer el comercio exterior, pero al mismo tiempo todos los países afectados
por la crisis deprecian salarios o expulsan trabajadores, los incrementos
impositivos que se proyectan para viabilizar pagos de deudas externas o
equilibrar presupuestos no tendrían lógica alguna.
En realidad, lo que se observa es que la línea ortodoxa que propone evitar la
cesación de pagos vía ajuste estructural de la economía conduce al estancamiento
productivo, el deterioro de los liderazgos políticos y el aumento de la
conflictividad social, entre los efectos más visibles.
En ese sentido, la Argentina tiene algo para mostrarle al mundo. Su experiencia
de debacle económica y notable recuperación en apenas un puñado de años debería
ser tomado como ejemplo de cómo se puede crecer cuando hay una decisión política
concreta de tomar las riendas de la política económica y ejercerla con
soberanía. En primer lugar, intentando eliminar los condicionamientos
estructurales para lograr un progresivo margen de autonomía en las decisiones,
sin perder de vista lo esencial: resulta mucho más útil y necesario para la
economía mundial el gasto de un trabajador o la construcción pública de
infraestructura que la defensa de las elevadas tasas de ganancias de los bancos.
Así, entendiendo al consumo interno como elemento central del modelo económico,
se puede continuar retroalimentando el mercado financiero y sus estruendosas
ganancias. La Argentina lo ha logrado: es el país que tiene una de las políticas
sociales más inclusivas de Latinoamérica (con medidas como la Asignación
Universal por Hijo que representa el 0.6% de su PBI, transformándose en el país
que más recursos destina a tal fin entre aquellos que han implementado medidas
semejantes), quien ha incorporado a más de 2.500.000 nuevos jubilados al Sistema
Previsional, registrando la tasa de cobertura más importante de Latinoamérica,
pero también es el país en donde los banqueros registran mejores ingresos. Así,
según el último informe de bancos del BCRA, las entidades bancarias ganaron $
1.069 millones en septiembre, y acumulan en los primeros nueve meses del año un
resultado positivo de $ 7.746 millones, lo que implica un incremento de más del
31% respecto del mismo período de 2009.
La experiencia argentina entonces es emblemática y aleccionadora: la mejor
manera de salir de la crisis es recuperar el control político de la economía.
Logrado eso, nuestro país apostó al crecimiento aplicando dos estrategias en
paralelo. Por un lado, eliminando los condicionamientos externos
(reestructurando su deuda externa exitosamente) y por otro lado incentivando el
mercado interno y el consumo doméstico como principal elemento de recaudación y
reactivación económica. Se trata de un modelo exitoso que es esencialmente
redistributivo y al mismo tiempo garantiza un buen rendimiento de su actividad
financiera. Son estrategias que a la luz de los resultados parecen mucho más
exitosas que continuar confiando a las leyes del mercado el bienestar de los
países y las personas.
* Politólogo UBA-CLICeT