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Una política económica soberana como clave del crecimiento
Por Arturo H. Trinelli
El inicio de un nuevo año permite
analizar las claves que ha tenido la política económica para vislumbrar las
opciones que se plantearán en la campaña electoral que comenzará con fuerza,
seguramente, luego de la temporada estival.
Conviene no perder de vista los modelos en disputa: el vigente admite un
análisis a diario, como consecuencia de una gestión dinámica que está decidida a
no perder iniciativa y continuar marcando la agenda política ante una oposición
dispersa y fragmentada. El otro aparece como alternativa frente a lo que se
considera un rumbo erróneo, poco amistoso con los mercados internacionales,
fomentando un crecimiento aleatorio basado en el “viento de cola” y con una
inflación “alarmante” que, lejos de explicar sus causas, debería reorientar la
economía hacia un desincentivo del consumo para estabilizar los precios. Por
supuesto que, dentro de esta visión, siempre está presente la idea de recuperar
estándares de seguridad jurídica que fomenten la inversión, aunque los niveles
actuales, que en el 2011 prevén sumas cercanas a los u$s 80 mil millones, sean
los más altos en los últimos treinta años.
Lo cierto es que la Argentina ha consolidado una etapa de crecimiento como pocas
veces en su historia, más allá de las cuestiones sobre las cuales aún falta
trabajar y mejorar. Repasar cuáles han sido sus elementos centrales, pues,
parece pertinente frente a un año electoral donde, con seguridad, cada candidato
tendrá su libreto en materia económica para llevar a la práctica en caso que sea
elegido para gobernar el país en los próximos cuatro años.
Crisis internacional
Cualquier análisis que se haga de la economía argentina durante el 2010 no puede
estar disociado de la crisis internacional aún vigente. En ese sentido Argentina
ha sabido morigerar su política económica con sólidas bases de autonomía, a
partir de decisiones que han resuelto orientarla hacia los dos frentes, externo
e interno, privilegiando el consumo y la recuperación de los salarios.
Decía el Viceministro de Economía Roberto Feletti en una conferencia reciente
que, mientras en Europa los paquetes de ayuda fueron destinados a salvar a los
bancos, la Argentina decidió darle el dinero a la gente. El funcionario
explicaba que los países europeos hoy se debaten en la necesidad de resolver la
conflictividad del capital financiero intentando transferir su crisis a las
economías emergentes, con claras presiones para que se aprecien las monedas y se
abran los mercados, de manera de volcar el excedente de producción que la
depresión de la demanda efectiva local no permite absorber. El intento final es
mantener el euro como moneda de reserva aún sosteniendo niveles de desempleo y
programas de ajuste inéditos para esas sociedades.
Resistir la idea de que el dólar y el euro pierden peso como monedas de reserva
es también evitar asumir una nueva reconfiguración internacional en las
relaciones de poder. La emergencia de nuevos actores y la pérdida de hegemonía
son temores latentes para los vencedores de la Guerra Fría. No parece haber otra
alternativa entre los países más involucrados en esa crisis que asumir la
pérdida de peso de sus monedas como medio de reserva internacional, salvo que,
como viene sucediendo, se intente conservarlo con un enorme costo social.
Mientras tanto, los organismos multinacionales de crédito buscan presionar a
aquellos países que registran elevados índices de crecimiento, como los de
Latinoamérica y en especial los que están menos alineados con Estados Unidos,
para apreciar las monedas y liberar las barreras comerciales.
El gran desafío
Frente a ese panorama, la propuesta del proyecto político en curso resulta
evidente y necesaria: continuar profundizando los pilares que le han dado
autonomía respecto a la volatilidad del mercado. La traducción de ese imperativo
político es recuperar para la política las claves fundamentales de la economía,
centradas en una orientación soberana y autónoma para evitar los efectos de la
especulación financiera en el proceso de consolidación del crecimiento. Eso
marca una ruptura ideológica respecto de la etapa anterior de nuestro país,
donde el mercado intervenía permanentemente en los cursos decisorios de la
dirigencia política argentina, con representantes de organismos internacionales
que hacían y diseñaban las claves económicas domésticas. El cambio en la matriz
ideológica que pergeña el nuevo modo de acumulación nacional obliga a revisar
sus logros desde el 2003 para consolidar lo que han sido las claves
fundamentales de su éxito: superávit fiscal, una balanza de pagos superavitaria,
excedente en la balanza comercial, apertura de nuevos mercados, una estrategia
de desendeudamiento exitosa y una acumulación de reservas que nos protegen de la
volatilidad financiera y los ataques especulativos, porque proporcionan margen
de autonomía en un mundo cambiante y complejo. Todo ello bajo una activa
participación del Estado recuperando protagonismo luego de años de retroceso.
Así, el interés en que hubiera un mercado local dinámico se impulsó por vía
fiscal y a través de elevados niveles de inversión pública. Hubo además un
proceso de expansión del nivel de obras descentralizadas a municipios de rápido
fomento al empleo. Combinada con un avance de políticas sociales no
contributivas, donde la AUH es su máxima expresión, y un programa monetario que
apuntó a que los medios de pago acompañaran los niveles de actividad, no hubo
posibilidad de restricción monetaria y fiscal. Esto le permitió a la Argentina
recuperarse de un 2009 de bajo crecimiento y hoy poder volver a crecer cerca de
un 9%.
En paralelo, tal lo expuesto anteriormente, se trabajó sobre el escenario de
debilidad internacional que suponía la no salida del default, para lo cual a
principios de 2010 se cancelaron vencimientos de deuda con reservas del Banco
Central, pese a las advertencias de todo el establishment económico y mediático
que vaticinaba un agotamiento de las reservas del país, y la crítica de un
sector de la izquierda que pedía una auditoría previa para ejecutar el pago, sin
argumentos convincentes respecto de procedimientos y plazos. Se trató de un paso
que permitió continuar con la política de desendeudamiento e incluso culminar el
2010 con un aumento de las reservas de alrededor de 4000 mil millones de
dólares. De esta manera, junto al acuerdo con el Club de París, se terminó el
2010 con una reestructuración de la deuda en default cercana al 95%.
Otro elemento central ha sido la diversificación de exportaciones que marcan una
reconversión industrial del país. Reflejo de ello, por primera vez las
Manufacturas de Origen Industrial (MOI) han superado las Manufacturas de Origen
Agropecuario (MOA), 35% vs 33%., lo que representa una exportación de productos
más complejos y con mayor valor agregado industrial, elemento que evidencia a su
vez una mayor competitividad de la industria.
En síntesis, hubo un conjunto de decisiones en política económica, en el plano
doméstico y en el sector externo, que apuntalaron enormemente el proceso de
crecimiento del país. Es de esperar entonces continuar por esta senda para
consolidar lo logrado hasta aquí y seguir haciendo de la Argentina una nación
soberana, con autonomía suficiente como para seguir decidiendo por sí misma los
ejes centrales de su política económica. En un año tan importante como el
tenemos por delante, será fundamental distinguir entre las opciones electorales
que garanticen este camino y aquellas otras que pretendan hacer de la Argentina
nuevamente un país subsumido a los mercados y al capital transnacional.
* Politólogo UBA- CLICeT