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Oro,
Estado y soberanía: hacia una mayor participación pública en la renta aurífera
Por Arturo H. Trinelli *
Hace unas semanas, el Gobierno Nacional firmó un acuerdo de paz social con
representantes de la actividad minera, a fin de evitar conflictos que alteren la
productividad del sector y entorpecer el humor social de cara a las elecciones
del año que viene. El documento final lo suscribieron representantes de la
Asociación Obrera Minera Argentina (AOMA), la Cámara Argentina de Empresarios
Mineros (CAEM) y la Cámara Argentina de Servicios Mineros (CASEMI). El acto fue
encabezado por la propia Presidenta Cristina Fernández, quien resaltó la
importancia de la minería como un sector estratégico para diversificar la matriz
energética, pero al mismo tiempo destacó que sólo es viable aquella compatible
con el medio ambiente. Expuso, así, uno de los aspectos más polémicos que
envuelve a un tipo de minería, la extractiva a gran escala, o “megaminería”, y
en particular la de oro a cielo abierto cuya explotación requiere de químicos
altamente tóxicos que ponen en riesgo reservas acuíferas naturales.
Más allá que hoy cualquier deterioro ambiental producido genere enormes
consecuencias económicas, el problema es muy complejo como para encararlo sólo
desde una perspectiva ecológica. El debate por la minería extractiva, además de
pensar en el medio ambiente, debe incluir la discusión por generar
emprendimientos productivos alternativos que posibiliten el desarrollo de
regiones históricamente postergadas.
La minería en la Argentina tuvo un notable fomento desde diferentes niveles del
Estado a partir de la década del noventa, dentro de un marco general de
exportación de commodities y bajo una estrategia del capital a nivel mundial por
buscar nuevos espacios de extracción de materias primas. La llegada de empresas
internacionales con nuevas tecnologías permitió hacer rentables para el mercado
zonas que hasta entonces eran inaccesibles e improductivas desde un punto de
vista económico. Esto posibilitó la implementación de diferentes proyectos de
exploración y explotación de minerales, muchos de los cuales son cuestionados
por el manejo de sustancias contaminantes y un impacto socioeconómico
significativo en las zonas donde se realizan estos emprendimientos. El compendio
legal que envuelve a la actividad lo encabeza la ley 24.196 de Inversiones
Mineras de 1993, a partir del cual los estados provinciales (con capacidad para
administrar y usufructuar los recursos naturales de sus territorios) sólo pueden
participar como prestadores de servicios, otorgan estabilidad fiscal por treinta
años y definen un exiguo porcentaje en regalías, de sólo el 3% del valor neto
del producto final (es decir, el monto resultante luego de descontar los gastos
realizados para la explotación de la mina).
Según datos de la Secretaría de Minería de la Nación, hay una gran cantidad de
proyectos en curso, con volúmenes de inversión de miles de millones de pesos en
varias provincias del país. Desde la Secretaría se informa que en el 2008 se
alcanzó el pico histórico de perforaciones, de 668.851 metros, un 302% más que
en 2003, con inversiones de más de 7.300 millones de pesos, 31% más que en el
año anterior y 1014% más en relación al 2003. En el 2008, por ejemplo, las
exportaciones en minerales sumaron 12.375 millones de pesos.
Nivel de empleo del sector
Según los datos de la Encuesta Nacional Minera elaborada por el INDEC en el
2007, el total del personal ocupado por el sector era de apenas 19.226 personas,
aunque esta estadística no contempla el nivel de empleo informal ni el indirecto
que se genera por bienes y servicios de la industria propiamente dicha. En la
actualidad, estimaciones oficiales indican que, fruto de la construcción de al
menos 15 proyectos mineros de envergadura internacional e inversiones por arriba
de los 130 mil millones de pesos, el nivel de ocupación del sector rondará los
450.000 puestos de trabajo. Incluso entre las estimaciones de la Secretaría de
Minería para próximos años se prevé la generación de 380.000 empleos directos,
800.000 indirectos y exportaciones por un valor de 23.000 millones de dólares.
De todas maneras, hay que tener en cuenta que, aunque las grandes empresas
durante la fase de explotación compran en Argentina parte de sus insumos
corrientes, la mayor parte de los bienes de capital que se utilizan son
importados.
Como toda actividad capital-intensiva, la participación del salario de los
trabajadores de la minería de oro en el valor agregado total producido con su
labor es ínfima en relación a la ganancia del capital. En el 2007, las 40
empresas de minas, petróleo y gas más importantes del país ganaron un total de $
16.497 millones, con costos laborales por $ 3.746 millones (salarios,
contribuciones, indemnizaciones, etc.) en una relación de 4,4 pesos de beneficio
por 1 peso para los trabajadores, mientras que en otras ramas de actividad la
misma relación fue de 1,2 a 1. El informe sobre Grandes Empresas del Indec
durante el 2009 revela que las utilidades para las empresas mineras-petroleras
representaron el 45,7% del valor agregado, contra 33,2% de las restantes. Y el
origen del capital tampoco es nacional: apenas el 4,3% del valor agregado por
esas grandes mineras-petroleras correspondió a empresas de capital argentino,
mientras que el resto, 95,7%, fueron de empresas total o parcialmente
extranjeras. Así, la remisión de utilidades a las casas matrices por parte de
estas compañías es permanente, desviando al exterior recursos generados
localmente.
Bajo La Alumbrera
Bajo La Alumbrera puede servir de ejemplo para estimar el impacto económico de
la minería extractiva, principalmente de oro. Mayoritariamente de capitales
suizos y canadienses, con participación del Estado provincial, se encuentra
radicada en la provincia de Catamarca desde el año 1997 y es uno de los
emprendimientos más antiguos en el sector. La inversión extranjera inicial fue
de 1.200 millones de dólares, amortizados en apenas siete años.
En sentido amplio, la región del Noroeste Argentino (NOA) presentó en el primer
semestre de 2010 un aumento del 23% en sus exportaciones a igual período del año
anterior, según se observa en el informe del Ministerio de Economía que da
cuenta de cómo han evolucionado los Complejos Exportadores Provinciales durante
ese período. El sector minero ocupó el primer lugar en el ranking, con un
incremento del 30% en las exportaciones como consecuencia del alza del
concentrado de cobre. Las exportaciones de minería, a su vez, constituyen el
96,1% de las exportaciones totales de la provincia, es decir, casi toda su
economía se estructura en torno a la producción minera. Para Catamarca supone,
además, liderar las exportaciones de la región, que constituyen un 38,1% de las
exportaciones totales del NOA. Sin embargo, la participación provincial en el
volumen total exportable del país apenas representa un 2,4%. Al mismo tiempo, la
EPH del Indec difundida recientemente muestra que Catamarca posee la tercera
mayor tasa de desempleo de la Argentina, de 9%, superior incluso a la media
actual, detrás de Salta (11,6%) y del Gran Buenos Aires (9,1%). Además, ese
informe también señala que el NOA continúa siendo la región del país que
registra el índice más elevado de pobreza, de casi un 15%. La realidad de
Catamarca, por lo tanto, no ha cambiado demasiado en el escenario nacional y aún
hoy, pese al sostenimiento de una política económica en el país que intenta
atenuar las diferencias regionales, continúa presentando los mismos índices de
marginalidad y pobreza de siempre, aún con la minería aurífera funcionando en
plenitud desde hace años.
Conclusiones
La Argentina hoy necesita valerse de todos sus recursos para poder insertarse
con éxito en el comercio internacional y competir con mayores posibilidades
frente a países que le llevan una clara ventaja en cuanto a desarrollo
industrial. La discusión por la minería, como dijimos, no puede quedar aislada
del debate ambiental, pero tampoco puede agotarse en éste. Por otro lado, los
grandes optimistas en cuanto a la potencialidad de la megaminería como actividad
impulsora de desarrollo local deberían considerar el caso Catamarca para tener
mejor perspectiva de las reales potencialidades de esta industria. Ningún país
del mundo ha superado la pobreza gracias a la minería aurífera. Puede tener
incidencia en el crecimiento económico y en la mejora del PBI, pero su “derrame”
en la generación de encadenamiento de valor (inversiones, empleo, etc) es
marginal. El ejemplo de Mali resulta ilustrativo al respecto: a pesar de que su
producción de oro representa más de la mitad de sus ingresos totales, según el
último Índice de Desarrollo Humano publicado por la ONU ocupa el lugar 160 entre
169 países.
En ese sentido, las políticas macroeconómicas pueden contribuir a la
diversificación productiva, pero no deben perder de vista la naturaleza dinámica
y compleja del desarrollo. El mismo estará dado sólo por industrias que permitan
un encadenamiento de valor local capaces de reducir las históricas desigualdades
regionales del país. Para ello, es necesario evaluar el rendimiento de todos los
sectores de la economía, apoyar a los que generen mayor desarrollo local genuino
y volcar los recursos de los menos eficaces en pos de aquellos que garanticen
mejores índices de empleo, inversión y sean compatibles con el medioambiente.
Por lo tanto, entre las posiciones que debaten sobre esta actividad, una
alternativa podría ser aumentar la participación del Estado en las ganancias de
las empresas instaladas en el país. De esa manera, además de incrementar la
fiscalización ambiental, tal como manifestó la Presidenta, el Estado podría
contar con recursos genuinos para continuar con la política de crecimiento
económico con inclusión social como el encarado hasta ahora. Para ello, es
necesario modificar la legislación, que hoy es sumamente favorable a las
transnacionales mineras. Como sostiene Andrés Asiain, economista del CEMOP, “la
actividad minera casi no paga impuestos, excepto un 3% de regalías y entre el 5
y 10% de retenciones sobre el valor exportado según declaración jurada de las
empresas, además de recibir en muchos casos energía subsidiada, incluso aquellas
que utilizan energía equivalente a una ciudad de 100.000 habitantes”.
En segundo lugar, una mayor participación del Estado en esta industria también
sería estratégica en el contexto de crisis internacional actual, donde Robert
Zoellick, Presidente del Banco Mundial, acaba de enunciar la posibilidad a
futuro de un reemplazo del dólar como moneda de reserva y un eventual retorno al
patrón oro. Frente a la “guerra de divisas” que tiene en vilo al sistema
monetario mundial, y el intento de los países más poderosos de transferir la
crisis a los emergentes, la dirigencia política Argentina debería interrogarse
las razones por las cuales grandes empresas transnacionales realizan enormes
inversiones para la explotación de oro en el país. Así, probablemente se pueda
concluir lo fundamental que sería la creación de una empresa pública nacional
que intervenga en la actividad aurífera, en sintonía con la mayor participación
del Estado registrada en los últimos años en sectores claves de la economía
donde, hasta el 2003, tenía una posición secundaria. En un capitalismo que en el
nuevo siglo parece avanzar en el usufructo privado de recursos naturales, los
nuevos términos de soberanía imponen una participación más activa del Estado
como garante en el cuidado de sus recursos y socio fundamental en su
explotación.
* Politólogo UBA-CLICeT