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El
operativo en la Iglesia Santa Cruz
Por Sebastián Alejandro Rey
Abogados por la Justicia Social (AJUS).
Si los jueces no adoptan las medidas para que los juicios a los responsables del
terrorismo de Estado se lleven adelante en un corto plazo, más víctimas,
testigos e imputados morirán y la impunidad habrá triunfado.
MEMORIA. Hoy [6 de diciembre] se cumplen 33 años del operativo realizado en la Iglesia Santa Cruz
por el Grupo de Tareas 3.3.2 de la Armada Argentina, donde fue secuestrada la
hermana Alice Domon. Dos días más tarde, fueron privadas de su libertad Azucena
Villaflor la hermana Léonie Duquet. Mucho se conoce en la actualidad sobre la
vida de las hermanas Alice y Léonie a través de documentales, entrevistas y
numerosas notas. Algo similar ocurre con relación a Azucena, una de las
fundadoras de Madres de Plaza de Mayo. Sin embargo, otras nueve personas –cuyas
historias de vida también merecen ser recordadas– fueron víctimas de la
infiltración ideada por la mano derecha de Massera, Jorge “el Tigre” Acosta, y
practicada por Alfredo Astiz.
El 6 de diciembre de 1977, José Julio Fondovila y Horacio Aníbal Elbert habrían
sido secuestrados en la confitería Comet, ubicada en Paseo Colón y Belgrano,
donde se iban a reunir, para entregar a las agencias informativas extranjeras y
nacionales, copias de la solicitada que se iba a publicar en el diario La Nación
el Día Internacional de los Derechos Humanos. El primero, un empleado bancario
radical cuyo hijo Carlos había sido secuestrado tres meses antes, los domingos
solía reunirse con “Gustavo Niño” –sosías utilizado por Astiz–, la hermana Alice
y Elbert para intercambiar opiniones sobre las distintas actividades realizadas
o proyectar otras nuevas. Por su parte, el “Pelado” Elbert, de 27 años, militaba
en la Tendencia Universitaria Popular Antiimperialista y Combatiente, que estaba
ligada a la agrupación maoísta Vanguardia Comunista.
Dentro del grupo de personas que fueron secuestradas en la Iglesia Santa Cruz,
además de Domon se encontraban Ángela Auad, Patricia Oviedo, Raquel Bulit,
Eduardo Horane, María Esther Ballestrino de Careaga y María Eugenia Ponce de
Bianco. Auad, era una militante de Vanguardia Comunista de 32 años, que comenzó
a reunirse con el grupo de familiares dado que su esposo permanecía detenido a
disposición del P.E.N. desde 1974. Por su parte, Oviedo –quien a sus 24 años
realizaba trabajo social con la hermana Alice en villas de emergencia– había
comenzado a concurrir a las rondas en la Plaza de Mayo desde abril de 1977 en
virtud de que su hermano, Pedro, había sido secuestrado en junio de 1976.
También militaba en Vanguardia Comunista, al igual que Eduardo “Lelel” Horane,
quien estudiaba ingeniería en la Universidad de Buenos Aires. Horane había
estado casado con Raquel Bulit, estudiante de Filosofía y Letras de 33 años que
intervino activamente en la recolección de datos y aportes para la solicitada
mencionada. A “Mary” Bianco, le habían secuestrado a su hija Alicia. Por su
parte, Esther Ballestrino de Careaga, doctora en Bioquímica y Farmacia era una
militante de gran trayectoria que fundó el Movimiento Femenino del Paraguay.
Perseguida por la dictadura militar de Moriñigo, se refugió en la Argentina en
1947. A raíz del secuestro de sus dos yernos y de una de sus hijas –Ana María–,
a los 59 años comenzó a participar de las reuniones celebradas entre familiares
de desaparecidos. Su caso resulta paradigmático ya que su compromiso no cesó en
septiembre de 1977, cuando su hija fue liberada y continuó acompañando a las
Madres en su lucha.
La última víctima fue el discípulo predilecto de Quinquela Martín, Remo Carlos
Berardo, quien junto a su hermana Lucía intentaban conocer el paradero de su
hermano Amado, quien se hallaba desaparecido. Su secuestro se produjo en su
atelier en el barrio de La Boca.
Las 12 víctimas fueron llevadas a la ESMA, donde se las torturó y, luego de dos
semanas, fueron “trasladadas” en los “vuelos de la muerte”. Gracias a la
infatigable labor del Equipo Argentino de Antropología Forense los restos óseos
de Auad, Ponce de Bianco, Duquet, Villaflor y Ballestrino de Careaga que habían
sido enterrados como N. N. en el cementerio de General Lavalle, lograron ser
identificados. Los cuerpos de las otras siete víctimas no han sido hallados
hasta el momento.
JUSTICIA. A más de 30 años de los hechos, las “víctimas de la Santa Cruz” no
descansan en paz. Son numerosos los responsables del terrorismo de Estado que
han fallecido, ascendiendo a 40 el número de responsables de la ESMA que
murieron sin ser condenados por los delitos cometidos. Si bien algunos se
beneficiaron por la vigencia de las Leyes de Obediencia Debida y Punto Final,
desde 2003 sólo la lentitud de los tribunales ha impedido que se haga justicia.
En el caso concreto de la causa ESMA, el Tribunal Oral en lo Criminal Federal Nº
5 es el encargado de llevar adelante la totalidad de los juicios sobre delitos
cometidos en dicho centro clandestino de detención. Su primer debate culminó con
escándalo luego de que cuatro días antes de la sentencia, el prefecto Febres
falleció en circunstancias poco claras, no habiéndose sancionado hasta el
momento a los responsables del régimen privilegiado de detención, visitas y
salidas que gozaba el imputado. El segundo juicio comenzó el 11 de diciembre de
2009, es decir, hace casi un año y los pronósticos indican que no terminará
antes de mediados del año que viene. Procesos de la complejidad de estas causas
requieren un mayor activismo por parte de los magistrados, toda vez que los
principios de celeridad procesal e inmediación se ven claramente afectados.
Muchos actores adjudican los retrasos en los avances de los procesos a la
actividad de las defensas. Al respecto, debe advertirse que sin la presencia de
las defensas públicas, los juicios no se podrían realizar: toda persona tiene
derecho a ser asistida por un defensor por lo que resultan imprescindibles.
Asimismo, debe destacarse que en todo momento los jueces tienen la facultad y el
deber de asegurar que no se afecte el honor y la seguridad de los testigos –por
ejemplo, evitando que tengan que declarar en numerosos juicios revictimizándolos–
y que no se rechacen los recursos manifiestamente dilatorios, es decir, tienen
la responsabilidad primaria de controlar que no se impida el avance de la
investigación.
Los antecedentes hasta ahora no son muy favorables para los miembros del TOF 5
en cuanto al cumplimiento de su deber de garantizar la investigación y sanción
de los responsables de graves violaciones de Derechos Humanos. A la muerte del
imputado Febres en el año 2007, deben añadirse actitudes claramente contrarias a
derecho. Un ejemplo de ello es la recusación del juez Hergott por su presunta
falta de imparcialidad. Hergott había formulado una denuncia en base a una
manifestación expresada por un defensor que se había referido a los juicios
donde se investigan delitos contra la humanidad como “una vergüenza jurídica”.
El magistrado le manifestó su discrepancia advirtiéndolo sobre la importancia de
los jueces para aclarar estas cuestiones “y evitar la impunidad”. Los jueces
utilizaron la definición del término “impunidad” que figura en el Diccionario de
la RAE, entendida como “la falta de castigo”, por lo que consideraron que
Hergott había exteriorizado una predisposición subjetiva contra los acusados,
que ponía en duda su imparcialidad. Resulta increíble que tal medida se
fundamente en la definición de impunidad que aparece en un diccionario y no en
la jurisprudencia constante de la Corte Interamericana, cuyos fallos son
obligatorios para todos los jueces argentinos, que la ha definido como “la falta
en su conjunto de investigación, persecución, captura, enjuiciamiento y condena
de los responsables de las violaciones de los derechos protegidos por la
Convención”. De allí se deriva que el castigo es sólo la consecuencia de la
investigación y el posterior juicio donde se respeten todas las garantías de las
partes. Por ende, evitar la impunidad no implica el castigo indiscriminado de
personas, sino sólo de quienes en función de las pruebas reunidas en un juicio
justo sean encontradas culpables.
En síntesis, como señala el viejo aforismo “justicia retardada es justicia
denegada”. Si los jueces no adoptan las medidas necesarias para que los juicios
a los responsables del terrorismo de Estado en la Argentina se lleven adelante
en un corto plazo, más víctimas, testigos e imputados morirán y la impunidad
habrá triunfado. Asegurar que ello no ocurra es obligación de toda la sociedad.
08/12/10 Tiempo Argentino