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Un
santo patrono de la prensa “independiente”
[Primera nota]
A Martín García y Gabriel Fernández
Roberto Bardini *
Aunque la historia nunca se repite como calco o fotocopia, quizás sea cierto que
a veces reitera como farsa lo que en el pasado fue tragedia. Hay hechos y
personajes que parecen retornar al presente, como déjà vu o taquicardia,
fantasmas reciclados o clones con defectos de fábrica. Son réplica de viejos
tiempos que conviene no olvidar.
El aniversario del Combate de la Vuelta de Obligado en 1845, que por primera vez
en la historia argentina se conmemora oficialmente, es buen motivo para recordar
un pasado que cotidianamente se reestrena en lo actual. Sólo basta leer diarios
y revistas, escuchar radio o mirar televisión para comprobar que el
enfrentamiento entre unitarios y federales de ayer se prolonga entre liberales y
nacionales de hoy.
Dos periodistas
En 1843, por encargo del porteño Florencio Varela, el cordobés José Rivera
Indarte comienza a redactar el libelo Tablas de Sangre. Los dos son periodistas
y unitarios. Están exiliados en Uruguay y se proponen divulgar en Europa los
“crímenes” cometidos por Juan Manuel de Rosas.
Varela viajará a Gran Bretaña y Francia para solicitar la intervención militar
de las dos potencias en el Río de la Plata y el derrocamiento del “tirano”
federal. Antes, ha sido colaborador de Bernardino González, más conocido como
Rivadavia¬ y famoso por contraer el empréstito de la firma británica Baring
Brothers que endeudó al país durante 80 años. Ahora, en Montevideo, el
desterrado se entiende bien con brasileños, británicos y franceses. Tan bien se
entiende con ellos que propone separar a Corrientes y Entre Ríos de la
Confederación Argentina para crear una nueva república en la mesopotamia.
Rivera Indarte, que ha sido federal, tiene veleidades de poeta: su primera obra,
en 1834, es un exaltado Himno a los Restauradores. “Oh, Gran Rosas, tu pueblo
quisiera / mil laureles poner a tus pies”, escribe. Pero también posee otras
inclinaciones, menos literarias: en 1839 huye a Londres acusado de estafa y
falsificación de documentos. Ese mismo año cambia rápidamente de bando y redacta
Al tirano Juan Manuel de Rosas, donde lo define como “conjunto horrible de
malvado y loco”.
El historiador y novelista Vicente Fidel López, que fue su compañero de escuela,
lo describe en su Autobiografía, publicada en 1896, como precoz autor de
libelos. También lo recuerda como “canalla, cobarde, ratero, bajo, husmeante y
humilde en apariencia como un ratón”. Y el historiador Manuel Gálvez relata en
su libro Vida de Juan Manuel de Rosas, editado en 1940, que Rivera Indarte fue
expulsado de la Universidad por sustraer libros de la biblioteca y que “posee
tanto talento periodístico como falta de escrúpulos para calumniar”.
Un muerto, un penique
En 1845 las Tablas de Sangre se publican por entregas en el Times, de Londres, y
Le Constitutionelle, de París. Número a número, detallan la lista de víctimas de
Rosas por degüello, fusilamiento, decapitación o envenenamiento. Son 480
personas… pero para llegar a esa cantidad, Rivera Indarte incluye a fallecidos
de muerte natural, a muertos anteriores a la llegada del Restaurador al poder, a
cadáveres sin identificar y a nombres inventados.
Rivera Indarte cobra un penique por muerto. Cada penique equivale, en valores
actuales, a 17.50 dólares. Aquellos 480 asesinados –la mayoría ficticios–
representan 8.400 mil dólares de hoy. Según el historiador José María Rosa, los
paga la Casa Lafone, concesionaria de la Aduana de Montevideo. Su dueño es
Samuel Lafone, un inglés descendiente de franceses que apoya a los unitarios,
posee tierras en las Islas Malvinas y es dueño del vapor Lafonia, que viaja de
la Banda Oriental a Port Stanley.
Con la esperanza de cobrar algunas libras más, el escriba agrega otras 22.560
muertes… que en realidad son los caídos de ambos bandos durante las guerras
civiles de 1829 en adelante. Y de paso, lo acusa de malversar fondos públicos,
considerar adúltera a su “respetable madre”, insultar a su padre moribundo,
abandonar a su esposa enferma y violar reiteradamente a su hija Manuelita.
Viéndolo en perspectiva, el plumífero unitario podría ser el santo patrono de
ciertos informadores actuales, que se autodenominan “profesionales” o
“independientes” para diferenciarse de la nueva especie de mazorqueros de la
comunicación que son los periodistas “militantes”.
La pregunta es: Varela y Rivera Indarte, representantes del bando que vence a la
“primera tiranía” en la batalla de Caseros en 1852, cuyos herederos derrocan en
septiembre de 1955 a la “segunda tiranía” de Juan Perón y en marzo de 1976
destituyen a su esposa, ¿son profesionales o militantes?
[Continuará]
Las
Tablas de Sangre de Elisa Carrió
[Segunda nota]
Por Roberto Bardini *
Las Tablas de sangre redactadas por José Rivera Indarte en Uruguay y divulgadas
por Florencio Varela en 1843 en Gran Bretaña y Francia tienen por objetivo la
intervención militar de estas dos potencias en el Río de la Plata y el
derrocamiento de Juan Manuel de Rosas. Estos dos malos argentinos inauguran un
estilo que, con variantes, se repetirá a lo largo de los años y se resume en la
dicotomía formulada por Domingo Faustino Sarmiento desde Chile en 1845:
civilización y barbarie.
Independientemente de los desvelos unitarios, dos años después el Reino Unido y
Francia deciden enviar sus flotas a la América del Sur. El pretexto es la
“intervención humanitaria” para proteger las vidas de los súbditos británicos y
franceses residentes en Montevideo. El verdadero motivo es imponer por la fuerza
la navegación en el Río Paraná para colocar sus productos manufacturados. Se
trata, en síntesis, de desestabilizar a la “tiranía” instaurada en Buenos Aires.
Pero la “barbarie” criolla no arruga ante los cañones que envía la
“civilización” europea a pedido de los unitarios. Por orden de Rosas, el general
Lucio N. Mansilla se instala en la Vuelta de Obligado y el 20 de noviembre de
1845 presenta combate. Allí, a pesar de la inferioridad de condiciones de los
patriotas federales, se escribe un glorioso capítulo silenciado durante décadas
por los académicos oficiales. La resistencia se prolonga durante meses con el
hostigamiento a la flota invasora desde las costas de Tonelero, Angostura del
Quebracho y San Lorenzo, continúa con el retiro de la escuadra naval
anglofrancesa y culmina tiempo después con el desagravio al pabellón nacional
con una salva de 21 cañonazos.
A 166 años de la “misión” de Florencio Varela en Gran Bretaña y Francia, la
historia parece repetirse como una tos convulsa mal curada. A principios de
noviembre de 2009, la señora Elisa María Avelina Carrió, diputada de la
Coalición Cívica, redacta sus propias Tablas de sangre para denunciar la actual
“barbarie” nativa. Lo hace a través de una carta dirigida a las embajadas de
Canadá, España, Estados Unidos, Francia, Italia y de algunos países
iberoamericanos.
A diferencia de aquellos unitarios de mediados del siglo XIX, la señora Carrió
no vive exiliada en Uruguay pero dispone de un refugio para meditar en el
democrático balneario de Punta del Este. Su carta, bastante menos voluminosa que
el libelo difamador de 75 páginas de Rivera Indarte, describe en sólo 1.510
palabras un cuadro de situación tan espantoso como inventado por el escriba
unitario en 1843.
La señora Carrió afirma que Argentina “sufre una inusitada escalada de violencia
que tuvo un inicio verbal pero que recientemente ha acentuado aspectos
alarmantes de violencia física”. Destaca “el permanente ataque al periodismo y
la legislación que pretende avasallar la libertad de expresión y la pluralidad”.
Se alarma por “la inexistencia de libertad sindical, la inseguridad jurídica, la
convalidación de violaciones al derecho internacional por parte del Ejecutivo,
el intento de acabar con la libertad de expresión y la corrupción generalizada
en los negocios públicos”. Denuncia “reiterados casos de espionaje interno sobre
opositores, periodistas, ciudadanos y la difusión de informaciones calumniosas
contra opositores”. Insiste acerca de “la estrategia intimidatoria, violenta e
ilegal adoptada por el oficialismo” y finalmente alerta sobre “formación
incontrolada de grupos armados en distintos puntos del país”.
En anteriores ocasiones la señora Carrió dijo el gobierno actual se inspira en
el líder soviético José Stalin, fallecido en 1953, y el dictador rumano Nicolae
Ceaucescu, ejecutado en 1989. En cierta forma, ella coincide con el abogado
liberal Mariano Carlos Grondona Poggi, quien tras la muerte de Néstor Kirchner
el 27 de octubre de este año, comparó a los seguidores juveniles del ex
mandatario con las Juventudes Hitlerianas. Curiosamente, tanto la lideresa de la
Coalición Cívica como el pensador televisivo buscan improbables referencias
europeas del siglo pasado.
Por fortuna, a los destinatarios de las nuevas Tablas de sangre de la señora
Carrió no se les ocurrió organizar una “intervención humanitaria” como la de la
flota anglofrancesa en el Río Paraná en 1845. O, para dar un ejemplo más actual,
como la coalición militar multinacional que “liberó” Afganistán en 2001 e Irak
en 2003.
[Continuará]
Adolfo
Saldías y “el lodazal sangriento de la prensa argentina”
[Tercera y última nota]
Por Roberto Bardini
Ya se dijo que aunque la historia nunca se repite, quizás sea cierto que a veces
reitera como farsa lo que antes fue tragedia. Por eso, en algunos momentos
conviene recordar un pasado que cotidianamente se reestrena, cuando el
enfrentamiento entre unitarios y federales de ayer parece prolongarse entre
liberales y nacionales de hoy.
El caso del abogado, político e historiador Adolfo
Saldías, fallecido en Bolivia el 17 de octubre de 1914, a los 65 años, y
considerado como iniciador del revisionismo histórico argentino, es elocuente.
Fue liberal, admirador de Bartolomé Mitre –a quien consideraba un maestro– y uno
de los fundadores de la Unión Cívica Radical en 1891. Sin embargo, hoy es
–siempre fue– ignorado por la Academia Nacional de Historia, la prensa de
efemérides, las generaciones jóvenes e, incluso, la gran mayoría de radicales
contemporáneos.
En Argentina siempre hubo motivos para justificar silenciamientos, rendiciones,
omisiones, ejecuciones y desapariciones. En el caso de Saldías, su falta grave
fue escribir tres tomos de Historia de Rosas y su época, publicados de 1881 a
1887, que se transformaron en cinco volúmenes titulados Historia de la
Confederación Argentina en 1892. Con abundante documentación de la época, ofrece
una imagen del Restaurador y sus adversarios muy distinta a las versiones
unitarias que circulaban hasta entonces y que aún persisten.
La minuciosa y honesta obra de este escritor liberal fue el equivalente a un
crimen de lesa patria. José María Rosa lo resume en el ensayo “Adolfo Saldías y
la génesis de la Historia de la Confederación Argentina”, publicado en 1960:
“Después llegaría el silencio. Los diarios cobraron una repentina afonía, los
críticos enmudecieron, los escritores callaron […]. Nadie hablaba, nadie
escribía, nadie comentaba el libro que él creyera iba a conmover a la Argentina.
No había ataques ni elogios. […] Nadie comentaba en público el Rosas, pero
desaparecía de los anaqueles. Al año de ponerse a la venta el tercer tomo, ya no
quedaba un solo ejemplar. ¿Éxito genuino o maniobra de algunos para hacerlo
desaparecer? Por consejo de Irigoyen lo volvió a editar, cambiándole el nombre:
ahora se llamaría Historia de la Confederación Argentina. La palabra ‘Rosas’ era
todavía demasiado fuerte para un libro argentino de historia”.
Para los cenáculos liberales –que más de un siglo después aún mantienen bajo
secuestro a la historia, la educación, la cultura y los medios de comunicación–
Saldías continúa siendo un “maldito”, uno más entre tantos otros condenados por
el index unitariensis.
Hoy, cuando ha estallado la controversia entre periodismo “militante” versus
periodismo “independiente”, Saldías adquiere una vigorosa actualidad. Su
descripción de la época de Rosas puede aplicarse al cotidiano campo de batalla
en el que se miden sin tregua una militancia oficialista acrítica, que abarca
los errores, y una enceguecida oposición a todo, que incluye los aciertos.
El historiador menciona “el lodazal sangriento en que se revolcaba en 1843 la
prensa argentina de Buenos Aires y Montevideo” y lo describe con estas palabras:
“Nunca como entonces se dio mayor publicidad a hechos más bochornosos para un
país. Nunca se llevó más allá la diatriba y el insulto en la polémica. Nunca se
exageró más las manifestaciones del odio político, en fuerza de la inaudita
vanagloria de convencer a los extraños, cuya alianza se buscaba, de que había en
la República Argentina una raza de caníbales”. Parecen líneas redactadas hoy.
Cuando se refiere al periodista José Rivera Indarte (1814-1845), autor de las
Tablas de sangre y santo patrono de la prensa “independiente”, lo define como un
“incansable propagandista de los odios que desgarraron su patria”, que vivía un
“estado de combatividad sangrienta” y un “apostolado de difamación”.
Y hay una conclusión de Saldías sobre este calumniador profesional que se puede
aplicar, con o sin copyright, a varios comunicadores actuales de la prensa
escrita, la radio y la televisión: “De todos sus trabajos no se extrae una sola
idea para el porvenir de su patria”.
* Periodista, escritor y docente.(ver info en
Wikipedia)